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10 Poemas de Amor y Muerte Editorial Milenios S.A. DE C.V. Emperadores No. 234 Col. La Joya, C.P. 97230 Mérida, Yucatán.
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10 Poemas de Amor y Muerte
© Derechos reservados © Por Editorial Milenios S.A. DE C.V. Emperadores No. 234 97230-Mérida, Yucatán. E-mail: panaj@milenios.com
ISBN – 790-276-302-4
Impreso en México – Printed in Mexico
Editores: Paola Orozco N., Nayeli Núñez F., Antonio de Jesús Rodríguez P., André A. de la Garza M., Joel Rivera B. 4
Índice Prólogo……………………………………………………………………………………………….…………. 6 Reliquia……………………………………………………………………………………………………..….. 9 Francisco A. de Icaza Fue sueño ayer, mañana será tierra……………………………………………………………... 11 Francisco de Quevedo Otoño………………………………………………………………………………………………….……….. 13 Octavio Paz Morir solo…………………………………………………………………………………………….………. 15 Juan Santiago Quirós Rodríguez Amor……………………………………………………………………………………………………………. 17 Pablo Neruda Solo la muerte………………………………………………………………………………………….….. 18 Pablo Neruda Amor prohibido ……………………………………………………………………………………….... 20 Cesar Abraham Vallejo Mendoza Para entonces………………………………………………………………………………………………. 22 Manuel Gutiérrez Nájera Cristo de mi cabecera………………………………………………………………………………….. 24 Rubén C. Navarro El idilio de los volcanes………………………………………………………………………………. 27 José Santos Chocano
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PRÓLOGO ¿Qué tiene en común al amor y la muerte? ¿Morir por amor? ¿Amor a la muerte? ¿Morir sin haber amado? Dos temas que aparentemente podrían no tener una relación, son tomados y puestos en estrecha unión dentro de esta antología. 10 Poemas de Amor y Muerte, tiene el propósito de presentar diversos escritos poéticos de autores variados, dando a conocer al lector diferentes puntos de vista sobre el amor y la muerte. Se presentan poemas que van desde cómo va muriendo el amor de alguien, con ese sentimiento de impotencia y reclamo en “El cristo de mi cabecera” hasta el deseo explícito de morir en paz, y acompañado de las mejores cosas en “Para entonces”. El tema fue seleccionado con la intención de comunicar de la forma más emotiva estos sentimientos ya antes mencionados. El equipo editorial seleccionó los poemas que mejor se expresaban y fueron recopilados en este documento para que todo aquel que esté dispuesto a leerlos tuviera acceso a ellos. Existen tantas concepciones del amor, que es complicado definirlo. Poner en palabras un sentimiento que causa un millón de reacciones diferentes en cada quien, no es trabajo sencillo.
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¿Y qué hay de la muerte? Es tan misteriosa. No sabemos que pasa después de ella, ni cuando llega. Muchas personas la buscan, otras más simplemente la evitan, el resto, simplemente la esperamos. Pero mientras llega, le dedicamos unos poemas. Además de variedad de ideas, tenemos autores de diferentes lugares de América, principalmente mexicanos, como Francisco A. de Icaza, Octavio Paz, Manuel Gutiérrez, y Rubén C. Navarro, por otra parte están Cesar Vallejo Mendoza y José Santos Chocano de nacionalidad peruana, Francisco de Quevedo, de origen español, Juan Santiago de Quirós, costarricense y el chileno Pablo Neruda.
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FRANCISCO A. DE ICAZA (1863 -1925)
Nació en la ciudad de México y murió en Madrid, España. Amigo de don Vicente Riva Palacio, quien, al ser nombrado ministro de México en España, lo llevó consigo como secretario. Ministro plenipotenciario en Alemania y en España. Representó a su país en el III Centenario del Quijote (Madrid, 1905) y en otras señaladas ocasiones. Fue conocido primero como poeta, pero alcanzó notoriedad con su "Examen de críticos" (1894). En 1901 fue premiado su libro sobre las "Novelas ejemplares de Cervantes", en un certamen de Ateneo de Madrid. Publicó eruditos estudios de historia literaria. Fue miembro correspondiente de la Academia Mexicana, la Española, la de Historia y de la Bellas Artes. El viaje a su país natal en 1924 fue amargado por la polémica a que dio lugar la publicación del Diccionario autobiográfico de conquistadores y pobladores de la Nueva España (Madrid, 1923), parte de cuyo material había sido compilado por don Francisco del Paso y Troncoso.
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RELIQUIA
En la calle silenciosa Resonaron mis pisadas; Al llegar frente a la reja Sentí abrirse la ventana. . .
No quiero verla, no quiero, ¡Será tan triste encontrarla Con hijos que no son míos Durmiendo sobre su falda!
¿Qué me dijo? ¿Lo sé acaso? Hablamos con el alma. . . Como era la última cita, La despedida fue larga. Los besos y los sollozos Completaron las palabras Que de la boca salían En frases entrecortadas. "Rézale cuando estés triste, Dijo al darme una medalla, Y no pienses que vas solo Si en tus penas te acompaña".
¿Quién del olvido es culpable? Ni ella ni yo: la distancia... ¿Qué pensará de mis versos? Tal vez mucho, quizá nada. No sabe que en mis tristezas, Frente a la imagen de plata, Invento unas oraciones, Que suplen las olvidadas. ¿Serán buenas? ¡Quién lo duda! Son sinceras, y eso basta; Yo les rezo a mis recuerdos Y se alegra mi nostalgia, Frente a la tosca medalla.
Le dije adiós. Muchas veces, Sin atreverme a dejarla, Y al fin, cerrando los ojos, Partí sin volver la cara.
Y se iluminan mis sombras, Y cruzan nubes de incienso El santuario de mi alma.
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FRANCISCO DE QUEVEDO (1580 -1645)
Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos, conocido como Francisco de Quevedo, fue un escritor español del Siglo de Oro. Se trata de uno de los autores más destacados de la historia de la literatura española y es especialmente conocido por su obra poética, aunque también escribió obras narrativas y obras dramáticas. Ostentó los títulos de señor de La Torre de Juan Abad y caballero de la Orden de Santiago. Nació en Madrid en el seno de una familia de hidalgos provenientes de la aldea de Vejorís, en las montañas de Cantabria. Su infancia transcurrió en la Villa y Corte, rodeado de nobles y potentados, ya que sus padres desempeñaban altos cargos en Palacio. Su madre, María de Santibáñez, era dama de la reina, y su padre, Pedro Gómez de Quevedo, era el secretario de la hermana del rey Felipe II, María de Austria. Huérfano de padre a los seis años, le nombraron por tutor a un pariente lejano, Agustín de Villanueva. En 1591 falleció su hermano Pedro. Pasó al Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, en lo que hoy es el Instituto de San Isidro de Madrid, y estudió Teología en Alcalá sin llegar a ordenarse, así como lenguas antiguas y modernas. Es lugar común que durante la estancia de la Corte en Valladolid circularon los primeros poemas de Quevedo que imitaban o parodiaban los de Luis de Góngora bajo seudónimo (Miguel de Musa) o no, y el poeta cordobés detectó con rapidez al joven que minaba su reputación y ganaba fama a su costa, de forma que decidió atacarlo con una serie de poemas; Quevedo le contestó y ese fue el comienzo de una enemistad que no terminó hasta la muerte del cisne cordobés, quien dejó en estos versos constancia de la deuda que Quevedo le tenía contraída.
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FUE SUEÑO AYER, MAÑANA SERÁ TIERRA...
Fue sueño ayer, mañana será tierra. ¡Poco antes nada, y poco después humo! ¡Y destino ambiciones, y presumo Apenas punto al cerco que me cierra! Breve combate de importuna guerra, En mi defensa, soy peligro sumo, Y mientras con mis armas me consumo, Menos me hospeda el cuerpo que me entierra. Ya no es ayer, mañana no ha llegado; Hoy pasa y es y fue, con movimiento Que a la muerte me lleva despeñado. Azadas son la hora y el momento Que a jornal de mi pena y mi cuidado Cavan en mi vivir mi monumento.
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Octavio Paz (1914 -1998)
Octavio Paz Lozano fue un destacado escritor y diplomático nacido durante la Revolución en Ciudad de México el 31 de marzo de 1914, y fallecido en la misma ciudad el 19 de abril de 1998. Dadas las actividades políticas del padre, que lo mantenían fuera de casa por largos períodos, su crianza estuvo a cargo de su madre, una tía y su abuelo paterno, novelista que influyó mucho en sus primeros contactos con la Literatura. Su variada vida profesional abarcó desde la participación en la Embajada de México en la India hasta la docencia en numerosas universidades estadounidenses. Su obra, influenciada desde temprano por poetas europeos de la talla de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, comprende tanto denuncias de carácter social como análisis de naturaleza existencial. Entre sus poemarios destacan "Libertad bajo palabra" y "Salamandra". El ensayo "La búsqueda del comienzo" es un buen ejemplo de su encuentro con el surrealismo en Francia. A su extensa y rica producción literaria deben sumarse las traducciones, como ser su versión en español de "Antología De Fernando Pessoa", sobre poemas del escritor portugués. Su estilo se ha transformado a lo largo de los años, producto de la apertura mental e ideológica del escritor, que nunca dudó en experimentar y adaptarse a las nuevas tendencias.
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Otoño
En llamas, en otoños incendiados, Arde a veces mi corazón, Puro y solo. El viento lo despierta, Toca su centro y lo suspende En luz que sonríe para nadie: ¡Cuánta belleza suelta! Busco unas manos, Una presencia, un cuerpo, Lo que rompe los muros Y hace nacer las formas embriagadas, Un roce, un son, un giro, un ala apenas; Busco dentro mí, Huesos, violines intocados, Vértebras delicadas y sombrías, Labios que sueñan labios, Manos que sueñan pájaros... Y algo que no se sabe y dice «nunca» Cae del cielo, De ti, mi Dios y mi adversario.
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Juan Santiago Quirós Rodríguez (1914 -1998)
Juan Santiago Quirós Rodríguez nació en Tres Ríos, provincia de Cartago, Costa Rica, el 1 de enero de 1946. Hizo sus estudios primarios en la escuela “Juan de Dios Céspedes”, de esa localidad. Los secundarios, en el colegio de “Omar Dengo”, en San José. Cursó la carrera de lingüística en la universidad de Costa Rica, donde obtuvo la licenciatura, con una exhaustiva investigación sobre la lengua chorotega o mangue. Desde 1967, trabajo en diferentes colegios de San José: Liceo de Costa Rica, Colegio Nuevo, Instituto de Alajuela, Omar Dengo y Saint Francis, como profesor de lengua y literatura. A partir de 1981, inicio su carrera como docente e investigador universitario, primero en la sede Rodrigo Facio, donde impartió lecciones de gramática española; y luego, en la sede de Guanacaste, a la que llego en 1984. En esta institución, además de profesor, fue coordinador de estudios generales, coordinador de docencia, subdirector y director, en el cuatrienio 90-94.
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Morir solo
Tengo derecho a morir solo, Sin curiosos Que pululen a mí alrededor. Morir escuchando Las melodías queridas, Los amados versos; Viendo Las fotografías añoradas, Los paisajes idos. Sin médicos ni enfermeras ni horribles medicinas Que en vano traten De postergar lo imposible. Solo, Con mis recuerdos. Solo, Con mis nostalgias. Solo, Con mis ilusiones. Por compañera Una botella de ron. Por amigo, Un paquete de cigarrillos. Por amante, Un querido libro.
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Pablo Neruda (1904 -1973)
Pablo Neruda es un poeta chileno galardonado con el Premio Nacional de Literatura y el Premio Nobel de Literatura. También se desempeñó como diplomático y fue miembro activo del partido comunista, compromiso político que muchas veces se ve plasmado en sus obras. Ampliamente conocido por sus obras “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” y “Cien sonetos de amor”, también es el autor de poemas tales como “Ahora es Cuba”, “Alturas de Macchu Picchu”, “Los enemigos” y “Si tú me olvidas”, entre tantas otras.
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Amor
Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte La leche de los senos como de un manantial, Por mirarte y sentirte a mi lado y tenerte En la risa de oro y la voz de cristal. Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos Y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal, Porque tu ser pasara sin pena al lado mío Y saliera en la estrofa -limpio de todo mal-. Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría Amarte, amarte como nadie supo jamás! Morir y todavía Amarte más. Y todavía Amarte más Y más.
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Solo la muerte Hay cementerios solos, tumbas llenas de huesos sin sonido, el corazón pasando un túnel oscuro, oscuro, oscuro, como un naufragio hacia adentro nos morimos, como ahogarnos en el corazón, como irnos cayendo desde la piel del alma. Hay cadáveres, hay pies de pegajosa losa fría, hay la muerte en los huesos, como un sonido puro, como un ladrido de perro, saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas, creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia. Yo veo, solo, a veces, ataúdes a vela zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas, con panaderos blancos como ángeles, con niñas pensativas casadas con notarios, ataúdes subiendo el río vertical de los muertos, el río morado, hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte, hinchadas por el sonido silencioso de la muerte. A lo sonoro llega la muerte como un zapato sin pie, como un traje sin hombre, llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo, llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta. Sin embargo sus pasos suenan y su vestido suena, callado como un árbol. Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo, pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas, de violetas acostumbradas a la tierra, porque la cara de la muerte es verde, y la mirada de la muerte es verde, con la aguda humedad de una hoja de violeta y su grave color de invierno exasperado. Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba, lame el suelo buscando difuntos; la muerte está en la escoba, en la lengua de la muerte buscando muertos, es la aguja de la muerte buscando hilo. La muerte está en los catres: en los colchones lentos, en las frazadas negras vive tendida, y de repente sopla: sopla un sonido oscuro que hincha sábanas, y hay camas navegando a un puerto en donde está esperando, vestida de almirante
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Cesar Abraham Vallejo Mendoza (1892 -1938)
César Abraham Vallejo Mendoza (Santiago de Chuco, 16 de marzo de 1892-París, 15 de abril de 1938) fue un poeta y escritor peruano. Es considerado uno de los más grandes innovadores de la poesía del siglo XX y el máximo exponente de las letras en su país. Es, en opinión del crítico Thomas Merton, «el más grande poeta católico desde Dante, y por católico entiendo universal» y según Martin Seymour-Smith, «el más grande poeta del siglo XX en todos los idiomas»
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Amor prohibido
Subes centelleante de labios y de ojeras! Por tus venas subo, como un can herido Que busca el refugio de blandas aceras. Amor, en el mundo tú eres un pecado! Mi beso en la punta chispeante del cuerno Del diablo; mi beso que es credo sagrado! Espíritu en el horópter que pasa ¡Puro en su blasfemia! ¡El corazón que engendra al cerebro! Que pasa hacia el tuyo, por mi barro triste. ¡Platónico estambre Que existe en el cáliz donde tu alma existe! ¿Algún penitente silencio siniestro? ¿Tú acaso lo escuchas? Inocente flor! ... Y saber que donde no hay un Padrenuestro, El Amor es un Cristo pecador!
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Manuel Gutiérrez Nájera (1859 -1895)
Manuel Gutiérrez Nájera (Ciudad de México, 22 de diciembre de 1859 - ibídem, 3 de febrero de 1895) fue un poeta, escritor y cirujano mexicano, trabajó como observador cronista. Debido a que trabajó en distintos hospitales, utilizó múltiples antónimos, obstante, entre sus contertulios y el público, el más arraigado fue: El Duque Job. Se le considera el iniciador del modernismo literario en México. Perteneció a una familia de clase media. Escritor y periodista toda su vida, inició su carrera a los trece años. Escribió poesía, impresiones de teatro, crítica literaria y social, notas de viajes y relatos breves para niños. El único libro que vio publicado el duque en vida, fue una antología de cuentos a la que llamó: Cuentos Frágiles; fue uno de los fundadores de la Revista Azul, órgano de difusión del modernismo en México. Gran parte de su obra apareció en diversos periódicos mexicanos bajo multitud de seudónimos: El Cura de Jalatlaco, El Duque Job, Puck, Junius, Recamier, Mr. Can-Can, Nemo, Omega, etc. Se escudaba en esa diversidad para publicar distintas versiones de un mismo trabajo, cambiando la firma y jugando a adaptar el estilo del texto a cada seudónimo. Escribió poesía romántica y amorosa. Gustó de lo afrancesado y de lo clásico, como era habitual en los intelectuales mexicanos y la alta sociedad de su tiempo. Nunca salió de México y en pocas ocasiones de su ciudad natal, pero sus influencias son europeas
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PARA ENTONCES
Quiero morir cuando decline el día, En alta mar y con la cara al cielo, Donde parezca sueño la agonía, Y el alma, un ave que remonta el vuelo. No escuchar los últimos instantes, Ya con el cielo y con el mar a solas, Más voces ni plegarias sollozantes Que el majestuoso tumbo de las olas. Morir cuando la luz, triste, retira Sus áureas redes de la onda verde, Y ser como ese sol que lento expira: Algo muy luminoso que se pierde. Morir, y joven: antes que destruya El tiempo aleve la gentil corona; Cuando la vida dice aún: soy tuya, Aunque sepamos bien que nos traiciona.
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Rubén C. Navarro (1894 -1958)
Nació en el año de 1894 en el pueblo de Tangancícuaro, Michoacán, Estudió en el Seminario de Zamora Michoacán, en dónde también estudió Amado Nervo; Abandona el Seminario y se incorpora a la Revolución Mexicana en 1910. Es nombrado Diputado en el Congreso de la Unión en dónde lanzó la iniciativa para crear el premio Nacional de Literatura: fue Director del Internado de Niños; Ocupó el cargo de Cónsul General en San Diego California y en la República del Brasil, entablando en ese entonces vínculos muy estrechos de amistad con la Poetisa Chilena Gabriela Mistral. Publicó desde el año 1918 libros de versos como: La Cíngara y otros poemas, Cancionero del Villorrio, Este era un Rey, Copas Vacías, Lunas de Otoño, De mi bosque Durmiente, La Torre del silencio, Torre de Marfil, Breviario del amor y el dolor, la divina locura, el Libro de Ella, Tu, Las Voces Cardinales, Ritmos de Otoño; En la actualidad en el libro gratuito de la Secretaría de Educación Pública tiene en sus páginas un poema de Rubén C. Navarro llamado: El Romance de las Estrellas. Dentro de sus poemas más conocidos se encuentran El Cristo de mi Cabecera, Sirve más Vino, Tabernero, Bienaventurados, El cristo de mi Pueblo, Salutación, Silenciosamente, Resignación, Está muy bien, Quien pudiera ser Monje, Al buen Jesús, Tu Amor es un Martirio, Que cosas de Sor María, Yo el Rabí, Reza, Mírame Sultana, La muerte Pasa, Nuestras Almas Serán Águilas, Doña Blanca de Nieves, Al Caballero Don Quijote
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El Cristo de mi cabecera
Cuando estaba solo… solo en mi cabaña, Que construí a la vera de la audaz montaña, Cuya cumbre, ha siglos engendró el anhelo De romper las nubes… y tocar el cielo; Cuando sollozaba con el desconsuelo De que mi Pastora – más que nunca hurañaDe mi Amor al grito nada respondía; Cuando muy enfermo de melancolía, Una voz interna siempre me decía Que me moriría Si su almita blanca para mí no fuera, ¡Le rezaba al Cristo de mi cabecera, Porque me quisiera…! ¡Porque me quisiera…! Cuando nos unimos con eternos lazos Y la pobrecita me tendió sus brazos Y me dio sus besos y alentó mi Fe; Cuando en la capilla de la Virgen Pura Nos bendijo el Cura Y el encanto vino y el dolor se fue…; Cuando me decía, Loca de alegría, Que su vida toda para mí sería… ¡Le rezaba al Cristo de mi cabecera, Porque prolongara nuestra Primavera…! …¡Porque prolongara nuestra Primavera…!
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Cuando sin amparo me dejó en la vida Y en el pobre lecho la miré tendida; Cuando até sus manos, que mostraban una Santa y apacible palidez de luna Y corté su hermosa cabellera bruna, Que en el fondo guardo de mi viejo arcón; Cuando, con el alma rota en mil pedazos, Delicadamente la tomé en mis brazos Para colocarla dentro del cajón; Cuando muy enfermo de melancolía, Una voz interna siempre me decía Que ya ¡nada! me consolaría, ¡Le rezaba al Cristo de mi cabecera, Porque de mis duelos compasión tuviera…! …¡porque de mis duelos compasión tuviera…! Hoy que vivo solo… solo, en mi cabaña, Que construí a la vera de la audaz montaña. Cuya cumbre ha siglos engendró el anhelo De romper las nubes y besar el cielo; Hoy que por la fuerza del Dolor, vencido, Busco en mi silencio mi rincón de Olvido; Mustias ya las flores de mi primavera; Triste la Esperanza y el Encanto ido; Rota la Quimera, Muerta la Ilusión… …¡Ya no rezo al Cristo de mi cabecera…! ¡Ya no rezo al Cristo… que jamás oyera Los desgarramientos de mi corazón…!
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José Santos Chocano (1875 -1934)
Nació en Lima, Perú. Fue gran defensor del americanismo, revolucionario ardiente, protector de los indios y opositor del imperialismo estadounidense. Tras muchas detenciones, fue asesinado en Chile. Cantó a su América con exuberante lirismo y con las nuevas técnicas poéticas, en particular modernistas, aunque ensayó nuevos ritmos y formas. También tiene poemas íntimos que no tienen nada que ver con su ideología política y social. A pesar de las tempranas innovaciones de González Prada — versos pulidos en talleres cosmopolitas, con facetas del Parnaso, con luces del simbolismo, con técnicas poli rítmicas, el Perú acogió el modernismo muy tarde. Pero los dos nombres que ofrece son de importancia: Chocano y Eguren. El viento se ha llevado casi toda la obra de José Santos Chocano porque tenía la elocuencia de las palabras declamadas en la plaza pública. Estaba más cerca de Díaz Mirón que de Rubén Darío; y si se lo agrupa con Darío y otros modernistas es porque era un visual que había aprendido a pintar lo que veía con el lenguaje parnasiano. Lo que vio, sin embargo, fue diferente de la realidad de los modernistas. Chocano se dedicaba a cantar los exteriores de América: naturaleza, leyendas y episodios históricos, relatos con indios, temas de la acción política. Se puso a la cabeza del movimiento modernista en el Perú. Tenía, para ello, la egolatría de un caudillo y un verbo torrencial. Además, su dominio de las técnicas nuevas del verso servía en el fondo a temas fáciles y populares. Un poeta de la élite, pero en la calle. Es natural que lo ap1audieran. Sus libros más famosos fueron expresión de lo objetivo, nacionalista de la poesía de esos años.
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El Idilio de los Volcanes
El Ixtlacíhuatl traza la figura yacente De una mujer dormida bajo el Sol. El Popocatépetl flamea en los siglos Como una apocalíptica visión; Y estos dos volcanes solemnes Tienen una historia de amor, Digna de ser cantada en las compilaciones de una extraordinaria canción. Ixtacíhuatl -hace miles de añosfue la princesa más parecida a una flor, que en la tribu de los viejos caciques del más gentil capitán se enamoró. El padre augustamente abrio los labios y díjole al capitán seductor que si tornaba un día con la cabeza del cacique enemigo clavada en su lanzón, encontraría preparados, a un tiempo mismo, el festín de su triunfo y el lecho de su amor. Y Popocatépetl fuése a la guerra con esta esperanza en el corazón: domó las rebeldías de las selvas obstinadas, el motín de los riscos contra su paso vencedor, la osadía despeñada de los torrentes, la acechanza de los pantanos en traición; y contra cientos y cientos de soldados, por años gallardamente combatió. Al fin tornó a la tribu (y la cabeza del cacique enemigo sangraba en su lanzón). Halló el festín del triunfo preparado, pero no así el lecho de su amor; en vez de lecho encontró el túmulo en que su novia, dormida bajo el Sol, esperaba en su frente el beso póstumo de la boca que nunca en la vida besó.
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Y Popocatépetl quebró en sus rodillas el haz de flechas; y, en una solo voz, conjuró la sombra de sus antepasados contra la crueldad de su impasible Dios. Era la vida suya, muy suya, porque contra la muerte ganó: tenía el triunfo, la riqueza, el poderío, pero no tenía el amor... Entonces hizo que veinte mil esclavos alzaran un gran túmulo ante el Sol amontonó diez cumbres en una escalinata como alucinación; tomó en sus brazos a la mujer amada, y el mismo sobre el túmulo la colocó; luego, encendió una antorcha, y, para siempre, Quedóse en pie alumbrando el sarcófago de su dolor. Duerme en paz, Ixtacíhuatl nunca los tiempos borrarán los perfiles de tu expresión. Vela en paz. Popocatépetl: nunca los huracanes apagarán tu antorcha, eterna como el amor...
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