Entrevista a Sergio Ramírez x Pablo Cuvi 2018

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ENTREVISTA (O)

Sergio Ramírez es un modelo del intelectual comprometido. Y honrado. Cuando vivía en Costa Rica se vinculó a la lucha contra Somoza y luego del triunfo de la Revolución sandinista, en 1979, fue miembro de la Junta de Gobierno, impulsó la campaña de alfabetización y fue electo como vicepresidente de Daniel Ortega. Pero, cuando muchos comandantes y dirigentes decidieron apropiarse de los bienes de Somoza, se volvió crítico del Frente Sandinista y fue atacado sin piedad. En Adiós muchachos cuenta toda esa historia con mucha honestidad. Y calidad. Lo conocí fugazmente en Managua, en medio del caos feliz que siguió a la toma del poder, pero esta es la primera vez que charlamos en Quito, adonde vino a promocionar Ya nadie llora por mí, novela ágil y entretenida pero negra y dolorosa como la realidad nicaragüense que retrata. Empezamos por sus memorias. —Lo que más me sorprendió en Adiós muchachos es que tú como vicepresidente, en medio de la revolución y la guerra, con los contras encima, te levantabas todos los días a las cuatro de la mañana a escribir una novela. ¿Cómo lo lograste? —La fidelidad al oficio. Porque yo regresé de Alemania en el año 1975 y me

entregué a la revolución, al derrocamiento de Somoza y me quedé sin escribir hasta 1984, cuando fui electo vicepresidente. En ese momento pensé que, si tenía seis años más de una obligación gubernamental y seguía sin escribir, pues dejaría de ser para siempre escritor y eso me llenó de mucho terror. Tenía que retomar el oficio y las únicas horas que tenía eran las de la madrugada, entonces me levantaba todos los días a escribir. —¿Dirías que es más fuerte en ti la vocación literaria que la vocación política? —Es que vocación política, la verdad, nunca tuve. Estuve en la política por las circunstancias de la revolución. Una vez que cayó Somoza, tenía una posición dirigente y había que organizar el poder. Entonces participé de esa, digamos, aventura política… —Tuviste mucha suerte, cumpliste el sueño del intelectual latinoamericano del siglo XX, que era hacer las dos cosas y triunfaste en ambas. —(Asiente). Pero cuando me di cuenta de que ese proyecto no daba para más, o que ya no tenía un papel en lo que estaba ocurriendo, regresé sin ningún trauma a mi oficio de escritor en donde no estaba improvisando porque era mi verdadera vocación.

Sergio Ramírez el notario de una revolución traicionada

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Por PABLO CUVI Fotografías JUAN REYES Y CORTESÍA S. RAMÍREZ ABRIL 2018

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—En esos años escribiste Castigo divino, que es un trabajo bastante elaborado. —Por eso me tomó mucho tiempo, tres años, pero ya ocupaba un procesador de palabras, que casi nadie usaba entonces y ahorraba mucho tiempo. —Leí Castigo divino y veo que ha envejecido muy bien. —Esa es una gran cosa. (Bromea). Como su autor... —En tus memorias cuentas que Fidel Castro leía Castigo divino y te comentaba cosas. ¿Qué era lo que más le interesaba? —La trama, y esa frontera que él no encontraba clara entre realidad e imaginación, preguntaba qué era cierto, qué no era cierto. —Y si era culpable o no era culpable el protagonista… —Sí. —Eso está muy bien trabajado en la novela. —Él era un lector muy sagaz, muy acucioso. —Además, era abogado. —Ja, ja, sí, igual que yo. No sé si él ejerció… ­—¿Cuándo conociste a Fidel? —Cuando se dio la reunión de Países No Alineados en La Habana, en septiembre de 1979. Nos recibió a Daniel Ortega y a mí como miembros de la Junta de Gobierno,

por protocolo como jefes de Estado en el aeropuerto. Luego estuve muchas veces con él, tuvimos una relación muy directa. —Desde estudiante, ¿eras un tipo de izquierda? ¿En la universidad fuiste marxista? —Yo no diría que marxista, El capital me daba sueño. Claro, leía el Manifiesto comunista y el 18 Brumario, que literariamente me parecían excelentes. Estaba familiarizado con las ideas marxistas, estaban en el aire, pero a los diecisiete años me hice revolucionario no por lecturas de teóricos marxistas, sino por la experiencia, porque el ejército de Somoza disparó contra una manifestación de estudiantes en la que yo participaba en 1959 y mataron a cuatro de mis compañeros. Éramos más de sesenta, fui sobreviviente de esa masacre y salí convertido en otra persona, fue un hecho definitivo para mí. —¿Cómo empezó tu vida en Costa Rica? —Me fui a Costa Rica en 1964, el mismo día que me gradué de abogado, me casé y me fui, todo junto, a trabajar con el Consejo de Universidades de Centroamérica como jefe de relaciones públicas y empecé una carrera que me llevó a conocerla muy profundamente y hacerme centroamericano en el sentido de entender que Centroamérica era una sola región, con todos estos

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vasos comunicantes, conexiones históricas, geográficas, sociales, económicas y culturales, sobre todo. Fui escalando posiciones muy rápidamente hasta llegar a secretario general. —¿Cómo fue tu relación ahí con Julio Cortázar? Recuerdo que hubo un viaje famoso a Solentiname. —En 1976 estaba en el Consejo como director de las editoriales universitarias centroamericanas, que yo mismo había creado, cuando llegó Cortázar invitado por el Colegio de Costa Rica a dar unas charlas. Allí coincidimos con Ernesto Cardenal, que había venido de Solentiname, que está en la frontera con Costa Rica. Invitamos a Julio y vino con nosotros en una avioneta, aterrizamos en la finca de Los Chiles y pasamos

1. San José, Consejo Superior Universitario Centroamericano, 1965. 2. Sergio Ramírez se licenció en Leyes en la Universidad Nacional de León, en 1964. 3. En 1975 se integró al Frente Sandinista de Liberación Nacional y tras el triunfo de la revolución formó parte del Gobierno. 4. Aquí junto a Fidel Castro y Daniel Ortega. Ramírez criticó duramente a Ortega y se separó del movimiento sandinista. 5. Ramírez escucha un discurso de Daniel Ortega en los años ochenta. Lo acompañan Humberto Ortega, Bayardo Arce y Henry Ruiz.

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un fin de semana en Solentiname. De ahí resultó un cuento que escribió Julio, que se llama El apocalipsis de Solentiname, donde cuenta la historia de esta visita. —¿Cuándo volviste a Managua ya vinculado con la guerrilla? —Estuve de clandestino en Managua en el año 1978. Habíamos formado el Grupo de los Doce con empresarios, sacerdotes, intelectuales… para respaldar la lucha sandinista. Lo formamos en el exilio pero para desafiar a Somoza, que nos había mandado a juzgar por traición a la patria, sedición, todo eso, regresamos y él no pudo impedir que entráramos al país a movilizar a la gente alrededor de la revolución y cuando vino la toma del Palacio Nacional en 1978, en agosto (protagonizada por Edén Pastora, el Comandante Cero), me tuve que esconder y empezar a hacer vida clandestina en distintos hogares, de paraguas, gente que me daba asilo, hasta que salí de regreso a Costa Rica. —Hubo una circunstancia favorable para la revolución porque varios países les apoyaron, como Panamá con Torrijos… —Venezuela con Carlos Andrés Pérez, fue fundamental; López Portillo en México; el presidente Carazo de Costa Rica, que era socialcristiano, todos ellos apoyaron la revolución en una alianza con Cuba. Esa era

la circunstancia en que la revolución triunfó, una gran alianza latinoamericana contra Somoza que fue fundamental para el triunfo de las armas sandinistas. EL DESCALABRO ÉTICO —¿Cómo fue llegar al poder culminando la lucha que empezó Sandino 50 años antes? —Como tú mismo atestiguaste allí, era una situación muy caótica. Cuando entramos en Managua, la Junta de Gobierno, creo que nadie nos conocía, nadie sabía quién era Daniel Ortega. La gente conocía a Edén Pastora y a Tomás Borge porque había estado preso mucho tiempo y había salido fotografiado en los periódicos, pero a los demás dirigentes de la revolución no los conocía nadie. De manera que, como la ciudad estaba dividida todavía en zonas al mando del comando guerrillero y había que atravesar barricadas, tuvimos que hacer unos carnés con foto para que nos pudieran identificar… (Ríe). —Una de las cosas más importantes al principio fue la campaña de alfabetización. ¿Tú participaste en eso? —Sí, porque era el presidente del Consejo Nacional de Educación desde la Junta de Gobierno. El ministro de Educación era Carlos Tünnermann y el director de la

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cruzada era Fernando Cardenal. A mí me tocaba dirigir la estrategia, que significó un gran esfuerzo nacional, llegamos a movilizar sesenta mil muchachos y muchachas a los lugares más recónditos de Nicaragua, conseguir los materiales escolares, cuadernos, lápices, libros, que vinieron de todo el mundo y que hubo que imprimir. —¿Tus hijos también participaron en la campaña? —Todos, hasta la más chiquita que tenía doce años fue a alfabetizar en los alrededores de Managua. Mi hijo mayor estuvo alfabetizando en la costa del Caribe, y la que sigue, María, alfabetizó en Santa Lucía. —Luego tu hijo fue a combatir con el ejército a los contras. —Fue miembro del batallón Santos López, batallón de lucha irregular, estuvo dos años movilizado. —¿Cómo te sentías, te daba aprehensión? —Bueno, todos los días la angustia de saber que pudieran matarlo era parte de la cuota que había que pagar. —Pero tú estabas en una posición, como cuentas en Adiós muchachos, en la que podías haber dicho que no lo llevaran. —Pero moralmente no me sentía autorizado para eso, porque sacar a mis hijos de las filas de combate, mandarlos para Cuba

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o para Estados Unidos, Alemania, o donde fuera, eso me hubiera parecido inmoral, si tanta gente estaba arriesgando su vida con el reclutamiento forzoso. —Tú insistes mucho en el carácter ético de la revolución. ¿Qué pasó luego? —Un verdadero descalabro ético de la revolución. La revolución podía estar viva si no hubiera perdido su sentido moral, aunque hubiera perdido las elecciones (de 1990), pero comenzó a ser minada por La Piñata famosa de la transición, y luego los negocios, el surgimiento de fortunas de nuevos ricos, eso acabó con el ideal revolucionario. —¿No es ese el destino de toda revolución? —Pues hasta ahora la historia ha probado que sí: la Revolución francesa terminó con una nueva camada de ricos; la Revolución mexicana dio nuevas fortunas, una nueva burguesía; y en Nicaragua ocurrió también. Queda por ver si en el futuro hay una revolución que conserve sus ideales hasta el final. —Viendo esos resultados: ¿vale la pena o no hacer la revolución? —Vale la pena, yo no doy un pie atrás sobre lo que hice; creo que, si me tocara hoy hacer lo mismo, a esta edad, respondería de otra manera, pero si tuviera la edad de entonces y aquellas circunstancias, creo que haría exactamente lo mismo. —¿Cómo ves el fenómeno Chávez? —Ese es un hundimiento lento, demasiado lento, de un barco que va haciendo agua por todos lados, cada vez más desacreditado, con trampas; antes, por lo menos en Venezuela se respetaban los resultados electorales, hoy veo que ya el Consejo de Elecciones se volvió un instrumento del poder político y los que están yendo a competir en esas elecciones van a sabiendas de que son parte de un fraude. —Pienso en otro venezolano, Rómulo Gallegos, que logró más o menos lo que tú lograste: ser un muy buen novelista y ser presidente de Venezuela.

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• Adiós muchachos, memorias en las que cuenta con calidez y honestidad el entusiasmo que suscitó la revolución sandinista y su descalabro posterior. • Premio Alfaguara 1998 con Margarita, está linda la mar. • En 1988 obtuvo el Premio Dashiel Hammet en España con la novela Castigo divino. —Me identifico mucho ahora con Rómulo Gallegos y con Juan Bosch porque son de ese tipo de intelectuales, yo no los llamaría ingenuos porque puede parecer peyorativo, pero con esta inocencia del ideal, que llegan a hacer reformas en unas sociedades completamente arcaicas, dominadas aún por los militares. Porque Gallegos gana la presidencia en una sociedad controlada todavía por los militares de Gómez, y Pérez Jiménez es un hijo de Gómez. Solo tarda nueve meses en el poder por querer hacer pálidas reformas. Lo mismo le pasó a Juan Bosch, que quiso hacer una sociedad a la sueca después de la caída de Trujillo, cuando los militares trujillistas estaban ahí en vivo y a todo color, y también duró solo nueve meses. En la historia de América Latina los intelectuales siempre se han enfrentado con los caudillos militares y han salido perdiendo. —¿Cómo volvió Daniel Ortega al poder? —A través de un pacto político con Arnoldo Alemán, jefe del Partido Liberal

que un día fue de Somoza. Acordaron la impunidad de Alemán, acusado de lavado de dinero, a cambio de reducir el número de votos que se necesitaba para ganar en primera vuelta. Daniel Ortega ganó con los votos que siempre había sacado, treinta y tanto por ciento, no pasaba de ahí, con eso llegó a ser presidente y la historia cambió radicalmente. Ahora, Alemán es un cómplice aliado suyo en la Asamblea Nacional, le hace el juego político y en el país hay un poder omnímodo. LA HUELLA DE DARÍO (El primer Premio Alfaguara de Novela lo compartieron, en 1998, Sergio Ramírez con Margarita está linda la mar, y Eliseo Alberto con Caracol Beach. De inmediato comenzaron a promocionarlo, pero yo conocí al cubano solo cuatro años después). —En este mismo hotel estuvo Eliseo Alberto. Cuando murió prematuramente, en la revista Mundo Diners publicamos un artículo tuyo muy bonito, Hermanos siameses, donde cuentas que anduviste con él presentando las dos novelas… —Por todas partes… pero al Ecuador vine desde Buenos Aires solo. —Él vino en 2002. Era muy simpático y lo invité a comer cuy. ¿Has probado el cuy, el conejillo de Indias? —Sí, en Nicaragua también se come, pero se llama guardatinajas o tepescuincle.

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—Pero Eliseo se encontró con unos exiliados cubanos y se fueron a tomar ron hasta las cuatro de la mañana… ­—(Ríe). El ron le ganó al cuy. ­—Hablando de Margarita está linda la mar, ¿cuál era la idea de esta novela? —Reflejar asuntos capitales de la historia de Nicaragua: uno, el regreso triunfal de Rubén Darío en 1907, para morir diez años después, y 50 años después la conspiración de un grupo de jóvenes alocados para liquidar a Somoza, en León. —Rigoberto López Pérez… —Él era el ejecutor, pero la conspiración era una verdadera locura, no podía funcionar. Eso me llamó siempre la atención, esta conspiración que Rigoberto sabía que no iba a ningún lado, se suponía que alguien apagaría la luz, bajando un swicht

Recordando su visita a Managua cuando triunfó la revolución en 1979. Pablo Cuvi entrevista al escritor y político en el hoy Swisshôtel de Quito, donde Ramírez declara que está orgulloso de su pasado sandinista.

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de una central eléctrica lejana para que él se salvara. Eso no tenía ni pies ni cabeza, pero él fue de todas maneras a hacer lo que tenía que hacer, y yo logré conectar las dos historias, en el mismo escenario, que era la ciudad de León. —¿El escenario de los envenenamientos de Castigo divino? —El mismo. Hay muchos personajes que están en las dos novelas. Conecté las dos historias a través de la figura del sabio Debayle, que era el suegro de Somoza e íntimo amigo de Rubén Darío, que es el que le saca el cerebro a Rubén para examinarlo, pesarlo. —Ahí están tus dos vertientes: la literatura y la política, Darío y la conspiración contra Somoza. —Sí, y es lo que forma en esencia Nicaragua en el siglo XX: el fin de la revolución liberal con Zelaya, su derrocamiento por los gringos, la ocupación militar, el advenimiento de Sandino, el asesinato de Sandino, la dictadura de Somoza y, en medio, Rubén Darío que llega a morir en una patria ocupada por la marina de guerra de Estados Unidos.

—¿Qué posición tuvo Darío frente a eso? —Era la voz que se levantó contra la intervención. —Saltemos a tu más reciente novela: Ya nadie llora por mí. Aquí tengo que aceptar que ha envejecido bien el escritor Ramírez (sonríe): muy entretenida, mucho diálogo, mucha acción, más actual. Pero la impresión que da es desoladora porque uno se pregunta qué paso con Nicaragua luego de tanta revolución, ese mundo que retratas ahí es terrible. —Es lo que hay ahora, yo lo que hago es exponer el escenario, poner a mis personajes a caminar entre las ruinas. —Tú eres el notario, como decía Balzac. —Exactamente, el notario que da fe de lo que pasa. Esa es la Nicaragua contemporánea tal como yo la veo, como muchos otros la ven. —¿Cómo puede el escritor reflejar la ira, el dolor, la humillación? —Pues aprendí muchísimo leyendo a Dostoievski, que en Humillados y ofendidos topa directamente este tema. Y en Los hermanos Karamasov hay una escena donde un niño está presenciando la humillación que uno de estos Karamasov, altanero y soberbio, le hace a su padre que es cochero: le pega en la cara con el látigo y el niño está mirando esta escena de injusticia terrible, de humillación a la que está siendo sometido su padre. Desde la perspectiva del niño casi es neutral, Dostoievski no comenta nada, simplemente expone esa fotografía, esa situación. Encontré que esa es la clave para hablar de las humillaciones, de la miseria: retratar, exponer, no comentar. La literatura latinoamericana se arruinó durante mucho tiempo por la intervención retórica del escritor que después de describir una situación de injustica, en el siguiente párrafo decía que la injusticia, la oligarquía, el imperialismo eran los culpables de esa situación. Eso sobraba.

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UN ERROR FATAL —¿Cómo es tu vida de opositor al Gobierno? —Ellos no se meten mucho conmigo, me ignoran, el Premio Cervantes fue absolutamente ignorado por el mundo oficial, no hubo una sola línea de comentario en los medios oficiales. —¿Hay medios independientes que tengan peso? —Queda La Prensa. —¿La Prensa que era de Chamorro? —Sí, queda una radio, un periódico, un programa de televisión que es de Carlos Fernando Chamorro, hijo de Pedro Joaquín, y las redes sociales que son fuertes. —¿Cuál fue el papel de doña Violeta Chamorro en su presidencia?

Refiriéndose a los terribles conflictos de la actualidad dice: “¿De qué voy a escribir como novelista si este mundo se acaba? Nadie escribe sobre historias felices, porque son monótonas, se escribe sobre historias infelices que traen contradicciones”.

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—De reconciliación, del fin de la guerra, que los contras se desarmaran, de abrir un nuevo período de alternabilidad democrática que desgraciadamente se comenzó a echar a perder con Alemán. Ella sí tiene un papel fundamental, para mí, en la historia contemporánea de Nicaragua. Y es muy querida. —¿Qué es para ti la izquierda? ¿Cómo cambió desde tu juventud hasta ahora? —La izquierda es un asunto de sensibilidad por los más pobres, por los más desvalidos, por los marginados, es la que no olvida que siguen siendo sujetos centrales de la historia. Creo que se han usado métodos equivocados para llevar adelante las reivindicaciones de los más pobres, las revoluciones nunca han dejado de ser paternalistas, de asumir que saben lo que los pobres necesitan. Ese es uno de los grandes errores de la revolución en Nicaragua, que decidió que a los campesinos no se les podía dar títulos de propiedad sobre las tierras que se les había prometido, sino que el Estado iba a administrar en nombre de ellos toda la riqueza agrícola y que ellos iban a ser una especie de empleados del Estado: ¡ese error fue fatal

porque llevó a muchos campesinos a tomar las armas contra la revolución! —Ese error empezó en la Unión Soviética y se repitió en otros lados contra los campesinos, que son los que pagan las revoluciones. —Porque la ideología pesa más que la realidad, esa idea de que si a un campesino le das la tierra en propiedad se va a volver un pequeño burgués, esas son las reglas estúpidas que funcionan cuando los mecanismos del poder se echan a andar, y resultan fatales. Creo que la democracia es un factor insalvable a la hora de pensar en cualquier tipo de reivindicaciones sociales, porque si prescindimos de la idea democrática, volvemos a la vieja tiranía que se olvida de los pobres y comienza a cultivar ¿qué cosa?: la corrupción. Tenemos democracias muy imperfectas pero que no hay nada que las sustituya, a ese convencimiento fundamental he llegado a través de los años, hay que seguir cultivando los mecanismos democráticos, hacer que la democracia se defienda por sí misma y que tenga cada vez mejor calidad. —Esa es la visión política del sistema social, pero como novelista que hurgas en el corazón de los seres humanos, ¿qué encuentras en ese combate entre el bien y el mal? —Antes estaba hablando como ciudadano. Como novelista, pues, veo las cosas muchos más complejas: que los sistemas políticos dependen de los seres humanos y los seres humanos son contradictorios, imperfectos. Y mientras exista este caldo de cultivo que los mismos seres humanos provocan, de corrupción, de imperfecciones, de falta de libertades públicas, pues más compleja se vuelve la situación y esto es lo que hace la novela. La novela se hace de imperfecciones, se hace de defectos, de anormalidades. El día que tengamos situaciones normales institucionales en América Latina, donde la política pase a segundo plano como en los países

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escandinavos, entonces habrá que irse con la música a otra parte. ¿De qué voy a escribir como novelista si este mundo se acaba? Nadie escribe sobre historias felices, porque son monótonas, se escribe sobre historias infelices que traen contradicciones. CORREA VIVIÓ UN ESPEJISMO —¿Qué sentiste cuando estabas en el poder en Nicaragua? ¿O no sentiste que tenías el poder? —Lo teníamos entre muchos, yo era parte de un cuerpo colegiado donde cada uno hacía su papel, nadie era todopoderoso en aquel tiempo, yo cumplía mi función en el área de Gobierno. —Cuentas que el más importante era Humberto Ortega. Y que escogieron a Daniel porque no iba a molestar mucho. —Fue así. Como era un grupo intermedio de transacción entre los distintos grupos que se disputaban el poder y Humberto era muy sagaz, tenía sentido del poder y tenía el poder del Ejército. Pero Daniel poco a poco se fue llenando de atributos, haciéndose cargo de llenar espacios que los demás le dejaban porque se suponía que él no iba a inquietar las aguas. Después de la derrota del sandinismo en las elecciones, se consagró a concentrar poder cuando nadie le hacía caso a ese poder del Frente Sandinista que estaba en el suelo. Fue él quien dio la cara y trabajó muchísimo. —¿Y Rosario Murillo qué papel jugaba en todo esto? —En ese tiempo, ninguno. Ella adquirió el papel de jueza cuando Daniel se quedó solo con ella y comenzó a reconstruir el poder del Frente Sandinista. —¿Concretamente por qué se dio La Piñata? —Porque se suponía que el Frente Sandinista volvía sin recursos a la oposición y debía conseguirlos para funcionar como partido político y poder regresar al poder. —¿No se esperaban la derrota de 1990?

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—No, las encuestas de opinión nos daban por ganadores. Entonces se improvisaron unos intermediarios que detentaran esos bienes que, de todas maneras, le estaban siendo sustraídos al Estado, y esos intermediarios se fueron quedando en el camino con estos dineros. —Una pregunta clásica: si volvieras a empezar, ¿qué no harías, qué corregirías o qué vida vivirías? —Es una pregunta hipotética que lleva a respuestas hipotéticas y se abren muchas posibilidades, pero hay cosas en la vida que no podría eludir: si volviera a vivir, a la revolución no la podría eludir. —Creo que la revolución es lo mejor que te pasó en la vida, como individuo y como escritor. Te arriesgaste, te jugaste y tuviste la suerte de… —De coincidir con la revolución, eso sí, sin ninguna duda. —Además, si uno pudiera volver con la sabiduría que tiene ahora a ser joven, ya no sería joven. Milan Kundera dice una cosa muy linda: que la juventud es un invento de los viejos (ríe con aprobación), que uno se da cuenta de que fue joven cuando deja de serlo. Me parece una frase muy sabia porque ser joven es eso, no saber. —Para el joven el futuro no existe. —Y la conciencia del peligro es mucho menor, por eso también son las revoluciones y lo demás. —Exacto. La muerte no existe. Hay un poema de Ernesto Cardenal, dice que cuando él tenía veinte años solo se morían los muy viejos o los que tenían mala suerte. —¿Le siguen molestando los sandinistas a Cardenal? —Bueno, él tiene 93 años y sigue escribiendo con mucha lucidez. Lo molestan de vez en cuando, pero cada vez se hace un escándalo internacional, entonces procuran molestarle menos. —Te ha tocado llegar al Ecuador cuando el gran tema es la terrible corrupción del Gobierno anterior, salen denun-

cias todos los días. Pasó una cosa inesperada, se dividió Alianza País, el partido del correísmo, y se sacan entre ellos los cueros al sol. —Creo que Correa vivió ese espejismo que se ha repetido mucho en América Latina: que nombrando un sucesor crea su fidelidad, que la guardará mientras regresa al poder; pero muchas veces esto resulta en equivocaciones fatales. Es lo que le pasó a Plutarco Elías Calles en México con Lázaro Cárdenas, porque Calles se había mantenido como el gran caudillo que manejaba todos los hilos del poder, aun sin ser presidente, hasta que llegó Cárdenas. Entonces quiso hacer lo mismo, manejar el gabinete y tener a Cárdenas como una figura decorativa hasta que una medianoche lo mandaron a sacar en pijama y lo deportaron a Estados Unidos. Es un ejemplo, pero ha habido otros muchos en la historia de América Latina en el que el sucesor decide ser él mismo, no una sombra de quien lo favoreció para llegar al poder, y cambia la historia en singular. Creo que aquí este plebiscito que acaba de pasar es transcendental para América Latina, no solo para el Ecuador: que la gente decida su futuro, si quiere o no quiere reelección y responda a preguntas fundamentales y el futuro institucional se arme de esta manera; ver que eso se pueda repetir en otros países donde se le pueda poner fin por vía democrática a ese afán de continuismo de una sola persona en el poder, porque se cree un predestinado, me ha llenado de alegría. —¿Cómo es tu vida ahora en Managua? —Muy tranquila, siempre viajo con mi mujer, estamos solos, los hijos ya han hecho su propia vida: en Managua viven mis tres hijos, parte de mis nietos en Estados Unidos, en Inglaterra, estudian o trabajan. —¿Y cuándo te vas a retirar a cultivar el huerto y a malcriar a los nietos? —Para un escritor eso no existe, para un escritor no hay tercera edad.

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