Un amigo gratis - Inma Rubiales

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Un amigo gratis



Inma Rubiales Un

amigo

gratis


Primera edición: mayo de 2019 © Inma Rubiales, 2019 © de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2019 Diseño de cubierta: Taller de los Libros Imagen de cubierta: Maxim Volodin / 123rt Publicado por Oz Editorial C/ Aragó, 287, 2.º 1.ª 08009, Barcelona info@ozeditorial.com www.ozeditorial.com ISBN: 978-84-17525-15-6 IBIC: YFM Depósito Legal: B 11399-2019 Preimpresión: Taller de los Libros Impresión y encuadernación: Black Print Impreso en España – Printed in Spain Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).


A todos los barcos que forman parte del río de mi vida, gracias por creer en mí.



Introducción Creo que cada persona tiene un objetivo en la vida y que ese objetivo es, sin duda alguna, proteger un tesoro. Un tesoro tan valioso que ni el oro, ni los diamantes, ni las joyas, ni las piedras preciosas son nada a su lado. Es un tesoro particular, cada ser en la tierra tiene el suyo. Y ¿sabes qué? Tú eres el mío.



PARTE UNO LA BOMBA



Cuentos para Sidney Conocerla Conocer a Eleonor Taylor fue como accionar un sistema de autodestrucción en mi cabeza; ya sabes, como los que aparecen en las películas, conectados a dispositivos móviles, y que se activan unos segundos después de que el mensaje secreto se haya desvelado. Porque sí, la verdad es que podría comparar el inicio de nuestra relación con eso: una bomba que explotaría pronto, que yo mismo activaría y que me llevaría a mi propia destrucción. La cuenta atrás comenzó de forma repentina, mucho antes de lo que esperaba. Ocurrió un día cualquiera, cuando la miré y me di cuenta por primera vez de que sus ojos tenían algo distinto a los de los demás. Luego, lo que sentía fue creciendo. Cuando estábamos juntos, balbuceaba al hablar, notaba como la explosión definitiva se acercaba cada vez más: diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro… Tres, dos, uno. Entonces, todo se detuvo. No hubo explosiones. No hubo bombas, ni heridos, ni destrucción. En aquel momento, solo éramos Eleonor y yo. Eleonor, con sus bromas; yo, con mi mal humor. Eleonor, con su sonrisa; yo, con mis gruñidos. Eleonor, con sus miradas extrañas, raras, divertidas, reparadoras. Eleonor intentando ayudarme; yo sin dejarme ayudar. Eleonor desesperada, aunque reacia a rendirse. Eleonor junto a mí, acompañándome. A pesar de todo, contra todo. Siempre. Bum. De repente, la bomba explotó. Ahí fue cuando supe que ya era demasiado tarde para arrepentirme. Ya no podía echarme atrás; era incapaz de alejarme, 13


de huir para no volver a verla. Era demasiado tarde porque ya me había enamorado. Estaba completamente enamorado de Eleonor Taylor. Eleonor era como una bomba y el amor, como una explosión. Aunque había un problema: un estúpido e insignificante problema del que no me di cuenta a tiempo. Todas las bombas destruyen, y Eleonor no pensaba quedarse atrás.


Capítulo 1 El baño de chicos —¿Quién es? —pregunté. Segundos después, una chica con el pelo blanco como la nieve llegó corriendo y se detuvo a mi lado. Llevaba una pequeña libreta en las manos y un lápiz colocado estratégicamente sobre la oreja. Me dirigió una mirada rápida antes de bajar la vista al cuaderno y leer en voz alta el nombre del chico. —Nash Anderson. Diecisiete años —me informó—. Un amargado asocial. Su mejor amigo le recomendó venir. Probablemente se aburra pronto y deje de asistir a las reuniones, así que tampoco le pongas mucho empeño. —¿Nash, qué? —Anderson —me repitió—. Nash Anderson. —Al ver mi cara de confusión, agregó—: Es normal que no te suene. No estaba en la lista que te di ayer, lo siento. Scott iba a encargarse de él, pero al parecer tuvieron problemas el año pasado y se niega a tenerlo como socio. —Qué exigente —comenté, despreocupada. Ella soltó una risita nerviosa seguida de un suspiro. No me hizo falta preguntar qué le pasaba; bastaba con fijarse en la cantidad de nombres y números que había en su cuaderno para darse cuenta de que estaba estresada, como casi todos los voluntarios de la organización. El estrés iba de la mano de la asociación UAG. Se me ocurrió fundarla a mediados del año pasado. Después de haber estado tantos años rodeada de gente triste, melancólica y aparentemente desgraciada, decidí que la mejor forma de dibujar una sonrisa en la cara de los alumnos del instituto era crear UAG, más conocida como Un amigo gratis. 15


El orientador del instituto se comprometió a ayudarme nada más presentarle la idea porque consideraba que era una buena forma de fomentar el compañerismo entre los estudiantes. Le gustó tanto que incluso habló personalmente con la directora para que nos cediera una de las aulas libres del centro. Así fue como empezó a correrse la voz de que Eleonor Taylor y su grupo de amigos raritos habían fundado una organización y, en menos tiempo del que esperábamos, UAG ya era conocida en todo el instituto. E incluso me atrevería a decir que en otros también se hablaba sobre ella. Todo fue increíblemente bien durante los primeros meses. Había decenas de voluntarios, algunos llenos de curiosidad por saber más sobre UAG y otros decididos a entregarse por completo. El número de socios (Olivia y yo decidimos empezar a llamarlos así para tener un nombre con el que referirnos a ellos) aumentaba cada vez más. Los voluntarios, también apodados «amigos gratis», se comprometían a reunirse una o dos veces por semana con sus socios para hablar con ellos, aconsejarles y hacerles pasar un buen rato. Olivia fue la que se encargó de hacer las listas con las que organizábamos las quedadas. De no ser por ella, todo habría sido un auténtico caos. Pese a que yo, como fundadora de la asociación, siempre fui la que más trabajo tuvo, nunca me quejé. Me gustaba saber que podía ayudar a la gente. Los voluntarios quedábamos con nuestros socios los fines de semana, nos esforzábamos por conocerlos mejor y formábamos vínculos con ellos que podían ser duraderos. Pero, por desgracia, lo bueno duró poco. Con el inicio del nuevo curso, todo empezó a torcerse. Muchos de los voluntarios fueron a la universidad, otros empezaron su último año de instituto y prefirieron dedicarse solo a estudiar, y el resto decidió invertir su tiempo en hacer cosas más interesantes que participar en UAG. Como el número de socios seguía aumentando, tuvimos que ajustar nuestras agendas y rogar a los pocos voluntarios que quedaban que le dedicasen más horas a la asociación. 16


Al final, conseguimos salir a flote con mucho esfuerzo. Sin embargo, si seguíamos tan escasos de personal, íbamos a hundirnos en poco tiempo. —El chico es algo raro —dijo Olivia—. Siempre que lo veo en el instituto, está solo. Creo que es un poquito asocial. —Bueno, a lo mejor solo es tímido y le cuesta hacer amigos. —En realidad, tiene pinta de ser un pringado —añadió—. Ya sabes, todo lo contrario a Jayden. Puse los ojos en blanco. Otra vez con el mismo tema. —¿No sabes hablar de otra cosa? Deja a ese pobre chico en paz, Olivia. Dijo algo por lo bajo, pero dejé de prestarle atención en cuanto nos detuvimos frente a la puerta de la cafetería. Luego me apoyé en la pared, consciente de que estábamos esperando al chico más impuntual del mundo: Scott Mason. —Todo sería más sencillo si para ti tan solo fuera «un pobre chico» —insistió Olivia, que no se rendía con facilidad—. Admítelo, Eleonor. Ambas sabemos que estás coladita por él. No tiene nada de malo. —Eres insoportable. —En el fondo me adoras. —Me mordí el interior de la mejilla; odiaba ese tema de conversación—. Y me necesitas. Si yo no estuviera, ¿quién iba a obligarte a hablar con Jayden? Exacto: nadie. Algún día tendrás que admitir lo esencial que soy para ti, Frida. Esa fue la gota que colmó el vaso. —No me llames por mi segundo nombre —espeté—. ¡No puedo hablar con Jayden porque, por si tu estúpido cerebro ha dejado de funcionar y lo has olvidado, tiene novia! De pronto, una bombillita se encendió en mi cabeza. Miré alrededor, aterrada. Gracias a Dios, nadie me había escuchado, pero era mejor dejar de chillar incoherencias y decir su nombre a gritos. —No seas tonta. Tu segundo nombre es bonito. —Olivia esbozó una sonrisa burlona—. Además, incluso tiene rimas: Frida, Frida, Frida… como Florida. A partir de ahora, voy a llamarte así. Eleonor Florida Taylor. Luego, como si lo que acababa de decir tuviese gracia de verdad, empezó a reírse sola. 17


Rendida, metí las manos en los bolsillos de los vaqueros y volví a suspirar. Ojalá Scott no tardase mucho más en venir; tenía el presentimiento de que, si seguía estando a solas con Olivia durante mucho más tiempo, le saltaría al cuello. ¡Era insufrible! Aun así, tampoco podía mentir: hacía años que había empezado a considerarla mi mejor amiga. A pesar de que algunas veces fuese un poco pesada, era la única persona con la que sabía que siempre podría contar. Teníamos nuestras diferencias, pero no lo veíamos como algo malo, sino que nos hacía sentir completas. Olivia era una persona bastante más atrevida que yo en todos los sentidos. Le gustaba hablar con la gente y ser la estrella. El año pasado decidió teñirse el pelo de blanco, algo que, sumado a su increíble condición física y sus bonitos ojos azules, llamaba la atención de muchos chicos del instituto. En cambio, yo no podría ser menos especial. Era rubia gracias a mamá, y había heredado la tez pálida y los ojos marrones —de un bonito color caca pasión— de mi padre. Por eso era comprensible que, cuando estábamos juntas, todas las miradas se dirigiesen a ella. Olivia estaba hecha para brillar, lo que nos ayudó a publicitar UAG. Con su consentimiento, le dije a la directora que quería que fuese Olivia quien apareciese en los carteles que íbamos a colgar por el instituto. Seguro que atraía más a la gente que yo, así que seguía pensando que mi decisión había sido acertada. —Eleonor, no vas a creerte quién está viniendo hacia aquí. De repente, Olivia me pegó un codazo en el estómago que casi me corta la respiración. Me volví hacia ella y giré la cabeza para seguir su mirada. Entonces, me puse todavía más pálida, si es que eso era posible. El corazón me latía a toda velocidad. A tan solo unos metros, Jayden Moore y Lucas, su mejor amigo, charlaban animadamente mientras se acercaban a nosotras. En realidad, iban a la cafetería, pero eso no me importaba en absoluto. Solo podía concentrarme en aguantar las ganas de ponerme a chillar como una desquiciada, porque si lo hacía, los iba a asustar. Y no quería eso. 18


Sin embargo, toda la emoción que había sentido al verlos desapareció cuando Lucas se paró delante de Olivia y esbozó una sonrisa de dientes torcidos. Al saludarla, fue incapaz de controlar su saliva, que me dio en la cara. Me dio en la cara. Su saliva. En mi cara. En cuanto se dio cuenta de lo que había pasado, Jayden empezó a reírse. Mientras tanto, mi mirada seguía fija en el chico de las babas, que se disculpó. Pero era demasiado tarde. El caos ya había estallado. Siempre me había considerado una persona que sabe controlar la situación en momentos de estrés. Sin embargo, me faltaron fuerzas para reprimir el torrente de emociones que se desencadenó en mi pecho en ese momento. Atacada, me limpié la mejilla rápidamente mientras los latidos de mi corazón se volvían cada vez más intensos. Estaba empezando a entrar en pánico, y no era ni por la saliva ni por los gérmenes. Era por Jayden, que seguía observando y riéndose en silencio. Acababa de presenciar un espectáculo que difícilmente olvidaría. ¿Cómo iba a mirarle a la cara después de eso? Ni siquiera habíamos mantenido una conversación decente y ya había quedado en ridículo delante de él. ¿Se podía ser más patética? Quería que me tragase la tierra. —Tengo… Tengo que irme —balbuceé. Olivia me cogió del brazo y me susurró que me tranquilizara, pero no lo consiguió. Cuando conseguí zafarme, e ignorando por completo todas sus advertencias, salí del círculo que los chicos habían formado a nuestro alrededor y empecé a andar a toda prisa. —¡Leonor! —Es Eleonor, Jayden. Oh, por el amor de Dios. ¡Eleonor, espera! Ignoré sus gritos, los de todos, y empecé a correr como si me fuese la vida en ello. Menuda impresión había dado. «Eleonor Taylor, la reina de las buenas impresiones, intenta ser sociable y comunicarse con chicos y uno de ellos le escupe en la cara». Genial, absolutamente genial. 19


Llegué al baño como pude y entré rápidamente. Estuve a punto de tragarme el lavabo, pero frené a tiempo. Abrí la llave del agua para lavarme la cara. Una, dos, tres veces. Hasta que estuve segura de que mi rostro estaba completamente limpio. Luego, apoyé la frente en el grifo, cerrándolo sin querer, y me concentré en respirar para recuperar el aire que me faltaba en los pulmones. Qué desastre. Seguro que ahora, además de patética, Jayden creía que era una exagerada. ¿Me recordaría siempre como la chica que echó a correr después de que su mejor amigo le escupiese en la cara? Suspiré, cogí papel para secarme e intenté, sin éxito, abrir los ojos. Las gotas de agua que me colgaban de las pestañas me impidieron ver durante unos segundos. Cuando conseguí enfocar la vista, un chico de cabellos castaños y despeinados que tenía cara de no saber qué narices estaba haciendo yo allí me miró a través del espejo. Me volví rápidamente y mi cuerpo y mi mente entraron en estado de shock. Sus ojos azules se centraron en los míos. —No te lo tomes a mal, pero… ¿qué estás haciendo en el baño de chicos? Me dio un vuelco el corazón. Mierda, mierda, mierda. Por eso el baño estaba vacío; me había puesto tan melodramática por culpa del escupitajo que no me había fijado. Pensé en una buena excusa, pero no se me ocurrió qué decir. Entre tanto, él seguía observándome con los brazos cruzados. —¿Hola? —preguntó. De repente, una idea loca pasó por mi cabeza. Pensé que algo coherente saldría de mi boca para ayudarme a pasar ese mal trago y conservar mi dignidad, pero las palabras escaparon atropelladamente de mis labios sin ni siquiera darme tiempo a pensarlas primero. —Soy transexual —solté, seguido de una risita nerviosa que le desconcertó aún más—. Ya sabes, transexual. Me operé porque me sentía hombre. La vida es tan injusta que me dio un cuerpo de mujer. Estoy pensando en cortarme el pelo al estilo macho-alfa para ser más varonil. ¿Tú qué opinas? 20


Me miró como si me hubiese vuelto loca. No supe si era porque mi sonrisa resultaba demasiado aterradora o porque había hablado tan rápido que no me había entendido. —Bueno…, yo… —titubeó. Su repentina inseguridad me provocó un chute de energía. Mientras me alejaba apresuradamente del espejo y me acercaba a la puerta, seguí dando rienda suelta a mi imaginación. —¡Exacto! —chillé, lo que sobresaltó al chico—. Eso mismo pensaba yo. Un corte de pelo así, masculino. Más macho que Tarzán. —Me golpeé el pecho y gruñí, imitando a un gorila. Cuando me di cuenta de que estaba haciendo el ridículo más grande de mi vida, quise salir a toda velocidad—. En fin, tengo que…, tengo que irme. Ha sido un placer. Sentí su mirada en la nuca mientras salía del baño. Había olvidado por completo la razón por la que quería desaparecer hacía unos segundos y avancé todo lo rápido que pude hacia el comedor del instituto. Definitivamente a Eleonor Taylor no se le daba bien dar buenas impresiones. Esa fue la primera vez que Nash Anderson y yo hablamos cara a cara.


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