Me llamo… Vincent Vang Gogh

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PORTADA Van Gogh +20 mm

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Vincent van Gogh ME LLAMO...

Me llamo... Vincent van Gogh

Me llamo... Vincent van Gogh

«A lo largo de mi vida he sido un poco de todo: marchante de arte, predicador en una región minera, profesor de idiomas, vendedor de libros... pero, por encima de todo, pintar ha sido mi verdadera pasión. Algunos me conocen como “el loco del pelo rojo”... ¿Quieres saber por qué?»

www.parramon.com

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Otros títulos Marco Polo Leonardo da Vinci Albert Einstein Saint-Exupéry Gandhi Alejandro Magno Julio Verne Mozart Cleopatra Picasso Miguel de Cervantes Shakespeare Marie Curie Charles Chaplin Teresa de Calcuta Charles Darwin John Lennon

ISBN 978-84-342-2682-1

A partir de 9 años

He llenado el mundo de color, vida y energía

Carme Martín Rebeca Luciani


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Proyecto y realización Parramón Ediciones, S.A. Dirección editorial Lluís Borràs Ayudante de edición Cristina Vilella Texto Carme Martín Ilustraciones Rebeca Luciani (dedicado a Cora Lee Paddock) Diseño gráfico y maquetación Zink Comunicació S.L. Dirección de producción Rafael Marfil Producción Manel Sánchez Cuarta edición: junio 2008 Vincent van Gogh ISBN: 978-84-342-2682-1 Depósito Legal: B-23.653-2008 Impreso en España © Parramón Ediciones, S.A. – 2004 Ronda de Sant Pere, 5, 4ª planta 08010 Barcelona (España) Empresa del Grupo Editorial Norma de América Latina www.parramon.com Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra mediante cualquier recurso o procedimiento, comprendidos la impresión, la reprografía, el microfilm, el tratamiento informático, o cualquier otro sistema, sin permiso escrito de la editorial.


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Hola... A lo largo de mi vida he sido un poco de todo: marchante de arte, predicador en una región minera, profesor de idiomas, vendedor de libros... pero, por encima de todo, pintar ha sido mi verdadera pasión. Los colores son algo prodigioso, puedes hacer con ellos mucho más de lo que te imaginas, y como hay pinceles de diferentes grosores, los trazos que se pueden realizar son infinitos. Al sujetar el pincel, tus manos pueden moverlo en círculos, de arriba abajo o en espiral. Así, la luz inunda el cuadro y puede expresarse toda la fuerza de la naturaleza. Cuando descubrí esto, me di cuenta de que ésa era la razón de mi vida: ¡pintar lo que ves y cómo lo sientes! Me llamaban “el loco del pelo rojo”. Lo del pelo está bastante claro pues nací con el cabello rojizo y ondulado. Lo de “loco” ya es otro asunto. Quienes me rodeaban no entendían mi forma de pensar, vivir o pintar, así que sólo vendí un cuadro en mi vida y ahora resulta que mis obras son ¡las más cotizadas en las subastas de arte! A menudo los periódicos y la televisión hablan de mis dibujos, óleos y acuarelas, y los falsificadores de obras de arte tratan de imitarme. En mi país natal, Holanda, han creado una Fundación y un Museo con mi nombre, organizan conmemoraciones en mi honor y escriben innumerables artículos y libros en los que tratan de explicar mis cuadros o mi estilo. Pero, ¿quién es aquí el “loco”?


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¿Ya he comentado mi fascinación por la naturaleza?, ¿y por las labores diarias de las personas? El paisaje holandés parece no tener fin, sus colores terrosos y amarillentos cambian según los cultivos y las huertas. Los campesinos cavan, siembran y cosechan desde la mañana hasta media tarde iluminados por distintos tonos de luz y sombra. Estaba contento y mi energía era desbordante, tanto que me enamoré enseguida de mi prima Cornelia que, al haber enviudado, nos visitaba a menudo. Aunque mostré mi empeño por casarme con ella, fui rechazado con firmeza por sus padres y por ella misma. Pronto caí en el desánimo: mi segundo amor frustrado, mi padre y yo no nos entendíamos, no avanzaba en mis pinturas… Muy infeliz e incomprendido, seguí el consejo de Theo y me refugié en mis estudios de arte. A finales de año marché a La Haya, la ciudad donde vivía nuestro primo, el ya famoso pintor Anton Mauve, que quiso ser mi maestro. Incluso tío Cor


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Vincent van Gogh / 19 se interesó por mis progresos pictóricos y me encargó unas vistas de la ciudad portuaria. ¡Qué bien se portó Anton conmigo! Me regaló mi primera caja de acuarelas y me enseñó a utilizar y a aplicar los colores. Primero hice innumerables estudios de naturalezas muertas y figuras de escayola: manzanas, jarrones, zapatos… Después, junto con otros pintores recorrimos lugares pintorescos de la ciudad para dibujarlos. Yo deseaba tomar como modelos a personas de carne y hueso y salir a pintar al exterior, pero mi primo opinaba que primero debía practicar en el estudio. ¡Aprender se me hacía eterno! Estaba ansioso y nervioso. Un día me enfadé con Anton a causa de su rigidez técnica y rompí una de las figuras de su taller. Aquel día decidí montar mi propio estudio de artista y vivir en compañía de una mujer y sus hijos, que acababa de conocer.


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34 / Me llamo...

El estudio de Cormon Al principio, Theo y yo vivíamos en su pequeño apartamento de la calle Laval. No había espacio para un taller de artista. Cada mañana él se iba a la galería Goupil & Cie y yo, con mi sombrero, mi pipa y mi cuaderno bajo el brazo, recorría las calles y plazas de París. Me detenía en los museos, en las galerías de arte y en los mercados. Mis lugares preferidos eran las orillas del río Sena y el barrio de Montmartre, donde se podía palpar el ambiente bohemio. Theo es el mejor hermano que se puede desear: consiguió un piso grande con taller en Montmartre, me llevó a la tienda del viejo père Tanguy para comprar pinturas, telas y grabados japoneses, y me inscribió en el estudio de Fernand Cormon. Allí mejoré mi técnica junto a Henri de Toulouse-Lautrec, Georges Seurat y Paul Cézanne, y conocí a mi amigo Émile Bernard, el bromista. Cormon nos enseñó la técnica del cloisonnisme, que consistía en pintar grandes superficies circulares con colores planos y perfilarlas con un contorno negro. Nos animaba a reunir los colores para componer la luz y simbolizar los elementos de la naturaleza, por ejemplo el amarillo para el sol radiante y el rojo para el sol del crepúsculo. Me gustaba experimentar con esta técnica, sobre todo para deformarla y así aumentar la expresividad de mis obras. Después de clase, por las tardes, escuchábamos las charlas de los viejos impresionistas como Pissarro o Guillaumin en el café Guerbois o en el Moulin de la Galette. Pissarro tenía mucha experiencia y también era un aficionado a las láminas japonesas.


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Noche estrellada Mi vida en la residencia Saint-Paul-de-Mausolé, un antiguo convento de la localidad de Saint-Rémy de Provence, puede parecer muy aburrida, pero era justo lo que mi espíritu necesitaba. Mi salud mejoró rápidamente gracias a la hidroterapia y al bello paisaje de los alrededores que estimularon mis ganas de pintar. Realicé algunos retratos y un centenar de telas de la impresionante naturaleza que nos rodeaba. Cambié los girasoles de Arles por paisajes de olivos y cipreses. Le escribí a Theo mi fascinación por estos árboles: «Los cipreses son tan bellos como un obelisco egipcio». Parecían llamas oscuras de vibrante dinamismo ascendente hacia el cielo. Mis pinceles querían seguirlos con movimientos serpenteantes y me obsesioné con ese ritmo vertiginoso. Sufrí una segunda crisis al ingerir pintura por error y me escondieron mis pinceles y paleta por un tiempo. Así que sólo podía retratar a lápiz a gente cercana y copiar grabados de mi colección. Pero pronto se dieron cuenta de que tan sólo mejoraba pintando al aire libre, de día o de noche, y decidieron acompañarme en mis salidas con los pinceles.


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Siempre me había fascinado el problema de la descripción de las escenas de la naturaleza o de las ciudades por la noche. Los cielos nocturnos llenos de estrellas eran mi obsesión. Cuando estuve en Arles me fabriqué un sombrero rodeado de una corona de velitas encendidas para poder pintar en medio del campo o bien me paseaba por el pueblo deteniéndome bajo los faroles. Mi cielo nocturno más conocido se titula La noche estrellada y lo pinté al óleo en junio de 1889. La escena reproduce un pueblo por la noche. Las casas ocupan un pequeño espacio en la parte baja de la tela. Detrás de ellas aparece un bosque verdoso y unas montañas azuladas. El protagonismo es para las estrellas fosforescentes, que ocupan más de la mitad superior de la tela en una franja horizontal junto a una luna de brillo dorado. Todo lleno de un ritmo vertiginoso gracias a las pinceladas vibrantes. Los trazos giran, se retuercen, crean espirales con múltiples colores en paralelo. En primer plano destacan dos cipreses ascendiendo hasta el profundo cielo como contrapunto a la estela de estrellas resplandecientes en la oscura noche.


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«A lo largo de mi vida he sido un poco de todo: marchante de arte, predicador en una región minera, profesor de idiomas, vendedor de libros... pero, por encima de todo, pintar ha sido mi verdadera pasión. Algunos me conocen como “el loco del pelo rojo”... ¿Quieres saber por qué?»

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