La fiesta de Edu

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Texto Cita Franco Ilustraci贸n y Dise帽o Paco Rosco IBAN: 1411122520328


Érase una vez...


Tenía que pensar cómo quería que fuese mi fiesta de cumpleaños. Sabía que quería dulces, música y la compañía de mi familia y amigos, pero no quería que se pareciese a todas las que había celebrado hasta el momento. Pasaba de disfraces de vaqueros, partidos de fútbol y piñatas llenas de coches en miniatura. Siempre terminaba siendo el único que salía cabreado de mi cumple, aunque intentaba disimularlo, pues no quería que mis padres perdiesen la ilusión que siempre ponían en festejar ese día. Estaba desanimado, mi último cumpleaños fue verdaderamente horrible. Como siempre, mamá preparó una fiesta temática y no se le ocurrió mejor idea que colocarme una barba blanca hasta los pies, un gorro con forma de cono que me igualaba en altura y decirme que, ese día, sería David el gnomo. Mis amigos, de igual manera, tuvieron que disfrazarse de personajes enanos, y allí nos juntamos Papá Pitufo, los Siete Enanitos, Pitufo Gruñón, Mudito, Pitufina, Pumuky…. Por favor, ¡Que éramos niños de 10 años! Menos mal que el regalo de papá me hizo olvidar esa fiesta tan ridícula. Dentro de una caja de zapatos con agujeros en la tapa y un lazo como único envoltorio se encontraba Cachito, mi perro. Es el mejor amigo que jamás he tenido. Se trata del único ser vivo que ha sabido tratar desde el principio con quien se esconde dentro de mí. Me llamo Edu y acabo de cumplir 11 años. Por fuera soy un niño como otro cualquiera; delgado, moreno, ojos



marrones, paliducho y, como dice mi abuela, algo desgarbado pero con un toque especial en la mirada. Por dentro… Por dentro no sé cómo soy, pero no me parezco en nada a lo que ven los demás. Desde hace tiempo he sabido que el niño que se refleja en el espejo no soy yo, y la razón es muy simple. Es un niño. Eso sí; si observo en la profundidad de mis ojos, puedo encontrarme. Sólo cuando me miro fijamente, sin parpadear, me siento, me reconozco. -¿Querrás fiesta de disfraces este año, cariño? -me preguntó mi madre, días antes de mi cumpleaños. -No, mamá, ya somos mayores, quiero que cada uno vista como quiera y se muestre como es. Sé que la respuesta la dejó algo confusa. Imagino que no esperaba una contestación tan rotunda a su inocente pregunta. Pero, ¿qué son los disfraces aparte de una forma más de ocultar la verdadera identidad de las personas? -Bueno, al menos querrás algo especial, no sé, ¿una merienda americana con sombreros y pistolas? ¡Podemos alquilar un toro mecánico! -Mamá, no. Quiero que nos reunamos en casa, como siempre, pero sin montar ningún circo. Que podamos merendar y charlar tranquilamente escuchando algo de música. -Hijo, te haces mayor… -dijo acariciándome el pelo. -¿Estás bien? -Sí, claro que estoy bien.




-¿Necesitas que hablemos? Sabes que puedes contar conmigo. -Creo que la que necesita hablar eres tú. -Contesté. Con cara de asombro, y algo nerviosa, continuó: -¿A qué te refieres? -¿Quieres que vaya al grano? -pregunté. Dudó. Ella sabía perfectamente de lo que hablaba, pero llevaba mucho tiempo haciéndose la tonta. Estaba frente a su prueba de fuego. Mis nervios también hacían acto de presencia, de hecho mi barbilla se convirtió en una masa de carne temblorosa, pero mis tripas me pedían a gritos que lo expulsara de una vez. -Mamá, ¿por qué me tratas como a un niño? -Edu, mi amor, eres un niño. -Los dos sabemos que no soy un niño. Yo no sé explicarte qué sucedió cuando nací, no entiendo cuál fue la equivocación, pero desde que tengo uso de razón, estoy atrapado en un cuerpo que no me corresponde. He vivido con ello tratando de aceptarlo porque así me vino impuesto, pero, está claro, que de alguna manera tengo que salir de aquí. Decidisteis llamarme Eduardo y comenzar a vestirme con pantalones y camisas, me cortáis el pelo una vez al mes, pero nadie me ha preguntado quién soy. -No sé qué decirte. Si lo que te ocurre es que te gustan los chicos, todo es más sencillo que… -¡No hablo de lo que me gusta o no me gusta! Hablo de mí, mamá. Yo no soy un niño, y tú lo sabes muy bien. -Ya lo había dicho. Rompí en llanto. Mamá me abrazó y


comenzó a llorar conmigo. -Lloras de pena, ¿verdad? -le pregunté. -No, Edu, lloro de orgullo. Acabas de tener la valentía que yo nunca he tenido. Eres muy fuerte. Un héroe. Con capa o sin ella, como tú quieras. Mamá y yo hablamos del tema durante horas, largo y tendido. Me comprendió mucho mejor de lo que pude imaginar. Me pidió paciencia con papá; ella hablaría con él y, poco a poco, buscaríamos la manera de encontrar mi bienestar. Para mí, ella también era una heroína. Nunca pensé que me fuese a poner las cosas tan fáciles sin perder su preciosa sonrisa. Llegó mi cumpleaños. La fiesta fue un desastre. Decidí empezar a ser yo y mis padres estuvieron de acuerdo. Supe que tenía que ser prudente, deseaba que mis familiares y amigos me conocieran realmente, pero no quería hacerles sentir confundidos, tenía que mantener la calma; era mi momento. Me hice esperar. Cuando habían llegado todos los invitados, aparecí vestido de la manera más cómoda y sencilla que pude; unos pantalones vaqueros ajustados y una camiseta de tirantes blanca con una figura azul estampada en el pecho. No me peiné mucho, quise dar libertad a mi pelo, algo que me daba un toque desenfadado que me gustaba bastante, y me perfumé con una colonia muy fresquita de las que usa mamá. Pellizqué mis mejillas para sonrojarlas un poco, era algo que hacía a menudo frente al espejo, me



alegraba el rostro. -¿Pues no dijiste que esto no era una fiesta de disfraces? -dijo uno de mis compañeros de clase. -Y no lo es -contesté. -¡Pero si vas de mariquita! -gritó otro. Se escucharon carcajadas que mi madre aplacó chistando dos o tres veces. Entonces, ella habló por mí. -Edu va vestido como quiere ir. Así se siente cómodo y quiero pediros que, a partir de hoy, lo respetéis como habéis hecho hasta ahora. -¿Pero que el chico es maricón? -dijo mi tío Vicente. -¡Vicente! ¡No hables así, que hay niños delante! Y no, no es maricón. Es una persona que ha nacido en un cuerpo equivocado, y su madre lo sabe desde el mismo día en que nació, ¿estamos? Decenas de voces se empezaron a mezclar formando un murmullo ensordecedor. Algunos se fueron, otros se negaron a darme el regalo que me habían traído porque decían que era para chicos, los más mayores, comenzaron a discutir con muy malos modales y yo, increíblemente feliz, amando a mamá más que nunca, regresé a mi cuarto con la sensación de haber ganado la primera batalla de esta gran guerra que sé que tengo por delante.






... Una historia como otra cualquiera.


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