Cuentos de Catita

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CUENTOS DE CATITA Regresar al índice

01. TIO CONEJO ¿Quieren saber porque el conejo tiene las orejas grandes? Miren: era una vez que el tío conejo, sabiéndose que era demasiado astuto aún siendo pequeñito, se puso a pensar y dijo: - Le voy a ir a decir a Diosito que me haga crecer un poquito porque si yo siendo tan pequeño hago tantas cosas, siendo grande qué no haré. Así que el conejo se dirigió al cielo, tocó la puerta y San Pedro le hizo pasar adonde Diosito; entonces el conejo le dijo a Diosito - Yo quiero que usted me haga crecer un palmo Y Diosito le dice: - Bueno yo te hago crecer pero si es que tú me vas a traer lo que yo te pido. Y le dice él: - Y qué quiere que le traiga; Y entonces Diosito le dice: - Me vas a traer el colmillo de la culebra, el cacho del buey, el casco de la mula y el colmillo del lagarto. Entonces el conejo asintió: - Yo sí le traigo Diosito; la demora es que llegue a tierra. Cuando llegó pues el conejo a la tierra se puso a pensar: - Lo más difícil que se me hace es el colmillo de tío lagarto así es voy a comenzar con él. Y entonces el conejo cogió una guitarra y una botella de aguardiente y se fue a la playa. Él estaba que cantaba y tocaba, cantaba y tocaba la guitarra y lo llamaba al lagarto. El conejo a todos los animales les decía tío y el conejo empezaba: - Tío lagarto venga a tomarse un trago. Y entonces el lagarto le dice: - Ya sobrino ahí voy. Sale el lagarto y se salta a la playa a tomar el trago. Entonces el conejo le daba trago y le daba trago. Y ya tenía escondido un trozo de leño para darle un leñazo para matarlo y coger el colmillo. Cuando ya le dio bastante trago al lagarto se duerme bien borracho; entonces el conejito va y coge el leño y le da un garrotazo en la cabeza y el lagarto se sacude ajo del dolor y se vuelve al agua otra vez y se le fue. - Hoy, dijo el conejo, se me fue mi tío lagarto, ya no le puedo sacar el colmillo. Otro día se fue a otra playa y le invita: - Tío venga para tomarnos un trago. Pero el lagarto le dice:


No porque el otro día me invitaron a tomarme un trago y me dieron un garrotazo que me si me dan en la pala del rabo de hecho me matan, que le dijo. Entonces el conejo que dijo: - Vean donde es el moridero de mi tío lagarto; esta vez sí me lo convenzo y lo mato. Venga tío nomás, que le dijo, que yo no soy malo, venga que yo no le voy hacer nada. Entonces lo convence al lagarto y el lagarto va y de nuevo comienzan a tomar y toma y toma y el conejo trataba de emborracharlo rápido pues ya sabía dónde era que iba a morir. Ya se durmió el lagarto y coge el conejo un garrote y le da un garrotazo en la pala del rabo y ahí nomás el lagarto ya se estiró pues se murió; rápido el conejo coge un cuchillito y le saca el colmillo y dijo: - Ya llevo uno. Ahora a mi tía culebra es facilito, me voy a las matas de coco y cojo un coquito, le hago un hueco y hago un pico. Él sabia que por ahí andaba la culebra; como la culebra silba en el campo el conejo también la silbaba jui, jui y la culebra se iba acercando porque pensaba que era el macho, el culebro macho que le silbaba Cuando estaba más cerca y más cerca el conejo le da un garrotazo la mata y rápido cogió el colmillo y lo metió a la funda. - Ya llevo dos. Como la mula andaba huyendo en ese tiempo se fue por donde pasaba la mula. Aquí la espero a mi tía por aquí tiene que pasar. Así fue que ya venia la mula que sonaba los montes y el conejo dijo: - Ahí viene y se puso a hacer un hueco en la tierra e hizo un hueco bien hondo y estrecho para que justo le entrara el casco a la mula. Cuando llego la mula por ahí que le dice - ¿Qué haces tú conejo por aquí? - Aquí jugando, tía mula, que le dice, mire que yo meto mi manito, usted meta su casquito para ver entonces. - No, que le decía la mula, mi casco no entra ahí porque es grande - No tía, le aseguraba, sí entra, meta nomás haga fuerza y entre el casco. Entonces la mula coloca el casco bien bonito, y el conejo la ayuda a entrar el casco y como el conejo sabía que la mula andaba huyendo le grita: - Corra tía mula que la cogen Y la mula pega la carrera y deja el casco botado; ahí se fue con un solo casco; lo recogió y dijo: - Ya me falta solamente el cacho del buey. Ya llevaba tres le faltaba uno. Y pensó como yo sé por donde pasa mi tío buey se subió a un palo más o menos del alto del buey y se puso a hacer un hueco; por él metía la mano, sacaba la manita y vuelta ahí jugando cuando pasa el buey y le dice: - ¿Qué estás haciendo tu conejo aquí? le dice él. - Aquí jugando ¿no quiere jugar tío? - No, le dice, yo no, porque ando huyendo y si me entretengo me van a coger. - No tío, un ratito nomás, meta su cachito para ver si es que entra aquí. -


Entonces el buey se puso a entrar el cacho y cuando vio que tenía el cacho bien metido en el hueco el conejo le dice: - Corra tío buey que lo cogen Y el buey pega la carrera tras deja el cacho ahí quebrado en el palo. Cogió el conejo el cacho. - Ya ahora sí, ya tengo los cuatro encargos y me voy. Al siguiente día se alistó y se fue al cielo. Cuando llego allá tocó la puerta y dijo San Pedro: - Pasa que allá te está esperando. Y llegó pues donde Diosito y le dice: - Aquí le traigo todo el encargo que usted me ha pedido. Entonces le dice Diosito: - Bueno, ven para acá y siéntate aquí. Lo sentó en una silla, lo cogió de las orejas, de las dos orejitas ¡tran! lo haló para arriba y le crecieron las orejas pero el cuerpo quedo chiquito. Entonces le dice Diosito: - Ahora mírate al espejo y el conejo fue - Uuu si solo me han crecido las orejas y el cuerpo chiquitito, yo así no quería. Y le dice: - Diosito yo quería crecer todo y usted solo las orejas. Le responde Diosito: Es que si tu eres chiquito y tienes tanta astucia qué no harás siendo grande; entonces solamente te hago criar las orejas para que no seas tan astuto. Y por eso es que el conejo es así, orejón y chiquito .

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02. LA SAPITA Un hombre tenía tres hijos; cuando esto los muchachos ya eran grandes El papá tenia un huerto que era un verdurar, era pura verdura. Él lo cuidaba pero cuando él iba a coger verduras ya se las había cogido un caballo; entonces un día le dice el papá de los chicos: - Mañana tú me vas a coger el caballo que me come las verduras Así que el chico se fue y lo encontró al caballo pero no lo pudo coger, Le dice: - Papá el caballo yo no lo pude amarrar. - Mañana vas tú, le dice al otro, al que le seguía al mayor. Al siguiente día fue el muchacho a coger al caballo y tampoco no lo pudo enlazar. Así que le dijo al menor, al más pequeño: - Mañana vas tú y me amarras el caballo Los muchachos se reían, le decían - ¡Qué lo va a poder coger. Si nosotros no lo amarramos que somos grandes y lo va a poder atar él que es más chico! Fue pues el muchacho a por el caballo oiga y el muchacho le hecha el lazo al caballo y lo coge y se lo lleva al papá. Le dice: - Papi, mire, aquí le traigo el caballo que se come las verdurasEntonces el viejito les reta a los otros hijos: - Vieron, les dice, sinvergüenzas que ustedes grandes y no han podido coger el caballo y mi hijo que es pequeño ha traído el caballo; entonces ya amárrenlo ahí en ese palo. Cuando el muchacho lo amarró el viejito por darle el leñazo al caballo se suelta del cabo pues lo rompió y se fue y el viejito se pega en la pierna. Dabas vuelta con ese dolor en y bravísimo retaba a los muchachos; entonces le dicen los muchachos: - Bueno papá, si usted se ha puesto tan molesto con nosotros quédese con su hijo querido que nosotros nos vamos; denos la parte que a nosotros nos corresponde de la herencia y nosotros nos vamos.. El viejito les dio y el muchacho como él no se enseñaba sin los hermanos le dice: - No papá, yo también me voy con mis hermanos. - No mi hijito, usted no se vaya; - Yo me voy también, yo me voy. - Bueno, váyase Y se fue. Los mayores ya le habían cogido tema porque el papá lo había preferido a él. Cuando vieron que venía, - Allá viene, ya mismo verá lo que le vamos a hacer; Había un pilo de las patillas, ya mismo lo cogemos y lo amarramos ahí para que no sea adulón, que dijeron, y fíjense, lo cogieron y lo dejaron amarrado ahí al chico, en ese patillero que daba vuelta que no sabía cómo soltarse Por fin el chico se suelta y ya iba adelante cuando encuentra una casa y ahí se quedaron donde una viejita, le dice señora denos posada, cuando bueno se quedaron ahí los dos muchachos y le dice, había de noche, escuchaban una música ¡qué preciosa oiga! que tocaban


guitarra y una voz que cantaba pero lindo; entonces le dicen los muchachos señora ¿y quién es que canta y toca guitarra por ahí?, ¡pero qué bonito!; entonces la viejita le dice esa es una hija mía, una hija suya que le dice, si que le dice uiii que le dice yo me quisiera casar con ella ¿porqué no me la presenta?; entonces la viejita le dice bueno mañana yo los llevo para presentársela cuando se fueron pues al siguiente día de mañanita la viejita los lleva de mañanita le dice venga mi hijita, que la quieren conocer unos amigos y cuando ¡tas! de una laguna sale una sapita, era una sapa fíjese la que cantaba; entonces bueno le dicen los muchachos y esta sapa es la que canta uii no me gusta que le dice señora yo no me voy a casar con esa sapa; entonces bueno le dice la señora yo los traje porque ustedes me pidieron que los traiga; cuando la segunda noche llega el muchacho el menor por ahí y se queda en la misma casa y le dice la señora así mismo escuchó las canciones, la guitarra y le dice ¿quién es que canta señora tan lindo? ¡pero qué bello que canta!, le dice es una hija mía ¡ay! que le dice, yo la quisiera conocer señora que le dice para ver si yo me caso con ella; entonces la señora le dice no porque a mí dos chicos que pasaron adelante me dijeron lo mismo y me la han despreciado; entonces el chico le dice no señora que le dice preséntemela a mi nomás que yo no la voy a despreciar sea como sea ella, cuando la viejita le dice bueno mire lo que me está diciendo, mañana lo llevo y lo llevó pues al siguiente día de mañanita la viejita ya cuando le dice ve mi hijita venga que la quiere conocer un joven cuando la sapita ¡tas! a la orilla del pozo la sapita; entonces el chico le dice uuii es una sapita, entonces ella le dice si es una sapita que le dice bueno que le dice el chico no importa yo me caso con ella, cuando bueno más adelante los chicos ellos caminaron caminaron y uno se comprometió con una jabonera, el otro más adelante se comprometió con una carbonera, y el chico, el menor, se comprometió con la sapita; Cuando los muchachos regresaron a la casa, conversaron con el papá, le dijeron que ellos se iban a casar, que tenía novia cada uno, entonces el papá le dice, bueno miren les dice el compromiso para sus novias va a ser este: llévenme este perrito que me lo críen bien bonito y llévenme esta camisa que me la cosa cada una, un perrito, una camisa, un perrito, una camisa a las tres nueras, a las tres futuras nueras; entonces bueno le llevaron los muchachos, los muchachos se reían y le decían: y esa sapa como le va a coser esa camisa y como le va a cuidar ese perro esa sapa si es una sapa la novia de mi hermano, que decían; entonces cuando bueno a los tres meses era de retirar la camisa y el perro, cuando a los tres meses ya llegaron pues y la camisa que cosió la carbonera sucita de carbón, ese perro sucito de carbón, porque dormía en los pilos de carbón, este la jabonera ese perro todo pegado de jabón, la camisa toda pegada de jabón, y la sapita el perrito bien bonito y la camisa cosida hasta con hilo de oro, cuando bueno se llegó el día; bueno, le dijo el viejito aunque sea sapita pero es mi nuera y yo la quiero, le dijo que la traiga a la sapita, cuando ya pues fue el día de la boda, cada una llevaba sus novias, las llevaban en caballo; llegó primero el del carbonero, ya pues la hizo bañar bien vestidita; el suegro estaba recibiendo las nueras cuando después llega el de la jabonera bien ya iba arregladita; cuando el chico de la sapita llegó en el caballo y la sapita en el pico de la montura nomás, los muchachos se reían, le decían velo el adefesioso con esa sapa que se va a casar, cuando después llega pues a la casa decían antes el zaguán, llego al zaguán de la casa la sapita y el suegro la estaba esperando ahí pues le da la mano, venga nomás le


dice que aunque usted sea sapita es mi nuera, y viene que el suegro le da la mano a la sapita y cuando salta del caballo, ella se hace una princesa pero preciosa, era un encanto bueno se desencantó la chica hicieron la fiesta la comilona y todo entonces la sapita bailaba, baila, y baila y se metía puñadas de chicharrón al seno y ella se daba la vuelta, apañe suegro, que eso es suyo, y caía puro oro al suelo, y las chicas viendo que la chica hacia eso, ellas también cogían chicharrón, se metían al seno, apañe suegro que eso es suyo, baila y baila puro chicharrón nomás.

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03.- LA HIJA Y LA MAMÁ HECHICERA. Una señora era un poco hechicera y tenía una hija que se llamaba Condicoriana; esta señora llamaba todos los días a la hija a las cuatro de la mañana. - Condicoriana levántate a bañar. Y la chica se levantaba y así días van días vienen; al pasar el tiempo a la chica le salió un novio y entonces la chica decía: - No me voy a poder escapar, porque como la mamá era hechicera se daba cuenta de todo Entonces ella le dice al novio: - Cuando yo me vaya a escapar de la casa le voy a dejar una saliva a mi mamá dentro de la cama, otra saliva a la salida del cuarto, otra saliva en la sala, otra saliva en la escalera y otra saliva le voy a dejar en el patio afuera. Así que ese día la chica se escapa y le deja todas las salivas a la mamita; entonces cuando la mamá: - Ve Condicoriana. - Mande mamita, le decía una saliva en la cama; - Ya levántate a bañar En vista de que la chica solo le hablaba pero no se oía pasos, salía otra vez la señora: - Condicoriana - Ya, le decía la saliva a la entrada de la puerta y ya solo eso; después otra vez: - Condicoriana levántate a bañar - Ya voy mamita. Así todas las otras salivas de la sala, de la escalera, del patio. Cuando llegaron las cinco de la mañana que era la hora en que Condicoriana volvía del baño porque se iba a bañar al río entonces no aparecía y se levanta la señora y se da cuenta que en el potrero no estaban los caballos porque ya la chica le había dicho al novio: - Coge para escaparse el caballo casco de plata y el caballo casco de acero. Había uno casco de oro. Viene el chico y como a él le gustó el caballo casco de oro y el caballo casco de plata. dejó el casco de acero que corría más duro. Cuando llegó la chica al lugar del encuentro ¡uy! le dice: - Pero yo te dije que el casco de oro no lo cojas porque este caballo no corre mucho; pero bueno vámonos porque no tenemos tiempo. Ya mi mamá se ha de haber dado cuenta que yo me he escapado y ha de venir atrás mío. Y así fue pues la señora reparó que ella no estaba y coge el caballo casco de acero que era el que más corría, lo ensilla y se va y corre y corre y corre detrás de la hija que ya la alcanzaba. Pero la chica fue lista y se fue llevando una marqueta de jabón, una botella de ceniza y un paquete de agujas. Cuando vio a la mamá que la alcanzaba se dijo: - Aquí no nos queda más; vamos a tirar la botella de ceniza. Bota la botella de ceniza y se le hace una montaña inmensa, bien tupida, a la señora para que no pueda pasar y la señora se baja, porque la señora era bien ágil, se baja y coge un machete y pica y pica y pica en la montaña hasta que abrió paso en la


montaña; los muchachos habían corrido pero al tiempo alcanzan a ver que la señora salió otra vez a todita carrera en ese caballo corre y corre y ya los tenía cerquita porque el caballo casco de oro no corría mucho. La chica le dice al muchacho: - Pásame la marqueta de jabón. Y tira la marqueta de jabón y se hace una loma altísima, resbalosita; la señora le ponía las espuelas al caballo y subía a media loma y otra vez se rodaba y de nuevo subía y de nuevo se rodaba hasta que por fin pasó al otro lado; cuando la chica la alcanza a ver y le dice: - Ahora sí, ahí viene mi mamá y ahora sí nos coge porque ya tenemos la última defensa nada más; vamos, pásame la botella de agua y el paquete de aguja. Entonces la chica lanza la botella de agua y el paquete de aguja y se hace un río, correntosísimo andaba ese río y la señora se botaba en el caballo y el agua se la llevaba con caballo y todo, y ella necia que quería pasar. Veía la chica a la mamá que luchaba por pasar pero no lo consiguió. La señora se detuvo pero la amenazó: - Te has burlado de mí, te has ido pero te voy a maldecir: el día que tu novio vaya donde su familia cuando lo abrace la primera persona te olvidará para siempre. La chica se fue con esa preocupación porque sabía que la mamá era bruja y se decía: - En cualquier momento me puede alcanzar la maldición que me echó mi madre. En esto llegaron a una casa y vivieron bastante tiempo, tuvieron como unos tres años ahí viviendo solos y sucede que al chico le da deseo de ver a su familia y le dice: - Yo quisiera ir donde mi familia, quiero ir a ver como están. Ella le dice: - No vayas porque te acuerdas que mi mamá me dijo que si tú vas y alguno de tu familia te abraza me olvidarás para siempre Y el chico le responde: - Yo tengo cuidado, no me dejo abrazar de ninguno de mi familia. Fue así como la chica aceptó que se vaya. Le dijo: - Bueno vaya y tenga cuidado. Cuando el chico llegó, la familia contentísima lo quería abrazar porque lo veían a los años y él no se dejaba: - No, no me toquen, que no me toquen Pero una hermana vivía lejos, como cuatro horas de a caballo; la familia le mandó avisar que había llegado el hermano, que venga. El chico se acuesta en una hamaca y se queda dormido; cuando llega la hermana - ¡Ay mi hermano, a los tiempos! Y lo abraza. El chico se olvidó de la chica totalmente, se le borró que él se había casado con la chica y ni la nombraba ni se acordaba de la mujer que tenía; pasaron semanas y el chico no regresaba. Como la esposa tenía poderes también de hechicera, dijo: - Lo voy a buscar. Se hizo una palomita y se fue volando, volando, volando y llega a la casa donde estaba el esposo; el chico estaba en una hamaca sin recordarse nada de ella; la paloma se sienta en la ventana y le dice:


Turututú paloma, ¿te acuerdas cuándo a mi madre le hicimos una montaña bien grande por la que no podía pasar? - Turututú paloma no me acuerdo. Y otra vez: - Turututú paloma, ¿te acuerdas cuándo a mi madre le hicimos la loma resbalosa que le dio mucho trabajo saltar? El muchacho le dijo: - Turututú paloma no me acuerdo. - Turututú paloma ¿te acuerdas cuando a mi madre le hicimos el río correntoso y me echó la maldición de que si te abrazaba uno de tu familia me olvidabas para siempre? El chico le dice: - Turututú paloma, si me acuerdo. Entonces ya ahí se acordó y la chica que se fue hecha palomita se convirtió en mujer y ya se juntaron y quedaron felices. Y colorín colorado, el cuento ha terminado. -

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04.- LA SEÑORA Y EL SALVAJE (JUAN DEL OSO). Había una señora que vivía en el campo; tenía costumbre de salir de noche; un día por la noche sale y por ahí en el monte en donde ella vivía había un salvaje; entonces la encontró pues el salvaje de noche y la cogió al hombro y se la llevó monte adentro, a una cueva; entonces cuando ya entró a esa cueva a pique, debajo de la tierra, ahí a la señora la adentró; ya la señora no se pudo salir porque él, cuando se iba de allí la dejaba bien tapada con una piedra bien grande y la señora no se podía salir, porque era profundo ese hueco ahí donde vivía el salvaje. Un buen día la señora queda embarazada y tiene un niño, un salvajito. Pero ya la señora estaba bien flaquita y no tenía aliento ni para caminar, ni para intentar salirse de ahí. Ese hombre comía carne cruda de animales, por ejemplo perdices, pacharaca, todos esos animales que hay en la montaña y ellos comían crudo nomás porque estaban acostumbrado, pero en cambio la señora no. Pasó el tiempo y el niño, el primer salvajito que tuvieron, iba creciendo, creciendo, creciendo. Luego vino otro salvajito, otro hijito. Cuando ya salía el salvaje la señora le preguntaba: ¿Y dónde vas a buscar aves? Cuando él iba cerca le decía - Huuu Porque él no habla. Y cuando iba lejos le hacía: - Huuuuuuuuuu Que se iba lejos. Entonces el hijo le dice: - Mamita yo ya puedo con la piedra, Porque la piedra era grande como el niño que ya tenía mucha fuerza al estilo del animal de su papá. Entonces le dice: - Cuando mi papá se vaya lejos nos vamos, mamá, de aquí, de esta cueva porque si no usted se va a morir. Y todos los días le preguntaban a donde se iba, cerca o lejos. Cuando decía: - Huuu Cerquita, ahí no iba a demorar. Pero le responde un día - Huuuuuuuuuu Que se iba lejísimos. Entonces el salvajito dijo - Ahora sí aprovechamos, mamita, ya mismo nos vamos. Y el chiquito coge la piedra, la movió, la dejó a un lado y se saltó primero el salvajito; luego sacó a la señora. Pero la señora bien flaquita ya no podía ni caminar, imagínese, como si el viento nomás la quería tumbar; al salvajito chiquito lo dejaron. El salvajito más grandecito la cogió a la mamá al hombro corre y corre y corre hacía fuera buscando siempre el río; corría y corría cuándo alcanzaron a ver que venía el salvaje. La señora asustadísima - ¡Uy hijito. ahora si tu papá nos encuentra nos mata! - No tengas miedo mamita que ya verás lo que le voy hacer Cuando ya estaba bien cerca, el chico la soltó a la mamá y se hizo detrás de un palo y cuando venía el salvaje ¡bún! le bota el palo y lo hizo caer. Como


ese animal cuando se cae demora mucho para levantarse porque no tiene coyuntura, es muy tieso demoraba para levantarse; así que cogió a la mamá de nuevo y corrió bastante; pero el hombre se levantó como pudo y otra vez corre y corre. De nuevo los tenía cerquita cuando otra vez le dice: - Madre estese aquí Y se hizo atrás de una mata de plátano cuando iba el salvaje corriendo, el chico le bota otra vez la mata de plátano al salvaje que iba corriendo y lo hace caer de nuevo. Otra vez corre y corre y corre hasta que ya llegaron a la orilla del río. Venía por ahí un balsero y el chico le llamaba. Llega el balsero a la orilla y los coge la balsa. Iba abriéndose la balsa cuando llega el salvaje con el salvajito chiquito y le enseñaba a la señora el salvajito y le decía: - Chero che, chero che. ¡Quién sabe que era que le decía! Como la señora se iba nomás el hijo le decía: - No mami, no mire, no regresemos, vámonos En esto el salvaje coge el salvajito chiquito de los piecitos y le da contra un palo y lo mató y lo dejó botado y el salvaje se fue. Escapándose llegaron a la ciudad y la señora le dieron trabajo en una casa. Ese niño tenía harto vello, era como salvaje mismamente. La señora cocinaba; Pasado el tiempo la señora dijo: - Yo quiero que mi hijito vaya a la escuela, voy a conseguir si me le dan cavidad en una escuela. Se fue a buscar y le cogieron al niño en la escuela. Cuando ya estaba aprendiendo los niños lo molestaban porque era bien velludo y le jalaban el pelo todo Así que el niño les decía: - No me molesten porque si me siguen molestando yo les voy a dar un puñete que los voy a matar Entonces los niños se le reían: - ¡Qué nos va a matar! Un día estaban formados y comienzan a tirarle los vellos cuando el niño se calienta y les mete un puñete. Tumbó a toditos de la fila. Los profesores alarmados: - ¿Qué pasa con este niño que tiene tanta fuerza? Llamaron a la mamá y le contaron lo que ese niño había hecho. La señora, entonces, les dice: - Yo les quisiera pedir de favor que a mi hijo no lo molesten, que lo dejen nomás. Lo dejaron y pasaron los días. Un día el profesor dijo los niños: - Todos traen ropa de baño que se van a bañar aquí en la piscina. El niño llega preocupado a la casa y le dice: - Mami, fíjese que mañana nos van hacer bañar en la piscina. Y el niño tenía rabo pues que era salvaje y dice: - Y yo ¿cómo voy hacer para que no me vean el rabo? Y la mamá le responde: - Me encargaré de buscarte que no te deje notar mucho el rabo y lo recogerás bien encogidito para que no se te vea


Los niños se fueron con ropa de baño se bañaban y todos los niños lo molestaban mojado; peor, pues los vellos se le hacían nudo; entonces en un descuido le ven el rabo al niño y va un niño y le dice: - Profesor ese niño tiene rabo; venga vea que ese niño tiene rabo. - No lo puedo creer. - Sí, profesor ese niño tiene rabo. Cuando el niño se dio cuenta que lo habían visto, rápido se puso la ropa y se fue a la casa antes que los compañeros; al llegar le cuenta a su mamá: - Mamá, en la escuela me descubrieron que yo tengo rabo; ya no voy a ir a la escuela; y quiero que me operen el rabo. También quiero bautizarme; búsqueme a alguien que sea mi padrino. La mamá le responde: - Está bien, voy a buscar a un amigo para que sea tu padrino. Le buscó el padrino, lo bautizó y la hicieron la operación del rabito; cuando ya a los días le dice el chico: - Mami yo ya no quiero estar en la ciudad, ya no me gusta la ciudad porque usted sabe que yo soy de la montaña. Usted aquí ya queda cuidada y aquí me despido de usted; pero le voy a pedir un último favor: Que le diga a mi padrino que me haga una espada que pese siete arrobas. Entonces la señora le busca al compadre y le dice: - Mire compadre, mi hijo se va a la montaña porque el más se acostumbra allá, pero le pide un gran favor, que le haga una espada que pese siete arrobas. - ¿Siete arrobas? ¿Él va ha poder con una espada que pese siete arrobas? - Si, que le dijo, él quiere una espada de ese peso; - Está bien, yo se la mando hacer. Pero el padrino no se la mando hacer de siete arrobas si no de tres; cuando ya estuvo la espada lo llamaron: - Aquí está su espada - Pero padrino, no pesa siete arrobas le dice, - ¿Acaso va a poder usted, ahijado, con esa espada? Mire, le dijo - Yo la cojo con el dedo chiquito Y el chico la coge con el dedo chiquito y el padrino se queda admirado del chico; se despide de la mamá que se quedó llorando porque su hijo se fue y ella se quedó. El chico se fue camina y camina y encuentra a un hombre botado en el río. atajando la corriente del agua. Y le pregunta: - ¿Qué estás haciendo aquí? Y le responde: - Ataja-río, yo soy ataja-río, yo soy el hombre más fuerte del mundo, no dejo pasar el agua. El muchacho le dice: - Ven acá; si tú me tiras esta espada al otro lado del río yo me quedo contigo atajando el agua; pero si tú no alcanzas la otra orilla, tú te vienes conmigo. - Ya, le dijo ataja-río. Como pensaba que iba a poder pues la espada era chiquita pero en cambio pesaba, sale el ataja-río, la lanza y cayó ahí nomás en el barranco.


- Bueno, tú te vas conmigo. Así de nuevo camina y camina hasta que se topan con uno que estaba desbarrunbando un cerro, desbarrumba el cerro y desbarrumba el cerro. - ¿Qué estás haciendo? Le dice - Yo soy desbarrumba-cerros, yo desbarrumbo todos los cerros Y le dice Juan del Oso, - Que tú eres loco; mira, si tú tiras esta espada del otro lado del río yo me quedo desbarrumbando el cerro contigo y si tú no la mandas del otro lado tú te vas conmigo. Y ya pues, el desbarrumba-cerro cogió la espada y tampoco la mandó al otro lado. Se fue con él. Cuándo más adelante encontró un hombre que cogía los burros y les daba vuelta y vuelta y vuelta y ¡tas! los mandaba al otro lado del río; le dice Juan del Oso - ¿Qué haces ahí amigo? - Yo soy jondea-burro, yo cojo los burros y los mando del otro lado del río; Le dice: - Tírame esta espada del otro lado del río y yo me quedo contigo, de lo contrario te vas conmigo. Y así fue, tampoco llegó al otro lado del río. Llevaba tres. Llegaron a una casa sola y ahí se quedaron. Juan del Oso se quedó en una hamaca ahí acostado, cuando a media noche escuchaba una voz - Caigo o no caigo, caigo o no caigo. Él se levanta y dice: - ¿Y qué es esto de que “caigo o no caigo, caigo o no caigo? Entonces él le dice: - A qué viene tanto caigo o no caigo. Cae de una vez. - Cuando ¡pas! cae una cosa al suelo. Juan del Oso con un foco la alumbraba y era una mano. Se volvió a acostar y al otro ratito caigo o no caigo, caigo o no caigo. Y lo mismo le respondió Juan del Oso; y al son de caigo o no caigo fueron cayendo las manos, los pies hasta por último le cayó el cuerpo entero. Se forma un hombre y pelea y pelea y pelea con ese hombre hasta cuando ya estaba venciendo a Juan del Oso, ya mismo le ganaba la pelea, cuando Juan del Oso se acuerda de su espada, la saca y ¡zas! le corta una oreja. El hombre con la oreja cortada se preocupó, cogió su oreja e iba que gritaba dejando todo el camino ensangrentado. - Yo mañana lo busco a donde se fue. Al siguiente día amaneció y se puso a buscar las huellas por donde el hombre se había ido y se fue camino lejos; en la montaña terminaba la huella de sangre y se veía que se había metido por una cueva. Juan del Oso dijo: - Aquí está metido. Y les dice a los demás compañeros:


A ver, ¿quién quiere ir primero? Bajan con un cabo y cuando ya ustedes tengan miedo, que no quieran seguir, entonces ustedes me suenan el cabo que yo los subo. Se presenta Ataja-río. - Me afloja, nomás, el cabo, que yo voy donde quiera. Cuando ya iban, yo creo ni por la cuarta parte, sonaba el cabo, que lo suban. Entonces lo subió Juan del Oso. - Que venga el Bornea-burros. Lo mandaba y también se regresó de ahí nomás. El último también sonaba el cabo, que lo suba, hasta que dice Juan del Oso. - Ahora me voy yo, a mi me sueltan cabo hasta que yo encuentre qué es lo que hay ahí abajo en esa cueva. Así fue. A Juan del Oso lo amarraron en la silla y le aflojaron cabo y cabo y cabo y cabo hasta que Juan del Oso encontró el plan de debajo de la cueva; era como otro mundo; estaba habitadito, como un pueblo debajo en esa cueva. Llego a una puerta donde había una entrada bien bonita y Juan del Oso se entró ahí y vio una mujer. bien guapa esa chica; entonces le dice la señora: - Y ¿cómo llegó usted aquí? ¿Usted no sabe que a mí me cuida un puerco jabalí que al que llega aquí se lo come? Y le responde: - No tenga miedo, que a mi no me va a comer nadie. - Váyase por favor, porque se lo comen Y sale ese animal jabalí, como chancho pero feroz y se le va encima a Juan del Oso; Juan del Oso saca la espada y ¡tan! lo mata; entonces le dice a la chica - ¿Se quiere ir arriba? - Sí, que le dice, yo estoy es prisionera aquí, yo me quiero ir Y Juan del Oso la amarra en la silla y sonaba el cabo para que lo suban; y ya sube y sube y sube y sube; cuando apareció esa mujer, ¡qué linda, oiga! como una princesa. Los que estaban arriba se peleaban: - Esta es para mí. - Es para mí. Les dijo que mandaran la silla otra y fueron subiendo así, sucesivamente, tres mujeres. La última que subió era mas simpática. Antes de mandar la última se encuentra con el hombre de la oreja que se quejaba - ¡Ay, ay mi oreja, ayayay mi oreja! El hombre que estaba ahí cuidaba a otra mujer; esta señora le dice: - Oiga váyase, que si mi patrón lo ve aquí lo mata. Le contesta: - No, él no me va a matar a mi, yo no le tengo miedo. - Váyase por favor, va a ver lo que le va a suceder. - No, no tenga miedo. Si usted se quiere ir arriba yo me arreglo con el señor. - Ya, le dice, yo sí me quiero ir porque yo estoy prisionera aquí. -


Mire, llévese esta espada y dígale a los que están arriba que van a querer casarse con usted, que si ellos pueden alzar esta espada con el dedo chiquito usted se casa con él; si no, no se casa. Y la amarraron también en la silla y se fue. Cuando llegó pues la chica allá arriba todos se querían casar con ella. Entonces los hizo la propuesta: - El que sostenga esta espada con el dedo chiquito ese es el que se casa conmigo. Ahí se quedaron ellos. Se olvidaron de mandar la silla, fíjese, y Juan del Oso ya no tuvo silla para subirse y entonces - Ahora ¿cómo me voy? Él se daba vueltas y vueltas en ese pueblito, no sabía como salir por el barranco; y le habla al hombre de la oreja: - Te dvuelvo tu oreja y anda déjame en mira; - Ya, pues dámela. - Solo cuando yo esté allá, ahí te doy tu oreja; Y acordaron que lo dejaba mañana en la madrugada. Y le recomendo a Juan del Oso: - Tienes que llevar tonga y coge bastante gallina, (gallinas le decían allá a un pájaro que aquí llaman garrapatero); Juan del Oso, cogió bastantes gallinitas y el hombre de la oreja se hizo un animal grandote; Juan del Oso se subió y el pájaro vuela y vuela para llevarlo y volaba, volaba; cuando en medio camino le decía: - Juan del Oso, dame comida, si no, te boto. Ya pues, Juan del Oso cogía esas pajaritas y ese animal de un solo bocado se comía hasta tres de esas pajaritas; a otro rato vuela y vuela cuando: - Juan del Oso: dame comida, si no te boto. Y otra vez el hombre le daba. Y ya veía que estaban poquitas las gallinas cuando de nuevo le pidió comida. Juan del Oso le dio los últimos pajaritos. - ¡Chutica! ¿Qué le doy? Ya mismo me pide comida y, si no, ya me va a botar Y otra vez - Juan del Oso, dame comida si no te boto. Juan del Oso cargaba una cuchillita y ¡zas! se sacó esto de aquí y le dio al pájaro para que coma; cuando más adelante Juan del Oso dame comida si no te boto y zas! se sacó lo otro, así se iba sacando lo de los pies y de las manos. Cuando por fin llegaron arriba: - Oiga ahora si, aquí estas en tu tierra, dame mi oreja Bueno pues si quieres tu oreja, dame todo lo que te has comido de mi cuerpo. Ahí el pájaro, pas, pas, vomitaba y él se pegaba, vomitaba y se pegaba en los pies y en las manos. Llegó donde estaban las mujeres. Había concursos, había carros, llegaban gentes de otros países a concursar para casarse con esa princesa; nadie podía con la espada. Cuando llega Juan del Oso entra al concurso y dice: - Yo quiero participar en el concurso, voy a coger la espada con el dedo chiquito. - Que vas a poder, si había hombres de buena talla y no podían con eso. -


Llega Juan del Oso coge la espada con el dedo chiquito y la alza. Y dice la chica: - Con éste me voy a casar, este va ser mi esposo. Y se unieron y ya se quedaron juntos. Y colorín colorado el cuento ha terminado. Nota: El salvaje es peludo, no tiene coyuntura, cuando se cae le da mucho trabajo levantarse y los pies son para delante y los talones para atrás.

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05.- UN HOMBRE QUE ERA PESCADOR. Un hombre que era pescador tenía una familia muy corta: eran su hijo, su esposa, un perrito y una gallina. El pescador salió de pesca durante una semana y no pescaba nada; entonces en el río le salió un señor en una canoa pequeñita y le dijo: - ¡Qué! ¿has pescado? - No, hace una semana que no cojo nada Entonces el hombre le dijo: - Si tu quieres yo te lleno la canoa de pescado El pescador le respondió: - ¿Cómo, si yo no he pescado durante una semana? - Si quieres te lleno la canoa en un momento pero a cambio de esto tu me darás al primero que te venga a recibir al puerto. El pescador lo aceptó, lo llevó a un lugar y le llenó la canoa de pescado, mucho pescado. El hombre dijo: - Bueno, porque a veces le venía a recibir el perrito, a veces la gallina y alguna vez su hijo; durante el camino rogaba que fuese el perrito o la gallina quien le fuese a encontrar; pero cual es su sorpresa cuando llegó al puerto que el primero que le va a encontrar es su hijo. - Mi papito, mi papito trae pescado En ese momento pasó el hombre le dio la mano y le dijo: - Según el trato hecho me darás a tu hijo mañana; a las doce de la noche volveré por él. Al día siguiente a las doce de la noche el papá estaba muy triste, la mamá muy triste pero el niño no. El niño les dijo: - Mamá, papá, no se preocupen por mí que yo me voy. Yo creo que voy a pasar bien. LLegó a las doce de la noche la canoa pequeñita con el señor, se embarcaron y se lo llevo. El papá y la mamá quedaron mirándolo mucho rato hasta que la canoa se hundió bajo el agua y desapareció con el niño y el señor. Durante muchos minutos corrieron bajo agua, y bajo el agua encontraron una casa muy bonita con todo arreglado para recibir al niño. Y empezó a darle instrucciones al niño: - Tu aquí vas a tener de todo, comida, compañía, pero no vas a saber quien te acompaña. El chico empezó a pasar días, meses, años en la casa. No le faltaba de nada y tenía compañía solo por las noches pero el no sabia quien lo acompañaba. Después de unos años el chico le dijo al hombre que lo llevó que el quería regresar a casa a ver a su papá y a su mamá. El hombre le dijo: - Bien, puedes ir; te arreglas que yo te voy a llevar. Puedes llevar todo lo que quieras de aquí pero de allá para acá no puedes traer nada en absoluto, nada. El chico arreglo de todo: les llevó alimentos, ropa, dinero y llegó a su casa. Empezó a comentar a su mamá y a su papá que él durante ese tiempo había pasado muy bien allá y que lo único que pasaba era que alguien le


acompañaba en las noches y que él no podía ver quien era; entonces la mamá le dijo: - Cuando te vayas de regreso vas a llevar una velita y una cajita de fósforo. Pero el chico le dijo: - No mamá, porque no puedo llevar nada de mi casa para allá. La mama le respondió: Lo llevas escondidito y nadie se va a dar cuenta de lo que llevas Al final lo convenció. Llego el día en que el chico se fue y llevó su velita y su caja de fósforos. Cuando por las noches le iban a acompañar el chico dudaba; cogía la caja de fósforo y la velita pero dudaba en prenderla: - No, mejor no la prendo. Pasaron algunos días hasta que, en uno de esos, el chico se anima y coge la caja de fósforos, la velita y la prende. Se da cuenta de quien le está acompañando en la cama era una mujer hermosísima, bellísima. El chico con la boca abierta, tan deleitado viendo quien lo acompañaba que le cayó una gotita de la esperma en la mejilla a la mujer que le acompañaba. La mujer de un salto se paró y se puso muy molesta y le dijo: - Para que me vuelvas a ver tendrás que gastar siete pares de botas y llegar hasta la madre del sol para que traigas agua de la que se lava el sol la cara para que me cures mi cara. Así me volverás a ver. Y la mujer desapareció. Se fue al día siguiente el chico: consiguió los siete pares de botas y comenzó su camino, camina y camina, camina y camina, hasta gastar ya cuatro pares de botas. Imagínense ustedes, para ir al sol la tierra es muy caliente, casi como candela, tanto que sus botas se destruían. Entonces llego a un rió inmenso donde la gente iba y venía, iba venía y le dice un hombre al chico - ¿Dónde vas? El chico le responde: - Voy hasta la madre del sol a buscar un remedio, Y le dice el hombre: - Mira, como tú vas a la madre del sol a conseguir un remedio dile que me mande a mí también porque yo estoy todo el tiempo sube allá y baja acá pero no consigo saltar el río. El chico caminó y llegó hasta la madre del sol. La madre del sol es una mujer bien bien, bien morenita y se puso a cuidar al chico porque ella le avisó que era muy peligroso llegar hasta el sol pues el sol se lo iba a comer. Así que la señora lo cuidaba cuando llego el sol decía: - ¡Oh! Madre, a carne humana me huele. La madre decía: qué carne humana si aquí no viene nadie. - Sí madre, hoy a carne humana me huele; si la encuentro me la como. La madre del sol estaba muy preocupada porque el chico está escondido donde ella lo había puesto para que el sol no lo encuentre. La mamá refrescaba al sol con agüita, con agüita la venteaba: - ¡Oh mi hijo! duerma, duerma que no hay nadie. Hasta que en una de esas el sol se quedó dormido y amaneció al día siguiente. La mamá del sol ya había puesto una lavacara para que caiga el


agua con la que el sol se lavaba. Ahí recogió el agua y el sol se fue a alumbrar a otro lado la tierra. Entonces la madre del sol rapidito puso la agüita en un frasquito y le dijo: - Ahora sí, vete porque va a venir mi hijo y esta vez si te va a comer. - Señora, tengo un encargo: un amigo me dijo que le mandes un remedio porque él está queriendo pasar el río y no lo puede saltar. La madre del sol le dijo: - Mira, dile que cuando alguien se embarque a la canoa que bogue él mismo y cuando llegue a la orilla se salte rápido y deje al barquero bogando. - Muy bien. Se fue el chico a toda prisa y regresó cuando ya tenía un par de botas y ya estaban rotas, desparramadas por la tierra caliente. Llegó adonde estaba la canoa y lo pasó y le preguntó el hombre - ¿Y qué es de mi encargo? El chico le dijo: - La madre del sol me dijo que cuando alguien se embarque a tu canoa tu le digas que bogue porque tu estás cansado y cuando llegues a la orilla te saltes y dejes al otro bogando Y le dijo al chico: - ¡Hy! ¿Y porqué no me dijiste antes que saltara yo? El chico se fue y llegó otra vez a la casa donde se le desapareció la mujer y por la noche volvió a darse cuenta de que llegó la compañera. prendió la luz y le puso el agua de la que se lavó la cara el sol en la cara de la chica. Sanó inmediatamente sanó la cara de su compañera y ella se hizo una mujer bellísima, una princesa que se casó con el chico. Colorín colorado el cuento ha terminado, el que no se para se queda pegado.

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06. - UNA PAREJA QUE DECIDIÓ TENER UN HIJO Una vez, en un pueblito, una pareja; ellos tardaron mucho en tener su primer hijo y cuando consiguieron tenerlo pensaron en bautizarlo y dijeron ellos: - Bueno bautizaremos a muestro hijo y le buscaremos un buen padrino. Entonces el papá del niño se puso a buscar al padrino. Salió al pueblo y encontró a un policía. El policía le dijo: - Se ha corrido la voz que has tenido tu primer hijo y que quieres un buen padrino para tu hijo. Yo quiero ser el padrino de tu hijo. Seré un buen padrino para tu hijo porque como soy policía le enseñaré a ser fuerte, le enseñaré a cuidar a su pueblo y le enseñaré muchas cosas buenas. - No, le dijo, eso no es lo que yo quiero para mi hijo. Siguió de camino, y encontró un santo; el santo le dijo: - Se ha corrido la voz que tú andas buscando un buen padrino para tu hijo, como yo soy santo le enseñaré muchas cosas buenas a tu hijo. El hombre le dijo no, no es eso lo que yo quiero para mi hijo. Y siguió de camino; más adelante encontró a la muerte. La muerte le dijo: - Yo sé que tu andas buscando un padrino para tu hijo. Yo soy la muerte y seré una buena madrina para tu hijo. Entonces el hombre le dijo: - Bueno, sí, yo quiero que tú seas la madrina para mi hijo; Y quedaron ya de acuerdo cuándo iba a ser el bautizo. La muerte le dijo: - Dentro de dieciocho días regresaré para hacer el bautizo de tu hijo. La noticia corrió en todo el pueblo; que la muerte iba a ser madrina por lo que toda la gente esperaba ese bautizo. Toda la gente alarmada en la puerta de la iglesia, la gente aglomerada esperando ver cómo iría vestida la muerte para ser madrina. Llegó el ansiado momento; entró la muerte, pero solo un viento. La gente que estaba esperando la entrada de la muerte se quedo helada y el padre, que estaba preparado para hacer el bautizo, cuando llegó la muerte hecha un viento, a él también se le pusieron los pelos de punta. Aún así, se hizo la celebración del bautizo; terminado el bautizo en la misma forma salió la muerte echa un viento, no sin antes haberle dicho al papá del niño, o sea al compadre, a los dieciocho días regresaría a su casa para visitar a su ahijado. La gente esperaba otra vez que la muerte llegaría de nuevo a la casa del niño a los dieciocho días del bautizo, y se puso en espera de que la muerte llegara. A los dieciocho días llegó la muerte así mismo, en forma de un viento subió por la ventana. La gente que estaba abajo aglomerada sintió el miedo, el escalofrió de la muerte pero no la vieron subir, solo el viento. La muerte subió, se entró y le dijo al compadre: - Ven que voy hablar con tigo. Y lo llevó a un cuarto solo y allí le dijo: - Mira, aquí te traigo esta bolsa de oro. Con esto tú tendrás para educar a mi ahijado, criarlo hasta que yo venga. Yo volveré a los dieciocho años.


Y la gente quedó pendiente. El niño crecía, fue a la escuela, fue al colegio y la gente pendiente de la llegada de la muerte que nuevamente tenía que llegar a casa del ahijado. Ese día la casa estaba rodeada de gente y arriba ya no entraba la gente esperando que llegue la muerte. Cuando llegó la hora así mismo la muerte se presentó pero en forma de viento. Entró a la casa y ahora sí lo llamó al ahijado y le dijo: - He venido porque ya eres mayor de edad y te voy a encomendar algo; te voy a hacer un buen hombre, serás un buen médico y aquí te traigo esta planta. Con esta planta tú realizarás curaciones milagrosas. Cuando vayas a visitar a un enfermo llevas esta planta; si me ves a la derecha el enfermo se sana y si estoy a la izquierda el enfermo muere irremediablemente. Se fue la muerte y le dejó la encomienda de la planta al ahijado. Cuando empezó ya el joven a hacer curaciones lo llamaban a un lugar, a otro, a otro, a otro. Iba y curaba los enfermos graves, él los curaba y los levantaba. Cierto día lo llamaron a que vaya a curar a la hija de un rey; la hija del rey estaba grave, grave que se moría. Llegó allá y el médico le dijo: - Tomen, háganle una agüita de esta planta y la enferma sanará. Le hicieron la agüita de la planta y la joven inmediatamente se curó; a los días, otra vez lo llamaron pues el rey estaba bien grave. Cuando llegó a la casa, la muerte estaba a la izquierda. Al verlo la princesa - ¡Uy! doctor, salve a mi padre, no permita que muera, sánelo no permita que se muera, sálvelo, sálvelo. Estando la muerte a la izquierda, el muchacho se conmovió tanto de ver a la hija del rey sufriendo que le desobedeció a la muerte y le dice: - Denle una agüita de esta planta y el enfermo sanará. Le dieron la agüita de la planta y el rey inmediatamente estuvo bueno Después siguió haciendo curaciones. Llego un tiempo en que lo llamaron a otra ciudad afuera de su país y el chico fue a curar un enfermo que estaba de suma gravedad, ya no tenia remedio. Y se había corrido la voz de que él sanaba a los desahuciados y el chico fue llegó allá y curó al enfermo, lo sanó Estando de viaje lo llaman, que la hija del rey estaba enferma de suma gravedad. Él se había enamorado de ella cuando la vio. El chico venía rogando en el viaje, decía, Dios mío lindo, que mi madrina esté a la derecha para que se sane, que mi madrina este a la derecha. Cuando llegó a la casa del rey y mira y la muerte a la izquierda de su enamorada, qué hago le dijo; entonces el chico dijo: - Yo no puedo permitir que mi novia se muera; denle una agüita de esta planta que la enferma curará. La chica se compuso inmediatamente. Ya de regreso a la casa encuentra a la madrina que le dice: - Tú me has desobedecido, yo te dije que si yo estaba a la izquierda el enfermo muere irremediablemente, sea quien sea. Entonces el chico le dice: - No madrina, es que es una buena chica y yo quise que ella se sane. Yo quise curarla. Discúlpeme, madrina, ya no lo haré más. Entonces le dice la muerte:


- Te voy a dar otra oportunidad. Y así fue. A los tiempos lo mandan a ver a otro enfermo y fue. Era una chica que el papá estaba enfermo. - Doctor, sane a mi padre no lo deje que muera, doctor mire que yo soy sola, solo los dos; si mi papá se muere, yo me quedo sola, no sea malito sánelo, sánelo. Y el chico se conmovió tanto de ver a la chica la pena que ella tenía que le dijo: - Dele una agüita de esta planta y el enfermo sanará. Cuando le dio la agüita el enfermo inmediatamente sanó. El chico preocupado porque ya era la segunda vez que le desobedecía a la madrina; cuando llegó a la casa estaba ya la muerte esperándolo y entonces le dice: - ¿Cómo es eso? Ya me has desobedecido por segunda vez que si yo estoy la izquierda el enfermo tiene que morir. Ahora verás, te voy a quitar el poder, te voy a llevar a un lugar donde nunca ha sido visto por nadie. Entonces el chico cogió su maletín, cogió su planta y siguió a la madrina; fueron camina, camina y camina y llegaron a un lugar oscuro, se metieron como por un túnel y llegaron a un lugar donde estaba alumbrado de puras velitas, muchas velas, muchísimas velas prendidas y le dijo: - Ves, aquí este lugar nunca ha sido visitado por nadie; tú lo vienes a ver por primera vez. Todas esas velas que están grandes son los enfermos que todavía duran bastante y las vela chiquita son los enfermos que ya están para morir. Esas dos velas juntas, esas que están ahí, la grande y la chica, la grande eres tú, la chiquita es tu novia que iba a morir; y ya vas a ver lo que voy a hacer con ellas dos Le puso la mano, ¡zas!, ambas las apagó ylos dos inmediatamente murieron, la novia y el novio . Y colorin colorado el cuento ha terminado.

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07. - EL HOMBRE POBRE Había una vez un hombre en el campo; este hombre era pobre; él no tenia plata. Un día salió a la montaña y dijo: - Voy a cazar aves para traer comida a la casa. Se fue a la montaña con su escopeta, despacio mira aquí y mira allá a ver dónde encontraba una ave para tirarla. Cuando se le presenta un hombre en un caballo y le dice: - Amigo, ¿Qué haces aquí? Le dice: - Ah, es que vine a ver si encuentro una ave para llevar a mis hijos - ¿Y no quieres ir a trabajar a mi hacienda? Entonces él le pregunta - ¿Y dónde es su hacienda? - Monta nomás que yo te llevo - Es que no cargo nada, no ando preparado para ir a trabajar. - No, monta nomás que en mi hacienda allá hay todo. Se monto el hombre en el anca del caballo y le puso las espuelas el jinete al caballo y corre y corre y corre en ese caballo; unas pampas grandes que no había nada de árboles sino solamente las pampas limpiecitas. Corre y corre en ese caballo cuando llegaron a una pared altísima, era sumamente alta la pared. El hombre pobre dijo: - Aquí tengo que bajarme. Entonces le dice: - No te bajes que aquí pasamos. El jinete le puso las espuelas al caballo y el caballo da un salto altísimo y llegaron al otro lado. Siguieron corriendo otra vez por esas pampas en las que no había nada de árboles, corre y corre en ese caballo; cuando al final ya habían corrido bastante vieron una casa bien grande, blanquita, de esas casas de hacienda. Cuando el hombre se queda admirado, que dijo: - ¡Dios mío lindo! Cuando llegaron había ganado en esa hacienda, “oiga como usted no tiene idea” eran puras vacas, vacas blanquitas nomás. Entonces el hombre que exclamó: - ¡Dios mío! Es con el Diablo donde yo estoy! Y siguió diciendo el hombre: - Sube y dile a la señora que cocina, que te de comer. El hombre tenía miedo porque ya se había dado cuenta que era la casa del Diablo; de todas manera subió y dice a una señora: - Señora, dice el patrón que me de comer. La señora no le habló sino que, con la cara de lado, le sirvió el plato. El pobre comió y como era tarde no fue a trabajar. Al siguiente día el hombre bajó. Unos rozaban, otros sacaban las vacas, otros iban a buscar los chivos, a hacer miles de cosas le dice: - Patrón ¿y que voy hacer yo? Le dice:


Tú vas a buscar leña, me vas a cargar leña; ándate a la poza y allí vas a encontrar una burra para que me cargues la leña. El hombre cogió un cabo, se persignó él nomás, así quedito con un cabo y se fue camina y camina, camina y camina; nada, que encontraba burras oiga, nada de burra ni burro; cuando más adelante en una poza en de rededor habían puras mujeres que se reían sacándose piojos toditas, una tras otra, en de rededor a la orilla de la poza y se reían esas mujeres y sácase piojo y sácase piojo. Pasó al lado de esas mujeres y volvió a la casa. - Eh ¿y la leña? ¿Porqué no has cargado? Patrón, le dice: - No hay nada de burra, yo solamente he encontrado a un poco de mujeres despiojándose a la orilla de la poza. Entonces el hombre le dice: - Esas son. Dígales nomás: Arrea burra de los Diablos, que esas se paran y esas son. El pobre ya tenía plena seguridad de que estaba con el Diablo - Ya oí, Dios mío, yo estoy donde el Diablo. El pobre cogió su cabito otra vez y encontró a las mujeres y les dijo: - Arrea burra de los Diablos. Esas mujeres se paraban toditas, brincaban, saltaban toditas, se hicieron burras. Y le dijo el hombre: - Coge esa de ahí. El hombre la cogió y se puso a cargar la leña. Esa burra era mañosa ¿acaso que le quería caminar? - Oiga, le dice, pégale nomás, burra sinvergüenza que no quiere caminar, pégale nomás cuando se le caiga, coge un garrote verde y dale duro. La burra se caía con esas cargas de leña, no le caminaba y ese hombre ya le daba coraje pues cogió un garrote, le daba por la cabeza a la burra, le hinchó el ojo; cuando llegó allá le dijo el Diablo: Bien hecho que le hayas pegado, burra de mierda, sinvergüenza mañosa, que no quiere cargar la leña. Llegó el fin de semana y el hombre preocupado porque esa burra estaba como triste, afligida; entonces ya llego el fin de semana le dice: - Patrón, yo ya me quiero ir. - Le responde - Anda ahí a la bodega y lleva de carbón lo que tu quieras, llena, si quieres un saco. - El pobre se puso triste y que dijo: - Uy, yo por carbón he venido a trabajar toda la semana Y que le respondió: - Cuando llegues a tu casa ponlo en una caja, en algo que tú tengas limpio, ponlo ahí. Pero no le dijo nada más, solo eso nomás. - Y todavía mas en mi caja, dijo el hombre, todavía más a ensuciar mi caja, mi ropa, dijo él, así no; -


Entró el hombre a la bodega y cogió carbón en una alforjita pero no cogió mucho, un poquito de cada lado, se echó al hombro su alforja cuando el hombre otra vez le dijo: - Monta al anca que te voy a dejar a donde mismo te encontré. Lo cogió, corre y corre, llegaron a la cerca alta otra vez, saltaron al otro lado y lo fue a dejar donde mismo lo encontró que estaba cazando las aves. - De aquí para allá tú sí conoces; ándate a tu casa. Se fue a la casa. La mujer preocupada, imagínese, de que en toda la semana no sabía dónde estaba. Cuando llegó a la casa le dice: - ¡Uy! ¿Qué has que recién vienes de toda la semana? Nosotros preocupados aquí pensando que te había pasado algo. No, le dice. Es que yo me encontré un amigo por allá que me dijo que fuera a trabajar en su hacienda y yo me fui y más por gusto porque fíjate que me pagó con carbón; pero me dijo que lo guarde en la caja. Entonces la mujer le dijo: - Guárdalo pues si te dijo que lo guardes en una caja por algo será. Sacaron la ropa del baúl, metieron el carbón y lo dejaron tapado. Se sentaron a conversar y le dice el hombre a la esposa: - ¿Cómo están por aquí? ¿cómo han pasado? ¿cómo están los bebes? Entonces la mujer le dice: - Bien, los bebes están bien; mi comadre, dice mi hermana, que está desde el día jueves con un ojo hinchadísimo; le amaneció hinchado que no lo puede ni abrir y no se levanta. Entonces va el hombre y le alza la cama - aah, mi comadre mi comadre está en vida donde el Diablo, Entonces el hombre se dio cuenta que el Diablo lo hizo fue pecar. Por eso fue que le dijo que coja esa y que le pegue para que peque. El hombre asustadísimo - Yo le pegue a mi comadre, Dios mío lindo, perdóname que ha sido mi comadre que esta allá. El hombre amaneció el día siguiente preocupado. Fueron a ver la caja, abrieron la caja, mi hijita, pura plata, puro billete, los carbones se habían hecho billetes. Y se corrió la noticia que el hombre se había ido a trabajar y lo había encontrado ese hombre y se lo había llevado y le había pagado con carbón y que el carbón se le había hecho plata. Llego a la voz de un compadre de él, le dice: - Compadre ¿a dónde fue usted a hacer esa cacería? Él le dio el sitio y todo. El hombre no dijo yo me voy ahí. pero llegó el día que el hombre se fue a la cacería y estaba ahí, haciéndose que cazaba, pero él sabía que lo iban a ver, cuando llega el hombre a caballo y le dice: - Oye ¿qué haces aquí? - Aquí, le dice, que yo soy pobre y vine a cazar aves para llevar para mi casa para mis hijos, para que coman. - Y ¿no quieres ir a trabajar a mi hacienda? - Ya pues - Móntate a caballo que yo te llevo


Lo cogió y se lo llevó al mismo sitio, lo llevó a trabajar. Cuando llegó el fin de semana le dice: - Ya me quiero ir a mi casa, patrón, porque hoy día es sábado. - Ya, pues, le dice, ándate a esa bodega y llena lo que tú quieras de carbón. Como él sabia que se hacia plata entonces cogió un saco grande, oiga llénalo y llénalo, llenecito su saco de carbón, y se lo echó al hombro que ni podía - Bueno, está bien, no importa que hayas llenado bastante; yo te dije que llenes lo que quieras. Lo montó al anca y le cogió el saco así adelante; y lo fue a dejar al mismo sitio donde lo encontró y el hombre contentísimo en su interior porque llevaba bastantísima plata; cuando llegó a la casa le dijo a la mujer: - Yo si traje harto carbón, yo traje un saco grande; desocupa el baúl, saca toda la ropa que ahí lo vamos a poner; cuando la mujer sacó toda la ropa, dejó limpiecito, arregladito y lo dejaron puesto ahí; ese hombre no sabía en qué hora amanezca para ir a ver la plata. Cuando amaneció el día y el hombre dijo vamos a ver qué ha amanecido: pura caca de puerco. Y colorín colorado, el cuento se ha acabado.

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08. - DOS HOMBRES QUE ERAN COMPADRES Una vez en un pueblo había dos hombres que eran compadres, el uno era rico y el otro compadre era pobre; todos los días el compadre pobre iba donde el compadre rico: - Compadre, présteme para comprar el arrozito para mis hijos. El compadre le prestaba por ahí cualquier cosita, platita; otro día otra vez, y después otra vez, así siempre hasta que el compadre rico ya se hostigaba: - No, pues, compadre. ¿Por qué no trabaja sino que viene a pedir y pídeme y pídeme y pídeme? El compadre pobre se dio cuenta - Bueno, la verdad es que ya no voy a molestar a mi compadre rico porque también yo molesto demasiado pidiendo todos los días. Y le dice a la mujer: - Mañana te levantas temprano y me haces un desayuno: un bolón por ahí, un café que yo me voy a buscar trabajo. La mujer se levantó tempranito, a las cinco de la mañana; le hizo café, le hizo un bolón, le cocinó dos huevitos y el hombre se comió eso y se fue. Camina y camina con un saquito en el hombro pensando el hombre. En esto venía una señora en un burrito y entonces le dice: - ¿Dónde te va, buen hombre? - Voy a buscar trabajo, le dice, porque en mi pueblo no hay trabajo y yo tengo mis hijos, tengo mi mujer y no tengo para mantenerlos. Entonces la señora le dice: - Ve, le dice, regrésate a tu casa y llévate este mantelito y dile: “mantelito, mantelito componte” y verás que el mantelito te da de todo. El hombre se regresó a la casa contento. Al verlo le dicen: - Oye ¿y tú no te ibas a buscar trabajo? ¿Y ya vienes? - No, le dice, es que yo me encontré una señora que venia en un burrito y ella me dio este mantelito me dijo que cuando yo llegue a la casa lo ponga en una mesa y que le diga “mantelito, mantelito, componte” y me da de todo. - Vamos haciendo la prueba a ver si es cierto. Pusieron el mantel en la mesa. Entonces le dijeron: - Mantelito, mantelito, componte. Y ese mantelito les dio comida: plata, de todo le dio el mantelito. A los días que el compadre pobre ya no iba donde el compadre rico; tenía meses que ya se le había desaparecido cuando le dice a un empleado: - Oye anda, mira a mi compadre pobre porque tiene tiempo que no viene. Va el muchacho y llega a la casa: ¡IEE señora, señora! Se asomó la señora: - Oiga, dice su compadre que por qué ya no va el compadre, que hace tiempo que no va que qué es lo que le pasa. Y se asoma el hombre:


Dile a mi compadre que yo tengo un mantelito que yo le digo “mantelito, mantelito, componte” y él me da de todo lo que yo quiera. El muchacho fue y le contó todo al compadre rico. Bueno, le dice el compadre rico, anda y dile que me lo preste un ratito para ver cómo es. Fue, pues, el muchacho: - Oiga, dice su compadre que le preste el mantelito un ratito nomás. Pero la mujer le decía al marido: - No le prestes que te lo cambia; el compadre es sabido, no le prestes, no le prestes. - No me lo ha de cambiar, que se lo lleve nomás. Se lo dio y el compadre rico hace la prueba “mantelito, mantelito, componte” y el mantelito le dio de todo. Pero éste mandó hacer otro igualito y se lo manda cambiado. El compadre pobre lo guardó. A los tiempos que se le acabaron las cosas, así que lo pusieron en la mesa “mantelito, mantelito, componte”; pero el mantelito nada. La mujer bravísima le dice: - ¿Viste? Yo te dije que mi compadre te lo iba a cambiar; es sabido. - Deja nomás, le dijo el hombre, no importa. Otra vez salió y se fue a buscar trabajo. Encontró a un señor que venía en un burrito; le dice: - ¿ Adónde te vas? - Voy a buscar trabajo. Pero no sé; tengo como mala suerte. El otro día encontré a una señora que me dio un mantelito y yo le decía “mantelito, mantelito, componte” y él me daba de todo; pero yo tengo un compadre y mi compadre me lo ha cambiado. Y el viejito le dice: - No importa; ándate con este burrito y cuando tú quieras plata, lo que sea, dile “burrito, burrito dame plata” que él te da la plata. entonces el hombre se regresó con el burrito otra vez cuando llego a la casa contento le dice: - Un señor, que me dio este burrito y me dijo que cuando yo quiera plata le diga: “burrito, burrito caga plata” y el burrito caga plata. Así fue; llegó a la casa y le pusieron en el patio una sábana blanca y le dijeron “burrito, burrito caga plata” y ese burrito se desparramó tas, tas, tas pura plata. Así que otra vez el compadre desapareció. De nuevo le dice al muchacho: - Anda, mira a ver a mi compadre que no aparece; será por lo que tiene otra casa. El muchacho se fue con la pregunta y le respondió el compadre pobre: - Yo tengo un burrito que cuando le digo “burrito, burrito, caga plata” él me da toda la plata que yo quiera. Y de nuevo lo envió para pedir al burrito de prestado. Pero a la mujer no le gustó: - No lo prestes, tonto, que mi compadre es sabido; te lo va a cambiar. - ¿Y cómo me va a cambiar este burro? Toma, llévalo que ahí está; Lo llevó al compadre del pobre que le dijo “burrito, burrito, caga plata” y el burrito cagaba ayoras, billetes, de todo, harta plata y el compadre rico, hambriento de plata se quedó pensando: -


Yo se lo cambio. Y le dice al muchacho, anda a verte el burro que esta en el potrero el que es igualito a este y llévaselo. El burrillo caga plata lo mandó al potrero y el del potrero se lo mandó al compadre. Como el pobre tenía la primera plata lo dejo ahí hasta que se le acabó a los días. - Voy a pedirle plata a mi burrito. Tendió la sabana y le dice “burrito, burrito, dame plata” y el burrito tas, tas, tas pura caca. Otra vez la mujer bravísima: - Viste que yo te dije que mi compadre es sabido, que te iba a cambiar el burro. Yo te dije. Te das cuenta que te lo cambió. - Bueno, dijo, no importa. mi compadre es sabido pero está bien, me voy de nuevo puede ser que me halle un trabajo. De nuevo camina, camina y camina cuando venía un viejito con un aparato en el hombro alzado que no podía con eso. El viejito entonces le dice: - ¡Ey! buen hombre ¿dónde vas? - Voy a buscar trabajo. No sé por qué he despreciado dos oportunidades que yo he tenido; yo creo que Diosito me las ha mandado. Yo tengo un compadre pero es sabido. Él tiene plata y me ha engañado dos veces. El viejito le dice: - No te preocupes, mira, ándate a la casa y llévate este aparato. Cuando tú desees lo que quieras enciérralo en el cuarto y di “guatin, guatin, desenguaraca” que esto te da todo, plata, comida, ropa, zapatos, lo que tú quieras te da. Y cuando tu compadre te lo mande a prestar préstaselo nomás, mándaselo nomás, no se lo niegues. Así fue el hombre. Llegó a la casa, metió en un cuarto el aparato “guatín, guatín desenguaraca” y eso le daba plata, ropa, zapatos, comida... era una cosa que tenia como bastantes patas; le daba todito. A los tiempos que el compadre pobre no aparecía donde el rico y pensó: - Mi compadre tiene que tener algo porque no viene. Anda a ver qué es que tiene. Cuando fue a la casa. Oiga, dice su compadre que por qué no va. - Entonces el hombre le dice: - Dile a mi compadre que yo tengo un aparato que cuando yo le digo “guatín, guatín desenguaraca” él me da de todo lo que yo quiera, sea plata, ropa, comida, lo que yo quiero. Y fue el muchacho con esa noticia. El hombre hambriento de interés lo mandó a buscar. - Oiga, dice su compadre que le preste el guatín. - Ya, llévaselo. Se lo bajó y se lo dio el muchacho. Se montó al hombro el aparato y se lo llevó. El compadre rico le hizo un cuarto bien hecho, con llave, se encerró y cuando “guatín, guatín, desenguaraca”. Ese aparato ha cogido, palo y palo, palo y palo que ya el hombre se caía y se levantaba aguadito, que ya no aguantaba más. En estas llamaba: - Ven, muchacho, anda, dile a mi compadre que venga rápido que su aparato me mata. El muchacho iba a toda carrera: - Oiga, dice su compadre rico que vaya, que su aparato lo está matando. -


- Dile a mi compadre que yo voy cuando me mande el mantelito que me cambió. Iba el muchacho a todita carrera con el mantelito, vaya que ya mismo lo mata. - Dile que me devuelva el burrito que me cambió. - Anda, entrégaselo que esta allá donde tú lo dejaste. Corre, dile que venga que me mata su aparato. Cuando recuperó el burrito y el mantelito el compadre pobre fue y no podía abrir porque el hambriento se había encerrado bien encerrado con llave. - Pase la llave para abrir. Y él no podía. Hasta que al final tanto y tanto rompieron y abrieron la puerta. Cuando el hombre entró “guatín, guatín, enguarácate” y el aparato se recogió y el hombre estaba ya golpeadito que sangraba; entonces le dice: - Vio, compadre, por hambriento, porque usted tiene y quiere más.

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09. - EL CONEJO QUE ANDABA HUYENDO DEL TIGRE El conejo andaba huyendo del tigre; siempre lo encontraba y siempre el conejo se le escapaba. Un día se lo encuentra en un árbol de caimito y el tigre le dice al conejo: - Ahora sí te como porque tú me has hecho demasiadas maldades. Ahora sí te como y te como. Entonces le dice: - No, tío tigre, no me coma. Mejor coma caimito. Qué se va a llenar usted conmigo si yo soy chiquito; además que ya le voy a tirar unos caimitos. Cuando el tigre miraba para arriba le tira un caimito en todo el ojo que se lo reventó; le llenó de la leche del caimito y lo dejó ciego. El tigre, por mirarlo adonde estaba, recibe otro y queda ciego. El conejo se baja de ese palo y se fue a todita carrera. El tigre quedó ahí, con sus ojos sacándose esa tela hasta que ya se sacó todo y pudo ver. Siguió de camino cuando a los días lo encuentra tomando agua en un pozo en la montaña; el conejito estaba toma y toma agua y cuando acordó tenía al tigre detrás; entonces le dice el tigre: - Ahora sí no te me vas. - No tío, no sea malito, no me coma tío. Mire, si a mí me han dejado castigado que tengo que tomarme bastante agua para comerme ese queso que está allá debajo, y era la luna, mire ese quesote. Pero usted que es grande, toma rapidito el agua y se come el queso. Lo convenció. Lo dejó al tigre toma agua y toma agua; el tigre estaba piponcísimo, que ya el agua se le regresaba por la boca; cuando el tigre alza la cabeza, mira al cielo y ve la luna dice: - Ve este conejo bandido ya me engaño otra vez, eso no ha sido queso sino la luna que está ahí. Pasaron los días; el tigre decía: - Esta vez que me lo encuentre me lo como porque me lo como; ya no me engaña. Un buen día se encuentra al conejo en un verdurar comiéndose las verduras todos los días Entonces el dueño dijo: - ¡Conejo bandido! Voy a hacer un muñeco de cera y le voy a poner en las manos pan y queso para cogérmelo pegado ahí Llegó el conejo por ahí, a comerse las verduras y vio al muñeco y le decía: - Oye negrito, dame pan con queso porque si no te doy un trompón. Y el muñeco nada. Cuando le metió un trompón y se quedó pegado de la manito. - Aflójame, negrito, y dame pan con queso porque si no te doy otro puñete. Y le dio otro puñete con lo que se quedaba pegado de las dos manitos. El conejo pataleaba y pataleaba. - Suéltame, le dice, que te doy una patada. Y se quedó pegado. Le dio la otra y se quedó pegado de las cuatro patitas. Pegado no podía desprenderse. llega el tigre por ahí y lo encuentra pegado en el muñeco y entonces: - Ahora sí te como, le dijo el tigre, así era que te quería encontrar. El conejito lloraba:


No tío, no sea malito, le dice, no me coma, mire que a mí me han dejado pegado aquí porque me van a traer comida bastante y yo qué me voy a comer la comida que me van a traer. Quédese usted tío, suélteme a mí y usted se queda pegado. Y lo convence y se queda pegado el de las cuatro patas. El tigre le dice: - No me vas a engañar otra vez, no tío, créame que no lo voy a engañar. Llegó el dueño de las verduras y le dice: - Tú eres que te me comes las verduras; ahora verás lo que te voy hacer. El dueño de las verduras había ido a calentar un fierro caliente para ponérselo al conejo pero como encontró al tigre entonces se lo pegó al tigre - ¡Ay! ¡Uy! Ese tigre pataleaba con eso ahí, hasta que por fin se soltó el tigre y se fue quemado. Pasaban los meses, los años y el conejo andaba con miedo donde quiera porque decía: - Mi tío me come si me encuentra Un día se lo encuentra el tigre al conejo dormido en una bola de monte. Al verlo dijo: - Ahora sí que ha llegado tu hora le dice el tigre. - No, tío, le dice, no me coma. Mire que yo estoy esperando aquí, que me van a traer una vaca para que yo me la coma y yo qué me voy a acabar una vaca si yo soy chiquito y usted sí se come una vaca porque usted es grande. Quédese tío, no sea malito, quédese. se l De nuevo lo convenció. Había hecho una camita y estaba acostadito en las hojas cuando le dice: - Acuéstese aquí tío que ya nomás traen la vaca. Cuando lleguen con la vaca le dice que usted es quien se la va a comer. Cuando oiga la bulla de que se acerca cierre bien los ojos, no los abra. Se acostó el tigre y el conejo se va. Alrededor de la bola de monte había un cañaveral y el conejo se fue; pon petróleo y petróleo alrededor de la bola de monte y prendió fósforo; cuando comenzó la candela tras, tras, tras, todos esos cañaverales se quemaban y decía el conejo: - Jaca jojojo, jaca jojojo. El tigre más cerraba los ojos porque decía: - Cierto ya vienen las vacas. Cuando el tigre siente le candela estaba bien cerradito de candela y el tigre se paraba y daba vuelta que no sabía por donde salirse, todo el rededor estaba prendido. Cuando el tigre se vio encerrado no hizo más que pegar un salto y salirse por media candela; por eso es que el tigre es pintado, porque el conejo lo hizo quemar. Se puso buen grave el tigre. En la casa de él andaban los tigrillos, la tigra y el conejo les preguntaba: - Oye ¿y mi tío? - Mi papá está bien grave, decían los tigritos. Mi papá está bien grave porque se ha quemado, no sabemos cómo se ha quemado. Entonces los tigritos le conversaron al tigre que el conejo les preguntaba cómo estaba. Y les dijo el tigre: -


Díganle al conejo que yo estoy muy grave, que estoy a las ultimas y que yo quiero que venga a visitarme. El conejo, como él vio la gravedad de las quemadas, decía, ha de ser cierto que mi tío se va a morir. El conejo se puso a pensar: - Si mi tío se muere yo me voy a quedar con cargos de conciencia porque no lo he visto y yo fui quien lo hice quemar. Al día siguiente encontró a los tigritos y: - Mi tío ¿cómo está? - Ahí, le dijeron los tigritos, mi papá está grave, grave, ya tal vez se muere esta noche, ya no ha de amanecer. Entonces le dice el conejo a los tigritos: - Dile a mi tío que yo voy a ir a visitarlo pero que cuando yo vaya subiendo la escalera en el primer escalón, él de un quejido bien duro, y en el segundo escalón otro bien duro y en el tercero otro mas duro. Fueron pues los tigritos con eso donde el papá y le contaron. El tigre, cuando llegó el conejo al día siguiente: - Tío, tío, tío Nada, estaba quedito el tío tigre - Tío, estoy en el primer escalón. - Jun, hacía el tío tigre - Tío, estoy en el segundo escalón. Mas duro le hacia el tigre. En el tercer escalón JUN JUN hizo un quejido durísimo. -¡Ay! mi tío no tiene nada, le dice, mi tío está bueno. Y colorín colorado, el cuento ha terminado. -

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10. - EL HOMBRE QUE TENÍA FAMILIA PERO NO CÓMO MANTENERLA Una vez, un hombre tenía su familia, pero no tenía cómo mantenerla. Entonces se fue a la montaña y encontró a un hombre en un caballo. Andaba buscando pajaritos por ahí, para llevar a la casa para los hijos cuando se encontró con un hombre en un caballo, con un sombrerote grande que le dijo: - Buen hombre ¿qué andas haciendo? - Aquí, cazando aves para llevarle a mi familia porque no tengo qué darle de comer a mis hijos. Entonces el hombre le dice: - Si quieres yo te doy un saco de plata. El hombre admirado le dice: - ¿Un saco de plata? Y después ¿cómo le pago ese saco de plata? Entonces el hombre del sombrero le dice: - No te preocupes; después de treinta años tú te vienes conmigo. El hombre aceptó y recibió su saco de plata y se la llevó la plata a la casa; pero no le dijo nada a la mujer sino que lo guardó en un sitio donde la mujer no se lo viera. Pasaron los días y el hombre tenía plata: compraba la comida, le daba las ropas a los niños, zapatos, los estudios... todo. Así pasaba el tiempo. Un día el hombre llegó a la conversa con un compadre: - Compadre, le dice, si sabe que el diablo a los años lo llama meses y a los meses le llama semanas y a las semanas, días y a los días horas - ¡Ah! le dice; el hombre preocupado. Yo no sabía si le dice así. Pero el hombre se empezó a preocupar; comenzó a ponerse triste porque se dio cuenta que no eran treinta años sino treinta meses nomás. Y él había hecho el negocio por treinta meses cuando bueno ya pasaban los días y los meses y el hombre más preocupado porque decía que ya tengo poquito plazo para estar aquí. En esto la mujer le dice: - ¿Y qué es lo que te pasa a tú que estás triste? En vez de estar contento que ahora que tienes plata para comer, salir... tú nada, estas triste, no quieres comer nada. ¿Estas enfermo? ¿qué es lo que tienes? Entonces el hombre le dice - No me pasa nada. Pero entre más pasaban los días el hombre más triste, más preocupado; ya ni dormía; se levantaba de noche a la hamaca, se paseaba adentro de la casa y ya no hallaba tranquilidad. Un día amanece y la mujer le dice: - Hoy día me vas a decir qué es lo que a ti pasa, por qué tú estás triste, si tú en vez de estar contento ahora que tienes plata estas triste. Entonces le dice: - Tú no sabes por qué es que yo tengo plata. Es porque el otro día que yo fui a la montaña a cazar las aves encontré un hombre en un caballo con un sombrero grande y entonces me dijo que si yo quería él me daba un saco de plata y por eso es que yo tengo plata. Y él me dijo que me daba el saco de plata y después de treinta años yo me iba con él y yo le acepté le dice. Pero el otro día


conversando con mi compadre me dice que el diablo a los años le llama meses, a los meses días, a los días semanas, y a las semanas horas. Así que ya esta cerquita. Por eso es que yo estoy triste y preocupado. Entonces la mujer le dice: - ¿Y por eso tú te pones triste? No seas tonto. Ándate a la montaña y mata toda clase de pajaritos que tú encuentres, mételos en un saco y sácale las plumas y tú me las traes todas. El hombre se admiraba pensando qué haría esta mujer con estas plumas de estos pajaritos. De todas formas se fue a la montaña y mata pajarito, y mata pajarito y sácale pluma y métele al saco. Así hasta que llenó un saco grande de plumas y regresó a la casa. Pero no tenia ni idea qué iba a hacer la mujer con eso. Ésta le dijo entonces: - Consígueme dos tarros de miel de abeja real y ya verás lo que yo voy a hacerEl hombre le buscó la miel de abeja real. Y le dijo la mujer - Me aclaras el día y la hora que va a venir el diablo a verte. Sacó la cuenta y le señaló el día y la hora. La mujer derramó el saco de plumas en la sala de la casa, así toda bien regadita, se botó el pelo para adelante y se bañó bien empapadita con los dos tarros de miel de abeja. Luego se revolcó bien revolcada. quedo ahí ella disfrazada de un animal que nunca había visto nadie entonces Y le dijo la mujer - Cuando venga el diablo tú me amarras con un cabito y le dices que él te adivine qué animal es éste: que si te adivina qué animal es tú te vas con él; y si no te adivina entonces dile que tú no te vas con él. En esto venía un estruendo de vientos, cosas que daban miedo y el hombre amarró a la mujer y lo esperó al diablo en la escalera. Bajó el diablo de su caballo y le dice: - Vengo a verte - Bueno, yo si me voy contigo pero si me adivinas qué animal es el que tengo aquí amarrado. El diablo le responde: Ya; pues que soy criado en el monte ¿no voy a saber qué animal es? Vamos a verlo. Lo llevó pues el hombre donde tenía amarrada a la mujer, al animal con el cabito, que daba vuelta y vuelta. El diablo empezó a mirarlo y mira y mira y nada - ¿Qué animal es éste? decía el diablo ¿Qué animal puede ser éste que yo nunca en mi vida he visto este animal? Rodeaba al animal y el diablo le tocaba la boca, le tocaba el oído, por donde quiera le encontraba boca y daba más vueltas. En esto el diablo se puso bravo se molesta y dice: - Quédate con tu animal que una boca le apesta más que la otra y salió, montó en el caballo y se fue. Había un viejito que estaba observando la escena y el viejito se reía ¡ja ja ja!; lo que el diablo no sabía es que: cuando él iba a nacer, Regresar al índice la mujer ya era bachiller .


11. - EL HOMBRE QUE TENÍA UNA HACIENDA Un hombre tenía una hacienda; él tenía un vaquero que tomaba cuenta de las vacas, de los animales que faltaban, de los que estaban enfermos y todo. Llegó un tiempo que el hacendado murió y la viuda quedó sola; dependía del vaquero porque él conocía los animales y todo. Llego un día en que las vacas desaparecieron; ni una vaca en el potrero, ni en el corral donde encerraban los chivos, nada alrededor de las pozas, ni una vaca había con el hierro del nombre del hacendado. El hombre montaba todos los días en su caballo decía: - Los voy a mirar para la poza que para allá deben de andar. Vira y vira ese hombre en unos soles y nada. Llegaba la tarde e iba donde la señora patrona diciendo: - He dado vuelta a todo y no hay las vacas, no hay nada. Ella le decía: - Descanse, mañana va de nuevo. El hombre dormía y al siguiente día de mañanita salía de nuevo a las seis de la mañana; otra vez cogía su caballo y nuevamente por otro lado busca y busca y ni una vaca aparecía. Al tercer día el hombre cogió para otro lado, unas pampas lejos, unos potreros lejos desolados que no había nada para allá; el hombre busca y busca y nada. Cuando en una pampa lejos vio a un hombre que venía en un caballo a toda carrera y se encontró con él y le dice: - ¿Qué andas haciendo tú? - Es que ando buscando el ganado de mi patrón; mi patrón murió hace días pero la patrona dice no encuentra el ganado, se ha desaparecido todo, ya no hay nada de ganado; la patrona me manda que busque ese ganado y yo no lo encuentro. El hombre le dice: - ¿Tú quieres ver adónde está el ganado de tu patrona? - Sí; ella me manda que lo busque. Entonces le dice: - Monta al anca. Cogió el hombre del sombrero grande y se lo llevó a toda carrera en ese caballo. Llegaron a un cerca de alambre muy alta y saltaron al otro lado; corre y corre lo llevaba cuando a lo lejos el hombre empezó a ver las vacas del patrón y dijo: - Allá están las vacas de mi patrón. Y ¿cómo es que usted las tiene aquí? El caballo corre y corre cuando vieron una casa grande, una casa de hacienda. Entonces le dice el hombre: - ¿Ves ese hombre que esta allá? - Mi patrón, dijo el hombre asustado. Si mi patrón murió, le dice, ¿cómo mi patrón aquí esta vivo?


El patrón era el que estaba allá, oiga, estaba amarrándose las polainas y afila y afila el machete para trabajar. Ya era tarde y dice el hombre del sombrero al otro: - Anda, dile a la cocinera arriba que te dé de comer. Subió pues a la cocina y vio la cocinera que le llevaba el plato pero así con la cara a un lado. Pero al servirle la comida la vio de frente y se persignó que dijo, ¡Dios mío!, que también ya había muerto y estaba cocinando. - ¡Dios mío yo estoy aquí donde el diablo! ¡Dios mío lindo! ¿ahora qué hago con esta comida?; si no como, el diablo va a decir que por qué no he comido. A lo que la mujer se dio la vuelta el hombre le hizo una crucita al plato y dijo: - En nombre de Dios voy a comer. Se comió la comida, dejó el plato y bajó; el siguiente día de mañana le dice: - Monta para irte a dejar donde te encontré y dile a tu patrona que ya no busque el ganado que ya tú sabes adónde está. Cuando el hombre llegó de tarde, allá donde la señora le preguntó: - ¡Ay!, ¿Encontraste el ganado? - Señora créame que vengo asustado. Le traigo una mala noticia. - Suba, le dice la señora, para que me cuente qué ha pasado. - Mi patrón está en el infierno; yo lo he visto vivito; está trabajando en unos espineros, en unos bejucales y todo el ganado que usted busca está allá señora. Yo no voy a buscar más ganado. Entonces la mujer le dice: - No le digas a nadie, a nadie lo que has visto ni lo que has oído, que yo de aquí en adelante te voy a pasar una pensión para ti y tu familia para que no trabajes; pero eso sí, no le digas a nadie lo que has visto; será un secreto entre nosotros. Ell hombre se quedó con la señora que lo mantenía ocioso. Y colorín colorado, el cuento ha terminado.

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12. - EL HOMBRE SIN CABEZA Mi papá era agricultor. Lo mandaban a San José de la Tranca, vino a San Miguel y después estuvo aquí en la hacienda María de Álvarez. Allí, como en antes era todo como más con miedo, había un punto que lo llamaban Cabrera, donde la gente salía a lavar y había un matapalo grande. Ahí era huerta todo eso, era huerta de cacao, eran unos cacahuales; sabía decir la gente que, cuando iban muy de noche, eso de las doce o una de la mañana, salía un hombre sin cabeza y una gallina con pollitos y que la gente cogía los pollitos y se los metía al bolsillo. Después no aparecía el pollito sino que estaba ensangrentado la ropa; eso sabían decir; y así muchas cosas que veía la gente. Por ejemplo, un hombre que iba con un poncho y que iba alto de la tierra, que no pisaba la tierra. Ahí salían muchas apariciones de terror por eso a los chicos en la casa para que no se vayan lejos de la casa les decían: - Corre que ahí viene el hombre sin cabezas, te coge el hombre sin cabeza Los comentarios que hacían era que a un hombre en una pelea, como antes la gente peleaba mucho al machete ¿no? lo habían muerto con machete, le habían cortado la cabeza, le habían mandado la cabeza lejos, que le había quedado nomás el tronco. Por eso decían que ya nomás penaba sin la cabeza. -

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13. - LA MUJER QUE BOTÓ SU HIJO AL RÍO Mi papá contaba que una señora había estado comprometida con un hombre y a este hombre le cogieron preso y se lo llevaron preso años. Mientras que el esposo estaba preso la señora se hizo de otro compromiso, salió embarazada y nació su niño. A los tiempos, cuando el hombre salió, la señora vivía en el campo, cerca del río. Entonces que las vecinas le dijeron: - Maria allá viene tu esposo ya ha salido de la cárcel, míralo que allá viene. Entonces ella al verse que el marido venía y ella tenía ese niño, que no era de él, si que de otro compromiso, rápido, ella lo ha cogido de la hamaca donde el niño estaba dormidito, ha corrido y lo a botado al rió al niño así fajadito como estaba. Cuando la señora murió dicen que Diosito la mandó a buscar los huesitos del niño todo, hasta el último huesito; por eso es que todavía anda porque le falta una uñita del niñito. Eso sí es verdad porque nosotros vivíamos al lado del río; se la veía que venía lejos, río abajo. Era un cajoncito y en el medio una velita en un matecito y decían que ahí se le veía a ella que andaba bien cunchita en el cajoncito; donde habían las palizadas, ella ahí daba vueltas y vueltas que buscaba ella en las palizada los huesitos del niño. A los niños, en ese entonces, no se les podía dejar que lloren en las casas porque ella se subía con la vela y daba vuelta y vuelta en la casa porque decía que era su niño el que lloraba. La gente cuando tenían sus niños chiquitos que no lloren ni un poquito de las seis para adelante porque decían que llegaba la vela del río a quererse llevar al niño. Se ponía brava cuando la gente estaba pescando; veían que ella recostaba así a la orilla del rió el cajoncito, se acercaba y les tiraba palo, les tiraban terrón.

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14. - PEDRO ANIMAL Y JUAN BOBO Mire, Eran dos chicos que vivían en la casa con su mamá. Al uno le decían Pedro Animal porque era bien malo, era bandidísimo; y al otro le decían Juan Bobo porque era tonto. Estando enferma la mamá de los muchachos, Pedro Animal ya estaba hostigado de lidiarla: - Mi mamá no se muere, porque mi mamá no se muere; si está enferma más es lo que está dando trabajo. Y le decía Juan: - No le digas así a mi mamá, pobrecita, que a ella Diosito todavía no se la lleva. - Tú verás qué haces con mi mamá; yo ya estoy hostigado. Anda, búscale el cura para que venga a confesarla, para que se cure mi mamá. Entonces Juan Bobo se preparaba para ir a buscar el cura y Pedro animal le dijo: - Espérate, te vas en la yegua que está parida Dejó amarrado al caballito chiquito y Juan bobo y Juan bobo se fue en su yegua parida a ver el cura; cuando llegó al convento a donde el curta le dice: - Padrecito, yo lo vengo a buscar para que vaya a confesar a mi mamá que está bien grave. No sea malito, vaya Padrecito - Bueno hijito, vamos. El Padre se puso su sotana, se montó en el caballo y se fueron. Cuando iba pues el Padre en su yegua, corre y corre y corre Pedro Animal los vio que venían lejos, a una distancia. a la bajada de una loma, en una ladera. Cuando se acercaron Pedro Animal baja y suelta el potrillito. Y ese potrillito corre y corre y corre a toda velocidad, por alcanzar a la mamá. Cuando el padre ve al animal que iba al encuentro de ellos le dio miedo y regresa en la yegua a todita carrera. Y cuanto más corría, el potrillito más le seguía a toda carrera. Pedro Animal le había montado a la viejita en el potrillo. La viejita iba ten aquí y ten allá, ten aquí y ten allá. Cuando llegaron a la iglesia el padre de un salto bajó del caballo y la viejita se cayó. Pedro Animal al saberlo le dice - ¡Ay! señor cura, usted mató a mi madre, usted la mató. - No hijito, le dijo el padre, no haga bulla que yo le voy a dar una talega de plata para que no diga nada. Pedro animal le contesta<. - Bueno, está bien; si me da una talega de plata no digo nada. Cuando le dio esa plata Juan Bobo le dijo: - Vamos a hacerle un entierro bien bonito a mi mamá con esta plata. Cuando regresaron a la casa le dice Pedro Animal a Juan Bobo: - Todavía no vamos a enterrar a mi mamá; mañana nos vamos a otra iglesia para que nos den mas plata. Así fue. Fueron a otra iglesia; llamaban las campanas a la misa y la entraron ellos a la viejita y la sentaron en una banca, le pusieron un librito y un rosario. Se habían conseguido un abejón de esos que hacen uuuuh uuuuh y lo pusieron en la boca. El padre dio la misa y la viejita con su rosario y su libro y el abejón uuuh uuuuh en la boca de la viejita y nunca que terminaba el rezo; ese rosario seguía largo ahí y el padre va y le dice: - Señora, señora, ya se terminó la misa; retírese a su casa.


La viejita nada y el abejón uuuh uuuuh - Señora, señora váyase que voy a cerrar la iglesia, que ya se fueron todos, salga. Y la viejita nada uuuh uuuh el abejón. El padre se calienta, señora salga, le dice y le dio un empujón. La viejita alzó la patita y por allá cayó y Pedro Animal había estado en la entrada de la puerta observando y sale a todita carrera. - ¡Ay padrecito! usted mató a mi madre. - No hijito, le dice, yo no le he hecho nada. - No padre, le dice, usted mató a mi madre yo le voy a denunciar - No, hijito, no denuncie nada que yo le doy dos talegas de plata para que calle. Cogió la plata Pedro Animal y se regresaron a la casa. Ahí Pedro Animal a Juan Bobo: - Vamos a hacerle un buen entierro a mi madre. La cogieron y le hicieron un buen entierro a la viejita. Regresaron a la casa y le dice Pedro Animal: - Tú ¿qué quieres de la casa? ¿quieres la puerta o quieres la casa? Entonces Juan bobo le dice: - Yo quiero la casa - Sabes que yo no voy a vivir aquí; cojo mi puerta, me voy y tu te quedas aquí en la casa, responde Pedro Animal Entonces Juan Bobo le dice: - No ñaño, yo no quiero vivir solo; me quiero ir contigo o quédate tu conmigo para vivir los dos aquí. - No, no. Yo me voy con la puerta. Bueno le dice Pedro Animal: - Yo me voy es a la montaña, si tú quieres vamos. Y se fue Pedro animal con su puerta. Imagínese, él se conformaba con la puerta. Y se fue también Juan Bobo. Montaña adentro, camina y camina encontraron un árbol bien grande, bien copadito. Ahí llegaron. Pedro Animal paró su puerta y se puso a mirar arriba, dónde podía poner la puerta como una repisa, como una tarimita. Subió, arregló arriba, cortó unas ramas y las puso bien bonitas así como una camita; entonces se subieron los dos. Entonces le dice a Juan Bobo: - No vayas a estar haciendo bulla que aquí unos ladrones guardan plata y quiero ver donde la guardan porque quiero ser rico. Así que vamos a coger la plata que traen los ladrones. Estaban queditos, jalados los dos arriba, cuando de noche venían ya los ladrones con los caballos cargados de plata; sonaban los sacos de plata que traían. En esto Juan Bobo le dice: - Pedro, Pedro quiero miar. Entonces Pedro Animal: - Oye, no hagas bulla, le decía que los ladrones ya mismo nos matan. Estate quedito. No pudo contenerse. Juan Bobo tas, tas, tas, tas, tas. El orín se vino abajo y cayó encima de los ladrones. Los ladrones miraban y miraban. - Qué animal ha de ser que nos ha orinado. Solamente pueden ser unos monos que andan ahí arriba.


Alumbra y alumbra y ellos bien queditos en la tarima. - No te muevas porque nos matan los ladrones. Cuando los ladrones se descuidaron y vaciaron los sacos de plata para enterrarla Juan Bobo de nuevo: - Pedro, Pedro quiero popó. - Cállate, le decía, no hagas bulla ni hagas eso porque los ladrones nos matan. Cuando a Juan Bobo se le viene eso plas, plas, plas, abajo todito. Los ladrones se disparataron: - Este mono nos está cagando, dijeron. Y alumbra y alumbra buscándolo. Ya mismo los descubrían cuando Pedro Animal cogió un machete y hizo tas, tas y le cortó los cabos a la puerta. Y esa puerta palo abajo bululu, bululu, bululu que sonaba. Los ladrones salieron corriendo: - El diablo, el diablo, vayámonos que esto es el diablo. Los ladrones salieron corriendo. Se bajaron del árbol y se encontraron un ladrón descantiado por ahí, desperdigado solito, cuando lo encuentra Pedro y le dice: - Compañero, compañero te asustaste. - Sí le dice Y Pedro Animalle pide: Saca la lengua. Y el inocente le saca la lengua y Pedro Animal le corta su lengua. Y ladrón rarararara a todita carrera atrás de los demás, asustadísimo, Los otros, que lo veían, más corrían. Así se fueron los ladrones Se pusieron a sacar la plata enterada y había cualquier cantidad. Pedro Animal ensaca plata y mete plata y viajes y viajes para llevar la plata a la casa y todavía dejaron plata botada. Pedro Animal y Juan Bobo se hicoeron riquísimos con el. Y colorín colorado el cuento ha terminado.

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15. - LA MUJER CURIOSA Había una mujer muy curiosa; había escuchado decir que en la época de finados, los muertos se paseaban a media noche; la señora, que era costurera y vivía cerca del cementerio, pensó: - Este año voy a probar si es verdad que los muertos se levantan el día dos de noviembre; me voy a poner a coser para que no me de sueño y voy a quedar despierta hasta las doce de la noche. Llego el día de finados, el 2 de noviembre, y la señora se puso frente a la ventana: cose y cose, cose y cose y se quedaba un rato viendo al cementerio; pasaban los minutos: las once, las once y media, cuarto para las doce cinco para las co, faltaban minutos no más y ella cosía y cosía, alzaba la cabeza y cosía y cosía cuando dan las doce de la noche tan, tan... La señora dijo: - Uy, las doce de la noche, ya mismo han de salir. Se agacha a coser un poquito, alza la cabeza cuando ve que iban saliendo del cementerio miles y miles de velitas alzadas. La mujer exclamó: u - Uy, Dios mío, es cierto que los muertos se levantan y ahora ¿qué hago? Entonces, asustadísima, la señora ve todo un ejército de velitas, derechito, dirigirse para su casa. Se quedó la mujer que no sabía ni para dónde coger; se levantó de la máquina, quiso correr y no pudo; se quedó paradita, ahí nomás; y a lo que iban más cerca veía que eran esqueletitos, esqueletitos que iban llegando. Cuando le tocaron a la puerta: tan, tan, señora, señora, la mujer no sabia que hacer. - Señora, señora, venga un ratito. La señora no tuvo más remedio que bajar por la escalera; entonces un muertito que le dijo: - Señora, téngame esta velita aquí; téngamela hasta mañana que mañana a esta misma hora la venimos a ver. La mujer cogió la vela, subió a toda carrera por la escalera y se metió a la cama, quedito, del susto de semejante pocononón de esqueletitos con velita. Al día siguiente, se levanto bien tempranito, a las seis de la mañana, y miró el toldo porque la velita la había puesto en el toldo. Y la vela se le había hecho un hueso de muerto cuando la mujer más asustada dios mío le dijo al marido ahora yo que hago que hago con esto que era una vela que me dieron y ahora se me ha hecho un hueso y me dijeron que esta noche lo vienen a ver a la misma hora entonces el marido le dice te das cuenta eso es por estar hecha la curiosa le dijo ahora vas a tener que irte a la iglesia ándate a la iglesia y conversa con el cura para ver que te dice entonces la mujer asustada ella cogió ese hueso y se fue a la iglesia y le dijo padre mire yo le vengo a pedir un consejo a ver que yo puedo hacer porque yo a mi me habían contado que los muertos se levantan el dos de Noviembre a las doce de la noche y yo por ver si era verdad yo me he quedado hecha la curiosa dice y he visto que han llegado a mi casa cientos de esqueletitos con velita prendida y me dieron una vela que se la tenga hasta hoy día y la fui a mirar y ya no hay una vela si no un hueso y me dijeron que esta noche la van a ver a la misma hora cuando bueno el padre le dice ¡ay hijita! eso es por ser curiosa lo que te ha pasado eso le dijo te voy a ayudar que le dijo pero no


vuelvas a ser curiosa que le dijo consíguete una niña que sea mora que no este bautizada que sea morita todavía y le dice cuando te vayan a pedir la vela tu bajas con la niña y dice cuando tu le des la vela al que te la pida entonces tu rapidito peñiscas la niña duro para que llore dice si es que la niña llora te salvas si la niña no llora te llevan le dijo. Entonces ya la mujer a si mismo ya estaba pendiente a esa hora que iban a ver la vela ella no dejaba dormir la niña a cada rato la cogía la remecía la hacia llorar para que no se le duerma cuando bueno a las doce de la noche otra vez ese pocón de esqueletitos con velitas cada uno cuando llegaron señora, señora aquí venimos a ver el encargo que le dejamos la mujer baja con la niña se la había puesto aquí en el lado en el encaje de la pierna la bajo y con una mano le dio la vela y con la otra mano rapidito le peñisco la pierna a la niña duro imagínese que la niña pego un grito y aflojo el llanto cuando que el muerto que le dijo te salvaste, pero por curiosa te íbamos a llevar. Y colorín colorado, el cuento ha terminado.

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16. - LA MUJER QUE SE POSESIONÓ DE LA CASA. Era una vez una señora que vivía con el marido en una casa a la orilla del río. El marido tenía una amante que vivía río arriba; en ese tiempo no había pues las lanchas, los carros, nada; la gente andaba en canoa a remo nomás. Un día oyeron de noche, como a las tres de la madrugada, un remo ruin, ruin, ruin, el remo en la canoa rema y rema agua abajo. Al llegar frente a casa : - Hey, hey, oiga señor. Bajaron con candil al puerto, alumbraron y preguntaron: - ¿Qué pasa, qué pasa? - Que traemos a la mujer del señor que vive aquí. La llevábamos en busca de remedio pero se ha muerto. Queremos que nos de posada para velarla aquí en la casa. El señor regresó a hablar con su propia esposa a decirle si podía subir a la difunta que la traían muerta y que no se había llevado con la mujer, con la propia del hombre. Consiguió que la subieran y la velaron toda la noche; prepararon el aguado, las oraciones y todo. Al siguiente día llegó la hora del sepelio y la llevaron a enterrar. Y pasa que enterraron a la señora pero el espíritu de la difunta se quedó en la casa. No se fue esa señora; la veían por todos lados. La dueña de la casa tenía sus hijos y de nuevo estaba embarazada. Cuando un hijo iba a la cocina a hacer cualquier cosa: - Mami, aquí está esa mujer que velaron; aquí, mírela. Que está aquí, que está allá, por todos lados la veían. La señora se ponía bravísima y la insultaba pues no la tenía miedo: - Que si eres mal agradecida, que en vez de haberte ido agradecida porque yo te dejé que te velaran aquí siendo que tú eras mi enemiga, que esto, que lo otro Le hablaba así, bravísima. Y cuando ya pasaba eso y bajaban los muchachos a un huertito que había: - Mami aquí esta la muerta, mírala que está en una mata de aguacate. Tiene las moñas para adelante y está que se mece en una rama. Una vez, de noche, se habían acostado a dormir todos. La casa tenía una sala y el cuarto; en el cuarto le ponían caña pues no habían picaportes. Cuando de madrugada una voz afuera decía: - Mamita, mamita Y como ya sabían el problema de esa muerta que andaba el espíritu rondando dijo el marido a la señora: - Oye, esa chica está afuera. Se levantaron todita la gente con foco y machete. Toca y toca a ver dónde estaba la puerta y no encontraban la puerta. El señor bien valiente tocando así a oscuras encontró la puerta y la abrió. Salió fuera a un pasillo que había en la sala y vio a la muerta que tenía parada a la chica agarrada de la mano. El papá la llamó: - Oiga, mi hija, venga, venga. Y la muerta decía: - No conteste, hijita, no conteste.


El hombre logró agarrar a la muchacha y la muerta también se la jalaba para allá y él para acá hasta que el hombre se la quitó. Se guardaron en la cama temblando de miedo. Dicen que en la sala había un pilo de maíz, que antes acostumbraban a dejar el maíz hecho pilo. Y esa muerta dizque cogía puñadas de maíz y rusa a la pared y todito ese maíz se quedaba regado por allá, por acá, en el piso. A los tiempos la señora quedó embarazada y le llagó el tiempo de dar a luz. Pasados tres días dijo a la hija mayor: - Recógeme los pañales y dóblamelos. La chica estaba doblando los pañales, dobla y dobla los pañales y la mamá de la chica estaba con la cabeza afuera viendo doblar los pañales y el niñito adentro de la cama dormido. Cuando bueno de repente dicen que la señora escuchó a alguien que bostezó dentro de la cama, como un grande ahhhh. - ¡Uy mi hija! Mi hijito ha bostezado como una persona grande. Adentró la cabeza adentro del toldo y el niño estaba bien dormidito, que no se había despertado ni se había movido nada. Entonces, como ya sabían el problema que había, todos se inquietaron, se preocuparon. Cuando el niño ya como a la media noche comenzó a llorar; llora y llora y a las seis de la mañana el niñito se murió. Entonces llegaron a la conclusión que esta difunta a lo mejor tenía algún pecado y dicen que tal vez Diosito le pedía el alma de un angelito para salvarse porque desde aquella vez que ella se llevó ese angelito nunca más apareció. Y colorín colorado, el cuento ha terminado.

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17. - LA CUCARACHITA. Había una vez en una casa una cucarachita; entonces la cucarachita barría, barría, todos los días; un día la cucarachita se encuentra un caramelito; lo cogió, se lo comió y se quedó con la cascarita. Jugaba con su papelito del caramelito y decía: - Qué hago con este papelito: si tengo un real y me compro otro caramelito se me pierde la cascarita, si me compro un bomboncito se me pierde la cascarita. Mejor me voy a rodar tierra a ver si me encuentro una habitud para casarme. Entonces se fue la cucarachita a rodar tierra; camina y camina encontró la cucarachita a un perro. Le dice el perro: - Cucarachita mandinga, tan buena moza, ¿a dónde te vas? - A buscar una habitud para casarme. Responde la cucarachita. Y le dice: - ¿Cómo cantas tú? El perro le hace: - Guau, guau, guau. - Hay, tú cantas feo; yo contigo no me caso. Se fue y siguió adelante. Camina y camina la cucarachita encuentra un burro; entonces el burro le dice: - Cucarachita mandinga, tan buena moza, ¿a dónde vas? - Aquí, a buscar una habitud para casarme. Entonces el burro le dice: - Cásate conmigo Le dice: - ¿Cómo cantas tú Y el burro - Ho, Ho, Ho, Ho. - No, tú cantas feo yo contigo no me caso. La cucarachita otra vez camina y camina. Más adelante encuentra un ratoncito que le dice: - Cucarachita mandinga, tan buena moza ¿a dónde vas? - A buscar una habitud para casarme. La cucarachita le pregunta cómo canta. Y el ratoncito le dice: - Cuy, cuy, cuy, cuy. - Contigo me caso, le dice. Se casaron la cucarachita y el ratoncito. Vivieron algunos tiempitos. Iban a la plaza a comprar: Una veces iban los dos y otras iba la cucarachita sola. Un día la cucarachita había puesto a hervir unos fréjoles; entonces le dice al ratoncito: - Hoy día he puesto unos fréjoles; tú te quedas cuidando los fréjoles y yo me voy a comprar a la plaza; cuidado se van a quemar. - Vaya no más, que yo me quedo cuidando los féjoles. La cucarachita se fue a la plaza y el ratoncito se acordó de los fréjoles cuando vio venir a la cucarachita. Al mirar el fogaz de la olla estaba tan caliente que destapó la olla y el ratoncito, pas, se cayó a la olla y el ratoncito daba vuelta, daba vuelta y se cocinó con los fréjoles. Cuando llegó la cucarachita ya con su canasta de la comida busca y busca al ratoncito en todos los rincones, en los canutos de caña, lo miraba en


los huequitos, en las cuevas... nada. Empezaron a oler los fréjoles pues se estaban quemando. La cucarachita dice: - Se están quemando los fréjoles, voy a mirarlos. Destapa la olla y el ratoncito ya desasido en los fréjoles. La cucarachita llora y llora en una ventana cuando un grillo que era carbonero pasaba en un burro con sacos de carbón. Le dice: - Cucarachita mandinga, no llores. Vayámonos, yo te llevo a vivir a mi casa. La cucarachita se va con el grillo. Éste la puso a cocinar, a lavar. La cucarachita no sabía mucho cocinar y cada vez que le hacía una comida mala el grillo la cogía, golpe y golpe y golpe; le pegaba todas las veces que la comida estaba mal. De tanto golpe la cucarachita no resistió y un día que el grillo llegó la cucarachita ya estaba muerta. Y colorín colorado, el cuento ha terminado.

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18. - EL HOMBRE QUE SE MURIÓ. Un hombre se murió en su casa; el velorio fue como de mucho susto porque estando el muerto dentro de la caja se acercaban animales porque el velorio era en el campo: llegaban ardillas, comadrejas, y la gente se asustaba de tantos pájaros que bajaban alrededor de la caja y se paseaban alrededor del féretro. De noche, cuando ya estaban haciendo el aguado, sucede que se abre la parte del fogón donde estaba la comida y todito se desparrama. La gente corría porque era de espanto. Con tantas cosas y susto amaneció el día. Llego la hora del sepelio y lo fueron a enterrar. Lo traían en el hombro, descansando porque la sepultura era lejos de donde el vivía. Ya estaban bastante cerca cuando vieron detrás a un hombre con sombrero que venía en un caballo a toda velocidad. Cuando llegó al frente de ellos: - He, ¿a quién llevan a enterrar? Un hombre le dice: - A un pariente que se ha muerto. - Bájalo un ratito que lo quiero ver, que ese era un gran amigo mío. Lo bajaron. - Abran la caja La gente que lo llevaba pensaba que era otro susto de lo que habían pasado en la noche. Abrieron la caja con temor y se lo dejaron ver. El hombre se baja del caballo y le dice: - Levántate, dame la mano que te vengo a ver. Y el muerto se sienta y se levanta. El hombre montó al caballo y le dice: - Monta al anca que nos vamos. Y el muerto se monta al anca y el hombre del sombrero tas, tas, tas, tas, tas se lo llevó en el caballo. La gente con tanto susto en ese velorio y ahora uno más grande se pregunta: - ¿Qué hacemos con esta caja vacía? Entonces uno de ellos que dijo: ¿Sabe que haremos? Cortemos un pedazo de bototillo y lo ponemos en la caja como si fuera el difunto. Así fue; cortaron un tronco de bototillo del porte de la caja y lo metieron allí y se lo alzaron al hombro y lo llevaban despacio, despacio. Llegaron al pueblo, lo entraron a la iglesia, le hicieron el rezo y todo. La gente sabía que ya no estaba el muerto, sino el palo para hacer la apariencia. Lo sacaron de la iglesia, lo llevaron al cementerio, lo enterraron en la sepultura y lo dejaron ahí. La gente en sus casas comentaba que el muerto se levantó y se lo llevaron Y colorín colorado, el cuento ha terminado.

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19. - ANTONIA Y BENITO. Una mujer se llamaba Antonia y el marido se llamaba Benito. Cuidaban la casa del patrón; cuando los patrones se iban el fin de semana a la ciudad dejaban a los peones a su cuidado: - Me cuidas la casa que nosotros nos vamos a la ciudad Un fin de semana se fueron los patrones y quedaron Antonia y Benito al cuidado de la hacienda; a media noche, como a las doce, dicen que el hombre escuchó unas maquinarias ruan, ruan, ruan, ruan, ruan, que se movían y sacudían hasta la casa en la que vivían. Cerca estaba la casita donde vivían los peones. En medio del ruido sonaba que desclavaban el zinc del techo y que cogían las planchas y zuas las botaban por allá. El hombre le dijo a la mujer: - Antonia están robando en la casa del patrón; voy a ver. La mujer le dijo: - No vayas porque puede ser algo malo. ¿Qué van hacer a esta hora esas máquinas? ¿Por qué van a sonar tan duro que hacen estremecer la tierra? - No, dijo, yo voy porque después el patrón va a decir que yo he estado aquí y he dejado que le roben. Benito cogió una escopeta y se quedó mirando. Donde era la casa del patrón estaba clarito, clarito y arriba en el techo estaban unos hombres con unos sombrerones y unos cigarrones y unos martillones tas, tas, tas, desclavaban las planchas de zinc y por allá las mandaban. Él se qudó mirando un rato, quedito, escuchando y viendo todo. - Y ahora ¿qué hago yo solito con este poco de gente aquí? De allá para acá venía un tractor rua, rua, rua, como a sacar la casa de abajo y virarla. Él se iba acercando más cuando los que estaban desclavando le enfocaron de frente y lo dejó alumbradito, alumbradito. Él se retiró un poquito y se puso atrás de la mata de un árbol; después otra vez seguían saca y saca. Él dijo: - Se van a llevar todo. Sacaban las cosas del interior, lo que había dentro de la casa. Otra vez se acercó y lo alumbraron dejándolo clarito. Se regresó porque el dijo “qué puedo hacer yo con esta escopetita chiquitita en un robo tan inmenso”. Volvió a la casa y le contó a la mujer: - Oye, le están robando todo al patrón, le están llevando todo. ¿Qué hacemos entonces? La mujer le dice: - ¿Qué puedes hacer tú? No vayas, que esa gente te va matar. Le dice el hombre: - Me voy por la orilla del río, por toda la playa. Se bajó por el barranco, cogió la playa y así, al costado del río, río abajo y nuevamente subió barranco y se puso frente a frete de manera que lo alcanzaron a ver. De nuevo lo alumbraron bien alumbradito. Benito dijo: - No, esto no es cosa buena, me voy para mi casa. Hizo la señal de la cruz y se regresó.


Al día siguiente, Benito, de mañanita se levantó a ver qué habían dejado en la casa del patrón, si habían desbaratado todo. Todo intacto, no se había movido nada, ni el zinc lo habían desclavado, ni la casa la habían movido ni habían sacado nada; todo estaba igual. Y colorín colorado, el cuento se ha terminado.

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20. - DOS COMPADRES QUE SE FUERON A CAZAR GUANTA. Dos compadres que se fueron a cazar guanta; antes había guantas en el campo; es un animal como chanchito que se come. Había abundancia de árboles, que esos animales de veras comen fruta; entonces los compadres dicen: - El fin de semana nos vamos a cazar guanta. Así fue; se juntaron y se fueron. Hicieron cada uno una tarima arriba en árboles pero no se pusieron a cazar juntos si no, por ejemplo, tú te quedas aquí y yo me voy más adelante; en el mismo sector pero no juntos si no separados. El uno se quedó allí y el otro compadre se fue más adelante. Cada uno se subió a esperar quedito, esperando que llegaran. Empezaron a llegar las guantas, una, otra, otra huuu, dicen que el árbol se puso llenecito de guanta que el hombre no sabía ni a cual disparar. Cuando ya estaba apuntando para disparar llega un hombre con un cuero, arrastrándolo con los dientes nomás; lo cogía en los dientes y dale vuelta y dale vuelta. Toditas las guantas se las corrió. Pensaba el cazador ahí arriba: - ¿Qué es esto? ¿Quién ha venido a esta hora de la noche con un cuero cargando así y arrastrando esos animales? Al rato ya el hombre se bajó decepcionado porque no había cogido ni una guanta. Cuando llegó a donde estaba el otro compadre éste le dice: - ¿Y la guanta? - Nada, que le dijo. Llegaron bastantísimo las guantas pero vino un hombre con un cuero en los dientes y todita me las corrió. ¿Y tú? - A mi no me llegó ni una pero yo cuando he estado arriba lo que he visto es una velita todo el rato al pie de este árbol que yo no he sabido cómo bajarme. Cuando yo te vi que venías ahí fue que yo me bajé. ¡Ay compadre! ¿Qué será esto? - Para mi que esto es como el diablo. - Yo digo que es una botija. Yo digo que aquí es una botija porque dicen que cuando hay entierro de botija es que hay vela al pie de los árboles. Mañana nos venimos a sacarla a las seis de la mañana Quedaron que iban los dos. El compadre que vivía más lejos salió prontito a buscar a su compadre pero ésta salió muy de madrugada. Lo siguió pero vio que ya volvía con un saquito en el hombro y le dice: - ¡Ay compadre! La hallaste ¿no? Y que le dijo el compadre: - Sí, compadre, la saqué Entonces el otro compadre: - Me darás algo. - Mañana te doy. Entonces se regresaron. Al siguiente día era el día de los fieles difuntos. El hombre iba al cementerio cuando al compadre que había sacado la botija lo encuentra que ya venía del cementerio. El compadre se paró y le dijo: - ¿Y qué de lo que me dijo?


- Si compadre, aquí la cargo. Se metió la mano al bolsillo y le dio. El compadre ni vio cuánto le dio si no que cogió el paquetito, se lo metió al bolsillo, se lo guardó y que dijo: - Bueno, me voy a tomar una cervecita con esta plata. Y fue a tomar a una cantina. Se dentró, se tomó tres cervezas y dijo: - Voy a pagar ¿Cuánto es? Metió la mano al bolsillo nada, ni un real tenía. Se le había ido la plata y se quedó sin nada. Y colorín colorado, el cuento ha terminado.

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21. - LA CASA DE LAS FIESTAS ( EL FUNDE). Era una vez que en una casa hacían fiesta todas las semanas, bailaban, baila y baila y baila. Dicen que una señora tenía unas hijas que eran simpáticas y ella tenía un negocio que vendía bebidas y todas las semanas hacía baile y baile y baile. Un día llegó un hombre vestido de blanco, con un sombrerote, bien alhajado: todo lo cargaba de oro: anillo, reloj, hasta los dientes eran de oro; pero la curiosidad que llamaba la atención a la gente era que no tenía zapatos, andaba sin zapatos el hombre, bien elegante todo, pero no cargaba zapatos. La dueña de casa: - Pasen, pasen. Enseguida el hombre se sentó e hizo poner cervezas a la mesa y toma y toma y baila y baila con las muchachas. Como los niños son curiosos, un niño sentado en el piso viendo como la gente bailaba se da cuenta que el hombre que andaba sin zapatos tenía espuelas como de gallo. Entonces el niño que dijo ¡Uy! ese hombre tiene espuelas y va y le dice a la mamá: - Mamá, el hombre que anda bailando con mi ñaña tiene espuelas. - ¡Que eres loco! ¿Qué espuelas va a tener ese señor? - Sí mamá, tiene espuelas. - Lárgate, lárgate por allá; tú no tienes que estar metido donde están los grandes. La mamá no le hizo caso; el hombre se terminó esa pieza, se sentó a la mesa pero él como que escondía los pies para debajo Se fue el chico más adelante donde otro señor y le dice: - Señor, señor, mire: el hombre que está sentado allá en la mesa tiene espuelas, mire, como las espuelas que tienen los gallos, tiene unas espuelotas. El hombre sí le prestó atención y que le dijo serio: - Sí, lo voy a comprobar. El hombre se fue dando la vuelta acercándose, acercándose, haciéndose el tonto y le ve la espuela. Y comienza ese hombre a hacer bulla: - ¡Ey! aquí está el diablo, aquí está el diablo, miren que tiene espuela, tiene espuela. El hombre comenzó a cerrar las puertas, cierra ventana, cierra puerta y ordenaba: - Sigan bailando, sigan bailando. Él funde que funde, y la casa se iba funde que funde y funde y dicen que la casa se hundió con todo y no salió más y toda la gente ahí dentro. Se los llevó a toditos. Si le hubiesen hecho caso al niño no se hubiesen hundido. Y colorín colorado, el cuento ha terminado.

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22 LA MADRASTRA MALA Érase una vez que un señor había perdido a su señora. Se quedó viudo. Vivía cerca de una vecina; la vecina, cuando se iba el señor a trabajar, iba a la casa, le cocinaba a los niños, les daba de comer, los bañaba, los vestía, los arreglaba, les hacía todo. Ella le decía a los niños: - Hijitos, díganle a su papito que yo quiero venir a vivir aquí con ustedes para hacerle las cosas y para atender también a su papá; díganle que yo quiero vivir con él. Cuando llegaba el papá, los niñitos le decían: - Papito, dice la vecina que ella se quiere venir a vivir acá con nosotros, que ella nos va a cocinar, que nos va a lavar la ropa, que nos va hacer todo. Entonces el hombre le decía a la más grande: - No mi hijita; los primeros días son sopitas de mieles, después vienen las de hieles. Al siguiente día llega la señora y le pregunta: - ¿Y qué te dijo tu papito? Ahí la niña le decía lo que el papá le había dicho. Después todos los días era eso hasta que un día la chica le dice: - Papi, dice la señora que se quiere venir a vivir acá con nosotros. Tú ¿porqué no la dejas? Nosotros estamos solitos, ella nos cocina, nos lava la ropa y todo; yo sí quiero que venga. Entonces el papá le dice un día: - Bueno, dile que se venga pues. Se fue el hombre a trabajar. Cuando llegó de tarde ya estaba le señora en la casa. Había cocinado, trapeado la casa, había hecho todo bien arregladito. Pasaron los días y esos muchachos eran llorones, eran comilones, ensuciaban mucha ropa, de todo. Y el hombre se encariñó con ella, la hizo su mujer y comenzó él también a hacerle caso a los chismes que le daba. Cuando un día le dice: - Mañana me vas a dejar botados a esos muchachos lejísimo porque ya no quiero lidiar esos muchachos. Tú verás; si quieres te quedas con tus hijos que yo me voy y si no quieres que yo me vaya tienes que botar esos muchachos. El hombre ya no quería a los hijos sino a esa mujer. Y le dijo: - Mañana los voy a dejar perdidos la montaña. La hija más grande estaba oyendo; entonces le dijo a los hermanitos: - ¡Oh! Ñañitos; mi papi dice que mañana nos va a dejar perdidos en la montaña. Nos llevamos una botella de cenizas y llevamos maíz para regresarnos cuando nos deje perdidos. Así fue. Les dijo a los muchachos: - Muchachos, mañana nos vamos a cazar un ave a la montaña. - Ya. Le dijeron los niños; pero ellos ya sabían que los iba a dejar botados. Llevaron la botella de cenizas y el maíz y comenzaron monte adentro. El hombre pica y pica


haciendo camino; la niña iba más atrás, deja cenizas y deja cenizas marcando el caminito; cuando se les acabó la ceniza, comenzaron por el maíz, deja maíz y deja pepita de maíz. Cuando llegaron a la montaña al medio de la montaña les dice el papá, - Ustedes se quedan aquí sentaditos que yo me voy a cazar un ave más para allá, más adelante, más adentro a la montaña. La chica le dice: - Bueno, papá. Se quedaron ellos ahí sentados, cuando ya vino la tarde y comenzó el sol a ir bajando, hasta ocultarse. Cuando le dice la muchacha más grande: - Ñañito, ya mi papi no viene. Vayámonos. Y comenzaron a buscar el trillo y se fueron por el maíz, maíz, maíz; más adelante encontraron ceniza, ceniza, ceniza y los llevó a la casa derechitos. La mujer había hecho unos bollos en la casa y estaban comiendo cuando llegaron los muchachos; entonces dice el hombre: - Le pusiera esta presita a mis hijitos, Y la niña más grande le dice: - Sí, papito La mujer bravísima porque le tuvo que dar comida a los niños. - Mañana me los vas a dejar botados más lejos, que los has ido a dejar cerquita; por eso es que esos muchachos han llegado de nuevo. Al siguiente día otra vez dijo la niña: Mañana llevamos otra vez cenizas, maíz y llevamos cerezas, porque mañana nos van a dejar más lejos. Así fue. Otra vez el hombre les dijo: - Mañana nos vamos a cazar aves a la montaña. Y se fueron otra vez. El hombre pica y pica y pica haciendo un camino; y otra vez la chica riega y riega cenizas; se acabó la ceniza, cogió el maíz y bota maíz y bota maíz; cuando se acabó el maíz deja cereza y deja cerezas y deja cerezas. Y como llevaban una niña chiquita atrás pues la niñita iba que se comía las cerezas, ella botaba y la niña se las comía. Entonces llegaron ya al fondo de la montaña más lejos y le dijo el papá: - Aquí me esperan que yo me voy a cazar aves. Ya la muchacha sabía que los iba a dejar botados. - Bueno papito aquí te esperamos. Esperaron hasta la noche; y no llegaba el papá. Entonces le dice: - Vayámonos por donde venimos. Y comenzaron a buscar las huellas; como la niña se las iba comiendo no encontraron nada. - Uy las cerezas no hay ya. Se pusieron a llorar los niños, llora y llora. Y la niña más chiquita le dice: - Ñaña, es que yo me las comí; tú las ibas botando y yo me las comía. Esos muchachos más lloraban porque ya estaban perdidos; se quedaron perdidos en la montaña. Tenían miedo; decían que en la montaña andaba el tigre: - ¡Uy ñañito! Nos va a comer el tigre; tenemos que hacer una tablilla bien segura que no se nos vaya a caer.


Así pasaron los días en esa tabla. Hicieron una tarima para dormir en un palo, así bien copado y ahí dormían. Como no tenían qué comer, comían hojitas, a veces encontraban frutitas. Pasaban los días, los meses y la muchacha ya era grande, el chico le seguía a la chica mayor, lo mismo la otra chiquita. Entonces sucede que la niña pequeña se enfermó y se murió. - Ahora ¿cómo hacemos con mi ñaña? No había ni cómo enterrarla porque no tenían ni machete para hacer un hueco. Buscaron un palo con un poco de punta, y se pusieron a cavar, hicieron un hueco no muy hondo y enterraron a la hermanita. Duraron ahí durmiendo bastantes meses en ese palo y cuidando la tumba de la hermanita; Un cierto día de madrugada oyeron un gallo: cucurucú, cucurucú. entonces la chica le dice al hermano: - Oye, oye mira que por allá canta un gallo. Bajémonos y quebremos monte en dirección donde canta el gallo para mañana ponernos a buscar el camino y ver si vamos a buscar la casa donde es. Se bajaron a esa hora de la noche. Quiebra cogollo y quiebra cogollo, un buen pedazo; entonces subieron a la tarima a dormir; Esos muchachos ni durmieron; esperaron que aclarase el día, bajaron y buscaron por dónde habían quebrado los cogollos de monte y se fueron por ese camino, camina y camina, cuando más adelante otra vez el gallo cucurucú, cucurucú. Los muchachos contentísimos: - Sí, vamos bien, ya mismo llegamos a la casa. Caminaron al canto del gallo y llegaron a la casa, no cerquita sino un poco lejos. Vieron una viejita que daba vueltas con un sombrero y mueve y mueve a una paila haciendo chicharrón y esos muchachos ¡no cargaban hambre!, les olía eso y decían: - ¿Y cómo le cogemos chicharrón a la viejita para comer? Entonces dice el muchacho: - Yo voy a coger chicharrón. Y se fue con un sombrero a coger chicharrón; entonces rápido el muchacho cogió chicharrón en el sombrero y se fue donde la hermana. Se acabaron rapidito ese sombrerazo de chicharrón cuando el muchacho le dice: - Voy a ver otro. La viejita había sabido ser tuerta. El muchacho otra vez llena, llena cuando el gallo otra vez: - Cucurucú, cuidado, tuerta, te roban. El muchacho llegó con ese sombrero y de nuevo se comieron eso, rapidito. Y el muchacho de nuevo, cuando el gallo: - Cucurucú, cuidado, tuerta, te roban. Y a esa muchacha se le afloja la risa cua cua cua cua cua, cuando oía al gallo lo que le decía; entonces la viejita se vira con el lado del ojo que veía bien: - ¡Uy! mis hijitos ¿qué andan haciendo por aquí que están tan flaquitos? Están sucios, vengan mis hijitos, vengan que ya les voy a dar de comer; los cogió la viejita, los hizo bañar, les dio ropa limpia, les dio de comer. Los muchachos saciaron su hambre. Entonces les dice la viejita: Yo los voy a poner aquí en esta bodega; yo les voy a dar de comer. Aquí van a pasar bien hasta que se me pongan gorditos. Encerró allí a los muchachos pero a ellos no les gustó:


- ¿Por qué nos han encerrado aquí solitos? Todos los días la viejita les llevaba comida que les pasaba por una ventanita chiquita; ahí los muchachos comían. A los días la viejita les comenzaba a decir: - A ver, mis hijitos, ¿cómo están ya están gorditos? enséñenme el dedito. Y los muchachitos le enseñaban un rabito de ratón que se habían encontrado, un rabito seco le enseñaban. Huy mis hijitos, todavía están flaquitos; coman nomás mis hijitos para que se engorden. Y les llevaba más comida la viejita. Pasaron como unos tres meses ahí encerrados. Un día se le pierde el rabito de ratón a los muchachos y ¡chuta! cuando llego la viejita, a ver mis hijitos, enséñenme el dedito, le hubieron que enseñar el dedo, pues ya estaban gorditos. Huy mis hijitos, ya están gorditos, ahora sí van a salir de aquí, ya los voy a sacar. Y los sacó. Salieron los muchachos y la viejita le dijo: - Bueno mi hijita, como usted es mujercita va a echar agua, me llena estos tanques de agua y usted como es varoncito va a cargar leña, bastante leña. Entonces se preguntaban los muchachos muna y otra vez: - ¿Para qué será? Uy, yo no sé que será que esta viejita nos va a hacer. Cuando comenzaron echa agua y echa agua la muchacha y carga leña el muchacho. Estando en esto, una palomita que le venía volando bien bajita le decía: - No seas cojudo, no seas cojudo. Entonces el muchacho le dice: - Oye ñaña, mira que yo todas las veces que vengo con la carga de leña una paloma se me hace bien bajita y me dice que no sea cojudo ¿Qué será que me quiere decir? Entonces la muchacha le dice: - Oye pero ¿por qué no le preguntas? yo que tú le pregunto; otra vez pregúntale para que te diga por qué te dice. Otra vez el muchacho venía con su carga y otra vez la palomita, no seas cojudo. El muchacho se bajó la carga y le dice: - Oye palomita, tú ¿por qué me dices a mí que no sea cojudo? Entonces la palomita le habló y le dice: - Porque esa agua que tu hermana esta cargando y la leña que tú estás buscando es porque la vieja se los va a comer a ustedes. Y ese muchacho se puso asustadísimo; cuando se encontraron ahí se pusieron llora y llora. Cuando le dice la muchacha - ¿Por qué no le preguntaste qué podemos hacer para salvarnos, para que no nos coma? De ahí otra vez fueron los dos encontraron la paloma y le dicen: - Palomita y ¿qué podemos hacer para salvarnos, para que la vieja bruja no nos coma? Entonces les dice la palomita: - Mira, lo único que ustedes pueden hacer, es que la vieja va a poner a hervir una paila de agua y va a poner una tabla encima de la paila y les va a decir que ustedes bailen; entonces ustedes díganle que no saben bailar porque ustedes son criados en el monte, díganle a la viejita que les enseñe. Cuando ella les enseñe en la tabla, ustedes se hacen uno a cada lado y le viran la paila. Así fue. Los muchachos bien mandados pusieron el plan. Y la viejita:


Bueno mis hijitos, aquí van a bailar ustedes, en esta tabla me van a bailar bien bonito como ustedes saben. - Hy señora! nosotros somos criados en el monte y no sabemos cómo se baila enséñenos. Cuando la viejita, ya les voy a enseñar, les dice. Y la viejita se puso baila y baila en la tabla y los muchachos ya cada uno de un lado en la tabla. La viejita baila y baila cuando bun, cayó a la paila que revoloteaba la viejita. La palomita les dijo: - No se lleven nada de lo que hay en la casa, solamente le rajan los senos a la viejita; en los senos ustedes van a encontrar tres perros y una lanza, y solamente eso ustedes se van a llevar, nada más. El resto lo van a dejar. Así hicieron. Sacaron la viejita de la paila, le rajaron los senos y sacaron los tres perritos y la lanza. A los perritos le pusieron el nombre de tigra, león y onza; eran dos perritas y un perrito. Los muchachos cogieron eso y rápido salieron camina, camina, camina y camina. Encontraron una casa sola; los muchachos se quedaron bastante tiempo en esa casa. La chica criaba chancho, criaba gallina; el chico se dedicó a trabajos en el desmonte. Pasó el tiempo y le dice la chica un día: - Ñaño, yo me quisiera casar porque estoy aquí solita. Tú te vas al trabajo y me quedo aquí solita. Yo me quisiera casar con un hombre que tenga la dentadura de oro puro. Entonces el hermano le dice: - Pero ¿cómo te vas a casar viendo que somos los dos. ¿Y te quieres casar tu? No te cases; además un hombre con dentadura de oro puro ¿dónde vas a encontrar ese hombre? Le dice la muchacha: - Está bien. Y se quedó ahí. Al siguiente día el muchacho se fue de mañanita al trabajo y le llegó un hombre a la chica. - Hey, niña asómese. La chica se asomó a la ventana y se le rió: - Ja, ja, ja. ¿Usted no se quería casar con un hombre que tuviera la dentadura de oro puro? Aquí estoy yo. Entonces la chica le dice: - Sí, pero mi hermano no quiere. Y ¿cómo hacemos? - Matémoslo pues, Le dice el hombre y la chica le acepta. Le dice: - Bueno. Pero mi hermano tiene unos perros que son bravísimos, lo defienden de lo que sea, usted no lo puede matar. - Dígale que se los deje, dígale que a usted le da miedo quedarse sola y que le deje los perros. Al siguiente día llegó el muchacho de tarde y que le dice: - Ñaño, mañana me dejas los perros. Entonces le dice el muchacho: - No ¿Por qué te voy a dejar los perros si tú te quedas en la casa? Yo me voy a la montaña y necesito llevar mis perros porque ellos son los que me acompañan, me cuidan. -


No, déjamelos nomás, que a mí me da miedo. Mañana nomás. De ahí te los llevas. El muchacho inocentemente le deja los perros. El muchacho acostumbraba a llevar huevos crudos para comer en el trabajo. Cuando le daba hambre se los comía. Se llevó como seis huevos en los bolsillos. Corta palo y corta palo y corta palo y, mientras, la muchacha había encadenado los perros bien encadenados con unas cadenas gruesotas; cuando llegó el hombre le dice: - Ya están encadenado los perros. Y se fue el hombre camina y camina y camina. El chico que estaba trabajando lo vio a ese hombre extraño que iba así, con hacha y todo para tumbar árbol. Y el muchacho se jala en un palo grandísimo y rapidito se subió altísimo. Cuando el hombre le cayó hacha y hacha y hacha al palo, ya que se lo tumbaba cuando el muchacho: - Tigra, león y onza Tiraba un huevo y se pasaba rapidito a otro árbol grandísimo; los perros lo escuchaban pero no se podían soltar, porque las cadenas eran gruesas. El hombre ya llevaba vencidito otro árbol y el muchacho: - Tigra león y onza. Luego cogía otro huevo y vuelta se lo botaba y se iba a otro palo hasta que el muchacho gritó como cuatro veces. Cuando llegaron los perros rapidito y cogieron ese hombre y lo hicieron cuatro pedazos. Entonces el muchacho se quedó pensando arriba en el árbol y dijo: - Vean, mi hermana quiso que le dejara mis perros y es que me ha querido matar para casarse con el hombre de dentadura de oro puro. Ahora verá lo que voy a hacer. El muchacho llegó a la casa, cogió la lanza y la mató a la chica y la dejó muerta. Cogió su lanza y sus perros y se fue cuando llegó a un río y ahí había una chica bien bonita, una princesa que lloraba. Entonces le pregunta él: - Niña, ¿Por qué llora? ¿Porqué usted que es tan bonita esta llorando? Entonces le dice ella: - Joven, es que todos los reyes tienen que dar a su hija para que se la coma la serpiente. Entonces le dice: - Y ¿por eso usted llora? No llore, yo mato a la serpiente. - No, le dice, ¿qué la va a matar? Ya mismo se lo come a usted también; que me coma a mi solo y no se lo coma a usted. - No, váyase nomás a su casa y dígale a su papá que yo voy a matar la serpiente. La muchacha se fue y contentísima llegó a su casa y dijo que un joven la había salvado, que la había mandado a la casa, que él iba a matar a la serpiente. Venían pues ya los vientos, pues la serpiente se acercaba y el muchacho nomás coge los perros y se los tira uno tras otro. Se los tragó nomás, la serpiente vivitos. Esos perros por dentro cogieron y la hicieron pedacito a la serpiente, se le comieron todas las tripas, la devoraron y la serpiente se murió. Ya muerta la serpiente cogió un cuchillo y le cortó siete lenguas ra,ra,ra,ra,ra y los perritos salieron de adentro bien sanitos, nada les pasó. Entonces le dice el muchacho: - Onza, aquí te doy a guardar esto; cuando yo te las pida me las das. -


Entonces la perrita cogió las lenguas que había envuelto en un pañuelo el muchacho y ¡pas! se las tragó. El chico continuó. Al día siguiente llegó un carbonero que tenía el rey y encontró la serpiente muerta. Le cortó las siete cabezas y llegó el carbonero que ni podía con esas cabezas de la serpiente - Mire, señor, yo maté la serpiente. El rey le creyó. Y le dice a su hija: - Pues tienes que casarte tu con el carbonero porque él ha muerto la serpiente y por él estás viva, tienes que casarte. - No, papá, él no fue que mató la serpiente. - ¿Pero si él me ha traído las cabezas, él la ha muerto? - Bueno, papá, que sea como tú dices pero yo te digo que éste no fue quien mató la serpiente. Entonces a ese hombre el rey lo mandó a bañar bien bañado, le sacaron todo ese tizne del carbón, le pusieron ropa limpia, lo arreglaron bien arregladito. Cuando ya estaba todo el banquete de la boda y se celebraba la ceremonia llegó la perrita oliendo, oliendo los restos de comida que había por ahí en el suelo. Cuando la alcanza a ver la chica y la dice: - Oye perrita, ven acá; anda, dile a tu dueño que venga inmediatamente, que la princesa lo necesita de urgencia. Y la perrita corre, corre y corre, llegó donde estaba su amo y le dijo que la princesa lo necesitaba de urgencia. Cuando llegó el hombre a la fiesta, ya que la iban a casar con el carbonero, le dice la chica: - Papá, ese fue quien mató la serpiente, ese es mi novio, con él es que me voy a casar: El rey, bravísimo con ese carbonero, mandó coger cuatro caballos, lo amarraron de los pies y de las manos y le pusieron espuelas a los caballos, dos para acá y dos para allá y lo hicieron pedazos. De ahí se casaron y el matrimonio fue con el que verdaderamente mató la serpiente. Se fueron a su habitación. La mamá del carbonero era la dama de llaves de la casa del rey. Ella tuvo que hacer la cama; pero la carbonera, brava resentida por lo que le habían hecho a su hijo, cogió y puso unos alfileres envenenados a la almohada del novio. Cuando se fueron a acostar, el novio se hincó el cerebro con los alfileres y se murió. Al siguiente día amaneció muerto y no sabían qué era; lo cogieron, lo velaron y lo enterraron. Esos perritos no se iban de donde lo habían enterrado, ahí estaban los perritos velando. Cuando ya se fue toda la gente los perritos cogieron escarba y escarba y lo sacaron a la tierra; cuando la gente se dio cuenta fueron a avisar al rey que el cadáver estaba otra vez a flote, que no estaba enterrado. Entonces el rey: - Mañana lo que hay que hacer es una fosa más a pique, para que estos perros no lo saquen. Así hubo otra fosa más a pique, más honda y lo volvieron a enterrar. Vuelta los perritos, ahí sentaditos; cuando se fue toda la gente otra vez los perros escarba y escarba y escarba y lo volvieron a sacar. Otra vez le fueron a avisar al rey que cadáver estaba afuera. Dijo el rey: - Este cadáver hay que mandarlo al mar, lo vamos a tirar al mar. Y lo botaron al mar y las olas cargaban esa caja para allá y para acá, para allá y para acá. Los perritos en la orilla del mar corrían gui gui gui, asustaditos, corrían para


allá y corrían para acá. Al final los perritos se botaron los tres nada y nada y nada y se hicieron atrás de la caja y los perritos empezaron empuja y empuja y empuja y lo saltaron a la orilla del mar. Y se quedaron ahí velando su cadáver. Había un pájaro que decía: - La manteca de guaraguao es buena, la manteca de guaraguao es buena. Entonces los perritos decían: - Oye, dice que la manteca de guaraguao es buena ¿cómo cogemos un guaraguao? Entonces la onza le dice a los otros perritos: - Yo me hago la muerta y ustedes me entierran en la arena con la nalga para arriba y cuando venga un guaraguao yo lo cojo del pescuezo. La onza se enterró con la cabeza para abajo y entonces el guaraguao creía que estaba muerta y pícale y pícale cuando la onza salta le aprieta la cabeza al guaraguao que pataleaba . Enseguida los otros perritos lo cogieron, lo mataron y lo pelaron y le sacaron mantequita y le empezaron a poner al difunto en las manos, en la cara, le pusieron en los ojos. El muerto empezó a dar señales de vida. - Cojamos otro. Y otra vez hicieron lo mismo y volvieron a coger otro; lo pelaron y de nuevo le pusieron en todo el cuerpo. Cuando el hombre se sienta, se sentó el muerto. Y esos perritos, rápido, se fueron a otro lado y cogieron otro, le pusieron en la espalda, en las piernas, en todo y el hombre se paró y caminó. Lo llevaron a la princesa y luego lo presentaron al rey. Los perritos con su amo movían el rabito, contentísimos, saltaban y todo. Cuando lo llevaron a su rey le dijeron: - Mira, aquí te traemos a mi amo, te lo entregamos sano y salvo, porque mi amo se murió porque la mamá del carbonero le puso alfileres en la almohada y mi amo se las enterró en el cerebro y por eso se murió; pero nosotros lo hemos salvado y te lo entregamos y hasta aquí te acompañamos. Y los perritos se hicieron unas palomitas y empezaron a volar vuela, vuela, vuela se fueron al cielo las palomitas. O sea que los perros habían sido como unos angelitos que lo cuidaban y se fueron al cielo en forma de paloma. Y colorín colorado, el cuento ha terminado.

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