Me llamo… Leonardo da Vinci

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Leonardo da Vinci ME LLAMO...

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«En el Renacimiento, desde los filósofos hasta los poetas, desde los arquitectos hasta los pintores, y desde los reyes y papas hasta la gente común, todos nos sentíamos capaces de transformar el mundo. Y yo, como hijo de esta época maravillosa, no escapaba a ese impulso. Por eso me dediqué a pintar y a esculpir, a diseñar fortalezas y máquinas de guerra, o a crear artefactos para volar.»

www.parramon.com

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Otros títulos Marco Polo Albert Einstein Saint-Exupéry Gandhi Alejandro Magno Vincent van Gogh Julio Verne Mozart Cleopatra Picasso Miguel de Cervantes Shakespeare Marie Curie Teresa de Calcuta Charles Chaplin

ISBN 978-84-342-2604-3

A partir de 9 años

He dominado todas las artes y ciencias del Renacimiento

Antonio Tello Johanna A. Boccardo


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Proyecto y realización Parramón Ediciones, S.A. Dirección editorial Lluís Borràs Ayudante de edición Cristina Vilella Texto Antonio Tello Ilustraciones Johanna A. Boccardo Diseño gráfico y maquetación Zink Comunicació S.L. Dirección de producción Rafael Marfil Producción Manel Sánchez Cuarta edición: febrero 2008 Leonardo da Vinci ISBN: 978-84-342-2604-3 Depósito Legal: B-862-2008 Impreso en España © Parramón Ediciones, S.A. – 2004 Ronda de Sant Pere, 5, 4ª planta 08010 Barcelona (España) Empresa del Grupo Editorial Norma de América Latina www.parramon.com Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra mediante cualquier recurso o procedimiento, comprendidos la impresión, la reprografía, el microfilm, el tratamiento informático, o cualquier otro sistema, sin permiso escrito de la editorial.


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Hola... Mi vida transcurrió en la segunda mitad del siglo XV, el quattrocento como lo llamamos los italianos, y parte del siglo siguiente. A esta época se la llamó Renacimiento porque significó el “renacer” de la cultura, las artes y las ciencias en Europa. Todas las actividades humanas revivieron con una intensidad que no se vivía desde los tiempos en que había florecido la civilización romana. Desde los filósofos hasta los poetas, desde los arquitectos hasta los pintores, y desde los reyes y papas hasta la gente común, todos nos sentíamos capaces de transformar el mundo. Y yo, como hijo de esta época maravillosa, no escapaba a ese impulso. Por eso, me dediqué a pintar y a esculpir, a diseñar fortalezas y máquinas de guerra, y a crear artefactos para volar y otros pequeños aparatos que hicieran más fáciles las tareas del hombre. Además de observar las estrellas, estudié el cuerpo humano y dediqué no pocas horas a la música –me gustaba tocar el laúd–, a cocinar y preparar banquetes, y hasta a idear acertijos para divertir a las damas de la corte. En fin, que un hombre renacentista debía observar y experimentar todo si quería hacer del mundo un lugar más habitable para el ser humano.


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Mientras tanto, con Botticelli nos dedicamos a servir comida en la taberna Los Tres Caracoles, junto al Ponte Vecchio de Florencia. Después, el dueño de la taberna nos contrató como cocineros, pero nos despidió al cabo de unos días. De todos modos, fue una experiencia muy interesante porque me di cuenta de la cantidad de instrumentos que faltaban en la cocina para hacer las tareas más rápidas y, al mismo tiempo, ahorrar energías. Florencia era una ciudad muy viva y todos los artistas trabajaban mucho. Sandro Botticelli empezó a recibir encargos tan importantes de grandes personajes como los que recibían Antonio del Pollaudiolo y Domenico Ghirlandaio, el maestro de Miguel Ángel. Sin embargo, yo debía conformarme con pequeños trabajos. Como siempre sucede en la actividad artística, para triunfar no sólo necesitas talento, sino también tener buenas relaciones. Hablé con mi padre y gracias a su intervención tuve el primer encargo importante: pintar una tabla para la capilla de San Bernardo del Palazzo Vecchio. Me dieron un buen adelanto y comencé a trabajar en ella. Sin embargo, como se incendió Los Tres Caracoles, Botticelli y yo lo dejamos todo para abrir una nueva taberna que llamamos La Enseña de las Tres Ranas de Sandro y Leonardo. Pero el negocio no duró ni dos meses. Ricos y pobres preferían las raciones abundantes a los platos decorados. Mi padre me ayudó una vez más y los monjes del convento agustino de Scopeto me encargaron hacer La Adoración de los Magos para el altar mayor de la iglesia de San Donato. Pero también la dejé sin acabar, porque decidí cambiar de aires e irme a Milán.


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34 / Me llamo... Podía pasarme horas y horas tratando de descubrir por qué los cambios de la atmósfera modificaban el color de los objetos distantes o dónde estaba el secreto de la armonía de los sonidos. Con esto yo no pretendía convertirme en un hombre de ciencias. Mi propósito era saber más sobre la realidad del mundo para aplicarlo a mi arte. Todo arte necesita una base científica para que la realidad que representa se aproxime lo más posible a la realidad en que vivimos. Quiero decir que el hombre, el mundo y el universo forman una sola cosa armónica y es misión del artista descubrir las leyes que rigen esa armonía. Debo admitir que también pretendía con esto que el arte de la pintura comenzara a considerarse como una actividad noble. Desde la Antigüedad se consideraban todas las obras hechas con las manos como trabajos serviles. Los artistas éramos considerados poco menos que sirvientes, pero ni los artistas somos sirvientes, ni el arte, una actividad menor. Del mismo modo que el poeta necesita de la pluma para escribir sus poemas; el pintor, del pincel para pintar sus cuadros. Como hombre del Renacimiento que soy, defiendo mi libertad individual. No acepto que gobiernen mis gustos y mis ideas y que quienes me encargan una obra decidan cuándo debo acabarla. Soy yo, el artista, quien decide cuándo la obra ya está finalizada. Si escribo al revés, aprovechando que soy zurdo, y mis escritos sólo pueden leerse con la ayuda de un espejo, no es porque quiera ocultar nada, lo hago para demostrar que el artista es quien impone las reglas para ver e interpretar su obra.


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Judas parece esperar que Cristo diga su nombre mientras aprieta con su mano la bolsa con las monedas de la traiciĂłn. Los monjes quedaron muy sorprendidos con el mural La Ăşltima cena y el duque mismo vino con su corte a verlo.


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La caída de Ludovico el Moro Yo me sentía muy feliz con mi nueva situación. El duque me encargó la decoración de la Sala delle Asse, pero como dicen, la felicidad no dura en la casa del pobre. Mi suerte cambió. En 1499, las intrigas políticas del duque y la política expansionista del rey de Francia rompieron el frágil equilibrio en el que vivían los reinos de Italia de la paz de Lodi. Las tropas francesas derrotaron a Ludovico el Moro, entraron en Milán y yo me quedé sin protector. La última cena y La Virgen de las rocas gustaron mucho a Luis XII y el rey de Francia me hizo un encargo. Quería que le pintara un cuadro con santa Ana, la Virgen y san Juan Bautista y Jesús, para regalárselo a su esposa, Ana de Bretaña. Pero sólo le hice un boceto, que se conoce como Burlington House Cartoon. Me marché a Mantua y busqué amparo en la corte de Isabella d'Este. Isabella, quien componía hermosas canciones, quería que le pintara un retrato. En febrero de 1500 le hice un carboncillo dibujándola de perfil al modo de la tradición de Mantua, que buscaba resaltar su clase social. Aun así destaqué la serenidad de espíritu de la dama.


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«En el Renacimiento, desde los filósofos hasta los poetas, desde los arquitectos hasta los pintores, y desde los reyes y papas hasta la gente común, todos nos sentíamos capaces de transformar el mundo. Y yo, como hijo de esta época maravillosa, no escapaba a ese impulso. Por eso me dediqué a pintar y a esculpir, a diseñar fortalezas y máquinas de guerra, o a crear artefactos para volar.»

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