Revista Cinegramas - Nº. 23

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REVISTA SEMANAL D I R E C T O R : A . V A L E R O DE B E R N A B É Año 11.—Núm. 2 3 . - M a d r i d , 17 de Febrero de 1935

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qui' el oineiun se nutra «le algunos géj ñeros literarios—comedia y novela—ha sido siempre combatido por los que como nüsot''os deseamos para este invento maravilloso una expresión propia que afortunadamente posee y que sus mantenedores parecen querer robarle. como si la novela buscara en la.s comedias su gracia descriptiva o el teatro espigara en los libros con el deseo siempre absurdo de corporeizar en la escena, achicándolo.s de jiroporciones, loh personajes que viven a sus anchas en las páginas impresas. Jamás hemos podido explicarnos este deseo de los productores. Sólo hemos encontrailo una roíón, qvie sin duda casa perfectamente con la que ellos se hicieron al iniciar la realización de una obra de esta clase: explotar un título popular o el nombre <le un autor glorioso, aunque después salgan ambos maltr(ícho.s de la aventura. Rs estopilla la idea, p<»rque ello—título y ¡nitor—no garantiza nada. En el cine es indi.spcn•sable la obra cinematográfica, y ósta hay que crearla, no la da hecha un título y un nombre. Y a«[uí toflo se ha ({iicrido fiar a esto, y aun se fía, jwr desgracia. En la ép<x;a del cinc mudo padc( irnos, para tormento nuestro, un verda«lcro diluvio de zarzuelas fotografiadas, con música adaptada para cl sexteto, <-oros, re<ita<los. liUiiboran y saetas, l-a pantalla iba «onviriicndo en grotcM'u espe<i-

Hoaita l^acsHa y Manolo París en una escena de ^Patricio miró a una estrella», producción nacional, que »erá estrenada en breve

Araceli (Guijarro, la p e queña protagonista de «Danza de lo8 muñecos», motivo musical de Daniel Portea, llevado a la pantalla por l.uig Sáenz de Heredia

táculo una tras otra aipiellas obras, y ya presumíamos que el frondoso género chwo terminaría f>or .«er reducido camjxj para las hazañas de nuestro.» directores, cuando óstos viraron haí^ia la comedia, y la cosa tomó ya (taracteres de venladero siniestro. Obras dramáticas, gloria de nuestra escena, perdieron sus valores humanos para convertirse en sombras inex})resivas, y la recba derivó luego hacia lo histórico (?), donde se |>erpetrAroii verdaderos crímenes. ¡Qué ambiente de osadía, de ineptitud v de vanidad llenaba el reducido c a m j K ) del cinc español! l'or fortuna, la llcgaibi del sonoro barrió todo

aquello, y olvidado el pasado se inició una nueva ruta, cuyo primer trecho, por fortuna, se ha salvado con gallardía; pero, ¿no volveremos a caer en los errores pasados? Parece (^uc la antigua afición a las zarzuelaí^ cunde de nuevo, puRs apena« realizarlas /-)oñ« Francis<¡uita y IM Dolorosa, se ammcian (¡orno futura-^ pnKlucciones Kl raserU), IM i^erlmuí de la Paloma, Bohemios y creemos (pie alguna más. ¿Pero es que para hacer una película madrilcñista ha de recurrirse a la obra do Riiardo de la


Vega, y para reflejar el ambiente vaoco ha de utilizarse el teatraíísimo de Romero y Fernández Shaw? ¿Rs (jue no hay sucesoo magníficos en la vida matritense de finales de siglo para urdir un argumento de purísimo ambiente, como también existe un arsenal de motivos en los escritores vascos que pueden servir perfectame»ite como arranque de una obra cinematográfica? Aquí de nuestra pregunta: ¿Dónde están los argumentistas? No hace mucho nos congratulábamos de ver al cine alejado un momento del teatro ante films como Se ha fugado un preso. El novio de mamá. Crisis mundial, Doce hombres y una, mujer y La traviesa molinera, escritos expresamente para la pantalla; pero después de aquéllo, otra vez volvemos aJ escenario, como si el teatro fuera indispensable para la vida del naciente cine nacional, cuando en realidad e» un obstáculo para su robustecimiento. Así veremos El último Bravo, Madre Alegría, Veinte mil duros y otras comedias que se preparan. Y este no es el camino. En el cine hay que hacer cine, y no teatro. Y para que tenga, como debe tener, expresión propia, hay que hallar al argumentista; pero no exclusivamente entre el elemento literario, sino en otra de las varias manifestaciones artísticas. El cine no es literatura; es acción. Y para ser argumentista basta tener imaginación, aunque la forma literaria esté ausente. Recientemente tuvimos ocasión de hablar con dos diretitores españoles sobre este tema, y ambos se mostraban de acuerdo con nosotros en la necesidad de llevar al cine a l i m e n t o s originales, aunque el nervio de la historia fuera tomado de alguna obra literaria, como en el caso de Vidas rolas, film de Eusebio Fernández Ardavín, inspirado en la novela de Concha Espina, El jayón; pero en lo que no estábamos conformco, aunque ellos dos pensaban a la par, era en la carencia de argumentistas. Los hay, sin duda ninguna, y buenos; pero es necesario buscarlos entre la gente joven aficionaíia al cine, no

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• Madrid se ditorria», qur sr rstrrna mañana lunes en Colisrvui

Lina \ r g r í » ) Antonio l'orta1:0 en <La bien pagada», pelíenla de la CF.A, que en sus FLsttidios de Ciudad Lineal termina su rodaje bajo la direcrión de Fernández Ardavín

entre las grandes firmas teatrales, l^o que éstos puedan ofrecer al cinema será caduco y anticinematográfico, pues tienen para él un desdén como arte y un rencor como espectáculo. , Deben, pues, nuestros directores llamar a su lado a elementos jóvenes. Repetidas veces hemos dicho que el cine es ' un arte de juventud, y que ponerle en manos de artistas pa.sados, descentrados de la época en que viven, era tanto como inyectar sangre anciana en un cuerpo joven; que el triunfo Iel cine español vendría empujado por un amplio aliento de juventutl o no vendría. Pero et el caso que esos elementofe con los que tanto soñamos no han llegado aún a los Estudios. Sólo de vez en cuando surge algún caso aislado. Hemos de confiar en los argumentistas que aparezcan, porque de lo contrario nuestro cine se ahogará asfixiado por el ambiente teatral que parece volver a dominarle; pero confiar siempre que en sus cuartilla» traigan una inquietud, un anhelo, un ansia artística que satLfacer y una visión clara y precisa de lo que el cine español debe ser. Si han trazado su argumento pensando en tma opereta alemana, una comedia yanqui o un drama inglés, rómpanlo antes de verlo plasmado en el celuloide. El cine español—hemo» dicho incontable^ veces--necesita personalidad, y los argumentistas son los que deben dársela; |H>rqiie para remedar obras ajena.«, tenemos bastante con la que de fuera nos vienen.


N o m b r e s de España en las pantallas de HollYwood

axccí^a Admirable caso este de la gran actriz española: primero, figura ilustre de nuestra escena, y ahora, nombre que en Holly^'ood despierta cada vez ecos de más rendido fervor. Catalina f^árcena ha puesto al servicio del cinema todo su gran temperafnento, toda su excepcional sensibilidad de intérprete maravillosa de la comedia moderna, con todas las gracias y todas las delicadezas de ésta, con toda *ü escala de emociones, que van de lo cómico a lo sentimental, de la ironía (ti llanto, siempre dentro de un tono de suavidad y de elegancia, tan lejos, por un lado, de la chocarrería, como, por otro, del patetismo.

Algunas fotografías de Catalina Barcena en Hollywood, donde la gran actriz española continua realizando una labor en la que cada vez triunfa más gallardamente su espíritu de artista, dentro de las fórmulas y los ritmos del cinema


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L cinema inglés ha cieadu una nueva gran pelicula histórica: El duque de hierro. Este «duque de hierro» es Wel ugton. aquel gran general inglés que puso imbes de (x;aso en las victorias napoleónicas y «pie hizo descender <-on vuelo de derrota las orgullosas águilas del Imperio francés, ü r a n acierto este de llevar al cinema una figura como la de Wellington. Por e.ste mismo—\>OT SU nmgnífi<«j templt-, por el interés apasionante de su personalidad—y por el ambiente de emoción y de belleza en que se movió: Europa en lucha con Napoleón. Eran los días máximos de la lucha contra el emperador. Los países de Europa .se apretaban contra él, y aquí, en España, el propio Wellington se unía a nosotros en la lucha contra el coloso de la guerra. Perfil inolvidable, eterno ya en la historia del mundo, el de aquellos días jalonados por munbres que serían famosos: .lena, Austerlitz, WaterhíO. J u n t o a la guerra, la política y la intriga: salones, cancillerías, fiestas. Palabras y palabras en el Congreso de Viena (aquel Congreso «jue se divertía, según la película admirable, y que terminó bruscamente al huir Napoleón de la isla de Elba). Y uniendo y centrando ambientes distintos, la gran figura ingleso de Wellington, sobrio y enérgico, como una exj>resión suprema de la con<'isión y la fuerza de síi raza. Al crear Inglaterra esta nueva pelicula de tipo históricd, continúa y afirma la línea de su aut<»rior [)roducción histórica, en la que hay y a algunas creaciones incor[)oradas definitivamente a la historia del cinema: Catalina de Rusia, IMS mujeres de Enrique VIII, El amor de Carlos II... Rima perfectamente esta clase de j)elículas con el espíritu inglés, que ama la exactitud, el método, el vigor histí'trico. Nunca, en una de estas creaciones, encontraréis el disparata lógico o histórico, la interpretación abusiva y convencional de un hecho o de una figura. Es nmy fácil hacer jielículas de género histórico riéndose de la Historia, interpretando ésta caprichosamente. El ci^ ^ e m a inglés, ,, „ . ^

cíente, responsable desde el primer momento, h a sabido crear películas i ^ « ^ ^ 0 absoluto a lo cardinal de la Historia. TearistoerAtiros de París, de Viena, de nieudo en cuenta, además, que esta fidelidad es perfectamente compatil.ondrei... ble con una verdadera labor de creación. Citemos otra vez, como ejemplo, esas admirables CcUalina de Rusia. Las mujeres de Enrique VIII y El amor de Carlos II... País de concisión, de amor a .sus valores de Historia y de tradición, Inglaterra hace en El duque de hierro una afirmación nueva de ese gran espíritu suyo. Víctor Saville ha dirigido, con la escrupulosidad y el acierto en él característicos, el nuevo film. Una auténtica dificultad era la de encontrar el actor que pudiese encamar la gran figura de Wellington. A la consubstancial dificultad de los personajes hi.stóricos se unía, en este caso, la de ser una figura tan marcada, tan popular, como la de este famoso «duque de hierro». Inglaterra supo encontrar el hombre: George Arliss, que ha hecho en el fim una labor magistral. Su caracterización—ved esas fotografías de la cinta—es y a un primer acierto. Todo el espíritu sobrio, entero, tenaz e indomable del general asoman a ese rostro de concisa expresión. Con George Arliss, figura central de esta evocación histórica, trabajan la bellísima Gladys Cooper, AUán Aynesworth, Leslie Wareing, Franklyn Dyoll, Gibb Me Laughlin... Y toda la interpretación está lograda ••on el mismo sentido de fidelidad y de just«za. I^^ilxtr de creación; pero dentro de un tono absoluto y común de respeto por la vera* idad histórica. Con Wellington, a lo largo de las escenas del film desfilan Luis X V I I I . el zar de Rusia, el rey de Prusia, la duquesa de Angulema, el conde de Artois, Talleyrand, Mettemich, Blucher... Figuras y rostros de perfil conocido, evocados en una serie de estampas de magnífico vigor, con toda la intensidad de una de las épocas más brillantes y apasionantes de la historia moderna del mundo. Se mueven esa« figuras de generales, monarcas, aristócratas y políticos sobre fondos de incomparable belleza: en París, en la magnificencia de las Tullerias; en Viena, en los días brillantes del Congreso, que termina al coníicerse por los allí reunidos que Napoleón se ha escapado de su destierro de Elba; en Bruselas, en Ixmdres... 'Ixpf .. • Hí\y, .sobre todo, algunas escenas en la pelicula que tienen fuerza y pléndida serie de SIM. % . ' ^ » o n de soberbio aguafuerte histórico: las de la batalla de Waterióo, cuando en un crepúsculo de sangre se abaten para siempre las águilas napojiityjj^^ y Europa despierta definitivamente de su pesadilla de muchos años. Son momentos que el film reproduce con un patético realismo, con una lo radas de El du u« *''^'^ral *^ dramática que se grabará hondamente en el espíritu popular. Toda la poesía sangrienta de Waterióo, toda su emoción trágica y profunda reviven mahierro»,U nueva y a d ' m í r ' ^ ' ^ ' ü a l e s c e n a s de Cote film. El secreto del éxito de estas grandes cintas históricas ^—documentales por estudio, por evocación, por intuición Weilingtoo, el «duque de hierro»,

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Max Baer y Mirnn I.oy en una psccna de aF.l hoxoa^ dor y la dunia>, eii lu que acliió t-oinu protagonista el famoso campeón i

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AX Baer es- iin iiiiichacho simpático y modesto, que no parece preocuparse de su aJta posición en la vida del deporte profesional. Apenas consiguió el título de campeón mundial de boxeo, como consecuencia de la paliza que dió al gigante Primo Camera..., ¡la más vergonzosa que el italiano recibió en su vida!..., cuando las ofertas de todas clases empezaron a llover sobre él. De todas ellas, la que más sedujo al nuevo campeón fué un contrato con la Paramount para figurar como estrella en tres

<—F.I célebre piisil sonríe roiiiplarido fiilrc lii> -iiirls qin' urtiiiiroii con él en i<\-.\ boxeador \ la I I H I I I H »

Max Baer. on sus ralos de descanso, Uiisla de la lectura de los libro.s de aventuras > de historia

películas, la pilmera de la> cuales, K^ds on the Cuff, y a h a empezado a filmarse. Al verle el otro día en el Estudio, le pregunté: —¿Cuándo puedo charlar con tisted un rato, Max? —Cuando le dé la gana—me respondió - . ¿Desde cuándo tiene usted que pedirme permiso para hablar conmigo? — EIs que se t r a t a de una entrevista para CINEORAMAS, una gran revLita cine matográfica de Madrid, y quiero que si habla u^ted conmigo me prometa nn hacerlo con ningún otro corresponsal en algún tiempo. Después de peiisarlo unos momentos, me respondió: —Esta tarde voy a hacer un poco de ejercíicio en el gimnasio del Elstudio. Venga" usted a verme y hablaremos todo lo que quiera... Y dígale usted a CINKORAMAS que ésta va a ser la primera entrevista que tengo con periodista alguno desde que gané el campeonato, v que hasta que no termine Kids on the Cuff, por lo menos, no tondré alguna con penodistas extranjeros... ¿ÍJO parece bien? Kids on the Cuff no acabará de filmarse ha.sta mediados de Febrero..., si la pro-


ducción no sufre ninguna de esas interrupciones tan frecuentes en los Estudios, donde por la menor cosa suele retrasarse el trabajo semanas cuando menos se piensa...

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Max Baer es uno de los atletas mejor formados que he visto en mi vida. No hay en su cuerpo ni un detalle que le dé"ese aspecto animal que tanto se deja notar en otros luchadores. Es grande y pesado (doscientas diez libras), pero hay armonía y gracia en las líneas de su cuerpo esbelto, joven y s m o . Podria con razón decirse que es el prototipo de un glorioso gladiador de la antigi.a Roma. —¿En c antas peleas ha tomado usted parte profesionalmente? —He peleado unss cincuenta veces, y todas, menos la primera, fueron peleas profesionales. —¿Ha sido usted puesto fuera de combate alguna vez? —^Nunca. —¿Cuál considera usted su mejor pelea? —La que me dió el campeonato. Si el arbitro no hubiese mterrumpido el encuentro, no sé lo que habría [asado, porque Camera no podía ya resistir más y yo me encontraba cada vez más fuerte. •—¿No se vio usted comprometido en ningiin asalto? —En el oegundo, sólo por unos momentos. —^¿Considera usted a Camera como un buen boxeador? —No m u c o ; pero es fuerte y valiente. —^¿Cómo le venció usted? —Con la táctica que he empleado en casi todas mis peleas: golpes al estómago, para debilitar al enemigo, y cuando empieza a resentirse de ellos, ganchazos y golpes rectos a la quijada para ponerlo fuera de combate. —¿Volverá usted a pelear con él? —^Probablemente. Camera y Schmeling ¡lelcarán en Miami, en Enero, y yo lucharé en Junio con el vencedor. —¿Cree usted que vencerá Camera? —E^toy casi seguro, aunque considero a Schmeling mucho mejor boxeador; pero el italiano es mucho más fuerte. —¿Cuál fué su peor pelea, Max? —La que tuve con Paulino Uzcudun, hace tres años. La perdí por puntos. Fué el primer encuentro que tuve a veinte asaltos, y el vasco es uno de los hombres que pueden aguantar más. Además, yo estaba preocupado con mi próxima bo-

H^POr^

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^ ' «"ecihir este <dereeliazo> del e n c a n t a d o r a de terrible dolor q u e regocija

Hastu n u r x t r o corresponsal

en

Ilollywood. Kiigcnio de /.urraca. üC atreve a golpear la niiindíbiila de .Max, que acusa el golpe en un gesto de dolor...

da y no tenía m u c h a exper i e n c i a con buenos boxeadores. —¿Cuándo y por qué decidió usteil dedicarse al bo•<eo? —Hace más de seis años. Ful a un baile iPn un pueblo de California, y como no sabía bailar, no " podía atraer la atención de las muchachas... ¡Tenía que hacer algo si quería que se fijasen en mi, y no ocurriéndoseme otra cosa mejor, me peleé con dos o tres de los más fuertes!... El resultado de esa pelea me convenció de que debía dedicarme a esa profesión. —¿Cuántos años tiene usted? —Voy acumplir veintiséis. —¿A quién considera usted su más temible rival? —A mi hermano. Un muchacho de diez y nueve años, que pesa más de doscientos cincuenta libras y tiene la fuerza de un Hércules... ¡Ese es el futuro campeón! Afortunadamente, creo que no tendré que pelear con él. —¿Piensa asted retirarse? —Quizá dentro de dos años, cuando haga estas tres películas. Si tengo éxito, me dedicaré al cinematógrafo. — g u s t a trabajar en el Jine? Ml^^^ —Mucho. Ya hice ima película con la Metro-Goldwyn-Mayer, El 6oxeador y la dama, y el público la recibió con cariño. Estudio bastante, ^ J y voy a hacer todo lo posible por llegar a ser un .buen actor. Estas películas me dirán si puedo conseguirlo o no. —¿Qué pieasa usted de las mujeres de Hollywood? —Las encuentro un noventa por ciento alectadas. —Sólo deja usted un diez por ciento para la naturalidad... —Y eso, porque un hombre debe ser siempre galante, ¿no le parece? Max Baer es una de las personas más francas que he tratado. No hay en él ni sombra de afectación; por eso la odia tanto. Da la impresión de un niño grande, siempre feüz. Cuando habla con uo amigo, lo mismo que cuando se encuentra en lo más reñido de una difícil pelea, tiene constantemente en los labios una sonrisa de felicidad. En su pelea con Camera ocurrió un i icidente del que muy pocos se dieron cuenta y del que nada dijo la Prensa. Helo aquí: cada vez que Camera le acometía, le miraba de modo amenazador y daba un gr'to que tenía mucho de bufido. Una vez Max se le quedó mirando, sin dejar de sonreír, y le gritó: «¡No bufes más y pelea como un hombre! ¡No seas «cñorita!»... HoUyioood, 1935. EUGENIO DE ZARRAGA

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Ilf aquí algunaN rscrnas dr « C h u - r h i n - f : h o w > , la magistral pelírula. ron la qur rl cinema europeo »e apunta una nueva y magnífica virinria

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l.n ili.^linla.i iKasiimes ha astimado lo oriental a la ¡tantalla >ni fmburfto. ninguna con el lujo, el color y la emoción con ijne ahora lo hace en 'Chii-Chin-Chow». ln equipo de artl.ita.i adniirubles (a la raheza de ello.i Anna May If itnfí. Pear 4rg\le f h'ritz korinez) encarna, a traces de la.'í escenas de la nueva película. Indo el mi.%terio. toda la Inipiielady Inda la pasión de Oriente. La nne\a cinta, par su arierlo de concepción y de téinira. quedará inrorporada a la serie de las ^randci creaciones europeas


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OTEL Alfonso?

—Diga. —¿Vicente l'adula? —Está en el comedor. —.\vísele que se ponga al aparato. —¿Quién? —¿Padula?... Aquí,

un reportero de CINEGRAMAS.

—¡Caramba! Le felicito por la Revista. Es una maravilla que honra a la Prensa cinematográfica de España... —Agradecido. Dígame: ¿podemas hablar esta misma noche? —¿Cómo no? Eso no se pregunta. Dentro de media hora me tiene a su disposición, aquí o donde quiera. —Donde usted guste... —¿Le parece bien Pidoux? —^Muy bien. — E n t o n c e s , hasta ahora mismo. Allí nos encontraremos...

Las once. Un hombre vestido de obscuro, correcto,

erguido, sin afectación, sonriente bajo el bigotillo recortado—único aditamento capilar que lucen en el tostro los donjuane.» de hoy--, entra en Pidoux. reconozco. Es el mismo que en tantos films de habla h'spana ha interpretado tipos diversos

de psicología morbosa e inquietante. El «villano» de los argumentos modernos elegante, refinado, audaz, desaprensivcj. —¡Padula! Acude, complacido de estrechar una mano desconocida que .se le tiende en este .Madrid hospitalario. La mano que va a escribir, sobre la misma mesa del café nocturno, una verídica i n t e r v i ú . (La emoción del saludo no es por el hombre acogedor, ni por el amigo posible. Eis por CINEGRAMAS, que va a pul-

sarle el latido de su personalidad aventurera para .sus miles de ávidos lectores...) —¿Por vez primera cu Madrid?... —No. Hace catorce años (tenía yo entonces diez y ocho) i)isé est a ciudad maravillosa, y en c i r c u n s t a n c i a s muy distintas a las de hoy... —^¿Pueden decirse y saberse? -—¡Ya lo creo! Eran tiempo* de luchas juveniles y... teatrales. —¿l'rocede usted del teatro? —En Barcelona tuve que improvisarme actor de comedia. La C o m p a ñ í a de López Alon.so fué mi tabla de salvación entonces... —¿De dónde venía uoted? —De Buenos Aires, con rumbo a Italia. Y lo (lue tenia que haber sido una escala del viaje, r e s u l t ó cl viraje más decisivo de mi vida. Barcelona me conI quistó y me retuvo, coI mo una mujer fatal de ' las que orientan o desvían el destino de un hombre. Se me acabó «la plata», y me presenté ante el público del Teatro Poliorama como actor, ganando la fabulosa cantidad de diez pesetas diarias... Vírente Padula. en el Bil>adway madrileño que eü la —Por algo se empieza. Y df Barcelona, ¿vino usted a Madrid diGran Vfa. elogia ante nuestro colaborador Aguilar el rectamente? acogedor ambiente de Madrid. En la silueta: Padula —No. Recorrí antes media España haciendo comedias ai^entinas, «posa» especialmente para CI.NF.GIl.^MAS rOT» CORTtS cuyos repartos no contaban con más argentinos nativos que yo... —¿E^s usted del mismo Buenos Aires? —Porteño legítimo. Pero continuemos mi trayec^toria teatral. De la Conqiañía de Ivópez .\lonso pasé a la de Manrique Gil, con un repertorio de feroces melodramas. Y así vine al Teatro de la Latina, de esta capital. Hoy rememoro acjuellos días, escasos de dinero, pero pródigos en ilusiones... Bueno. Acpiello terimnó. Volví a mi cuna, después de una enfermedad grave que tuve en ValladoHd. —¿Y Buenos Aires le recibió con buena cara?... Vamos, ya me entiende usted. —Mi padre me dijo: «¿Ves cómo la realidad se encarga de devolver a su sitio todas las cosas forjadas por la fantasía?...» Mi padre es la lógica con envoltura humana. ¡Ix) contrario de su hijo! En esto, dos muchachos de magnífico jxirte entran al Pidoux. Dos galanes del cinema español. Uno, Luis Amedillo, que actuó con (iardel en la l'aramount, de .Join•'üle. El otro, Pedro Calderón de la Barca, que acaba de intervenir en Crisis mundial.


Ambos vienen a Patbila con los brazos abiertos, sorprendidos dol hallazgo. El reportaje se complica. Ya no es un diálogo. Renuncio al interrogatorio vulgar. Mi pluma recoge datos sin orden ui concierto, surgidos de la charla, que se anima extraordinariamente cuando el gentleman José Chamorro engrosa la tertulia y requiere unas botellas de champán. He afluí mis datos (films de noticiario en la pantalla de papel): Padula, im buen día, . desembarca en Nueva York, con escasos reWli cm-sos económicos. Baila \ el tango. Conoce a Rodol\ fo Valentino en el Hotel \ -Mac Alpín. Valentino ya era \ famoso. Sus antecedentes de gigolo le movieron a simpati^ zai- con el joven Padula. Fue' ron buenos amigos. El tan discutido «Ruddy » aconsejó a Vicente el traslfulo a Hollywood, donde hizo «extras» distinguidos, primero, y después pequeños papeles de «traidor». Padula conoCe muchos secretos

Vicente Pa- • «lula conver- ' tido en «valet de •"hambre., muy o c a s i o n a l , porque no e s sino un pretexto para rodearse de bellezas lozanas } pimiMtnteii...

Un momento de Vicente Padula en el film realizado en Nueva York bajo el título de kEI tango en Itroad- , way i

V i c e n t e Padula díalo-"* gando con Carlos Carde I en el film «Kl iango en B r o a d w a y »

Anita Campillo y Vicente Padula en una ascena de la película «Cuesta abajo»

de Hollywood. Pero eso no interesa por hoy... Hay que seguirle hasta el aílvenimiento del cine sonoro, que fué su gran oportunidad de ' % • ^ftor. Trabajó en películas de habla inglesa. Después, claro, se aprovechó para el reparto de las que requerían intérpretes que conocieran el castellano. Y actuó en Eí cuerpo dd delito (con Pereda, María Alba, S^urola, Antonio Moreno, María Calvo, Torena, Barry Norton y Carlos Villanas: un reparto fenomenal). Después, Amor audaz, con Rosita Moreno; La fuerza del querer, con María Alba y Seguróla; Gente alegre, con Rosita Moreno; El presidio, con Juan de Landa; Del mismo barro, con Mona Maris, y Monsieur Le Fox, con Rosita Ballesteros y Luis .\lonso. ^

Paiis. Joinville. 19321933. Producción Paramount en castellano. Vicente Padula llega y filma IJIUXS de Buenos Aires y Melodía de arrabal, con Carlos Gardei. De París, otra vez a Buenos A res, donde la producción nacional le acapara como protagonista de/Taponado/, con M. Doris V Carmen Reyes. L u ^ o , a Berlín, para hacer un film en inglés y francés. (Padula domina cinco idiomas a la perfección.) Inmediatamente, Barcelona; a trabajar con Irusta, Fugazot y Demare, en A vex sin rumbo. Cable de Paramount, llamando a Nueva York urgentemente. Allí realiza tres creaciones personales, sus éxitos definitivos en la pantalla sonora: Cuesta abajo y Tango en el Broadway, en español, y Daré light, en inglés, con Sally O'Neil... Ahora, el chispazo de inspiración, o el capricho de un hombre que no puede soltar del todo sus amarras: ¡A España, por la tercera vez!... (A la tercera va la vencida.)

• • Padula .se encuentra a gusto en Madrid, esperando acontecimientos. (Dos proposiciones: Nueva York y Buenos Aires.) El gran artista iKinaerense preferiría ultimar tm proyecto que le han expuesto ayer para hacer películas en España. Es su suefio dorado. I.«e atrae el carácter de la gente, la fisonomía de las ciudades y, sobre todo, la belleza y simpatía de las mujeres... —Mire, Aguilar: ¡esto es la Gloria! Ij&s chicas madrileñas tienen un encanto únitx», que seduce, que subyuga sin remedio. Sería triste tener que abandonar esto sin saborearlo del todo, como merece. (Fíjese en aquella morena, a lo Kay Francis...) SAKTiAao AGUILAR


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II p a q u í lili iiiniiiriito f s r r iiii-o tU' la n u e v a p r o d u c c i ó n 4.\elilin>i<, iMiciindruda e n una anécdota de intriga y emorióii. q u e «erú p r c s e i i l n d a e n b r e v e e n la p a i i inlln i i i a d r i l e ñ n

Juan P e t r o v i c h y Kliwi \ Hiard e n u n a e s c e n a d e ' P a g a i i i i i i » . Kugestiva p e l í r u l a . e v o c a d o r a d e loM t i e m p o » d e l I m p e r i o , q u e en b r e v e será p r e s e n t a d a en Madrid por Ibérica Films

La n o v e l a de Mejaiidrii Diiinas «La d a m a d e las c a m e l i a s ^ ha !iido l l e v a d a n la pantalla s o nora, bajo la s u p e r v i s i ó n d e Abel C a n e e , c o n s i g u i é n d o s e u n a o b r a d e niMables m a t i c e s c i i i e i n a t o g r á f i c o s . He aq u i a \'M>niie í'rintenips y P i e r r e Kresnuy en lu p e r s o i i i r e a c i ó n d e Margarita G a u t i e r \ \r•nundo l)iival ^ ^„


En

esta

¡nferprefación

del

espíritu

feliz

c/e la Pascua de

Resurrección,

Jean de

¡a

Parker Metro-Goldwyn-Mayer,

destaca

el encanto

juvenil

en

pureza

y

un

de su cutis

ambiente

de

fragancia.,

¿SUEÑA UD. EN LA PUREZA DE SU CUTIS? La realidad mejorará su sueño Purificar e i cutis e s misión básica dei moderno jabón de tocador. La fricción d i a r i a con una e s p u m a cremosa como l a del Heno de P r a v i a , que contiene buenos aceites suavizadores, perfecciona y hermosea l a tez. Realizar ese deseo está a l alcance de su mano y de su constancia.

PAS

L L A,

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HEHÓI)EPRi^lÁ perfumería

g a l • MADRID • b u e n o s

AIRES.


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^ Ó M O rifKar que un cuerjK) esbelto y u n rostro sugestivo constituyen el encanto primor dial de la mujer' De estas dos características fundamentales depende, sin duda alSuna, la impresión grata o repelente que toda mujer prfKliice, y a ello se debe el (jue las prácticas de belleza que la mujer cultiva preferentemente tibnitaii. de u n modo casi exclusivo, a la conservación de la Hnea y al especial cuidado del rostro. Pero como el encanto de la belleza no resi (le tan sólo en el efecto más o menos sugestivo de u n conjunto agradable, es preciso también prestar singular atención al cuidado de los detalles que complementan esa misma belleza. Por ello, hoy queremos brindar a nuestias lectoras este cock-tail de consejos, en el que, del modo breve a que obliga el espacio de que disponemos, consignaremos algunas indica< iones prácticas en tai sentido. Conienoemos por los ojos, en los que reside el supremo en canto del rostro y que son como las ventanas del espíritu de la mujer. Su cuidado es en extremo sencillo, pero requiere gran atención. Para que los ojos no pierdan su brillo ni su hermosura, es conveniente, en primer lugar, no someterlos a u n excesivo ni pro longado trabajo con luz artificial, y también evitarlos el violento reflejf) de la reverberación de la luz solar sobre superficies claras, así como librarles de la acción del viento y del p)olvo en lo posible Para lavarlos, no se debe emplear el agua demasiado fría ni demasiad

nado ¡mía vi roái\

de

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caliente, sino a una temperatura intermedia. Por otra parte, salvo en dolencias cuya pertinacia acón seje la consulta del esp)ecialista, son de prácticos resultados, en los casos de ligera irritación, la.s abluciones con agua hervida bicarbonatada, y en los de leves conjuntivitis puede aplicarse, con ga rantía de éxito, la infusión de manzanilla o malvavisco. Es también muy conveniente que, antes de acostarse, se proceda a un cuidadoso lavado de los ojos con agua tibia ligeramente salada. En loa casos de fatiga por trabajo excesivo, dan un magnífico resultado las compresas de agua templada aplicadas sobre los párpados cerrados. Para la conservación de las pestañas sigue indicándose come, remedio insustituible la aplicación del aceite de ricino en el borde de los párpados, con lo que se evita la caída de aquellas, se acentúa su brillo y se estimula su crecimiento.

La higiene de la boca debe también ser uno de los principales cuidados de la mujer, ya que de ella depende, en muchos casos, el perfecto estado de la salud. Independientemente de las molestias que una dentadura descuidada puede ocasionar, hay otras muchas causas que originan malestar y que deben atenderse con gran escrúpulo, l.^n viento violento, una temperatura demasiado alta o demasiado baja, producen en los labios grietas, escoceduras y erupciones que, sobre resultar molestas y aun dolorosas, afean la boca. Para evitarlas, empléese en proporciones no excesivas, para que la boca no resulte demasiado grasicnta, una crema a base de cera virgen, aceite común refinado y miel rosada. El empleo del vinagre hace desaparecer rápidamente las fiebrecillas que suelen aparecer en los labios. Como medida de higiene general, recomendamos el enjuagarse la brKa con agua tibia en la que se habrá echado un par de cucharadas de agua oxigenada.

• • I-as manos, atractivo indudable de toda mujer chic y expresión acaso la más definida del espíritu dt su poseedora, deben ser también objeto de cuidado especialísimo. No nos ocuparemos hoy de los métodos a que deben someterse para conservar y realzar su belleza y perfección, sino de los procedimientos que pueden emplearse para combatir cualquier f)equeño accidente que en ellas se haya producido y que de no ser atendido con la debida prontitud puede determinar una merma en sus naturales y caracterí.sticos atractivos. Una quemadura leve, por ejemplo, puede combatirse con la aplicación de una mezcla de aceite y bicarbonato. Los arañazos (de aguja o de alfiler, e incluso los producidos por alguna espinal se curan bañando rápidamente la parte afectada en agua fría saturada de vinagre. Un masaje inmediato y la aplicación de calor producirán beneficiosos resultados, como igualmente la fricción del sitio afectado con una solución de aceite de oliva y jugo de pepinos. Las cortaduras se alivian lavándolas con agua fría y alcohol, y vendándolas después con una gasa aseptizada. Si la cortadura se ha prodvieido con un vidrio, conviene examinarla bien para alejar la fxisibilidad de que quede dentro de ella algún fragmento, aplicando, después, unos toques de iodo. complemento esencial de la belleza femenina es la Josephine Mutrliinson somete el cuidado de sus ojos al técnico de los Kstudios _^

cabelle^^^^í ta, que singularmente en las muchachas de portivas tómase áspera y rebelde, por llevar destocada la cabeza las más de las veces. Para corregir esta indómita rebeldía peculiar en los cabellos sometidos con excesiva frecuencia a la acción del aire libre, empléese el agua sedativa muy rebajada o el amoníaco líquido, en una proporción diez • — menor al agua con que se mezcle. Este procedimiento, empleado con la frecuencia y la mtensidad que exija cada caso, haiá que los cabellos recobren su flexibilidad y su brillantez primitivas, sin que las aficiones deportivas o simplemente campestres de su poseedora hayan de corregirse. I (iiiH W h i k .

la

lidniirable actriz e iflknnialla, '«poBndose a i i i i c i a ^ s u • nia-

<|g|lage»

^' basta por hoy. En números sucesivos proseguiremos estos sencillos consejos vulgarizadores, que esperamos hallarán en nuestras lectoras la acogida cordial que dispensan siempre a aquellas indicaciones útiles a la mejor conservación de su hermosura.—M.


a oe ensauo

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A

LLÁ, en Hollihobo, la segunda Meca del cinematógrafo, despuntó, como todo el mundo sabe, la figura genial de Emil Femandeth, «el humorista del gesto», como se le ha llamado siempre, sino que en inglés. Emil Fernandeth había llegado a su posición en .el cinema mundial—según cuentan sus innumerables biógrafos—por su estudio lento y detallado de los músculos. Su biblioteca tenía grandes tomos con revistas de ciue encuadernadas. ¡Ah!, pero no se había olvidado de poseer tamb'én un atlas del cuerpo humano, donde levantando escam'tas con la uña del meñique iban descubriéndose todos los secretos musculares que poseemos. Y con el atlas en la mesa, y la mesa al pie del espejo, Emil Femandeth 'ba estudiando las contracciones. De modo que en una interviú llegó a decir, s ^ m copiamos textualmente: «¿Mi sonrisa, dice usted? Después de estudiada, no es difícil de conseguir. Es una contracción repetida —eso es lo personal — del músculo «cigomático mayor», que es un musculillo de nada, que corre desde las mejillas a las comisuras de la boca, y que yo le hago que tire hacia a r r i b a con picardía. También es cosa dominada por mí el músculo llamado «risorio dé Santorini», que todos poseemos a los lados del rostro. I » he eotudiado mucho, y con el tiro de las comisuras hacia atrás con tal precisión, que mi sonrisa resulta siempre matemáti-

<-.a. Sin embargo, con el músculo que más me divierte hacer estudios al espejo e?. con el que llaman «elevador común del ala de la nariz y del labio superior», que ha sido, indiscutiblemente, el que me ha dado el triunfo en la impresión del cebiloifle titulado Tú paro mi, a mí

qué.» Esta.^ palabras de Emil Fernandeth revelan exactamente su preparación para el cinematógrafo. Como dice el estúpido lugar común, «es el más severo juez que tiene su propia obra», y una vez que habia de liarse los pies en una antena de la radio se pasó una semaiia repitiendo la escena, porque cuando se fiial>a mucho en el cable, se olvidaba del músculo «cigomático mayor» y volvía a empezar. ¿Re.«ultado de todo esto? tiue el genial intérprete de Tú para mi, a m': qué, h a (onseguido en HolHbobo la [«ipularidad q u e merece. ¿Qué importa que una sonrisa fugaz sea el resultado de un año de levantar escamiUas del atlas de Organografía con la uña del dedo meñique? ¿Qué importa que una salida rápida por u n a puerta de la escena sea el producto de cien salidas diarias durante un mes?... «Emil Fer» —como se firma intimamente - r e s u l t a en la pantalla el actor de más espontaneidad, de más frescura y de sonrisa más ágil y sutil... Pues bien: al llegar, en Diciembre último, las elecciones para el Parlamento de aquel país, los agiario demócfatas d e Ilollibobo h a n aprovechado el nombre popular del gran actor para meterle en la*, candidaturas. Cartelones con el retrato de Emil Fernandeth se paseaban por la ciudad, conducidos sin parar por filas de diez o doce «parados». Oruga de cartelones, que, como las orugas, unas veces la fila s2 estiraba y otras se encogía; porque mientras 1 o a


hombres anunciadores s e a n hambrientos, no llevarán con total gallardía el anuncio. Pero vamos al suceso cuya apostilla publicamos hoy. Como es natural, los agrariodemócratas de dicha ciudad llevan al Parlamento una gran mayoria. Celebróse el escrutinio a presencia del indiscutible as, que escuchaba su nombre con una r e p e t i c i ó n abrumadora. Su nombre y apellido llenaban la sala, la abrumaban, la abarrotaban, como si de la urna salieran mariposas \ mariposas, y raá.s mariposas, todas iguales, todas del mismo nido. Los correligionarios aplaudían, y cuando se hizo el recuento de votos, «Emil Fer» sintió el halago gratísimo de una popularidad. ¡Ya podía fstar orgulloso! Entonces el grupo de los nuevos parlamentarios se dispuso a salir, vivamente emocionado. Tomaron la puerta de la sala electoral, fueron a descender por unas escalej rdlaa que daban a la calle, y encontráronse de pronto con nueve o diez ojos impertinentes, dominantes, imperantes, que eran de las nueve o diez máquinas que pretendían sacar el film para los noticiarios. ¡Terrible media luna que hP centraba justamente en Emil Fernandeth, y que, además, de algunos de sus puntos habían empezado ya a rodar!... Los parlamentarios (jue rodeaban al genio flescendieron por la escalinata tranquilamente, con una .sonrisa inquieta, pero ingenua y pura. ¡Ah!, pero el genio empezó a paUdecer; las piernas le fallaban para el primer peldaño; los músculos de la cara se le habían desordenado, y no los encontraba por ninguna parte, a pesar de poner en ellos toda su azorada atención. El «cigoraático mayor», como el «risorio de Santorini», ignoraban para dónde tenian que tirar, y unas veces iban para arriba, otra para abajo, o hacia . adelante, o hacia atrá.s. Falta de ensayo...

Si a «Ernil Fer» ao le cogen a tiempo sus correligionarios, se hubiera cascado la nuca, como un huevo de gallina, contra el filo de un escalón.


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Dol ores del Hío. la <rran actriz, una de l'i'i fip^íirfis más elegante.f ('intere.sante.'t del

llene para nosotros, españoles, un doble interés: el dr su arte. fino. ^•ario. lleno de recursos de e.ipresión, y el de su palabra. Dolores d"l ¡lio. en '/uie/i se unen Méjico ) ' Hollywood. se c.tpresii perfectanienle en ca-'ilelhii i o . y '-s. rcahnmtr, un regalo para el oido y para el espíritu poder escuchar en nuestro idioma a una figura cinematogréifica de los méritos de esta gentilísima niejirana. lincrun.

UIBUIL) DE HEBIIEBOS


Una jJtoÁuccLcn

nucLCual

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La producción nacional se dispone a apuntarse un tanto de positiva importancia con «La bien pagada», nuestra nueva creación cinematográfíca. realizada con un magnífíco entusiasmo y con los elementos que dan ya a nuestro cinema un positivo rasgo artistico. Por el interés de su trama, por la excelente interpretación - a la cabeza de la cual figuran la bellísima Lina Vegros y Antonio Portago - . por la calidad de su técnica cinematográfíca. la nueva película promete marcar una fecha de verdadero interés en la nueva historia de la pantalla española.

Los principales intérpretes d e < La bien pagada >, en tres m o mentos de esta nueva cinta e s p a ñ o l a : Arriba: Lina Yegros. A n t o n i o Portago y J o s é María Linares Rivas. .\ la izquierda l i n a Yegros y Mercedes Pn-ndes. Abajo: Lina Yegros


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1

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U n K iical)í)_(lej)ul)lifar lista (le los más fieaxaciunali's (livonios ll fw en IIKIIVwood duranteol año pasadn. C.iitin fógiio. trwVis Idri (livonu)s que han encontrado ampli . ^ la T*reii-^a se refieren a artistaciiiemaK.jrnific'-. Son -esenta los m«trini->ni<-.-. de estrellas alia disueltos en V.rM. Vamos a •onieníar lí^i-anunte la- i)^nci|ial(- ' ; i - n , .

Mae Murrav se queda sin su flamante |.rin('i|>e le M'Divani. M I >ivam. ln<(.uvenient« de adquirir un príncipe en lamismaa audiciones que una pianola. Kftsti\amenté, .Mae--como l'ola Xegri- af>enas qui'ría al j>rintipe para otra cosa que para enseñado a las visitas. Hn justa . unespondencia, el principe .s«'ík) (quería a .\Ia.para llevar un talonario de cheques en el bolsillo. Los principes moflernos no son como los de los cuento^ de hada.s. Kl ronuuiticismo no tiene cabida en ellos. Mae Mufray, solucionado.su divorcio, tiene ahora que ventilar varias reclamaciones de tijH) isom'anico que su ex marido ha prc-^cntado anU' los Tribunales. Kra una boda en la que jugaron jMjr ambas parte?' intereses iMi-sonales ipie nada tienen que ver con el amor. Lógicamente tenía (pie tenninar así.

Cl divon io tiloria Swan.son-.Michael Farmer no tiene nada de extraño. Sabid o es que (¡lona es una cole<cioniPta de mandos. .Michael Farmer no representaba smo un número más en su colección, (pie a no dudar se enri-HK.-ceía bien pronto con un nombre más. Gloria tiene el record de matrimonios entre las actuales actrices d «uielandia, y es de suptmer (pie este magnífico record no .se lo va a dejar arrebatar a.sí como tu<í. Ruth Chattertoii-tieorge Brent es o t r a d( l a s pareja; disueltas en VM4. Se su|H»iieii varias causaparece .<er la verdadera: la a^^iduidad con que George v i s i t a b a - } visita a Greta í iarbo.

La .--eparación de Adolfo .Menj(»u y Katlüin Carverobedece también a desvíos en la ("onducta amorosa del marido. Menj(íU, enamorado .sem[titemo, se dedicaba a flitear con otra mujer. Su primera btxla tenía qiic deshacerse para que tuviera lugar la segunda. .Menjou. en efecto, .se lía casaflo otra vez.

Más difícil resulta averiguar lomotivos verdaderos del divorcio eritrr

.\dnifo Menjou ha dado lu- —• gar, ronsua devaneos-¡vamos, Adolíilo, a ver si empezamos a tener formalidad!-,a que su esposa, Kathin Carve, se divorcie del ronluoias tenorio...

.Ihon Gilbert y Virginia Bnice. .Ihon, que se encontraba en su t e n e r iiiatrimtjnio, pnrec;ía todo lo feliz que puede ser un hombre a quien su mujer acaba de dar un hijo. Parece que con un retoño por medio la separación no debe producirse. Sin embargo, esto debe traer muy sin cuidado a Jhon, que ya se divorció de l^'atrice .loy c i las mismas condicione»'. A.segura Jhon que Virginia le había perdido el cariño y a( ejttaba Itxs galanteos de ciertos distinguidos actores de la pantalla. Virginia lo niega. Y aun añade que es él quien estaba al borde de la infidelidatl conyugal. Lo j>robable es ({ue tanto ella como él estaban cansados de un matrimonio que duraba ya más de dos años, hecho realmente extraordinario en h>s anales de 1 lolly wood.

Katharine Ilepburn y Ludlow Smith son íitros dos que fueron al juez a dar solución a sus asuntos sentimentales. El hwht) de coincidir el divorcio ctm el rápido encumbramiento de °sta actriz hace relacionar una cosa con la otra. Ludlow, el obscuro esposo, significaba un entorpecinúento en 1« brillante carrera de Katharine, la rutilante «star». Sobre todo si se tiene en cuenta que Ludlow se llamaba natía más (|ue Smith. ipie es algo así como llamarse Pérez .-MUIÍ.

triando (Jharle.s Farrell se c.i.s()con Virginia Valli, Janet Gaynor lo hizo con Lidell Peck. Durante mucho tiempo toíjo el mundo había creído que el idilio de Janet y Charitís en la pantalla tendría una confirmación en la vida real. Puede ser que hasta la {iropia Janet lo creyera así. Su boda con Lidell sería entonces una especie de respuesta a la de Farrell. Y una boda así tenía, por fuerza, que carecer de la suficiente ((insistencia amorosa para a.s^urar la felicidatl de la pareja. ¿Que pasará ahora? ¿Se volverá a hablar del idilio Gaynor-Farrel? Por lo prtmto, Janet, lejos (le pasear con el gallardo joven, se dedica a cenar, en Nueva York, con un alto dirigente de la Fox. Lo que será menoo novelesco, pero es, desde luego, más [(ráctico, Kay Francis y Kenneth .Me Kenna se «livoniaion porque, jxir lo visto, Kay había sufrido con él uno de los muchos desengaños amorosos que, según ella, lleva padecidos en esta vida. Después de su divorcio, Kay aseguró formalmente tpie no se volvería a casar, f^'on dos experiencias tiene bastante. F'yllo no obsta para que haya sostenido con Chevalier un idilio que se ha pndongado durante varios meses, llasta tpie Chevalier ha sido reemplazado en las preferencias del corazón de Kay pí)r un príncipe italiano, al que nadie conoce toMae Murray, que se didavía. En resumen, se puede decir ipie vorcia del príncipe M'Divani, el cual ha resuelto Kay es una desengañada del matriinoplantear ante los jueces iiio, pero no del amor. DON ( I P I D O

FERNANDEZ

no se sahe qu^ reclamaciones de orden económico ¡Romániieo que e»!


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CHISPEANTE P' DWCCION DE U Tt/MPORADJ

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£f//aüz IIWPERIO ARGENTINA en ¿ "skiztck'W^

FLOWAN (\Ey


SI

todo el h a z de la tierra es terreno fértil para que la semilla de la murmuración fructifique, Hollywood es, sin duda algima, el lugar del planeta donde la maledicencia y la calumnia germinan más fácilmente..., sin dada por que la Meca del cine es, al mismo tiempo, el áureo Edén de los triunfadores y el lefugio inhóspito de los fracasados. Y en la terrible lucha que se entabla para la conquista de la gloria, de la celebridad y de la fortuna, los vencidos, los desahuciados, para simular una justificación a su derrota, atribuyen a sus rivales victoriosos cualidades vitandas y procedimientos reprobables, merced a los cuales hallaron fácil y cómodo el mismo <amino que a ellos se les ofrece áspero y espinoso. Así, mientras los favorecidos pttr el triunfo se afanan en mantener su prestigio ) en gozar de los placeres que el éxito proporciona, los que cayeron derrotados en la contienda, famélicos y despechados, emplean sus ocios eternos en hacer más buidos cada vez los filos terribles del estilete de la calumnia... Halelando cierto día de esta terrible plaga de pai-ásitos que se ha enseñoreado de Hollywood, y cuya demoledora e incesante labor no ha respetado hogares felices ni ami.stade» entrañ>?bles. decía P>edric March: Por lo que a mí se refiere, sé que se me atribuye un «carácter egoísta, orgulloso y altivo. V la verdad es que no soy así. Si en cuakjuier arte o en cualr[uiera profesión me parece estúpido esc modo de ser, en esta carrera del cine le considero, no sólo censurable, sino poco conveniento. es una gran imprudencia mostrarse orgulloso y altivo para con aquellos que el azai- ha situado en un [ilano inferior al nuestro; porque, ¿quién nos asegura que mañana la.ciicunstancias no habrán cambiado y (pie cl mismo azar que nos encumbró no puede despeñamos? En realidad, la cotizaci(>n de nuestro nombre está en relaciíMi directa con el éxito de nuestra última peUcula, y los laureles obtenidos ayer pueden marchitarse hoy si no se nos ofrece una nueva oportunidad de renovarlos... En puridad, Fredric March es un buen chico, un excelente camarada y un cordial compañero. Sabe—¿cómo no, si la vida, suprema maestra, se M lo pone de manifiesto a diario?—que vale, que su nombre se cotiza en0 tre los de loe más destacados actores de CinelanTres fxpresiodia, y lucha tenazmente por que ese prestigio no se nes I s o n ó m i c a s extinga. Mas para mantenerse en el lugar que hoy de Fredric ocupa no recurrirá jamás a un procedimiento bajo Mareh, el adni reprobable. Combate cara a cara, a iiecho desmiráUe a c t o r cubierto entre otras razones, jKjrque su caracte-

r


rística—la auténtica, no la que le atribu­ yen los vencejos de la envidia y las corne­ jas de la ineptitud -os la lealtad y lahombrin. Fredric Mai-ch, que naoió en Hacine villa del Estado de Wisconsín, sintió desde su miKiedad, COHKI tantos otros, la tenta­ ción del toatro; pero su padre, hombre d e despacho y de negocios, m) alentó los [)ropósitos de Fredric y aun los combatió te nazmente. Cierto dia, tiabajan<lo Fredric en laofici na, donde su padre le recluyó, fué acome­ tido de un súbito ataque de apendicitis, cuya inminente g r a v e d a d aconsejó una mmeiiata intervención quinirgica. El jo­ ven enfermo estuvo a la muerte, y sólo una naturaleza tan vigorosa como la suya pudo triunfar del grave mal. Pasado totalmente el peligro, en plena convalecencia, Fredric insistió ante su j)adre en sus deseos, y ei pobre viejo, abamiado aún por el pasado dolor, accedió... El primer papel importante de su vida escénica le fué confiado por David Belasco en Deburau. En 1926, contratado para ac­ tuar durante la temj>orada de verano en el Elicth's Garden, de Denver, conoció a P'lorence Eldrigge, de la que se prendó rápi­ damente y con la que contrajo matrimonio. La incesante zarabanda de viajes y tras­ lados que es la vida del farandulero, llevó a Fredric, en 1928. a Rroa<lway. La obrí que se representaba llamábase The Roynl Family, y en ella nuestro hombre alcanzf» tan enorme éxito, que llegó ha«ta los her­ méticos despachos de las grandes firmas de Holly w<K)d, una de las cuales decidió.se a re­ querir los sers'icioh del artista para el film. Y Fredric .March—todavía Fredric Bic kel, pues su cambio de apellido fué poste­ rior—posó su planta con firmeza de con­ quistador en el dorado suelo de Ilolly wood... .\lli filmo, además de la versión cinemá­ tica de la obra que le llevó a la Meca del cine, otros varios films con incierto éxi­ to. Pero el triunfo llegó enseguida, y actualmente Fredric March tiene en su acervo artístico triunfos resonantes que le sitúan .\Hda tan graíii para Fredric entre la media docena de actores de la pantalla cuya .Marcli. en los períodos de va- actuación se cotiza en cifras elevadísimas do dócacioncH. como recluirse en lares HU quinta de reposo para sosegar el espíritu y recobrar

nuevas fnerias...

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r^ntre los titulos más destacados, descuellan La mujer y el monMrun-

-por la que fué premiado

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descansando la casita que distancia de ood

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Lo» deportes apasionan al ad­ mirable artista, y u n o de sus predilectos ea el tenis


Lo mejor de la vida, Socios en amor, Peter Pan, SoiUh Windy otros varios. Preguntado una vez acerca de su concepto del amor, habló así: —Me parece indispensable para que un artista—hombre o mujer— pueda realizar una labor encomiable. Sólo el amor, un amor verdadero y hondamente sentido, no una pasioncilla fugaz y pasajera, proporciona el sosiego espiritual indispensable para hacer arte auténtico... La ratificación de esta teoría, un poco exótica en el torbellino pasional de Ilollywood, hálla.se en su propio hogar. Florence Eld r ^ e y Fredric March constituyen un matrimonio «raro» en aquellas latitudes, porque se aman verdaderamente y comparten en la soledad sus alegrías y sus tristezas. La artista favorita de Fredric es Katharine Hepbum, y admira también el trabajo de James Oagney y el de los Barrymore. Suele vestir con gian sencillez, y cuando va al Estudio a trabajar, lo hace en un desvencijaido automóvil, imposible de describir. Para terminar, haremos resaltar una curiosa particularidad. Fredric March, segi'in dicho queda, es un hombre honesto y respetuoso para el amor. Pues bien: es el artista míis frecuentemente designado para figurar como Jurado en los numerosos concursos de belleza que en Ilollywood suelen celebrarse. Ello débese, sin dada, a que su jjroverbial lealtad no le permite emitir un fallo que esté inspirado en una predilección personal o en una finalidad torpe... En tal sentido, suele decir Fredric: —Soy recordman en la elección de bellezas porque, a pesar de ello, Florence no siente celos... En cuanto los sintiera, no volvería a ser Jurado. Ante todo, la paz del hogar... Y es de ver la cara de asombro que suelen poner los que le escuchan... ¡Están tan poco acostumbrados a oir semejantes cosas!... RiCAKDO

Arriba: Cmlric Marcii rn su admirable caracterización de «El hombre y el monstruo». A la izquierdat Fredric .March con CharlcH l\.aughton y Norma Shearer, laureados por la Academia Cinematográfica de Nueva York por sus admirables y respectivas creaciones en «Fl hombre y el monstruo», «La vida privada de F.nríque VIH» y «Iji divorciada». A la derechai Fredric Mareh y Kliiwa Ijindi en una eaeena de «El signo de la Cruz»

VALIiS


L'n gmia dr «rrirdad dr Max Lindrr...

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N 1ÍÍ23, la señorita Peters veraneaba en Chamonix. Era joven, bella, romántica y millonaria. i.,a giacia pimpante de sus diez y siete años abría con avidez los ojos maravillados ante el espectáculo del mundo. En el fondo de su alma "^^^^ ingenua, la señorita Peters estaba predispuesta al deslumbramientíj fácil, a la sugestión de lo imprevisto. La vida t«nía cobu' de rosa j' era para sus apetencias como un caramelo. De repente, todos los ensueños románticos, todos los espejismos di la existencia, todas las promesas del amor tomaron cuerpo ante ella cuajaron, real&s v viviente.-, en la figura de un galán casi legendario. Kn t'hamcmix e-staba también Max Linder, figura mundial de la ¡>antalla. coasagrado en la unánime admiración, famoso, rico, aureolado de prestigio y de dominio. Max Linder tenía a la sazón treinta y nueve años y estaba ya envenenado por la dolama .sutil \ terrible de la melancolía. Pero los ojos de la señorita Peters, ingenuos, claros y maravillados, no advirtieron ni la <li— tancia ni la fatiga. Max Linder .se enamoró de atpiella uiujei. Creyó ver en ella el ideal que vanamente había buscado hasta entonces. En una carta a sus padres, escrita en trágicas cin;un.stancias, les decía a pro|KVsit(i de este hallazgo de la señorita Petars: «Oeí haber encontrado el sueño de mi vida: gracia, encanto, belleza, bondad; en una palabra: un ángel.» El artista famoso, cargado de cansancio y de misantn pía, y la doncella ingenua y maravillada, unieron sus destinos. La luna de miel entró rápidamente en su menguante El idilio se coronó de tragedia; la ternura se hizo patetisn>o. A la dulzura de los madrigales su.stituyó muy pronto la ira — de las recriminaciones. Max Ijnder sentía, de un modo ab.sorbente e incontenible, el tormento de los celos. Unos celos fuiiosos, crueles, implacables. Su mujer fué víctima constante de aquel furioso sentimiento del famoso artista. Max I Jnder la espiaba, la reí'riminaba, la ha«:ía vigilar |)or un detective—cuarenta y siete rail francos f>agó |>oiestos servicios la testamentaría—, la violentaba con escena.crueles y brutales. El nacimiento de una niña, Maud Lydie (27 deJunio de 15)24), no fué tregua, ni ventura, ni reposo. Acretriéronse los <,elos <lf esi)oso, aunicntaron sus violencias, se hizo cada vez más intolerable la vida atormentada y dolorosa de aquel matrim( niü nacido por amor y deslumbramiento bajo el signo níve< y suntuoso de ('hamonix. París, 31 de Octubre de 1025. En ima alcoba de; Hotel Haltimore, donde .se :dojaban, aparecieron una mañana agonizantes en su lei^ho .Max Lintler y su inojcr. Ap.ircfúan con algunas venas abiertas. La.-angre destilaba por ellas con lentitud patética. L'no vacíos fra-ícüs do vcronal, al pie de la cama, debí-

cararirríntica

Monrina

dr Max Linder.-

taban, además, la voluntad de la muerte. Pálidos y estertorosos, los do.s cuerpos estaban en el umbral del último tránsito. Ella, pálida y como lunúnosa en su agonía, no tardó en trasponerlo. Max Linder sobrevivió a su mujer unas breves horas. Al cabo, allí, en un cuarto de hotel de la Avenida Kleber, se extinguió la vida tormentosa y amarga de aquel gran artista que se consagró a hacer la alegría de la Humanidad. I ias circunstancias que rodearon a aquellas dos muertes condujeron a la conclusión unánime de que se trataba de un doble suicid'o. Pero antes de morir, Max escribía a sus padres: «Es necesario que sepáis que a los ocho días de mi boda pude advertir que me había casado con un verdadero monstruo con apariencias de ángel.» Añadía que «había visto», ;risto!, que el divorcio era «superior a sus fuerzas» y que para la felicidad de su hija era preciso que su mujer desapareciese. Por su parte, la esposa, ante la proximidad de la nnierte. escribió a su madre. Ni una recriminación para .su marido. Ni un repríK'he. Sólo la queja infinitíx y enorme de un alma que va desesperada hacia su lil>eración definitiva: «Sabes cuánto sufro: esta mañana te he contado mi pobre vida. Consuélate pensando que ya no sufriré más, y refleja todo tu afecto en nuestra adorada niñita, que tendrá gran necesidad de ti.» Pocos meses antes de su muerte, esta madre desventurada, pensando en el azaroso porvenir de su hija, redactó una nota en la que, expresando su perpetuo temor de ser asesinada, formulaba su decidida voluntad de que la niña fuese confiada a su madre, oponiéndose enérgicamente a q u e fuese su tutor el hermano de su marido, Mauricio Ijenvielle. (El apellido de Max Linder ora I>envielle.) El día 18 de Octubre do 1 9 2 1 Max había otorgado testamento. En él, rebosante del odio a su esposa, manifestaba, respecto a la pequeña Maud, su voluntad de que fuese entregada a la tutoría de su hermano Mauricio y a los buenos .cuidados de su madre, «que es una santa mujer» Estas doo opuestas e irreductibles voluntades jióstuinas han .sido, durante los diez años transcurridos, uu semillero de pleitos. Y jiara la pequeña Maud, huérfana trágica, débil con todo el poder de sus millones ignotos, frágil criatura sin risas lie madre jiara almoha<ia de sus sueños, el signo de unas mudanzas y trasiegos (pie acaso dejen — irremediablemente—huella perduI na rariralura dr Max IJndrr, qur populnriz» rable en la cera blanda de su espíritu al r^lrbrr artista ron su pueril. atuendo rararlrrísliro: ¿Quién tenía razón? ¿(^uuní era el el sombrero dr ropa, monstruo? ¿La mujer? ¿.Max Linder? el «ebaqurt» y rl bastón insrparable... ¿Cuál era, en definitiva, el voto que


Max Linder, ron su partenaire», en una esrena de «Domador por amor>. película realizada cuando la decadencia del famoso artista francés comenzaba a iniciarse...

has de la conducta deslionorable de la madre de .Vlaud, concluye pidiendo al Tribunal que ésta sea confiada a sus abuelo paternos, opinando que acaso sea mejor f ue la hija de aijuellos dos seres cuya pasión uórbic a les arrastró al suicidio sea educada en uu medio muy distinto, donde quizá halle exceso de ;alma y de reposo moral.

i"j^^-f *

La pequeña Maud, en tanto, milionaria inconsciente, con sus diez años empinados con agilidad sobre la bola dorada de la primavera, abre sus ojos maravillados: todavía la vida no le ha contado el terrible secreto. ¿Y mañana? ¿Adonde se dirigirán mañana, con independencia de fallos, tribunales y sentencias, los sentimientos y los afectos de la hija de Max Linder?

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L

(i e b i a ^^^^^^ prevalecer? El ^^^^^^^ consejo de familia de la pequeña Maud sentía la angustia de sus perplejidades. El juez de [)az. que lo presidía, creyó hallar una sohición equitativa: confió la niña a su abuela materna, madame Peters (que no cree en el suicidio de su hija y tiene como e.scrita bajo impuesta violencia su carta liltima), nombrando al mismo tiempo tutor adjunto a Mauricio Lenvielle, hermano de Max. Pero los padres de éste no se allanaron a esta decisión, cuja anulación pidieron, fundándose en unas disposiciones del Código civil francés, según las cuales el derecho de elección de tutor pertenece exclusivamente al último superviviente de los padres. Max habia sobrevivido unas horas a su mujer, y suya era, de derecho, la elección de tutoria. El Tribunal les dió la razón. Maud Lydie fué confiada a la tutoría de su tío y a los cuidados de sus abuelos paternos. La señora Peters, no conforme con esta sentencia, apeló de alia ante el Tribunal correspondiente, en demanda de anulación del testamento de su yerno, a causa de nulidad. Perdió el pleito, recurrió, y en el mes de Enero de 1935 se ha visto, ante la primera Sala de la Cámara de .lusticia de Paris, la causa de este recurso. Han sido abogados: por parte de la señora Peters, Pierre Masse, y en nombre de los padres y del hermano de Max Linder, Paul Boncour. El primero ha empezado por referirse a la locura—bien conocida en todo Paris—de Max Linder, aportando el testimonio del doctor Demontet, director de la clínica Mon Repos, en Suiza. Este testimonio es recusado por M. Paul Boncour, porque constituye una flagrante violación del secreto profesional. M. Mas-se alude a los celos irracionales y absurdas de Max. Sospechaba de todo y de todos: del cartero, del cura, del médico... hasta de la reverenda Madre directora. Derramaba harina ante la puerta de la alcoba de su mujer, para saber si alguien la visitaba de noche. M. Paul Boncour replica que si Max era celoso, sus celos estaban justificados. Casó con una joven «demasiado moderna», que dióse bien pronto a la frecuentación de los cabarets y de los dancings. A los pocos meses de casada mantenía visitas secretas con un hombre de su edad. Se refiere después M. Masse a la verdad—que se cree indiscutible—de las palabras de im hombre que va a morir, y n i ^ a que pueda atribtiirse tal veracidad a la carta postrera de Max, fundándose en que hay muertes espectaculares. Tal ha sido, a su juicio, la del comediante Max Linder. Por su parte, M. Paul Boncour alega que es incuestionable la conclusión del doble suicidio, que resulta ser la prueba más evidente de que la esposa se sentía culpable. Por todo lo expuesto, el abogado de la señora Peters, haciendo constar que no se t r a t a de una cuesti5n de dinero, sino de reivindicación del honor y de la honra de una mujer y del porvenir de una niña, concluye pidiendo que la hija de Max Linder sea confiada a su abuela materna, y no a los paternos, que son casi labradores y la educarían en un ambiente que no corresponde a lo que deben ser su porvenir y su futura condición social. Contrariamente a todo lo expuesto, el abogado de las señores Lenvielle deduce que el secreto del drama radica en unas palabras He aquí a Max, vistiendo el escritas por Max a su hermana: «Mi mujer es indigna de mí; pero no puedo vivir sin ella»; y lamentando que ante la actitud reivínúltimas películas hechas por dicatoria de la parte contraria hayase visto obhgado a aducir prueel malogrado actor».

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H

EMOS encontratlo con frecuencia a cineastas aficionados que al desear traducir con imágenes móviles una trama argumental o simplemente objetiva, ban tropezado con «problemas» de pura dicción cinematográfica; pro I)lemas que, c(m todo y haber sido rasuelto> perfectamente por los grandes directores del cinema, no logran resolver como es debido, ya por insuficiencia de su rudimentario equi po. ya por mal emplear soluciones no comprendidas. Y aun hemos visto a cineastaque, .sin pretender solucionar ningún problema — porque no lo tienen o no saben verlo—. usan y abusan de los jade, de los dissolve, del iris o de las sobreimpresiones, simplemente porque adornan y dan al autor ima aureola envidiable de técnico, sin pensar (]ue la belleza expresiva de un efecto, sea ol que sea, no viene del efecto en sí, sino d. la justa forma de usarlo. Todo.s estos recurso-s, trucos, efectos; cu ima palabra, todas estas frases hechas de' lenguaje cinematográfico, sii-\-en, evidentemente, para expresar cosas determinadas, y precisamente por su alto valor expresivo nos vemos privados de usarlos a tontas y a locas, ya que, mal situados entre las escenas— oraciones gramaticales—, en vez de hacer entende<loray clara una relación cinematográfica, no logran sino una función relativamente decor.itiva, pero gramaticalmente errónea y entor^)credora. Es precisamente delante de estos films en los queí se ven efectas mal usados o defectuosos de rea iización técnica, que más de una vez hemos pen-', sado (jue .sería preferible para el cineasta amateur de dirigir todos sus esfuerzos en querer explicar la trama argumental de su.s films por el simple y ya lo bastante difícil decoupage y montar adecuadamente las escenas prescindiendo en absoluto de recurscs técnicos, ¿yuién no .se emociona ante la simplicidad de los film.s de nuestro amateur Delmiro de Caralt? lie aquí un ejemplo de lo mucho que en expresión puede lograrse, sin necesidad de tecnicismos ni de recursos preciosistas. ¿Es que tiene más valor musical una complicada sinfonía interpretada por la más numerosa y .sabia orquesta del mundo que la sencilla melodía de una canción de lied? Sin embargo, es indudable que el amateur que -ibe usar con justeza estos procedimientos de dicción cinematográfica, tales como el fade, el iris, las cortinas, el dissolve o las deformaciones y sobreimpresiones, no solamente da a sus films un relieve notable y una mayor fuerza do per-

Una «•¡.rt-nii de un film de Duiniíigo (Giménez

suasión, sino que se evita cojuplicatlos rodeos arguméntales y explicaciones imiecesarias, que no tienen otra virtud que la de hacer gastar metros y más metros de película, sin otra compensación do orden artístico Vn pequeño ejemplo ilustrará nuestra intención. Filmamos en primer plano las mano« de nn niño (juo va sacando de la ranura de su hucha unas monedas de plata, las cuales, por medini'ión d'^ ni) liiriro dixsoliie.

>{'. trnii^ifofmaii

en

Del film «Taniarin», de Juoé Maiia (.alarán

un pequeño juguete. No es nece-íario nada más para b.iccr comprender al espe<'tador que con a«piclla.s pesetas se ha comprado el juguete. Por el contrario, de no usar este recurso expresivo (o, en su defecto, aune ue no tan justo, un fade in, e.sfumadura final, a primer plano de las mo- i nedas, y un fade out, esfumadura inicial, en el ^ del juguete), nos veríamos obligados a fumar to- ] do el proceso de la compra del juguete (huyen- ; lio, naturalmente, del cómodo, pero horroroso j «título explicativo»), escenas realmente poto in- • teresantes para nuestro caso. De todos los efecto.-;, quizá el fade es el más útil a los cineastas amateurs, a causa de su sencillez, ya que pueile obtenerse algo parecido con la simple ojieración de cerrar o abrir el diafragma del objetivo. En muchos casos, sin embargo, no es posible e.ste procedimiento. En pleno sol, por ejemplo, y usando las modernas emul.siones rápidas, al cerrar el diafragma no llega a desaparecer la es( cna por completo. Entonces es necesario usar un cristal de fading, o sea un cristal que gradualmente va de la más pura transparencia a la opacidad. El fade es principalmente indicado para expresar el factor tiempo. Según queramos indicar más o menos tiempo tran.scurrido entre dos escenas, más o menos largo o lento debe ser el fade que cierra la última escena, y el que abre la {iriincra de la nueva relación. La sensación del

('na eceeiía del rilni .<l)e8li», de l.uig Vilaró

paso del tiempo es en estos iraso.- con tanta fuerza expresiva o mayor que (;on el uso de símbolo.s. ¡Y siempre más serio que el clásico título Veinte años después! Otro de los problemas de dicción (pie puede el cineasta amateur resolver con el uso del cristal de fading, ante la imposibilidad de resolverlo con el dissolve, es indicar ima relación dentro de otra, y de la misma forma expresar recuerdos o visiones. Una esfuni.idura final en im primer plano del rostro i'.cl actor, segi'in esté hablando o pensativo, podremos expresar que explica o piensa las escenas que siguen. Es igualmente bueno, casi siempre, usado al principio y al final de un film para separar pasajes de acción distinta y paralela, para abrir y cerrar largas continuidades o paréntesis. Pero en esta misma fuerza de separat^ión, de di.sociación que tiene el fade, está el mayor peligro. Mucho cuidado, |)ue.s, con el uso de este efecto, ya que j)or poco que se abuse produce en el film un desagradable efe<;to de fragmentación, perjudicial para la continuidad del film como obra total y de conjunto. El iris, ya apenas usado en la técnica moderna, puede tambiéu indicar e! paso del tiempo, aunque no es ésta su función especial. Nunca, sin embargo, nos servirá para resolver visiones, recuerdos o procesos del pensamiento. El uso bueno del iris, al reducir el (iampo visual, está al permitir de fijar la atención del espectador en un objeto deter minado de la escena, objeto que, aislado por el iris de todo accesorio, adquiere todo el valor expresivo que la trama argumental le tiene reservado. Así, por ejemi»lo, podemtís concentrar el interés en un papelito (pie se ha caído del liolsillo del protagonista, y que más tarde nos aclare un enigma o explique cl porcjué de una acción. Otro uso bueno del iris es en la conexión de escenas similares. En la vista de un torrente caudaloso podemos cerrar el iris hasta dejar solamente un pequeño circulo central, en el (pie bolo veremos agua, v al abrir nuevamento el iris enseñar una vista diferente, sin que el espectador se haya dado cuenta del cambio. I^a pretíisión expresiva del iris liui'ta el uso que los cineastas pueden hacer de este efecto, por lo que no es posible en un mismo film de usarlo más de dos o tres veces, sin caer en el peligro de la monotonía. El efecto que más ajilicaciones ofrece al cineasta es, sin duda alguna, el diisolve, recurso ipie consiste en disolver, en fundir, el final de una escena con el principio de otra. Por desgracia, este efecto no está muy al alcance de los aficionados, aunque .-on y a algunas las marcas

Del film .Fugitín?., de Fusebio Ferrer


«le aparatos que presentan sus nuevos modelos provistos de marcha atrás, sin lo cual no es posible de fundir iscenas. Con todo, el buen amateur no retrocede * '^'^ dificultades, y es así que hemos visto dissolves perfectos en films rodados con simples cámaras sin marcha atrás. El dissolve es, sin duda, el mejor procedimieuto para expresar los procesos del pensamiento o los recuerdos, ya que el esjiectador tiene la sensación que ¡>enetra en el [)ensamiento del actor, haciendo visibles sus ¡deas o sentimientos. Es también la unión más viva y suave para escenas Iloulingu Ciiii^nrz cuya acción tenga un mismo movimiento interno de avance. (\>n pocas vistas podremos expresar la ascensión de una montaña, llegando incluso a dar la sensación de avance al propio espectador, si por medio de enlaces eu dissolve unimos una serie de vistas de la montaña tomadas cada vez de más cerca, hasta ver solamente la cumbre o su agudo pico. Son tantas y tantas las aplicaciones del dissohe, apaite las puramente objetivas, que la bondad del procedimiento es su niayor enemigo. Son muchos los directores profesionales que han confiado en demasía en la expresión de este efecto. Es realmente un efecto agradable por sí solo; pero la tendencia de usarlo puramente como elemento de ornato es de mala técnica desde todos los puntos de vista. Algo parecido pa-sa con el abu.so actual del ^^•l^

^^^^^k

tiaveÍ7ig.

Al desear explicar una trama argumental cuaUjuicra con las imágenes vivas del ¡procedimiento cinematográfico, .será necesario pensar (jue ttnlas estas «frases hechas» (otra cosa no son esto» efectos descritos) «dicen» realmente alguna cosa o «ayudan a decir» alguna cosa, y que, »or lo tanto, .solamente deberemos usaras alli donde expresen «aquello» que deseamos que expresen. l)e otra forma, estos recursos del lenguaje cinematográfico que dan al conjunto de un film una impresión de suavidad y de perfcn-cióu quedaría destruida de no fijar atentamente nuestra atención en su significado. . l>el film <Lcit-niotiv>, de Francisco Gibert

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RIALTO

'Los miserables" (segunda jornada)

Y

A en número anterior hablamos de la excelente realización e interjiretación de este • • film en su jomada primera. Cuanto Una novedad que aplaudimos: en entonces dijimos en tal aspecto lo los programas de la Prensa, como extendemos ahora a la segunda joren los de Fígaro, figura el reparto nada, que, a diferencia de la antecompleto, con el director y demás rior, procede por síntesis, abreviando colaboradores del film. S o n una el camino que recorrió el novelista. ficha y no un papel inútil. ¡Que Se advierte aquí una mayor incunda el ejemplo! dependencia del adaptador cinematográfico, atento, en particular, a TIVOLI tres puntos esenciales, meandros Cineclub GE(T ha presentado psicológicos del viaje espiritual: la« osta semana Canio de emigración, banicadas, la humanización de Jaromance en imágenes sobre motivos vert y la renuncia del héroe a todo gallegos, dirigido por Tony Román, consuelo humano para refugiarse en <;f>n música de Teódulo Páramo, e Dios. La primera etapa -revoluciointerpretado por Celso Madriñán y naria y romántica está abocetada, los habitantes de un aldea de Galipero no realizada; falta brío, eficacia. Cine amatenr que revela grancia pei-suasiva, dominio de las mades condiciones de realizador en Thelma Tood \ Stanley Lupino en una graciosa escena de «¡Vaya niña! • , la gran susas. Ivos rusos lo hacen mejor. Y los en el Callao perproducción de fino humorismo que Cifesa presenta mañana lunes Tony Román, al que nos gustaría ver americanos. Rscenas así, o se acomás desligado de influem-ias extrameten con todos los elementos preñas y más dispuesto a buscar ?n sí rmsmo una contaminado de grosería con que termina el cisos, o se .soslayan. Después de todo, bis batendenc a artística original. IJOS plano» inclinafilm. IIarr>- Baur ayuda al realizador con una rricadas no añaden emoción ni grandeza al poedos, si no obedecen a un motivo interno, a una interpretat ion asombrasa. «le las que no .se olma social de Víctor Hugo. La caminata por las concepción propia—ideológica y sentimental—, vidan en unuho tiempo. alcantarillas y la humanización del inflexible y son puros juegos de cámara, buenos, a lo sumo, terco Javert, dos retiorridos jienosos: uno a tracomo adiestramiento, pero sin ningi'in valor invés de inmundas galerías y otro a lo largo de PALACIO DE LA PRENSA trínseco. Después del descanso se proyectó Juan obscuros y casi primitivos prejuicios jjetrifica"Casados y teliees" 1 de la Luna. Volvimos a admirar el esfuerzo de Jeán dos en el cerebro de un polizonte, con.^tituyen Chou.x para conseguir efectos cinematográficos la segunda etapa, según hemos dicho, y en ella de primer orden en un tema teatral: la fina y auSí, soñor; nos parece una certera iulara<ión el realizador se muestra más animoso y seguro; daz exposición del asunto ampliado por la cáesto de y felices, |)orqiic es la nota original del se ve que {)isa terreno firmo y conocido. Pero mara hasta hacernos olvidar el molde literario, film. ¡Ahí es nada: unos casados riue son felices! donde muestra mayor aliento y maestría es preConvenía .-ubrayarlo. Y conviene subrayar tam- ' y la interpretación magnífica de Madeleine Recisamente al rendir jornada, en aquella amargubien que esta película, de puras e.sencias france- naud, aturdimiento q u e s e serena a 1 fin; ra sin hiel y, ¡ay!, sin con-uolo tampoco, del Rene Ijéfevre, candidez, y amor, doble ceguera sas picardía, gracia, amor, mu<ho amor y e.shombre incomprendido, gigante moral quo ha para elegir el mejor camino, y Michel Simón, casa ropa—, es a propósito para combatir la hipasado por todas las humil aciones. Bien es verel cinismo y la sentimentalidad amalgamados pcxíondría y jiara hacerle a uno procetler de dad que en estas escenas de profundo realismo lu uordo con el sabio brindi- epicurista: nibumiis en el inconmensurable Cío-Cío, uno de los caespiritual—alguien ha llamado al realismo y al fiít ridamm, eras mimendur, cpie aquí hemos traracteres más singulares que han desfilado por la naturalismo una degeneración morbosa del roducido: «¡Viva la Pepa!», o más filosófií amonto pantalla.-A.NTONio GUZMAN MERINO manticismo en este realismo romántico e in-

3

Adrienne Ames en un momento del emocionante film «h'l fiscal vengador».. que se estrena mañana en el Cine Fígaro !

Norma Shearer y llerbert Marshal en una escena de «Deslices», que se estrena mañana lunes en el Capítol


MAÑANA

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ESTRENO EN S O l O ESTA S E M A N A

C O L I S E U M


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Don Rnriqur ViñaU Vicent, expertÍHimo conocedor de ia industria cinematográfíca en Kspaña y una de la!) más destacadas figuras de esta actividad, cuyas interesantes declaraciones acerca de nuestra encuesta recogemos en esta página aor. coaris

UK nos dice usted d**! impuesto tJel siete cincuenta?—le hemos p r ^ u n t a d o a don Enrique Viñals Vicent, distribuidor en Madrid de Cinamond Film, Distribuidores Reunidos y Repertorio M. de Miguel. Y don Enrique Viñals Vicent, joven—^y por umchos años lo será toda\ia—, pero de larera experiencia cinematográfica, se ha sonreírlo Jevemente, ha mc<litado un poco y n o s ha dicho: —La respuesta, por lo menos original, a esa pregunta va siendo cada día más tlifícil, después «le las atinadas manifestaciones de los compañeros que me han precedido en esta encuesta de CtNEGRAMAS. Pero, en fin, como algo hay qne decir, y no quiero ceder a nadie en indignación contra el malhadado impuesto, voy a imitar a un hombre flemático que conocí una vez en una estación de ferrocarril. —Venga de ahí. Los cuentos me entusiasman. —No, si es un sucedido. Verá usted: Viajábamos una noche de invierno en un tren prott)deníe de... Si le es igual, llamémosle W. El nombre no hace al caso. —No, señor; ni la Compañía. Adelante. —Hacia mucho frío. •—En el invierno suele hacer más frío que en el verano. —¡Profimda observación! Pero es que, tuiemás de ser invierno, se había interrumpido la calefacción del tren. —Man Dieu! ¡Un tren sin calefacción! ¿E.so es posible en España? —Parece que sí. Por lo menos, le aseguro a usted que iiquella noche, dentro del vagón, se helaron hasta los termos, y hubo tales constipailos, que un viajero apagó la luz a estornudos. Aquello ©ra insufrible. Un poco más, y el tren se convertiría en un cargamento tle carne congelada. Para entrar en calor nos yiiisimos a correr por el p;vsillo, en columna india: luego nos <iedi(!amos a trans[>ortar maletas <tc un departamento a otro. Y no faltó quien se arriesgara,

Q

con la esperanza de que lo «¡aleiít.isen, a hacer el elogio del bienio, ¿comprende? —fVaya troco' - -A todo esto, como supondrá, las lenguas no estaban ociosas. A la Compañía debían de .sil barle aquella noche los oídos como si tuviera tlentro to<ios los silbatos de sus locomotoras. Sólo tm viajero permanecía silencioso e inmóvil en su asiento... — ¡ í ^ p h a ! ¿Se hatña helado? —Si acaso, congelado, porque era muy gordo. Pero nada de eso: es que .se había dormido con una s<H>risa de beatitud. Quisimoá despertarle de aquel sueño peligroso; pero una .señora que venía con él nos aconsejó que le dejáramos tranquilt), porque estaba acastumbrado al frío. — ¿Era extranjero? ¿Acaso ruso? —Vecino de Málaga. —^¿Entonces.. ? —Es que se había hecho comunista. —¡Ah! —Como todo tiene fin en este mmido, también lo tuvo nuestro viaje en frigorífico. Llegamos a la estación de término, y digo de término porque la nieve nos bloqueó. En realidad, aquello era un apeadero. Tomamos por asalto la cantina, en la que rólt) quedaban—¡maldición!—unas botellas de anís escarchado. Ironía de la suerte. ¡Anís escarchado con aquel frío! La indignación llegó al paroxismo. Alguien gritó: «¡Vamos a buscar al jefe!» El grito corrió como un r^uertí de pólvora: «¡Al jefe! ¡Al jefe!» Nos prficipitamos en su despacho. Allí había un bracero, y nos repartimos las ascuas como pan bendito. íPero, ¿qué es esto, señores?», protestaba el pobre hombre. «Esto es—vociferó un viajero, paaúndo.se vivamente de una a otra mano el a.scua •lue le había cabido en suerte—recobrar un poco fuego del mucho que la Compañía nos ha robado.» Y otro viajero clamó: «¡El libro de reclamaciones!» Santa palabra. Empezamos a gritar pidiendo el libro de reclamaciones con la desesperación y urgencia con que un náufrago de fmu

pala*lar pediría agua destilada para ahogarse. Nos trajeron el libro misterioso—anadie h a sabido nunca para qué sirve—, y en éi, con primores caligráficos, fué exponiendo cada viajero las mi! razones que tenía para abominar del confort del tren. Llegó el turno al impasible y flemático malagueño, chapado en comunista; se caló las ga fas. cogió el libro y se puso a leer tranquilamentt lo que los otros acababan de escribir. Ya sabí usted, amigo mío, to qne se escribe eo estos e » ¿os: «La Compañía es una tal y una cual; el Con sejo de Administración es un hato de revienti f/isos; las locomotoras son cafeteras rusas ea ganchadas a un convoy de cajonea inválidos, ^ el servicio, en general, es má» fonesto que el d> pompas fúnebres. Etcétera, etcétera.» Nuestr* hombre, como le digo, empezó a leer este flori legio. De vez en cuando movía la cabeza en se nal de aprobación, y pasaba adelante. Todos It obser\'ábamos. Cuando acabó su lectura de pósito cuidadosamente el libro en la mesa t hizo ademán de retirarse. «Pero, ¿usted es de pasta flora?», le increpó, irritado, uno de lo» viajeros •¿Usted no escribe nada?», insistieron otros. «¿Para qué?—replicó el malagueño—; y a han dicho ustedes bastante. Yo—y cogió la pluma y se volvió hacia el libro—, yo rubrico.» Y debajo de las denuncias de los demás puso su rúbrica modesta. Eso hago yo en esta encuesta de CINBORAHAS, por no repetir conceptos suficientemente aclarados. Si e señor minL*tro quiere hacei justicia y evitar al mismo tiempo un desastre f la cinematografía española, tiene suficientes elementos de información en las interviús que coi usted han celebrado mis compañeros. —Entonces, me limito a dar fe de su «rúbrica» señor Viñals. —Eso es —Y a asegurar a nuestros lectores—entn ellos, ¡no faltaba más!, el señor ministro—qut seguirán las firmas. Porque yo no seré de Riela pero, vamos, parece que hi nado mismamente o/H A. G.


¡.GirU» ilf llollyvmoíl: l a Itoin abierta P I I una oiirisn (-«iiMtiinli-, lus . l i n . aleares y las piernas al aire...

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famo8 a Liga contra la inmoralidad en el cin e m a t ó g r a f o no h a conseguido todavía, pese a sus esfuerzos, prohibir los films West, de Greta Garbo o Marlene Dietrich. No h a conseguitampoco eliminar a las gírU.

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Desde el primer momento, la grírí h a estadt)

expuesta a las iras de estos fanáticos, de una moralidad completamente inmoral. Eín efecto, nada más pintoresco que calificar de t;erdc un film por el simple hecho de que salgan en él unas (mantas señoritas, bellas y sonrientes, enseñando las piernas. Algo más se enseña en las playas de moda y en las fiestas nocturnas, y nadie dice nada. Si se nos permite, diremos que estas damas y damos que quieren purificar el cine americano confunden la moralidad con el tocino. Un film puede ser (¡ompletamente moral con unas muchachas semidesnudas^y si nos apuran mucho, desnudas—, y .ser completamente inmoral con unas mujeres vestidas con falda basta los tobillos. Más claro todavía: la moralidad no está en lo externo, en la forma de presentar las cosas .ino en lo interno, en \ \ entraña del asunto filmado. Calificar de moral o inmoral un film por la mayor o menor cantidad de ropa que luzc.in los intérpretes, es algo que ahora (1935) resulta magníficamente absurdo. F21 problema (s un poco más hondo. F>stá en la medula de los films. En el asunto y en las dcrivatúones del asunto. Por ejemj)lo, en cualquier film de gangsters hay más motivos de inmoralidad que en las iaticentes y gratas películas de girls. Despui^- de ver un film de gangsters se sacan lautas lamentable.- conclusiones, se revelan para el espectatlor menos inteligente una serie de hechos tan en contra de los principios bási(^üs du una civilizacii'm que presume de moderna, que se queda uno poseído de una amarga desilusión. Se experimenta la misma sensación que al comer una fruta podrida. Kn reali dad, esto es lo que se revela. La sociedad—jior lo menos, la yanqui—está podrida, si heLa fina silueta de Ann^ mos de atenernos a lo que se dcs|)icn(le de Srarjare, El pequeDvorak, con sus bellas ' ño César y otros films por el estilo. piernas - p i e r n a s d e i • star» de alta catego-' No (ibstante. este genero de películas nu ha níerecido la atenr í a - , suma un n u e v o ; ción de esos flamantes defcn.soies de la moral que han surgido atractivo a esta suffe«-i en los Estados Unidos. Su jtreocupación cün.siste en averiguai tiva informacidn... ' el número de besos que reparte la Mac Donald en su nueva oi)cietd o '..> centímetros de tela que componen el vestí-


do de las girls de la última comedia musical. tVm este (-riterio, propio de la eda<l fie piedra, su campaña está fracasada desde el f>rimer momento. La girl, en el cinema de hoy, es una de la.^; cosas más puras, inocente.- y sencillas. Si queremos moralidad, busquémosla en una película de girls. La virtud triunfa siempre. El protagonista es un joven com^ positor que baila nuiy bien y quiere mucho a su madre. La protagonista es una muchacha mu} buena, que enseña las piernas sin la menor malicia y que semanalmente antrega en casa su .sueldo para que coman sus tres htrmanitos. Como el compositor es un bend to de Dios y la girl una muchachita h o n r a d a y s e n t i m e n t a l , no hay aventuras equivocas, si-

r no un tierno idilio, lleno de inocencia*, que, por supuesto, termina en boda. ¿Puede darse nada más moral y ejenil>lar? Yo creo que no. Pero entre las girls de la pantalla y la Liga contra la inmoralidad hay un abismo. Las girls tienen unas rodillas perfectas. Sus rivales, no. liso es todo. Una cuestión de rivalidad femenyia, ni más ni menos. Una cuestión al margen de la moral. Las girls, dinámicas y sonrientes, tienen ganada la batalla. Ellas .seguirán levantando las piernas, como juguete mecánico maravilloso, porque al espectador de hoy será difícil convencerle de (jue estas muchachas son el más alto ex ponente del pecado mortal. ¡Girls de IloUjrwood! La boca abierta en una sonrisa constant*, los ojos a l ^ e s y las piernas al aire. RAFAKL M A R T Í N E Z

Arriba: t'Oa CMraleru como para ratar aubirndo y bajando durante lodo el día... Magnífico barandal de tentadoras tu^gencia^ el dr esta ese«la...

A la derecha: Kl af<irtunado Dick Powell. con varias de la.s «girls» i|ue aparecen en la nueva rrvista muffical dr la que es protagonista rl joven actor i

GANDÍA

Kn la Milueta: ¡Arriba pirrnas! Fifí IVOrsay, s» artitud. justilira y xona rl título de rstas

la» ron rapá-


MANUEL

m Manuel Arbó, viato por Del Arco

S

curioso para los aficionados nos decía no hace mucho tiempo una bella lectora—conocer, por los artistas españoles que trabajaron en Hollywood, sus andanzas por la Meca del cine, las ilusiones que aUí les empujaron, las luchas de aquellos momentos y. ¿por qué no?, sus ratos amargos y sus horas felices entre las luces del Estudio, frente a la cámara que habría de multiplicar su imagen por todas las pantallas de habla española. —Sería curioso, cierto es^—respondí—, y voy a intentarlo recogiendo su iniciativa; pero ya que usted, como buena aficionada, piensa en loque puede interesar a los lectores, ¿por qué no señala usted misma a los artista» que he de entrevistar? —Encantada. Precisamente casi todos los actores que la fiebre de versiones españolas nos arrebató se encuentran ahora en Madrid. Entre ellos, pueden contar cosas muy interesantes a los lectores de CINKORAMAS Miguel Ligero. Ana María Custodio, Rafael Rivelles, María Fernanda Ladrón de Guevara, Manuel Arbó, Roberto Rey, Carmen Larrabeiti y algunos más. —Bien. ¿A quién- me dirijo primero? —A Manuel Arbó^—me contestó. —^¿Siente usted predilección por este actor? —Sí, señor. ¿Por qué negarlo? Amique su nombre no haya alcanzado la ruidosa popularidad de otros, todas las intervenciones que ha tenido en las películas españolas realizadas en Hollywood son acertadísimas. Recuerde la extraordinaria creación que hizo caracterizando el detective chino Charlie Chan. en Eran trece, con Ana María Custodio; la de Charlie John, en Oriente y Occidente, con Lupe Vélez; la de Pancho, en KRÍA

El di(»s del mar, con Rosita Moreno: la del gran •duque, en Hay que casar al principe, con José Mojica, y otras muchas en Cheri Bibi, El Código Penal, Conoces a tu mujer, etc. •—Efe<!tivamcnte, Arbó es uno de los pocos actores que se han olvidado del teatro al hacer cinema, y todos sus ])ersonajes han sido en esos films modelo de sobriedad, de arte, componiendo el tipo exaitamente y dándole tíxios los valores, t ( K l a s las calidades que él requería. Yo también creo, ccm usted, que eís uno de los buenos actores con que cuenta el cine español. —Sin embargo, después de llegar a España, ha logrado hacer escasa labor: el obispo de LM traviesa nuAinera y alguna otra cosa; pero en conjunto, po<!0. U t s directores de casa no han querido ver las grandes condiciones de este a<ítor o desconcx-en su trabajo. —Pues veré a Manuel Arbó. Así quedará usted complacida, e inaugurada, al mismo tiempo, esta Sección, que titularemos «Los que pasaron, jior Hollywood». ¿Le gusta. \ —Sí, señor. Ya me contará. i —-Se lo prometo. l

Con Luana Alcañiz, en su primera película para U Fox

Frente a mí el rostro redondo, sonriente y como de niño grande, de Manuel Arbó. Yo tenía una idea muy equivocada de este actor. A través de tantas y tantas caracterizaciones, primero en el teatro y l u ^ o en el cine, me lo había figurado más viejo, mucho más viejo de lo que es en realidad. Al hacérselo observar, me dice, sonriendo: —^No es usted el primero Con C a r l o s Villanas, e n «El Código PenaU.

ARBO que me lo dice. Tengo treinta y seis años; de forma que aun puedo presumir de joven. —¿Madrileño? —^Madrileño—me contesta—. Y orgulloso de serlo. —Yo recuerdo haberle visto a usted, hace ya mucho tiempo, con la Compañía de Ernesto Vilches. —Exactamente. Con él empcH'é en el hoy Teatro María Isabel, y he trabajado a su lado durante bastantes años, recorriendo América de punta a punta cuatro veces. Así, casi puede decirse que la mitad del tiempo k) he pasado viajando. —Y su marcha a Ilollj'wood, ¿cómo fué? —Al ponerme en camino luchaban conmigo la ilusión y el temor. Ilusión de triunfos, temor de no lograr pisar jamás las puertas de un Estudio. Habían comenzado a realizarse las primeras versiones españolas, y yo me creía con entusiasmo y condiciones para trabajar; pero la desesperanza hacía presa en mí muchas veces. ¡Así llegaban a Hollywood todos los días hombres y mujeres de las cinco partes del mundo! ¡Creyendo hacer suya la ciudad soñada al pisar por primer a vez sus avenidas! El deseo de matar ese temor me dió fuerzas. Además, allí necesitaban actores españoles; siempre los preferirían a los suramericanos. Y así, un buen día, llegué a Cinelandia, anunciando mi llegada a Julio VillaiTeal y a Ernesto Vilches, que trabajaban y a en los Estudios. —^¿Encontraría usted apoyo en ellos? —^Pude hallarlo; pero preferí conseguir solo lo que deseaba. —¿Sus primeros pasos? ^ —^Ante todo, buscarme un buen manager. AHí esto es indispensable. Di con uno excelente. Era un hombre notabilísimo. A fuerza de audacia, entraba en los Estudios, hablaba con los directores, proponía contratos y presentaba actores, encomiando su arte ante los yanquis con los más encendidos elogios. Yo me quedaba boquiabierto. —^¿Y le consiguió contrato? - Me consiguió una prueba para la Fox. Usted ya sabe que las pruebas, tal como generalmente se realizan, hacen fracasar a muchos actores de talento. Se encuentran de pronto ante la cámara, aislados, nerviosos, intentando vivir una escena que no sienten, un momento al que le falta calor, y no dan más que una idea pálida de lo que en realidad pueden hac;er. Presintiendo yo este peligro para mí, y contando con la audacia de mi manager, c o n s ^ u í que nos montaran un trozo de decorado con objeto de representar ante la cámara una escena entera. Elegí para ello un momento de la comedia El siptimo cielo, que la Fox había llevado a la pantalla años antes, y que yo había representado, con Vilches, en muchos escenarios de América. Pedí a mis compañeros y amigos Angelina Benítez y Soriano Viosca que me ayudaran interpretando dos personajes; ensayamos unas cuantas veces, y nos pusimos frente al micrófono. —^¿Resultó bien? —Mi matuiger me dió la impresión de los directivos del Estudio. Al visionar las pruebas realizadas y llegar el t u m o a la mía, quedaron sorprendidos. «¿De qué película son estas escenas?», preguntaron. «De ninguna», les respondieron. «Es la prueba de un actor español.» —^¿De allí saldría el primer contrato, naturalmente? —Sí. Hice dos o tres películas cortas con la


Fox; pero enseguida alcancé algo mejor: un contrato ventajoso con la Paramount. Allí hice El dios del mar, con Rosita Moreno y Ramón Pereda, y El principe gondolero, con la misma actriz y Roberto Rey, a quien yo recordaba del Teatro Apolo, de Madrid, cuando estrenó Don Quintín el amar gao, y se llamaba Roberto Iglesias. —¡Seguróla y usted componían una pareja muy graciosa, haciendo aquellos dos padres tan cómicos! —Yo quedé contento de las dos actuaciones. - ¿ . Y luego? —Luego, a esperar otro film. Fué éste Oriente y Occidente, para la Universal, y lo interpretaba Lupe Vélez. En los Estudios de Carlos Laemmie me sucedió una cosa curiosa. El director de Oriente y Occidente, a quien, por lo visto, no caí simpático, me rechazó al presentarme a él, tratándome, además, de forma despectiva. Buscaba un actor para hacer el Charlie John de dicha película, por haber rescindido el contrato a uno mejicano, que comenzó a hacerlo; y luego de probar a varios actores, terminó por llamarme a mí, de muy mala gana, claro es. Yo acudí al (^oii Karry \ « r Estudio 3on las precauciones consiguientes. De lun y l.upr Véforma no muy correcta me expliaS las caracIfz. en «Orittnlr terísticas de mi personaje, y pasé al cameñvo. Allí me tenían ya preparada la ropa de Jeán roIlersolt, el actor que interpretaba el personaje so. Teen la versión inglesa. Me vestí, y dió la casualill 1 a u n tipo dad de que todo me estaba como propio: la cainstocrático, distinmisa, la americana, los zapatos... Antes de enguido. Cualquiera le hubiera trar al maquillador observé que éste estaba fulomado por un hombre de gran porioso por las veces que inútilmente había tenido sición. De pronto se paró, quedó apoque caracterizar a actor tras actor para el misyado un momento contra un farol, domo tipo. Le hablé en español, naturalmente, de blándose hacia adelante, y cayó desvauna forma tan expresiva que sin duda me comnecido. ¡Se había desmayado de hambre! prendió. Cuando me levanté del sillón y me miré —Impresión nada agradable para los al espejo quedé agradablemente sorprendido. Me (pie aspiran a conquistar Cinelandia. había hecho una caracterización maravillosa. Al —Pues éste es allí plato del dia. salir al set, Lupe Vélez no pudo contener una ex—¿Y ahora? clamación de asombro: «¡Óh, qué bien, qué bien —Ahora, aquí, trabajando de nuevo está!» en la escena y esperando que los direc—Y usted hizo el resto, ¿no? tores me den oportunidades. —Yo actué con todo entusiasmo. Creo que salí —¿Le gusta hacer cine? airoso. —Mucho. Tanto como hacer teatro —Un gran triunfo. Vi la película. —Y de sus diez y ocho películas, —A partir de entonces me trataron muy bien ¿cuál prefiere? en la Universal. Recuerdo un banquete gratísiQueda un momento dudando Mamo que mioter Laemmie ofreció a todos lo» acnuel Arbó, y al fin contesta: tores hispanos. En él fraternizaron con nosotros —Eran trece. muchas figuras famosas del cine. Allí trabé amis- i —Coincidimos—respondí—. Porque tad con Víctor Mac yo también creo que, aparte del mariLaglen y con R ^ i do de Conoces a tu mujer, papel de más nald Denny, que nos dificultades interpretativas, es en el Í hizo reír bastante, Charlie Chan de Eran trece donde tuvo prodigando la grausted más amplio lucimiento. cia que tan famoso —Sí. ¡Un tipo exótico se presta a i le ha hecho en la tantas cosas!... Pero nada "difícil, créalo. pantalla. —No sea modesto. Wamer Oland —¿Les trataban a creó ese detective chino en la panta- j He aquí a .VlanurI ArlM» ri 4 U i-austedes bien los aclia; pero usted, al hacer la versión es- ! r a r l f r i z a r i ó i i del delerlivc rliino tores ingleses? jiañola, tuvo un graii triunfo, igualan C.harlie f'han —Sí. Muy cordiadolé on cahdad. Ya nadie concebiríi les, muy efusivos. El a Charlie Chan en español más qut yanqui es en el fonla pantalla, su rei i K ainado por usted. do un niño grande. trato en las revisMe gustaría, sin embargo, hacer otra clast —¿Después de la tas, la admiración de papeles. Tengo un horror tremendo a quo mt Universal? de miles de seres en<;asillen en tipos determinados, a que no mi —La Metro. Maanónimos, la gloria crean capaí de liacer más que chinos... El artt dame X, Cheri Bibi; del cine, en una padel actttr es un campo amplio. Hay que, por h y l u ^ o , con la Fox labra. IJO que no menos, intentar recorrerle con fortuna. de nuevo, d o n d e conoce son las in—F.-'iis palabras son de un verdadero artista, Ar hice Eran trece. Cotrigas, los dolores, bó. Yo le deseo de ttxlo corazón muchos triunfos noces a tu mujer, el cansancio físico, • • Hay que casar al prínla miseria y el ham.\1 día siguiente encontré a mi bella amiga. cipe y algunas más. bre de Hollywood. Caminaba de prisa. Sólo al cruzamos cambiamos A propósito de —¿En total? unas palabras. (^on José Mojira, en «Hay que casar al prinri|MHollywood, atrac—En total, diez y —¿Y esa entrevista?—me preguntó. ción de tantas caocho películas du—Ya está hecha. Muy interesante. l)ecitas l«K;as, ¿qué impresión tiene de él? rante año y medio de trabajo. -Me contam, ¿no? —Aparentemente es risueño, alegre, cautiva—Bien aprovechado el tiempo, Arbó. -¡Ya lo creo! dor; pero en su seno alberga tristeza. Yo la lla—Si. Poniéndome diariamente ocho horas Ya alejados unos pasos, me gritó: maría la ciudad de la gloria y la miseria. Mire un ante los reflectores, y muchas veces, hasta ca-Vea ahora a Ana .María Custo<lio. caso que la retrata: Yo vi cierta noche, en una torce y diez y seis. ¡Este trabajo agotador no lo Y antes de que pudiera contestarla afirmacalle, a un dandy, a un gentleman, que, exhibiendo conoce el que sueña con ser artista de cine! El tivamente, se perdió entre los coches que llenauu irreprochable traje de etiqueta, caminaba aino ve más que la multiplicación de su figura en ban la Gran Vía.—F. ll. G.

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CÁnAqfwnaA DANNV DUNN (liarcelona). Muy ; -adecido a sus ofrecimientos, que los tendré en cuenta. Fútbol, amor y toros, de Florián Key, se pa-só en Madriil sonora, y el otro film, mudo. Sol en la nieve se estrenó con este nombre, y además de los mtérpretes que usted describe, trabajaron Ricardo Núñez. Cecilio Velasco, Erasmo Pascual, Olga Romero, etc. El di ector fué León .\rtola. Continuaré contestándole en números sucesivos. SERE.NATA (Cartagena ) . — Desde luego que ya está terminada la película La viuda alegrj, ton .Mauricio Chevalier y Jeanette Mac Donald; pero lo que no puedo decirle es cuándo la estrenarán en Madrid. Claudette Coibert no es americana, sino francesa. Nació en Paris, el 13 de Septiembre de i9"7. .Mide cinco pies y cuatro pulgada;. Tiene el pelo y los ojos castaño obscuro. Escriba a Paramount Studios, Hollywood (California). El reparto de C/eopatra es el siguiente: Cleopatra: Claudette Coibert; Julius Caesar: Warren William; Marco .\ntonio; Henry Wilcoxon; Catpurnia: Gertrude Michael: Herod: Joseph Schildkraut; Octavian: Jan Kcrth; Enobarbus: C. Aubrey Smith; Cassius: Jan Mac Laren; Brutas: Arthur Hohl; Pothinos; Leonard M u d I e : Apollodorus: l-'roing Pichel; Octavia; Claudia Dell; Charmian: Eleancr Phelps; Drussus; John Ruthcrfors; I r a s ; Grace Durkin;

letón; Licintus: William V .Morig; Tyros: Harold Healy, Viturius: Richard Alexander; Philíxiemus: Robert Manning. So puedo contestarle a su última pregunta, pues no vi esa película. Encantado con que vuelva a escribir. .\cliillas: Kobert Warwich; Ca.sca: Edwin .Maxwell; Cicero: Charles Morris; Un senador: William Farnum. Sí, señor, completamente de acuerdo en la critica del film. Pero el director no es el que usted cree, sino Cecil F5. De .Mille. CRIOLLITA fMadrid).—Shirley Temple nació en Santa Mónica (California), el 23 de Atwil de 1929. Tiene el pelo rubio y rizado, y los ojos, azules. El fox Lo mejor es reir, de la película del mismo título, es así; Lo mejor es reir—si quieres gozar...—Para mi, una risa—vale más que el sol.—Risa de tus labios,—que me hacen feliz.—Lo mejor será reir.—Dulce bien: yo espero—que mi canto oirás.— Oye este consejo,—he(ho de un cantar.—Risas de tus labios.— para suavizar—el dolor que el llanto da.—Alma de la risa,— clara y dulce,—siempre el dolor cura asi,—cuando tu sonrisa— brilla y luce—como el sol de Abril.—Lo mejor es ttir...— ^•Para qué llorar.'—El mundo agoniza—de viejo que está—. Aprende el consejo—que te rindo yo:—Siempre reir, como en Carnaval.—¿Por qué estás triste?— Tu risa—una luz parece.. —

Qué placer— hay siempre en tus risas . — No penar...—No llorar...—No sufrir... Lo mejor es reir.—Si quieres gozar, etc-— Mírame a los ojos riendo.—Rie tú con todos.—El rostro.—Yo busco tus risas,—sin parar,— sin cesar...—Para mi,—lo mejor es reír.—¿Paraqué llorar?... Etcétera.

Hugent; .Morry Doveiv Ben Alesander; Billy .\ndersón: Michael Stuart; Hernán: Harry Oreen; Gus Ruff: Osear Rudolpf; Sam VVeber: Lester Arnold; Toledo: Bradlex Page; Max: Tuzzy Smith. Dirección de Cecil B. De Mille. El reparto de El soltero inocente es el siguiente: Rene: Mauricio Chevalier; Sally: Helén Twelvetrees; Víctor: Edward Everett; Max: .\So viKjo (San Sebas t lin). — .Anny Ondra no es ale- Earle Toxe; Paulette: Adrianne Ames; .Monsieur: Baby Leroy; mana Nació en Praga (CheC(x^lovaquia), y mide 1 , 6 8 me- Robeit: Ernest Wood; Suzanne: Betty Lowaine; Gabriel le: tros. Casada el 6 de Junio de Leah Ray; Henry Jourdain: 1933 con el ex cam})eón munGeorge Mac Quarrie; El general: dial de b .xec Max Schemelling. Reginald Masón; Louise: C«erEl reparto de la película Volga trude Michael; Portero: Paul en llamas es el siguiente: TePanzer; Agente de Policía: Henniente Orlclf: Albert Préjean; Silatchi.w: Inkijinoff; Macha: ri Kolker. Dirección de NorDanielle Darrieux; Chaline: man Taurong, Raymond Roultau; Olga: Nathalic Kovonko; El ordenanza: F. SÁNCHEZ VERA (Málaga). Henry Marchand; El coronel: El reparto de la película El Jacques fíerlicz; Su esposa: signo de la Cruz es el siguiente: .Marcelle Jeán Wornn. f)irecMarcos Superbus: Fredric lión de Touijansky. March; Marcia: Elisa L.ai\di; Poppea: Claudette Coibert; NeVOLANDO (Bilbao).—Sí, serón: Charles l.augthon; F'igelliñor; como las balas. El reparto nus: Jan Keith; Dacia: Vivían de La juventud manda es el siFobin; Favius; Jarry Hcresguiente; Garret: Charles Bicktord; Glabrio: f'erdinand Gottsfi.rd: (iay Merritk: Juílith chalk; Titus: Arthur Hohl; .An.•\lleu; Steve Smith: Richard earía: Joy.selle; Stephanus: Torr<,m\\<ll; Don Meinck: Eddie masy Cantón; Strabb: Nat Pend-

A. R. O.

(.Murcia).—PüTíi

pedir las fotografías a George Raft escriba a Paramount Studios. A Bárbara Stanwyck, a Warner Bros. Paul Muni, también a Wames Bros. Ramón Novarro, a Metro-Goldwyn-Mayer. Todos en Hollywood (California). Puede escribir cuando guste y dar los informes de que habla. L A CIGÜEÑA (Madrid).—Los intérpretes de Miguelón, son: Miguel F'leta, Luana .Alcañiz, Matilde Revenga, J. Linares Rivas, José Agüeras, Manuel Montenegro, Ángel Boné, Enrique Gil, Antonio Gil (Varillas), Luciano Ramallo, Eli.sa Gumier, Dina Montero, Carmen Garci-Nuño, Carranque de Ríos, Luis Llorens Vidal, Clotilde Romero, Antonio Huelves Vázquez, Blanca González, Mario Arnoldm, Ceferino Cancio. Las estaturas que me pide de sus artistas preferidos, son: de Greta Garbo, 1.67; de Marlene Dietrich, r.65; de Carole L.ombard, 1,67; de Silvya Sydney, 1,62; de Joan Crawford. 1,65; de Claudette Coibert, lo mismo; de Francis Dee, 1,60, y de .Mae West, 1,55.

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