Papel Picado #1 | marzo/2020

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papel picado​: una especie de ¿sabías qué? hecho revista. De la necesidad de encontrar un espacio en el que podamos poner en papel todas las cosas que sabemos y con las que usualmente no hacemos nada, surge la idea de esta revista. Reuniendo columnistas que vienen de diferentes disciplinas, con hobbies variados y diversas formas de escribir, para que cada une pueda tener un lugar donde ​ser y donde devolver al mundo un poco de lo que le fue dado. En otras palabras: una redistribución de la riqueza. Creemos que es vital no perder el interés y el amor por las cosas que nos apasionan, y que lo mejor es compartirlo. Un relato, un poema o una imagen; algo muy importante o algo muy chiquito; algo muy nuevo, o algo olvidado por ahí, hace tiempo, pero siempre algo que alimente nuevas formas de pensar, donde la curiosidad esté a flor de piel y volvamos un poco a sorprendernos como si fuésemos niñes. Desde filosofía, arquitectura y literatura a informática, geografía y feminismo, ​papel picado ​tiene una columna para todes. somos: ·juli pani: ​estudia profesorado en letras, su sueño es ser políglota y pisar todos los continentes, escribe poesía y si fuese un pokemon sería chikorita. ·​kmi: ​ama hacer propias a las cosas, por eso juega a escribir de muchas formas su nombre, (kmi, k1000a, Paquita o cachorra). Le gusta un poco todo y estudia licenciatura en informática para poder trabajar en cualquier

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campo, además, le encanta programar. También dibuja todo el tiempo y le habla a sus plantitas que ama tanto como a sus dos patos, a sus 7 gatos y a su melliza. ·gabriel barreiro: ​estudia filosofía, lee mucho toca de vez en cuando algún instrumento y le gustaría mirar más pelis. Tiende a ser lento con lo simple. Ama la música, quizás sin entenderla. ·guada orgeira:​ ama la organización, pero es un caos absoluto. Cree que la empatía es un superpoder y un ejercicio constante, su objetivo 2020 es soltarle la mano a la teoría y abrazarse más a la práctica. Está aprendiendo a ser ordenada y quiere escribir más poemas felices. ·mica bifa ​estudia arquitectura y quiere saber cómo son y cómo funcionan casi todas las cosas o quizás las que le interesen y un cachito más. Le encanta la frase ¿sabías que?, ¡Tal Cual! y las tostadas con manteca y azúcar.

¡bienvenides!

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En la programación de este mes tenemos una variedad interesante. Primero, y porque la numerología nos fascina, Juli Pani nos cuenta qué es un ​idus​, con qué se come y por qué deberíamos temerle. Lo tiene todo: historia, política, y un calendario que no quiere ajustarse al tiempo. Léase también como una tragedia romana. En segundo lugar, Bifa, fana de la arquitectura, nos lleva rápidamente a la Grecia antigua a recorrer el templo de Delfos: oráculos, juergas y parafernalia divina, como sólo la mitología griega puede ofrecer. Además, mucho mármol. En tercer lugar, Gabi nos trae mil años de vuelta al futuro, a observar cómo un pañero holandés inventa el microscopio para él observar, a su vez, diminutos animálculos. ¡Teorías biológicas, rivalidades, ​homúnculos, series infinitas! En último lugar, Guada cierra con ​Hija(s) de la piedra​, un cuento muy lindo del cual no quisiéramos adelantar nada, porque habla por sí solo. Y, como si fuera poco, una galería con hermoses invitades artistas. Así que, sin nada más que decir, allons-y!

● manifiesto

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● ¡temed! - juli pani · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 5 ● Historia de un templo: Delfos - mica bifa · · · · · · · · · 10 ● galería: trinidad godoy | camila inés · · · · · · · · · · · 13 ● El homúnculo, un animal microscópico - gabi barreiro · · · 21 ● Hija(s) de la piedra - guada orgeira

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Hoy es quince de marzo de 2020. Nadie lo puede negar. Pero… ¿fue siempre así? El calendario por el que nos regimos no es arbitrario y tuvo tantos cambios a lo largo de los años que nos llevaría varias páginas registrar su historia. Esta columna, sin embargo, se va a centrar en los cambios puntuales que lo hacen ver como hoy se ve, y en la importancia histórica del 15 de marzo, o, en nombre romano ​idus martii​. Para empezar, es interesante ver por qué se le llama calendario en primer lugar, y las respuestas están en el seno del imperio romano: las ​calendas e ​ ran el primer día del mes para les romanes, las ​nonas ​eran el día 5 y los ​idus ​el día 13, excepto para los meses de marzo, mayo, julio y octubre, donde las ​nonas ​eran el día 7 y los ​idus ​el día 15. El primer año romano (o año de Rómulo), tenía diez meses y duraba alrededor de 304 días, cada mes teniendo entre 30 y 31 cada uno. El primer mes era Martius ​(marzo, en honor al dios Marte), cuando comenzaba la primavera. Los

demás meses se llamaban ​Aprilis (abril, en honor a la diosa Apru/Venus)​, Maius (mayo, en honor a la diosa Maya), ​Iunius (junio, en honor a la diosa Juno), Quintilis, Sextilis, Septembris, Octobris, Novembris ​y Decembris (julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre, quinto, sexto, séptimo, octavo, noveno y décimo mes, respectivamente). El problema con este calendario, era que mientras más tiempo pasaba desde el “primer” año, más se corrían las fechas y se desfasaban con las estaciones del año. Esto era importante porque en la antigüedad, los calendarios servían para organizar cronológicamente las cosechas y cultivos y estaban regidos por las fases de la luna, el movimiento del sol y de las estrellas. Sin embargo, ya que son irregulares, hay cierto desfase en estos movimientos, lo que hacía que las estaciones no cayeran todos los años en los mismos meses que dictaba el calendario. Entonces ¿qué hacemos con esto? Bueno, a

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varios tipos se les ocurrieron ideas. Numa Pompilio, emperador romano entre el siglo VIII y VII a.C., harto de que no se corresponda el calendario con lo que pasaba en los cielos y en la tierra, ideó un calendario nuevo, sumándole dos meses al final al que ya existía: ​Ianuarius ​(enero, en honor al dios Jano) y Februarius (​ febrero, en honor al dios Februus/Plutón). El primer mes seguía siendo marzo, y ahora el año tenía 355 días, cada vez más cerca del tiempo que realmente t​ arda la Tierra en dar la vuelta al sol. El motivo por el que enero pasó a estar al comienzo en nuestro calendario, fue por una decisión política del senado romano en el año 153 a.C. para organizar las ascensiones al poder.

Para llegar al calendario que conocemos hoy han pasado cosas muy diversas: guerras, imperios y una cosa extraña llamada Mercedonios,​ que era una especie

de año bisiesto al que en lugar de agregársele un día a febrero, se le agregaba un mes número 13 al año cada dos o tres años. Otro tipo interesadísimo en la precisión del calendario era nuestro querido Julio César. Políticamente activo desde el año 69 a.C. y perfeccionista como él solo, encarga al astrónomo griego Sosígenes que se ponga a estudiar el cielo hasta descifrar la forma de cuadrar las fechas con las estaciones lo más exacto posible. Así, y después de mucho trabajo, llega a la conclusión de que el año solar dura 365 días y 6 horas, lo que ya nos suena más familiar. La solución de Sosígenes frente a este resultado fue agregar un día a cada mes, lo que hizo que los meses pares tuvieran 30 días, los impares 31 y febrero 29 (30 en año bisiesto). Nos falta todavía para reconocer en todo este lío al calendario actual, como es el nombre de los meses ​quintilis y ​ sextilis​. Para entender lo que sucedió hay que volver al dictador Julio César y al trágico suceso que tuvo lugar en los ​idus martii. C ​ orría el año 44 a.C. y durante los primeros meses del año Julio fue advertido repetidas veces de algo que iría a suceder en los próximos idus de marzo. Por estas fechas marzo era

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aún el primer mes del año y su primera luna llena caía en el idus. Es necesario comentar que para les romanes, los idus eran fechas repletas de buenos augurios, estaban consagrados a Júpiter y eran motivos de fiestas y celebraciones. A pesar de todas las connotaciones festivas, se dice que un augur había predicho al dictador que se cuidara de los idus de marzo. César siguió con su vida cotidiana y trató de olvidarse de tremendas predicciones y casi lo logra, pero ese mismo día su esposa despierta sobresaltada, y le pide que evite, por favor, salir de la casa. Ahora, Calpurnia no era una mujer que se dejara llevar por premoniciones, y su marido lo sabía, luego de consultar a nuevos augures y que les dijeran que no asomaba nada bueno, a les dos les pareció que lo más sensato sería, efectivamente, quedarse en casa. Sin embargo, el día avanzaba y el senado lo necesitaba. El dictador esquivó sus deberes en varias ocasiones, pero finalmente accedió a escuchar una petición de varios senadores que lo acusaban de cobarde y se dirigió hacia el foro. En el camino se cruzó con el augur que primero había anunciado las malas nuevas de aquellas fechas, y con tono burlón le dijo: “Ya han llegado los idus de marzo”, el augur, no sin un

poco de pesar le respondió: “Sí, pero no han terminado”. Aún entonces recibió otra alerta, pues Artemidoro le alcanzó una carta en la que advertía “grandes cosas que interesan”, pero Julio César no llegó a leerla, los senadores se acercaban. Una vez dentro del edificio y sentado a los pies de una estatua de Pompeyo, el senador Casca le lanzó una puñalada y ante la sorpresa del dictador, otros 60 senadores se le terminaron echando encima. Se dice que al ver entre ellos a Bruto, en quién Julio tenía plena confianza, se cubrió la cara con la toga y se dejó morir. Luego de 23 puñaladas y un senado cubierto de sangre, se reconoce en la historia el fin de la República.

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¿Por qué incluyo esta trágica historia en el progreso del calendario? Bueno, ya se imaginarán qué mes lleva su nombre. Tras su muerte, Marco Antonio, su sucesor y amigo, propuso cambiar el nombre al mes conocido como ​quintilis y ​ denominarlo ​iulius ​en su honor. Tiempo después, Cayo Octavio Turino, mejor conocido como Augusto, el primer emperador de Roma y sobrino de Julio, no quiso quedarse atrás y cambió el mes conocido como ​sextilis a ​ ​augustus en su (propio) honor. Sumado a esto, al ser agosto un mes par, tenía 30 días, pero el mes en

honor a su tío tenía 31 (¡inaceptable!) por lo que para resolverlo, le sacó un día más al pobre ​februarius, ​que quedó con 28 días (29 en año bisiesto). Tuvo aún más cambios el calendario que por entonces se llamaba juliano, hasta que el papa Gregorio XIII introdujo en 1582 el suyo propio con ligeros cambios que lograron que el desfase entre las fechas y las estaciones fuese mínimo: se desajusta 26 segundos cada año, y esto se arreglaría agregando un día más al año cada 3300.

Referencias: PLUTARCO, Vidas Paralelas, Gredos, Madrid, 2001. https://en.wikipedia.org/wiki/Calendar Mi profesora de latín.

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15​ ​de​ ​marzo​ ​2020​ ​

Historia de un templo: Delfos por​ ​

Quizás la última vez que hayas escuchado hablar de Apolo, fue en alguna clase de Historia en el secundario, cuando tocaba dar a las apuradas unas clases sobre “el periodo antiguo”. O por la tele, cuando ​zappineabas d ​ e un canal a otro hasta que se terminaran las propagandas y así volvías a tu programa elegido. O quizás no sea el caso, y seas une fanátique de Grecia, te conozcas los nombres de todes les dioses del Olimpo y te hayas leído toda la saga de Percy Jackson. Situémonos en el tiempo y el lugar: Grecia, por el siglo IV antes de Cristo. Apolo en ese momento era el dios más ​IN de la temporada: dios de la lógica y la razón, hijo de ni más ni menos que Zeus (de este tipo no hace falta hablar, seguro te suena como el papá de Hércules) y Leto (diosa de la noche y el día, hay un cuadro de ella convirtiendo a unos campesinos en ranas, bizarro como todes les dioses griegues). Su hermana melliza era Artemisa, diosa de la virginidad de la tierra, los animales salvajes, los nacimientos, el alivio de las

enfermedades (es decir, todo lo que está bien). Apolo era querido por todos los seres mortales Helenes: para elles, el dios representaba la música, el arte, la poesía y la danza. Y bien sabemos que a les griegues sí que les gustaban las fiestas y pasarla bien, ¿qué mejor que alabar a un dios que simboliza el súmmum de todas aquellas actividades que nos hacen sentir plenes y divines en esta vida terrenal? La alabanza era un pasatiempo sustancial en la vida de les griegues y Apolo no iba a quedarse en la historia sin su templo de adoración. Y su templo no tendría cualquier función: además de alabar al famoso dios, también se instalaría ahí el oráculo de Delfos (te cuento sobre este tema más adelante). El edificio fue encargado a dos arquitectos que tenían experiencia en el oficio de la arquitectura divina y palaciega, los hermanos Agamedes y Trofonio. Y ahora, atención: a partir de acá la historia va a variar y el relato colisiona con una parte

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mágica y mitológica, al más estilo griego posible. Cuenta la historia que, al terminar de construir el templo, el oráculo le predijo a los hermanos que luego de seis jornadas de pura fiesta y buen vivir, al séptimo día se les cumpliría su mayor deseo. Así fue como los hermanos festejaron a pura celebración y farra durante seis días. Y al séptimo, murieron. Y como en toda mítica griega, nació una frase: “aquellos a los que aman los dioses mueren jóvenes”, o sea, el live fast, die young​ de les griegues. Volviendo un poco a la historia, estos dos hermanos diseñan el famoso templo en Delfos, ciudad ubicada en Grecia a la vera del Parnaso (una montaña de piedra caliza y bauxita), decorada por diferentes cañones o gargantas producidas por el paso del agua, que alimentaban una fuente llamada Castalia, donde los viajeros o penitentes se lavaban antes de entrar al recinto divino. El templo fue variando a través de los siglos destruyéndose y reconstruyéndose, (ahora un poco desmoronándose), pero el que conocemos hoy en día, es una construcción rectangular de 6 columnas de ancho y 15 de largo, de estilo dórico. En la arquitectura podemos encontrar

varios estilos, o como nos gusta llamar a los arquitectos, órdenes. Cuando clasificamos a una columna de estilo dórico (el más antiguo de todos) nos referimos a aquellas que son estriadas, ya que su forma nace de la primitiva columna cuadrada de madera, que iba siendo biselada para crear una forma circular. La base de la columna dórica reposa sobre el basamento de tres escalones sin ningún adorno o base.

En la entrada de este templo hexástilo, se ubicaba el llamado pronaos​, una galería que le antecede al ​naos​, la nave central del edificio, donde se ubicaba el oráculo y el ​adyton​: un sector donde solo accedían los sacerdotes y pitonisas, y el ​adyton de Delfos especialmente, alojaba el Ónfalo. Esta escultura en forma de óvalo se decía que había sido alojada por Zeus en el ombligo del mundo. Y Delfos, para les helenes, parecía cuadrar con el centro de su mundo. Dentro del templo en cuestión funcionaba el oráculo de Delfos. El día 7 de cada mes, las pitonisas

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(adivinas) tenían la función de aconsejarte, fueras pobre o rique, en aquellas cuestiones en las que te vieras afectade: “¿me conviene hacer un trueque de esta cabra por esta gallina?”, “Mi relación no va nada bien, ¿debería dejarlo?”, “Últimamente me siento muy solo, ¿qué me está pasando?”. Las preguntas iban desde las afecciones más mundanas, hasta las más espirituales.

aprender, ayuda a tus amigos, domina tu carácter. De la arquitectura nació un espacio de encuentro y reflexión hace unos cuantos siglos atrás, que quizás hoy nosotres construimos en la psicóloga, en nuestra casa o con amigues. En la actualidad, esas mismas máximas escritas en las paredes, nos siguen haciendo ruido en la cabeza, para ayudarnos a seguir construyéndonos cual templo griego.

Pero las adivinas no siempre podrían estar ahí para ayudar a les griegues y sus infortunios. Es por eso que, en el frente del templo, escribieron las máximas pitias o preceptos délficos: el legado de los sabios de Grecia marcado para siempre en las paredes de toba (roca de origen volcánico). Las 147 inscripciones ayudan a les mortales a cuestionarse, en un paseo por el templo, sobre su integridad humana: conócete a ti mismo, nada en exceso, aprende a

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Este espacio te invita a conocer a fotógrafes, artistas e ilustradores locales Este mes: ·​Trinidad Godoy - En el marco del primer número de la revista en el mes de marzo, queríamos tener un espacio donde compartir la temática del día internacional de la mujer. Trini nos deja un registro de lo que fue la marcha en la cuidad de La Plata y de lo importante que es siempre copar las calles, y siempre de la mano. ·​camila inés ​- Militante furiosa de las canciones tristes, de los gatos, el otoño y el café. Está trabajando pensar menos y hacer más. Su mayor

disyuntiva es entre la música y la poesía, aunque cree que su mejor versión está a medio camino entre las dos porque ambas le salvaron la vida. Las podés encontrar en redes sociales como @triniigodoy y @cminees

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sin título una canción de drexler en el estado de facebook y el desconcierto debajo de todas las canciones en la lista de reproducción arrancarme un pétalo tuyo clavado en lo más profundo del pecho del alma respirar profundo y uno dos dos dos tres la sangre que me mancha las manos y la remera no te dije nunca hice un fuego con todo lo tuyo que guardé pero todavía tengo la nota en el libro intacta y anacrónica ¿quién le cuenta lo que pasó?



venado fantasma

sentir la mañana colarse entre mis huesos el calor de la luz, entre las hojas del árbol viejo las hebras doradas a la altura del pecho el silencio que canta el frufrú de la ropa colgada de la cuerda sacudida por el viento salgo a buscarte en la noche el croar de las ranas que acompaña, los secretos que susurra el cielo infinito, resplandeciente y presencia de la luna aunque no se vea, no esté de la que me aperciben los grillos con su cantar veo en la lejanía un destello de tu luz creo que duele menos la pesadez en el pecho las puntadas en los pies corro apartando el pastizal que me abraza que me dice que no caiga que es una trampa de mis sentidos aturdidos por la belleza del monte en su oscuridad y esplendor llego a un claro sigue estando lejos la luz que perseguía pero me volteo y ya no sé dónde estoy





15 de marzo 2020

El homúnculo, animal microscópico por

En el siglo XVII, la fabricación casera de lentes ópticos estaba de moda. El pañero holandés Antón van Leeuwenhoek era aficionado a pulir lentes, no tanto por intereses científicos, sino porque necesitaba ver las diminutas fibras de las telas que vendía. Se lo recuerda como el padre del microscopio; en 1673, logró tallar un vidrio con muchísimo aumento y descubrió rápidamente que podía observar cosas más interesantes que telas. Primero, elementos caseros como pan podrido, agua estancada, vinagre o nuez moscada. Después se las empezó a rebuscar: se hacía un buche de agua, la escupía y ponía bajo la lente, o se abstenía de lavarse los pies por días o semanas para observarlos. Cuentan incluso que pidió a un señor en la calle que abriera la boca bien grande para mirarle las encías con un microscopio. De observación en observación, fue descubriendo en los lugares más ridículos multitudes de seres diminutos, «​tantos, que el número supera a los habitantes de un reino​», a los que llamó animálculos​: pequeños animales

microscópicos que viven en todos lados y no son vistos en ninguno, porque no son visibles a simple vista (hoy los llamamos protozoarios). Durante 50 años, Leeuwenhoek le escribió día tras día a la Royal Society de Londres, narrando a la élite científica sus incursiones en el mundo microscópico. Él, un comerciante sin formación escolar, pero con talento para la óptica, instruyó a los doctos sobre la vida microscópica en alrededor de 500 cartas ilustradas. Lo que nunca les narró a los ​lords ​fue cómo fabricaba sus lentes: el secreto se lo llevó a la tumba. Cuentan que Nicolaas Hartsoeker, su rival entre los microscopistas, se presentó un día en su casa, de incógnito por supuesto, para ojear los codiciados lentes. La cosa marchaba bien, estaban estrechando manos, hasta que el presentador de Hartsoeker se olvidó de no mencionar su nombre frente a Leeuwenhoek. El pañero, ni bien supo quién era, lo echó no tan amablemente de su casa. Ése fue el episodio más cercano a revelar el secreto del pañero en tres siglos.

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Recién en 1957 se pudo recrear su ingeniosa técnica: era tan casera que, con algo de maña, cualquiera podía ejecutarla. Dejo el link para les valientes1. De los muchos animálculos que conoció, el más famoso es, sin duda, el homúnculo. Resulta que una de las primeras cosas que observó, dicen que por pedido de sus colegas, fue su propio semen, y encontró ahí lo mismo que en todos lados: animálculos retorciéndose como serpientes. «He visto tal multitud de animálculos vivos, más de un millón, con el tamaño de un grano de arena y moviéndose en un espacio»; «Estaban equipados con una cola de cinco a seis veces la longitud del cuerpo. Avanzaban con un movimiento de serpiente ayudados por sus colas». Había descubierto los espermatozoides y, en la cabeza de cada uno, «un nuevo ser en miniatura», una personita, con manos y piernas bien formadas y cabeza prominente, un ser humano microscópico, completamente formado y esperando en posición fetal a nacer. Lo llamó ​homúnculo​, que significa «pequeño hombre», en honor a Paracelso, el famoso alquimista que se jactaba de saber 1

http://www.mindspring.com/~alshinn/Leeuwen hoekplans.html​. Sepan disculpar si no hice a tiempo de una traducción.

crear humanos artificiales (pero ésa es otra historia).

Curiosamente, fue su némesis Hartsoeker quien hizo el boceto más famoso de este pequeño ser. Es que el homúnculo no era invento de Leeuwenhoek. A la teoría del embrión le faltaba todavía 150 años, y en el siglo XVII nadie estaba muy seguro de dónde salían los humanos, cómo se gestaban y formaban. Leeuwenhoek asoció su descubrimiento con la entonces vigente teoría del preformismo, según la cual el cuerpo adulto de cada une estaría contenido antes del nacimiento dentro del padre o la madre (dependiendo si se era espermista u ovista; unes juraban ver un homúnculo en la cabeza del espermatozoide, les otres, que se encontraba en los ovarios). La

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idea era que el cuerpo humano podía cambiar de tamaño, pero no de forma, y por eso les procreadores debía tener los cuerpos ​pre-formados ​de su descendencia adentro suyo. Es una locura, está claro, pero síganme el razonamiento: reinaba en la ciencia el mecanicismo, que nos dice que todo tiene que ser explicable a través de relaciones materiales de causa-efecto. Un artista talla una escultura, le da forma; el mecanicista explica que el artista es la causa de la escultura, que, a través del cincel, transmite fuerza a la piedra y le va dando forma. ¿Qué es lo que talla la forma humana? El conjunto del cuerpo humano, la proporción del torso, la cabeza, los brazos y piernas, es un conjunto tan complejo que no imaginaban que pudiera tener una causa que no fuera inteligente. Hoy decimos que se forma a partir de células que contienen nuestro código genético. Pero para un científico del siglo XVII era impensable que nuestros cuerpos pudieran producir por sí mismos, sin que interviniera nuestra mente, el cuerpo de otras personas, porque asumía que los cuerpos no eran inteligentes. Tenía que haber un artista detrás de la forma humana; como no éramos nosotres, los cuerpos debían estar ya formados

y guardados dentro nuestro, por si en una de esas decidimos reproducirnos. Por aquellos mismos años en que Leeuwenhoek descubre al homúnculo, el padre Malebranche, que también era filósofo, se toma muy en serio

estas ideas y sienta las bases para la teoría del encajonamiento, mejor conocida como teoría de las muñecas rusas: si había una personita plenamente formada dentro de cada potencial procreador, entonces esa personita, que aún no existe pero podría existir, tendría que contener también “encajonados” dentro suyo los cuerpos de sus

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respectivas descendencias. Así, suponiendo que les espermistas tuvieran razón, un hombre tendría multitud de espermas, y en la cabeza de cada uno, un homúnculo; cada uno de estos homúnculos, si es hombre, tendría otro tanto de espermas y, en cada uno, un homúnculo más chiquito aún, y así hasta el infinito. O sea que dentro de cada hombre hallaríamos, a niveles cada vez más microscópicos, múltiples e interminables series de cuerpos. Según Malebranche, Dios habría creado todas estas infinitas series para cada especie animal, y las habría puesto dentro de la primera jirafa, el primer león, y todos los primeros célebres personajes del génesis. Dentro del espacio que ocupaba la primera pulga ya existían más cantidad de pulguitas que las que debe haber

hoy en todo el universo. Leeuwenhoek murió en 1723, después de haber escrito 500 cartas y fabricado 500 lentes. Nunca un dibujo suyo fue tan famoso como el de Hartsoeker, quien pasó a la historia como el autor del boceto de nuestro simpático personaje, el homúnculo. En cuanto a Malebranche, habiendo sido sacerdote, no es difícil de imaginar que se habría presentado al congreso durante las discusiones sobre el aborto, argumentando, quizás, que la interrupción del embarazo no acabaría con una sola vida, sino con miles o millones, posiblemente con una rama entera del linaje de una familia.

Referencias: Benitez Robles (2000), ​El espacio y el infinito en la modernidad. https://www.xataka.com/investigacion/animaculos-en-el-esperma-y-otras-c osas-diminutas-y-maravillosas-que-descubrio-antoni-van-leeuwenhoek https://saberesyciencias.com.mx/2013/12/01/los-animalculos-de-leeuwenho ek/ https://www.revistaciencias.unam.mx/es/82-revistas/revista-ciencias-71/673 -los-animalculos-de-leeuwenhoek.html http://scielo.sld.cu/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1029-30192016000900 017 https://embryo.asu.edu/pages/homunculus

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15 de marzo 2020

Hija(s) de la piedra por

Yo la vi a Ernesta Mosca. Aunque digan que no existe, que no estuvo, yo la vi. Aunque digan que en realidad se murió tuberculosa y que no tuvo nada que ver con lo que pasó, yo la vi. ¿Me creés? El cuerno del desayuno ya había sonado. Caminábamos en fila para buscar el mate cocido con leche que seguramente iba a estar demasiado dulce. Caminábamos en fila desordenada, como pedacitos de piedra cayendo por el costado de la cantera después de explotar con pocas ganas. Yo sé cómo caen los pedacitos de piedra porque me lo contó Martín, que un día se quedó viendo porque se escapó de su mamá. También me contó que vio cómo el brazo de Paoletta salió volando y desapareció en la cantera, pero ya tanto no le creo. A la que sí vi salir volando y después desaparecer ​fue a Ernesta Mosca. ¿Me creés? Yo sé que no está en ningún lado, pero yo la vi. La taza de mate cocido estaba caliente y me dejó las manos todas coloradas. Ernesta Mosca caminaba rápido, los rulos negros se le desarmaban y se le pegaban a los costados de la frente. Hacía calor. Daba dos pasos y, sin detenerse, miraba hacia atrás; primero por encima de un hombro, dos pasos, por encima del otro después. Venía, seguramente, del almacén de Cima, porque llevaba un paquete en las manos y tenía la misma cara que ponía mi mamá cuando salía del almacén de Cima y las plecas no alcanzaban. Yo no la acompañaba muy seguido, pero me gustaba a veces ir cuando bajaba el sol, cuando don Teodoro ya se había tomado el cajón de cerveza que siempre se ganaba después de apostar que podía correr una cuadra cargando un cordón en el hombro. Era fácil darse cuenta si el herrero estaba en el almacén porque después de la segunda cerveza y un día largo de trabajar metales cantaba fuerte ​vide o mare, quánt’é bello, spira tanto sentimento ​y los barrenistas aplaudían tanto que hacían más ruido que la lluvia de cascajo contra el techo de chapa después de la explosión del mediodía. Ernesta Mosca nunca aplaudía. Caminaba pisando fuerte con la falda roja bailándole alrededor de los tobillos como fuego, y levantaba, casi sin darse cuenta, polvo del camino que quedaba flotando incluso cuando Ernesta era solo un punto rojo en la distancia. Nunca la veías pasar, pero siempre

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sabías que recién se había ido. Ese día, sin embargo, caminaba diferente. Sin detenerse, sin dudar, ponía un pie adelante del otro en un compás regularísimo, como cuando Martín y yo saltábamos la soga afuera de casa hasta la hora de cenar. Ese día le pidió al polvo, con los labios apretados, que se quedara en su lugar. Ese día le pidió al camino, con las puntas de los pies, que la dejara pasar en silencio. Ese día yo la vi, y el camino me pidió que persiguiera su sombra. Imagínense la cantera un día como cualquier otro: un montón de voces y sonidos arremolinados, uno arriba del otro en pilones inentendibles. Me gustaba pasar a lo lejos y apoyar las manos estiradas en el suelo porque la tierra vibraba y le daba sentido al ruido que el viento traía como un mensaje desordenado. Un grito, una explosión, y otra, y otra, el ​plic plic plac d ​ el cascajo, y un ruido como de tambor que en realidad era una maza golpeando un palo que se llama pinchote, me dijo mi papá, para abrir la piedra en ​sedafilgusotrincante.​ Yo me guardo la palabra larga para ver si puedo desarmarla y construir otras que me gusten más, como cuando desarman la piedra para hacer adoquines que se van lejos en el tren. A veces una explosión más fuerte hacía que el olor de la pólvora me dejara los ojos como agua, a veces alguien gritaba de dolor que daba miedo y alguien más, no yo, copiaba un arroyo con los ojos. La cantera un día cualquiera era, a veces, un río enojado después de una tormenta de verano. Ese día, sin embargo, la cantera sonaba diferente. Sin detenerse, sin dudar, Ernesta Mosca pasó cerca y yo la seguí con un pie adelante del otro en un compás que no dejaba tiempo para apoyar las manos en el suelo. La tierra no vibraba. Ese día la cantera sonaba a silencio de medianoche; hacía meses que el remolino de sonidos y voces había empezado a apagarse. El día que la cantera se calló del todo, una bandera roja y brillante apareció en la casilla donde los barrenistas, los cortadores y los adoquineros como mi papá se juntaban a discutir cosas importantes. Ese día la cantera fue silencio y las calles fueron ruido y los picapedreros fueron el principio de una huelga, me explicó mi mamá. Yo no lo sabía, pero iba a aprender que las mujeres tienen más fuerza que todos los picapedreros juntos. El día que llegaron en el tren carguero por primera vez Antonia la costurera corrió de puerta en puerta con las noticias. ​¡Carneros! escuché que le dijo a mi mamá entre susurros. ​¡Carneros de Buenos Aires! Vienen a romper la huelga. Una tijera atada con una cinta negra le ondeaba desde la cintura y yo no podía imaginarme qué trabajo de costura podría llegar a

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hacer entre tantas idas y venidas. Tiempo después, cuando la vi empuñar la tijera con una mano y con la otra agitar el puño en la cara de los carneros, ¡carneros y cornudos!​, entendí. Ernesta Mosca caminaba con la falda de fuego bailándole roja alrededor de las rodillas: con una mano cargaba el paquete y con la otra enroscaba la tela para poder dar pasos más largos y dejar más camino atrás. Estábamos cerca del Cerro Leones, y el viento traía otras voces. Se detuvo por primera vez. Gritó una palabra que no entendí y esperó a que el eco se la devolviera para seguir avanzando por un camino que bajaba; a lo lejos se veía el brillo opaco de las vías del tren. Yo me escondí donde no pudieran verme, y esperé. De a poco los ojos se me acostumbraron al sol. Había muchas mujeres. Algunas cargaban sus bebés en la espalda, y había otros que esperaban sentados a la sombra de un árbol. Me pareció reconocer el peinado prolijo de la mamá de Martín, y vi como Ernesta Mosca repartía paquetitos blancos que sacaba del paquete del almacén de Cima. Las mujeres se arremangaron las polleras para ponerse de cuclillas al ladito de las vías. Parecía que estuvieran a punto de fregar ropa, pero fregaban las vías, y entendí que los paquetitos blancos eran jabón. Ernesta Mosca caminaba de un lado al otro, repartiendo más jabones y señalando, me imagino, dónde faltaba fregar más. Todo lo que pasó después lo recuerdo como si estuviera dentro de una burbuja gigante y resbalosa. Me di cuenta que yo también estaba agachada porque las manos en el suelo sintieron vibrar la tierra. Pero no vibraba igual que en la cantera: se acercaba el tren. Las faldas se arremangaron para correr más rápido, las mamás con sus bebés, y Ernesta Mosca, y Antonia la costurera con su tijera a la cintura. El tren se acercaba y las vías enjabonadas en la pendiente casi detuvieron al tren, que avanzó despacio como un barrenista que pisa la piedra y no sabe qué parte está floja y puede desprenderse. Despacio, pero avanzó. El día que llegaron en el tren carguero por primera vez, me contó Martín, las mujeres los esperaron cerca de la cantera La Movediza, en esa parte donde las vías corren en un pozo entre dos barrancas altísimas. Martín me contó que su mamá le contó que les tiraron agua caliente y piedras que habían guardado entre los pliegues de las faldas. Yo no le creí tanto. Pero esta vez las vi correr con las manos enjabonadas, las vi correr y acostarse sobre las vías sin miedo, las vi correr y acostarse sobre las vías abrazadas a sus hijos. El tren se detuvo y los frenos se llevaron todos los

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sonidos. Las mujeres corrieron y saltaron con la boca abierta y los ojos descontrolados como una bandada de pájaros furiosos y decididos, y Ernesta Mosca era un halcón feroz que planeaba con la cola roja de fuego. Se trepó a la locomotora con las manos vacías y el gesto listo para hablar, pero la recibió un golpe en el pecho con un arma que no sabía nada de diálogo. Antonia la costurera se subió de un salto a uno de los vagones, al grito de ​¡carneros, carneros y cornudos! Las otras mujeres la siguieron como una lluvia de piedras después de una explosión en la cantera. No sé qué pasó en el interior del tren. No sé si Antonia usó su tijera, o la perdió, o se la robaron. No sé si los golpes que el viento me trajo fueron un cuerpo contra otro, o las manos contra la mesa como cuando se hablaba de cosas importantes junto a la bandera roja. Lo que sí sé es que cuando las rodillas empezaban a dolerme, las mujeres bajaron y el tren volvió por donde había llegado. Martín nunca iba a creerme esta historia. A Ernesta Mosca no la volví a ver. A veces, si camino mirando para abajo y presto atención, puedo ver el polvo del camino desorientado, buscando unos tobillos de fuego para perseguir. Los domingos, día de descanso, don Teodoro canta en el almacén y los barrenistas aplauden, y yo me acuerdo de Ernesta Mosca, la que no aplaudía nunca. Antonia la costurera tampoco aplaude ahora, y camina con los hombros caídos y una tijera nueva atada con una cinta roja. A veces me pregunto. Un día me encontré una corona de flores rojas. Caminaba mirando para abajo y prestando atención, y me la encontré. Las flores estaban marchitas, y la tarjetita estaba un poco borroneada, pero todavía se distinguía una letra apurada: ​En memoria de Ernesta Mosca. Ellas son la mitad de nuestra fuerza. A ​ Martín nunca le conté esta historia, porque él dice que ​todos los derechos que ganamos son resultado de la lucha del sindicato. E ​ n realidad él no dice, su papá dice y él repite como eco de la sierra. Yo prefiero mi historia. Aunque digan que no estuvo, que no fue. Aunque digan que en realidad fue la tuberculosis y no un culatazo en el pecho. Aunque digan que no tuvo nada que ver, yo la vi. Hace mucho que la cantera no me cuenta nada. El viento viene fresco como un mensaje vacío, y yo le devuelvo esta historia de a poquito. Quizás, algún día, el eco encuentre un oído que me crea.

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