Revista Cinegramas - Nº. 18

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R E VISTA SEMANAL DIRECTOR: A . V A L E R O DE B E R N A B É Año l l . - N ú m . 1 8 . - M a d r i d , 13 de Enero de 193S

ELPÜJI

nos ha convencido: el público de cine no se parece a ningimo. Tolera los mayores absurdos, da por buenas las situaciones más falsas, se emociona con infantiles desatinos y rechaza, en cambio—salvo contadísimas excepciones, que para contarlas sobran las cmco dedos de una mano—las más puras bellezas cinematográficas, la ternura palpitante y la emoción que hiere fuerte y honda en el espíritu. Por eso, cuando al entrar en una sala de espectáculos hemos advertido escasa comurrencia, siempre se nos ocurrió pensar: «Con seguridad vamos a ver un buen film.» Y pocas veces falló la profecía. Ejemplos notables de ello son Back Street (presentada en España con el titulo de IM tisurpadora)\ El camiiut de la vida, extrat)rdinario

«sor A n g r i i c a » , •e ha situado, con FU magnífico triunfo e n esta gran producción en cl primer plano d e ias estrellas españolas Antoñito Viro en su magnífica creación de «Patricio miró a una estrella», producción Ballesteros-Tona Film, que pronto seri presentada en la pantalla madrileña

füui lie riiHuvkiu: Coeiii de Lilas, de Auatole Litvak, L-ieaii/in postuma de Marcelle Romee; Amor prohibido (Forbidden, en inglés), de Frank Capra, por Hárbara Stawitck y Adolfo Menjou; El ordenanza, de Tourjansky, sobre un cuento de Guy de Maupassant; Jeán de la Lune, de Jeán Choux, con Rene Lefevre, Michel Simón y Madeleine Renaud; Arianne, de Paul Czinner, con Elizabeth Bergner; La linea general, lÁebelei y muchas más. Abochorna pensar que muchos de estos films que en Madrid se sostuvieron por un milagro de equilibrio siete días en cartel, con pérdidas considerables—sobre todo, La usurpadora, en el Avenida, y Camino de la vida, en la Opera—, consiguieran en París un é.xito sin precedentes, puesto que la primera se proyectó en el Estudio Caumartín durante más de un año, y la s ^ u n d a alcanzó cuarenta semanas consecutivas en el local de estreno. Y son dos grandes, dos soberanas obras, orgullo del cinema, que pasaron silenciosas por nuestra-^ pantallas, sin rozar la sensibilidad del púbUco. Del público y de muchos críticos (?), porque en este mundillo del celuloide aun no se ha creado una crítica serena, ecuánime e inteligente . —salvados algunos que la ejercen i sobre este trípode indispensable—, I que y a nos está haciendo mucha W falta.


En contra-ste con lo expresado, esa estupidez que se llama Luces de Buenos Aires y la inconmensurable insensatez de La momia —pongamos por caso—convertían en un río de oro las taipiillas de los cinemas. ¿.Qué probaría e.sto? ¿Que el cine no puede .salirse del nivel medio de cultura del público que lo frecuenta? ¿Que éste, con excepción de un tanto por ciento muy reducido, no logra captar las emociones cpie le transmite la pantalla? ¿Que rechaza por lo que le falta de vida y le sobra de expresión mecánica al cinema como manifestación artística? Esta última interrogación quizá pudiera arrojar algima luz sobre el problema. Reprobada por nosotros, claro es, puesto que si los procedimientos—fotografía, sonido, reproducción — son mecánicos, cierto es también que la técnica del fotógrafo, la inspiración de los actores y el talento del director que ellos recogieron y registraron, son todas palpitaciones de vida y fruto de cerebros artistas. Y aquí sí que pierde su mecanismo frío el cinema para convertirse en creaíión artística. Y si esta creación se alimenta para nacer de sentimientos bellos y se apoya en las tres columnas básicas^—concepción, ejecución y emoción—indispensables en toda obra de arte, ¿por qué negarle al cine expresiones, calidades y va ores de belleza? El cine ha dado obras umy hermosas, superiores a muchos, muellísimos poemas, valga la supuesta herejía. Pero desde los tiempos lejanos del cinema mudo (que los que de verdad le amamos no hacemos sino añorar), el invento de los hermanos Lumiére, al tomar la voz, rebajó considerablemente sus realidades artísticas. Se alejó. Y lo que había tenido expresión auténtica y personal de belleza indiscutible—tales Amanecer, Soledad, Fausto, Varieté y El último—se convirtió en teatro. Y la pantalla, magnífico horizonte

y amplio caiiqto donde caben las más audaces fantasías y las má> riandiosa-í realidades, vio limitada au amplitud a las cuatro pare<lei' de un escenario. El cine dio un paso atrás de más de tres lustros, con peligro de convertirse en astatua de sal. \ ahora se nos ocurre una duila. Si el cine no ha logrado aún el nivel artístico que alcanzó antes de cobrar la voz, ¿por qué rechazar las obras buenas que ahora nos da, aunque guarden reminiscencias teatrales? Siempre hemos combatido al cinema como segundón del teatro; siempre hemos deseado que halle su camino, lejos de los escenarios; pero, entretanto, veamos y admiremos La usurpadora. La casa de RoÜuichild, Jeán de la Ijuney Marius. ¿Es que estas obras son peor teatro que el sin fin de necedades que a diario soportamos entre decorados de papel festoneados eon tachuelas? El buen teatro, en el cine lo será también, aun<pie nosotros no miremos con simpatía ese camino. Sin embargo, el público que aplaude a rabiar las insulseces que en los escenarios nos sirven—tan bajas, tan Conrhiia Piquer y ]og¿ Nieto en u n bello instante de «Yo canto para ti>, visión cinemalO|;ráfira de u n gracioso argumento de Ram o s d e Castro, llevado a l a pantalla por Fern a n d o Roldan con excelentei. calidades téeniea» artísticas

bajas (pie .se mezclan eon IJna CKCi-na de «Crisis >, la magnífica el fango—, bosteza y lla- mundial realización d e Benito ma «tostones»—nueva pa- f»erojo, que ha señalalabreja—a un Jeán de la do uno de los mayores Ijune o a un Orderuima, éxitos de las producespañolas en la y aplaude y llena el cine- ciones pantalla del Rialto ma donde Greifer se mete en aventuras policíacas y Boris Karloff presenta una nueva carátula siniestra. Por todo esto, encaucemos nuestro cine, que ahora nace por sendas dignas, sin encenagarle, sin darle tonos de mal gusto. Hay que alzarlo hacia el cielo, en bus(ta de bellezas; no hundirle en el barro y revolverle entre inmundicias. Así, cuando surja en nuestro suelo un film digno de pasear por el mundo el arte patrio, que no sea aquí donde el público, estribado por manjares anteriores de torpe confección, pueda decir de C a t a l i n a Barcena, la ilustre actriz, en «Seél: «Es uu tostón», frase ñora c a s a d a necesita con que muchos bautizan marido», divertida peuna obra cuya belleza ni l í c u l a de José l ^ p e z siquiera atisban. Rubio, filmada en Hollywood, b a j o la supervisión de Gregorio Martínez Sierra

F. HERNANDEZGIRBAL


Vuelve de nuevo a la pantalla Paul Horbiger, el galán admirable que en «Paprika», con Kranrisra Gaal. dió ante los públicos de todo el mundo una prueba n«agnífíca de su excepcional temperamento. Paul Horbiger es un ejemplo típico del galán en quien los impulsos juveniles están frenados por las madureces del otoño; la pasión tiene en él un contrapeso de experiencia. F.l gran actor, sobrio de gesto y de ademán, de una profunda emoción humana en toda su labor, vuelve de nuevo, esta ve^ con Jenny Jugo—una d» las más nuevas y má bellas figuras del cinc ma —, en el film «Señorita, señora», que llega a nosotros precedido de la expertación de las grandes creaciones cinematográficas. Paul Horbiger será, una vez más. ante el público de Madrid, el galán lleno de espíritu, el actor que matiza su labor amorosa en la pantalla con un seguro dominio de las elegancias otoñales.

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L cinema es to<lavía muy joven, pero en _J cada país tiene ya su tradición y cuenta aún con algunas figuras que le dieron vigor desde un principio. Emest Lubitsch es para el cinema alemán, sigue siendo jiara el cinema alemán, lo que George Meliés para el francés, y Mack Sennet, con él inglés Cliarlie Chajilin y cim David W. Griffth, ¡¡ara cl yaníjui. Pero a veces ocurre algo f at al. Hay países ([ue después ce haber conquistado una tradición y d e s p u é s de haber señalado una figura, lo pierden todo. Y esto es lo que ha o c u r r i d o en A i (• rn !i n i a

con el cinema. Perdió la tradición de sus obras wr desperdiciar a maestros que, como Lubitsch, a hubieran polarizado hasta hacerla el norte y (entro del cinema nmndial. Emest Lubitscli empezó a trabajar en Alemania como reaHzador en 1912. En aciuellos tiempos fué cuando verdaderamente se estableció una lucha por dar su interpretación al cinema y por buscarle una forma 'irtistica adecuada. Lubitsííh logró realizar Los ojos de la momia, film que después de algunos ensayos colmó en parte sus d&^eos. Más tarde, con la rica colaboración de actores como Emil .Jannings y Pola Negri, terminó la definición de su temperamento <:on la producción de La mujer de Faraón, Madame Du Barry, Ótelo, Carmen, La princesa de las ostras. Pasión, Federiro el Grande, Arux Balería, Sumurum y Decepción... Aquí em()ezaron a ahogarle los angostos Estudios de Alemania. Despreciaba sus libracos, su polvo y todo ese asf»ecto que tenían de monasterio cerrado, ilonde sólo se respeta por dentro la mística y secular cultura ih Occidente. Quería aires nuevos, que-

ría atravesar el océano para oir bis notas del jazz y para olvidar la morada maciza en donde tantos años aprisionó a su cabeza para hacerla soltar algo de ese jugo que tanto necesitaba el cinema. Y marchó a Hollywood, dejando atónitos a ' 'MMitriotas. ¿Por qué se marchaba LuHollywood? 'ué a causa de unos amores?... En un aiticulo firmado por Eugéne V. Brewster, y [)ublicado en un número de Motion Picture

de atjuella épiua, leemos lo siguiente Hcerca de la incorporación al cinema yanqui de Emest Lubitsch: «... Ponpie la llegada a Hollywood del animador alemán Ernest Lubitsch está rodeada de cierto misterio que no logramos aclarar. En los cír<;ulos cinematográfii;os se dice que ha venido a pasar una temporada; al mismo tiempo se afirma que su intención es quedarse en Hollywood a tral>ajar en los Estudios Paramount. Alrededor de esto último se riimorea que Lubitsch no volverá más a Berlín, v que su incorporación definitiva a Hollywood obedece a una causa de índole amorosa y sentimental.» Desdo entonces acá han transcurrido cerca de doce años, y Lubitsch no ha salirio todavía de Norteamérica. Hay una brecha en su carrera artística que nosotros vamos a aprovechar para divagar i m poco. Ernest Lubit.sch trabajaba con su padre en una tienda de ropas hechas. F>a un dependiente jovencito y bastante soñador. Su pe-^adilla y abstra<'ción constante era el teatro. Mucha.« noches velaba, y sentado en la (^ama cons-

truía castillos inijiginarios, soñaba con la gloria. Todavía no había llegado el cinema a él, ni él al cinema. Víctor Arnold era un autentico valor de la comedia alemana. Arnold fué quien descubrió a Lubitsch, le educó, le hizo dar los primeros pasos en las tablas y consiguió que debutara en el Teatro de Max Reinhardt como actor de primera categoría. Lubitsch se enamoró de Fita Leibelt, antigua vecina suya, que trabajaba en el mismo teatro. Un poema de Virgilio no se hubiera podido comparar con la poesía sentida })or Ernest en este


primer ™ .

t l n . noche, el empresario ,lel .ea,ro hal.ló eon Vielor Amold. Vletor AmoW

' • ^ " y r i t Sír del teatro a t , y . Fita. No h ^ e s e a « , de l o . e o ^ y o , . ¿entiendes?, y voy a hablar con t u padre... condición de que quedase Emest no estaba dispuesto a sacrificar n a d a . . balió del teatro a co M H Fita. La necesidad les separó por unos meses... A Fita la despidieron del teatro, y no g contrar a Emest. Ernest Lubitsch era y a actor de cinema. Meses más tarde, vista su inteligencia, le confiaron la realización de una película. Lubitsch dejó de ser actor para convertirse en director. Unos años má.,, y ya era una tigiira destacada del cinema alemán. Ernest Lubitscli uama sido el único capaz de popularizar nombres como los a e Emil Jannings, Pola Negri, Lia de Putti y Ha,rry Liedtke. Eugene V. Brewster hace alusión en su articulo a estos momentos de plena actividad artística. Dice que hecho y a un gran señor, se permitió un día dar un paseo por los Darrios antiguos donde su padre tenía la tienda, he encontró con una mujer guapísima, habló largo rato con ella y se retiró. Al día siguiente fué a los Estudios preocupadisuno. Un mes más tarde embarcaba para Norteamérica, ¿bena aquella muchachita Fita Leibelt? En esto basa 8"s razonamientos Eugene V. Brewster, para decir que Lubitsch marchó obedeciendo a una causa amorosa. En Hollywood

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A pesar de las razones que Eugene W. Brewster establecía en aquella época, yo opino que Eraest Lubitsch marchó a Cinelandia inducido por el deseo máximo de gloria y de oro, por el que van todos. Durante el tiempo que lleva Emest Lubitsch en Norteamérica ha producido y a Rosita, The Marriage cirde, La locura del charleston, Una aventura en el Metro, Montmartre, El abanico de

Miriam Hopkins y Frederic ; Marcb en un apasionado m o - | mentó de una de las últiuiai) i producciones d e L u b i t s c h t I «Una mujer para dos» ^

Otr. escena de «Un ladrón en la alcoba», la magistral producción d e LubiUch

lady Windermere, IJO fri- \ volidad de una dama. El ¡ principe estudiante. El pa- \ triota. Amor eterno. El des- 1 file del amor, Montecarlo, • El teniente seductor, Una, " hora contigo. Paraíso pro- ' hibido. Remordimiento, Un i ladrón en la alcoba. Si yo ; tuviera un millón, y su i más r e c i e n t e film: UTM ; mujer para dos. l De toda la dilatada obra de Lubitsch, estu- ¡ diada detenidamente, po- \ dríamos hacer muchas deducciones. Pero es mejor • no hacer ninguna... Lu- i bitsch es un gran tempe- j ramento, pero vendido y ' sin ocasión de utilizar sus ', grandes reservas artísti- ^ cas. ; Lubitsch, sin ese espi- ; ritu tan indoblegable de Moroau y de Stroheim, es un alemán que no debie- '. ra haber salido de Ale-1 mania. Hollywood enlo I quece a los artistas q u e : pisan su suelo, después de sustraerlos de E u r o p a . Pero ocurre una cosa curiosa: Alemania los repe-; le. Se juntan el hambre^ con las ganas de comer, j Alemania ha desaprove-j .'•hado a sus mejores artistas del cinema; ha perdido su prestigio traflicional y las figurtis que lo cimentaron. Qui-; zá hava en ftsto mucha lógica..., pero no una causa amorosa, como pretendió demostrai- Eugene V. Brewster. Porí algo Francia nos niega estos casos que con tanta frecuencia nos ofrece Alemania.—A. DEL AMO ALGARA ¡


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os condiscípu os de (jera Ñ a s ASTHEfto IARSH4NS0>

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o se ha escrito todo lo debido sobre el magnífico galán Nils Asther, acaso el que haya hecho más fuerte impresión sobre los púbUcos femeninos en estos tiempos del cinema sonoro—Letty Lynton, La amargura del general Yen, Tempestad al amanecer, A la luz del candelabro, creaciones de imborrale recuerdo—, ni se le han reconocido por crítica sus altas cualidades de actor que no se parece a ninguno y que tiene una aristocracia—lo contrario de rebeldía—dentro de su arte personal, vigoroso y exquisito a la vez. Se le han dedicado elogios-—sin gran lujo de propaganda—, se ha reconocido en parte su labor; pero otros nombres bastante más inferiores han brillado, al parecer, con intensidad muy superior a la del suyo. No importa. Allí donde se anuncie la actuación de su imagen, exótica, sugestionadora y varonil, las mujeres acuden con un íntimo temblor de cmiosidad, de cita furtivamente amorosa. Nils Asther, paisano de Greta Garbo, ha sido, no puede negarse, su galán ideal. Ideal en el sentido de formar un choque vibrante de temperamentos, del que siempre surge la chispa de la suprema inspiración. Son—mejor dicho, fueron—dos fuerzas pasionales, potentes, combativas, formidab es. Hubieran terminado por anularse la una a la otra, sin compasión, con el ardimiento terrible de dos feroces adversarios a muerte. Y este inevitable duelo fué cortado por el Destino cuando más mteresaba a los espectadores, que acudían al palenque de los cinemas con una emoción traducida en abundantes—perdonad el prosaísmo—recaudaciones de taquilla. • • La pareja cumbre Greta-Nils se h a ido de las pantallas, y no hay vislumbre de que vuelva. Por eso, hoy, al recordarla, se puede recono-


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cer-ladi.taixo¡a o la ausencia engañan menos que la c i a - ^ u e jamás ella ha tenido que desplega.- tanta gama seduc^^^^^ cornt/junto a él, por sostener su relevante personalidad de .vampiresa. vínica e invencible. „ . ., ^.,„ Hubo escenas en Orquídeas salvajes y Tent^ que mostraron incluso una momentánea superioridad de Mis sobre ureta. No en balde halMan sido compañeros de estudios esceiiicos en Estocolmo, v í«taban acostumbrados a los falsos idilios de la Academia Dramática. Se conocían perfectamente, demasiado quizá. Y sabiendo sus puntos débiles, teman que estar continuamente en guardia por rio concederse fáciles ventajas o puntos vulnerables de expresión. El más gallardo v peligroso amante de Greta, en 1* P ^ * ^ ' ^ ' sido Nils. Junto a él llegó a sentir debilidades que no han vuelto a reproducirse, ni es probable que se reproduzcan., a no ser que su ex condiscípulo de Suecia figure en uno de los vemderos repartos de la estrella famosa. (Y esto, para los que no ignoramos su historia intima, sabemos que es casi imposible.)

Otro paisano y condiscípulo d e ' a Garbo logró brillar ^^yj^^^^'l^ genial resplandor: Lai's H ^ s o n . Adivinamos un gesto de muchos d'e nuestros lectores, competentes ^ i c i o n ^ o s de perior a la nuestra, profesional. Porque de Lars Hanson, el actor desapaie< KIO, lav una memoria insuperable de calidad artística. El galán inolvidado de IM mujer dimna encamó siem)re, por su aspecto físico, enfermizo y débil, pape es de víctima amorosa. Fué el reverso de Nils, cl amador de presa, de ojos felinos y enervantes caricias. Lars, con sus ojos azules, mansos, cargados de ensueños iiTcalizables, exhibía en la pantalla una inmensa bondad que obligaba a compadecerle, a admirarle, a quererle. Lars Hanson fué un artista maravilloso, sublime, ungido de una sencillez que confundía y hacía uialo—o sospechoso — cuanto tocaba o le rodeaba. Era el justo, el simpático por compasión, el bueno por fatalidad. A su lado. Greta parecía el espíritu de la i)erver , sión, la flor venenosa, la mu- l É Ü t jer reptil... Daban ganas de gritarle: «¡No le engañes!» Porque su traición, que recaída sobre otros nos dejaba indiferentes, n o s p a r e c í a monstruosa c u a n d o de él —¡pobre corazón amante y crédulo!—se trataba. El más desgraciado amant« de Greta Garbo—hablando de amantes de ficción, se entiende actuó siempre con un éxito clamoroso. El espectador acababa por fijarse en aquel hombre, que no pretendía atraer su atención, ni mucho menos. Y la impresión que dejaba en su ánimo persistía después de la proyección del film como una huella indeleble—y verdadera—de humanidad.

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Es lamentable que hablemos en pasivo. Nils fué la potuviera no anda sobracomo ellos dos, los paisanos y condiscípulos de Greta. ¿Verdad, lectores? Por eso hemos traído a estas páginas sus nombres, unidos, en un paralelo de justa valoración. Como deleite de horas pasadas frente a sus imágenes y como duelo por la interrupción ae sus legítimos triunfos. ¡<iué alegres iríamos al cine si supiéramos que ellos nos esperaban—amigos de devoción recóndita—en la tela animada de las mil maravillas, para sacudir nuestra dormida—por la fuerza del materialismo ambiento •sensibilidad, para conmovernos, para hacemos amar y padecer con ellos, como verdaderos hermanos! Y que su vuelta—que no podía'ser sino triunfal—fuera en torno de quien pudo y supo inspirarles con su belleza extraña y su inteligencia prepotente, dignas de u n í diosa que no dejara de ser mujer, para hacernos creer que no era del todo imposible para nosotros.—SANTIAGO AGUILAR Arriba: F.l famoso galiit Nils Asther, intérprete de tipos inolvidables sobre la pantalla, es. araso, el hombre que más inten-st hoy al público femenino. Anunciar una pelicula «'lya supone la f e l i c i d í d - p o r unos días, mientras dure la p r o y e c c i ó n - d e muchas cabecitas soñadoras y muchos corazones sensibles.

F.n el circulo: Lars Hanson, el galán sueco que triunfó de manera rotunda junto a Creta en «La mujer divina» (he aquí una escena de dicha pelicula muda), fué el galán débil, enfermizo y bueno como un milagro de bondad, sacrificado en la cruz de su pasión... Rra el simpático por compasión, el infeliz por fatalidad...

Abajo: l'n momento de «Tentación», por Greta y Nils, la pareja que se ha ido de las pantallas s i n esperanzas d e volver. Por eso hoy, al recordarla, podemos reconocer que jamás ella ha tenido que desplegar tanta gama de seduccioncí como junto a él, por sostener su relevante personalidad de «vampiresa» única e invencible

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El •iiligiio café «Au raittin df Coriiilhe» eu una eM-eiia de .Los miserables», grandio odiosa suiíerprodurcióii europea, que pronto será pri-->enluda en la pantalla madrileña por Riesgo-Film

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Por lo importancia d e su rec lización, por el reparto ortíj tico, nunco igualado, la pe-

lícula de LOS MISERABLES, constituye el esfuerzo moa grande que se ha intentat en la cinematografío europí


lim rlrgantttiinMM (rajes d e mañana, u n o d e l i c H M t a m e n l e «rhir> p a r a estar en rasa, y tres suntuosos y d e s l u m b r a d o r e s «robes de soir», son l o s modelos q u e h o y ofrecemos a nuestras lectoras en esta página d e «Ele¡rancias r i n e n i a t o g r á n r a s » . consultor i n c o m p a r a b l e de la moda actual

«ontentaros con la atlmirativa conteiiiplación de las proezas de los patinadores y <elebrar sus habilidaties, confortablemente guarecidos del frío entre la esponjosa y cáli<la caricia del fuerte traje montañero. Y después de haber gozado el placer de recibir sobre el rostro durante unas horas el aire sano y vivificador de las cumbres, el potente y veloz automóvil os devolverá a la ciudad, con sus luchas y sus inquietudes, pero también con su seducción y sus atrat-tivos. Y acaso también a la hogareña chimenea, junto a la cual, y mientras los leños «•repitan incesantemente devoratlos por el fuego, evocaréis los incidentes amables de la jornada. Pero en todo caso, ya seáis ferviente.ciiltivadoras de la vida saludable e higiénica de la campiña, ya vuestra predile<'ción se encauce por los incontables atra<tivos que la vida de la ciudatl ofrece a quienes saben y pueden gustarlos, CINK<»RAMA8 os .brinda hoy sus páginas en las que, com(j \yov el suntuoso salón de morías de un costurero famoso, desfilarán las últimas creaciones de la mo«la en sus múltiples y diversos aspe«'to8. A nitxlo de «ma»'i<(uies», lucirán las galas que ofre<'emos, lectora, a t u insacial>le avidez, bellas y célebres artistas de la pantalla, cuya elegancia y rhú' t ú misma halirás celebratlo más

<le una vez. Y no temas que en ningím caso la contemplación <le algún modelo te haga exclamar: «¡Cualquiera se atreve a llevar eso!* I^as artistas del film—JU fin mujeres—han sabido ir desterrantio de sus toilettes todo aquello «(ue pudiera resultar excesivo, ostentoso e impracticable, y actualmente lucen en la pantalla atavíos que, igual que en las películas, pueden exhibirse en l a vida cotidiana. Tienen a su favor es- ' tos modelos el doble mérito de haber sido creados por modistos de fama universal y de hal)er sido estudiada cada una de sus particularidades por el gusto depurado y frecuentemente exquisito de unas mujeres no solamente bellas, sino obligadas a realzar .su hermosura mn la fotwieneiKla selección tle sus galas. MIOSOTY8


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ENTIDAD

PRODUCTORA VISTA

« cierto—le hemos preguntado al doctor J Hugo Donarelli, fundador y director general de la í'ono-España—uue, paralelamente al doblaje de películas, piensan ustedes ftste año producir films españoles? —Cierto—nos ha respondido—. F'ono-España empezará en breve su producción nacional, y para ello está equipando un nuevo Estudio, que puefla trabajar simultáneamente con los que ya tiene nuestra Casa. —¿Características de ese P>tudio? —Se halla completamente aislado con bonroc, que es el material preferido para el sonido en los Estudios de Hollywood y de Ixmdres. Este material, cuya curva de absorción es perfectamente lineal, a s ^ u ra la fidelidad absoluta de la impresión del sonido, sin reverberaciones ni resonancias, lo que influirá, como es lógico, en la calidad de nuestra producción, que será intensa y varia, para atender a las exigencias del público español en todas sus categorÍAs. El doblaje de películas nos ha servido, entre otras cosas, para conocer de cerca lo que hace vibrar el alma española, y a eso va FonoEspaña, inspirándose en el te.soro literario, folklórico, psicológico e histórico de esle noble |)aís.

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dard—como se dice en argot cinematográfico debe hacerse en doce días. Una preparación perfecta y activa dispuesta en un escritorio debe permitir a un Estudio bien organizado y equipado una producción de dos películas mensuales. —¿Qué dice usted? ¡Pero si aquí, entre Estudio, exteriores y montaje, hay quien emplea tres meses crecidos de talle! —Falta de organización, no le quepa duda. Y ya hablaremos de esto. Sigamos con los errores. Uno lie los más graves se me figura que es el no abrir caminos a la exportación. Hasta sus rutas naturales, como son las de Argentina y Méjico, y toda la América española, están casi cerradas a la producción en castellano.

Lo- errori^ de la producción naeional ¿Qué opina usted, señor Donarelli, de nuestraproducción actual? —Sin pronunciarme sobre su calidad, quiero ser franco en lo que pudiéramos llamar el método de producción y explotación. En este sentido a d v i e r t o g r a n d e s errores. Voy a enumerarlos concisamente, porque su desarrollo rebasaría los límites de una interviú. Anote: Cos te elevado cisi siempre, lo que introduce un desequililiriu fatal entre la calidaid de la producción y el esfuerzo económico que representa Falta de Estudios ailecuados que permitan ahorrar tiempo, aumentar la producción y reducir el Coste. Presupuestos que rebasan las posibilidades del mercaflo español y que parecen hechos soñando en H o l l y w o o d . Excesiva lentitud en el trabajo. Una película corriente, stan-

Organizaeión, mágica palabra —Y para evitar esos errores, ¿qué hará FonoF^spaña? —Ante todo, establecer una organización como la que nos [>ermitió en tres meses equipar nuestros Estudios de Madrid para el doblaje de películas americanas. Gracias a esta oi^anización, desde Marzo último hasta la fecha, Fono-España ha doblado, a satisfacción de todos sus clientes, cincuenta y siete grandes películas. Y es que la organización es una fuerza mágica. Reduce los gastos de cualquier producción en un 60 por 100. Reducir gastos quiere decir aumentar la producción. Y aumentar la producción equivale a descubrir nuevos elementos técnicos, artísticos y literarios. Y, como consecuencia de esto último, se ensancharán los horizontes de la producción española, hoy en manos de unos pocos, bien conocidos de todos. —Sí, señor: bien confxíidos. Clásicos ya, como si dijéramos, aunque no por sus obras, y que amenazan perpetuar la edad de piedra del cinema español. El divismo.—<-Ele, ele" y la "telanda"

Ki doctor Hugo Donarelli, consejero delegado y director general de Fono-Rspaña. que en breve acometerá la producción de películas españolas sobre la base de unos bien estudiados planes y una organización administrativa que permitirá la máxima calidad eon el mínimo de costo

—No quiero ni debo juzgar a nadie—dice el señor Donarelli—. Pero le aseguro que mi gran preocupación será la de contrastar valores artísticos y técnicos, sin dejarme sorprender ni deslumhrar por espejuelos de nombres. Eso no tiene importancia, al menos para mí; lo importante es la obra de cada

cual. Otra de mis convicciones es la necesidad de reducir, en favor de la producción nacional, las pretensiones personales excesivas. El divismo es peligroso en una cinematografía naciente. Y el divismo infundado es, ademáíi, inaguantable. El individuo que pretende mucho para ^ disminuve las posibilidades de producción. ¡Ele, ele! —¿Cómo dice usted? —Es una expresión que usamos los castizos para dar a entender que estamo.< conformes... con lo que al margen se expresa. —¡Ah! —Y de *telanda», «monises» o, para entendernos, «beatas», ¿cómo andamos? ¿Hay acere di che? Porque aquí, en España, todo es coser y cantar y andar por el aire en esto de cinematografía, hasta que llega el presupuesto y... ¡cataplum!, sueños a tierra. —Comprendo. Fono-España dispone de todos los elementos técnicos para la producción de películas y, además, tiene dinero. Producirá sin agobios y sin hipotecar su libertad ni su labor. Precisamente uno de los móviles que me impulsan a la producción directa es el deseo de demostar a los capitalistas que este negocio es seguro cuando se emprende con seriedad, método y garantías técnicas y artísticas. Y en esta demostración—que a la vez será un negocio, no lo dude—Fono-España comenzará antes que nadie exponiendo su dinero, que es el modo leal y honrado de predicar con el ejemplo, a ver si así convencemos de una vez al capital español, tan reacio—quizá por escarmentado en algunas aventuras sin pies ni cabeza—de que la producción de películas habladas en castellano es un negocio seguro y espléndido, siempre que se acometa, vuelvo a insistir sobre este punto, con la inteligencia y la honradez que todos los negocios exigen. Los que "traen las gallinas*' —De acuerdo, señor Donarelli. Y a ver si, por fin, vamf»s a tener en España una entidad con capital «de veras» para llevar al celuloide algo de nuestra alma. —La tendremos. Fono-E)spaña rompe la marcha. Da cuanto tiene. Confío en que pronto la seguirán de cerca, o unidos a ella, ctros elementos valiosos. —Sieiiro, señor Donarelli. Oyéndole a usted cree uno hasta en las cualidades cinematográficas de Sor Angélica... O deWárida viUi único fiore!, llamó Leopardi al amor. Y^o creo que el entusiasmo embellece la vida tanto como el amor. —¿Le llama usted entusiasmo a mis manifestaciones? Llámelas evidencia o convicción. —O voluntad. —Eso es: voluntad, que todo lo vence. Hasta la indiferencia en que se ha petrificado la iniciativa cinematográfica española. Ya verá usted... —No, si estamos acostumbrados, nosotros, que descubrimos un mundo, a que los demás nos descubran a nosotros. Es fatal. Ija verdadera producción nacional surgirá por obra de ustedes, que s<m los que siempre «traen las gallinivs» a Pispan a. G.


C a r o l e Lombard de Paramount Pictures, es la belleza de los dientes de perla

A d q u i e r a

usted

Con la

P a s t a

adquieren las.

perlas

D e n s , los

la belleza

Suavemente,

atacar, hace

Dens

brillar

sin

limpia con

de

dientes las

rayar

el

oriente, c o m o e n el vivo Use Dens, el dentĂ­frico

T U B O , 2 PTAS.; P E Q U E Ă‘ O , 1 , 2 5 '

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B

-

cas sanas y

ni

esmalte;

uniformidad

del retrato; desinfecta y

per-

su

ejemplo perfuma.

de las bo-

d e los d i e n t e s

bellos.

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ID

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B U E N O S

AIRES


A moda cambia constantemente; pero la mujer es eterna. Rsto se lia dicho en todos los idiomas, y es una verdad como un templo, q^ue nosotros no queremos discutir y que admitimos con una humanísima sonrisa de comprensión. Otra verdad incontrovertible es la que se encierra en este apotegma pretencioso y relativamente moderno de M. Chantal: TJCS mans oublient quil faut a chaqtie femme un amant, et que, s'ils nont soin d'étre celui de leur épouse, elle en choisira un autre. Siguiendo por este camino, podemos sentar también que las mujeres se rinden con más feícilidad que a los hombres a la leyenda que les viste. Don Juan, ese Don Juan español, prototipo del eterno conquistador, gana batalas al solo prodigio de su nombre. Claro es que todas sus victorias no valen ni una sola de las mías. Al fin y a la postre, ¿cuáles son sus conquistas? ¡Pobres mujeres experimentadísimas o fáciles doncellas sin experiencia! Las mujeres de Don Juan no tuvieron talento nunca. De haberlo tenido, despreciáranle olímpicamente, pues no vivía en él un valor espiritual aceptable. Era bebedor, jugador, tramposo, falso y cursi. ¿Qué se puede esperar de un hombre con el pelo , rizado? Porque Don Juan tenía el pelo j rizado. IMS ilustres compañeros que en el mundo hicieron la apología de Don .Juan se dejaron en el tintero este pequeño detalle: Don Juan tenía el cabello negro y ondulado... ¿Qué os parece?... ¿No lo sabíais? Pues aquí tenéis el secreto de sus triunfos. IJÜS mujeres, en general, aman el vino, el juego, la trampa, el engaño y la cursilería. Y todas estas artes o prendas no se dan más cjue en los hom bres que tienen el jielo en ondas J

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sedosas, brunas y brillantes. ¿Comprenderíais vosotras, caras lectoras, a un Don Juan rubio, con la cara moteada por minúsculas pecas y pajizo el pelo, lacio y atusado? A que oo. Y es natural que no comprendáis un Don Juan de esta lacha. Don Juan fué un símbolo que persistió hasta hace muy poco tiempo. La civilización le hirió de muerte. El arte o el artificio de los hombres le dió el golpe de gracia, y nos cabe la gloria de que haya sido nuestra generación la que ha conseguido alejarle de la mujer para in sécula seculorum. ¿Que cómo obró el milagro? Sencillísimo. ¿No habéis visto en las calles de todas las ciudades letreros en todos los tonos que os invitan a haceros la permanente por doce pesetas? Ya veis qué fácil y qué rápida y qué definitiva la muerte de Don Juan. Dividiéndole, subdividiéndole hasta el infinito; creando hombres con cabelleras onduladas por doce pesetas, en todas las ciudades y en todos sus barrios y en todas sus calles se generalizó tanto el tipo, que ellos mismos acabaron por anularse. Creando Don Juanes se mató a Don Juan. ¡Oh el milagro de la ondulación Marcel!

Pues bien: ahora que Don Juan está muerto; ahora que nadie, ni las mismas mujeres, creen en él, un inglés (Mr. Jeanson), un alemán (Korda) y un yanqui (Douglas Fairbanks) han querido resucitarle, adaptarle y cinematografiarle. Dicho así, de buenas a primeras, no tiene ninguna importancia el intento: los tres han demostrado talento más que suficiente para dar cima a empresas de esta índole. Pero los españoles no tenemos suerte. O nos interpretan tres idiotas sin importancia, o nos equivocan tres hombres ilustres. Lo difícil está en saber qué es lo peor en casos como éste: si el idiota o el equivocado por capricho. Seguramente el inglés JeansOn no nos conocerá, o nos conocerá por encima. Para los ingleses, la Península ibérica es redonda, con sonajas, ma droños y un toro en medio. El beatífico Korda, cuya esposa, la bellísima y alegrísima actriz cinematográfica, que dió el primer lustre al apellido del marido, paseándole por calles y plazuelas, le enseñó a pensar en España, en sus fiestas de sol, de sangre y de cuernos, y cree, sin duda, como el anterior, que una mantilla, una taleguilla y unos alamares son el summum de lo español y lo típico en la España de ayer y en la de hoy, púa"» para ellos Hispana murió al finalizar el siglo XVII. En cuanto a Douglas, ni hablar.


Estuvo recientemente en nuestro país, visitó sus ciudades más importantes, acudió a sus tiestas típicas, se llenó de sol ea sus cosas taurinos, y a pesar de sus andanzas y de sus observaciones, se llevó de España lo que trajo: prejuicios, cerrazón mental y ganas de molestar. Me quedo con los idiotas, o, por lo menos, les prefiero a estos tres inteligentes. Y el caso es que cuando la Ixindon Film realizó La vida privada de Enrique VIII, procuró evitar los anacronismos, estudiar la época, dar vida a unos amblen tes que le valieron el aplauso unánime de la critica internacional. Peí o se trata de cosas de España, y aquí la Historia es lo de menos. Sus costumbres, sus trajes, no son objeto que merezca un estudio, aunque somero. Con lo español se puede dar a la imaginación ancho campo sobre el que batir vuelos y fingir luminarias. España no toma represalias. Ixjs españoles somos buenos chicos a los que se nos pued? hacer tragar una producción estúpida y sacarnos el dinero sin que protestemos de que, de vez en cuando, se nos caricaturice a los ojos del mundo, se nos falsee ante la Historia y se nos burle sin razón. Claro es que un día el pueblo español se levantará, y les dirá a los grasicntos comerciantes de Yanquilandia: «Muy señores míos: Estuve soportando vuestras befas constantes y sufrí resignado la herida cruel de vuestra falsía y de vuestra desvergüenza. Pero y a estoy cansado. Desde mañana vuestra prcxluccióo recibirá en

España el pago (pie merece. Silbaré, patearé a vuestros artistas; quemaré las cintas en que hayáis encerrado una burla para lo que debisteis tener un respeto; levantaré mundos de papel impreso hasta ah ogaros, hasta haceros irresjurahle el aire de España. Si vosotros herís mi esjMritualidad y sus expresiones más nobles, yo os buscaré el bolsillo para asestar en él mi ven ganza.» ¡Guerra en España a la producción extranjera que haya ofendido nuestra Historia, nuestra leyenda o nuestra actualidad! ¡Y es que da vergüenza ver este Don Juan con una boina descomunal, una pluma de faisán como adorno, un chaleco a cuadros escoceses, una falsa manta jerezana y un aro pendiente de la oreja! ¡No hav derecho", señores! ¡No hay 'Irecho a -tanta - - -falsedad - - - v a tanto desconocimiento! Menos mal que en esta ocasión Empresas solventes de Barcelona y de Madrid se han negado a presentar en sus salas este prodigio de necedades en el que han colaborado representantes de tres de los países más civilizados. Sin duda tuvieron miedo a que el público español quemase sus salones de proyección, que no hubiese sido

otra cosa que un impulso justificable de legítima defensa. He aquí El último amor de Don Juan: Una posada española, y en ella, una sucia cocinera. En el hostal lleva una vida simple y monótona Mariano, un comandante retirado después de veinte años de servicios a Marte y a Venus, que se deja seducir por la leyenda de Don Juan y quiere «achicarle». Para ello comienza por conquistar a la cocinera de la posada. Sigue a este triunfo la conquista de una tal Rosita, una in-

Betty Hatnilton

genua, que termina por exigirle unos aretes de oro con que adornar sus menudas orejas. Mariano—Don Juan, mejor dicho—tropieza un día en su camino <;on una morenaza de ojos negrí simos—une belle farouche aux yeux jiers—, que le ha elegido como mensajero de amor porque, según ella, tiene una ligera semejanza con su padre. —Vous me rappellez mon pouvre papa—dice la bella. ¡Y Don Juan escala una torre para que, una vez en lo alto, la mujer ideal le tome como coiTeveidile! Las decepciones siguen a las decepciones, y viéndose ridículo y envejecido, retorna a su esposa, Dolores, a quien dejó adolorida, y que es la má» bella, la más dulce y la más inteligente de todas sus conquistas. «La impresión de armonía perfecta—<iice un cronista francés—que nos diera Korda con La vida privada de Enrique VIH era lógica; se trataba de una historia inglesa, rodada por in<r!eses en Inglaterra. Más tarde, en Catalina de Rusia, hubimos de notar que la atmósfera del Kremlin estaba un poquito lejos de la actualitlad ingloa. Pista distancia se nota mucho más aún en El último amor de Dii'i Ji> 'ii ' ¿' juier espectador

desapasionado se da cuenta enseguida de los kilómetros que separan a Londres de Sevilla.» «En cuanto a estas Dolores, Rosita y Antonina, protagonistas femeninas del film—sigue diciendo el cronista—, se ve a simple vista que son excesivamente británicas.» Si esto han visto en Francia, ¿qué vamos a de<ñr nosotros a la vista de esta españolatla hecha, al alimón, por estas tres eminencias? ¿Reclamar? ¿A quién? ¿Dónde que hagan caso a nuestros afanes, que no pretenden lUiis que un poco de respeto de quien no merece ninguno? Es preferible tomarlo a chacota, y tomar nota de los nombres del autor, director e intérpretes de la obra, así como de la Casa productora que la lanzó al merciulo. Y cuando llegue la ocasión, demostrarles que la dignidad es algo que sabe .-iciitir y (lefcndei- el pueblo español.


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El m e j o r f i l m d e ^ ^ g a n g s t e r s ' ^

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US películ&s tenian un realismo superior al de las películas que producían los otros directores. Podia enorgullecerse <le no haber utilizado jamás una decoración ni permitido que se fingiese, dentro de los Estudios, un «exterior», por insignificante q u e éste fuera. —Si la acción transcurre en China, hay que ir a China. Ix) contrario es engañar al público y engemarse uno mismo— repetía como razonamiento máximo de su «modo de hacer». Era enemigo de los «dobles», y los actores que trabajaban a sus órdenes se veían obligados a realizar cuantas proezas se indicasen en el guión. —Amigo mío, no tiene usted más remedio que a r r o j a r s e desde e s t e puente. Si muere u.sted, anunciaremos la película como su interpretación postuma, y a otra cosa.

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Pvlegía él mismo los intérpretes. -7¡5»'o me importa el rejiarto!—gruñía

lile dicho que necesito un galán joven! ¡Y de los que hay en la Casa, el que menos tiene c u a r e n t a años! ¡Me hace falta también un banquero; pero un banquero auténtico, no un «comparsa» disfrazado con un chaquet ! ¡Y una ingenua! — ¿ L a D r a k e , señor director? —¡La Drake se ha divorciado treinta veces! ¿Pero es que no hay un galán joven, un banquero y una ingenua en tt>do el mundo? En cierta ocasión le encargaron hacer u n a película histórica. — Perfectamente—rep u s o ^ ; pero tráiganme al propio .Julio César, porque yo no «falsifico» ningún personaje célebre. Otra vez le propusie ron realizar una película de gangtiters.


—No tengo inconveniente eu dingula—afirmó—, siempre, claro es, que ustedes me proporcionen unos cuantos gangsters auténtica^. — I J O S buscaremos. —¡Ah! Si opusieran alguna dificultad, pueden ustedes advertirles que, en honor a ellos, los revólveres se cargarán sólo con pólvora. A excepción de «el enemigo público numero uno.—(pie en aquellos días disfrutaba sus vacaciones—, tollos los gangsters existentes en la ciudad aceptaron la invita<ñón de la Casa editora. Y la película comenzó a «rodarse» entre el entiisiasmo y la atimiración de toilos. —Esperen aún. Ya verán la escena ultima... En la escena última, el drama a<l(pnria importancia de apoteosb. Ka roli.ía des.uluia la guarida de los gangsters, penetraba en ella resueltamente y se entablaba una lucha sin cuartel, escalofriante, en cuya realización se gastaron doscientos kilos de pólvora. Las detonaciones rompieron cinco micrófonos y fundieron seiscientas lámparas. Una maravilla de realismo, i n d u d a b l e m e n t e . lx)s gangsters disi)araban parapetados tras de los muebles; los policías, sin preocuparse de los compañeros que caían al suelo, avanzaban heroicos, (iritüs, maldiciones, l a m e n t o s . T o d o s los gangsters morían en la batalla. —¡Basta! ¡Muy bien! ¡liemos concluido! ¡Levánteme y a y pasen por «eaja» para que les paguen! ¡Levántense! Nadi'. obedeció la orden. —¡Levan...! El director se av alanzó sobre su ayudante. —¿Qué has hecho? ¿No te dije que los revólveres se cargaran sólo con pólvora? Unos segundos después el director dejaba

de zarandear a su ayudante. Los inaniuiados cuerpos de los gangsters no presentaban ninguna herida de bala: habían muerto de miedo ante el tremendo verismo de la es(íena. Publicidad

.\quella actriz había líjgrado una fama hecha a base de interviús hábiles, falsas noticias de Prensa, imaginarias biografía-* y {)ublicación de fotos en todas la^ revista^ y peri('>dicos del mundo. Era una artista inedi(Kre, cierto: pero, en cambio, su historia tenía un interés novelesco extraordinario. Había sido esposa de un gran diKpie, {)rometida de un príncipe y amante de un lio.xeadiM- fauKtso; un banípiero norteame.ri(ía-

no pagó con la vida las deudas que ella le hizo contraer, y un estafador internacional no tuvo inconveniente en declarar públicamente sus delitos y en dejarse prender por la Policía, a fin de conseguir la regeneración y, con ésta, el amor de ella. Había sido raptada quince veces y se había divorciado veinticuatro. Todos los días el Servicio de Publicidad de la Casa cinematográfica en cuyos Eistudios traba jaba la actriz famosa daba a la curiosidad de mi les y miles de admiradores datos sobre el pasado el presente y el futuro de la estrella: un recuerde de su infancia, una anécdota reciente, una gace tilla sobre la película en proyecto... Y, de vez et cuando, la noticia sensacional: el relato del acci dente automovilístico que estuvo a punto de costaría la vida o el anuncio de un próximo enlace. —FiS preciso sostener la atención del público sea como sea. Inventen ustedes algo; pero algo nuevo, original. Me consta que el público se cansa de leer siempre las mismas noticias. ¿Y saben ustedes lo que esto significa?... ¡Pues significa la ruina de esta marca! Hablen con ella, convénzanla de que está obligada a hacer algo extraordinario. Sí; ya sé lo que van ustedes a decirme: que es un espíritu vulgar y que ustedes han agotado todos los resortes. Lo sé. Pero es preciso, absolutamente preciso... Y ¡óiganlo bien! Nada de bodas, ni de raptos, ni de accidentes... Han abusado ustedes demasiado de esos trucos. Márchense y vuelvan dentro de media hora para decirme qué han pensado. Media hora después, míster Samuel W. Finks, director de la Casa cinematográfica en cuyos Estudios trabajaba la actriz famosa, recibía de nuevo en su despacho a la Sección de Publicidad. —Cuéntenme. ¿Hablaron con ella? ¿Pensaron algo extraordinario? ¿Estk decidida a hacerlo? —Sí, señor director. Ya lo h a hecho. Hemos logrado convencerla de la conveniencia de una publicidad extraordinaria y gratuita a base de un gran suceso... Y acaba de suicidarse. Aquí traemos ya, escrito, el relato de sus últimos momentos... EÍsperamos, señor director, que usted lo encuentre suficientemente interesante... JOSÉ SANTUGINI I1UST>ACI0KES DE «SAWA»


VI-

en una casa modesta de un barrio popular de Madrid. Era una muchacha buena, pero no tenia pajaritos sino era en la cabeza; era trabajadora y humilde, pero no trabajaba de modista; quería ser peliculera, pero no era mecanógrafa ni había concumdo a ningi'in certamen de belleza; era bonita, en fin, pero la faltaban movimientos. La llamaban Lina, de Carmelina—¡pobre muchacha!—, y vivía en una casa nueva, de ascensor y cuarto de baño, con una cocina do la que había de salirse para volver una tortilla, porque no tenía holgura; casa nueva, y y a con olor a verduras a todas horas, y con olor a sardinas a horas intempestivas. De cuando en cuando llegaba a los cines del barrio ima cinta de las que se pusieron por la Gran Vía con grandes anuncios, y la mucha«íha se impacientaba: —Esta noche vamos, ¿eh, mamá? ¿Vamos esta noche? —¿Qué cuesta?—preguntaba la madre, invariablemente. Pero la hija estaba en lo suyo, y siempre, sin darse cuenta, contestaba a lo que ella creía natural que preguntase la madre: —Pues trabaja Marta Eggerth. —Que qué cuesta, te pregunto... —¡Ah!... No sé; lo de siempre... —No, lo de siempre, no; porque unas veces son cinco y otras veces son seis reales. —No sé, mamá. Serán cinco. —O serán seis—replicaba doña Eulalia, que rebajaba enseguida a Greta o a Clara Bow a la c a t ^ o r í a de cuarto de kilo de pimientos y las discutía una •peirilla» en el [irecio. VÍA

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S in embargo, cedía siempre, claro está. Era una madre; gozaba con las ilusiones de la hija. Acaso se compenetraran sin palabras, y ella soñara con ser la madre de una estrella... El caso es que iban al cine. ¡Cine triste para ella! Toda la cinta, para Lina, era el suplicio de Tántalo. Todo, ¡todo aquello!, lo podía hacer ella: las frases sonoras arrastradas por el dolor; aquellas alegrías fotogénicas de manos en alto, para saludar de lejos al galán; aquellas miradas dramáticas desde las velos de la ventana al jardín nocturno, donde hay un hombre escondido; aquel dormir entre blanduras de seda; en fin, aquel beso a tomillo, ella pegada la cabeza sobre el iKimbro del héroe... ¡Cine triste para ella!... Soñar... y caer llorando. Todos los que la rodeaban por las but^tcas de cinco o seis reales navegaban sobre la [lelícula; pero ella, no; ella complicaba sus atenciones imaginando que iba dentro de la protagonista. De pronto el film tenia su desenlace; la luz se encendía, y ya estaban todos poniéndose sus abrigos. Pero Lina aun se quedaba quieta, a pretexto de salir sin que la atropellasen. y no era eso, sino que se quedaba en la butaca y con la cabeza baja, aun atenta a su propia película. Una noche fueron a parar a un film de Charlot, y esta vez no por deseo directo de la muchacha —¿qué sabía ella de Charlot sino que era muy gracioso?—, sino por sugerencia de alguna^ muchachas conocidas. ¡Era tan divertido! lAna se sentó y esperó la cinta sin ilusiones, y menos por aquellas «tontuna?» de Chaplin, con su hongo ridículo, que dejaba fuera dos macizos de cabellera, y sus ojillos de ribete macizo, con sus botas mirando a los escaparates de los lados, las dos con unas bocas abiertas, y su e m i t a lista, que siempre le da la broma de curvarse; en fin, con su bigiite a lo Charld, (jue \v) han con-

seguido ninguno de los que llevan los bigotes a lo Charlot. • ¡Qué tonto era el muñeco humano en el principio de la cinta! Eso le parecía a la muchacha, si no fuera que poco a poco el personajillo tonto—ese genio del siglo—iba pareciéndose a ella: las mismas tristeza», los mismos fracasos, las mismas esperanzas... y vuelta a caer. Si Lina advirtiera que Charlot la estaba imitando—que no es otra cosa Charlot sino un imitador, con toda la emoción de Lina y de quien como ella siente—, Lina se hubiera incomodado. ¡Bah, se burlaban de ella!... Pero ai picaro burlón se le olvidaba que todo aquello era una burla; lo sentía como suyo... Y entonces Lina lo agradecía tanto... Ya no hacía tontimas Charlot; al fina! de la película la daba lástima de él... ¡Pobre Charlotl IJC p a s a b a n cosas igualitas, igualitas que a ella... De pronto se apagó la luz. La gente, imponiendo sus vidas sobre la emoción, y a se estaba metiendo los abrigos cuando se iluminó la sala. F^lla, no; ella estaba callada, quieta en su butaca, a pretexto de no tener prisa para salir; pero con dos lágrimas que cayeron .-^obre el bolso. ¿lia consolaba la sensiblería tonta—el g e n i o de Charlot, dulídficando el dolor que la pfcducía el ansia de ser como las grandes estrella menina-5?... Por si acaso, quitó las fotos que en su habitatíión y puso la de Charlie Chaf estrella de estrellas, ¡estrella de estrellas!... Y ella le de<!Ía: —¡Pobre Charlot! ¡Pobre Charh'! Tú, •jonmigo: compañeros. «Compañe ros». de<:ía.


C O L I S E V M COlUMBIA,

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A sensibilidad inteqiretativa fie nuestra^ triees se va imixinieiid»» e o r i i o un h e ^ l C incuestionable e n la pantalla internacioiin"** Su temperamento, intuición, feminidáwl y gr. se abren paso en el mundo Iel arte, y boy, a p f l sar de que nuestro cinenuí está todavia e n {>erío<l de formación, son nuestras estrellas las que n a n para él un i>uest(» en la consirleración il mundo. Catalina Barcena. Conchita Moniciiegro y H' sita M o K M i o son ya figuras internacionales a trí vés de películas españolas hechas por los a m e i canos. Sólo faltaba que una española irrumpiese los Estudios londinenses ])ara irradiar su bell> y su gracia por todo el nnnido en alas de la p*! jante e irreprochable producción inglesa, que un año se ha puesto a la cabeza del cine n n i ^ dial. Tal es la hazaña de Conchita Supervia, la íi musa .soprano española, actriz e.xquisita, h e r i n f l sa mujer y deliciosa intérprete de ó})eras y cü ciones españolas. l>a primera película tle Com-hita Suj)ervia p la (laimiont British, de Ivondres, ha sido Iré (Evensong), basada en la vida de una céleb"] cantante de ópera de fines del siglo p a s a d f l En el ot;aso de dicha diva surge la comi>eteno con una cantante joven, y sobreviene el choq^ dramático entre la fama que det;ae y la celel» dad que na<;e y cre<;e.

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IJ& bellísima actriz inglesa Evelyn l^ye encu na el pajjcl de la cantante que ha de enfrentar con Conchita Supervia. l^a rivalidad surge il rante la interpreta<ión de Ixi íiohéme, la ct bérrima ój)era de l'uccini. (/onchita Stq)erv en el |>a|)el de Musseta, canta el vals inolvidal) y eclipsa definitivanuiute a la Mimí, su rival.


La actuación breve y acertadísima de Alice Delysia completa, con estilo clásico francés, el ambiente cosmopolita característico de esta obra, que nos muestra fielmente la Europa confiada de los principios de siglo. Fritz Komer, el famoso bajo alemán, temible bandido en Chu-Chun-Chow, representa el prin-

ish bai«^'^Ii*' ""'gne cantante, ha rodado en la Gaumont ,*nino de 1 , «•« Víctor Saville, el principal «role, eparto a.. ¡* . *' ü"^"* «•••««JaCasa productora. En '^"•*im.rrl^^ri'í Komer, Evelyn U y e , J lodos lo,TuJí '"f'**"' ^Villiam. y Cari Esmond, de «aies ofrecemos algunas fotos en esta página

cipal papel ma.sculino. Emlyn Williams y Cari Esmond tienen dos })apeles interesantes. El director es Víctor Saville el as de los realizaílores ingleses; ha sido encargado de Irela. Víctor Saville es y a popular en Hispana f»or sus repetidos y resonantes éxitos de Yo he sido espía y Siempreviva, que hicieron volver la atención de los públicos hacia la pantalla británica. Víctor Saville es un enamorado romántico de la España pintoresca y folklórica. Ein Siempreviva hizo vestir de andaluza a Jessie Matthews, y bailar una rumba fantástica y convencional, en que la hennosura morena de Jessie hace un alarde de gracia, desenvoltura y agilidad. Conchita Supervia, en manos de Víctor Saville. dará el máximo rendimiento de su espléndida belleza, su voz maravillosa y sus extraordinarias dotes de actriz netamente española. Irela es un homenaje que Inglaterra hace a España en la persona de sus artistas más esclarecida». EMILIO CALVO


CAPÍTOL'i,.

Presenta mañana lunes la interesante superproducción

]l)a«tolDAVI

Una película encantSora, rebosant^de realismo, irü^rés y fernura^ Obra maestra en^ágenes e insuperable interpretación ^

Un

fil a

Metro

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1

TBN-

oo a la vifita ana

serie de fotografías que, dadas mis aficiones, guardé un dia sin llegar a concederles la menor importancia, y que hoy resucito para ofrecerlas a los lectores hermanadas y juntas, porque constituyen un documento de valor excepcional, con el que se puede recons% truir la Edad Media de la historia del cinema español, en cuanto tiene de interés pintoresco y anecdótico. / Fijo todavía en la imaginación el re% ^' cuerdo de aquellas grandes producciones cinematográficas que se titulan Susar? tiene un secreto y El agua en el suelo, que tan fervorosa acogida tuvieron entre el páblico español y aun entre el de fuera de España, en la temporada pasada; y luego de haber saboreado las delicias de La Lhlorosa, La Hermana San Sulpicio y Sor Angélica, esas grandes peliculas expositoras de lo que puede ser el cinema hispánico en manos de personas entusiastas y competentes, resulta interesante y conmovedor traer a la memoria el recuerdo de aquellas viejas cintas que tuvieron su actualidad hace ocho o diez años, y que en una época en que las mujeres estimaban a Rodolfo Valentino como el hombre más guapo del mundo, en que Pola Negri ostentaba el título de «emperatriz del teatro del silencio» y en que el arte mudo tenía como máximos representantes a Gloria Swanson, Alice Terry, .Mary Pickford y Douglas Fairbanks, hicieron las delicias de todos los públicos españoles. En una época de calma y de sosiego, que aprocharon nuestros novelistas para concebir sus más bellas producciones literarias, cuando la vida era fácil y próspera y no tenía los afanes que la acongojan ahora, los dramas de clásica factura, las viejas zarzuelas, novelas del corte de La Casa de la Troya, El Niño de las Monjas, Currito de la Cruz, Boy y El negro que tenía el alma blanca, sirvieron para ensayar un arte casi desconocido para nosotros y que otras naciones extranjeras habían lograilo convertir en una poderosa fuente de riqueza. Una de aquellas antiguas películas que alcanzó más éxito fué Mancha que limpia, inspirada en el conocido drama del insigne don José Elchegaray. En ella desempeñó un papel importante la popular actriz Aurora Redondo, y se asomó a la vida aquella gran figura de la pantalla, en la a(;tualidad injustamente olvidada, que se llama Carmen


Viance. Pero ^ Mancha que limpia tuvo una gloria brusca y efímera. Editada por Film Española, se estrenó en Madrid, recorrió en triunfo las principales ciudades de la Península y pasó a ser lutígo,— como algún tiempo después aconteció con La Casa de la Troya, Gigantes y cabezudos, El lazarillo de Tinmes. IM loca de la casa, Rosa de llevante y IMS de Méndez—un episodio de la vida del cine''^^ ma español, de quien ya casi nadie tie-ví^ ne noticias. * '-^ Otra producción nacional que también hizo un día las delicias del público fué La verbena de la Paloma. Fué editada por Aílántida, y en ella debutó como estrella del arte mudo Pilisita Ruiz Romeio, la Romerito. Sería curioso, pese a todos sus defectos, resucitar este film, que entonces se consideró como una obra maestra. Sería, no sólo curioso, sino interesante ^ simpático. ¿Poro esa vieja producción existirá toda vía? ¿Sabe alguien dónde »e encuentra? Carceleras sigue en el orden cronológico a La verbe'^Bk na de la Paloma. Como advertirá el lector, vamos de zarzuela en zarzuela, aunque entre una y otra medie un ^1^^ abisnu). IM verbena p i s a sin pena ni gloria, en versión muda, sin la nn'isica que es el nervio y la causa de su >||| supervivencia; fuera de Madrid, no llegó a interesar. Carceleras, por el contrario, por el hechizo de su realización, por la emoción que palpita en su argumento, fué el primer film verdaderamente español, y como tal re<íorrió en triunfo, no ya Andalucía, sino que también los más dilatados rincones de España. Se habían realizado y a numerosas producciones españolas cuando en el Cine de la Opera—entonces Real Cinema—, en el otoño del año 192'í, se estrenó, y tuvo un éxito definitivo y rotundo, ¡M hija del Corregidor. Carmen Viance y la Romerito. que hasta aquel momento habían caminado por distintos senderos, y habían de seguir luego diferentes ratas, coin'Mdv^'a en esta estimable pro<lucción nacional que diríase inspirada en una novela del autor de El Niño de la Bola. IM hija del C<)rregidor, por la labor de conjunto que Uov.m a cabo ias inolvidables estrellas, tiene una jerarquía artística y una calid--vd original verdarleramente envidiables. Inmediatame ite después de ella

vendrán Currito de la Cruz—debido al esfuerzo personal de Alejandro Pérez Lugín—; El Niño de las Monjas—que se adelantó tres o cuatro años a la aparición del cine sonoro, puesto que se proyectaba diariamente acompañada del clamor de bélicos clarines y del suspiro de las «saetas»—; El bandido de la sierra—, la linda comedia de Fernández Ardavín, que traslatlaron a la pantalla Pepita Díaz y su malogrado esposo Santiago Ar\ tigas: en nosotros habrá siempre un emocionante recuerdo para aquella cinta de tan gran contenido artístico y sentimental. Y de Rosario la cortijera, IMS granujas, Doloretes, La sobrina del cura. La malcasada. El cura de aldea. El médico a pedos. La condesa Maria, Maria la del cantar. Boy, Zacalain el aventurero..., ¿quién se acuerda? De la larga serie de películas que cimentaron la fama de Juan de Orduña, José Nieto, Alfonso L a r r a ñ a g a , Ricardo N ú ñ e z y Valentín Píu-era, sólo se salvaron Luis Candelas o El bandido de Madrid y El negro que tenía el alma blanca. En NoV i embre de 1927,


poco antes de que Wenceslao Fernández Flórez llevase a la p a n t a lia, aprovechando la repentina popularidad de Juan de Urduña, aquella inocente película que se titula Una aveniura de cine. Antonio Casero, el popularísimo escritor, filmó por su cuenta y riesgo Estudiantes y modistillas: una novela corta que tres años antes se había publicado J en La Novela Semanal. Estudiantes y modistillas fué la película madrileña por excelencia. El Real Cinema se vio la noche del estreno lleno de un púbhco intelectual, que se disputaba el honor de conocer, antes que los demás madrileños, los primores de aquella cinta. José Montenegro recitó una poesía de elogio a Madrid, escrita por el propio Casero, en tanto que la orquesta interpretaba motivos musicales de La recoliosa, La Gran Via, i A gua, azucarillos y aguardiente! y Lo verbena de la PalnnM, y se sucedían los incidentes de aquella farsa, en cuyo honor compusieron los tan celebrados hermanos Alvarez Quintero esta ins/ pi r adl sima y elogiosa letri lia:

lui •

Antcnio CcMfO, —

UÍU Uevi-los Madritts f<w pintd—con pincH Um vtfdmdtrol—¡Salud a Elisa Romero,— • maravilla §ncarmá-~ní temura y su talerol

Una parte de la producción cinematográfica de la época que comentamos corresponde a la serie de películas que podríamos llamar históricas que se llevaron a cabo bajo la dirección de Florián Rey, de José Fort y, sobre todo, de José Buch. A esta colección pertenecen Pe])e Hillo, El Dos de Mayo, Una extraña ^ ^ ^ ^ aventura de ÍMÍS Candelas, Don Qu ijote ^ ^ ^ ^ de la Marwha, Dorotea o IAI princesa ^^^^ ^. Micomicona, Agustina de Aragón y Prim. Prim es, indudablemente, la mejor. Fué es^^^^ trenada cuando el cine sonoro había inictiado ^^^^^ Jt^''' la conquista del mundo y es, por consiguien^ ^ ^ ^ ^Kí, te, la llave que cierra la época de arte silencio.so ^ que nos hicieron vivir horas de placer inolvidables. Priwi, como producción cinematográfica, cuando se estrenó venía precedida de todos las elogios y de todas las garantías. ¿La Casa productora? ¿I>a belleza y simpatía de la protagonista? ¿El talento artístico de los restantes intérpretes? ¿La sugestión del personaje? ¿El hechizo del pasaje histórico que iba a evocar? ¿Qué alma española dejaría de vibrar llena de patriotismo con la sola enunciación del nombre del héroe de los Castillejos? Y si a esto se añade que la Prensa habia anticipado ya la descripción de los principales pasajes de la película, que se habían dado a conocer maravillosos fotograma?, que era del dominio público que Carmen Viance y Rafael María de Labra llevaban a cabo en ella una labor personalísima, se comprenderá el éxito de aquella pelicula que, por aquel entonces, podía considerarse como la más nueva, la más bella y la más interesante de todas las películas españolas. El torbellino del cine sonoro, que nos l l ^ a de los más remotos orígenes, de las más diversas procíedencias; la labor perseverante r y estimable de las modernas entidades productoras, han borrado el nombre y el recuerdo de aquellas viejas concepciones cinemáticas que son, quiérase o no, el antecedente de cuanto poseemos ahora. Por eso, antes de relegarlas a perpetuo y definitivo olvido, sean mis palabras como un homenaje de devoción, como un saludo reverenciaso a cuanto, dentro de la historia del cinema español, noble y honradamente simbolizan.—José RICO DE F-STASEN.


Si os la encontráis en los ("hamps-Elyséos, se cogerá de vuestro bra/.<• trantpiilamonte, charloteará unos segundos con vosotros y exclamará de pronto: —¡Estoy enervada!... ¡Hoy no puedo estarme quieta!... ¿Veamos a i-orrer uu «cien metros»?... Y tirando al aire su sombrero, echará a correr por la avenida, con una velocidad que envidiaría un campecm de carreras ¡pedestres. Si la veis en un café, no os asombre (comprobar que es capaz de valiar, uno tras otro, tres vasos de alcohol y de fumarse su paquete de cigarrillos en menos de una hora. Tuve suerte cuando la interviuvé por primera vez. Se aburría a muerte. Y aceptó mis preguntas como un juego. —¿Qué va usted a preguntarme? —Su infancia... —¡No me hable usted de esa época!... ¡La detesto!... ¡Nunca rae he aburrido tanto como en clase!... ¿Declinar raíces griegas o resolver (^naciones? ¡Muchas gracias!... ¡Vaya un ideal, cuando del otro lado de las tapias existe la agitaíñón maravillosa de la vida!... ¿Ser nna mu'hachita que toma notas o arranca escalas al piano, cuando el amor, por ejemplo, hace oír sus llamadas?... Tenía demasiada impaciencia por vivir para poder estudiar. —¿Era usted tan precoz? —Pertenezco a una familia excelente, tranquila, seria, burguesa. Oeo que no han pasado por mí ninguna de sus cualidades. De muy (jequeña tenia ya pensamientos muy mayores, montones de deseos «anticipados». ¡Ansias de salir de la banalidad cotidiana, de conocer cosas... y hombres!...

VIII VI

i i itf u / v

L

AS Últimas películas que a<al)a de realizar permiten esperar que eui-unJ traremos en ella una de las ledettss más interesantes del cinema francés. De todos modos, ya es bien cierto que se trata de una de las más personales, de las más originales... Apenas tiene diez y ocho años. IJeva cuatro años hatñendo cine. Y los rumores que circulan a su costa .son ya innumerables. —¡Es una ingenua cien por cien!... —¡No conozco mujer más perversa!... —¡Una enferma!... —¡Una loca!... —¡Una chiquilla encantadora!... —¡No vivirá mucho tiempo con la vida que lleva!... —¡Será una de nuestras grandes stars!... ¿Qué hay de verdad en todo esto?... Nada. Y todo. ¡P<)r(|ue Danielle Darrieux es una de esas criaturas anormales como el cinematógrafo produce, desgraciadamente, ;t montones en .Vmérica y en Francia!... Por lo corriente, Danielle Darrieux no contesta a las jireguntas que se le ha• en. Es demasiado conijileja, demasiad(» rara para eso. Es, 1! hl voz. exuitcrante v secreta.


Danirlle Üarríeux tiene menos de veinte años, y, sin embargo, e» ya una estrella rutilante y consagrada en el firmamento rinematográfiro dr Europa. N u e s t r a s f o t o s la muestran rn varios aspectos: pero en todos ellos luce la fragancia de su juventud y el encanto de su arte, lleno de espontánea ingenuidad

de que habla la novelista Colette en uno de sus libios: «que no sabia sino callar, sufrir por lo que callaba, por lo que querría saber, y crisparse contra la precoz, la imperiosa nefcesidad de darlo todo...» A los doce años miraba ya a los hombres en la calle con ojos «asi de grandes». Sentía en mí todas las aspiraciones de una mujer y pedían realizarse. ¡Me impacientaba el duro paso de la adolescencia!... Ese paso me lo acortó el cinema, que me hizo don de lo que hay más hennoso en el mundo: ¡la libertad!... Sin embargo, no fué en el Estudio donde vivió su primer amor, sino en una playita del Atlántico. —¡Duró tres meses! ¡El tiempo de las vacacioneo!... Aprendí una inmensidad de cosas admirables en ese tiempo: tener el cajard, hacerse sufrir, besar, amar. Y he seguido aprendiendo. ¡La vida es tan rica!... ]JOS hombres son insoportables, pero los adoro. Me harán mucho daño: ¡los amo demasiado! Porque soy terriblemente sentimental... Pero, ¿qué importancia tiene esto?... E^toy segura de que voy a asombrar a muchas personas hablando así. Me da lo mismo. Me río de la opinión de las gentes. Hay que vivir para uno mismo. La vida es demasiado corta. Se muere demasiado pronto. Vale más aprovecharse de todo lo que nos ofrece y acortarla algunos años, que vivir ciento siete años sin gozar... Fíjese bien que no soy la única que piensa de esta manera. Ahora que las demás no se atreven a confesarlo. Si hubiese estado en la escuela, encontraría, sin duda, frases más cuidadas, más hipócritas, para hablarle de mí. Pero no he aprendido nada en clase: nada más que a leer y a escribir lo esencial. Lo demás, ¡únicamente la vida se encarga de enseñárnoslo!... ¿Qué más decir que pinte mejor a Danielle Darrieux? Ha hablado de ella con una franqueza que no se acostumbra encontrar en los medios cinematográficos. Por otra parte, su franqueza es lo que la hace perdonar todos sus desfectos. «Juventud», dirán unos. «Chifladura», dirán otros. . Y hasta llegarán algunos, ante ciertas manifestaciones excesivas de su per^ sonalidad, a pronunciar la palabra «histeria». Yo, por mi parte, no sacaré ninguna conclusión. Me conformaré con reproducir aquí los minutos con que terminó nuestra entrevista. —¡Voy a tomar un poco el aire!—exclamó de pronto Danielle. Y pasó al otro lado de la ventana. En ese lado había una pequeña plataforma de cinc, sin reborde, sin protección, con un saliente de unos 75 centímetros. Y allí encima, a más de 20 metros del suelo, elevándose el cuerpo sobre el vasto panorama de Paris, los cabellos al viento, prei sa de una especie <le locura pánioa, de una alegría de vivir deI masiado fuerte para poderla retener, Danielle Darrieux se puso ' a bailar. ¡Era espléndido!... ¡ICra aterrador!... Se temía verla caer a cada instante. Se vacilaba en interrumpir este espect.áculo único. Y esta «danza ante el abismo» se me apareció bruscamente como un impresionante símbolo...

Í

BENJAMÍN

FALNSILBER

—¿Cómo vino usted al cinema? - D e una manera imprevista. ¡A los catorce anos no había visto, seguramente, tres películas!... Un ma, una amiga de mamá habló delante de nosotros de una película que preparaban los señores Vandal y Delac. Buscaban ima ingenua. «Exactamente así como Danielle», dijo esta amiga. Y yo pensé: «Uebe ser mucho más divertido el cinema que la ef cuela!...» Fui a ver al señor Vandal. Me miro, un poco sorprendido por mi juventud. Me hizo hacer una prueba. Y así es como debuté en Le Bcd. Desde entonces, Danielle Darrieux ha hecho una carrera excepcional. Sucesivamente h a impresionado CoqiiecigroUe, Cháteau des reres, Vdga en jlemmes, Mauvaise qraine. La crise est finie, Dédé, etc. —¡Qué cambio de existencia p a r a mí!... Estaba deslumbrada. ¡Me parecía que vivía un cuento de hadas!... Los primeros días, en el Estudio. me metía siempre por los rincones, detrás de los objeto., o de las personas, como un pobre pájaro caído de su nido. Tenía n^iedo. Miedo de todo. Miedo ^e ser lea miedo de los hombres, ¡miedo de la vida!... Era como ese personaje


Et DLGnTCHEKOVn

F!^ I

O

presenta

mañana

A lunes

la d e l i c i o s a p e l í c u l a

de

ANNY ONDRA en la más original de sus divertidas creaciones...

l o occión tramado «ntre parajos d*$«ncanlados y «ncominadas ol divorcio, a l adulterio o ot crimen pational. Duront» lU desarrollo, los más da»graciados van o buscar un opoyo t un c o n « j o cerco del doctor que I proyectodo el film. Y ellos se en ^ q n que lo ternura y lo maternilibr*menfe aceptados, son. o t oportuna, los secretos de la í o n y u g a l , y, sobre fodo, qu« ^ n m en et placer debe ser reaftxoda enfre dot que. como dtce ^mufer, la mds costa bien la más volup

con Pierre R i c h a r d

Wilm

y Ciada Dauphin Un film de juyentud

y de

amor

OR MflTBfNONiO P E R F Í

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Excluftiya H. Da C o s t a

P R E N S A MAÑANA LUNES estreno de la interesante realización de SCHÜLBERO

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•GSCOMOCinA con

James Dunn«6loríaStuart « David Manners * Las románticas emociones de amor que todos aguardamos en la vida surgen al encuentro de ios protagonistas, en un ambiente de interés y emoción insuperables

Un film PARAMOUNT


«Ine^ranua

CAPÍTOL •Eskimo»

S

í, señor. Ya tenemos al noble coronel Van Dyke en su propio terreno, librando batalias de arte puro en pro del buen cinema, fuera del ambiente viciado de los Estudios y en '^^i^o. contacto con la Naturaleza. El aire libre es una de las musas de Van Dyke. J la otra musa es la indignación y el hondo desprecio que le producen las arterías y violencias de los «hombres blancos» y su rapacidad "•ente a la coimiovedora y candorosa inocencia uel hombre primitivo. Es un tema sobre el que vuelve Van Dyke, poetizando, sin duda, la reahdad, pero con la preocupación de las ideas fijas nacidas de una convicción formada en horas de nieditación sobre la injusticia y la miseria de este que llamamos mundo civilizado. Van Dyke es un hombre de corazón. Su arte quiere decir generosidad y rebeldía, no teórica, -í^.'^^o de Pabst en L'opera de quat sous, ni política, al estilo de Einseaistein en El acorítzado *PoteTnkin», sino filosófica y un poco lírica, enamorada del retomo a la Natm-aleza preconizado por Rousseau, de quien el creador de Sombra» oíancas, Trader Hora v Eskimo parece un discípulo. ' í'On Van Dyke, el cinema sube a la máa alta opresión moral y reahza la más noble empresa que es d^da a un arte: hacer posible lo moral por '^IF ^c lo bello, según se ha dicho del genio de ^nakespearK, Porque las lecciones éticas de ombras blancas y Eskimo son eficaces y goza'"an de permanencia gracias a la belleza de que Vienen rodeadas. No se ha frustrado en ellas lo '•sugestivo ni aun lo melodramático; lo espe< -

1 t acular, en smna, con un certero conocimiento de las cualidades necesarias a las obras que aspiraii a la resonancia popular, condición indispensable para influir en las ideas humanas y dirigirlas, según el propósito que suponemos en todo forjador de belleza espiritual. No as el cinema de Van Dyke, de acuerdo con

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Kafarl Arcos en una escena áe «i<>uf tío más grmnlie!», producción naeional realizada por )os^ Gaspar, que Kxelusivaat^innamond presentará en breve en la pantalla madrileña

Marián Davies y Gary Cooper en una sugestiva escena de <La espia número 13», interesante producción que M estrena mañana lunes en el suntuoso Capítol

estos postulados, una fruición hermafrodita del arte por el arte, que en sí halla su gozo y su contento, y enamorada de su imagen infecunda y narcisista, desprecia lo e.vterior y no se digna darse a entender, como esas lucubraciones cerebrales que entusiasman a los snobs. Tampoco es una claudicación del buen gusto en la que vivan amadrigados lo fácil y lo vulgar, para esparcimiento de la plebe. Es una robusta apelación a los sentimientos humani>s, hecdia con la elocuencia de la sinceridad, con la emoción de la poesía y con las reglas eternas del arte. No se dirige al semidiós, ni al pedante, ni a la bestia; busca al hombre... y 1<J encuentra. Ya es bastante. Esto, en cuanto al pensamiento de Van Dyke; en cuanto a sus condiciones de realizador cine matográfico, sigue en Eskimo la escuela genial fundada en Sombras Maru-as en los mares del Sur. Como en las comedias de Gozi cambia sólo el asunto, y los personajes continúan, así en Eskimo ciunbia únicamente la latitud, y la Naturaleza sigue siendo el protagonista. E.ikimo viene a ser la segunda parte de Sombras blaruas. l'n niagnífico y a'^ombnxso d(K-umental, con interés, intriga y emocüón de un drama, (pie bien })udiera ser el episcxlio de una epopeya delineada a grandes rasgos por Van Dyke y rimada a golpes de cámara por su operador. No se ha dado todavía con el verdadero estilo del cinema .sonoro; pero esta ob,serva<ióii de la Nattuale/.a animada e inanimada; el vigor y el


te, de donde resulta un film ameno, dinámico y lleno de emoción. Pero lo mejor de LM isla del tesoro y lo que la convierte en una película de nota es la interpretaiüón. Wallace Beery realiza una creación formidable al encamar el alma de un viejo lobo de mar, bmtal e inteligente a la vez, corrompido y bellaco hasta lo inverosímil, y, sin embargo, con un fondo de valor y obscura nobleza que le hacen simpático, a pesar de todo. Con tan complicada psicología, Wallace Beery se las entiende a maravilla y logra prodigios de expresión, sin perder nunca la naturalidad, que es su mérito dominante. El pequeño Jackie Cooper representa un gmmete animoso y avispado, al que no hay más que pedir, y el talento y prestigio de Lionel Barrymore incorpora al film, con tintas de aguafuerte, el tipo del capitán corsario. La interpretación de lia isia del tesoro es un noble pugilato de facultades entre astros de primera magnitud. ALKAZAR «He estorba el dinero» Con una trama sencilla y im gracioso equívoco, ha logrado Max Obal una comedia deliciosa de verdaderas cualidades cinematográficas. Y eso que la cámara no siente grandes veleidades viajeras y se limita a estudiar interiores. Pero lo hace con tal agilidad y agudeza de observación, que el paisaje natural queda sobradamente compensado por un mundo de ricas observaciones psicológicas. Ni un solo fotograma de este film de ritmo lento—^y aquí está la paradoja—deja de ser Ugero, ameno y gracioso. Y es que el análisis de almas, cuando es acertado, como en la película que comentamos, es como ima corriente mansa

Carolo l^/ombard y May Robson en una escena de la superprotlucción «Ángel del arroyo», cuyo éxito e n Colisevm ba constituido un acontecimiento cinematográfico

realismo con que Van Dyke traslada al celuloide los fenómeiios físicos y las turbaciones morales, entrelazándolos con un profundo sentido panteísta: todo es uno y lo mismo; la roca, la bestia, el hombre, tienen su alma, y hay una canción universal de la que cada ser es un vocablo y cada especie una estrofa. ¥jse acucioso deseo de descifrar la canción latente y desperdigada en el Universo, que se advierte en el cinema de Van Dyke, es tal vez al hallazgo del auténtico cinema sonoro lo que la brújula fué a la nav^ación de altura o lo que las tablas de los primitivos a la pintura barroca del siglo xvii. A mi entender. Van Dyke, por su orientación, representa, más que ningún otro realizador del mundo, el precursor del cinema perfecto. La interpretación de Eskimo es desconcertante. ¿De veras ese «Mala», el protagonista, y las mujeres que le acompaiian, .son esquimales que nunca posaron ante la cámara? Me resisto a creerlo. Porque no sé de ningún actor de Hollywood que supere en expresión y gesto al héroe de Eskimo. Una cosa es el verismo y otra.el arte depurado. «Mala» siente como salvaje y trabaja como actor insigne. Es un divo cx>nsumado. F^a labor ni se enseña ni se improvisa. Y no me digan que en el cinema la naturalidad de un esquimal puede sustituir en un momento a la experiencia de un Barrymore. Esto será posible en un role de rudimentaria psicología, pero jamás en la encamación de un personaje que viene a ser como el símbolo de una raza y que ha de ex-

presar con un simple gesto, con una mirada o una sonrisa las más encontradas emociones. Y todo esto, cuando se lo digan y convenga al desarrollo del drama que se está filmando. Es demasiado. Si Van Dyke, a pesar de todo, lo ha conseguido, y, con unas lecciones, hizo de «Mala» el actor admirable que vemos en Eskimo, y otro umto de sus mujeres, habrá que reconocer que Van Dyke hace milagros.

l!na escena de la misteriosa realización de M a u r i c e ('hampreaux «ijudez», estrenada con éxito e n el Cine Arguelle*

PALAaO OE LA MÚSICA «La isla del tesoro» LA novela de Stevenson, llc\ada a la pantalla con toda propiedad. Las viejas lecturas han vuelto a nuestra memoria y hemcis fumado otra vez opio de aventuras... ajenas. Es cl más inofensivo. Sentado en la butaca, como antaño en la solana de la casa paterna, he cmzado los mares, he rebasado la línea imaginaria del Trópico y he arribado a una isla donde me espera el tesoro de los piratas. Al cabo de hora y media he vuelto de este viaje cun loe bolsillos vacíos y la imagina(rión poblada de sueños irrealizables. Comx'ido el asunto de La isla del tesoro, en el que hay grandes cualidades cinematográficas y exteriores magnificos que satisfacen a la cámara más exigente y viajera, diremos que todo ello está bien aprovechado por un director inteligen

en la superficie y vertiginiwa en el fondo, lleno de sugerencias espirituales. No se crea, sin embargo, que Me estorba el dinero es ima dise<'<ión de caracteres con hondo calado intelectual. Nada de eso. Es un film de público y para el púl)lico, y su nota saliente es la amenidad. Pero, «leutro de ese tono amable y aun frivolo, respeta la lógica y le gusta analizar las emociones, escnipulo olvidado con frecuencia en este género de films musicales. Porque Me estorba el dinero es un film musical, con linda partitura y excelentes intérpretes, entre los que se distinguen Úrsula (^«rabley y Ilans Schonker. En la primera parte del programa se proyecta un interesante «ItK'umental de la Costa Brava catalana, tntn fot^jgrafía de (•as{>ar e ingeniosos comentarios de Braulio Solsona, que Rafael Arcos reedita «nm gracejo. ANTONIO C.UZ.MAN

MERLNÜ


ENCUESTAS

EL IMPUESTO

DE

DEL

7,50

CINE-

por 100^

RAMAS

í I N veterano distribuidor, cuyo prestigio V_/' efi el mundo cinematográfico español es envidiable, don Enrique Huet, ilustra nuestra encuesta con razones desapasio •^adas, imparciales y tan objetivas, que más que una critica y una protesta contra un im m ^ t o , odioso por injusto, parece un examen frió echo por un técnico y no por un contribuyente. ^

«ios errores

I r~L,a idea de aplicar ese fantástico impuesto ',50 por 100 sobre el alqmler de las películas ^ o m i e n z a diciendo sosegadamente el señor üet--ha nacido de dos errores colosales. Veamos. • ~Tp primero consiste en la equivocada con ficción, por parte de todas las personas ajenas a de^^í^ '•amo, de que la industria y el comercio películas es un manantial de oro inagotable, y que, por consiguiente, puede tolerar, como nin«nna otra industria, toda clase de impuestos. I * leyenda 2^¿Y cómo se ha forjado esa leyenda? ^ * nan forjado los propios espectadores en ^ ^ i o n e s de los días festivos, durante la temsin d * ''ivierno, al ver llenos muchos locales, cin cuenta de los resultados negativos de días**l explotación y del hueco de los «s^ laborables durante casi todo el año. puesto? ^®Sundo error que dio ocasión al im1

. ^ ~ 7 ^ ' fegundo error procede de la información l^noenciosa que se dio al Gobierno, haciéndole salid *^*i^i¡'*'' negocio de películas ocasionaba la oa al Extranjero de más de doscientos millo-; "les^de pesetas al año. consH ^}^^^'. ®' Gobierno, ni corto ni perezoso,' Weró el infundio como un axioma, y come |

axioma lo sigue considerando para los efectos fLscales, aunque ya está convencido de que aquella apreciación fué una fantasía. Lo asombroso es que siga «aprovechándose» del error a sabiendas, ¿verdad?

gio campechano: «A quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga». O en este otro: «Más vale caer en gracia que ser gracioso». Ustedes, los distribuidores, le hicieron gracia al señor Carner (que gloria haya), y ahí tiene las consecuencias. No hay ni puede haber otra razón.

La gran mentira —La realidad—responde prudentemente el -señor Huet^—es que no existe en el mundo del comercio un n ^ o c i o tan engañador como el de las películas. Y para demostrarlo, basta repasar la lista de las grandes Casas productoras, tanto de Europa como de América: veremos que han reducido su capital de emisión a un promedio del 5 al 10 por 100 del valor nominal. Y no hablemos de las innumerables Sociedades de producción independientes, que han perdido el 100 por 100 de su capital. —Y eso se demuestra... —Con la simple comprobación de las cotizaciones en Bolsa de los valores cinematográficas y con el balance de las Sociedades de producción. Y por lo que se refiere a la fantástica exportación al Extranjero de los doscientos millones de pesetas al año, le a s ^ u r o que no llegan siquiera a la décima parte de esa cantidad.

Abogado del celuloide —Algunas personas—elude, discreto, el señor Huet—abrigaron durante algún tiempo la creencia de que el 7,50 por 100 estaba destinado a perjudicar la importación de películas extranjeras, en beneficio de la producción nacional. Pero esa creencia se desvaneció muy pronto, al ver que la Hacienda española no establece ninguna diferencia entre la producción extranjera y la nacional, y aplica su impuesto del 7,50 por 100 indistintamente. —Esa es otra, señor Huet. Aquí no se protege nada ya hace mucho tiempo, si no lo pide el señor Cambó. Y ahora s; me otnirre una idea genial. ¿Por qué no le nombran ustedes abogado del celuloide? El señor Huet me mira escandalizado. Frunce el ceño, severo. Evidentomente, no está para bromas. Y c i m luye haciendo caso omiso de mi luminosa indicación.

Una pregunta y una respuesta —Y siendo estos datos verídicos, sinceros y de fácil comprobación, dígame señor Guzmán, ¿por qué aplicar al negocio de películas en España una imposición excepcional que no conoce ninguna otra industria? —¿Por qué? ¡Ay, yo no lo sé! Vaya ustetl a pedir razones al absurdo, equidad a la injusticia y comprensión al Fisco. Aquí todo se hace porque sí, al buen tun-tún y al acaso. Se necesita dinero y se le toma al primero que pasa. La filosofía de nuestros hacendistas puede resumirse en este ada

Profecía final y funesta —^No existe en toda la legislación de estos últimos años una imposición más injusta que esta del siete y medio, y bien pronto han de reconocer los gobernantes ese tremendo error que nos lleva a la total ruina de la industria cinematográfica española. Hasta aqui el «informe» del señor ¿liO leerá quien debe leerlo?

Huet.


romo PODPC m m i A r

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F.frclivamen(>*, Ginger Rogers sabe sarar el máximo parlido de sus enrantos lisíeos, luciéndolos cuanto le está permitido en las películas... Es una táctica

^ o n i o otra cualquiera... artista de talento? Nadie. ¿Cómo si así no fuera hubiera llegado tan rápidamente al codiciado puesto de vedette de la pantalla.' Porque, en realidad, Ginger Rogers se ha situado en el lugar que hoy ocupa con sólo cuatro películas: La calle 42. Chercheuses d'or. Filies d'Amerique y Gay divorce. No cabe, pues, dudar de los talentos artísticos de la hermosa estrella. Pero nosotros vamos a permitirnos la audaz insinuación de que tanto, por lo menos, como sus méritos de actriz ha contribuido a su rápido encumbramiento su belleza, pletórica de vitalidad, de alegría, de optimifmo. La hermosura de Ginger Rogers es una hermosura sana, juvenil, apetitosa como un fruto en sazón. Estas cualidades, puestas al servicio de un temperamento artístico excepcional, hicieron bien pronto de la sencilla e ingenua provincianita de Texas la gran artista que todos admiráis. ¿Cómo pudo realizarse este milagro? ¿Cómo Ginger Rogers supo hacer de su l)eíleza arma invencible en la conquista de la celebridad y la fortuna? Nada más sencillo, según ella. Oidla: Un inventario previo e intlispensable

ünger Rogers muestra « | «la ffto, con el orgullo y ronviccióii del <juc brinda algo apetitoso, »ua piernas ^rfrrtas... Algo m ^ ensena desde lue^Oi pertf», en lo que ella quiere que nos fijemos es en sus piernas... Fijémonos, pues...

uiÉN se atrevería a negar que Ginger Rogers es una

No os quejéis nunca de los dones que os haya concedido la Naturaleza. Por el contrario, tratad de obtener de ellos el mayor partido posible. Siempre hay un medio para lograrlo. Os lo aseguro yo, que de pequeita era sencillamente horrible. Tal era mi fealdad, que hasta mi propia madre lo advertía, y eso que, según dicen, para la.s madres ningún hijo es feo. Y ya veis; aquella chiquilla feúcha y desgarbada es actualmente una artista del cinema halagada y célebre y, lo que es mejor, capacitada para dar consejos de belleza y ofrecer fórmulas inéditas para acentuar los encantos de la mujer y corregir sus posibles defectos. ¿Quién habia de decirlo? Ksto demuestra que con tenacidad se llega siempre donde se quiere. Como os digo, mi madre no me dotó, ni mucho menos, de una gran belleza. Pero me dió algo mejor que esto; una sólida filosofía y muy buenos consejos. En mi niñez, mi piel era casi l)ermeja, y mis cabellos, de un rojo verdaderamente horrible. ¿Sabéis lo que hizo mi madre ante esto? En lugar de abrumarme con sus


lamentaciones por semejantes defectos, lo que hubiérame entristecido dió en llamarme, humorística v cariñosamente. Gíngí»—nombre que cl jenjibre tiene en inglés-, y tan familiar y grato se me hizo este apelativo, que ya he casi olvidado mi verdadero nombre de pila. .... • Ahora bien: como yo he sido siempre muy resuelta para mis determinaciones, hice un rápido invenUrio de mis medios físicos (que es lo que rae permito aconsejar a todas vosotras, sin que empleéis en el examen excesiva severidad ni indulgencia desmedida), y hallé <iue. como compensación a los defectos señalados, poseía un teUe esbelto y flexible, una boca fresca, unos dientes sanos e impecables y una.s piernas magníficas. No era poco, después de todo, y si conocéis mis película, habréis observado que en todas ellas procuro obtener el mayor rendimiento de estas cualidades, tanto en mi manera de interpretar como en las toUettes que luzco. Y ahora, amigas mías, prestad atención a lo que sigue, pues voy a confiaros algunas de las recetas que mi madre pu.so en práctica conmigo. Desde los quince años me hizo frecuentes lavados de cabeza con shampoo al aceite masajes »»ciales y ejercicios Hsicos prudentes y moderados, que mantuvieran la nexibilidad ae la «gura y la elasticidad de los músculos sin endurecerlos demasiado, .\ctualmente empleo en mi toilette los más avanzados hallazgos de los mejores especialistas de hó-

rrido este tiempo, me enjuago con agua templada para disolver la miel, mi piel ha recobrado de tal modo su pureza, quo parece la ile un niño. Ignoro por qué la miel posee estas maravillosas propiedades; pero de lo que estoy segura es de que las tiene. V por si todo esto fuera poco, no olvidéis que no hay espinilla, por rebelde y tenaz que sea, que resista este «dulce» tratamiento.

«Casque d'or» Para el cuidado del cabello recomiendo a las que puedan hacerlo que vayan lo menos posible a casa del peluquero. ITn lavado con shampoo y un marcado de ondas cada diez días es suficiente. Hacerlo más a menudo es perjudicial y fatigoso para el cabello. Pero las artistas del cinema no podemos permitirnos esa voluptuosidad. La tiranía del oficio nos obliga a confiar diariamente nuestra cabellera a los cuidados del peluquero porque el peinado para el ecran debe ser impecable. Como compensación a este inevitable siirnienage del cuero cabelludo y del cabello, yo suelo someter éste a un intenso masaje con aceite de coco—que conservo durante bastantes horas—el día que precede a mi bisemanal lavado con shampoo. El resultado que obtengo con este sistema es magnífico. También os diré que sov una decidida partidaria de los baños de sol para el cuero cabelludo. De tiempo en tiempo procedo a un minucioso cepillado de mis cabellos en todos los sentidos, a pleno sol, y dejo que el calor y la luz penetren bien entre el pelo, lo que presta a su natural tono, suavemente rojizo, cálidos matices dorculos. V ahora, para terminar, una aclaración importantísima: No acepto responsabilidad alguna si por seguir este consejo pilláis una insolación. Adop^ • • • k ^ S H I ^ ^ ^ H tar, para evitarlo, vuestras precauciones; pero no olB ^ ' ^ - ^ ^ ^ ^ ^ ^ H vidéis que en mi opinión—y ahora os hablo casi como H p | ; ^ ^ ^ ^ H • ^ ^ ^ H catedrática de belleza femenina—, el sol es un gran amigo de la hermosura de toda mujer joven y sana. Vo, al menos, lo considero como un aliado inapreciable. MIOSOTYS

^^^^H^^l

i a l^^r*^" •"••>•» brinda un cigarrillo a Ginger Rogers, que lo acepta coniplari rida. Pese * farsa del film, ea evidente que en la mirada del actor hay un desiumbr nbraniiento admirativo hacia la belleza dr

d^H*' practicando aquellas sencillas fórmulas maternales, cuya Simplicias aca-so os sorprenda, pero cuyos resultados garantizo.

^

mejor crema

1 h^* ™^ ^* preguntado frecuentemente en qué consiste la perenne frescura de mis abios, que en las pjlículas—yo misma lo he comprobado—lucen siemP''2 húmedos y fragantes. No creáis que ello se debe a un misterioso 'odo. Es, por el contrario, bien simple y al alcance de todos: empleo ^"•a conservar su lozanía la grasa de carnero. (No, no pongáis ese gesde repugnancia. ¿Sabéis, acaso, de qué están compuestos los produc* <lue empleáis habitualmente, y que, j)or el hecho de su artística presentación, os cobran precios fabulosos.') También empleo la misma gra| ^ para las manos, que me gusta tener suaves y blancas, y asimismo para i os codos, una de las t>artes del cuerpo femenino lamentaj Wemente descuidadas. 1 Veréis cómo obtengo esta magnífica «crema de tocador». j ago fundir la grasa de camero a fuego lento durante dos oras, y después la filtro a través de un lienzo, dejándola enar seguidamente. Al enfriarse, queda en la superficie una capa de grasa purísima y de una gran blancura, la yal puede ser inmediatamente aplicada sin más prepara' y en la seguridad de obtener espléndidos resultados. Os guro que es uno de los mejores productos de belleza que nozco. Si os decidís a ensayarla siquiera una vez, la adop^'éis para siempre.

iSe acabaron las espinillas! Uno de los extremos más importantes de la belleza femena es la pureza del cutis, la cual sólo se logra a fuerza de ^nipieza, de cuidado exquisito y constante. Ni que decir tie*lue este problema, importantísimo para las mujeres en leral, lo es aún más para las artistas, cuyos rostros están ^metidos durante muchas horas a la destructora acción del Muiliaje. Pues, a pesar de ello, el cutis conservará su lo• * ^' además de los procedimientos usuales ptira la hi8^ l e de la piel—agua templada, jabones muy emolientes, as grasas—empleáis una vez por semana el procedimien«l"e yo uso, y que es el siguiente: JJ . ° suelo extender sobre mi rostro una fina capa de miel e s ~ ? * y 'a dejo secar—al abrigo de las moscas, claro urante quince o veinte minutos. Cuando, traascu-

¡Qué ropíoso ejército se formaría si la caprichosa ficción de esta foto fuera cierta! El alistamiento voluntario «ería inacabable. ¡Claro, ron u n oficial como Ginger Rogers quién no sienta plaza... y s e reengancha!


HACIEN


40,

C/NECRA

—;S/, llegó al fin ta. carta.'—dijo. Su corazón, que parecía haberse parado durante unos in.stantes, empezó a funcionar como un motor en marcha. Puck le enjugó la frente, perlada de un fino sudor. —Entonces—preguntó ella—, ¿te ha gustado la carta? —Sí, me ha hecho mucho bien. Es una carta excelente... De pronto lanzó un grito. Ahora estaba bien despierto, y gritó como si se hallara en plena posesión de sus fuerzas. Bramaba, mu(íía como una sirena: con rugidos que recordaban la selva virgen; vomitó cuanto había tenido que tragar todo el verano. Y cuando todas sus humillaciones salieron hechas v(x;es estruendosas, pareció desinflarse poco a poco, tembloroso y sudoroso, pero indeciblemente aliviado. Puck se espantó viendo aquella explosión. Pero Matz, hombre y camarada como era, comprendió enseguida. Se puso a reír, dando zapatetas y uniendo sus gritos agudos a los sonoros de Hell: —¡Santo Dios, ahora la tenemos! ¡Ahora ha llegado de verdad esa carta! ¡.Ahora la tenemos, santo Dios! A los gritos acudieron las Hermanas y, detrás de ellas, madame Mayreder, la señora Birndl y la criada del Hotel, que algunas veces había matado el hambre de nuestro héroe a cambio de unas caricias. Llegaron espantadas. Hell se agitaba en el lecho. —¡Es preciso que me levante!—gritaba. —Pues claro, hijo—dijo la Madre Superiora con acento cariñoso. V al mismo tiempo le introdujo en la boca una cucharada de un líquido amargo. Hell cayó sin fuerzas sobre la almohada, antes de levantarse para marchar a Berlín. —Estoy muy fatigado—suspiró con una sonrisa que imploraba perdón. Y se quedó dormido. XVI

Hell veía cosas extraña-s. Eracomo un viaje en ferrocarril. Dormía sin dormir en realidad. Velaba sin estar completamente despierto. Cada vez que abria los ojos era para ver la misma pieza, la cruz sobre la colcha, la tablilla con la jaculatoria: «Santa Úrsula, ruega por nosotros.» Una de las veces que abrió los ojos, vio al st-ñor Mayreder que le tomaba el pulso. —Todo va bien—le dijeron, para consolarle. —Yo quiero que venga mi madre—murmuró. Y esto pareció afligir a las personas que le rodeaban. Contrariado, Hell volvió a dormir. I.e desvelaron. Esta vez había junto a su lecho un señor, que Hell tomó por su antiguo director del Instituto. Tenía barba corta y blanca y unos lentes montados en oro. Hell adoptó enseguida la actitud de un escolar. —Buenos días, señor director—dijo. El señor Mayreder intervino: —Oiga, Hell. Este señor ha venido de Salzbourg para curarle del totlo. No tenga ningún miedo. — No tengo miedo. En efecto, Hell no tenía miedo. —Usted se encontrará bien enseguida. —Pero si me encuentro bien... La carta ha llegado... —Tendremos que hacerle una poquita pupa—dijo el doctor de la barbita blanca—. No sentirá nada. Está usted de acuerdo, ¿verdad? Hell se desveló un poco a la palabra «pupa». No

MA :>,

EL

LAGO

DE

LAS

DAMAS

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respondió. Quedó mudo un minuto. Y durante este tiempo recobró Ja lucidez. Había cuatro persona-s en ia estancia: el hombre de la barbita blanca, el doctor Mayreder, la .Madre Superiora y otra religiosa. Todos se habían puesto batas blancas. Tenían los ojos febriles, de gente que han sido desveladas a media noche para hacer un trabajo. Hell comprendió y se puso pálido. —¿Quieren usteáes cortarme el brazo?—preguntó en voz baja. —^¿Por qué pensar en lo peor?—dijo el médico forastero con falso acento—, Cortaremos un poco, para penetrar en el fondo. No cortaremos nada más que lo estrictamente necesario. Pero lo que sea necesario hay que cortarlo, aunque sea el brazo. Ea, no se preocupe. No sufrirá, se lo aseguro. Vamos a prepararle. Hell -se tendió y cerró los ojos. Estaba fatigado, inortalmente fatigado. He aquí que tenía la carta y con ella la fortuna. .May le esperaba, y en aquel preciso momento tenían que cortarle el brazo: ese miserable brazo enfermo, acostado al lado de él, como un tronco. —¡Qué desdicha!—dijo Hell a media voz y con resignación. Una religiosa se inclinó sobre él, le desabrochó la camisa como a u n niño, apartando la vista de su pecho desnudo y temblándole los dedos. -Alguien le aplicó una jeringuilla al muslo. Le retiraron del lecho, para colocarlo en un sitio donde hacía mucho frío y donde focos de luz blanca alumbraban unos muios negros. Olor de éter, de cloro, de yodo, flotaba esparcido en el aire; olor familiar y casi agradable de laboratorio químico. —-Yo le pagaré muy bien, doctoi, si me salva el brazo—dijo Hell, lleno de buen sentido—. Soy muy rico. Le daré diez mil marcos. No puedo pasar sin mi brazo... Soy hombre de deportes; gané el record de doscientos metros, en Austria. -Además, quiero ca-sarme, y no podré si me cortan el brazo... —Siga hablando—le dijo el doctor, al mismo tiempo que le aplicaba el cloroformo. Las últimas palabras que él oyó fueron las del cirujano, <¡ue decía con su voz de profesor: —¿ Este hospital data sin duda del siglo diez y siete, verdad ? Cuando Hell volvió en sí, el primer rostro que vio fué el de -May. —¡¡Tú!!—dijo él, no teniendo alientos más que para una sola palabra. —Sí, la pequeña baronesa me telegrafió diciendo que te querían amputar el brazo. En seis horas he hecho cuatrocientos cuarenta kilómetros. No habías salido aún de la anestesia y ya estaba yo aquí, —¡Dios del cielo...! ¡Tú...!—murmuró Hell, asiéndola de las manos. Y al hacerlo, notó que las suyas estaban completas. Verdad es que los dedos de una estaban vendados y que al moverla sentía la repercusión de un gran dolor por todo el cuerpo. Y un miedo atroz se desprendió de él como una corteza seca. —¿Y has venido corriendo a mi lado? ¿Y si hubiera quedado manco, me habrías querido también?—preguntó, inundado de felicidad, riendo desde el fondo de su alma —Sí, es probable. Pero te prefiero así—dijo May simplemente. Y quedaron abrazados. F IN

cas se dispersan. Con el sol de la mañana, el lago se hace más claro; las barcas proyectan una sombra en la verde profundidad. «¡Puck! ¡Puck! ¡Querida Puckl—piensa Hell—. ¿Es posible que hayas muerto?» Los hombres se han sumergido varias veces, sin resultado. Hell ha hecho prodigios de natación, aunque el brazo derecho no le sirve para nada. Tiembla de fiebre. Una vez, la canoa del barón pasó junto a la barca de Hell. El barón clavó en él una mirada brillante y lejana. Pasaron las horas. —¿Habrá que desistir?—preguntó alguien. —Jamás—respondió enseguida Hell, haciendo un esfuerzo sobre sí mismo. —¿Cree usted que la encontraremos?—preguntó el barón, que desde la mañana había estado mudo.

—Si está en el lago, la encontraremos—replicó Hell, admirándose de podei pronunciar aún frases razonables. Las barcas y la canoa se separaron de nuevo. Hell volvió a sumergirse heroicamente una y otra vez. Pasó más tiempo. Vinieron diciendo que el barón, presa de un desmayo, había tenido que ser conducido a su chalet. La noticia de la desaparición de Puck llegó a la Pensión de los Mayreder. —Tal vez tengan necesidad de mis servicios alli— pensó el doctor, y se encaminó al Lago de las Damas. Madame Mayreder compró una botella de coñac. «Hell estará helado», se dijo, llena de buen sentido, porque ella tenía su experiencia sobre el frío del Lago. Cuando los Mayderer llegaron al embarcadero, atracaba una barca en la que venían Matz y el señor 10


38

CINEGRAMAS

Birndl. Este se inclinó en la barca y arrastró trabajosamente algo que debia ser muy pesado. —¿Quieren ayudarme?—demandó el buen hombre. —¿Un enfermo?—preguntó el doctor. —Es el señor Hell, que ha estado a punto de ahogarse. Parece que no anda bueno y se desmayó al tirarse al agua. \En qué nos hemos visto de salvarle...!

EL

El doctor Mayreder preguntó al señor Birndl: —¿Hay aJgún hospital por aquí? —Sí, las Ursulinas tienen un pequeño hospital. ¿Por qué lo pregunta usted? El doctor Mayreder soltó el brsizo de Hell con una preocupación extrema, como si fuera un vaso de vidrio que contuviera un tóxico.

i

-T-Dele un poco de coñac—intervino la señora Mayreder. Con gran trabajo lo sacaron de la barca y lo depositaron en tierra. El doctor se aplicó a hacerle la respiración artificial. La señora Mayreder reclinó la cabeza de Hell en sus rodillas y le deslizó en los labios^ unas gotas de coñac, mientras su marido, con gesto preocupado, le examinaba el brazo, cárdeno e hinchado como un tronco. Hell abrió los ojos. —Gracias—murmuró—. Ya... ya puedo valerme yo solo.

—Infección de la sangre—dijo a media voz. XV El señor Birndl hablaba con su amigo el conserje del Gran Hotel, cuando llegó el cartero y le entregó una carta dirigida al señor Hell. —¡Hombre, al fin llegó la dichosa carta certificada! Durante todo el verano el señor Hell la aguardaba, y llega ahora que está enfermo. ¡Pobre muchachol —¿Es verdad que se muere?—preguntó el con-

LAGO

DE

serje. Y añadió, lamentándose—: ¡Un joven tan educado! . —Sí, amigo, parece que se nos va. El doctor Mayreder no responde de su vida Tienen que amputarle el brazo y han enviado por un médico de Berlín. El señor Mayreder no quiere saber de nada que huela a cirugía. —¿Que le van a cortar el brazo? —Sí. Y así y todo, no es seguro que se salve. Parece que la gangrena va muy de prisa. —¡Pobre muchacho!—terció el cartero—. No sé qué será peor para un deportista: si perder un brazo o morirse. Y a propósito: ¿saben ustedes la noticia? La baronesita excéntrica no se arrojó al Lago. Disfruta de perfecta salud. —¿Qué cuentos son esos? ¿Es que te burlas de nosotros?—dijo el señor Birndl con .severidad. —No me burlo, digo lo que sé. El viejo Vieringer, al que he encontrado esta mañana, dice que la ha visto en la montaña con otros turistas; que entonces se acercó a ella y le dijo la zozobra y el dolor que aquí han pasado por su causa, creyéndola muerta. Ella, al oírlo, se asombró mucho y ha vuelto corriendo a casa de sus padres. —¡Merecía que la ahogaran de verdad!—exclamó furioso el señor Birndl—. ¡Con el día que nos hizo pasar! Deben encerrarla en una casa de locos. ¡Qué comedia más absurda! Se nos pone en movimiento, removemos el Lago como idiotas, el señor Hell está a punto de perecer ahogado... y mientras, la señorita se divierte en la montaña con unos turistas. No he olvidado aún lo que el maestro de natación hizo aquel día por encontrarla, debilitado, casi muerto ya por la septicemia. Es todo un sportman. Y si no hubiera perdido el conocimiento a fuerza de morfina, se con.solaría al saber que esa loca no pensó nunca ahogarse en el lago. —Bueno, ¿y qué hago yo de este certificado?—preguntó el cartero—. Tal vez traiga alguna noticia importante que no podi^ esperar hasta que el maestro de natación expire. —Confíame el certificado. Yo firmaré. Y veré si en algún momento de lucidez puedo entregárselo. Y así se hizo. Matz se encargó de la carta y de acechar al pie del lecho de Hell el instante poco probable de que el enfermo volviese en sí. Lo que sucedió algunas horas después. El enfermo comenzó por quejarse. Luego abrió los ojos; pero, al pronto, no veía. Poco a poco fué distinguiendo algunos objetos. Lo primero que le Ujimó la atención fué una tablilla colgada en el muro, frente a su cama. Con gran trabajo pudo leer: «Santa Úrsula, ruega por nosotros.» Parecía que las letras se acercaban a él, agrandándose, para desaparecer enseguida. Un momento después reparaba en la cruz roja del Hospital, estampada en la colcha de la cama. —¡Ah, ya comprendo!...—dijo con voz débil, y quiso moverse. —No, no se mueva—dijo alguien a su lado. Y al mismo tiempo una mano le enjugaba el sudor de la frente. Matz saltó en su silla y depositó dos cartas sobre el embozo. Una era de May. Hell hizo un esfuerzo y cogió el sobre con la mano izquierda. Esperó un poco, con el sobre en la mano. Luego se lo acercó a la boca e intentó abrirlo con los dientes. —¿Quieres que yo las abra y te las lea?—^preguntó una voz tímida. —SI...—dijo Hell, después de una breve vacilación.

LAS

DAMAS

39^

Y tuvo una sonrisa sin mezcla de asombro, cuando Puck apareció ante él y cogió las cartas. —¡Ah, Puckl ¿Estás aquí?—preguntó satisfecho—. He soñado contigo cosas extraordinarias. —Sí, lo sé. Pero no ha sido un sueño. Sé que me has buscado en el lago hasta que te desvaneciste—dijo Puck bajando los ojos—. Pero yo no estaba en el lago. No sé cómo- la gente es tan ignorante para creer que yo podía estar en el lago. —Pero, entonces, ¿dónde estabas? —Arriba, en la montaña. Fui a tranquilizarme... —¿Y... y te híis tranquilizado? Puck, seria, hizo un signo afirmativo con la cabeza: —He vuelto en mí misma. ¿Quieres que te lea las cartas? Hell vaciló antes de separarse de la carta que tenía en las manos. Pero puesto que iba a ser solamente Puck quien la leyese... «Querido—leyó Puck, sin expresión, como si se tratase de un libro de la escuela—: Desde hace tres dias estamos en Gessensass. Para patinar en invierno y para ejercitarse en el ski, esto no está msil; pero en el verano... Pienso mucho en ti. ¿Y tú? .\ fin de semana volveremos a Berlín. Papá mejora de humor. Pronto volveré a escribirte. Quisiera tener un retrato tuyo. ¡Besos, besos, besos! Tu May.» —Aquí hay otra carta—dijo Puck, molesta con tantos besos leídos en voz alta. Su resolución de ser razonable tenía sus limites—. Aquí hay otra carta... ¿No me oyes, Hell? La mente de Hell vagaba otra vez por un mundo fantástico. —¿No'me oyes?—preguntó Puck. Con un g^ran esfuerzo, Hell pudo volver ala realidad. —Lee enseguida—dijo esforzándose por parecer alegre. Puck cogió la carta y leyó: «Señor Hell, ingeniero. Muy distinguido señor. ^ De vuelta de los Estados Unidos hace unos días, me he ocupado enseguida de proseguir las negociaciones referentes a su asunto, negociaciones entabladas hace tiempo con el grupo Fimorag. Celebro poder comunicarle hoy agradables noticias. El grupo Fimorag ha acordado adquirir una opción para la fabricación del film en papel combustible, por lo cual le ofrece una suma de diez mil dólares y otra de cien mil por el derecho de exclusiva. Aparte de esto, le reserva una participación del 5 por 100 en los beneficios durante todo el tiempo que dure la explotación. Es claro que le confían a usted el puesto de director de esta nueva Empresa. Todo ello será objeto de un contrato especial entre usted y el grupo Fimorag. Debe usted presentarse en Berlín en el más breve plazo posible, para proseguir y terminar personalmente las negociaciones. Tendré mucho gusto en asesoraile en esta ocasión, sabiendo que es usted tan buen jugador de billar como pésimo hombre de negocios. Con esta carta le envío un cheque de diez mil marcos, para comenzar, y quedo esperando su respuesta. Su sincero amigo. Doctor Erich Mayer.» Puck dejó caer la carta sobre su blanco delantal, y movió la cabeza: —¡Qué carta más necia! ¡Cuánto alwurdo! Estados Unidos, Fimorag, cinco por ciento... Palabra que escriben como chinos. No se comprende nada. Aquí hay un volante. ¿Será la carta que esperabas? Hell sentía temblar su boca; era una pequeña convulsión que no podía contener.


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AGUAVIVA - "ALADY" - SANTPERE "LEPE" - NOYA Y RUEDA...

Un film alegre y gracioso basado en la obra de Courteline y realizado en los Estudios Lepante,

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de Barcelona

se presentó en el estudio acompañatla por un manager, un intérprete, una criada, un publicista y dos hermosos lobos de caza. La criada y los dos animales fueron empleados en la película y la muchacha excluida. • • Clark Gable se empeñó en aparecer como «extra» en La rinda alegre, de Ernest Lubitsch..., y rejíresentando solamente ese modesto papel, porque su jirimer trabajo en la pantalla fué el de un «extra» en La viuda alegre, filma<la antes del cine sonoro. La diferencia está en que ahora Clark no esperó el cheque con tanta ansieilad. Este, en cambio, adorna las paredes de su (ía-

J U D EX ("El Justiciero'') Un film misterioso y subyugante ÉXITO DE ÉXITOS

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(;urío§a fotografía de Creta f^arlio ea una escena de «u próxima película, que »e desenvuelve en ambiente chiRepresenta a una joven occidental desterrada en el extremo Oriente

AGUAVIVA - "ALADY" - SANTPEREinarin, cuidadosamente COKK ado en un marw), como prueba de lo muchfi (jue ha recorrido de "LEPE" - NOYA Y RUEDA... una Viuda alegre a la otra. •n

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Irving Cobb, el famjso novelista y humorista norteamericano, y ahora «ictor de cine, se ha vuelto muy hollywooden.se. Y se wosidera el hombre má.» feliz de la colonia. Y t'Mlo porque h a arrendado la casa que hitsta haí'c ptxío ocupara Greta GirlM), dánd'.we, adeinsis, el plaiter de dormir en el leclu en que reposara, durmiera y stiñ^ra la máa voluptuosa de las estrellas.

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alegre y gracioso

fa'liD basado en la obra de Courteline y realizado en los Estudios Le|»antO/ de Barcelona

liOs artistas siempre se sienten atraídos por uegofíU)» que na<la tienen que ver \>n el «-ine. Colleen Moore tiene una fábrica de iieiftiines. Charles Bickford tiene doo o tres garaje-^ y Kuth Koland, una agencia de compra y venta de propiedades; liichard Dix, asixiiado con Bob Woolsey, de la pareja de «imicos Wheeler y Woolsey, lia invertido dinero en la (compra de caballos.

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