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VANIDAD CRUEL ISABEL COSTA


Agradecimientos: Me gustar铆a dar las gracias especialmente a mi padre, por su colaboraci贸n en el desarollo de los textos de este proyecto. Su esfuerzo, ayuda y gran motivaci贸n significan mucho para m铆.


PARA SNJÓR



En la tienda todo era diseño, incluso la compostura flemática del encargado. La sonrisa de la dependienta, de un azul metálico paralizante, parecía jugar al escondite entre las pilas de ropa y la juventud imposible de los maniquíes. En el centro geodésico del local se erigía, como en un altar, lo último en ofertas de peletería. Caimanes disfrazados de bolso, astracanes indecisos y una nutrida selección de prendas y complementos elaborados con piel de foca. Allí, entre abrigos, gorros y escarpines, un bebé-peluche asomaba su carita redondeada y clavaba en el cliente la negrura de unos ojos de alfiler.

Brais Mosquera Cementerio de animales



Contenidos

Pr贸logo.............................................................................................................................9 Introducci贸n...................................................................................................................10 CAZANDO POR LA PIEL..............................................................................................13 CRIANDO POR LA PIEL...............................................................................................21 EL PRODUCTO FINAL..................................................................................................29 ANIMALES COMO TROFEO.......................................................................................37 Conclusiones y alternativas.........................................................................................45



Prólogo

Prologar el libro de una persona conocida no suele ser plato de fácil digestión y la cosa se complica tremendamente si la autoría recae, además, en un ser querido. Una hija, por ejemplo. Conviene entonces calcular muy bien la distancia reglamentaria que evite, por un lado, el elogio condescendiente o bien, en el polo opuesto, la crítica excesiva, poco recomendable desde un punto de vista didáctico. En cualquier caso, cuando se acepta el encargo ya no hay marcha atrás. Aunque aderezado con textos diversos, el libro que tenemos en las manos es eminentemente visual. Nada extraño si tenemos en cuenta que Isabel Costa es una joven estudiante de Diseño Gráfico. Las ilustraciones, formalmente realistas y dotadas de cierta elegancia, huyen de la truculencia sangrienta, a veces inevitable, con que se suele representar el maltrato animal. Porque de maltrato animal trata este libro, concretamente del sufrimiento infligido por el ser humano a aquellos animales que transforma en prendas de vestir. Sufrimiento cruel que además, a día de hoy, se manifiesta innecesario y banal. De ahí lo acertado del título, pues más que protección contra el frío, el hombre moderno parece que busque en pieles y cueros un alimento para su vanidad. Por otra parte, lo que propone la autora, más que una condena directa de ciertos hábitos y modas, es una invitación a la reflexión lenta y documentada, algo difícil en nuestra sociedad actual, tan marcada por las prisas, tan hambrienta de satisfacciones inmediatas. Sinceramente, le deseo mucha suerte.

José María Costa Lago Santiago de Compostela, 26 de mayo del 2015

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Introducción

Para saber si un animal sufre basta con mirarle a los ojos. Es un acto que hermana, que produce la empatía necesaria para comprender y valorar el sufrimiento ajeno. Por eso muchos verdugos cubren con un lienzo el rostro de sus víctimas. Ojos que no ven, corazón que no siente. Todos los años se apaga para siempre la mirada de millones de animales, sacrificados cruelmente para mayor gloria de la industria peletera. Muchos encuentran la muerte en su medio natural, víctimas del trampeo o de la caza, actividades tan antiguas como el hombre. Pero la mayoría comienza y acaba sus días en unos edificios de aspecto siniestro denominados “granjas”, en los cuales han sido criados de forma intensiva y especializada (hay granjas de chinchillas, de zorros, de visones…) con el único fin de arrancarles sus hermosas pieles para abastecer con ellas las tiendas de moda. Se trata, según el filósofo animalista Tom Regan, de un capítulo más de la historia de la explotación de los animales no-humanos por parte de los humanos, con el agravante de que en nuestra moderna sociedad avanzada, el hecho de vestir pieles ya no responde a la necesidad básica de abrigarse del frío, sino que se ha convertido en un símbolo de estatus social, en un ornamento más de nuestra insaciable vanidad. Sin duda, desde las épocas prehistóricas en las que nuestros antepasados, organizados en bandas nómadas de cazadores-recolectores, se aprovechaban de los animales en una dura lucha por la supervivencia, hasta el actual recochineo posmoderno de fabricar peluches con pieles de crías de foca asesinadas a garrotazos, el ser humano ha recorrido un largo camino. Pero… ¿hacia dónde? Esta obra gráfica no pretende dar grandes respuestas ni tampoco presentar un catálogo de horrores. Las ilustraciones de este libro no son otra cosa que un ensayo visual cuyo objetivo fundamental es invitar a una reflexión serena sobre el sufrimiento de los animales transformados en prendas de ropa. Pretende también ser una reflexión documentada, por eso cada una de las cuatro partes o secciones en que se articula este libro va acompañada de un texto explicativo que sirve de complemento a la información puramente visual. La estructura es la siguiente: En las secciones primera y segunda se hace referencia a la caza y a la cría de animales para la obtención de pieles. Caza y cría intensiva son las dos

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fuentes principales de obtención de materia prima para el comercio de las pieles. En ambas se recurre a métodos crueles, por mucho que se disfracen estas actividades con eufemismos imposibles del tipo “matanza humanitaria” o “pieles ecológicas”. En el tercer apartado se presenta el escaparate del producto final: la frivolidad de los desfiles de prendas. El gran negocio de la moda como un mundo sin escrúpulos, manchado de sangre, donde el exotismo y la vanidad ponen incluso a muchas especies de animales salvajes al borde de la extinción. Bajo el epígrafe Animales como trofeo asistimos al ejemplo de vanidad más salvaje y cruel: el asesinato y mutilación de especies salvajes y exóticas en safaris suculentos, con foto de recuerdo incluida. Aquí se mata por puro placer. Luego, el taxidermista hace su trabajo y la casa se llena de macabros trofeos. Por último, y a modo de conclusión, se reflexiona sobre la necesidad de las prendas de origen animal, sobre la banalidad de tanta inversión en muerte y sufrimiento, planteando a la vez una serie de alternativas a un mercado internacional de las pieles que, desde un punto de vista ético, es intolerable.

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CAZANDO POR LA PIEL

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‘‘No se debe creer que todos los seres existen para el bienestar del hombre. Al contrario, todos los otros seres también fueron hechos para su beneficio propio y no para el de alguien más.’’ Maimónides (1135-1204) Médico y filósofo español

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El oficio de trampero siempre ha estado rodeado de cierto halo de romanticismo. A ello ha contribuido, y no poco, la apostura de Robert Redford en su magnífica interpretación del barbudo Jeremiah Johnson. Sin embargo, las técnicas empleadas en el trampeo tienen poco de románticas. Tan sencillas como efectivas, las más utilizadas son el lazo corredizo de nylon o acero, que atrapa a sus víctimas por la cabeza, cuello o parte superior del cuerpo, y el cepo tradicional con quijadas de acero, que “muerde” al animal en alguna de sus extremidades. Cuando, atraído por algún cebo o señuelo, la presa cae en la trampa, le espera una larga y dolorosa agonía hasta ser rematada de un golpe en la cabeza por el trampero. Además, cualquiera de estas técnicas funciona indiscriminadamente, es decir, no seleccionan entre animales de piel como castores, zorros o nutrias, y otros sin valor comercial como patos, aves rapaces o incluso animales de compañía que, junto con las pieles demasiado ensangrentadas o estropeadas, son desechados con la despectiva denominación de “desperdicios”. Otras veces las pieles se obtienen por medio de la matanza organizada de animales salvajes. La caza anual de la foca en Canadá constituye, sin duda, la masacre más grande de mamíferos marinos del mundo. Las piezas más cotizadas por su piel son los cachorros de la foca arpa, que son apaleados a muerte con unas mazas con clavos. A pesar de las campañas de denuncia, de la revisión de leyes y de la elaboración de protocolos para evitar que muchos animales sean despellejados todavía con vida, todos los años los hielos del Atlántico Norte se tiñen de sangre y dolor.

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CRIANDO POR LA PIEL

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‘‘Los animales más primitivos poseen la misma capacidad de sentir dolor que los seres humanos y, consecuentemente, de resistir el dolor cuando su cuerpo es lastimado, pero en su caso la crueldad del tormento es mucho mayor porque no poseen una mente que les explique su sufrimiento y tampoco esperanza de hasta cuándo será que deberán soportar el último dolor extremo.’’ Thomas Chalmers. Teólogo y escritor escocés

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Hoy en día, la mayoría de los animales destinados al comercio de pieles se cría en unas instalaciones denominadas de forma bucólica “granjas”. Construidas en lugares apartados, su olor las delata. Estos barracones, rodeados por una alambrada generalmente electrificada, tienen un parecido más que razonable con el Lager. Incluso en algunas de estas granjas se utiliza el gas como método de sacrificio. Su objetivo es conseguir numerosas e intactas pieles de animales salvajes como zorros, chinchillas, mapaches, visones, los sociables conejos o incluso, en países como China, de perros y gatos (no nos extrañemos, también se los comen).. Privados de una libertad que llevan en los genes, estos animales pasan su vida en un estado de penuria psicológica absoluta y padecen un estrés que los lleva a conductas aberrantes como el canibalismo. También son víctimas de muchas enfermedades y heridas provocadas por el hacinamiento en jaulas. Para un animal como el zorro, que en libertad se mueve en un radio de más de 20 km, y en la granja se ve recluido en una superficie de 0’80 m², no hay bienestar animal que valga. A veces, parece que las prendas se revalorizan con la crueldad empleada en su elaboración. Así, el apreciado astracán tiene su origen en la piel suave y rizada de ejemplares nonatos o recién nacidos de la oveja karakul, lo que supone también matar a la madre. Por la alta cotización que tiene esta piel, lo que antes era un subproducto ahora es la norma, y se necesitan 60 pieles para confeccionar un abrigo de dimensiones medianas. Pero son las granjas de visones, junto a las de conejos, las más numerosas a la hora de proveer de pieles el mercado. Solitario, territorial, nocturno y gran nadador, el visón americano desarrolla en cautividad un comportamiento neurótico y agresivo. En territorio español, la mayoría de las granjas de visón se ubican en Galicia, algunas de ellas financiadas con capital extranjero. El dinero no tiene patria. 27


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EL PRODUCTO FINAL

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‘‘Matar un animal para hacer un saco de piel es pecado. No se suponía que fuera así y no tenemos derecho a hacerlo. Una mujer gana estatus cuando rechaza que cualquier ser asesinado sea puesto en su espalda. Entonces, es hermosa.’’ Doris Day. Acrtriz norteamericana

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¿Se puede ser moderno y vestir como un troglodita? ¿De verdad hace tanto frío en la Ópera? ¿Por qué es tan cara la ropa de cuero? ¿Por qué tiene más glamour el visón que la lana de oveja? Respuesta: ¡Es la moda, imbécil! Después de pasar por unos laboriosos procesos químicos, las pieles llegan a las tiendas, a la espera de un nuevo dueño. También protagonizarán algún que otro desfile en la frívola pasarela, donde diseñadores, modelos y un público ávido y feliz, compiten en complicidad con el maltrato animal. Son los imperativos de la moda, que dice que la piel es sofisticada, hermosa, símbolo de riqueza y distinción. El objetivo: fomentar la vanidad de los potenciales clientes al comprar y vestir un artículo considerado de lujo. Una vanidad que se alimenta de muerte y crueldad contra los animales. Se calcula que para elaborar un abrigo hacen falta unas 200 chinchillas, o 40 visones, o 20 castores. Vanidad de vanidades, las pieles más cotizadas son las que provienen de animales silvestres, cuanto más exóticos, mejor. Esta es una de las causas principales de la extinción de muchas especies. A lo largo de la historia, la presión peletera ha llevado a la extinción de animales como el zorro de las Malvinas o el visón marino y ha dejado a muchas otras al borde de la misma: el ocelote, el jaguar, la chinchilla salvaje, la nutria, la garduña, el lince ibérico o el oso pardo, cuyas pieles se pueden conseguir en el mercado negro. La industria peletera se adapta a los cambios. Cuando bajan las ventas de abrigos fruto de una repentina concienciación ciudadana después de una exitosa campaña de denuncia, o debido a una crisis económica o simplemente por un giro en los gustos, el negocio se reinventa y se anuncian rebajas, se ofrece el pago a plazos, se elaboran más ribetes de piel para adornar prendas sintéticas, y aumenta la oferta de complementos como zapatos, cinturones y carteras, muchos de ellos elaborados con la piel escamosa de caimanes, serpientes y lagartos. Animales de sangre fría, no gozan de buena prensa, pero sienten el dolor y cuidan de su prole. 35


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ANIMALES COMO TROFEO

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‘‘Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre sin ninguno de sus defectos.’’ Lord Byron

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Como un eco del Colonialismo, durante el siglo XIX se construyeron importantes parques zoológicos en las principales ciudades europeas. Al mismo tiempo, millares de animales disecados enriquecían las salas de los museos de Historia Natural, los Gabinetes de Curiosidades y las colecciones particulares de hombres poderosos adictos a la caza. Inmersos en la paradoja, muchos científicos, mecenas, gobernantes y hombres de negocios, ampliaron enormemente nuestro conocimiento sobre la fauna exótica al mismo tiempo que contribuían al expolio de las especies en sus lugares de origen. Mientras las bodegas de los barcos se llenaban de jaulas y colmillos de marfil, el continente africano se fragmentaba como un juguete roto. Muchas veces, la habilidad del taxidermista se ha utilizado en empresas menos grandiosas. En muchas casas y algunos locales de hostelería (cada vez menos, afortunadamente), se puede admirar el búho, la perdiz, la ardilla o el zorro, compartiendo espacio con el televisor. En las paredes, el protagonismo se reserva para la cabeza del jabalí, adornada en ocasiones con corbata, puro habano o gafas de pacotilla, en una impúdica exhibición de algo más que mal gusto. La caza como búsqueda de un trofeo es especialmente vanidosa. No se busca ropa ni alimento, sino que se mata por matar, como símbolo de poder. Del ciervo y pagada a precio de oro, el banquero o el político sólo se llevará la cornamenta, con perdón. La mutilación como trofeo, como prueba de poderío. Y por si quedara alguna duda, el archivo fotográfico, la pose indecente junto a la víctima como prueba irrefutable de que “yo estuve allí”. Matar un gran animal con un pedazo de plomo, desde la seguridad que ofrece la mira telescópica, tiene sin duda algo de blasfemo. Como decía el personaje interpretado por Clint Eastwood en la película “Cazador blanco, corazón negro”, matar un elefante no es un crimen, es un pecado. 43


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CONCLUSIONES Y ALTERNATIVAS

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El hombre es un lobo para el hombre. También para el lobo. Dotado de una inteligencia muchas veces digna de mejores causas, de una extraordinaria capacidad de organización (para lo bueno y para lo malo) y de la habilidad para fabricar herramientas extraordinarias, el ser humano es el mayor depredador que existe en el planeta Tierra. Lo es contra sus congéneres y lo es contra los animales, que no tienen ni voz ni voto, pero con los que nos hermana la capacidad de sufrir. La historia de la humanidad es también la historia del sufrimiento de los animales. Desde sus primeros pasos como especie, el hombre ha explotado a los animales en su provecho de forma más o menos racional. Así, los animales nos han alimentado con su carne, nos han protegido del frío con sus pieles, han defendido nuestras casas y rebaños, nos han hecho, y nos hacen, compañía; desde la Antigüedad Clásica hasta nuestros días han sido utilizados en espectáculos sangrientos, también han hecho reír a muchos niños y mayores en el circo tradicional y se ha experimentado con ellos en aras de un progreso que no sabemos muy bien a dónde lleva. Torturados, maltratados, humillados, abandonados, diseccionados, exterminados… El maltrato causado a los animales es imposible de cuantificar. Es en ese contexto de maltrato generalizado donde tenemos que ubicar el sufrimiento causado a los animales transformados en prendas de vestir, del que trata este libro. Y también en un contexto de capitalismo salvaje basado en el consumo desaforado, en el culto a la vanidad, en el expolio de los recursos naturales y en la desigualdad en el reparto de las riquezas que podemos generar. La burbuja no es sólo inmobiliaria. Como algunas aves, llenamos nuestros nidos con objetos que nos deslumbran, con cosas innecesarias. Mientras parte de la población mundial pasa hambre, en el llamado Primer Mundo se producen más alimentos de los que se pueden consumir. También se fabrica más ropa de la que se puede utilizar. Y todo esto generando un sufrimiento éticamente intolerable. En pleno siglo XXI, el uso generalizado y banal de prendas de piel no tiene justificación, pues ya no son necesarias para protegernos del frío. Existen otras alternativas más dignas y menos dañinas y crueles con los animales. La más defendida por los que abogan por los derechos de los animales es el uso de ropa elaborada con fibras de origen vegetal. Llevar el vegetarianismo a la moda.

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Ya en el Neolítico, cuando el hombre se hace sedentario, inventa el telar y comienza a fabricar ropa a base de fibras vegetales, como el lino. Otros tejidos naturales de origen vegetal son el algodón, la mezclilla de nuestra ropa vaquera, muy utilizada en prendas de trabajo; la canapa, obtenida del Cannabis sativa, una planta con muchas posibilidades; el yute o el ramio, empleado en el Egipto de los faraones para amortajar a las momias. Existen también tejidos artificiales, que proceden de la celulosa, como el versátil rayón, denominado “seda artificial”, pues imita el tacto de la seda o de la lana. Por utilizar productos derivados del petróleo, tienen más controversia las fibras sintéticas como el tergal, el nylon o el poliéster, pero no contaminan más que las granjas peleteras. Para los zapatos las alternativas no son tan fáciles de encontrar, aunque hay materiales estupendos como la lona o el Gore-Tex, de origen no animal. Muchos de estos materiales son cómodos, de hermoso diseño y calientan más que las pieles de los animales. Para aquellos que gustan de coleccionar trofeos, no estaría mal que cambiaran el rifle de repetición por la cámara fotográfica. La fotografía de la naturaleza es una actividad preciosa, emocionante y muy instructiva. En cualquier caso, el debate sobre la ética en el uso de las pieles para elaborar ropa está sobre la mesa, y no afecta solamente a la industria peletera, por un lado, y a los defensores del bienestar o los derechos de los animales, por otro, ambas partes con sus argumentos. Nos afecta a todos como consumidores, ciudadanos y seres vivos. Porque animales y humanos estamos en el mismo barco, pero sólo de nosotros depende que el viaje sea plácido y duradero.

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Este libro se acab贸 de imprimir en la ciudad de Granada en el d铆a 18 de Junio del 2015





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