Me llamo… Cleopatra

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ME LLAMO...

Cleopatra

Me llamo... Cleopatra

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«Mi vida fue muy intensa en todos los aspectos. Me convertí en reina de Egipto a los dieciocho años, y luché sin descanso por mi país. Os aseguro que no fui la mujer desleal y manipuladora que algunos se empeñaron en pintar. Y para defenderme de tantas mentiras, creo que ha llegado el momento de que yo misma os cuente mi historia.»

www.parramon.com

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Otros títulos Marco Polo Leonardo da Vinci Albert Einstein Saint-Exupéry Gandhi Alejandro Magno Vincent van Gogh Julio Verne Mozart Picasso Miguel de Cervantes Shakespeare Marie Curie Teresa de Calcuta Charles Chaplin

ISBN 978-84-342-2759-0

A partir de 9 años

Fui la última reina del fabuloso antiguo Egipto

Carmen Gil Teresa Herrero


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Proyecto y realización Parramón Ediciones, S.A. Dirección editorial Lluís Borràs Ayudante de edición Cristina Vilella Texto Carmen Gil Ilustraciones Teresa Herrero Diseño gráfico y maquetación Zink Comunicació S.L. Dirección de producción Rafael Marfil Producción Manel Sánchez Cuarta edición: octubre 2007 Cleopatra ISBN: 978-84-342-2759-0 Depósito legal: B-45.917-2007 Impreso en España © Parramón Ediciones, S.A. – 2005 Ronda de Sant Pere, 5, 4ª planta 08010 Barcelona (España) Empresa del Grupo Editorial Norma de América Latina www.parramon.com Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra mediante cualquier recurso o procedimiento, comprendidos la impresión, la reprografía, el microfilm, el tratamiento informático, o cualquier otro sistema, sin permiso escrito de la editorial.


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Hola... Seguro que os suena mi nombre. Si alguien menciona a Cleopatra, por muchas otras que haya habido en la Historia, todos piensan en mí. De hecho, fui la VII de mi dinastía; pero... ¿alguien se acuerda de las otras seis? ¡He dado tanto que hablar...! Y no siempre bien, ésa es la verdad. Mis enemigos me han criticado duramente. Hasta de mi nariz han hecho burla. Menos mal que también he tenido encendidos defensores. Odiada o amada, el caso es que a nadie dejaba indiferente. Claro que, modestia aparte, fui una mujer fascinante: hermosa, inteligente y culta. Dominaba ocho idiomas y tenía conocimientos de astronomía, matemáticas, filosofía... Además, poseía un carácter hechicero que cautivaba a cuantos se me acercaban. ¡Cómo no iba a despertar envidias! Mi vida fue muy intensa en todos los sentidos. Me convertí en reina de Egipto a los dieciocho años. Y luché sin descanso por mi país. Creo que casi todo lo que hice fue por el bien de Egipto. Pero hay muchas cosas que la gente no supo entender. ¡He tenido que oír barbaridades sobre mi persona! Os aseguro que no fui la mujer desleal y manipuladora que algunos se empeñaron en pintar. Y para defenderme de tantas y tantas mentiras, creo que ha llegado el momento de que yo misma os cuente mi historia.


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18 / Me llamo... En época de Alejandro, la ciudad estaba enfrente de la isla de Faros. Fue Demócrates de Rodas el que conectó a ambas a través de un dique. Por eso Alejandría tenía dos puertos: el Gran Puerto y el Puerto del Buen Regreso. ¡Qué divertido resultaba caminar por cualquiera de ellos! Siempre tan animados, tan bulliciosos, tan llenos de colores, sonidos y olores diferentes. Marinos y caravaneros procedentes de África, de China, de Medio Oriente, de la India... charlaban animadamente en las tabernas, a todas horas llenas de gente. En los muelles, mientras unos cargaban, otros descargaban sus mercancías: alfombras, aceite de oliva, tejidos, especias... Montones de barcos permanecían atracados formando una gran arboleda de mástiles. Todo era agitación y trajín. También en el resto de Alejandría ocurría otro tanto de lo mismo. Carros, jinetes, tiros y literas pasaban y cruzaban por sus amplias avenidas. Griegos, egipcios, árabes, sirios, hebreos, persas, nubios, fenicios, romanos, galos e íberos paseaban por sus calles. Gentes de todas las naciones llegaban para vivir, comerciar y aprender. Y todos se respetaban y convivían en paz. Creo que la palabra "cosmopolita", que significa "ciudadano del Cosmos", adquirió aquí su sentido. Alejandría sí que era una ciudad verdaderamente cosmopolita. Los alejandrinos nos sentíamos muy orgullosos de ella.


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Una de las siete maravillas del mundo Sin duda, lo que más me impresionaba de mi ciudad de mármol era el Faro, que se llamaba así porque estaba en la isla de Faros. Desde allí, ese gigante blanco miraba al mar con su enorme ojo brillante. Medía 117 metros, y decían que era el edificio más alto de la Tierra, junto con las pirámides de Keops y Kefrén. En la parte de arriba ardía leña y resina, para orientar a los barcos e indicarles dónde estaba el puerto. Tenía, además, una especie de espejo que, durante el día, reflejaba la luz del sol a más de 50 kilómetros de distancia. Tan importante fue, que de él tomaron el nombre todos los faros del mundo. Los visitantes que venían a la ciudad iban a ver la tumba de Alejandro, el Gran Alejandro Magno. Tampoco se dejaban atrás el Serapeión, que era un templo resplandeciente. Me encantaban sus colores y el reflejo de los rayos del sol en sus techos dorados. Ese templo estaba dedicado a Serapis, que fue un dios inventado por Ptolomeo I, para reunir al dios Osiris de los egipcios y al Zeus de los griegos. Para que veáis lo pacífica que era la convivencia de culturas en Alejandría que hasta se mezclaban sus dioses.


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Cleopatra / 35 Para aquella ocasión iba ataviada con mis más hermosos vestidos, perfumada con los ungüentos más exquisitos, adornada con las joyas más brillantes, tocada con mi mejor peluca. Y así, desplegando todos los encantos femeninos que sabía que poseía, caminé hasta César y pude observarlo de cerca. Era un hombre maduro, pero guapo y distinguido. Alto, delgado y fibroso, tenía una evidente calvicie que quería ocultar y por eso se peinaba todo el pelo hacia delante. Desde el primer momento hubo algo en él que me encandiló. Aquel mismo día comenzó una relación entre el gran Julio César y Cleopatra VII, reina de Egipto, que duraría años. Sabía que mis enemigos me criticarían mucho por ella, que me acusarían de fría y calculadora, de seducir premeditadamente a César para ganarme las simpatías de los romanos y así no tener que temer una invasión de sus ejércitos. Es posible que ésa fuera mi intención al principio. Quería conquistar a César, obtener su apoyo y su afecto, pero pronto fui yo la conquistada. Me enamoré de él. Sí, me enamoré perdidamente de su nariz y su barbilla romana, de su talante sereno y compasivo, de su valentía sin límites, de la clemencia que mostraba con sus enemigos, de sus ganas de vivir...

Tengamos la fiesta en paz Al día siguiente de mi apoteósica aparición dentro de la alfombra, César mandó llamar a mi hermano Ptolomeo, el Decimotercero. Quería convencerlo de que volviera a reinar, en paz, a mi lado. Así lo había querido nuestro padre, Aulettes. Y César era el encargado de hacer cumplir su testamento.


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50 / Me llamo... El 15 de marzo del año 44 a.C. un acontecimiento terrible tiñó Roma de sangre y me partió el corazón. César fue asesinado a la salida del edificio del Senado de Roma. Y lo más espantoso es que la mayor parte de los senadores estaba de acuerdo con aquel crimen. Cuando recibí la noticia de su muerte, el dolor se alojó en mi pecho y tardé mucho tiempo en poder deshacerme de él. Es posible que las diosas también lloren porque yo, Cleopatra VII, la nueva Isis, lloré durante mucho tiempo la muerte de mi amado César. Aunque Calpurnia fuera su esposa ante la ley, yo era su verdadera viuda. Octavio, hijo adoptivo de César, y Marco Antonio, su sobrino, fueron nombrados sus sucesores. César había muerto antes de reconocer a Cesarión como hijo legítimo. Eso lo sabían muy bien los senadores que lo habían asesinado.

Tiempos difíciles Al volver a Alejandría me sentía muy sola y desconfiaba de todo el mundo. Veía enemigos por todas partes. Tanto miedo tenía que disponía de catadores de alimentos que probaban la comida antes que mi hijo y yo, para asegurarme de que no estaba envenenada. Temía que los partidarios de la República, los asesinos de César, quisieran atentar contra la vida de Cesarión.


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Cleopatra / 51 Además, me preocupaba que mi hermano y marido, Ptolomeo XIV, intentara quedarse con el poder. No tuve más remedio que deshacerme de él. De mi familia sólo quedábamos mi hermana Arsinoe, que había sido enviada a la isla de Éfeso por César, y yo. ¿En quién podía confiar? Menos mal que siempre me acompañaban mis fieles sirvientas Iras y Carmiana. Dicen que las desgracias nunca vienen solas. Desde el año 43 hasta el 41 a.C. Egipto pasó por una época terrible. Durante mi estancia en Roma los canales del Nilo habían sido descuidados, el agua no fue aprovechada y las cosechas fueron malas. Las plagas y el hambre se apoderaron de mi pueblo. Fue una época difícil. En Roma la situación no mejoraba. Marco Antonio y Octavio se enfrentaban con sus tropas a los republicanos. Ambos pedían mi ayuda; pero yo intenté no mezclarme en sus asuntos. ¡Ya tenía bastante Egipto con sus propios problemas! Al final, no tuve más remedio que intervenir y apoyarlos. Los asesinos de César fueron derrotados y en Roma se formó un triunvirato entre Marco Antonio, Octavio y Lepidus. A Marco Antonio le correspondió el Este; a Octavio, Roma y la Galia; y a Lepidus, África del Norte.


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«Mi vida fue muy intensa en todos los aspectos. Me convertí en reina de Egipto a los dieciocho años, y luché sin descanso por mi país. Os aseguro que no fui la mujer desleal y manipuladora que algunos se empeñaron en pintar. Y para defenderme de tantas mentiras, creo que ha llegado el momento de que yo misma os cuente mi historia.»

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