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iimimuii reclop:A.Valero de Bernabé AÑO
í. N ? 8 M A D R I D 4
DE NOVIEMBRE
DE 1934.
Jfssif Mtillu'w-. |»rotaj:oiiisla di' la )iran sii()i'r|irodiK-fióii «Siempreviva .. la revi«ila rineniulosnífica difieiliiienle s i i p e r a b l r . realizada por Víelor Saville, q u e en breve preseiitarii MIanlie Kiluí
L, <iii«ina, que <les<le .su creación mardió siempre hatña adelante, ha hecho un alto en su camino, y «'on un jKK'O de melancolía ha vuelto la vista atrás. Es el gesto del venci<lo, del que viendo mermar sus facultades se refugia re<i"eándose en la gloria pasada; es la etenia miraíla hacia la historia de los pueblos «pie languidecen y que quieren caminar <-on la vista fija en ella, tratando de enudarla. YX t-inema triunfador, joven, ansioso <le <'on<piistas, en su¡»eraí-i<)n oon.st«nte, «lesde que romjtió a hablar, ha cesa<h) en sus ansias de gloria. Y es que no |)ue«le dársele el u.so de la palabra para de<;ir n«;edades (;uando en silencio se han expresado nuuavillas; no puede asfixiársele entre <-uatro paredes cuando nwesita amplitud de horizontes; no puede su {tersonalidad, hasta ahora fuerte \ pujante, degenerar para uncirse com<i nn esclavo al carrtt rempieanlc de Talia. (\iamlo se es joven, los ojos uúran solamente hacia delante, ansio.sos de deseos, soñando vcntura.s. t'uando se llega a la vejez, re<;ordar es un plíM^er, y rememorar los «liiis i)ic
ciMftcunaA tantos es volver, aunque falsamente, a vivirlos. Y eso está haciemlo ahora el cinema al rticditar muchos viejos films—gloria empolvada—, vueltos a realizar pensando solamente en el éxito de los primitivos. l)e los ya vistos anotemos Las dos huerjanitas, que hace nmchos años interpretaron Lilián y Porothy (üish, hajo la <lire<«ión de Griffith; ¡xi hermana blanca, gran creación de la i)rimera de las hermanas y de Honald Colman, que iniciaba con él su carrera, y (jue ahora ha lie(;ho Clark (iahic; IJ>S miserables, (pie interjíret^') William Famum, después (Jabriel (Jabrio y ahítra I larry Baur; ¡M batalla, que hoy f)rotagoniza Charles Boyer, pretendiendo borrar el triunfo que en este film alcanzara antaño a(|uel luaravilUtso actor oriental que se llamó Sesue Ilayakawa, y Madame /)u Barry, primer gran film que bajo la dirección de Lubitscli hicieran los alemanes en la jiost•guerra y que destacó los nombres de Pola Xegri, Emil .laiinings y 1 larry Liedtke, que en él interpretaba el fogoso y enamorado Armando de Fois. Aliora, Dolores del Río ha caracterizado a la famosa amante del Rey Sol y con escasa fortuna. Tras este aluvión de refundiciones—hemos señaladti solamente las más conocidas—aun nos aguardan éstas, unas ya terminadas y otras en vias de realización. Lo bohéme, según la novela de Murguer, que hicieran los italianos con María .lacobini, los yampiis <'on Lilián Gish y John (Jilbeil, y ahora la liOndon, con Douglas Fairbanks, hijo; Kean, o el desorden del genio, de Alejandro ])u^ mas, que en mudo valicShirlej' Teinplr, la driirioüa rliii|iiilla <|ue ha conseftuido el «estréllalo» ron inusitada rapidez, poita para el pintor eNpañol Alberto N'arf^as
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al actor ruso Iván .Vlo.sjoukine un éxito resonante; Carmen, que ahora realiza Marco de Gastyne, como i antes los italianos y después .lacques Feyder, con ^ nuestra compatriota Raíjuel Meller en el papel prin^ cipal; Media rux-he en la Plaza Pigalle, según la novela de Mauricio Dekobra, cuyo protagonista será Raimu, en el mismo gra<;io.so pei-sonaje que en mudo creó Nikolas Rimsky, y cu estos momentos los franceses, ([ue janiá.s llevaron al cine una de sus obras más famosas, ¡M dama de las camelias, trabajan en la versión .sonora de esta novela de Dumas, hijo, eligiendo como protagimista a Yvonne Printemps, la que tcndni (pie luchar con el recuerdo de Clara Kimbal Young, PVancesca Bertini, Alia ^^^^ Nazimova y Norma Talniadge, que la in^^^^ lerpretaron en mudo. l>os ingleses ultiman asimismo las aventuras extraoiinarias de El conde de Monte(TÍsto, que anteriormente vivieran en la pantalla León Mathot y .lean Angelo, y nosotros los españoles, por no ser menos, también intentamos reverdecer los laureles de El negro que tenia el alma blama y Lo herwiowj San Sidpicio, realizados i)or sus mismos dire<>toreri en mudo, Benito Perojo y Florián Rey. Y no se trata únicamente de <}ue las f)elículas mudas de éxito tengan todas su corrcsj)oi)(li('iit(' vcrsii'm moderna, sino que ya anuncian los Estudios haber (comenzado la labor de rehacer los primeros films sonoros. Ya j>uestos en este camino, no perdemos las esperanzas de contemjtlar dentro de IUKJS años nuevas versiones de Sin mrredad en el frente. El desfile del amor, Sous le toits dr Pnri.i v fíevurrdimiento. Esto (^s demostración innegable d e mijiotencia. Así el cinc (juc marchó hasta ser .sonoro firme, arrogante, abriendo con su proa afilada hermosas perspectivas de arte, se ha anquilosado, y haciendo de su trayectoria un círculo vicioso, camina, camina, (picriendo avanzar cuando en realidad no se mueve del mi.smo sitio. Y es posible (jue ya le tengamos para sienqire dando vueltas del fina! al punto de partid i . sin cesar de mirar hacia atrás, maniatado por un haz de ondas sonoras contra las que en vano se debate. (.lili a (piedar como ci caso bíl)lieo (le lu estatua de sal? De s(>guir a.-i, \aiii(i.creyendo (pie si. Mulla Mari>, Joüé Crrspo y Añil» raiiipillu >ionriVn cu esla fol<i para l o s ícelo n-H <lc CIM-t.lt VM AS
F.
HERNÁNDEZ GIRBAL
DUVALLES,
E
ESTAFADOR
L joven Durand, modesto empleado, t r a t a de hacerse un porvenir brillante para poderse casar con su novia, la preciosa Susana, l'n azar de la vida le hace c«er en las manos de un caballero de industria, quien aprovecha la inocencia de Durand para que pase por responsable de unas compras que no piensa pagar, ^tafando así a unos industriales. Cuando Durand se da cuenta, qiñere huir; pero le persigue un at:reedor llamado Broute. Antes de confesar a su novia y a la madre de ésta — que le l^ximpañan en su huida, pero que desconocen el motivo del viaje-—<jue es un estafador, piensa en suicidarse. Deja una carta ^'crita, y tmtus le creen muerto. Pero Broute, que l l ^ a a tiempo, engañado por las «brillantes» •^ndioiones comerciales que Durand parece tener, le nombra su «ocio y director de los grandes establecimientos que antes surtía. Durand se reconcilia con Susana, y vendiendo las medias de •luro a peseta aun gana la mitad. l n film humorístico en el que Duvallés, el mejor actor có•Dico de Francia, interpreta un papel de «estafador a la fuerza», dando **r>gen a múltiples efectos graciosos y escenas de gran fuerza cómica, •"^^ta película se diferencia de París-Afedtterráneo y El mancebo de bointerpretadas por el mismo actor, en que la mise en scéne es mucho iiás suntuosa y de mayor riqueza de medios. Los gags continuados, los efectos de multitud de los grandes almacenes, la huida de Durand en ñuto a velocidades increíbles, la magnífica exposición de pantorrillas en el f<'mercio de medias, etc. Duvallés es el burlón aturdido, tímido, audaz, balbuciente y con el niagnífico rostro expresivo que conocemos. Jacqueline Francell, en su papel de novia ingenua, está encantadora. F'rangoise Rosay h a compues^ un personaje ridículo de «niYimá», con un talento consumado. Alco^'ei- es un poderoso estafa<lor, y Alerme tiene acentos de furor conuco formidables.—ADRIAM
NORMA Un preámbulo útil
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ABLAR de una misma es una empresa verdaderamente difícil. Me siento perpleja. Si se tratara de las amigas, estoy segura de hacerlo... y hasta con brillantez... Pero para hablar mal de mí misma me parece que no voy a ser muy diestra... Es un hecho extraño, aunque comprensible. Sobre el idilio de tu mejor amiga con un estudiante de letras te ^ sientes capaz de escribir mil páginas satíricas, mientras que sobre tu fuga con un boxeador negro no aciertas a pronunciar más que una frase hecha ^W^^^ que la define como «un capricho A . sin consecuencia». 1 (Por esto no vayan a creer H que yo he huido con un boxeador negro. No me gustan los negros: encuentro su color de'| masiaílo melancólico para la *!; felicidad.) ^ Y aquí advierto que este breve preámbulo no ha sido inútil, pues me ha dado el tema... Ciertamente. A propósito de idilios, de caprichos y de fugas, les hablaré de amor, de mis catorce novelas de amor. Si son pocas, perdónenme. Esta es una confesión breve. De modo que empecemos.
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Mi primera novela De mi primer amor conservo una carta que dice exactamente así: «Amor mío: Te espero esta noche cerca del pozo del jardín. E-sí^alaré el JH muro, aunque tenga que dejar pedazos del alma sobre los puntiagudos trozos de botellas incrustados en su cima, y te veré. Ámame como yo te amo... Pero no...; seguramente para ti sería demasiado. ¡Eres tan delicada! Tuyo, G. P.» Estaba entonces en un colegio y vigiladísima, por cierto. Recuerdo que mi atención puesta en el pozo aquella noche fué inútil. G. P. no llegó. A la mañana siguiente .se encontraron en la cresta del muro algunos pedazos, y el jardinero —sin fijarse si eran de alma—dijo que hubiera deseado ver los pantalones del hombre antes y después del desgraciado intento de escalo. De esta infeliz manera acabó mi primer amor, y por eso ahora no puedo ver una botella rota sin recordarlo. Fl joven tímido y su hermana Mi segundo amor fué el hermano de mi mejor amiga en aquella época: de Mary. Me habló ella: —Norma, Normita—me dijo—; mi hermano te ama. Es tímido, timidísimo... Sin embargo, no lo rechaces, te lo ruego.
hermano: ^^^Hp^^ —Querida— jHpi^^ empezó", AlberW" to sufre. No se atreverá jamás a hacértelo ^^^^^^^^^ comprender, pero se consvune. ^^IP^^ ¡Tú no le has besado nunca! Bien... Marj' era mi mejor amiga, y Al^ berto, timidez aparte, un buen muchacho... Pero no había transcurrido otro mes cuando Mary volvió a la carga: —¡Norma, tú no me quieres bien! Alberto está desesperado. Ayer, en un ataque de pasión, se comió tu fotografía. Muy bien—dije—, le mandaré otra. Mary me encontró cruel, acusándome de no ser buena amiga. Quería que me casara con su hermano. Rehusé decididamente. Se lo dije: —foe joven tímido, solo, me gusta; con una hermana, me da miedo... A mi lereer amor se lo lleva un silbitlo Ya actuaba de actriz m^^^^^^^^^^^^^H cuando a mi terwp||^^^HHPIHPH| amor. Era un hom_^ wT^ ^^^^^ bre que tenia mucho di1^ ñero y un «pasado». Se i JÉ^t^ d e d i c a b a a correr el r é mundo de extremo a exI tremo. Pero cuando me * vio se detuvo. Dijo que yo era como una piedra en su engranaje. Pude contestarle que fuese a que lo viera un relojero... No quise, lo amaba, íbamos a casamos... Sin embargo, él tenía sangre de gitano en las venas, y cuando no me hablaba de amor, me hablaba de viajes improvisados, de países lejanos, de ciudades des/ conocidas, del encanto de lo ignoto y de tantas otras cosas de este género. Se observaba que sufría al no poder moverse. Fué un silbido el que se me lo llevó... El silbido de un trasatlántico. Estábamos frente al mar v nadie ni nada podía impedir que un barArribaí Un ge»<o mny pmonai dr Norma Shrarer, cuco, al partir, saludase a la tierra que dejaba con yo» plicidoH ojos han incendiado de amor mucho* counos golpes de sirena... Sin embargo, al día sirazones matwnlinos... En el círculoi El iiello despertar guiente ya no estaba mi amor... Había, en su lude Norma Sbearer... gar, una carta de despe<lida. Confesaba en ella que en aquel silbido oyó Me lo presentó y dimos algunos paseos los tres. la voz de todo su pasado y que no había ¡)odido resistir... Verdaderamente, Alberto era un joven tímido; pero a pesar de eso no esperaba que Mary me Senti nna sincera molestia, no lo niego. Y lo hablase de nuevo, y menos en la forma que lo confieso para (fue los capitanes que lean la hishizo: toria de este mi pequeño drama de amor hagan un uso más moderado de la sirena cuando se —^Escúchame—me rogó un dia—. Alberto no despidan de las costas. tiene el valor de decírtelo... Y por eso yo... lo hago por él... Desea salir de paseo contigo sola En cuanto a mí, no volveré a ser novia de un Norma, Normita, conténtalo. Hazlo, si me quiehombre que haya viajado mucho, sin antes oblires bien. garle a oír el mayor número posible de silbidos Pasó un mes, un mes de paseos románticos, de sirenas de barcos y de locomotoras, para asey ai cabo de aquél, .Mary me habló otra vez de gurarme asi de la seriedad de sus propósitos.
\ o n M Shearrr, aUvialia ron u n «rncillo t r a jerito m a ñ a n r r o , s o n rir c o n el a i r r i n f ^ r n u o
d r u n a candoroHa colc-
Cuarto y quinto Mi <;uart4) amor fué un ingeniero. Con.struía puentes y hasta parece que los construía mejor que otros, rst^etles pensarán que ésta era una razón para quererlo más. Y así ocurría, en efecto... Pero un día supe que—rindiéndome un homenaje—a todo jjuente que construía le daba mi noml>re. No me lisonjea) la idea de que a diario millares de personas hablasen de mí, aunque fuese indirecl-amente, a prop<')siio de peajes e impuestos... Y ytor eso reñimos. Mi (|uint«> amor fué el novio de una amiga... Se llamaba Blanca—la amiga, no el novio—, y Blanca no hacia más que hablarme de él: —¡Oh, si tú conocieras a Juanito! ¡Qué hombre! IJO verías a tus pies toda la vida... Me lo dijo tantas veces, que y a no me sentí tranquila hasta que lo vi a mis pies, no por toda la existencia, sino por un buen cuarto de h o r a Tuve, sin embargo, una desilusión. Juanito era un hombre común, corriente, tirando a vulgar. Cuando hice las paces con Blanca se lo dije. Ella se echó a reír. Me contestó que lo sabía j>erfectAmente, y por saberlo qui.so liltertarse— después de un breve pasatiem|K)—de aquel hombre, que le resultaba odioso. Y para con.seguirlo no habia encontrado mejor medio que el de hablar a las amigas en los términos que saben ustedes... a ver si alguna se lo quitaba... ¡1.A traidora! Y los otros... Los otros... Es verdad que habia prometido catorce novelas de amor, y éstas no son más que cinco... Pero las otras..., las otras son demasiado personales. Por la tratucripción, VícTOE GABlRONDO
VM <!S«a lato, pmr H e*mtrarío, Nonaa in«¿8lra«r I «p««e> 4 c aiaicr tmtel_S«M*i«a, ao •bataate, tíeaea, eoina aienpre, inefable-
. \ , í uouAS de las estrellas «ñneiuatog J ^ y j ^ deben su enorme popularidad, m¿8 qoe al refinamiento o perfección de su arte, a alguna particularidad especial, a algún detalle raro (y a veces grotesco), que en otro campo cualquiera de actividad se les habiia presentado en sn camino como un obstáculo o que, por lo menos, no les habría dado superioridad. Itecuérdense los nombres die algunos ídolos de ia pantalla, y severa la certeza deja anterior afirmación. Caai todas la» actrices y actores ()ue gozan áé mayor popularidad podrían servir de ejemplo. He *quí algunos nombres que en este momento me vienen a la memoria: Marlene Dietrich, Greta Garbo, iMae West, Katharine Hepbum, Charhe Chaplin, WiU Rogers, Maurice Chevalier, Jtmmy Durante y Harold Uoyd. Marlene Dietnch tiene una de las caras atractivas que he visto en mi vida. Su cabel rubio parece como una cascada de luz que roderfflj un óvalo de misteriosa belleza. Su figura es I p K y distinguida. Ea una actriz de alma, por temperamento, y puede desempeñar cualquier papel que se le encomiende. Sin embargo, cuandosehizo su primera película, Morruecog, ella figuraba en el reparto en tercer lugar, después de Gary Ciooper y de Adolphe Menjou. Todo hacia creer que se trataba de otra actriz de importación
^vuropea, .simi)leinente: una más entre las muchas que y a había y que habían venido a Hollywood. ¿Y qué pasó al exhibirse Marruecos en el Teatro Chino? ¡Que el público se quedó maravillado contemplando unas piernas como nunca antes se habían presentado en la pantalla..., y la pro(ílamó estrella! Durante las últimas exhibiciones de la citada película, el nombre de Marlene figuraba a l a cabeza del reparto... No fué Marlene quien triunfó, en reahdad, sino sus piernas, de una perfección y de u n atrevimiento de lineas que causanm la envidia de l a mayor parte de las mujeres. I^c^de entonces no se h a hecho una pelícida de Marl^ne en la que no tengfi que enseñar las piernas. ¡Como que Marlene, sin esas piernas, no sería Marlene! jSreta Garbo es fría, habla el inglés con un ibie y tiene una voz desagradable..., desagradable que sus enormes pies. rmt wjóargo. hay no sé qué de mLsterio, de raro ixoti.sino, que rodea a esta mujer estoica..., y eso es precisamente lo que la ha hecho intrigar al público y ser aceptada incondicionalmente, a pesar de todos sus «lefectas. Si Greta Garbo actuase de un inodo natural y se comportase en la vida de una'manera análoga a como lo hacen las otras actrices, el púbUco no tendría el menor interés por eUa.
mo antes hizo d b i t ^ | ^ M ^ teatra) tes. ¿Y ha sido a l g n ñ ^ ^ ^ ^ ^ n d i - ^ J/L, dones la que ha h e c h o ^ ^ ! S ^ ¿ S ^ ^ j l j sola pelicula se haya c o l o ^ ^ S 9 9 í ^ 5 í ^ calveza de todas? ¡No! ¿Pues qué, enA toncos? Sus exhuberantea caderas, que ella mueve en un inquietante oscilar giratorio cada vez que da dos pasos, y el acento rudo y plebeyo con que parece invitar a los mayores atrevimientos... Sin embargo, Mae West no es gruesa, ni mucho menos, puesto que sólo pesa 112 libras, y e& una de las mujeres de vida más retraída de cuantas jamás han venido a Hollywood: no fuma, no bebe y no pasa un día festivo que no asista a fa iglesia. Pero, ¿creéis que una Mae Wést religiosa, parca y retirada, llegaría al lugar que ella h a l i b i do aun en todos loa años que le quedan de gisvida? ¡De ningún modo! Ha sido necesario trar que haga oscilar su cuerpo al andar, que su namire con picardía y diga con deflvergüenW en el ',¿"'7 i r - ^ ^ -^iTii sume ttme! registro [*YA ver cuándo subes a verme!») oe la Propiedad! i Katharine Hepburn tampoco necesitó H aroltf más de una película para conquistar al Uoyd, m á s público incondicionalmente. Una pelicula que a su talento en la que ni siquiera actuaba conip primera ni a la constancia actriz: A Bill of Divorcement («Mandamien''onqneen apariento de divorcio»). Recuerdo qne a raíz d d es*"ia (lesafía los má.s tremo de esa película, público y crítica se absurdos peligros e n ^ p r e n o t a b a n a coro: « ¿ \ quién imita esta elículas, (debe su mujer?» ¡Porque ni aun estilo propio paV su dmero a recía tener! Tiene un aspecto casi hombruy su sombreno; su voz es chillcmb y enfermiza; cuanr a . Sin ellos es podo habla parece estar ensimismada... Pues ne hoy Harold fuese ¡todo eso ha contribuido, a su fama y gra& actor, pero segucias a ello, más que a otra cosa, Katharine I no .seria el dueño es hoy una de las más apreciadas y mejor aa Compañía cinematopagadas actrices del cinema norteamericano! —ca. Charhe Chaplin es, din disputa, el actor Las piernas .<le la Dietrich, el más inteligente que ha estado en Holstoicismo de IttCíarbo, las cadelywood desde que el cine existe. Hasta en 1 de la West, Utvoz y el aspecto lo aparentemente más disparatado de sus abrimos de la Hepbum, la vestimeii^ farsas hay un fondo humano de profunda le Chaplin, el chicle de Rogers, la sontragedia. El escribe sus películas, las desarroll i de Chevalier, la nariz de IXirante y las dirige y toma en ellas parte principal. Pe M ^ e Lloyd, constituyen lo que los millones que el cine le ha dado y la a d i r " llamar (por lo menos desde ción cada día mayor de sus entusiastas... ¡1 I de vista del público cinemato-i conquistado con el bastón, el hongo y lo , marca de fábrica de esos artis-' talones demasiados amplios y las botas de cial característica, quizá &> ño exagerado! liauos en algunas casos, WiU Rogers es un buen escritor, un llegar a o<upar el lugar teligente y uno de los hombres más eul hoy^KÍka en Cinelandia. Sin ella, tutos de las Estados Unidos... Lo que nu **n segunffid que hoy y a nadie se ocubria sido bastante para hacer de él un k paría de ellos. pular. ¡Ha tenido que aparecer en lé' pantalla En el cinematógrafo..., como fuera de mascando a toda hora un pedazo de chicle y haél, abundan los imitadores. Muy pocos blando con un acento indeciso, como si fuese a son por verdadera admiración. La tartamudettr, para colocarse en la primera fila liayoría cae en la tentación de imitar de los hombres que las multitudes admiran! "•mplemente, humanamente, i>or la amMaurice Chevalier no es un hombre alegre; 'íición, mal entendida, de alcanzar IOB es placentero en pocas ocasiones y amable en puestos que los imitados alcanzaron. poquísimas... ¡Pero ha sabido fingir una d u Hoy vemos en la pantalla a muchísidosa sonrisa, con la que aparece en todas ms 'nas mujeres que se empeñan en mospelículas y con la que ha enamorado a muchas trar las piernas, muchas veces incommujeres y atormentado a muchísimos hombres; parablemente más bonitas que las de .limmy Durante no es un gran actor; pei-o tieMarlene; pero el púbhco prefiere ver la*! ne una de las narices más enormes de que hombre *le la sugestiva Dietrich. Y no sería alguno puede enorgullecerse: una nariz que ha aventurado asegurar que hasta en una hecho a su propietario famoso en pocos meses. fotografía en la que no se viera la cara No as extrañe lo de propietario: pero es el caso que, no hace mucho, Jimmy fué a Washington
ni el cuerpo de la actriz alemana, la mayor parte de los hombres las reconocerían. Hay muchas que andan haciendo, al avanzar, un movimiento de sus caderaís prominentes, como lo hace Mae, y que hablan con acent o rudo y plebeyo. Pero si dijesen: «¡A ver cuándo subes a vemre!...», no seguirían el camino de su invitación ni una infinitésima parte de los que lo harían si esas mismas palabras hubiesen salido de labias de la célebre rubia. No faltan las que han querido imitar a Greta Garbo... Y su paso por la pantalla ha durado casi tan poco como el de un meteoro. Hay algunos hombre», jóvenes, súupáticos, que sonríen con encantadora sinceridad desde la pantalla. Pero su sonrisa a nadie convence, porque la gente necesita para convencerse que ella esté en labios de Chevalier, ¡aunque seafalsa! Y asi sucesivamente. El público hftftoeptadolacaracterístíca de sus artistas predilectos y no puede aceptar esa misma característica en otros que todavía no lo son... ¡aunque eii ellos sea más sincera ijflue en los que tanto la admiran! No es posible imitar con éxito, r^llji^ quiere ser algo o llegar a alg v D m , hay
que ser original, aim-
que ñedi. falsamente original. Laorigmalidad, siempre, p o r insignificante que parezca, tiene más valor que la imitación, por buena (pie sea. E u Q B N i o DE ZARRAGA Hollywood, (octubre de 1934.
Joiíii (.rH\^ f'ortl
1
preienra
£LCiNE
El reportaje como iniciación cinematográ'iea.—Chardin, el precursor.—La influencia nórdica.—Palabras de Tolstoi.—La rutina y el ideal artístico
de casos y cosas de toda índole. Faltaba el hombre que acertaA a encauzar y aprovechar el anhelo apenas sentido.
C
El año de 1907 puede considerarse como alumbramiento de la cinematografía artística. VjS el instante en que el francés Bénoit-Levy hace la película El hijo pródigo, primera tentativa de asunto realizado a base de efectos de cierta pureza cinematográfica y de técnica que procura superar las normas teatrales. El mismo año, en Rusia, Piotr Chardin aparece como precursor del cine eslavo. Convencido de las posibilidades del maravilloso invento, no sólo en su aspecto de negocio de producción, sino también como rebosante de horizontes artísticos, decidió Chardin inaugurar en su patria la fabricación de verdaderas películas. Y con muy poco dinero, pero con mucho entusiasmo, funfló la primera entidad rusa para la producción de films, entidad que durante algún tiem})0 fué oasis creador entre llasta los años de la guerra el público repartió su favor entre la falta de iniciativas las producciones de Chardin y sus sucesores, y las tle made las Casas nufacturas extranjeras. Muchas Casas de otros países—^las distriitalianas Ambrosio, Cines, Ítala; las francesas Pathé, Gaumont, Film d'Art; la americana Vitagraph, la noruega Nordisk—establecieron sucursales e n las principales ciudades ru.sas, facilitando la cxplota<!Íón directa de sus películas. Pero a diferencia de lo ocurrido en otras partes, el estilo cinematográfico extranjero que más honda influencia jirodujo e n la j)roducción rusa fué el danés. Aquellas inolvidables obras maestra* no eran, como las cintas italianas, lindas cole<x'iones de fotografías románticas y de escenas de amoríos decadentes al claro de luna. El cinc escandinavo, sobrio, humano, puro, era el que s e hallaba más c e r c a del alma rusa. • o Es la hora en que el conde León Tolstoi escribe a(pipllas palabras proféticas, reveladoras de singular comprensión del nuevo arte: «El cinematógrafo debe ex])resar la verdad rusa bajo todas sus f o m i a s y de la manera más exacta. Debe registrar la vida tal como es, sin deformarla con fantásticas traducciones, pero sin prescindir de la parte imaginativa.» Estamos en líllD. Es Tolstoi el primer escritor europeo que afirma su fe en el cine como valor artístiio. Y no cae en el vacío su demanda. Toda.s las obras de la Casa Hanjonkov—la más antigua productora eslava después de Chardin—tienen ya, pese a todos sus defectos de lógica inexperiencia, preciosos atisbos del caudal de humanidad delirante, que, asentándose, afirmándose de día en dia, informará los diversos avatares del cine r u s o .
OMO en todos los países, sii-\'ió también de iniíñación cinematográfica para Rusia el reportaje. Quien por primera vez usa una niá(piina de fotografía goza captando locamente «íuanto a sus ojos se presenta, sin cuidarse de calidad estricta ni de las posibilidades de proíligio artístico (pie 3uede lograr; así ocurrió —fenómeuíj común a orbe entero—con el cine, nacido al servicio del paisaje, del costumbrismo, di' la curiosidad en todos sus aspectos. •Vinarillea el celuloide quebradizo de aquellas viejas películas finiseculares. En Rusia, como en l^Vancia, en Alemania como en Italia o los Estados Unidos de América, los primeros poseedores del rudimentario molino de imágenes de los Lumiére—aparato reversible, que permitía im>resionar y j)royectar las cintas—entregáronse, ibres de más profundas aspiraciones, a registrar la fotografía animada de cuanto pudiera tener interés de documento. Anónimos pionniers de la pantalla rusa cubrieron muchos kilómetros de película virgen con la reproducción de figmas, de monumentos, de succ-
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buidoras de cintas extranjeras. Las obras iniciales de Piotr Chardin f'n chiquilU), Los ri isantemos — eran comedias d r a m á t i cas al estilo de las importadas de Francia; mas poco a pcK'O fué su realizador adquiriendo, a d e m á s I del necesario dominio de los recursos del nuevo arte, per- Toifttoi, convencido de las posibilidades d e l maravilloso sonalidad propia, re- invento, predice su desarrollo velada de modo siny su brillante porvenir gular en / Te acuerdas?..., cinta que sirvió para descubrir uu fuerte temjVeramento: el de la actriz Vera Karally.
Pero faltaba mucho por hacer. En aípiellos tiempos los actores de la {lantalla seguían en Rusia, más o menos acnsa<la, la influencia de los artistas teatrales. El ideal de cada uno era lograr cu el lienzo las emociones que daban en la escena Sladkopertzev, Mo.skvin o Petrovski, e hizo falta el temperamento, dotado de fuerte personalidad artística, de unos cuantos limpios valores cinematográficos para librar al arte mudo eslavo de esta mortal nitina. A Wladyslaw iStareviteh corresponde la enérgica labor depuradora. CABLOB F E R N A N D E Z C U E N C A
)li !>egiindo viaje a los Estados l'nidos
D
ioo mi segundo viaje, poniue hi< e el primero al nacer. Si; yo nací en los Estados T nidos—hijo de padres alemanes—, en Manhattan, lí año... Bueno, me perdonarán si no lo digo. Estas cosas no se dehen confesar. Nací allí, yiero mis padres volvieron a Handnirgo cuando apenas contaba ocho meses. De modo que me creerán sin gran esfuerzo les digo que no ajirendi el inglés. Y como tanij co lo estudié en ,\lemania, cuando, ya actor, tus v que ir a Hollywood, hice este mi segimdo viaje con cierta mala gana. Mis enemigos aseguraban que era jjor temor al mareo. Al mareo yo, que a los diez años me
l'n histórico rastillo de Inglaterra sirve de cenarlo para alpinaa escenas de «Sorrell e hijo»
escapé de casa para enrolarme, y aun ahora no sé por que no soy capitán mercante... Pero dejemos eso. lie dicho que Norteamérica no me atraía. Y era verdad. Circulaban entre nosotros, los actores, rumores alarmantes respecto a la forma de trabajar alli. Los actores que tienen una personalidad terminan siempre p<)r encontrarse a disgusto en un ambiente en el que todos, desde divos a comparsas, tratan de modelarse en un único tipo. Y yo, en cambio, vivo todo pape) que represento. El Irabaj*, la «^prohiUeMa^ y el M» sdker inslés Mi mujer puede hablar sobre esto. l>nrante i'l tiempo que interpreté el Enrique VHI me huyó,, y cuando estudié e hice el Nerón, .se fué a pasar unos meseh en casa fie »«i madre. Y no me atrevería a jurar que no asegun') la <asa cimtra inc«idio6. Pero, bromas aparte, Aniia May W»n|;, U me meto dentasiado en los exótica estrella, posan- personajes que interpreto do ante la cámara en para estar «le acuerdo con su ñ l t i m a realización, ciertos directores. Ileva4la a rabo para Hay «lías en «pie necela Parantount
sito trabajar quince o diez y seis horas; días en los que no puedo dejar una escena sin terminar por ningima causa ni razón, y tengo, en cambio, otros en los que prefiero no parecer por los Estudios. Créanme: los norteamericanos respetan demasiado el horario para que puedan hacer buenas películas. Y luego, la prohibition. Rsta fué la única palabra de inglés que pude aprender, y la única también que me impedía trabajar a gusto, con absoluta tranquilidad de ánimo. No comprendía que pudiera hacerse nada a derechas sin tener un buen jarro de cerveza o una botella de vino durante las comidas. Y como entonces no estaba permitido beber... Afortunadamente, se me permitió fumar. Quizá fuese yo el único actor a quien se le permitió hacerlo en los Estudios cinematográficos. Y me aproveché del servicio largamente. Hasta tal extremo que se decía: «¿Quiere usted saber dónde está Jannings? Busque una nube de humo, sople para alejarla, y allí aparecerá.» Pero la prohibition... Me obsesionaba de tal plañera que, como ya he dicho, no aprendí más inglés que la palabra esa; de modo que cuando se inipuso el cine hablado tuve que dejar Hollywood y volver a Alemania, a los Estudios de Neubabelsberg, donde trabajé antes de pasar a la Paramount Aquí no había prohibition, ni directores que impusieran el tipo único a los actores. Los personajes y la forma de interpretarlos Porque yo, francamente, aspiro a poner de relieve el lado humano de los personajes inter^jretatlos. No me gusta representar un tipo que sea demasiado bueno o demasiado malo. En la vida me parece que no .se dan esos seres rectilíneos y con una sola faceta El cinemat<igrafo norteamericano no hacía otra cosa en aquel tiemjxt; pero en la realidad no existen estos hombres. Con tma trama, con mucho amor y un final optimista estaban satisfechos. «Todo está bien si bien acaba». liste proverbio parecía set todo su programa. Sólo tma cosa podían enseñamos: una mayor simplicidad y contención del gesto, una mímica más sobria y, sin embaído, más expresiva. En técnica—hablo de aquella época—-no sabían emplear los espejos para multiplicar los efectos de ciertas escenas. En los Estudios europeos, en vez de construir o de obtener un rascacielos para la impresión de una película, se construían solamente los primeros pisos, y por medio de un sistema de espejos se daba a laconstrucción la apariencia de un edificio altísimo. El procedimiento es también útil para las escenas de multitudes. (Quizá los comparsas en espera de trabajo no lo piensen así.) En vez de emplear quinientas personas .se emplea.u cincuenta, que, con el juego de los espejos, parecen mil. Esto no sólo representa ima notable economía, sino que híice más fácil el trabajo del director artístico. ¿Me explico? Pues nada más. ¡Ah, sí: las mujeres! En tma confesión de artista es imprescindible hablar de mujeres. Pues hablemos. Cada mujer es una novela
Arribas Un magnífico eaeenarío «o los F.8tudio» de l » n d o o Films, *a Flgtrcc, reproduciendo un an^guo teatro español para la p e licula de l)ougla§
^ el eentrot King Vidors. el Kraa director, dirigiendo una película en pleno campo
Abajoi Donglao Fairbanks a su •*gre80 de Londres, d o n d e film6 *RI último amor de Don luán», ^ hecho las paces con Mary Pickford, su esposa. Vedle en *«*a f o t o , obtenida momentos después de la reconciliación, a la 1«e, en calidad de afectuosos y Cordiales testigos, asistían «CharSamuel Goldwyn y Darril F. Zamik
Como estrellas, hay muchas que están a la altura de su fama. Pero a mí, particularmente, la que más me ha impresionado siempre h a sido la Gloria Swanson. Posee una gran inteligencia y un arte exquisito. Y otras que no quiero nombrar porque se molestarían las no nombradas. Eso en cuanto a artistas. Respecto a las no artistas..., he de confesar que son lo que más me interesa c u a n d o no t r a b a j o . Nunca me canso de admirarlas y estudiarías. Una mujer es siempre un espectáculo bello, atrayente, seductor; pero no el mismo, sino distinto, vario. Cada mujer es una novela. Tantas mujeres, tantas novelas. Ediciones de lujo y ediciones popidares encantadoras.
N
o hace mucho leíamos en un Tratado de belleza, avala do por una firma de gran prestigio en la especialidad, que toda mujer celosa de la pureza de su cutis y del estado perfecto de su piel debe consagrar diariamente a los cuidados de la toilette ¡¡cuatro horas!! La autorizada firma del autor nos impide suponer que con semejante afirmación no ha pretendido otra cosa que dirigir un mal disimulado reproche a las muchas mujeres que sin conocer la prescripción del famoso dermatólogo l a practicaban y a de im modo espontáneo; pero por mucho respeto que nos merezca su fama, no podemos menos de
de la estética femenina, los encantos ~ pocos o muchos—de que mamá Naturaleza haya querido dotarla 1." Al levantarse lávese el rostro, durante un minuto, en agua muy caliente. Inmediatamente después sumérjase en agua fría, o mejor, helada, durante otro minuto. 2.° Bien seco el rostro, extiéndase sobre él la crema de belleza preferida. 3.0 Tíñanse las mejillas con el rouge en la medida y tono que exija cada tipo de belleza. 4." Cúbrase el r o s t r o con una ligera capa de polvos, y después avívense los labios con el carmín que mejor se acomode al color de la piel y la configuración de la boca.
Poro esta era de loco celeridad
Un ''maqu/Hoge'' ultra-rápido confirmar nuestra discrepancia con su teoría. Primero, porque con bastante menos de la cuarta parte del tiempo que él prescribe, es decir, con Una hora escasa, cualquier mujer, por muy exaiierbado que sea su culto a la propia belleza, puede vigilarla, a t e n d e r l a y acentuarla. Y s ^ n d o , porque la vida actual, acelerada, inquieta y afanosa, no permite ni a la más inactiva y desocupada de las mujeres la inversión de un tan dilatado espacio de tiempo en el cuidado de su hermosura. No u f a r e m o s que en determinados casos todo el tiempo que se emplee en la restauración de ciertas bellezas resulta insuficiente; pero se nos antoja que toda mujer que necesita imprescindiblemente el empleo de más de una hora en su toilette—singulannente en la del rostro—pierde el tiempo lastimosamente. Y ya que hemos hablado de la dinámica inquietud que todo lo invade en esta época de febril actividad, vamos a ofrecer a \as lectoras de CíNEORAMAS UU sistcma de tnaquillage ultra-rápido. Siguiendo nuestra ^orma, cualquier mujer, en poco más de diez minutos, habrá atendido 'os más indispensables preceptos higiénicos para el cuidado y conservación de la piel, y habrá acentuado, con arreglo a las modernas normas
5." Dense a las pestañas unos ligeros toques de rimmel, y sombréense tenuemente los párp a d o s c o n el tono predilecto y conveniente. No hace falta más para obtener un maquiüage discreto y atractivo, que pudiéramos calificar «de diario», sin perjuicio de que, en plazos más o menos breves, se proceda a ima restauración del rostro con arreglo a normas científicas. La discreción, en el maquillage, es de una im)>ortancia excepcional, y para demostrarlo basta con fijarse en los retoques e x e c r a d o s que se hacen algunas mujeres, las cuales no se dan cuenta, en su censurable afán exhibicionista, de que con el exceso de afeites y pinturas sólo consiguen dar una impresión bastante desagradable, aparte de que con ello también se perjudica notablemente el cutis, que pierde su brillantez natural y su frescura inimitable. Claro es que si se trata de artistas de teatro o de cine, e incluso si se ha de asistir a una fiesta de gala, la toilette exige ciertos refinamientos; pero para quedarse en casa, psu-a ir de i ompras o a pasear, e incluso para asistir a un espectáculo de tarde, créanos, señora: con diez minutos, o poco más, basta, y en ocasiones sobra.—O. II.
R E P O R T A J E DE
"CINEGRAMAS
graciosísimo ACTOIíDELAFINAY MODERNA COMICIDAD.
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. s u . 1 i>i~, i . u . A jM.-.ii <i( - u - r i e r a
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iiel ijgero no« ba dirho que no e# Tenorio. Quirti uiienUu Pero el notable actor disfruta rodeándose de beldades y dejándose besar, aunque los besos ae pierdan en la atmósfera, .\garradita al brazo del popular actor, Antoñíta Colomé, protagonista de «Crisis mundial»
riz—de una severidad imponente y apocalíptica—, Miguel Ligero tiene la virtud de suscitar nuestras risas, le miremos de perfil, de frente o El chiste, como es natural, fué «pateado» unáal través de gafas ahumadas. Y si nos habla, las risas se transforman en \ nimemente. carcajadas, y las carcajadas degeneran en eso ] —No se trata de un chiste, .señores—aclaró que llaman «dolor de tripas», pero que es dolor ; Ligero—. Ha sido un accidente fortuito, y no de reír a «todo trapo». os enseño la señal del porrazo porque la piedra La pantalla española no ha reído al por maera una piedra pómez, y ya sabéis que ésta quita yor hasta que Miguel Ligero no ha irrumpido en las manchas de la piel. nuestro celuloide. ¿I^as narices? ¿Los ojos? ¿El tono que imprime a sus palabras? El señor Tenorio.—Recuerdos de Hollywood —¿Qué es lo más cómico de usted?—le preguntamos. Miguel Ligero ha nacido en Madrid y ha esta—Pues eso: que yo soy un hombre fúnebredo en Hollywood. De su estancia en la Meca del mente serio y vivo de hacer reír a los demás. cine piensa hablar en im libro, que actualmente —Else pensamiento se lo oímos a Ernesto Vilescribe. ches hace veinte años. -EscrÜM) esto, que podemos llamar Memorias \ —En aquella época un servidor hacia «paintimas, para desvanecer ciertos infundios que í lotes». me «levantaron» en Hollywootl. • —Un poco de formalidad, don Miguel. ¿Su —En un periódico mejicano vimos que le llaedad? maban a usted El señor Tenorio. —¿Mi edad? Lo consultaré con la cédula. —Por ahí van los tiros. Yo no he tenido flir—Las cédulas mienten—le advertimos. teos en Hollywood; por lo menos, esos flirteos de —Las cédulas y los hombres. folletín que me colocan. Aquella estrella que enLa risa *<anitonnada*' contraron metida en mi baúl se embauló por propia voluntad, para dar celos a su marido. Dicen que los actores d^ teatro no acatan la Tampoco es cierto que Charlot me ganara dos disciplina del cinema. No es cierto. Miguel Ligemil dólartis al mus. Lo primer-j, que Charlot no ro, por lo menos, es una carcajada con uniforsabe jugar al mus, y lo segundo, que sus escarme de guardia de Asalto. Tan disciplinado, que ceos amorosos no le dejan tiempo para jugar a vm día le mandarán que se arroje a la calle deslas cartas. de un piso octavo para tomar un primer plano de —También se habló de cierta dama que apala caída, y lo hará sin preocuparse del cascorrón reció muerta en su hotel. que le espera. —Fantasías de \m reporteros. Aquella desgraEn la película que actualmente está filman(iada su suicidó en mi casa distraídamente. El do (Crisu mundial) tiene dos escenas en las juez no encontró cargos contra mí. (jue ha de darse otros tantos remojones comple—Exacto. Pero al desnudarla se vio que tetamente vestido. nía tatuado en un pecho cierto apellido. —¿Quieres que te calentemos el agua?—le pre—El mío, lo sé. Pero ese detalle carece de imguntó Benito Perojo. jxtrtancia. Aquella dama era excesivamente ex—No. En tal caso, ponerme c^ua de Monda(íéntrica, y mandó que la tatuasen el perfil de riz, que creo es excelente para el .mal de piedra. Valentino. El encargado de tatuarla no era muy —¿E^táa enfermo? práctico en el «oficio», y la hacia sufrir demasia—Sí. Al entrar en el Estudio me he caído y me do con la aguja. Ella, molesta, empezó a gritarhe lastima<lo en una piedra.
. más ligero nícalo dejó grabado cu la piel de im amiga lui apellido. —Querido Miguel: Esa «bola» no se la traga el lector, aunque se la sirvamas con nata. i —¡Ah! ¿Pero me están haciendo una interviú? A mf, las interviús, por el sistema primitivo A Miguel Ligero le gustan las interviús de pre- , gnntas y respuestas. —Ya sé que eso está mandado retirar por infantil—nos dice—. Pero así no me expongo a que ustedes digan que no he dejado de suspirar profunda y amorosamente, cuando, en realidad, lo (jue hacia era bostezar de hambre. Pregunten, y contestaré. Asi no nos equivocaremos. -Perfectamente. ¿Qué color le gusta más? —El lila—. Y haciendo una transición—:¿Ven ustedes qué sencillito es? —¿Su actor predilecto? —El hijo de mi papaíto. -¿Su actriz predilecta? -En cuestión de mujeres no me conformo con una sola. —¿Su mayor placer? —Dormir sin despertador. —¿Su sueño dorado? —Que me cambien la nariz por otra más estética. —^¿Practica algún deporte? —El de la hamaca. Soy un campeón durmiendo en hamaca. —¿Cómo ganó su primera peseta? —Robándosela a mi mamalta. Yo soy muy claro. —¿Qué género le gusta más? —El inglés, porque no hace rodilleras. —¿Su mayor éxito en el cine? —Crisis mundial. —^¿Su mayor fracaso? —Una aventurilla que a^abó en bofetadas. —^¿Se le fué a usted la mano? —No; al que se le disparó la mano fué a un sacerdote que yo, en la obscuridad, confundí con una tobillerita. —¿Los papeles que más le gustan? —Ixxs papeles pagaderos al portador, vulgo billetes de Banco. —¿E^ así como quiere que le hagamos la interviú?
—Naturalmente. Pero les falta un detalle: combinar un chiste con mi apellido. Todo el mundo lo hace. —Ya lo ha hecho usted con el tatuaje de ia dama de Hollywood. Fielu b M s r i f i e a
Miguel Ligero es madrileño; tiene equis años; se parece, en el «aire» feroche de su rostro, a otro madrileño: Vicente Pastor. Presume de seriedad y es actor cómico de nacimiento. No se tiñe el pelo; pero se lo tendrá que teñir cuando vuelva a Hollywood. Padece la úlcera del sueño; come a sus horas y le molesta hablar por teléfono, porque no le caben las narices entre los receptores. Lleva filmadas doce películas: Doña MenUrag, La fiesta dd IHablo, Salga de la cocina. Sombras de circo. Su noche ¿le bodas. Hay que casar al principe, ¿ Conoces a tu mujer f. Eran trece, Susana tiene un tecrelo. El novio de mamá. La hermana San Sulpicio y Crisis mundial. Las cinco primeras, en Joinville; las tres siguientes, en Hollywood, y las restantes, en España. Como no es supersticioso, está deseando hacer la número trece. Le hemos pedido una fotografía para C I N E O R A X A B , y acto seguido se ha mandado hacer la foto que el lector verá en estas páginas, donde el gran actor aparece dispuesto a recibir una lluvia de besos que le ofrecen las bellísimas intérpretes de Crisis mundial. —^¿Y por qué este alarde de conquistador?— inquirimos. —Para demostrar que ea esta Crisis mundial no hay crisis de mujeres bonitas. Y para que rabie Charlol, que se vudve loco cada vez que descubre una muchachita «besable» y fotogénica. MAURICIO
TORRES
tmm imiUrftrte ée «CrisM mundial», no perdona oraaióa ni aití* para rca4ir ho me naje a Morfe». Vedle a^uí, deapufa de haber 4Mfr«tedo ana peaneña weaieeito dentro del equipa t a i a aenido. jY Beaíto Peroio buscándole por I M «eaaerinoa» ée Ua tras»!-.
En la nueva pelicala de Benito P e r o | « . cCriaia mundial», hay una escena en la que ]Mi|(uel Ligera patita una brooM pesada a Ricardo .Núñez. He aquí a Miguel ligero «ahorrando el reaultado de dicha
Lo peor es que no se sabe nada. Le han firmado un contrato y nada más. En esas mismas condiciones se fué Valentín Parera, y pasó los seis meses de su contrato sin hacer una sola pelicula. Confiemos en que a Rosita no le pase lo mismo. Sería horrible que el articulista de antes tuviera que decir: «Kosita Díaz, viajera descendente.»
El caso de Rosita es un ejemplo más que denmestra lo difícil que le va a ser a España conservar sus valores cinematográficos. En definitiva, es posible que a los yanquis les precocupe más la satisfacción de quitamos a Rosita Díaz que la satisfacción de contar ellos con Rosita Díaz. Puede que esto último les tenga sin cuidado. Ixj importante es privar al cine español de una sonrisa que tiene ya demasiados atlmiradores. Si además, al llevarse a Rosita, se demuestra que se gana dinero—como en el caso de Catalina Barcena—, miel sobre hojuelas. Pero si no se gana dinero, por lo menos se priva al competidor de un elemento de combate. Y ya es bastante.
Aplicando el anterior sistema es corno los yanquis han conseguido aplastar industrialmente a los demás pauses productores. Nosotros no Íbamos a ser menos. En el fondo hay que alegrarse, porque ello supone colocar-
Johnny Weisainuller, el apolíneo proUgoniftta de «Tarzin>, y el actor que ba facilitado la senda del triunfo a Buster Crabbe y otros, al demostrar que si existe un <sez-appeal» femenino, existe también un «sex-appcal» masculino, del que lohnny rs, por hoy, el más destacado representante
ÍTULO de un artículo: «Rosita Díaz, viajera ascendente.» Por lo visto, la especialiílad de Rasita es viajar en ascensor.
T
• • Bromas aparte, Rt)sita Díaz es, efectivamente, la más viajera de nuestras estrellas: Paris.Madrid-Hollywood. Ix) que no deja de coastituir un record. Sus competidoras más próximas .son: Catalina Barcena (Madrid-Hollywood) e Imperio ArgetUina (Ma- Cada día nos trae la drid-París). noticia de una nueva Dicho sea sin ánimo de vampiresa. I J I «tenebrosa» naciente es Isamolestar.
•
•
¿Y qué va a hacer Rosita Díaz en Hollywtjod?
bel jewell, a quien vemos en esta fotografía en una auténtica pose» de mujer fatal
nos cineniatográficanient* al nivel de Francia, Alemania e Inglaterra. Aunque no .sea verdad, es tma bella mentira.
El sex-appeal se habia aplicado hasta hace poco exclusivamente a las estrellas. Exactamente hasta la llegada de Johnny WeissmuUer a las pantalla*. Johnny demuestra que hay un nexnppeal femenino y un sex-appeal masculino. El ha hecho brotar en miles de labios pintados de rouge esta frase: —¡Qué bien está! No es una frase como para pasar a las antología*, pero e s una frase que descubre nuevos p&-
nombre no sería piadoso dar a<pH—es un «bueno» muy malo. O mejor dii-ho, esos otros actores cuyos nombre», etv.
IA) curioso de l.,eo e.* que en su vi<la privaeia se dedica a visitar hospitales y a dejar mone<la* en los platillos de los luMnbre.* a quienes hay «pu* tener coinpa*ión. a pesar de i{uc nos destittzan el tínipauíi.
noranias.
(iracias a ella, Buster Grabbe—es deyii-, lo mejorcito que hay en sex-apjmü masculino—ha visto facilitar su triunfo ante la cámara. IA>S cal)alleros con sex-ajtj)eal no tienen más que exhibirse en maülot.
I >e textos modos, yo creo que con un bigotito conu) el de Leo no se puede ser buena persona.
("ada nuevo día nos trae la noticia de una nueva vam|»iresa llamada a eclipsar las glorias de (¡reta y de Marlene. Resulta que llega una actriz nueva a los Estudios, la ponen ante el fotógrafo, le hacen entornar los ojos de un modo impiietante. y ya está: «Isabel Jewell, la nueva mujer fatal de la pantalla, a quien esperan grandes triunfos.» Así, la pantalla está llena de vamdresas de segunda fila. Isabel Jewell, a «tenebrosa» más reciente, se hace retratar en posea enigmáticas y tiene una alcoba decorada de negro. Por si «cuela». E> lástima que muchachas que a lo mejor son actrices y todo se malogren |Kjr este deseo de los productore.* y directores de «fatalizar» el cinema. En lugar de tanta mujer fatal, líennos ustedes mejores películas, y todos^saldremos^gaaaudo. _
Cuando e n un film corto docmnental el sol empieza a himdirse en el horizonte, se puede apostar doble contra sencillo a que la película va a terminar. Tampoco se cotizan mal los claros de luna. Si ajiarece la luna poniendo reflejos de
A la vista, una fotografía de Chevalier, que envidiaría Buster Keaton. Maurice está tan serio, que no parece Maurice. Para eso no valía la pena asegurar su sonrisa en un millón de francos. Porque la verdad es que este gesto serio es mucho mejor que su famosa sonrisa. Y' que nos perdonen sus admiradoras infinitas. Aquí tirnrn iislede» a un •malo> muy bueno: Lro Carrillo. Leo. que en au vida privada se dedica al hogar y a hacer obras de caridad, es ei «traidor» más solicitado en los tlsludios
ilata en el agua, es que ya no quedan en la cajina más que treinta metros de celuloide. Tampoco se cotizan mal. Pero, vamos, tan bien como as puestas de sol, no.
El «malo» de moda en Hollywood es Leo CaiTÜlo. Ni siquiera William Powell, en sus mejores tiempos de «traidor», fué tan solicitado de los Estudios como lo es en la actualidad Leo. Cuando l.<eo entorna levemente un ojo, todos los espe<'tadores sienten las cosquillas del espanto. Realmente, Leo Carrillo es un «malo» nmy bueno. Del mismo modo que ese otro actor—cuyo
Rosita Díaz, la sonriente estrella española, que nos han arrebatado los yanquis, privando de este modo al cine español de uno de sus valores más destarados
Las butacas de aquel cine eran tan incómodas, que \o tuvieron que convertir en teatro. Ni así consiguieron que fuera la gente. R. M. G .
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SU^PERPRODUCCiON NETAMENTE ESPAÑOLA
1935 EL AÑO CUMBPE OE LA PRODUCCIÓN INGLESA
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8 ^ Chu-Chin-Chow Mademoiselie Zazá Ambición La ninfa constante ^^Dick Turpin Hombres y monstruos ^ Un príncipe moderno SUPERPRODUCCiOIIES
Versión cinemaiográfíca
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rrimcr pr»mlo-Cep« da Ora-Concuna Ormmé— iataa»intola» tabra lo vMa y Intamof ienol da Vanada 1934 yla|a« dal principa da Gala» D o s groiMlos c o m o d i o s m u s i c a l e s d e C a r m i n e G A L L O N E
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rieUcuios I
A naturaleza esencialmente imaginativa del _ J cine le pone en trance de representar lo plástico y, sobre todo, de sugerir. En esta sugerición está el punto de capital importancia para el cine, y concretamente para las películas de tesis. La película de tesis aspira a inculcar en el espectador un nuevo camino; es decir, que de una buena película de tesis puede salir un tratado de Pedagogía, una buena ciencia de educación. Hay que conceder definitiva importancia al aislamiento en que el cine nos hunde. Esta s i t ^ íarización de los complejos anímicos es el mejor 'liedlo para convulsionar profundamente la conciencia. Las vibraciones del cinema, siguiendo caminos ópticos, horadan el espíritu, y en ese aislamiento confesional es factible quebrar la conducta equivocada. Mas la película de tesis, precisamente por ese g^an choque que ejecuta contra el humano sent'r, tiene a sus espaldas una responsabilidad inciensa, no tanto por el mal o el bien que encierre ~~la moral cinematográfica en este momento no los interesa—, sino por lo fácil que es su derrumbamiento chabacano. Yo vi en Madrid, el año 30, en una sesión de «cineclub», una hermosa pelícu'a de tesis, un film realista, orientador de multitudes, dictador de consejos. Me refiero a Tempestad sobre el Asia. Magnífica prueba de cinema ruso producido por la Meyrabpon Film y realizado por Pudovkin. Se trataba de una obra satírica contra los invasores extranjeros en los países asiáticos. En ella el personaje destruye todos los convencionalismos .sociales; la cinta contiene valores artísticos de la mejor calidad. ^^tro tanto cabria decir de El acorazado uPoten^im y TM /ínea general, del director—también ruso Einscstein. (Comprendemos, pues, que la pelicula de tesis encierra un máximo valor social, y para ella de líuropa es todo el campo, porque hay que encajar el cine en las planicies del arte, hruerlc desaparecer (como exclusivo producto industrial, arrancarle definitivamente de 'a progenie ({ue lo sustenta: capitalismo y máquina; hacerle tema en las meditaciones de la Cultura, crearle la décima nueva que pide C!octcau. El cinc, arma reeducadora do los pueblos dormidos, aletargados, casi muertos en una civi'ización, ha de inye<'tar su esencia sociológica, •'"1 e.sencia metafísica—portada en él como en t<ido arte—por los senderos plácidos del deleite. Y he a(jui la rcsponsaJ)ilidad a que antes me reíeria. La pelicula de tesis cuanto más valor dra'náti(;o encierre, más lujo artístico ha de decorarla. Precisamente por la ruda aridez de su J^ontenido exige un ornamento más rico de be"ezas plásticas. La visión escueta de la idea puede ser su fracaso; porque hay que tener en cuenta que el producto artístico se le ofrece al **pectador adverso a esa idea; él es quien nos interesa, para el se hizo la obra. Hecientemente se proyectó en Madrid una pe''cula de tesis: El primer derecho de un hijo. "or considerar transcendental esta cinta seguí ••f-íí~ "^ incidencias . . . . de su proyección. _ La mayoría de los es[)ecta<lüres la rechazó, esa es la verdad. f/)s incondicionales de la idea aplaudieron; eran pocos y no interesaron, no |)or el número, sino por la aspiración del cine de tesis. Y en este caso "o puede rechazarse la opinión del público con 'ina frase despectiva, precisamente porque las grandes masas incultas, a nuestro juicio, son las ^ne hay que captar. La película de tesis no puede ^^'^ nunca cine minoritario. lian pasado unos meses después de aquella Pfoyección, y comprendo que no es hora de ceñirse a ella; sí de apuntar desde su blanco a las uturas películas de tesis. Tratándose de una 'Uta de poderoso valor social y dramático, su encarnadura cohibió el éxito. Demasiada aglo''^erat^it'jn de datos; otro punto importante en esta
de
clase de films. Remachar es mal vicio en estos temas cinematográficos. Lo más fuerte debe dejai-se caer como en un descuido. Conquistar al público requiere dominar al enemigo, con su propia falsedad, si queréis; y una vez dentro de su conciencia, sembrar nuestro fruto. A viva fuerza es difícil implantar una nueva conducta, arraigar una idea. Eí primer derecho de un hijo, película de concepción formidable, era, por un lado, poco limpia de impurezas; por otro, demasiado escueta, en detrimento del arte. No pongo reparos ni a la realización ni al pensamiento. Al camino seguido para su desarrollo, sí. Es interesante en las películas de tesis prescindir de tanta imagen estática encerrada en si misma v
Aiiiiy Oniira. la deliriosa eslrflla riirojira. en la perüoiiifiración de la lifiiira <-fiitral femenina «1.a prquoñ. 0»rrit>.sr^i'in ¡a popii lar novela de Dirki-iiP r o d u r r i ó i i IflIiMs, q i r a e r a preHrnIada oi brevij
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sustituirlas por movimiento. Hace falta más plebe visual, un coro cósmico en tomo, y el objeto cercano que sea héroe lumínico, protagonista que se destaque sin afilar demasiado sus perfiles. De los momentos felices de aquella cinta no hablo; son numerosos. La personalidad del río, la escena maravillosa del tribunal, de un valor humano de primer orden. Hay que rodear la meta antes de coronarla, si se quieren atraer los espíritus distantes. En las películas de tesis, la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos. Deleitar con la enseñanza, para que la voluntad elija después el buen camino dictado. JULIO ÁNGULO
' ri el cinema del brazo de unas cuantas bellezas. Entre ellas, Kay Fran cis, una de nuestras mejores Venus cinemato gráficas. Kay Francis, armoniosa, expresiva, a lo vez moderna y clásica, es una encarnación perfecta de la Eva inmortal, del símbolo feme nino, con todas sus gracias y todas sus seduc ciones. Cuando ella surge en la pantalla, ani madora magnífica de las creaciones de la Warner Bros, toda Ja sala es un homenaje a su belleza, que funde a un tiempo serenidades antiguas y modernos desenfados. Pero Kay Francis no es solamente belleza, armonía de rostro y de figura. Es, además, intención, ex presión. Su rostro no es rostro impasiblemente bello de tantas hermosuras. Hay en él una animación y una vida, una alegría y una pa sión tan intensas, que hacen doble la seducción de la actriz sobre los públicos cinematográfi cos. Es Kay Francis, en fin, distinta y com pleta, la Mujer, la Eva que desde el primer día del mundo viene siendo la alegría y el riesgo de la vida
Aiiii«l>rlla. KeiiinI iiili'T|iictr ilc la
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CUMBRE
DE R E A L I S M O I N O L V I D A B L E
CON
NABELLA • CHARLES BOYER • V.INKIJINOFF.
CARAS NUEVAS
cíne'sqnqro
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JACKIARUE
de acudir ai fichero profesiomúsica n ^ r a y que aseguran que jamás se han nal para apresar los datos sobre Jaclc La sentido tan .seguras ni tan felic-es como en los Rué, este hombre nuevo que se asoma a brazos del gran «villano» novel, recién estrenado. la pantalla con toda la desenvoltura de un triunfador veterano. Iremos, al revés que Pirandello con su blanca barba de actor genérico, en busca del personaje, Jack La Rué es un hombre guapo. (Habla una sorprendiéndole metido en su «yo», dentro de su de sus admiradoras, ¿eh?) Sus facciones no tiepropio «almario», sin darle tiempo de afeitarse el espíritu. Y aquí te traemos a Jack La Rué, nada menos que «un hombre malo», con todas las de sin ley, en pijama crudo y fumándose un cigarrillo por la nariz. Vamos a ver si en este ecce homo pagano somos crueles, como los judios, o estúpidos, como Pilatoe. (Desde luego, tenemos las manos limpias.) K8IHTIMU8
UN'HOMBRE MALO" QUE HACE LA FELICIDAD DE LAS MUCHACHAS INGENUAS.
contable. Atento y cordial como un viajante. Pulcro y cuidadoso de su atuendo como un diplomático. Una alhaja. Nos ha revelado, con la mejor de sus sonrisas: —Estoy encantado de la vida con el bromazo que me han gastado mis padres al adjudicarme un rostro de moderno asesino. Vivo, con el ros-
Señoritas que habéis visto actuar a Jack La Rué: ¿Confesáis que, a desjjecho de sus malas acciones y su ceño fruncido de la tela de proyección, seríais capaces de iros con él a merendar a Molinero, alrededor de los pajaritos acróbatas? No confeséis. No hace falta, preciosas criaturas, porque ya otras, menos preciosas tal vez, han confesailo sobre Jack I>a Rué. Otras, tan ingenuas como vosotras—¡hijas de mi vida!—, que tuvieron la ocasión terriúe de una entrevista con «el hombre malo», el de risa fría como la hoja de un puñal y ojos que destilan intenciones perversas. En fin, otras, que dicen haber descubierto todo el atractivo íntimo de Jack I ^ Rué, después de haber bailado con él
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nen ese sello siniestro de las de Boris Karloff, ni llegan a la suavidad dulzona de las de Gene Raymond, el rubio platmo. Jack La Rué está, físicamente, entre Ricardo Cor^ tez y Clark Gable. Su boca, de hombre audaz y carnívoro, y sus ojos, de un extraño poder magnético, con sus negros cabellos brillantes, rematan una figura de líneas felinas. Recuerda al jag\iar, ágil y artero. Tiene una poderosa personalidad. Es de esos artistas que se recuerdan sin esfuerzo, con sólo una vez que se asomen a la pantalla. Pudo imponerse como artista en una sola escena, desempeñando un papel insignificante. Y es que ha nacido «con relieve», asi como otros nacen lisos, extraplanos... La Rué reconoce que es incluso un sentimental. El mismo se ríe cuando, en las salas de prueba, se ve, pistola en mano, entre gangsters de siete dólares por sesión. O en un salón elegante, ceñido por el frac, lanzando miradas furibundas a la señora de un banquero. Es un gran chico este galán de los «traidores» del cinema o este «traidor» de los galanes cinematográficos. Serio y formal como un
tro de un hombre malo, como puede vivir el mejor de los hombres. Sin mancha de i)ecado en la conciencia, lavadas todos los tÜas cuando me sumerjo en la bañera, soy verdaderamente feliz. Conmigo se acabó la sentencia de que «la cara es el espejo del alma». Y esto de llevarle la contraria a una frase tan vieja como el mundo me enorgullece.
Hemos acabado por envidiar a Jack La Rué, el «villano» encantador. La Fama, perfecta coqueta, le hace guiños muy sospetíhosos ya. Dentro de poco iremos a los cinemas y encontraremas en la fachada, con letras resplandecientes, el nombre del hombre malo, brillando con cinismo triunfal sobre los transeúntes in<>apaces de matar a un mosquito, sobre los pobrecitos Perengánez que se asustan de una patrona bigotuda o de un sastre neurasténico. Esa noche apoteósica, de consagración del hombre malo, se del)erá, no os quepa duda, a .Jack l^a Rué. Y una multitud de muchachas ingenuas serán felices por haberle amado, a él, que habrá hecho una fortuna asustando a todos los niños del planeta. SANTIAGO .4GUILAR
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He aquí una folo inédita dr Charlie t:haplín. rl genial «Charlot». KJ* niu) |K>MI rior a la época en que el gran artista acrecentó au fama ron «1.a (juimera del oro», aquel inolvidable que marc¿ el comienzo .le loa inforlunadoN amores de Charlie ron Lita Crer„.
Vn lajjaire* de anuir entre un auténtico genio del cinema y una (uiolescente ambicimn y mal ac^mftejada.
NIKVK, Q I I M K H A ,
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Kl'KdO...
K dincutidü raá« de una vez que la afición a la nieve, al dejxtrte de nieve, al espectáculo de la nieve en la montaña, no es sino la afirmación de una refinada voluptuosidad. Kl frío de la nieve es un frío dulce, cuyo continuo contai'to sobre la carne llega a quemar como una brasa; el uunite, envuelto en nieve
bajo el sol, tiene algo del contorno femenino, algo que recuerda la tibieza de las sábanas de un lecho impoluto. No .se olvide que Nieves es un bello nombre de mujer, ni que el armiño esa piel (pie parece hecha de nieve perpetua, adorna casi siempre los hombros de las mujeres más deseadas del mundo... El llamado deporte de la nieve se convierte a menudo en el dejiorte del flirt, por()ue la soledad de los parajes nevados, la fantasmagoría de sus reflejos y ese brusco paso «del frío al fuego» —título memorable de Feli|)e Trigo, el olvidado—ejercen más influencia sobre solteras, y aun casadas, cpie las danzas negroides, que han varimlo la moral de niicstra.s costumbres c o n su bárbaro ritmo. Machos y hembras, mczcliido.- y hasta confundidos por su idéntica manera tle jiertrecliarse,
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disfrutan de una propicia liliertad en sus largas e.xcursitmes a las sierras neva<las; la .soledad (íe que di.sfrutan tiene el morboso aliciente de ser una «.soledail cole<'tiva», en la (pie no pcii.só el burgués Campoamor: una soledad de parejas en la soledad absoluta de la madre Natura.. No es extraño que el amor despierte bajo la caricia de la finísima brisa y .se acre<;iente con el vértigo (le la velocidad del trineo, en que hombres y mujeres se deslizan asidos fuertemente jiara no caer en las rápidas curvas... Charlie Chaplin, a po<:o de su llegada a los terrenos de Summit con su compañía, |)ara proceder al rodaje de ext*ri»jres de Ixi quimera del oro, se sintió inva<lido «le una debilidail so.spe<hosa por la novel jirotagonista, Lita (írey, una prodigiosa niña de (piincc años, una principianta de rostro de querubín, (pie había elegido para
intei-j)retar el papel <le ingeaua... Aquella muehahita, destinada, al parecer, a emular a la célebre Eklna Purviance, había intervenido ya, siquiera ligeramente, en El chico, y su breve trabajo agradó a Charlie hasta el punto de no haberla o vidado en el momento del reparto de su primera producción para la Universal, la esperada película de su reaparición. Sin embargo, antes del desplazamiento, en las escenas de interior, en las pausas y descansos del Estudio, habíala tratado como lo que era, una simple y tierna educanda a (juien se cuida «'on fine.- a la par artísticos y comerciales, sin sentir ni pretender otra cosa que su mejor rendimiento personal en la pantalla. Y ahora, en que ella era la misma, le parecía de pronto que acababa de conwerla. Y sentía una dicha secreta y profunda y enterne<edora
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el dps<»ubrimiento. La nieve y Lita produjeron en Clutrlot un trastorno inesperado; no podía admirar a la una sin la otra, como si se tratara de dos hermanas siamesas. Lita parecía más virginal, más pálida, más feble, más infantil; emergía de su gabancito de pieles como una blanca camelia; cuando abría su boca, de labios un tanto gordezuelos y glotones, la luz hacia transparentes las perlas de su diminuta dentadura... Una tarde, mientras los extras hacían «cola» para cobrar su bien ganado salario, Charlie se puso a fumar—por excepción—un cigarrillo. Estaba satisfecho de la jomada y aspiraba el humo perfumado con detenida fmición. Lita, que no había intervenido en el rodaje de aquel (ía, vino hasta él despaciosa, cimbreante, haciendo cmjir la nieve con un blando nunor de
zaron a deslizarse por el ampo de la nieve endurecida, que se abría en rechinantes surcos o saltaba en albas volutas a lo largo del cubierto y monótono camino. Lita reía, con la cabeza echada hacia atrás, y sus mejillas se coloreaban por momentos. Charlie, casi grave, parecía atento únicamente a coiLservar el equilibrio de los dos .sobre la t«rsa pista improvisada. Se vencía la tarde y subía la noche del horizonte sin casi transición, como por un juego de tramoya. El itinerario de la pareja era bien distinto del que s ^ u í a el resto de la compañía, y se hallaron bien pronto sumergidos en una soledad íntegra; el blanco de la nieve se iba convirtiendo, por obra de la proyección del crepúsculo inminente, en un azul que degeneraba en morado. De pronto, una curva demasiado pronunciada en la linde hizo perder a Lita la estabilidad, y rodó unos metros, arrastrando al
susurro bajo sus breves plantas. Estaba a^piella tarde más bonita que nuncfe. A pesar del grosor del abrigo, su cuerpo adolescente y prieto se «ieñía y delineaba como el de una tanagra moldeada en la nieve misma. Sus ojos, en aquel contraluz espectacular, no se sabía si eran negros, azules o dorados—^topacio, turquesa o azabache—, y sus piernas, aun metidas en tensas fundas de lana, parecían hechas de un solo trazo sobre los ágiles tobillos de danzarina... Venía idealizada, y al par incitadora, con esa fuerte atracción ambigua que saben desparramar en su tomo las muchachas en flor, a cuya sombra mojaba su pluma de oro el predestinado Marcel Proust... Era una niña con visos de mujer, que se había jierfumado aquella tarde con la esencia de la más bella y delicada pubertad, como una rosa de té, en capullo, rociada de polen. Eran quince primaveras vivas, unidas en un solo ramo y ofrecidas en el búcaro palpitante de su grácil anatomía amioniosa... Charlie, al verla tan de cerca, con aquella su gracia de milagro, rodeada toda de blancura, la llamó «pajarita de las nieves», en un tono de colegial. Y ella, como auténtica niña, esparciendo inconsciencia encantadora, se abrazó, se unió a su protector y maestro, quejándose de frío. Entonces concertaron ambos en un momento, quizá porque se trataba de la hora señalada por su destino, tma carrera de esquís hasta el hotel, algo distante... Con las manos fuertemente trabadas comen-;
compañero en la caída sobre el tapiz de nieve, ] blando y esponjoso... ¡ Quedaron los dos echados sobre el fantástico i tapiz. Charlot, prestamente, con incontenido te- á mor, incorporóse para auxiliar a Lita, pregvmtándole si se había hecho algún daño. La nena, riendo al ver el gesto contristado del compañero : de accidente, respondió que nada .sentía. En- j toncos él la alzó, pasándole el brazo por la cin- í tura, y quedaron de pie, unidos, juntos los cuer- ; pos y rozándose los rostros. No hubo palabras i ya, ni podía haberlas, porque en las ocasiones | más solemnes de nuestra vida suele ser más elo- • cuente el mutismo que todos los diccionarios, j El impresionable Charlot no supo resistir tam- i poco a la tenttlción de aquel enervante contacto : fortuito, y buscó los labios de Lita, entreabier- i tos como amapolas abatidas sobre el nácar de ] los dientes, y allí, en aquel dulce abrevadero de ambrosía, bebió con la rabiosa avidez del se- i diento... Era noche ya. No lejos, las luces de su j hotel "se encendieron como falsas estrellas. La I pareja se puso en marcha silenciosamente, co- ! gidos de la mano como dos héroes de un «mentó i de Perrault, perdidos en la selva" nevadh... Ix)s : esquís, resbalando sobre la tierra fastuosamente : vestida de armiño, parecían dos góndolas en mi j niatura bogando por un canal de plata. Las gón- i dolas perdidas en el embmjo de la nueva noche' y guiadas por un remo invisible hacia la eterna] quimera del amor... i
t>OB foto» de Lita Crey. Kn la silurta: la protagonista femenina de «La uimera del oro», luce la arrogancia e su figura. VM la otra aparece con los hijos que nacieron de su desgraciado matrimonio con «Ciiarlot»...
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BERNABÉ DE ARAGÓN
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Como se cpeaJa mo da/iapa/aseske/ías M
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~08 hallamus en d Estudio don<le Adrián, el famoso modisto de las estrellas de Hollywood, crea l o s modelos que más tarde han de lucir en la pantalla. Cuando Ufamos, el célebre genio de la costura está diseñando un mtMlelo para Jean Harlow, la sugestiva chatilla de los caliellos platinados. Con exquisita amabilidad Adrián ae presta a responder a nuestras preguntas, haciendo un alto en su labor. Allí mismo, junto al pupitre donde entre un verdailero arsenal de lápices, pinceles y colores admiramos el boceto de una nueva creación, comienza la charla. —^¿Quiere usted decirme cómo crea un traje para una c-^t relia?—preguntamos. —Encantado, amigo mió. Ante todo, necesito conocer la época y el ambiente de la obra. Con estos antecedentes estudio, sobre todo si la; f»elícula tiene un fondo his-
ArrilMb VrA, ca um príai.M- pía. • • , la 4i«t(ra mmm» 4e AérUm «I<antaa4« mm» M M ceaialea
En la M l u r t a i lina rcctcnic fot» 4r Adrián. H famoav modisto de las estrellas de Hollywood
Abajos Tres distintas fases de la conferción de un modelo creada por Adrián
tórico, el espíritu que prevaleció en la época a que el film corresponda, y sólo entonces procedo a comenzar mi labor, procurando lograr una respetuosa modernización de la 1 inea para adaptarla a la actual silueta de la mujer. Si la obra es de ahora, de nuestros días, preciso conocer igualmente el sitio en que cada vestido ha de ser usado y la personalidad de la actriz que ha de lucirlo. Cuando me he dado cuenta de estos detalles fundamentales, me imagino a la artista destacándola sobre el fondo que constituyen los paisajes y las circunstancias correspondientes, y es entonces cuando ^^^^^^^^ ^^^^^^^Hti. empiezo a vestirla. —¿Qué normas sigue usted para ello? —Si se trata de trajes modernos, me separo de los métodos corrientes, teniendo en cuenta que los trajes para el cine han de producir una rápida y viva impresión de originalidad anticipándose mucho a la moda ordinaria. —¿Quiere usted darme algún detalle del comienzo de su trabajo? —Hago primero un croquis de la ¡dea general, que a veces no es sino una simple silueta L u ^ o añado detalles del cuello, las mangas y los accesorios complementarios. Más tarde, pensado ya el modelo, selecciono las telas que han de emplearse en su confección. —¿Y luego? realiza en un salón —Cito a la esdecorado en diferentrella que ha de teb tonos de verde lucir mi creación, pálido, verde limón y ella y yo, con y blanco. Desde un los croquis a la lugar estratégico un v i s t a , discutimos las modificaciones convenientes. potente foco ilumina —¿Y con esto comienza ya la confección del modelo la figura de \&vedette definitivo? a me<lida que ésta —Nada de eso. Antes se hace un modelo en percal, acciona, camina, se completo hasta en sus menores detalles, y sobre él se sienta y se levanta hace la primera prueba. Sólo entonces advierto si he estaante los grandes esdo feliz en la creación o si, por el contrario, me equipejos que cubren las paredes del salón. De este modo voqué. se logran análogos efectos de luz y sombras en estudia—Eísto ocurrirá pocas veces... dos contrastes a los en que luego se desenvolverá la i —Pocas. Pero en ocasiones, como soy muy exigente artista en la pantalla. conmigo mismo, des—¿Todo ello estudiando sobre el modelo de percal? j truyo el modelo si, —¡Ah, claro! Esta primera prueba me sirve para i a mi juicio, no resestudiar el traje línea por línea, p l i ^ e por pliegue y 1 ponde al propósito caída por caída. Después procedo a ajustar el vestido \ de la creación. al cuerpo de la artista. A veces hago ligeras mo<lifica- * —¿Y si su obra le ciones, pero nunca fundamentales, porque tengo la norsatisface...? ma de no variar nunca las líneas generales del traje. —Hago venir nueAprobado el modelo en su totalidad, se procede acortar- j vamente a mi Estulo en el material dio a la estrella, y en que ha de ser se procede a la pridefinitivamente mera prueba, que se confeccionado. —¿Tiene usted muchos colaboradores en su trabajo? —Colaboradores propiamente dichos, no. Ayudantes, sí, y todos excelentes; pero siempre trabajan ba-' jo mi inmediata inspección, porque me gusta s ^ u i r el; proceso de mi obra desde sus comienzos hasta el final^ vigilando todos los detalles. Terminado el traje, se hace una última prueba, a g r i á n d o l e todos los acce-' sorios y complementos que le correspondan para apreciar el efecto completo. —^¿Sigue usted siempre este sistema? —Sólo cuando el traje es de gran etiqueta ruego a la artista que acuda a la prueba con el peinado y las joyas que ha de usar al lucirlo en la película, y cuando la artista y yo quedamos completamente satisfechos, mi labor termina. —¡A buen seguro que a las espectadoras que desde su butaca elogien o censuren el atavio de una actriz no se les ocurrirá pensar en la serie de complicaSugestivos modelos de la ciones y exigencias que tiene la creación del vestido gran película de la Warque suscita su comentario! ner Bros cEI altar de la —Puede usted afirmarlo. Mucha gente supone que Moda>, que será presentalanzar una moda es como hacer una botella: se sopla, y da mañana en la pantalla y a está. Y ya ve usted que no es asi. madrileña RioARuo VALLS
Director general TÉCNICO Y artístico
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F O N O
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E S P A Ñ A
CLAUDIO COELLO,124 (moderno). MADRID
a /emana
cínematoqrajica
CAPÍTOL "La batalla"
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APÓN. El Japón de los libros de ruta. El Japón más auténtico que el Japón mismo visto a través de Loti, de Segalién, de Abel Bonnard, de Paúl Morand... El Japón literario que, como la Rusia o la Andalucía de leyenda, es más real que el histórico, surge otra vez en la pantalla por obra y gracia de Nicolás Farkas, maestro de realizadores. Y surge ese Japón con un brío y un verismo, con un «color» y una emoción, con un aleteo de vida palpitante, que es inútil buscar en los relatos de viajeros, ni con la continuidad, belleza y gradación de efectos y emociones, en la realidad misma. Esa victoria estaba reservada al cine, espejo directo de la vida y molde artístico de ella. Coge puñados de realidad y les da un soplo de arte, sin adulterarlos a través de un temperamento o de una escuela, porque el fotograma es la verdad desnuda, y no balbucea ríi se detiene buscando medios de expresión. No hay frase más exacta que el objetivo. Dioe lo que quiere sin anfibologías ni logomaquias, cuando el que lo dirige tiene algo que decir. Este es el caso de Nicolás Farkas. Tenía que describir dos batallas: una, espectacular, grandiosa y terrible, en su expresión de fuego y Una carena de «I.,a batalla», que se proyecta con gran éxito e n el suntuoso Capítol \lHrl<-in- Dictrii'li. M i p r r i i i i i avXrw. ilel iiiiui<lo il<- las i i M i í g p i i c s . r i i MI ciK-ariiarióii d e l |ier^oiiaje reiitral feíiieiiiiKi >(:u|iri('lii> iin|itTÍnl»
bronce; la otra, espiritual, callada y honda, en sus desgarradores asaltos de amor, celos, fanatismo y heroicidad, bajo la máscara impasible de unos rostros nipones. Y lo ha conseguido. El fragor de la batalla naval es el eco espantoso de una lucha interior que hace presa en las almas y las hunde en la desesperación, más allá de las aguas amargas en que se sumergen destrozados los navios. Bello y magnífico paralelo, conseguido con todo el sorprendente realismo al que nos tienen acostumbrados los «milagros» de la cámara: pero también con im vigoroso latido de poesía, al que, fuerza es reconocerlo, no estamos tan acostumbrados en el cine. Y aunque dejó de ser un problema para los buenos directores, después del ejemplo del cine ruso, el movimiento de masas—anarquía sometida a unidad artística sin que lo parezca—. todavía este director consigue efectos sorprendentes al utihzar la multitud, ya angustiosa y sombría, en espera trágica; ya enardecida y vibrante a la hora del triunfo, como un coro abigarrado e infinito de la nueva tragedia a que puede dar vida el cine. La batalla es un film grandioso, más por su realización que por su asunto, originalmente literario, l ' n tlramaturgü ágil lo encerraría—el asunto—en tres actos, sin que perdiese ni un solo matiz espiritual. Ix> que no podría hacer ningtm genio de la novela ni del teatro es yuxtaponer al drama íntimo esa resonancia exterior que le engrandece y da fuerzas y estruendo de catarata. | El asunto, pues, es deudor a Nicolás Farkas, j de lo que pudiéramos llamar la instrumentación I sonora, a cobre y tambor batiente, de unas emo- j clones condenadas a sordina, en el Japón he-! roico y galante de que nos hablaba Gómez Ca- j rrillo. ¿Y quién en la interpretación está más cerca
Ijk bellÍMima Vii-luria \ inton rn <KI altar de la Moda». |>elicula de )|^andio8a rsprrtacularídad
del acierto absoluto? ¿Annaljella? ¿Charl&s Boyer? La frágil y delicada belleza, la sumisión y el fatalismo, la congoja y la trémula agitación espiritual que nos complaí-emos en suponer a la casada infiel entre «los españoles de Oriente», como llamó Gracián a los nipones, hallan en Annabe11a su justa expresión. Sylvia Sidney no le aventaja en Madame Butterfly. Pero es que Chwles Boyer, sin mover un músculo facial y sin descomponerse nunca, sólo con los ojos entomaílos, expresa to<las las pasio• nes de un alma conturbada y todo el orgullo y fanatismo de cien generaciones de samurais predestinados al harakiri. Junto a ellos, no es pequeña virtud, logra mantenerse John I»der. Estos son los personajes centrales: dos hombres y una mujer, como en los dramas fram-eses. Pero en eí fondo, el realizador ha sabido colocaí' otro protagíjnista: la Guerra, paseada en hombros por un pueblo de tez amarilla y ojos oblicuos. La batalla, además de un film excelente i > . " pare<'c ser, mi valioso dcnnunento. PALAQO OE LA PRENSA "Carlomagno" James Matheu Barrie, el sentimental comediógrafo inglés, es, en realidad, el padre remoto de esta farsa ingeniosa estrenada en la Prensa I on gran éxito. Pero la vida, la risueña y satírica vida cinematográfica que hoy goza, se la han dado, con un diálogo chispeante, Ivés Mirandc, y con una realización acertada, Piere Colombier.
Aunque, para ser justos, tanto como al escenarista y director le debe la película a su admirable intérprete, Raimu. Pero ya habrá tiempo de hablar de él. Lo que urge det'ir ahora es que Francia empezó con Rene Clair a crear un nuevo estilo de cine, el intelectual, que es, a mi entender, el único cine digno de Europa. A este género pertenece Carlomagno. «Pasarán los cielos y la tierra; pero mi palabra no pasará», leemos en la Biblia. Glosando este versículo, podemos decir: «Pasarán—pasaron ya—las exaltaciones |)artidistas y, por lo tanto, unilaterales—verdad parcial—de los realizadores rusos; pasaron también las concienzudas, dogmáticas y sapientísimas reconstrucciones históricas de la Kidtur germánica; pasarán—^ya es de clavo pasado—las vulgaridades sensoriales de los yanfpús y su último brote espectacular y frío en Inglaterra. Ix» que no pasará nunca es la poesía, la «intención» y las neuronas. ¿Estamos?» Pues de todo esto último trae CarUmagno en dosis tan recargada de humorismo e ironía, pero de la fina, que trastornó algunos cerebros débiles y les hizo suspirar de nostalgia por E.'ieárulalos romanos. ¡Válgame Dios, la falta que hacen algunos films como Carlomagno! Sobre todo en España, donde nuestros directores se dedican a maquillar esperpentos novelescos y teatrales, cuando no les da el naipe por im¡)rovisarse autores también, según el lema de Juan Palomo: «Yo me lo guiso, yo me lo como.» Y, sin embargo, el asunto o argumento, amén de su diálogo, tienen tanta importancia en el cine que (por lo menos, segtín mi leal saber y entender) la mejor película, a más noble y humana presentada esta temporada en Madrid—y no ciertamente por su realización y atuendo escénico—es CarUnnagno. Y es porque tiene esj)iritu. Ya ven, espíritu: una cosa que no se conij^ra con todo el oro del mundo, y que, excepto en Francia, al parecer, en todas partes desprecian, cuando se trata de hacer cine. Por eso, muchos intele<'tuales que se atienen a las muestras ofrecidas hasta el día más que a las posibilidades del cinema, lo consideran como un arte inferior. De a({uí que el celuloide, })ara purgarse de sus muchos pe<>atlos, debetía desagraviar a la inteligemia y a la sensibilidíid, ofendidas e hiperrrofiadas durante años y años de producción anodina, con algunas [>elículas como CarUmmgno, farsa cómica y dulce a la vez, que hace llorar de emoción, con la noble emoción de sentirse más buenos y comprensivos después del espectáculo. ¿El asunto? ¡Ah, (pierido le<'tor! No acostumbro a desflorar argumentos. Argumento sabido, curiosidad perdida. Le basta al crítico exponer su opinión, y yo la he expuesto sin reservas. Ofretñ hablar de Raimu, y lo hago como es costumbre, al final, aunque, por esta vez, el intéqiref e debería ir al principio. P o r q u e Rainuí, el inmenso, ingenuo y conmovedor Carlomagno que d a nombre a la {>elícula, vale casi tanto, casi tanto como la fai"sa que interpreta, y , d e s d e luego, para responder en eso también al espíritu del autor, más ue todos los que le roean. 1^ sigue María Glory. Y está a cien leguas de él Lucñén Ba- ^ roux. El conjunto, excelente, aunque algunos, como Jeán Dax, confunden la payasería con la gracia. ANTONIO Gl'Z.VlAN Marta Kfrp^rrlh, que incor|M>ra la figura crntral di* la magnííira produrción «La prínceaa de la Zai.da
Jessie Mallliews, una de las poraM aririces del mundo que une a 8U tem|ieranien(o aiiíMico, tan apto pura la romedia romo para los m o nienlos senlinienlales. un don singular |>ara la dan/.a y el raiito, encuentra en < Siempreviva» marco adecuado para l u r i r sus aptitudes. «Siempreviva» es la realización que integra todos los elementos esecnográlieos en que culminan las grandes revistas rineniatográfieas, tan en boga artualniente en la pantalla mundial
FIlMOrONO
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MAÑANA, LUHES, ESTRENO
PKOXI.MAMF.NTE la obra iiiarslra d e Julien
I P A L T O
Duvivier
r<'\ i-larióii <!<• Hoberi Lvnen
EL CÓMICO RESUCITADO
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unos años de obscuridad, el cómico Harry Langdon. Clarines de júbilo deben pregonar su resurrección, propicia al comentario y a la exaltación de las carcajadas. Quien fué antes, en los tiempos últimos del cine silencioso, revelación sorprendente de personalidad cómica, en cuyo tomo giraban sin cansancio acciones extensas de largo metraje, es ahora héroe de complementos cortos para la primera parte del programa. Pero a su sentido propio del humor y a su ingenuidad irresistible le bastan unas fotografías, por pocas que sean, para lucir la vivacidad sorprendente de su juego graciosísimo. Das solas y grandes películas le revelaron y dieron categoría considerable: El hombre cañón y Sus primeros pantalones. El cómico de la cara redonda y los ojos tranquilos traía, en esos films fórmulas nuevas, aportaciones preciosas que culminaban en la más precisa: la ingenuidad. Pero no la ingenuidad dramática de Charlot, ni la acrobática de Douglas; la ingenuidad de 1 larry Langdon es la del buen cliico simpático y simple, un poquito b o b a l i c ó n en ocasiones y< siempre amable.
i . jue y a no hacían reír las tortas de manteca, m las f)ersecuciones desenfrenadas, ni el vuelo vertiginoso del rompecabezas policíaco. La peUcula cómica era más complicada y a , pese a haber ganado en sobriedad de acción. Valiéndose de un asunto nimio, desvaído, tal vez soso en apariencia, Harry Langdon podía hacer un excelente film cómico, porque su aportación personal suplía con la riqueza del gesto, con la candorosidad de la figura, con la gracia espontánea, cuanto fuera preciso inventar de bueno [lara la risa. Nada en las (ñutas de Langdon, lo mismo en at^uellas magníficas de hace seis años que en las modestas íle ahora, parece preparado. Cualquier tmco hace pensar, por la sencillez de su realización, en ocurrencia momentánea y a veces genial. Un cañón que se dispara casualmente o una bicicleta que da vueltas en tomo de un automóvil, .son, merced a la originalidad «leí gesto de Harry, motivos de regocijo extraordinario. A veces, viendo deslizarse en la pantalla las episodios de una película de este gran cómico, vienen a la memoria los mejores cuentos de Arkafly Averchenko, el humorista mso que
parece ser la máxima influencia en su concepción artística. Hajr, en efecto, una coincidencia aguda entre el escritor y el peliculero: la que pudiéramos llamar de normalización del absurdo. Lo que ocurre en los cuentos de Averchenko, sobre todo en el titulado Los ladrones, tomo cuanto sucede en las c i n t a s de H a r r y I.angdon, es absurdo, d e l i b e r a d a y ostensiblemente absurdo basta la más delirante inverosimihtud. Y, sin embargo, tal ha sido el arte del literato o del actor, que todo aquello nos parece lógico, normal, naturaÜsimo. Tal vez el secreto consista, por lo que al film atañe, en esa ingenuidad ya apuntada de Harry Langdon, ingenuidad que jMwee el don admirable de contagiamos y de hacemos creer, como el personaje de la pantalla lo cree en su l>obería, que es verdad lo más disparatado. Harry l..angdon es el punto medio entre 1» humanidad de (^harlie Chaplin y la deshumaniza ción de Buster Keaton. Quizás en su estilo, si analizamos un poco, encontremos influenciaí de los dos maestros más importantes—genial el uno e inteligente nada más el otro—del cine cómico verdadero. Pero esas influencias—¡meritorias influencias!—no son sino un paso inicial, un recuerdo de origen, mitigado hasta hacerse casi invisible por virtud de ese don precioso, patrimonio de los grandes artistas, ()ue se llama personalidad. Y Harry l..angdon, lo mismo en sus viejas que en sus nuevas creaciones, tiene personalidad. En tres o cuatro años, tal vez \H)T el desconcierto de las primeras conquistas del cine sonoro, I^angdon apenas si hizo unas cuantas y fugaces apariciones en breves cintas mediocres o como figura secundaria de films largos. Ahora vuelve a trabajar asiduamente, y es preciso que lo^ productores utilicen sus facultades magníficaen la debida forma. Estropear y anular a un artista de sus méritos es un c r i m e n de lesa cinematografía. ¡Atención, magnates del celuloide americano! CABLOS
MADKID
Á [i: la época de la Rusia de los zares. De aquella éjKxa Irruíante, pomposa y mag•díicn, convulsionada, sni eml)argo. por revoliK iones que iban encendiendo la gran ho güera en que más tarile habia de abra.<arse atjuel vasto Imperio, hundiéndose en una sima de odio, dolor y miseria. Es dwir. de una época anterior al O t u b r e rojo del año <liez y siete. Tal es el andiicnte de e.*te magní{i<o film ruso. Ruso por su dirección, por su asunto, nuis no por su procedencia, ya (iue no se realizó más allá de las trouieías m-as. Detalle este por lo que quizás -alguien -lo «eeja -eon oieHa ifi)«i6to «eeorva. Cierto que no se trata de uno de esos films sombrioe, resecos, duros, a que tan acostumbrados nos tiene la cinematografía rusa. Pero sí estamos ante un film hondo, dramático y humano, profundamente humano. Se conservan en él las principales caracteristicas del cinema eslavo; grandes masas, recios caracteres, pasiones y reacciones violentas. Pero en el que, además, hay, a nuestro juicio, una mayor ponderación en los valores humanos, una mayor riqueza de matices. Films no tan recios de sombras y duros perfiles, si no de sombras y luces, como es la vida, por amarga y dura que sea. Según confestón del propio Turjansky, el es-
Arriba: lakijinofr, el gran actor, c«ya ductilidad expresiva encama a la perfección I M m i s diversos peraoaajes
Ea el ecirtroi Ai-
beti Préjaan, recia personalidad del cine europeo, e n el prrao-
naje central de .Volga en i l a -
Abajoi Oaniene Darrieux, exquisita figura femanina, c partenaire» de Préieu
tudio del asunto le llevó muchos días. El deseaba encontrar un escenario vibrante, original y con ritmo de cinema. Por eso la elección del mismo no fué cosa fácil y de pocos días. Deseaba igualmente hacer una película que fuera una exaltación de la técnica cinematográfica. Quería, en suma, realizar un gran film, o dicho en términos comerciales, ambicionaba hacer una gran superproducción. Y para lograrlo no escatimó medio alguno. Agrupó en tomo suyo a valiosos colaboradores y eficaces auxiliares. Se presupuestaron millones. Y el film, el magnífico film, se rodó, bajo su acertada dirección, en los Estudios de Praga y en bellísimos y naturales escenarios. ¿Consiguió Turjansky su propósito? ¿Lo logró plenamente? En su opinión, sí. Al hablar de su obra hace un cálido elogio del arquitecto Andrefef, del operador Wagner, del músico Schmidet Gentner, de los intérpretes Danielle Darrieux y Albert Préjean. Después agrega que al someterla al estudio crítico del público, éste dirá si acertó en su propósito. Pero lo dice con cierta firmeza, con cierta confianza y seguridad, con la seguridad con que habla el autor cuando está satisfecho de su obra. Por nuestra parte, creemos que los valores artístico que ofrece Volga en liarnos permiten contestar afirmativamente y sin vacilación alguna a aquella interrogación. Pero destaquemos cuáles son, a juicio nuestro, los valores que dan una firme base a nuestra anterior afirmación. Examinemos brevisimamente las escenas más culminantes del film, en su doble aspecto técnico y literario. Volga en llamas tienen un diiuunismo netamente cinematográfico, y momentos de una gran belleza e intensidad dramática La cámara, manejada con un claro y moderno sentido, nos ofrece bellísimos fotogramas y ángulos de visión verdaderamente artísticos. Los decorados, suntuosos y magidficos, son de una
gran propiedad histórica, y la música de Gentner, consciente de cuál debe ser la misión del músico en el film, se limita a subrayar y valorizar los momentos y escenas culminantes. Por otra parte, la interpretación de Danielle Darrieux y Albert Préjean, y demás intérpretes, ajustada y perfecta E^tos son los elementos que Turjansky supo armonizar bajo su acertada dirección y reconocida capacidad artística, hasta lograr un conjunto magnífico y escenas de una impresionante belleza, como el asalto a la ciudatl de Inkigoff, la visión del río Volga en llamas, y aquella otra de unas barcas deslizándose silenciosas durante la noche por las i^uas del río, sin otra tripulación que unos cadáveres colgados de las palos. Y ofrecemos como contraste, junto a la craeldad de Silachow, la noble y simpática figura de Mascha, de un alto relieve moral y humano. La mujer que para salvar a los suyos de una muerte ciert a se constituyó, más que en su prisionera, en su amante, fingiendo un cariño que estaba muy lejos de sentir. Y quizá sean estas escenas, en las que intervienen Mascha y Silachow, los momentos psicológicos más interesantes del film. Es curioso ver cómo aquel hombre, para quien la vida de sus semejantes no tiene valor algimo y que no tolera frente a la suya otra
u„ comento
Tal es el magnífico film
El cine europeo l ( ^ a en esta cinta una dignificación de grandes sugerencias. Sou las imágenes trazadas con perfiles definidos, en recia concepción, en que el dinamismo cinematográfico, la belleza e intensidad dramática, cobra vida a través de la visión que se sucede como una historia vivida. Ea el arte europeo que vuelve por sus fueros antiguos, desplazando lentamente la improvisación americana en que el arte está servido exclusivamente por técnica y superficialidad. Superficialidad, por otra parte, que de día en día va apartando la atención de los espectadores de esa clase de cinematógrafo, para concentrarla en las protlucciones de nuestro Continente, cada vez más colmadas de interés. LUCIANO DB ARREDONDO
edénico
voluntad, se deja influenciar por la única persona que no le habla de odios, venganzas y craeldades, sino que va vertiendo en sns oídos palabras nobles, que son para él palabras nuevas—agua fresca en tierra abrasada—, hasta ir elevando su figura y dándola unos contornos menos duros. Y asi vemos en una de las últimas escenas cómo este hombre de alma endurecida, sordo a toda piedad, llora lágrimas de desesperación ante el cuerpo sin vida de Mascha, muerta a manos de uno de los suyos, y parte a jugarse la última carta, sin temor ya a perder su libertad y en un ansia infinita de exterminio y venganza, carta en que su buena esDanielteDarHeaiMí . ,, , trella se ha apagado ya.
de Turjansky, de cuya belleza e interés hemos pretendido—no sabemos si logrado—dar una somera impresión. Film que termina en una estación inmediata a Inkigoff. Es un momento lleno de emoción. Tres vidas se cmzan en aquel sitio un instante: María Ivanova, el teniente Orloff y Silachow. Tres vidas que al continuar sus opuestos caminos marchan hacia sus también opuestos destinos de felicidad y tragedia; es decir, hacia una aurora de paz y de amor, y hacia una aurora roja. „ ^^ _
un momrnio rscénifáeU rralizMióa
«Volga ea lUma»
II
El Impuesto
D
ON Saturnino IJlargui, director propietario de Ufilms, viene de recorrer Europa. Ha visto mucho cine, y hasta ha tenido tm accidente de automóvil. —No se priva usted de nada—le hemos dicho con admiración. —¡Pchs!—responde displicente—. Europa está un poco flbiuTidilla: aquí ya veo que es otra cosa. ¡Nos civilizamos, amigo! Y en cuanto al accidente, no ha sido c-osa mayor. Un episodio de carretera al alcance de todo el mundo. —^¿Y qué, señor Llargui, nos trae de esos mundos de Dioe? ¿Otro film como Vvelan mU caneiotiesf —Creo que sí. Y también de Willy F'orst. —¡Y luego se queja usted!... —No; si yo sólo me quejo de dos cosas en el mundo: de los espontáneos y de los atropellos. Ya le explicaré. —A ver. —Los espontáneos son mi pesadilla. —^¿Tan aficionado es uste<l a Itjs ton>s? —¡Qué toriKs ni niño muertt>! El espontáneo es ima mala hierba que se da en la política, en los negocios, en la literatura, en todas las actividades humanas. E!^ una vegetación de trepadores intíonw^ientes que lo confunde, mezcla y echa a perder t<jdo. PrecLsameute en el ruedo es donde menos daño hacen. Pero aquí, en el cine, son catastróficos. ¿A quién cree usted que se debe ese atropello conocido con el nombre de impuesto del 7,50 jwr 100? —^¿A los espontáneos? —¡Pues claro, hombre, pues claro! Como todas las desdichas que nos afligen. Como el absurdo proyecto de protección a la industria cinematográfica itacional, de que se habló hace algimos meses. Semejantes despropósitos no pueden cocerse más que en d meollo de loe espontáneos, de los irresponsables, de los que nada saben ni nada tienen que perder. El caso es bidlir, perorar, improvisar solticiones, a ver si por carambola solucionan lo tínico que a ellos les interesa: su modus vivendi. L M eolpaUes M 7,S« por 100 Ahora que se acaba de resticitar el Consejo Nacional de Cínematografia Me parece muy bien. Lo que no me parece toleral)le es que vayan a él los espontáneos. ¡Plaga terrible! ¡Lan^ista voras! Para ellos, d cine ni es arte ni industria la tierra prometida o, mejor, las bodas de Carnacho, a las que hay que llegar, sea como sea. Yo oontríbuiria gustoso a echarles de comer con ina condición: que no hablaran nunca-del cine sobre todo, que no fueran jamás en comisión i visitar a ningún ministro pidiéndole protección para d cinema, porque acabarán de hunlirk). De una de esas comisiones, como le decía, sa¡6 el 7,50 por 100. No sé qué cuentos chinos de nillones exportados anualmente le refirieron al eñor Camer (q. e. p. d.); lo tíierto fué que, a lase de informes y comentarios de gente indo'umentfuia, se improvisó el impuesto.
O M
SataratM UUiigvi, propietarí* 4e ia gima distritMiidora Ufilaia, aMoipañatio del a m a t e «eñor Cavara
y aae*-
La ¡flMraneia de la Trifonometrfa
El diaero, en eaareateBa
Cuando los «paganos», asombrados y doloridas, fuimos a protestar del atropello inconcebible ante el entonces nñnistro de Hacienda, le aseguro a usted qne yo, por lo menos, saqué la impresión de que el buen señor estaba mal informado y qne BSAAÜ de\ asunto lo que Pastora Imperio de Trigonometría. —A mí que me registren. -¿Eh? —Que yo tampoco sé Trigonometría. —No; si de eso, (»mo de otras muchas cosas, saben muy pocos hombres. Y los pocos que saben es porque lo dit^n ellos. De aquí el escepticismo de los contribuyentes. Se lanzan impuestos a voleo, sin proporción ni equidad, y, como en las pedreas, todos tienden, naturalmente, a zafarse. He ahí el origen de las ocultaciones.
Ahora mismo estamos en otro problema, del que no cidpo a nadie concretamente, pero cuya solución se ha hecho inaplazable ya. Me refiero a los pagos en el Extranjero. Como si el comercio tropezara con pocas dificultades, ahora ha surgido ésta, que radica en el Centro de Contratación de Moneda Y hay Casas que ya no quieren enviamos mercancías porqtie por esc^asez de divisas, o lo que sea tanla dos o tres meses en llegar a ellas el dinero del comprador. «Nosotros depasitamos el im[)orte de nuestras compras—les decimt)s—. ¿Qué más podemos hacer?» Y el vendedor responde: «Rs cierto, y nada tengo que su^ir a ustetles. Pero el caso es que yo necesito el dinero en mi caja, y no depositado a mi nombre en un Banco español.» Viene a ser como si el importe de nuestras < ouipras lo metieran en un lazareto para que durante unos meses descansara bien arropadito en la inactividad. Inútil es afiadir lo que e.ste anómalo procedimiento |>erjudica a las operaci«mes de cambio y al crétlito de los comerciantes. Un caso: yo tengo solicitada desde el ST de Agosto último autorización para pagar unas facturas en Francia. Putís hasta la fecha no he recibido tal autorización. E'igúrese la gracia que esto le hará al vendedor. Y hay que recurrir a expedientes y favores. Yo he rogado estos días a un amigo mío de París que me compre allí determinada mercancía, la pague y espere a que yo pueda enviarle el cheque. E^tos procedimientos, más que prácticas mercantiles, parecen un clandestino tráfico de drogas.
Se
hará jastíeUi
—¿Y usted cree que ahora el sefior Marracó hará justicia? — láeguro. —^¿Eki qué se fimda? —Me fundo en que la injusticia se comete )or dos tínicas causas: o por ignorancia o por maicia Ahora bien: el señor Marracó es un hombre íntegro y, además, está enterado. ¿Quiere usted mayor garantía? Se suprinñrá el impuesto odioso y se suprimirá radicalmente. ¿Qué es eso de •sugerir modificaciones, rebajas, categorías, etc.? O es injusto o no lo es. No hay término medio, ni sería moral transigir con el abuso porque éste se presente atenuado. Surgió el impuesto por una mala inteligencia, y debe desaparecer por una noble rectificación. Faltatfcfl«li<iaridad —Els extraño que entre todos ustedes no hayan logrado antes hacerse oír en una cosa tan justa V de tan elemental comprensión. - N o es extraito, si se tiene en cuenta lo desunidos que estamos. Ntjs falta espíritu corporativo. Cada uno en su casa, y Dios en la de todos, parece ser el lema de los distribuidores. Muchas Cámaras, Sindicatos, Asociaciones y no sé cuántos pomposos títulos. Pero la verdad es que no se ve la eficacia. Algo mejor que nosotros lo hace la Sociedad de Empresarios. Y algo mejor nos ¡ba cuando estábamos unidos a ellos. Y aprovecho esta ojwrtunidad para excitar a la unión a todos mis compañeros. 1.A dispersión de energías ñas perjudica más que el siete cincuenta, que, entre paréntesis, sólo ha sido posible gracias a Aga (hasuBi^lLi
La ealpa faé... Y no es que yo culpe al Centro de Contratación de Moneda Culixj al procedimiento, a la orientación económicopolltica, a la Babanza, a los imponderables o la Crítica de la Razón Pura, de Kant. ¡Vaya uste<l a salier! IM que sí afimio es que, entre imas cosas y otras, le pudren a uno la sangre. ¡Y tan sencillo c<»rao .sería, creo yo, encontrar solución a estos conflict*js, que, a lo mejor, stm de procedimiento! ¡I.<e digo a usted...! —¡Vaya, señor llargui, no se ponga así! ¡Qué demontre! Todo se arreglará. ¡E¿, hablemos de otra cosa! ¿Ha leído usted las últimas informaciones de Asturias? —¡Calle, hombre, calle; eso me faltaba!
Y no hubo más.
28
LA
C I N E G R A M A S
Cristina se encontraba ya al lado del herido, y , arrodillándose junto a él, lo llamó: —¡Antonio!... Al oír esta voz tan querida, él abrió los ojos, y una sonrisa de éxtasis vagó en sus labios. —Cristina...—murmuró en un suspiro—, tú está» aquí, y ya no sufro. ¿Le has dicho adiós a tu país? —Sí, amado mío, adiós a todo lo que no e.res tú. El sonrió todavía, y añadió; —¡Qué dulces son tus ojos! Vamos enseguida hacia España. Mi casa se encuentra en la cresta de una bahía que domina el mar... y tú no me abandonarás nunca, ¿verdad? —No, jamás, te lo juro. Pero no hables, descansa. Yo no me muevo de tu lado. Dulcemente, Cristina depositó sobre la almohada la cabeza que había sostenido en sus brazos. Todavía le oyó pronunciar algunas veces su nombre... y después vio que el médico inclinaba la frente y se santiguaba. Comprendió que aquello era el fin. Una amargura
REINA
CRISTINA
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inmensa inundó su alma, mientras que gruesas lágrimas regaban sus mejillas. Se inclinó sobre don Antonio, le dio el último beso, y enseguida, porque a los ojos de todos quería mostrarse fuerte, se incorporó y cubrió el rostro que había amado tanto y cuyos rasgos no olvidaría nunca. Aage, el semblante demudado de dolor, se acercó para preguntarle: —¿Sigue Vuestra Majestad decidida a abandonar Suecia? Ella inclinó la cabeza afirm.itivamente. —Sí, Aage, que larguen velas al punto; quiero visitar su casa, «en la blanca bahía que domina las olas». La tripulación maniobró, y cuando la fragata abandonó el puerto y estuvo en alta mar, Cristina de Suecia, grave y silenciosa, fué a acodarse a la proa. Delante de ella se presentaba a sus ojos, inmenso e indiferente a los destinos humanos, el mar, cuyas aguas eran menos amargas que las que lloraba el corazón de la desventurada reina. IN
Para no interrumpir nuestra comunicación cou los lectores de esta sección, publicamos retraso a que nos han obligado las causas de fuerza mayor bien conocidas de todos.
los estrenos con el
Kl conde Magnus y el embajador de EJtpaña celebraron un encuentro mortal...
Comprendió que aquello era el fin. L'na amargura inmenita inundó «u alma..
La reina salió a la terraza y se situó en lo alto de la gran escalera que descendía a la explanada. Las veijas, de acuerdo con sus órdenes, se abrieron, y la multitud irrumpió en el patio, lanzando gritos hostiles. Pero todos quedaron inmóviles y mudos de repente cuando vieron que la reina, sola e indefensa, les dirigía la palabra: —¿Qué es eso, amigos? ¿Por qué venís a visitarme y por qué os calláis ahora? ¿No tenéis nada que decirme? Dos o tres voces se elevaron tímidamente: —¡Enviad al español a su casa! ¡Queremos que os caséis con un príncipe sueco! —Escuchadme bien—dijo ella—, y luego respondedme. Entre vosotros hay artesanos, herreros, por ejemplo, o caipinteros, que de padres a hijos han ejercido siempre el mií^mo oficio. Si yo fuera a darles lecciones, me responderían que no sabía nada, y tendrían razón. Pues bien: yo, yo soy reina e hija de rey. Ejerzo mi oficio y una larga tradición me ha enseñado a desemf>eñarlo. Os aconsejo, pues, que os marchéis
tranquilos a vuestras ocupaciones, dejándome a mí en las mías. Que la bendición de Dios sea con vosotros. Estas palabras, firmes y sensatas, ba.staron para que la multitud prorrumpiera en gritos de «¡Viva la reina!», mientras se retiraba dócilmente. Pero los emisarios de Magnus velaban para que no se extinguiera la hostilidad contra don Antonio, y cuando éste salió de Palacio con dirección a la Embajada, fué acogido con injurias, al mismo tiempo que una lluvia de piedras fué a rebotar contra su carroza. Cuando Cristina se enteró, mandó llamar a Magnus y le hizo saber que lo tenía por responsable de tan odiosos incidentes. Y como él no lo negase, sino que, al contrario, adoptó una arrogante actitud, ella le advirtió: —Os aconsejo que miréis bien, lo que estáis haciendo, Magnus. ¡Desarrolláis un juego peligroso..., un juego que puede ser funesto para vos! ¿Me habéis comprendido? —También conozco yo una cosa funesta para don Antonio—replicó el Tesorero—, y es su permanencia
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CINEGRAMAS
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en nuestro país. L o mejor q u e podría hacer Vuestra Majestad e n su favor, si queréis salvarle, e s devolverle sus pasaportes; porque os d e b o advertir q u e si... por accidente, y o llegase a morir, él m e seguirla enseguida. H e dado mis instrucciones sobre este p u n t o y serán ejecutadas. La soberana sabía q u e el Tesorero Mayor era h o m bre q u e cumplía sus amenazas, y después d e algunos segundos de reflexión, pronunció sordamente estas palabras: —Preparad los pasaportes del Embajador dfe E s paña. Al d í a siguiente, d o n Antonio fué recibido por la reina en audiencia oficial de despedida, y se combino que una escolta le conduciría hasta el puerto de |-iels¡ngÍJourg, donde él había desembarcado antes y donde tomaría pasaje a bordo de la fragata Ama-
ranla. Se retiró, el corazón ulcerado, por no haber podido siquiera cambiar algunas frases íntimas c o n la soberana. P e r o c u a n d o abandonaba la sala, u n a m a n o misteriosa le deshzó un billete, mientras una voz murmuraba a su oído: — N o U> leáis hasta q u e hayáis regresado a la E m bajada. E n el m o m e n t o en q u e abandonaba el Palacio, se encontró cara a cara con el conde d e Magnus, q u e precisamente le buscaba. Los d o s hombres cambiaron algunas palabras con la más exquisita cortesía, y sin <|ue nadie pudiera averiguar d e q u é trataban. Cuando, un poco m á s tarde, el caballero español leyó el contenido del precioso mensaje, que t a n sigilosamente le hablan entregado, su rostro resplandeció (le alegría. EPII-OGO Colocada en la dolorosa alternativa de renunciar a su trono o a su amor, prefirió sacrificar el trono, y en el misterioso mensaje, la reina le decía a d o n Antonio que se uniría a él a bordo de la ^waraw/a, para .seguirle a España. Cubierto?, los hombros con el gran m a n t o real d e cuello de armiño, la corona de oro y pedrería sobre la frente y en las manos el globo y el cetro, símbolos d e la majestad, la reina apareció, hierática, ante 1^ Corte reunida. Entre el eslupor general, pronuncio estas palabras: \ — L a cuestión d e la sucesión a la corona h a sido siempre una de mis mayores preocupaciones, y h o y v e n g o a comunicaros mi decisión. El príncipe Carlos me hizo el honor de pedir mi mano; pero por razones puramente personales y que no afectan en nada a la alta estima q u e m e inspira su persona, m e e s imposible concedérsela... A falta de heredero directo, la Constitución m e reconoce el derecho de designar mi sucesor. Estoy c o i encida de interpretar los deseos de mi pueblo al designar para sucederme, desde hoy, al príncipe Carlos Gustavo, a quien desde ahora debéis reconocer c o m o a vuestro legítimo soberano: y o alnlico, en efecto, a su favor. A despecho d e las reglas del protocolo, surgieron infinitas protestas. Pero ella permaneció üorda a las instancias, sorda a los ruegos q u e le dirigía Oxenstierna, completamente trastornado. D e j ó caer a sus pies el m a n t o real y entregó a un chambelán el cetro, el globo y la corona q u e ella m i s m a se quitó d e la frente, puesto q u e el canciller se negó a cumplir este acto que consideraba c o m o un sacrilegio.
Vestida ahora únicamente c o n una túnica blanca descendió las gradas del trono, y marchando apresuradamente para contrarrestar su propia emoción, atravesó el salón, mientras sus más fieles cortesanos se arrodillaban a su paso y. cogiéndole las manos, se las h u medecían de lágrimas. Aquella misma tarde, u n a carroza la transportó al lugar donde debía esperarla el hombre a quien consagró su vida, y no aceptó m á s compañía q u e la d e su viejo escudero Aage. El tiempo era maravilloso cuando, al fin, pudo llegar al muelle de Heising-
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bourg. A poca distancia de la orilla se balanceaba muellemente la fragata dispuesta a hacerse a la mar. La reina era esperada, porque u n a canoa se p u s o a su disposición. Y, antes de darse cuenta, se halló a bordo de la Amaranta. Ella supuso q u e Antonio se apresuraría a salir a su encuentro. P e r o en el p u e n t e sólo v i o hombres graves y silenciosos y oficiales q u e se descubrían a su paso. E x t r a ñ a d a por aquella trísteza q u e le e n v o l v í a miró en t o m o suyo y descubríó, sobre u n a litera, los ojos cerrados y el rostro pálido c o m o la cera, al ser
CRISTINA
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q u e su corazón había elegido y al q u e acababa d e sacríficarlo todo. U n anciano, un m é d i c o seguramente, e s t a b a d e p i e j u n t o a él. A d i v i n a n d o la pregunta angustiosa q u e t e m b l a b a en los labios d e la reina, un oficial le dijo, respetuoso: — E l conde Magnus provocó al embajador c u a n d o éste salla d e E s t o c o l m o , y entre ellos concertaron u n duelo q u e debía celebrarse e n las cercanías de HelsingIxjurg... e s t a mañana. Así h a sido, y d o n A n t o n i o recibió d e su adversario una estocada. D e s p u é s — a c a b ó el oficial—lo trasladamos aquí.
cíiveftamaA
ESTRELLAS
E
L cinematógrafo hace .sus héroes y los desJ hace. El negocio —dios implacable— se nutre, como casi todos los dioses, de sus M'opios hijos. lx)s crea, los lanza, les pone soire las espaldas el sambenito de la popularidad, y luego, fríamente, los pulveriza y los devora. De la nada forma, como dios que es, un ser en el que casi todo es postizo, maquillage, y después de haberlo usado en su provecho le deja caer en la nada, de donde salió, sin permitir apenas el re»^uerdo de sus circunstancias exteriores o de las emociones que produjo. Por eso, el firmamento de Cinelandia, que está cuajado siempre <le estrellas, casi no tiene más que estrellas fugaces. Estrellas que brillan gracias al imjiulso que les da la publicidad para que atraviesen la atmósfera que les rodea. Y en esta atmó.sfera brillan más o menos, según sea la aceptación del jtúblico que la compone. Las estrellas del (une dependen, {lues, áe\ impulso que les da vida y de la atmósfera que facilita o impide que resplandezca esa vida. Impulso de la publicidad, aínuisfera del público. Uno y otra se complementan y no pueden separadamente sostener una figura que una de ellas abandona. Acaso sea difícil precisar el momento en que se produ<;e el fenómeno. Unas veces destaca el actor que salió sin suficiente impulso de la publicidad, porque el público se complace en arrancarle del anonimato. Otras es la publicida la que crea el héroe en medio de la frialdad de la opinión; pero en ambos casos, si no llegan las dos fuerzas a la coincidencia, la figura acaba por desaparecer, borrada. Por l o general, es la publicidad la (jue toma la iniciativa. El público acostiiiiihi-!» iidoptar una actitud más bien pasiva, y no suele colaborar de primera intenciiSn en la labor creadora. Por eso es atmósfera y por eso casi todas las estrellas son fugaces. Figuras nacidas al calor de un contrato, al finalizar el cual se hunden en el olvido para no ser contratadas nunca más. Se comprende la desaparición de muchas de esas estrellas; pero no siempre parece que tuvieran ra/,('»n la publicidad y el públiíx) en retirar su apoyo a algunas de ellas. Acaso esto ocurre cuando la estrella puede considerarse tal estrella, con cualidades propias, y éste es el pecado de la indiLstria cinematográfica, donde la racionalización ha llegado al punto más perfecto de su imperfe(;ción. que el cinciiiatógrafo hace sus héroes y los deshace. Un galán no es más que un galán; una ingenua es ingenua siempre. La mujer fatal no puede representar otros papeles, y el que es traidor ha de serlo eternamente en la pantalla. En la pan-
FUGACES
talla y en la vida, ponpie la publicidad no permite (]ue la estrella cinematográfi('a tenga vida privada, intimidad humana, cuando desprendiéndose de su atuendo de actor pasa a ser un ciudadano del mundo. La publicidad le persigue y convierte su vida privada y su intimidad en vida pública, que si en mucha parte es leyenda, en otra considerable es realidad, ya que al obligarle a vivir el
BILBAO
imiimimimiMimMMiMiiMMtñiMTimnMH H i' iMiMiiiMiMnintiMiiHtuniimM
Segunda semana det sensacional Htm cerebral
LUPITA TOVAR, E N M A I) R I D
papel que le ha correspondido en el reparto le liace estar constantemente en escena. Cuando el actor sale del campo visual de la cámara tomavistas entra en el campo visual de los objetivos (íomplementarios de la publicidad, y no puede descomponer un momento su figura. Eso explica ({ue las estrellas cinematográficas tengan ese fulgor tan intenso como si irradiaran luz propia, y esos apagones tan definitivos al menor gesto de cansancio. Sólo una figura entre todas ha podido tener con éxito dos personalidades distintas: Charlot. Charlot se ha permitido el lujo de separar su vida de actor de su vida privada con la misma fuerza ¡ con que construyó un tipo para la pantalla t a n t diferente del suyo propio. Pero Charlot es e l ' genio, el sol que brilla sin necesidad de pedir rayos |)resta(los a los reflectores de la publicidad. Y para un astro de primera magnitud y unas cuantas estrellas que lo parecen, ¡cuántas estrellas fugaces! ¡Cuántos actores que un azar colocóen el primer plano,y (jue se hundieron de pronto en pleno éxito, en plena juventud! ¿Qué se hizo de Colleen Moore, de Billie Dave, de Corinne (iriñith, de Sue Carol, de Norma Talmadge, William Raines, lioá La K(x;que, Wilma Banky, Harry Langden, Laura la Plante...? Colleen Moore gozó de toda la.pojtularidad. Ganaba 1 2 . 0 0 0 dólares semanales y trabajaba todo el año. Al terminar su contrato pidió l.l.lKK). Se los negaron. Regateó. Se ofre(;ió j i o r 1 2 . 0 0 0 ,
por 1 0 . 0 0 0 , por Goldwin-Mayer al terminar su trato. Con Coriiinc
7 . 0 0 0 , y n a d a Por fin, la Metrola contrató por 2 . 0 0 0 dólares, y compnmiiso no renoví) el c i m -
(iriífitli ocurrii) lo mismo. Lu First National la contrató c(m un sueldo de primera figura. TriunLupita T o v a r v i e n e d e H o l l y w o o d para t o m a r p a r t e e n la p r o fó mientras duró el d u c c i ó n d e INCA FILM t i t u l a d a «Vidas r o t a s » , q u e dirigirá contrato; pero se acaEuhebio F. A r d a v í n , s i e n d o r e c i b i d a e n la e s t a c i ó n p o r v a r i o s bó éste, y Corinne no p e r i o d i s t a s y a m i g o s d e la c e l e b r a d a e s t r e l l a volvió a trabajar en Norteamérica. Norma Talmadge fué una de las primeras figuras del cine mudo. Primera figura también del cine sonoro. Y de jironto desapareció. Como desaparecieron Buddy Hop:ers, tan popular; y Bill c Dave, «la belleza americana»; y William Hi'iues, uno de los más cjueridos aiüstas iioríeamericanos, y tanto» oíros in<\s que al desaparecer de los carteles se han bor r a d o del recuerdo, donde es inútil (juerer eiicont rarlos. Solo v o l v i e n d o a ojear las revistas de la época se encontraián los nombres de los que pasaron }^aia no volver. Pero ¡(piu'u es capaz de remover un pasado t a n viejo! ¡Quién es capaz de querer fijar en el espacio las estrellas fugaces! LUIS
FERN.\NDF^
CANCELA
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INSTANTÁNEAS EL CONCURSO DE "CINEGRAMASLo copioso de nuestra tirada nos obliga a cerrar el número con una anticipación que no permite incluir en el presente el resultado del Concurso abierto por CINEDRAMAS entre sus lectores, y cuyo premio será el magnífico traje de N O T I A que luce Iirperio Argentina en «La hermana San Sulpicio». Lo haremos en el número correspondiente al dia 1 1
J
OK E. Brown (Hormas), el gracioso at!tor, tenía que filmar una &sc«na en la que debía entrai- en ima jaula de un tigre feroz, al menos en apariewia, porque estaba «edúcalo» en ía ciudad del celuloide. Nuestro artista no las tenía todas conmigo Ix' infundía cierto [>avor el animal. El encargado de la jiUila se aícrcó a Brown y le dijo para ir.uiquilizarlo: —N<» tenga el menor temor. Yo mismo ln crié, y le daba leche ixm un bil>erón cuando er.I pequeñiu». —Asi me criaron a mí también—^le contestó el cómico de la biK-a grande -, y ah(»ramegust i la carne u n a barbari'bui.
Pedimos perdón a los lectores por este retraso y, a la T E Z , les expresamos nuestra gratitud por la profusión con que han acudida al Concurso, ya que las numerosísimas soluciones recibidas patentizan su éxito y el interés que ha despertado
Opinión de Haquel Meller sobre los productos d e l>e//e zo
l'n famoso productor de Hollywood, de paso |>or Eurojia, fué present;ido a un diro-.;tor alemán. Después de algimos mmutus de diaria, y sin mayor («reuuinia, le dijo: —Si ustetl es el hombre que dirigió la películ.I de Jan Kiepura, aquí tiene un contrato para ir a lloUywíMíd.
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SANATORIO QUIRUR6IC0 ICER D I R E C T O R : DOCTOR
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Kl hombre contestó negativamente. Siempre en basca del que habia producido Esta noche serás núa, d productor hollywootlense topóse con otro director y le espet*') la misma pregunta. Y I M I M O le TÍOIItestara afirmativamente, firmó en el acto un contrato con él para que viniese a dirigir (telíi-idas en I L O L L Y W I M H L .
Don Krancisco de Asís Medina y .Soto, dirertor de la • « e v a entidad distribuidora VfTA VXXMS
Pero lo que aun uo .sabe el magnate es que la persona contrat,ada dirigió un.i cinta «uidlquiera de Kiepura, mientras el que hizo la célebre película, Anatol I.<itwak, se ein-uentra en Ik-rlin, en espera de nuevas realiz<icit>nes.
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Nuestro repórter Videa UON brinda esa instantánea del poqular empresario del Cine del Callao, Sr. Valencia, que aparece sonriente junto a un representante de la Prensa cinematográfica, encamada en la figura de Pérer. Camarero
PORTADA
En este número ofrecemos al lector el rostro sonriente j bello de RosiU Díaz, la joven estrella de la pantalla espaAola, que a la dilatada serie de triunfos logrados ante la cámara en ias más diversas incorporaciones suma ahora el éxito rotundo y decisivo que logra al interpretar la protagonista de « L A Dolorosa», admirable versión cinematográfica de la liellisima obra del maestro Serrano. Rosita Diaz, con su arte personal, Ueno de matices y delicadezas, logra en «La Dolorosa» la culminación de su temperamento y añad; un nuevo laurel a su triunfal carrera
Como nacvo, procedente del Cinc Gr» Metiopolitaoo de Madrid. Segm convenio con cWestern Electric ^, esta instalación debe ser modernizada con los últimos perfeccionamientos por la Cia. Western Electric.
Dir.t M e t r o
GoUwyn
Mayer
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