O T R O T A L L E R L I T E R A R I O O T R O T
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R L I T E L I T E R I T E R A T E R A R E R A R I R A R I O A R I O O R I O O T I O OFANZINE T R ODICIEMBRE, O T R2020O O T R O T T R O T A R O T A L O T A L L T A L L E A L L E R L L E R L L E R L I E R L I T R L I T E L I T E R I T E R A T E R A R E R A R I
OTRO TALLER LITERARIO
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I O O T R O T A L L E R L I T E R A R I O O T R
O O T R O T A L L E R L I T E R A R I O O T R O
OTRO TALLER LITERARIO FANZINE DICIEMBRE, 2020
Una producción colectiva de Otro Taller Literario Coordinación: Cristopher Solano Edición: Raquel Victoria Wintter Diseño y diagramación: Gabriel Jiménez Thuel
Otro Taller Literario: El fanzine “Escriba, combata, resista y agite las olas del mar muerto” -Cartas de Sarmiento a Juana Manso Otro Taller Literario nació a partir de una conversación entre compas en la cafetería de la Facultad de Letras de la Universidad de Costa Rica, por allá del 2018. El nombre apareció luego de varias propuestas rechazadas, como “Taller Copias Kike”, y hace alusión al propósito del mismo: ser un taller literario distinto de los tradicionales. Pero, ¿qué significa ser otro taller literario? ¿Otro más o uno diferente? Desde sus inicios, el grupo se ha caracterizado por ser un espacio donde la camaradería, el gusto por la literatura y el deseo personal por mejorar en la escritura siempre han estado por encima del afán de ser “la próxima gran generación literaria del país” o similares. Esto, más que llevarnos a la mediocridad, ha permitido que los miembros del taller vayan explorando y descubriendo sus propios estilos literarios, al tiempo que se ad-
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Otro Taller Literario
quiere conocimiento sobre técnicas, movimientos y otros aspectos de la escritura desde una metodología colectiva y amigable, sin imposiciones -y con muchos chistes sobre una rivalidad entre el bando cartaginés y el alajuelense, pero eso es cuento para otro día-. Asimismo, se ha pretendido romper con algunas tendencias en la forma de hacer literatura en Costa Rica, no para imponer un nuevo canon, sino para dar espacio a nuevas voces e intereses que no siempre calzan en los proyectos hegemónicos o las corrientes que se promueven en talleres que funcionan como “escuelas” del estilo de un determinado autor o autora. De ahí que una de las particularidades del taller es que se trabaja más con narrativa -en contraste con otras agrupaciones que se decantan por la lírica-, aunque también contamos con excelentes poetas en nuestras reuniones. Acá hay espacio para todo y, si no sabemos mucho, lo aprendemos. La confluencia de estos elementos -contrario a todo pronóstico- nos trajo muy buenas noticias durante este 2020, ya que varias personas de nuestro taller dieron importantes pasos en sus carreras literarias durante este año pandémico (premios, menciones, antologías y publicaciones internacionales). No se nos ocurrió una mejor manera para celebrar el crecimiento que hemos tenido en estos dos años que hacer nuestra primera publicación
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Otro Taller Literario
como colectivo y acá está el fanzine -homónimode Otro Taller Literario. Se trata de una especie de antología completamente autogestionada por el taller, la cual se compone de ocho relatos y cuatro poemas escritos por jóvenes menores de treinta años. Los textos compilados abordan temáticas como la crítica social, el conflicto amoroso, las dudas existenciales, el duelo y las emociones que se desprenden de la cotidianidad, desde técnicas y estéticas diferentes. Además, en estas páginas también encontrarán obras gráficas de varios artistas quienes aportaron su arte para acompañar nuestras letras. Nuestro enorme agradecimiento para ellas y ellos. Escribir es muchas cosas, pero esencialmente una: dejar trazo. Así que acá les dejamos este fanzine, como un bebé concebido en el confinamiento, como una puñalada silenciosa, como una idea más que nació en la soda de Letras y se hizo realidad en el momento menos esperado. Quizás solo sea otra antología literaria, pero esperamos que la disfruten tanto como nosotros y nosotras al hacerla. Raquel Victoria Wintter (Vicky) Editora o algo así Diciembre, 2020
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Í N DIC E 1.
Asesino Valeria Villalta Alpízar
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(2000)
2. Vida color sepia
Roy González Cascante
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(2000)
3. Sobre la pesadez del cuerpo
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Raquel Victoria Wintter Vargas (1999)
antimuestra Daniel Araya Tortós (1998)
5. 12:57
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6. Carmiol
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Alexa Prada Alfaro (1998)
Beatriz Rojas Víquez (1998)
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Hormigas
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Paraguas
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Cerca de su corazón
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Katherine Navarro González (1997)
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Melany Vega Chavarría (1996)
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Diego Meza Marrero (1996)
Miedo a las arañas
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Ronny Masís Montenegro (1995)
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Final de jornada, cambio de turno
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El día que vimos el cometa Halley
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Cristopher Solano (1995)
Marvin Alvarado Calvo (1993)
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V a l e r i a V i l l a lta A l p Ă z a r
Valeria Villalta AlpĂzar 20/02/2000
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Otro Taller Literario
Asesino Dos, tres, cuatro… ¿Cuántas llevo? El mes pasado fueron ocho, no, siete, la octava se me escapó antes de apuñalarla en aquel callejón, el callejón que está dando con la floristería. ¡Qué bien quedarían unos claveles en la sala! O quizá en el desayunador de la cocina, por cierto, debo comprar un nuevo jarrón, al ahorcar a la primera de este mes se me quebró el que tenía cuando trató de huir, había sido un regalo de bodas de mi segundo matrimonio. A veces extraño a Beatriz, era una buena mujer y me amaba mucho, sin embargo, la amé más yo mientras su cuerpo inerte yacía aún tibio entre mis manos y su sangre humedecía mis brazos y un poco mi ropa. Cinco, seis… Creo que hasta ahora son cinco; desde que empecé a perseguir mujeres hay meses en los que no se me dan los números. ¡Qué lindo gritaba la quinta del mes de abril! Ese fue mi mejor mes, catorce, catorce mutiladas, ahorcadas, desmembradas, es decir, catorce bien asesinadas, pero la primera no la voy a olvidar nunca, un hombre no puede olvidar la primera mujer a la que mata; aquella universitaria de cabellos castaños y pechos flamantes, pechos como los de Beatriz. Beatriz tenía un lunar muy bonito entre 2
V a l e r i a V i l l a lta A l p í z a r
sus pechos, fue un gran logro quitárselo porque se quejaba y pataleaba demasiado, en un punto me llegó a morder, casi tan fuerte como la que agarré saliendo de un bar de madrugada, en una esquina a finales de febrero, por suerte nadie se inmutó ni salió a ver qué era lo que sucedía, aquella mujer daba mórbidos alaridos, tuve que estrellarle el cráneo contra la acera antes de alguien saliera a ver qué pasaba, fue una lástima porque no tuve diversión de previo, aunque una vez le había fracturado el cráneo seguía un poco viva y se prestó para otras diversiones entre unas bolsas de basura que encontramos cerca. Debo pasar al supermercado y comprar más bolsas de jardín, aún tengo el cuerpo de la última en el jardín trasero, debo ver si voy hacia la montaña, acampar unos días quizá me vendrá bien y hacer una gran fogata para deshacerme del cuerpo antes de que apeste y los vecinos empiecen a sospechar algo, acampar me aliviará un poco el tedio de la oficina y quizá encuentre alguna pueblerina de montaña. Los claveles, cierto, quizá pase a comprarlos el fin de semana, pero antes de que llegue el viernes debo deshacerme de ese cuerpo, no va aguantar mucho tiempo aún en el frigorífico, está ahí desde el sábado, debo ser cauteloso al sacarlo y montarlo en mi camioneta, y también comprar el florero; sin florero no hay claveles, entonces debo añadirlo a mis pendientes. Hablando de pendientes, aún debo afilar los cuchillos y limar el mango del hacha, ¿qué es un 3
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asesino en serie con cuchillos desafilados y un hacha de mango astilloso? Recuerdo lo preciso que era aquel cuchillo con el que desollé a Beatriz, su filo reflejaba la luz de la luna aquella noche, fueron unas lindas vacaciones en el extranjero. Prendió el estéreo, distrayéndose de su pensamiento por un rato. Buscó entre los estantes uno de sus discos favoritos de Miguel Bosé, lo colocó en el aparato y empezó a sonar por toda la habitación. Entre pequeños saltos, como pasos de baile, se dirigió al refrigerador y sacó dos tomates y yerbas frescas. Hoy vamos a hacer pasta. Lavó los tomates, los puso sobre el desayunador y tomó el cuchillo junto a la tabla de picar que estaba sobre el fregadero. Al ver el reflejo de la luz del bombillo en el filo del cuchillo, Beatriz volvió a invadir su mente. La luna de aquella noche le inundó; vio los sufridos ojos de quien fue su segunda mujer reflejados en el metal. Estaba parado frente a ella, frente al cuerpo inerte de su esposa, con las manos y las mangas de la camisa humedecidas por la sangre de aquella mujer indefensa cuya vida, por cuestiones del destino, sucumbió ante su lujuria y frenesí homicidas. El cuchillo en sus manos era el arma letal, el arma con la que él había arrebatado la vida de una mujer, de otra más de sus víctimas. Ambos eran tan solo una pareja de recién casados que disfrutaba, hasta aquel momento, de unas románticas vacaciones.
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V a l e r i a V i l l a lta A l p í z a r
Picó los tomates junto con las yerbas, puso a hervir el agua y lanzó la pasta a la olla. Al cabo de un rato, se sentó a degustar la cena que se había preparado. Colocó otro disco de Miguel Bosé, se duchó y se puso después la pijama, para dormir más plácidamente.
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Nombre: Freedom Autora: Yass CG @hija_del._arte
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Roy Gonzรกlez Cascante 29/02/2000
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Vida color sepia Llegué a la casa justo antes de que pasara. Venía de trabajar de la fábrica, en un bus repleto de gente. -Mamá, ¿qué fue lo que pasó y por qué era tan urgente venir rápido? -Su tío Ernesto está agonizando. Nuestra casa estaba a la par de la que había sido la casa de mis abuelos y que ahora ocupaban los tres tíos que nunca se casaron: Ernesto, Susana e Inés. Eran unas casas de madera, destartaladas, que fueron construidas en los treintas. Al frente estaban la pulpería y el bar, donde pasaban metidos Ernesto y mi papá, antes de que él muriera. Me cambié la ropa, hablé con mi hermanito y le dije que fuéramos a la casa de mis tíos. -Ya se está muriendo el tío Ernesto. -¿Por qué se muere la gente, Ale? -Maurito, vayamos a despedir a tío. Llegamos a la casa y lo encontramos en el camastro, cobijado, muy flaco, con la mirada perdida y con una mueca de dolor en su boca. Una línea de
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sucesos lo llevaron hasta ese estado: el fumado, las borracheras en la cantina del frente y la diabetes. La cirrosis era la consecuencia inevitable por esas costumbres. Susana e Inés estaban en la sala rezando el Trisagio. Me senté en el sillón, con Maurito sobre los regazos, a rezar con las tías. Definitivamente, mi presencia allí no era bien recibida por ellas. Pero yo no estaba ahí por mis tías, estaba ahí por mi tío y por la promesa hecha a papá antes de su muerte. Dejé a Mauro con mi mamá y fui a ver a Ernesto; a la par estaba la enfermera. Mis tías creían que yo estaba ahí por la herencia. ¡Qué estupidez! Siempre me han costado las cosas y la verdad yo no quiero nada regalado. Mi papá me dijo antes de morir que tenía que estar atento a mi tío, porque él siempre me había apreciado mucho y que toda una vida nos estuvo prestando dinero por las lipidias que pasábamos. Me acerqué a la cama y le dije “Hola tío, ¿cómo se siente?”. -Como una mierda, qué pregunta. Nos comenzamos a reír, yo un poco triste y él aumentando su mueca de dolor, cerrando los ojos y apretándose el estómago. -Alejandro, vos ya sabés que me voy a morir. No te hagás el tonto. -Tío, lo sé. Yo no soy ingenuo. Ahí están esas faris9
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eas rezándole el Trisagio. Nunca vieron por usted y tras de todo me hacen mala cara por llegar a despedirme. -Sé que lo que dicen ellas sobre la herencia. Sé que vos no sos así. He consignado que ellas se queden con esta pocilga y les he dejado una platica a ustedes tres. -Tío, no hacía falta. Ahí poco a poco vamos saliendo. -Yo no les voy a dar el gusto a ellas de dejarles todo, toda una vida me trataron mal y se burlaban de mí por ser tartamudo. Nunca han hecho nada productivo en la vida más que olerle los pedos al padre de turno y estar en cuanta carajada de la Iglesia hay. Ojalá que cuando me muera tengan que ver cómo se mantienen, pero no les voy a dejar nada de mi plata. -Está bien tío. ¿Cómo siente la punzada? -Ya me siento muy débil, Alejandro. Caminé de nuevo a la sala para ver a Mauro. Estábamos tomando café cuando llegaron mis tías. -Para ahí vas vos, Alejandro. Fumando como una chimenea y tomando guaro todos los días. Es que nunca aprenden, ¿verdad? Así era tu papá y tu tío. Los hombres de esta familia son una misma mierda: viciosos, vagabundos e inútiles. Les gusta beberse el salario y después andar pidiendo prestado.
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Salí para dejar a Mauro en la casa y pasé a la pulpería para comprarme una cajetilla de cigarros duros. Todo el ambiente me parecía negro, penumbroso y caliente. Fui al patio de atrás, me senté en el muro mohoso junto a la acequia y comencé a fumar y a llorar. Llegaron mamá y Maurito. “Ya se murió su tío Ernesto”. Fuimos a hablar con el padre para que tocara las campanas.
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Nombre: Tiempo Autor: Carlos Sรกnchez @saguz.carlos
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Raquel Victoria Wintter Vargas
Raquel Victoria Wintter Vargas
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Sobre la pesadez de cuerpo Hoy no pude levantarme cuando la alarma sonó. Me pesaba el cuerpo, me pasaba la tristeza. Es domingo, pero últimamente eso no importa porque todos los días se parecen. Lo encontré apuñado en una esquina del patio. Se veía mucho más pequeño de lo que siempre había sido. Como regañándolo -y un poco suplicante- le dije: “No te mueras hoy, no tres días después de aquello”. El funeral de abuela no fue lo que ella merecía. Tan solo veinte personas en la iglesia y unas pocas más en el cementerio, separadas por unos metros. Aun así hubo abrazos, porque el hueco que se te hace en el pecho cuando se pierde a un ser querido no respeta los distanciamientos obligatorios. Nuestro perro no me hizo caso. Llevaba varios días con un tumor que no le permitía hacer sus necesidades y una hernia que le molestaba al caminar. ¡Y yo que creí que solo estaba triste como yo! De esto nos dimos cuenta hasta que lo llevamos al veterinario. Era difícil preverlo, pues el 14
Raquel Victoria Wintter Vargas
estreñimiento le había empezado el día anterior y los problemas en su cadera se confundían con la cojera que había tenido desde que lo atropelló una motocicleta, antes de que nosotros lo adoptáramos. No quise acompañarlo. Me dije a mí misma que probablemente era solo una infección y que pronto estaría de vuelta en casa junto con antibióticos, pero en el fondo estaba asustada, porque no poder levantarse de la cama siempre es un mal presagio. Volvió en una bolsa. No estuve allí cuando el doctor dijo que no iba a sobrevivir, como tampoco estuve al lado de mi abuela mientras agonizaba, por cobardía o para salvarme. Me despedí de ambos, al menos. El problema es que mis adioses suelen ser suavecitos, casi susurros… Suelto y no suelto, como quien se deshace de la grabadora que ya no sirve pero guarda unos cuantos CDs, por si acaso. Así me aferro yo a la esperanza, hasta que la vida, astuta y cruel, como suele serlo, me obliga a mirar la pila de discos que no sonarán más y, así, poco a poco, el cuerpo se me vuelve más pesado y duele. Duele mucho. Quizás el verdadero adiós no sea ninguno de esos que ya se me han fugado entre los dientes, sino el que me llegue de casualidad un día y me haga sentir liviana de nuevo.
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Otro Taller Literario
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D a n i e l A r aya T o rt รณ s
Daniel Araya Tortรณs 22/08/1998
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antimuestra ¿Cuándo consideraron buena idea pintar de negro las entradas? No hay enmarques, ni pedestales. Dicen que fui el artista; no lo ignoro, lo descarto. Pero no mentiré: me gusta ese concepto de exhibir al desnudo; como mi velatorio de anoche. A ver. Esos pies marinos tienen una uña encarnada y los pies del niño tienen quemaduras de tercer grado. Ese gato no se paralizó: está muerto. ¿Nadie recogió los rastros de vodka ni la bala? ¡Ese libro ya está tan sucio!
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D a n i e l A r aya T o rt ó s
¡No todas las heridas curan, carajo! Al final, aquel muchacho saltó del autobús: cayó de cabeza. Muchas veces, se necesita más que abrazos para suturar las heridas. No lo digo yo, ¿lo hace mi evidencia? Dicen que fui el artista; no lo ignoro, lo descarto. Nunca he tenido ojo para el arte, solo veo el dolor en él. Miente quien me llama artista. Pero la muestra no es ni la mitad del contenido real. Creo saberlo. Ojalá la destruyan con dinamita; pronto. Quien quiera que sea el artista, ojalá se desdiga y haga más. ¿Y cuándo consideraron buena idea
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Otro Taller Literario
pintar de colores las salidas?
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Alexa Prada Alfaro
Alexa Prada Alfaro 07/08/1998
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12:57 Me como triste el pinto de Soda U, porque ya casi se acaba y quiero otro. Siempre hay algo que está más o menos, o se pasaron de fuego en la yema, o el pan a medio tostar. En frente mío, el noticiero anunciando otra chica asesinada en Batán. En la foto tiene una sonrisa igual a la de mi hermana, que debe estar ahorita en el cole sonriendo por alguna ingenuidad o por esos videos que no debería estarme pasando por Instagram mientras está en clases. Su mayor batalla de las 12:57 es que, después de entrar de recreo, no la apunten en el libro de clase. Siempre la cambian de lugar y termina distrayendo a todos. Pero la que la espera a las 2:07 es distinta. Suena el timbre y corre a los lockers para no tener que esperar cinco minutos de fila afuera. Deja las cosas, mete algunos libros y cierra todo. Sale. Camina. Trota. Reza para que no le quiten nada. Prepara el gas pimienta. Se mete el celular en el top de educación física. Suda. Se logra montar en el bus. Cuando yo salga de acá no me va a ir tan feo, al menos es la U. O eso decía antes de la noticia de
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Alexa Prada Alfaro
la chica que apareció desmembrada en una bolsa de basura cerca de Educación. Entonces camino alerta. Me meto el celular en las botas. Vuelvo a ver cada veinte segundos quién camina atrás mío. Mami se toma el café de la oficina en dos o tres sorbos. Sale. Corre. Se baja. Ignora los insolentes silbidos masculinos. Llega. Pone tiradas las llaves. Se cambia los zapatos de tacón por las sandalias y suspira con un “¿Todo bien?” tres días de cansancio. Corre. Hace. Prepara. Suena el carro. Hizo a tiempo el café, pero lo regó en la mesa de los nervios. El trapo. Se pregunta si ya le puso azúcar. Yo intento terminar mi gallo pinto de mil, quería otro pero ya perdí el apetito. Mientras, pasamos a comerciales: una madre con una sonrisa de oreja a oreja lavando medias con jabón Ariel.
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Nombre: Liviana Autora: Valentina Vezga Acevedo @saturniida
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B e at r i z R o j a s V í q u e z
Beatriz Rojas Víquez 17/04/1998
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Carmiol Las lluvias en la mañana siempre me recuerdan a estar caminando a las 6:55 hacia la escuela el frío haberme quedado acurrucada unos minutos más mientras mi hermana se bañaba hecha un capullo dilatando cada segundo deseando que el calor de mi cuerpo y mi cobija combinados pudieran acompañarme hasta el agua caliente de la ducha Los días que empiezan con lluvia nunca se sienten igual y no sé explicar por qué ese gris que se alarga
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B e at r i z R o j a s V Ă q u e z
el ritmo incesante de la lluvia en los techos, el piso el tamborileo de las gotas en las ventanas el eco de agua estar abrigada, distante como si la lluvia hiciera el dĂa menos palpable, escurridizo nunca sĂŠ explicar el sentimiento
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K at h e r i n e N ava r r o G o n z รก l e z
Katherine Navarro Gonzรกlez 27/01/1997
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Hormigas Las hormigas se escurren por debajo del sillón: negras, perspicaces y silenciosas. Yo me extiendo en medio como un mueble: efímero, sin uso definido y caprichoso. Ellas me rodean, pero no me importa: si no me muevo, no pican. Yo las observo con mi cuerpo titánico. Pienso, por un momento, que somos iguales. Ellas, tal vez, piensan en cuánto me temen. O no les importa. O solo no me reconocen. Entonces, estiro el dedo como una daga, el mismo dedo que se corta y arde al pasar las pá-
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K at h e r i n e N ava r r o G o n z á l e z
ginas, y con la mínima premeditación
lo dejo caer, certero...
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Nombre: Soy el mar Autora: Gabriela Rojas Murillo @romushoots
M e l a n y V e g a C h ava r r Ă a
Melany Vega ChavarrĂa 07/10/1996
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Paraguas Dejé botado en un bus al mejor paraguas que he tenido en la vida. Mojada de hombros mojada y corren hilos por la clavícula un chillido imperceptible o un roce o transparente o un punto milimétrico que tiembla muchísimo o el sabor tan feo que recoge el descuido. “¿Lo encontró? Si era bueno de fijo se lo levantaron.”—me dijo el chofer. Sí, era bueno.
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Diego Meza Marrero
Diego Meza Marrero 17/12/1996
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Cerca de su corazón “Te conozco como a un sueño” -Silvio Rodríguez 1. Pero, al abrir sus ojos tornasolados, descubrió que no estaba casado con Laura Ocampo, sino con otra mujer. Otra mujer idéntica. Vos te preguntarás cómo supo que era otra persona y no Laura; eso lo veremos más adelante, con más calma pues él está agitado. Él se ha levantado de la cama matrimonial dando un salto y ha corrido al baño para verse en el espejo, para verificar que es él, y que no ha despertado en el cuerpo de otro hombre. Él se mira a sus propios ojos, exhala desde la garganta y logra empañar el cristal donde ve su reflejo y el de nadie más. Es él. Sabe que no está soñando. El que no sea un sueño, lejos de ser una respuesta, abre más preguntas. Vuelve insatisfecho a la cama matrimonial, a la resignación del reposo. El sol apenas filtra sus primeros rayos por encima de los edificios bonaerenses, pero es suficiente para ver sin necesitar luz artificial. 36
Diego Meza Marrero
Mira la cabellera negra y grasosa de Simone Moreira que duerme a su lado, quien le da la espalda. Corre con un dedo los oscuros mechones de pelo suelto y vivo; encuentra, como esperaba, el tatuaje de un mandala en la espalda y también una pequeña verruga en el cuello, señales de que siempre estuvo con la misma persona. Él cae en cuenta de que, en años de vivir con Simone Moreira, todas las noches en sus sueños solo veía a Laura Ocampo. Pasa un rato mirando hacia el techo, tirado en la cama matrimonial. Siente un ruido blanco dentro de su cabeza, no lo perturba. Simone da vueltas de un lado para otro dormida, pero él es quien se siente inquieto. Ella ni siquiera abre sus profundos ojos negros; aún está del otro lado, en el mundo onírico, donde tal vez se llama Laura. Él nota que su boca guarda un aliento claustrofóbico. Considera que debería levantarse a encender la estufa, a cebar el mate del desayuno, a recoger en la pantalla de su teléfono las primeras planas de los diarios. Piensa que Simone pronto se levantará para iniciar su carrera vertiginosa al aeropuerto. Tal vez hoy no haya vuelos hacia Porto Alegre de Rio Grande do Sul o a Santiago de Chile, pero alguna razón habrán inventado ya para hacerla ir al laburo. Esos vuelos a países vecinos de la Argentina serían rápidos, no como otras veces cuando Simone cruzaba el charco y debía que-
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darse en Europa. Dieciséis horas pilotando no se descansan así porque así. En esos días él se quedaba en el pequeño apartamentito a solas con Laura. Al acostarse, abrazaba la almohada donde habita el olor muerto de la cabellera de Simone, pero él sentía a Laura allí. Con la vista fija en el techo, recuerda la tarde en Retiro que subieron hasta la Plaza Vicente López. Era uno de esos recuerdos que parecen haber muerto y resucitan fugazmente por puro azar. Iniciaron sobre la Calle Montevideo y continuaron en dirección noroeste, hasta la esquina con Uruguay. Al pasar por el Consorcio de Arte Buenos Aires, ya se estaban cansando, pero siguieron recto hasta el Presidente Bar. Luego, casi rindiéndose, dieron la vuelta a la cuadra que tenían en frente, por la Avenida Manuel Quintana. Cuando encontraron la Embajada Rusa, al lado izquierdo bajando en Rodríguez Peña, ya tenían las lenguas afuera. “Esta es la Embajada Rusa”, dijo él. “Eso quiere decir que para la diplomacia alguna vez aquí fue territorio soviético”, respondió Simone. Contentándose con decir “fuimos a la URSS”, se largaron en dirección al Parque Carlos Thays, porque siempre es bueno buscar un lugar donde sentarse y tertuliar. Después, caminaron hasta la Estación Retiro para regresar en tren a casa. Ese mismo día que estaba recordando, al llegar de nuevo al apartamentito, tumbado en un sillón,
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él viajó a Budapest con Laura Ocampo a través de una guía ilustrada para turistas que Simone había traído desde Hungría. En su imaginación, él cruzó el Puente de las Cadenas sobre el Danubio, y, en lado de Pest, se sentaron en la Plaza Széchenyi para tener el mejor panorama de la ciudad y poder ver la Academia de Ciencias que estaba frente a esa plaza. Todos estos viajes, él los hacía de nuevo mientras recorría con sus pupilas las láminas del techo. Sin embargo, los viajes en el recuerdo se tornan borrosos, él nunca ha estado en esos lugares. Puede ocurrírsele cómo olerían esos sitios o cómo sería su gente, pero Simone es la que verdaderamente sabe todo eso. ¡Cuánto más quisiera saber él sobre el mundo y sobre Simone! Al mismo tiempo, piensa que también se esfuman algunos lugares que él sí conoce y algunas cosas se diluyen de la memoria, así como se han decolorado las fotos de Simone que él dejó puestas en la ventana y recibieron el sol durante años. 2. Buscaba la forma de la ciudad de Buenos Aires, para recordar dónde se cruzan la Avenida Libertador con la Coronel Díaz, pues allí está (o estaba) el Café Tabac. Hace mucho, había tomado brebajes caros y conversado largas horas con Simone allí, ¿paraíso perdido? En su mente, solo encontraba recortes del tráfico convulso, de los 39
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autos como locos queriendo matar a quien intentara cruzar la Avenida Libertador. Era como un río de vehículos que bajaba entre dos hileras de árboles y, detrás de los árboles marchitos, recortes de balcones en el aire, recortes de cómo eran los edificios, recortes de la barandita y las sillitas del café afuera. Encontraba recortes, pero no los diarios completos. En esa lúdica terraza, se sentó junto a Simone cuando apenas se comenzaban a conocer. Se hubieran aburrido muchísimo de no ser porque Simone lo llevó, entre una tarde y una noche joven, a conocer un pedazo de su vida.
Nombre: Baires de noche Autora: Raquel Victoria Wintter 40 @vickwintter
Diego Meza Marrero
- Buenos Aires se ve monstruosa cuando vas aterrizando en el avión. Es gigantesca, ves las luces concentradas como un millón de farolitos -decía Simone - ¿Dónde estudiaste? -preguntó él - En la Escuela de Aviación Militar, en Córdoba. - ¿¡Con los milicos!? -… sí. Y sus bocas se borraron. En ese instante, él vio por primera vez a Laura Ocampo. Se vio a sí mismo con ella en el aeropuerto El Dorado, haciendo una escala en Bogotá para ir al Caribe. Pensaba que irían juntosa muchísimos viajes. Creyendo poder medir la longitud de su amor en horas de vuelo, le dijo estúpidamente: -Ya quiero que tengamos mucho tiempo de conocernos. Simone frunció el ceño. Él tartamudeó y trató de escupir unas palabras. A Simone esto le dio risa. Él no recuerda qué le dijo después, seguro su mente decidió borrarlo. Lo que sí recuerda es la respuesta de Simone a una idea planteada tiempo después: “Es que yo no soy así”. ¿Qué le habría dicho esa vez? Ni idea, piensa mientras se pasa su propia mano por el pecho desnudo y sobre los pezones. 3. 41
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Tal vez podría recuperar el sueño que Simone aún saboreaba, así que se volteó, la rozó con su mano, acarició su brazo, luego la abrazó y cerró sus ojos. Se vio partiendo en el viejo autito Citröen 2CV de los padres de Simone, por Ramal Escobar, por la ruta 9 que se desvía en la circunvalación 25 de Mayo, afuera de Rosario. Siguieron por Oliveros, cruzaron Santa Fey Reconquista, hasta una zona tabacalera cercana al Paraguay. Ella había venido desde el Chaco para estudiar, él en cambio siempre fue porteño. Seaburría con el viaje, se aburría recordando, pensó que tal vez ese aburrimiento lo ayudaría a hundirse de nuevo en el sueño. La casa de Laura Ocampo, en la que él pensaba durante el viaje, se borró por completo al llegar a la casa de Simone Moreira. Ese recuerdo que tiene de pastizales amarillos, del cielo enorme, de las vacas orinando, ¿los habrá visto o imaginado? Ese viaje que lo llevó entre Santa Fe y Chaco, lo ayudó a conocer mucho mejor a Simone. Se despidió de Laura Ocampo. Creyó verla desvanecerse, pero más bien se volvieron idénticas. Abrió los ojos de nuevo. Había logrado dormirse, pero no lo supo hasta que volvió a despertarse. Aún estaban abrazados. El sol ya iluminaba todo el cuartito, supo que esa era la hora en que el sol era lo único realmente democrático, ya que proyectaba igual luz para Palermo como para los barrios populares de Quilmes, Avellaneda y las villas.
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Siguió pensando en lo que le ocupaba antes de volverse a dormir, y se dijo a sí mismo que se había enamorado de Laura Ocampo creyendo que era distinta a todas las demás personas. Simone abrió sus profundos ojos negros, bostezó y volteó hacia él. Lo miró y descubrió que, posiblemente, ella también estaba casada con un hombre distinto del que se enamoró.
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Ronny MasĂs Montenegro 16/10/1995
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Miedo a las arañas No llovía muy fuerte, pero sí constantemente. Llegaron a la cabaña de madrugada, el viaje había sido lento; todavía más en ese último trecho de camino embarrialado. Encima, los asientos del carro que alquilaron eran duros e incómodos. Un hombre en la entrada verificó sus reservaciones y les indicó cómo llegar. –Recepción a esta hora solo atiende por teléfono, por si llegaran a necesitar algo. Agradecieron y avanzaron un par de cientos de metros hasta llegar a la cabaña. Roberto bajó las maletas mientras Adela se daba una ducha. Cuando terminó, luego de quitarse los zapatos, se sirvió un vaso de whisky del pequeño bar que había en una esquina de la sala. Encendió la chimenea y se sentó en uno de los sillones reclinables. La cabaña tenía todas las comodidades que se podía pedir. Después de todo, valía la pena haber gastado tanto en aquella luna de miel. Luego de un rato, se sintió adormilado y recordó lo que su primo le dijo en la fiesta de la boda. –No esperés mucho de la luna de miel, al menos de la primera noche. Ya sabés a lo que me refiero. 46
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–Ah, ¿no? –No, todo es demasiado cansado. Creeme, solo van a querer llegar, bañarse y acostarse. Ahora tendría que darle la razón. Bebió un trago largo y cerró los ojos, dejándose llevar por el relajante sonido de la lluvia que caía sin pausa afuera. Sonó el teléfono de la sala, se restregó los ojos y levantó la bocina. –Good evening, Mrs. González. –Dijo una voz de mujer tras el auricular. El inglés le pareció forzado. –Puede hablar en español, no se preocupe. –Oh, lo siento. No recibimos muchos nacionales por aquí. –Pierda cuidado. ¿Se le ofrece algo? – ¿Adela González? –Está bañándose, soy su esposo. –Registramos su llegada a la cabaña 7B y queríamos recordarle nuestra disposición para hacer de su estancia lo más placentera posible. ¿Han encontrado todo lo que necesitan? –Pues llegamos hace menos de quince minutos y yo no he tenido tiempo siquiera de ver el baño, no podría hablar por ella. –Le recordamos que la cabaña cuenta con acceso a… 47
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–Como comprenderá, es de madrugada –interrumpió –a esta hora todo lo que se necesita es una cama y silencio. –Lo siento, no quería importunar; es política de la empresa llamar apenas registramos la llegada de un cliente. –No pasa nada. Si necesitamos algo, llamaremos. –Buenas noches. Colgó el teléfono. Habitualmente no era grosero, pero cosas como esas lo exasperaban, así que pensó en pedir una disculpa por la mañana. Se bebió lo que quedaba del trago y se sirvió otro mientras daba un vistazo a la cabaña, la llamada le había quitado el sueño. No recibimos muchos nacionales, pensó de mal humor. ¿Cuántos gringos se apellidarán González? La cabaña tenía un estilo rústico y estaba ubicada en medio del bosque lluvioso. Tanto él como Adela detestaban el calor de la playa, de modo que, cuando se las recomendaron, la pusieron como primera opción para su luna de miel. Era bastante cara y ambos tuvieron que sacar un poco más de lo presupuestado para poder pagarla, por el momento no parecía ser una mala inversión. Roberto se acercó a la chimenea para calentarse y se entretuvo mirando un cuadro que colgaba de la pared. Representaba una escena de ganadería que tenía poco que ver con el lugar; le 48
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pareció divertida. Así estuvo unos minutos hasta que levantó más la mirada y distinguió una enorme telaraña entre las vigas del techo. Retrocedió sin perder de vista la tela y se dejó caer nuevamente sobre el sillón reclinable. ¿Cómo serán las arañas aquí?, pensó. Adela y él eran muy distintos en algunas cosas. Él padecía de una terrible fobia a las arañas que –en sus peores momentos– conseguía dominarlo por completo. Bastaba con ver una para sentir a cientos de esos bichejos escalando por su cuerpo. Adela no, ella las tomaba con un vaso y un papel para llevarlas afuera. Decía que no había que lastimarlas, que todas tenían una función, cosa que Roberto no acababa de entender. Si por él fuera, que todas desaparecieran. Sacó su celular para buscar qué tipo de arañas había en esa región. Se secó los dedos en el pantalón y maldijo cuando vio que no tenía cobertura. Jamás habría cobertura aquí. Ansioso, intentó conectarse a una red que localizó el teléfono, pero le pedía una contraseña. Tomó el teléfono y llamó a recepción, moviendo los pies con impaciencia mientras escuchaba los timbrazos. –Good evening sir. How can I help you? No sabía si era la misma mujer de hace un rato, el inglés le pareció más fluido. –Necesito saber la contraseña para acceder al internet de la cabaña 7B. 49
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–Las indicaciones para conectarse al internet están en la información que se le envió junto con la factura electrónica de su reservación, señor. –Creo que me va a ser difícil entrar al correo si no tengo internet. –Por eso recomendamos, en el mismo correo, descargar toda la información previamente. La cobertura no es muy buena en esta zona. –Ya me di cuenta de eso, gracias. Claro que es la misma de hace un rato, se está desquitando por la forma en que le hablé. ¿Podría decirme cómo conectarme? Es urgente. –Veré qué puedo hacer, señor, pero el soporte técnico no está disponible a esta hora. –No, no hace falta. Pero sí hay otra cosa que puede hacer por mí. –Con todo gusto, señor. – ¿Sabe algo sobre arañas en esta zona? –Hay muchas arañas en esta zona, señor. Es el bosque lluvioso. –Eso lo sé, necesito saber si hay especies peligrosas. Hay una telaraña enorme aquí en la sala. –Todas nuestras cabañas se limpian todos los días y se quitan telarañas, hormigueros y similares, señor, puedo dar fe de eso. –Tal vez a esta araña no le informaron o pudo hac50
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er la tela luego de la limpieza, señorita. Si le digo que hay una telaraña enorme aquí, es porque efectivamente la hay. –No estoy dudando de usted señor. Puedo enviar a alguien por la mañana para que retire la tela. –Eso puedo hacerlo yo, lo que necesito es saber si hay especies peligrosas de arañas en esta zona. –No podría darle una respuesta ahora, pero puedo llamarle de vuelta en unos minutos. Colgó el teléfono, seguro de que la mujer solo le había tomado el pelo, y acercó uno de los bancos de la barra para observar más de cerca la telaraña. Subió lentamente, tratando de mantener el equilibrio con sus manos. Cuando estuvo de pie, tardó unos segundos en estabilizarse, estaba bastante alto. Ahí subido casi podía alcanzarla, solo necesitaba estirarse. Pensó en traer una escoba y deshacerse de ella sin más, pero lo descartó pronto. La tela solo evidenciaba un peligro mayor, la araña que la tejió tenía que estar en algún lado. Alumbró con la linterna del celular y descubrió que no era solo una, sino varias telas superpuestas. Gruesas, de un gris profundo. No era algo que se pudiera haber hecho en un día; la mujer había mentido y no limpiaron ese lugar o bien se trataba de una multitud de arañas. Se pasó la mano por la nuca, intentando espantar los animales imaginarios que le subían desde la espalda, mien51
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tras estiraba el brazo para iluminar el fondo; cosa que la espesura de las telas le impidió. Escupió de nuevo y se secó el sudor de las palmas que casi le hace tirar el celular. Sin pensarlo mucho, antes de arrepentirse, quitó con la mano desnuda las telas más cercanas. Hizo un esfuerzo para llegar más alto y comprobó que había una abertura entre las tablas del cielo raso, las telarañas entraban en él. Le pareció ver una luz y se dio cuenta que el techo de la sala era el piso del cuarto de arriba, donde Adela se estaba bañando. ¿Cuánto tiempo lleva Adela en el baño? De un salto se bajó del banco y corrió escaleras arriba, limpiándose del brazo las telarañas. La puerta del cuarto estaba abierta. Abajo, el ruido de la lluvia ahogaba el de la ducha, pero ahí se distinguía claramente. En el baño el agua caía con un sonido sordo, como si golpeara en algo. Llamó con fuerza sin recibir respuesta. Empujó con el hombro e intentó patear la cerradura que seguía sin ceder; buscó con desesperación algo en el cuarto que pudiera servirle. Finalmente, encontró una lámpara de pie que usó para golpear con fuerza el llavín hasta que este cayó al suelo. Adela estaba tirada, con el agua tibia de la ducha resbalando por su cuerpo desnudo e inerte. Roberto se dejó caer al piso, siguiendo con ojos llorosos una pequeña araña negra de patas blancas que caminaba despacio por una pared. Perdido en 52
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contemplar al animal, no vio el jabón con el que su esposa se había resbalado ni escuchó en el teléfono de abajo la llamada con la que la mujer de la recepción le habría indicado que no había arañas peligrosas en esa zona.
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Cristopher Solano 07/06/1995
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Final de jornada, cambio de turno Casi llegaba la hora de cerrar el restaurante, pero entraron dos órdenes. Lucía vio llegar el auto por la ventana de la cocina que daba al parqueo. “Bueno, ni modo, a ver qué piden”. Un niño, de unos 11 años, pero bastante más alto de lo que a su edad debía ser, se acercó a los dos hombres que bajaron y les dijo algo a lo que asintieron y rieron. El chico cuidaba los carros, aunque no hacía falta porque el parqueo estaba retirado del frente del restaurante y era seguro por cerrado. El jefe lo dejaba estar ahí para que se ganara algo y, según rumores de otros chicos, era bastante lo que hacía con las propinas que le daban los gringos en dólares. Avisó a los demás en la cocina que acababa de llegar alguien, que estuvieran listos por si salían con “alguna cosa”. Todavía quedaba gente en el lugar; la mayoría tomando cervezas, ya no pidiendo de comer. Esa era la principal entrada del local, la de los gringos en camiseta y sandalias, con varios días sin bañar y enrojecidos por el sol, tomando cerveza nacional, riendo a carcajadas y viendo por arriba de los lentes oscuros a las meseras. Todo 56
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en el menú era lo básico, lo que vienen a comer siempre los extranjeros porque otros lo recomiendan. Tal vez su gastronomía (palabra reservada para cocinas más complejas) y la nuestra se parecen en no tener grandes hitos y los que sí, no son del todo nuestros, de algún lado han sido tomados sin ningún resabio de pena. Lito entra con la libretita de las órdenes en la mano. “Son dos gringos. Quieren un chifrijou, un raisanbín y que el pico ‘e gallo no sea muy picante” y todos se ríen al mismo tiempo por el chiste, porque todos esos extranjeros piensan que fuera de su país, todo está condimentado de más. Como es lo que más se vende, la preparación está casi lista y el plato sale rápido. No piden nada más de la cocina. A las once, Lito va a buscar al jefe y le dice que ya va siendo hora, que si levanta las sillas, que cómo hace para no echarlos o para que no sientan que los están echando. Las preguntas que le balbucea no son del real interés del dueño, no le presta atención en realidad y el mesero habla más para sí mismo, mientras piensa en las propinas. Desde afuera de la oficina, parece que lo regañan y sale de ese cuarto sobre la barra del bar, al que se sube por unas gradas de caracol. Le lleva la cuenta a los extranjeros y comienza a subir las sillas sobre las mesas desde la esquina más lejana y al fondo. El mensaje es claro. Para el resto en la cocina, también y para sus pies, sobre todo porque ya no
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aguantan la hinchazón de las casi diecisiete horas de pie. En el parqueo solo quedaban dos carros – el del dueño y el de los gringos –, además del muchacho que los cuidaba, sentado sobre una acera, tirándole piedras a la oscuridad. Lucía lo veía desde esa ventana por la que pasaba horas mirando hacia afuera. Escuchó la caja registradora cerrarse y unos repetidos “thank you so much”, contestados por los “yes” de Lito. En una exhalación mientras tiraba el limpión de secar trastos en el borde del fregadero, Lucía escuchaba arrancar el auto y al chico hablándole a los hombres. La plática le parecía muy amena. No sabía inglés y estaba segura de que el chico tampoco, pero a él lo veía muy enganchado en la conversación. Uno de los hombres le sonreía de más y le tocaba el brazo, deslizando la mano de arriba hacia abajo varias veces. Llamó a Lito para que viera y también le pareció inusual la confianza. La mujer golpeó el vidrio con brusquedad para llamarle la atención al chico. “Mirá, Lito, no me hace caso. ¿Cómo se llama el cabrón ese?”, pero él tampoco sabía. Al parecer, los hombres se percataron de que los estaban vigilando y solo le extendieron un billete al muchachito, quien lo guardó y les levantó la mano para despedirse. Los empleados siempre salían juntos del restaurante al término de la jornada, hasta el cuidacarros. Se despedían cordialmente en la en-
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trada y cada quien tomaba su camino a casa. Lucía y Lito andaban una parte del suyo juntos, pero él la dejaba antes. Caminaban a orillas de la carretera al lado de la playa, con pocos autos en la calle, solo con el ruido inagotable del mar. Veían al chico del parqueo unos metros adelante, bastantes en realidad, tal vez más de cien. Vivía un poco más lejos que Lucía y le tocaba caminar una parte completamente solo, por entre la montaña, para llegar hasta su casa. - ¿Quién sabe qué era lo que querían esos viejos con el chamaquito? - Sí, yo los vi muy raros. Uno sabe que esos hijueputas solo vienen a buscar coger. Desaseados, ni se bañan… cuando yo los atiendo a veces ni se aguantan a sobaco. - Sí, son bien sucios, pero así de cochinos, platudos. - Sí, Luci, eso sí. – contestó Lito y se despidió para cruzar la calle ya rumbo a su casa. A lo lejos, ambos vieron las luces de un carro acercarse. Lito se detuvo como para esperar a que los pasara, pensando en Lucía. Era el carro de los gringos de antes. Pasó despacio, pero no se detuvo frente a ellos. Sí lo hizo cuando dio con el cuidacarros. Le abrieron una de las puertas traseras y se quedaron así unos segundos; el chico se metió. La camioneta arrancó y avanzó hasta que las luces se perdieron porque a ninguno de los tes59
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tigos les daban los ojos para ver tan lejos.
Nombre: Ofanim de Ezekiel Autor: Alonso GarcĂa @monchonso
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Marvin Alvarado Calvo 20/03/1993
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El día que vimos el cometa Halley Solo se escuchaba el ruido del motor esforzándose por dar bien cada curva. Tenían que llegar pronto porque si no se llenaría. Linda le había contado de la vez que fue de niña con su padre a ese mirador a ver una lluvia de meteoritos y no pudieron encontrar un lugar, se conformaron con verla sobre el capot del carro rodeados de árboles que tapaban la mejor parte. Ella lloró el resto de la noche. Faltaban más de cinco horas para que el cometa estuviera a su máximo esplendor. Él estaba feliz porque llegarían a tiempo y ella, al fin, podría borrar el mal recuerdo de la lluvia de meteoritos. Tendría que serlo, el Halley solo pasaba cada setenta años y era muy probable que no lo volvieran a ver. Linda encendió la radio y se puso a bailar. Él quería hacer lo mismo, pero debía mantener la vista en la carretera. Las curvas de la zona habían sido la tumba para muchos velocistas que creían poder evitarlas presionando más el acelerador. Recordó que hacía poco uno de sus mejores amigos había 62
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chocado contra uno de esos árboles. Empezó a sentirse triste, pero al ver que Linda seguía bailando, se olvidó de todo y pudo mantener la sonrisa en la cara. —Ya quiero llegar—dijo Linda—. Sé que falta, pero ya quiero llegar. Al bajarnos te besaré una y otra vez. Y mientras pase el cometa lo haré mucho más. Quizás sea tan lindo como en las películas. —Si es así, también ya quiero estar ahí. Lástima que no podemos correr. Recuerda lo de Luis. —Cierto—dijo ella bajando la cabeza. —Olvida eso. No es un momento para recordar. Ella le sonrió cálidamente. Le subió el volumen a la radio y se puso a cantarle a los árboles que estaban alrededor de la carretera. Unas canciones más adelante, se encontraron con un oficial de tránsito que les hacía señas para que se detuvieran. Él aparcó el auto detrás de un poste de luz. —Se puede bajar del auto. —¿Por qué? —Porque yo lo digo —dijo con sequedad el oficial, mientras balanceaba el garrote de policía. Daniel se bajó sin pensarlo, pues tenía que salir rápido de allí, si quería agarrar el mejor campo en el mirador. El oficial le dio una vuelta al car-
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ro como si tratara de encontrar algo. —Poncho, apunta otra multa por las luces malas. —¿Otra? Pero, si no hemos hecho nada. Además, las luces están bien porque las cambié hace un mes. —Esta gente de la capital cree que sabe más que nosotros. Iba a más de cien con las luces rotas. De verdad, no valen nada ustedes. —En esa calle es imposible ir más de cien, si acaso llegaba a sesenta. Mire esas curvas. —Poncho, ¿cuánto marcaba la pistola esa? —dijo gritando. —Más de cien —dijo una voz que salía de la patrulla. —Ve, llevaban más que lo que dicen esos cartelitos —dijo apuntando con el dedo una señal de tránsito. —Es imposible, se lo digo. —Mejor cállese porque ya me está hartando. Tráigame sus papeles, ¿o prefiere que llame a los de verde? Creo que sabe lo que pueden hacerle a usted y a la mujer del carro —dijo la última oración sonriendo. Daniel, sin decir nada más, fue al a auto a sacar su licencia y los documentos. —¿Qué pasa? —dijo Linda una vez él abrió la puerta del carro. —Ahora te cuento. 64
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Cerró la puerta con un golpe. Daniel le entregó los papeles al oficial. Este los revisó y se los devolvió casi de inmediato. —Todo está en orden. Ya le digo a mi compañero que le haga las multas. Va a durar un rato, será mejor que se vaya a sentar y no diga nada. Daniel vio su reloj, empezaba a ser tarde. —Tenemos que estar en el mirador lo más pronto posible porque queremos ver el cometa. ¿No habrá alguna forma de salir rápido de esto? El oficial que estaba de espaldas se volvió hacia él con una sonrisa en el rostro. —¡Nos entendemos, por fin! Me alegro. Debería saber que cancelar la multa conlleva ciertos gastos administrativos. ¿No sé si me entiende? —¿De cuánto estamos hablando? El oficial le dijo una cantidad y a él le parecía razonable, así que no dudó en dársela. Después de que le permitieran irse, Daniel salió corriendo al auto y se marchó lo más rápido posible. —¿Qué fue eso? —dijo Linda, después de un rato de andar por la carretera. —El tipo nos quería hacer una multa por cosas que no hicimos. ¿Puedes creerlo? —Y por eso le diste plata. ¿Por qué te dejaste, si era obvio que te querían estafar?
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— No importa ya. —¿No importa, Daniel? Acabas de entregar como si nada dinero que ocupamos para comprar la comida de mañana. —No empieces. Hoy no es el día. Ya casi llegaremos a ver el cometa. —Nunca es el día. Para ti nunca es el día. La otra vez fue igual, te quise hablar sobre nuestros problemas y me dejaste hablando sola. ¿Cuándo será el día, Daniel? ¿Mañana? ¿El lunes? ¿Nunca? Dime. —Después, Linda. Yo nunca te he reclamado por lo de tu madre, no sé por qué siempre insistes en pelear. —¿Qué de mi mamá? Sabes bien que los meses que estuvo con nosotros fueron porque ella no tenía con qué pagar su cuarto. —Yo tuve que ver cómo la señora se metía en todo lo que hacíamos. Por ella no podíamos ni darnos un beso porque te lo reclamaba. Hasta la comida nos vigilaba. Te acuerdas del montón de ensalada que nos teníamos que tragar a diario. La odio. No entiendo cómo es que tú naciste de ella. —Cállate, cállate. No digas más, eres un idiota. Como si yo no tuviera que aguantarte en la casa todo el día a causa de tu despido. Acaso se te olvida que yo soy la que aporta la plata con la que sobornaste a esos policías. ¿O no lo recuerdas?
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—De nuevo con eso. Nunca has sido original con tus reclamos. Olvídate de todo que ya casi llegamos a ver el cometa. —Olvidarme de que tengo que trabajar más de doce horas para poder comer algo todos los días. Siempre que llego te veo viendo tele y ni se te pasa por la cabeza volverme a ver. —¿Y eso qué? Recuerda cuando se te pasó la genial idea de volver a estudiar arte en la universidad, yo tuve que encargarme de ti. Se te olvida que cuando se te ocurrió tomarte el montón de pastillas yo tuve que correr contigo en mis brazos hasta el hospital. Recuerdas mis errores, pero no lo bueno que hice por ti. —María Jesús. —¿Qué? — Sé de lo de María Jesús. Uno de tus dichosos amigos me lo contó, seguro con la esperanza de que lo usara para realizar mi venganza. —¿Qué dices? —No te hagas, lo sé desde hace meses. Incluso una vez te seguí y la vi. Es más hermosa que yo, de eso no hay duda. —Linda… —No digas nada. No se atrevieron a hablar en los minutos que duró el resto del viaje. Llegaron al mirador y había espacio. Al bajarse del auto solo quedaba el come67
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ta surcando el cielo.
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