Año de la Fe. Cuatro Cartas Pasotrales

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1.

«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo –equivale a creer

en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.

2.

Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. En la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres


del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud».1 Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado.2 Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.

3.

No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). En efecto, la

enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn 6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.

4.

A la luz de todo esto, he decidido convocar un Año de la fe. Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. En la fecha del 11 de octubre de 2012, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II,3 con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe. Este documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue querido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento al servicio de la catequesis,4 realizándose mediante la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica. Y precisamente he convocado la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en el mes de


octubre de 2012, sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Será una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe. No es la primera vez que la Iglesia está llamada a celebrar un Año de la fe. Mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967, para conmemorar el martirio de los apóstoles Pedro y Pa b l o e n e l d é c i m o n o ve n o centenario de su supremo testimonio. Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese «una auténtica y sincera profesión de la misma fe»; además, quiso que ésta fuera confirmada de manera «individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca».5 Pensaba que de esa manera toda la Iglesia p o d r í a a d q u i r i r u n a « exa c ta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla».6 Las grandes transformaciones que tuvieron lugar en aquel Año, hicieron que la necesidad de dicha celebración fuera todavía más evidente. Ésta concluyó con la Profesión de fe del Pueblo de Dios,7 para testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y

profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado.

5.

En ciertos aspectos, mi Venerado Predecesor vio ese Año como una «consecuencia y exigencia postconciliar»,8 consciente de las graves dificultades del tiempo, sobre todo con respecto a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación. He pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza».9 Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre


necesaria de la Iglesia».10

6.

La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó. Precisamente el C o n c i l i o, e n l a C o n st i t u c i ó n dogmática Lumen gentium, afirmaba: «Mientras que Cristo, "santo, inocente, sin mancha" (Hb 7, 26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5, 21), sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. La Iglesia continúa su peregrinación "en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios", anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Co 11, 26). Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz».11 En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica

y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 4). Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17).

7.

«Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo


tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo».12 El santo Obispo de Hipona tenía buenos motivos para expresarse de esta manera. Como sabemos, su vida fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró descanso en Dios.13 Sus numerosos escritos, en los que explica la importancia de creer y la verdad de la fe, permanecen aún hoy como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a tantas personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la «puerta de la fe».

Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios.

8.

En esta feliz conmemoración, deseo invitar a los hermanos Obispos de todo el Orbe a que se unan al Sucesor de Pedro en el tiempo de gracia espiritual que el Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe. Queremos celebrar este Año de manera digna y fecunda. Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo. Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo.

9.

Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada


c o nv i c c i ó n , c o n c o n f i a n za y esperanza. Será también una ocasión p ro p i c i a p a ra i nte n s i f i ca r l a celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza».14 Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada,15 y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año. No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el compromiso asumido con el bautismo. San Agustín lo recuerda con unas palabras de profundo significado, cuando en un sermón sobre la redditio symboli, la entrega del Credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. […] Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra

mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís co r p o ra l m e nte , v i g i l é i s co n e l corazón».16

10.

En este sentido, quisiera esbozar un camino que sea útil para comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios. En efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento. El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10, 10). El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo. A este propósito, el ejemplo de Lidia es muy elocuente. Cuenta san L u c a s q u e Pa b l o, m i e n t ra s s e encontraba en Filipos, fue un sábado a anunciar el Evangelio a algunas mujeres; entre estas estaba Lidia y el «Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo» (Hch 16, 14). El sentido que encierra la expresión es importante. San Lucas enseña que el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón,


auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios. Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso. La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «"Creo": Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. "Creemos": Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos

reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. "Creo", es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: "creo", "creemos"».17 C o m o s e p u e d e v e r, e l conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia. El conocimiento de la fe introduce en la totalidad del misterio salvífico revelado por Dios. El asentimiento que se presta implica por tanto que, cuando se cree, se acepta libremente todo el misterio de la fe, ya que quien garantiza su verdad es Dios mismo que se revela y da a conocer su misterio de amor.18 Por otra parte, no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre».19 Esta exigencia constituye una invitación permanente, inscrita indeleblemente en el corazón humano, a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido.20 La fe nos invita y nos abre


totalmente a este encuentro.

11.

Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II. En la Constitución apostólica Fidei depositum, firmada precisamente al cumplirse el trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el beato Juan Pablo II escribía: «Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial... Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial».21 Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia

ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe. En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.

12.

Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural. Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera


más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar. En efecto, la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad.22

13.

A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos. Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano.

La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación. Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4). Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10,


28). Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza en su persona (cf. Lc 11, 20). Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13, 34-35). Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles. Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. Hch 2, 42-47). Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores. Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos cristianos

han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lc 4, 18-19). Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el d e s e m p e ñ o d e l o s ca r i s m a s y ministerios que se les confiaban. También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.

14.

El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: "Id en paz, abrigaos y saciaos", pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la


fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: "Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe"» (St 2, 14-18). La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13; cf.

Ap 21, 1).

15.

Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que «buscara la fe» (cf. 2 Tm 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cf. 2 Tm 3, 15). Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la fe. Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin. «Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa


que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre. Confiemos a la Madre de Dios, proclamada «bienaventurada porque ha creído» (Lc 1, 45), este tiempo de gracia. Dado en Roma, junto a San

Pedro, el 11 de octubre del año 2011, séptimo de mi Pontificado. BENEDICTUS PP. XVI

1 Homilía en la Misa de inicio de Pontificado (24 abril 2005): AAS 97 (2005), 710. 2 Cf. Benedicto XVI, Homilía en la Misa en Terreiro do Paço, Lisboa (11 mayo 2010), en L'Osservatore Romano ed. en Leng. española (16 mayo 2010), pag. 8-9. 3 Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 113-118. 4 Cf. Relación final del Sínodo Extraordinario de los Obispos (7 diciembre 1985), II, B, a, 4, en L'Osservatore Romano ed. en Leng. española (22 diciembre 1985), pag. 12. 5 Pablo VI, Exhort. ap. Petrum et Paulum Apostolos, en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo (22 febrero 1967): AAS 59 (1967), 196. 6 Ibíd., 198. 7 Pablo VI, Solemne profesión de fe, Homilía para la concelebración en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo, en la conclusión del "Año de la fe" (30 junio 1968): AAS 60 (1968), 433-445. 8 Id., Audiencia General (14 junio 1967): Insegnamenti V (1967), 801. 9 Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 57: AAS 93 (2001), 308. 10 Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005): AAS 98 (2006), 52. 11 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 8. 12 De utilitate credendi, 1, 2. 13 Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, I, 1. 14 Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 10. 15 Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 116. 16 Sermo 215, 1. 17 Catecismo de la Iglesia Católica, 167. 18 Cf. Conc. Ecum. Vat. I, Const. dogm. Dei Filius, sobre la fe católica, cap. III: DS 3008-3009; Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 5. 19 Discurso en el Collège des Bernardins, París (12 septiembre 2008): AAS 100 (2008), 722. 20 Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, XIII, 1. 21 Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992):AAS 86 (1994), 115 y 117. 22 Cf. Id., Carta enc. Fides et ratio (14 septiembre 1998)


I. Introducción

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A los obispos de la Comisión Permanente del Episcopado Argentino se nos ha confiado la atención pastoral constante sobre la realidad argentina, tanto general como regional, procurando reconocer en ella los desafíos que presenta a la acción evangelizadora.1 Es una grave responsabilidad, especialmente ante los complejos desafíos que enfrenta hoy la misión de la Iglesia. Sin embargo, llevamos a cabo este servicio con alegría y esperanza. Una certeza nos sostiene: es el Señor el que nos llama y nos envía. Su Palabra es la verdad que nos ilumina. Él nos ha dicho: “Estaré siempre con ustedes” (Mt 28,20). Por

eso, como los apóstoles, también nosotros le decimos: “Señor, confiando en tu Palabra, echaremos las redes”.

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El Santo Padre Benedicto XVI ha convocado a toda la Iglesia a celebrar el Año de la Fe, al cumplirse cincuenta años del inicio del Concilio Vaticano II y veinte de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. Sus palabras nos han conmovido y entusiasmado. La fe en Jesucristo es el bien más precioso de la Iglesia. Ella misma existe por la fe y para transmitir la fe. Existe para evangelizar, anunciando a Jesucristo como Señor y Salvador, Amigo y Redentor de los hombres. Por otra parte, hemos visto con alegría que esta iniciativa del Papa confirma el camino que venimos transitando como Iglesia peregrina en


Argentina, y cuyos hitos principales son: Navega mar adentro, Aparecida y la Misión continental. El Año de la Fe es así un renovado impulso a la nueva evangelización.

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La finalidad de estas líneas es ofrecer algunas propuestas evangelizadoras que ayuden a integrar y asimilar el impulso del Año de la Fe en el camino pastoral que venimos recorriendo, teniendo también a la vista el desarrollo de la Misión Continental en los próximos años. Confiamos que sean de utilidad para los Planes pastorales de nuestras Diócesis.

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Ante todo, queremos ofrecer el testimonio de nuestra propia fe. Los obispos somos hombres de fe. Compartimos con todos la feliz experiencia de haber sido alcanzados por el Señor en el camino de nuestra vida. Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él. Somos discípulos de Jesús, agraciados por el don de su amistad. Lo decimos con sencillez de corazón: amamos a Jesucristo que nos amó primero y entregó su vida por nosotros. Este es nuestro gozo más grande. El encuentro con Cristo marcó, para siempre, nuestra existencia. La fe que profesamos es la fe de la Iglesia católica. Si cada uno de nosotros puede decir “creo en Jesucristo”, es porque formamos parte del Pueblo de Dios que canta las

maravillas del Señor y que, cada domingo, renueva la fe recibida de los Apóstoles. Nuestro Amén a Jesucristo está sostenido por el “creemos” de toda la Iglesia. Somos hijos de esta Iglesia santa, pero también necesitada de purificación. Reconocemos que las incoherencias y pecados de sus mismos pastores y miembros han provocado desilusión en muchos creyentes y un debilitamiento en su fe. Renovando nuestro compromiso de conversión al Señor, único Salvador del mundo,2 rogamos por la fe de nuestro pueblo que queremos sostener, acompañar y hacer crecer. Los obispos somos creyentes llamados a servir la fe de nuestros hermanos. Al igual que los presbíteros y diáconos, y junto con ellos, buscamos cuidar y acompañar la fe del Pueblo de Dios, cuyo testimonio nos enriquece. Esta es la misión que hemos recibido. Hemos sido llamados a velar sobre el rebaño de Cristo por la predicación del Evangelio, la celebración de los Misterios y el ejercicio de la caridad pastoral. La convocatoria del Santo Padre al Año de la Fe nos ha posibilitado mirar, con ojos nuevos, la misión que nos ha sido confiada. Nos sentimos llamados a custodiar y a transmitir el don precioso de la fe de la Iglesia, siempre nuevo y lleno de vida. La fe no pasa de moda,

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porque trae a Dios al corazón del hombre. Las orientaciones que a continuación les presentamos quieren ser expresión de este servicio a la fe siempre joven de la Iglesia, para que todos podamos vivir nuestra comunión con Jesucristo en las actuales circunstancias de nuestra Patria.

II. El Año de la Fe.

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La convocatoria del Santo Padre a celebrar el Año de la Fe unifica las tareas evangelizadoras en estrecha vinculación con la Nueva Evangelización y la Misión Continental. Por eso los obispos argentinos invitamos a continuar con nuestro compromiso pastoral en el marco de la Misión Continental, tal cual lo expresamos en nuestra Carta Pastoral del año 2009,3 como itinerario en favor de una nueva evangelización, enriquecidos ahora, con las acentuaciones pastorales que aporta la celebración del Año de la Fe. La Misión Continental ha provocado una toma de conciencia, en toda la Iglesia de América Latina y en Argentina, de la importancia de llegar a un estado permanente de misión, y la convocatoria del Santo Padre a celebrar este Año centra la tarea evangelizadora en la realidad de

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la Fe. Por eso es la oportunidad de renovar el fervor por anunciar el Evangelio a partir de aportes novedosos que esta celebración ofrece, enriqueciendo así los ámbitos del contenido y la modalidad de la Misión para la nueva evangelización. Proponemos algunos de estos aportes siguiendo la reflexión del Santo Padre: a. La Fe como encuentro personal con Cristo. Con la promulgación de este Año el Santo Padre quiere poner en el centro de la atención eclesial “el encuentro con Jesucristo y la belleza de la fe en Él.” 4 Esta fe en Jesucristo, que se muestra viva y fecunda en muchísimas expresiones religiosas y en testimonios de vida cristiana en nuestra tierra argentina, sin embargo se ve también, en algunas ocasiones, debilitada. Para fortalecerla hay que recordar que la fe se alimenta y vigoriza en la celebración de la misma fe. Especialmente en la liturgia el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo para formar su cuerpo. La Iglesia, es el gran sacramento de la comunión divina que reúne a los hijos de Dios dispersos. La Iglesia, en cuya fe nace y donde se fortalece la fe de cada cristiano, alimenta y educa al discípulo en la celebración eucarística a lo largo del año litúrgico, especialmente

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en la Eucaristía dominical. Por ello toda la tarea evangelizadora y misionera se vive desde la liturgia en la que se recibe la Palabra y la Gracia que nutren la oración y la vida de los creyentes. El Santo Padre insiste que este Año es una ocasión propicia para que todos los fieles comprendan con mayor profundidad que el fundamento de la fe cristiana es “el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.5 La tarea evangelizadora y misionera tendrá que tener muy en cuenta provocar ese encuentro personal con Cristo, especialmente en la Eucaristía, la Palabra de Dios y el testimonio de vida de los creyentes, en especial los más pobres y sufrientes. La fe cristiana no es un sentimiento vacío, sino respuesta a una Palabra que se hace Vida en el encuentro con Jesucristo

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b. El c o n o c i m i e n t o d e l o s contenidos de la Fe para dar el propio asentimiento Benedicto XVI nos dice también: “Existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos

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nuestro asentimiento”6; “la fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este “estar con él” nos lleva a comprender las razones por las que se cree”.7 Como podemos ver el conocimiento de los contenidos es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia.8 El Año de la Fe que comenzará el 11 de octubre de 2012, fecha en la que se conmemoran los 50 años de la apertura del Concilio Vaticano II y los 20 años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, será una oportunidad para releer los textos conciliares y profundizar su estudio de manera apropiada para que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio dentro de la Tradición de la Iglesia9. Hemos de preguntarnos cómo ha sido la recepción del Concilio en nuestra Iglesia que peregrina en Argentina y si hemos sido capaces de superar las nostalgias preconciliares y las lecturas posconciliares reductivas, dejándonos orientar por esa “brújula segura” con ayuda de una “hermenéutica de la renovación dentro de la continuidad”, tal como ha señalado reiteradamente el Santo Padre.10 El Año de la Fe ofrecerá así a todos los creyentes una buena

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oportunidad para profundizar los principales documentos del Concilio Vaticano II y el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica y de esa manera crecer en el conocimiento de los contenidos de la fe para poder dar razones de lo que se cree. Así la acción evangelizadora y misionera provocará, no sólo el encuentro personal con Cristo, sino también, a través de la enseñanza y la catequesis permanente, un conocimiento de los contenidos de la fe en Él para dar testimonio de ello con la propia vida.

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c. La profesión y comunicación de la Fe. La fuerza del Espíritu en Pentecostés llevó a la primera comunidad cristiana a salir de su aislamiento y hacer pública su fe en Cristo, con alegría y entusiasmo, aún en situaciones adversas (cfr. Jn 20, 1922). La profesión y comunicación de la fe forman parte de la misma identidad cristiana. Así también lo entendieron los obispos reunidos en Aparecida11 al presentar la vida cristiana como una única vocación de “discípulos misioneros” de Cristo, nacida en el propio bautismo para formar parte de una gran familia que es la Iglesia. La fe, vivida en la Iglesia, nos libera del aislamiento del yo y

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nos pone en comunión con Dios y nuestros hermanos.12 Creemos que el Año de la Fe es una oportunidad para acentuar la dimensión misionera de la Iglesia en Argentina y para recordar como lo señala el Santo Padre la importancia del testimonio público de la fe: “Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree.” 13

III. Estilo pastoral

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Como expresamos en la “Carta Pastoral con ocasión de la Misión Continental” el camino evangelizador requiere de actitudes que se expresan en un estilo que ayuda a definir una espiritualidad o mística en la tarea pastoral, que es previa a cualquier acción programática.14 Estilo pastoral que tiene su fuente en el estilo evangelizador de Jesús.15 Como pastores queremos subrayar especialmente tres actitudes prioritarias para este tiempo: la alegría, el entusiasmo y la cercanía. a. La alegría La alegría es la puerta para el

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anuncio de la Buena Noticia y también la consecuencia de vivir en la fe. Es la expresión que abre el camino para recibir el amor de Dios que es Padre de todos. Así lo notamos en el Anuncio del ángel a la Virgen María que antes de decirle lo que en ella va a suceder la invita a llenarse de alegría. Y es también el mensaje de Jesús para invitar a la confianza y al encuentro con Dios Padre: alégrense. Esta alegría cristiana es un don de Dios que surge naturalmente del encuentro personal con Cristo Resucitado y la fe en él. Por eso es fundamental en este tiempo que los agentes de pastoral expresemos con nuestro testimonio de vida la alegría de creer en Cristo. El anuncio de una “gran alegría” debe marcar el estilo y la mística de la nueva evangelización para provocar un acercamiento a la fe teniendo en cuenta que la Iglesia crece, no por proselitismo, sino por atracción.16 Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo.17

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b. El entusiasmo La palabra entusiasmo

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(åíèïõóéáóìïò) tiene su raíz en el griego “en-theos”, es decir: “que lleva un dios adentro”. Este término indica que, cuando nos dejamos llevar por el entusiasmo, una inspiración divina entra en nosotros y se sirve de nuestra persona para manifestarse. El entusiasmo es la experiencia de un “Dios activo dentro de mí” para ser guiado por su fuerza y sabiduría. Implica también la exaltación del ánimo por algo que causa interés, alegría y admiración, provocado por una fuerte motivación interior. Se expresa como apasionamiento, fervor, audacia y empeño. Se opone al desaliento, al desinterés, a la apatía, a la frialdad y a la desilusión. El “Dios activo dentro” de nosotros es el regalo que nos hizo Jesús en Pentecostés, el Espíritu Santo: “Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto.” (Lc 24, 49). Se realiza así lo anunciado por los profetas, “les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes.” (Ez. 36, 26) L a n ueva evan gel i zaci ón requiere de agentes evangelizadores entusiastas, que confíen en la fuerza del Espíritu que habita en cada uno y lo

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impulsa desde dentro para anunciar el Evangelio. La misión tiene que sostenerse en la convicción de la presencia del “Espíritu que nos anima” cuyas notas son las que hemos expresado en el primer capítulo de “Navega mar adentro” y que siguen estando vigentes para definir un estilo y una espiritualidad en este tiempo misionero. El Espíritu graba en nosotros la certeza de ser amados por Dios, nos sostiene firmes en la esperanza, nos lleva a acercarnos al prójimo con entrañas de misericordia, nos mueve a vincularnos cordialmente con los demás en la mística de comunión, nos impulsa para compartir la alegría del Evangelio con un constante y renovado fervor misionero, involucrando toda nuestra vida hacia la santidad en la entrega cotidiana. 18 c. La cercanía Dios en Jesús se revela como un Dios cercano y amigo del hombre.19 El estilo de Jesús se distingue por la cercanía cordial. Los cristianos aprendemos ese estilo en el encuentro personal con Jesucristo vivo, encuentro que ha de ser permanente empeño de todo discípulo misionero. Desbordado de gozo por ese encuentro el discípulo

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busca acercarse a todos para compartir su alegría. La misión es relación20 y por eso se despliega a través de la cercanía, de la creación de vínculos personales sostenidos en el tiempo. El amigo de Jesús se hace cercano a todos, sale al encuentro generando relaciones interpersonales que susciten, despierten y enciendan el interés por la verdad. De la amistad con Jesucristo surge un nuevo modo de relación con el prójimo, a quien se ve siempre como hermano. En este espíritu cobra particular relieve la liturgia del sacramento de la Reconciliación. Ese es el ámbito privilegiado en el que los sacerdotes, secundando la acción de la gracia, despliegan su ardor misionero y se muestran cercanos y cordiales con el penitente, cuando el Señor comunica su misericordia en la liturgia sacramental. La experiencia de ser perdonado y la relación personal con el sacerdote alientan y sostienen un camino de crecimiento en la fe que es incesante conversión.

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IV. Ámbitos pastorales prioritarios

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En continuidad con “Navega mar adentro” y la “Carta Pastoral con ocasión de la Misión Continental”, y teniendo en cuenta los aportes


presentado por el Santo Padre Benedicto XVI en su Carta Apostólica “Porta fidei”, en sus discursos y homilías, e iluminados por la Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe con recomendaciones pastorales para la celebración del Año de la Fe, proponemos los siguientes ámbitos pastorales prioritarios para trabajar y desarrollar. a. Iniciación cristiana. Catequesis La acción evangelizadora, la iniciación a la vida de la fe y la perseverancia en ella están acompañadas por una acción educativa que debe desarrollar la Iglesia y que se concreta en la Catequesis, sea de Iniciación o Permanente. 2 1 Por tal motivo debemos seguir siendo creativos para que la Catequesis se adecue a los desafíos propios del tiempo que vivimos y a los requerimientos de la nueva evangelización. Destacamos en este aspecto el lugar preeminente que debe tener, en esta tarea la Palabra de Dios ofrecida como alimento y sustento para todos los “discípulos de Jesús.”22 En particular las parroquias han de ser el lugar donde se asegure la Iniciación Cristiana y la inserción

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comunitaria en la Iglesia. Para ello es necesario actualizar o renovar la modalidad catequística desarrollada de acuerdo a los nuevos desafíos.23 La vivencia eclesial de la fe necesita de una comunidad viva que sea fuente de comunión misionera. La realización y las conclusiones del III° Congreso Catequístico Nacional (Morón, Mayo de 2012), cuyo objetivo es el dar un impulso a la renovación catequística en torno a la Iniciación Cristiana y al Itinerario Catequístico Permanente,24 ayudarán a concretar la tarea irrenunciable de ofrecer una modalidad operativa de iniciación cristiana que, además de marcar el qué, dé también elementos para el quién, el cómo y el dónde se realiza. 25 Catecismo argentino Para confirmar esta prioridad que la Iglesia en Argentina quiere dar a la Iniciación cristiana, la Conferencia Episcopal Argentina ha resuelto también la realización de un Catecismo Argentino en plena conformidad con el Catecismo de la Iglesia Católica, que sirva de referencia para la transmisión de los contenidos de la fe en nuestra Catequesis.26 Congreso Eucarístico Nacional También está prevista la realización del Próximo Congreso

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Eucarístico Nacional en Tucumán en el año 2016, vinculado al Bicentenario de la Independencia de nuestra patria. Será una oportunidad para centrar nuestra mirada en la presencia de Jesús en la Eucaristía que acompaña nuestra vida. 27 b. Evangelización de la cultura Evangelio y cultura La ruptura entre el evangelio y la cultura, como afirmaba Pablo VI, sigue siendo un desafío que debemos priorizar. El encuentro personal con Jesucristo tiene que llevarnos a transformar, con la fuerza del Evangelio, los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida.28 La evangelización de la cultura es signo de una fe madura y asumida. En este ámbito adquiere su mayor relieve el tema de la educación en sus diversos niveles, como una mediación metodológica para la evangelización de la cultura. 29 Esto nos debe llevar a ahondar el contenido de la fe por el camino de una formación integral. Caridad y compromiso social “El Año de la Fe será también una buena oportunidad para

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intensificar la caridad. La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente.”30 En este sentido, confirmamos la opción realizada con motivo del Bicentenario de nuestra Patria en el período que comprenden los años 2010 – 2016. Allí invitamos a vivir nuestro compromiso con la construcción de la sociedad desde el Evangelio, bajo el lema “Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad”, y alentamos el paso de habitantes a ciudadanos responsables,31 poniendo como meta erradicar la pobreza y promover el desarrollo integral en nuestra patria. La Carta de Santiago nos advierte que “la fe sin obras está muerta”, y nos llama a expresarla en obras de justicia para con los pobres. Debemos trabajar de forma tal que los pobres se sientan en la Iglesia como en su propia casa.32 La realización y las conclusiones del I° Congreso Nacional de Doctrina Social de la Iglesia, realizado en Rosario (Mayo de 2011)33 tienen que seguir animando las tareas diocesanas y parroquiales para dar a conocer la DSI y formar a los laicos y a los políticos, empresarios y dirigentes en general en su compromiso por la construcción de la sociedad. A través de Caritas u otras

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organizaciones eclesiales se debe continuar en el compromiso de organizar la caridad para el bien de nuestros hermanos necesitados y animar y hacer crecer la cultura solidaria en nuestra patria. Familia y vida La familia, como célula básica de la sociedad, y el cuidado de la vida en todas sus expresiones, siguen siendo prioridades pastorales para este tiempo de nueva evangelización. Hay que recuperar el respeto por la familia y por la vida en todas sus formas. 34 En medio de los cambios culturales a los que asistimos, invitamos a encarar una pastoral familiar que acompañe a las familias y las ayude a ser “lugar afectivo” y cultural en el que se generan, se transmiten y recrean los valores comunitarios y cristianos más sólidos y se aprende a amar y a ser amado. El VII Encuentro Mundial de la Familia, a realizarse en Milán (29 de mayo al 3 de junio 2012) organizado por el Pontificio Consejo para la Familia,35 debe ser para nosotros una motivación para renovar nuestra pastoral familiar. Invitamos a realizar eventos diocesanos y parroquiales siguiendo las orientaciones presentadas para el

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Encuentro. El “Año de la vida” propuesto durante el 2011 a instancias de una convocatoria de Benedicto XVI de rezar por la vida naciente, también sigue siendo una prioridad pastoral. En nuestro tiempo es especialmente urgente presentar el mensaje evangélico educando a los fieles y promoviendo una legislación que transmitan una profunda convicción moral sobre el valor de cada vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, especialmente la vida de los excluidos e indefensos. Piedad popular Uno de los medios providenciales y adecuados para la transmisión de la fe en Argentina es la “piedad popular”. Por tal motivo especialmente la vida pastoral de los Santuarios debe estar vinculada estrechamente a las celebraciones del Año de la Fe. En particular los santuarios marianos, alentando toda iniciativa que ayude a los fieles a reconocer el papel especial de María en el misterio de la salvación, a amarla filialmente y a imitar su fe y virtud.36 Para ello será muy conveniente a través de peregrinaciones, celebraciones y reuniones en los Santuarios y en las parroquias, acompañar al pueblo cristiano para que, a través de la liturgia y de la catequesis, afiance su fe en el

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encuentro personal con Cristo y pueda dar razones de ella con sus palabras y testimonio de vida. c. Pastoral vocacional La fe recibida en el bautismo y el desafío de la nueva evangelización reclaman de cada cristiano y de cada comunidad una generosa disposición al servicio de la Misión. De manera especial reclaman de los jóvenes un corazón abierto a la llamada, que también hoy el Señor les está haciendo, para dar a sus vidas un sentido y orientación definitivos. Por este motivo la pastoral juvenil deberá tener una definida dimensión vocacional. La pastoral vocacional deberá estar presente en toda la vida eclesial: las familias, las escuelas, las comunidades juveniles, las parroquias y movimientos han de ser ámbitos propicios para que los jóvenes puedan descubrir y responder al llamado del Señor. La nueva evangelización necesita de agentes pastorales, presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, que reconociendo la mirada tierna y comprometedora de Jesús estén dispuestos a consagrarles totalmente sus vidas.

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d. Gestos misioneros con ocasión

del “Año de la Fe” La celebración del Año de la Fe invita a todo creyente a confesar su fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza.37 Por tal motivo cada diócesis, parroquia, escuelas y universidades católicas y todas las comunidades apostólicas deben responder a esta convocatoria del Santo Padre con una celebración de apertura y solemne conclusión confesando la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo.38 Al mismo tiempo se espera que en cada Diócesis, bajo la responsabilidad del obispo, se organicen eventos catequísticos para jóvenes y para quienes buscan encontrar el sentido de la vida, con el fin de descubrir la belleza de la fe de la Iglesia, aprovechando la oportunidad de reunirse con sus testigos más reconocidos.39 Destacamos también que será conveniente promover misiones populares y otras iniciativas en las parroquias y en los lugares de trabajo, para ayudar a los fieles a redescubrir el don de la fe bautismal y la responsabilidad de su testimonio, conscientes de que la vocación cristiana por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado.40

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V. Conclusión

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La convocatoria del Santo Padre a celebrar el Año de la Fe es una oportunidad para orientar la tarea evangelizadora en un mismo sentido y, en continuidad y novedad, con la pastoral ordinaria y las opciones pastorales actuales. La Misión Continental iniciada en América Latina y el Caribe es el cauce que concreta el llamado a una “nueva evangelización” con los aportes que la celebración de este Año de la Fe ofrece. Invocando la intercesión de nuestra madre la Virgen de Luján, Patrona de La Argentina, e invitando a todos a dejarse guiar por el impulso del Espíritu Santo, ofrecemos estas orientaciones pastorales para caminar en comunión como Iglesia en La Argentina en este tiempo de gracia.

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Los Obispos Miembros de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina. 7 de marzo de 2012.

Referencias

CPMC: “Carta Pastoral de los Obispos Argentinos con ocasión de la Misión Continental”, Comisión Permanente de la CEA, agosto 2009 DA: Documento Conclusivo de Aparecida. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. 2007

EN: “Evangelii nuntiandi”. Pablo VI. HBJS: “Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad”, Asamblea Plenaria, CEA, nov 2008. Lineamenta: “La Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. Lineamenta. Sínodo de los Obispos. XIII Asamblea General Ordinaria. LPNE: “Líneas Pastorales para la nueva evangelización”. CEA, 1989. NMA: “Navega mar adentro”. CEA, 2003. Nota: Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe con indicaciones pastorales para el Año de la Fe. Enero 2012. PF: Carta Apostólica en forma motu proprio “Porta Fidei”, Benedicto XVI. SD: Documento de Santo Domingo. IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. 1992 VD: Verbum Domini

Notas 1

Cfr. Estatuto CEA, Art 20. Cfr. PF 6. Cfr. CPMC. 4 cfr. Comunicado sobre la Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe con indicaciones pastorales para elAño de la Fe. Enero 2012. 5 Benedicto XVI, Deus caritas est 1 6 PF 10, párr. 1 7 PF 10, párr. 3. 8 Cfr. PF 10, párr. 5. 9 NMI 57. 10 Cfr. Benedicto XVI, Discurso a la Curia romana (22 de diciembre de 2005) 11 V° Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, Brasil, Mayo 2007. 12 CPMC 24, citando a Benedicto XVI, Discurso Inaugural de Apareida. 13 PF 10, parr.3. 14 CPMC, Nº 17. 15 cfr. CPMC, N° 14 y “El estilo evangelizador de Jesús”. Mons. Carmelo Giaquinta, Oficina del Libro, CEA, 2010. 16 Cfr. DA 159, citando a BENEDICTO XVI, Homilía en la Eucaristía de inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 13 de mayo de 2007, Aparecida, Brasil. 17 Cfr. PF 7. 18 NMA, 3 –20. 19 VD 6 20 CPMC 19. 21 Lineamenta N° 20, párr. 2-3. 22 PF 3; cfr también Lineamenta N°13 y DA 247 – 249. 23 DA 286 – 300. 24 Cfr. Carta Convocatoria al III Congreso Catequístico Nacional, Asamblea Plenaria de la CEA, Nov. de 2011. 25 Cfr. DA 287 26 99ª Asamblea Plenaria de la CEA, Resolución Nº 7, Abril 2010; y 156ª Reunión de Comisión Permanente de laCEA, Resolución Nº 2, Agosto 2010. 27 100ª Asamblea Plenaria de la CEA, Resolución Nº3, Noviembre 2010. 28 Cfr. EN 19, citado en LPNE 42. 29 Cfr. SD 271. 30 PF 14 31 Cfr. HBJS 34 32NMI 50. 33 Cfr. “Unidos para promover el desarrollo integral y erradicar la pobreza”. Primer Congreso Nacional de DoctrinaSocial de la Iglesia. Oficina del Libro, CEA, 2011. 34 Cfr. HBJS 32 35 cfr. página web del Encuentro, en especial para el uso de sus Catequesis: http://www.family2012.com/index.php36 Nota I, 3. 37 Cfr. PF 9.38 Cfr. PF 8; y Nota III, 1. 39 Cfr. Nota III, 4. 40 Cfr. Nota 2

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A los sacerdotes, consagrados, consagradas y fieles laicos de la Arquidiócesis, Queridos hermanos: Entre las experiencias más fuertes de las últimas décadas está la de encontrar puertas cerradas. La creciente inseguridad fue llevando, poco a poco, a trabar puertas, poner medios de vigilancia, cámaras de seguridad, desconfiar del extraño que llama a nuestra puerta. Sin embargo, todavía en algunos pueblos hay puertas que están abiertas. La puerta cerrada es todo un símbolo de este hoy. Es algo más que un simple dato sociológico; es una realidad existencial que va marcando un estilo de vida, un modo de pararse frente a la realidad, frente a los otros, frente al

futuro. La puerta cerrada de mi casa, que es el lugar de mi intimidad, de mis sueños, mis esperanzas y sufrimientos así como de mis alegrías, está cerrada para los otros. Y no se trata sólo de mi casa material, es también el recinto de mi vida, mi corazón. Son cada vez menos los que pueden atravesar ese umbral. La seguridad de unas puertas blindadas custodia la inseguridad de una vida que se hace más frágil y menos permeable a las riquezas de la vida y del amor de los demás. La imagen de una puerta abierta ha sido siempre el símbolo de luz, amistad, alegría, libertad, confianza. ¡Cuánto necesitamos recuperarlas! La puerta cerrada nos daña, nos anquilosa, nos separa. Iniciamos el Año de la fe y paradójicamente la imagen que


propone el Papa es la de la puerta, una puerta que hay que cruzar para poder encontrar lo que tanto nos falta. La Iglesia, a través de la voz y el corazón de Pastor de Benedicto XVI, nos invita a cruzar el umbral, a dar un paso de decisión interna y libre: animarnos a entrar a una nueva vida. La puerta de la fe nos remite a los Hechos de los Apóstoles: “Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe” (Hechos 14,27). Dios siempre toma la iniciativa y no quiere que nadie quede excluido. Dios llama a la puerta de nuestros corazones: Mira, estoy a la puerta y llamo, si alguno escucha mi voz y abre la puerta entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo (Ap. 3, 20). La fe es una gracia, un regalo de Dios. “La fe sólo crece y se fortalece creyendo; en un abandono continuo en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios” Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida mientras avanzamos delante de tantas puertas que hoy en día se nos abren, muchas de ellas puertas falsas, puertas que invitan de manera muy atractiva pero mentirosa a tomar camino, que prometen una felicidad vacía, narcisista y con fecha

de vencimiento; puertas que nos llevan a encrucijadas en las que, cualquiera sea la opción que sigamos, provocarán a corto o largo plazo angustia y desconcierto, puertas autorreferenciales que se agotan en sí mismas y sin garantía de futuro. Mientras las puertas de las casas están cerradas, las puertas de los shoppings están siempre abiertas. Se atraviesa la puerta de la fe, se cruza ese umbral, cuando la Palabra de Dios es anunciada y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Una gracia que lleva un nombre concreto, y ese nombre es Jesús. Jesús es la puerta. (Juan 10:9) “Él, y Él solo, es, y siempre será, la puerta. Nadie va al Padre sino por Él. (Jn. 14.6)” Si no hay Cristo, no hay camino a Dios. Como puerta nos abre el camino a Dios y como Buen Pastor es el Único que cuida de nosotros al costo de su propia vida. Jesús es la puerta y llama a nuestra puerta para que lo dejemos atravesar el umbral de nuestra vida. No tengan miedo… abran de par en par las puertas a Cristo nos decía el Beato Juan Pablo II al inicio de su pontificado. Abrir las puertas del corazón como lo hicieron los discípulos de Emaús, pidiéndole que se quede con nosotros para que podamos traspasar las puertas de la fe y el mismo Señor nos lleve a comprender las razones por las que se cree, para después salir a anunciarlo. La fe supone decidirse a estar con el Señor para vivir con él y compartirlo con los hermanos.


Damos gracias a Dios por esta oportunidad de valorar nuestra vida de hijos de Dios, por este camino de fe que empezó en nuestra vida con las aguas del bautismo, el inagotable y fecundo rocío que nos hace hijos de Dios y miembros hermanos en la Iglesia. La meta, el destino o fin es el encuentro con Dios con quien ya hemos entrado en comunión y que quiere restaurarnos, purificarnos, elevarnos, santificarnos, y darnos la felicidad que anhela nuestro corazón. Queremos dar gracias a Dios porque sembró en el corazón de nuestra Iglesia Arquidiocesana el deseo de contagiar y dar a manos abiertas este don del Bautismo. Este es el fruto de un largo camino iniciado con la pregunta ¿Cómo ser Iglesia en Buenos Aires? transitado por el camino del Estado de Asamblea para enraizarse en el Estado de Misión como opción pastoral permanente. Iniciar este año de la fe es una nueva llamada a ahondar en nuestra vida esa fe recibida. Profesar la fe con la boca implica vivirla en el corazón y mostrarla con las obras: un testimonio y un compromiso público. El discípulo de Cristo, hijo de la Iglesia, no puede pensar nunca que creer es un hecho privado.Desafío importante y fuerte para cada día, persuadidos de que el que comenzó en ustedes la buena obra la perfeccionará hasta el día, de

Jesucristo. (Fil.1:6) Mirando nuestra realidad, como discípulos misioneros, nos preguntamos: ¿a qué nos desafía cruzar el umbral de la fe? Cruzar el umbral de la fe nos desafía a descubrir que si bien hoy parece que reina la muerte en sus variadas formas y que la historia se rige por la ley del más fuerte o astuto y si el odio y la ambición funcionan como motores de tantas luchas humanas, también estamos absolutamente convencidos de que esa triste realidad puede cambiar y debe cambiar, decididamente porque “si Dios está con nosotros ¿quién podrá contra nosotros? (Rom. 8:31,37) Cruzar el umbral de la fe supone no sentir vergüenza de tener un corazón de niño que, porque todavía cree en los imposibles, puede vivir en la esperanza: lo único capaz de dar sentido y transformar la historia. Es pedir sin cesar, orar sin desfallecer y adorar para que se nos transfigure la mirada. Cruzar el umbral de la fe nos lleva a implorar para cada uno “los mismos sentimientos de Cristo Jesús”(Flp. 2, 5) experimentando así una manera nueva de pensar, de comunicarnos, de mirarnos, de respetarnos, de estar en familia, de plantearnos el futuro, de vivir el amor, y la vocación. Cruzar el umbral de la fe es actuar, confiar en la fuerza del Espíritu Santo presente en la Iglesia y que también se manifiesta en los signos de los tiempos, es acompañar el constante movimiento


de la vida y de la historia sin caer en el derrotismo paralizante de que todo tiempo pasado fue mejor; es urgencia por pensar de nuevo, aportar de nuevo, crear de nuevo, amasando la vida con “la nueva levadura de la justicia y la santidad”. (1 Cor 5:8) Cruzar el umbral de la fe implica tener ojos de asombro y un corazón no perezosamente acostumbrado, capaz de reconocer que cada vez que una mujer da a luz se sigue apostando a la vida y al futuro, que cuando cuidamos la inocencia de los chicos garantizamos la verdad de un mañana y cuando mimamos la vida entregada de un anciano hacemos un acto de justicia y acariciamos nuestras raíces. Cruzar el umbral de la fe es el trabajo vivido con dignidad y vocación de servicio, con la abnegación del que vuelve una y otra vez a empezar sin aflojarle a la vida, como si todo lo ya hecho fuera sólo un paso en el camino hacia el reino, plenitud de vida. Es la silenciosa espera después de la siembra cotidiana, contemplar el fruto recogido dando gracias al Señor porque es bueno y pidiendo que no abandone la obra de sus manos. (Sal 137) Cruzar el umbral de la fe exige luchar por la libertad y la convivencia aunque el entorno claudique, en la certeza de que el

Señor nos pide practicar el derecho, amar la bondad, y caminar humildemente con nuestro Dios. ( Miqueas 6:8) Cruzar el umbral de la fe entraña la permanente conversión de nuestras actitudes, los modos y los tonos con los que vivimos; reformular y no emparchar o barnizar, dar la nueva forma que imprime Jesucristo a aquello que es tocado por su mano y su evangelio de vida, animarnos a hacer algo inédito por la sociedad y por la Iglesia; porque “El que está en Cristo es una nueva criatura”. (2 Cor 5,17-21) Cruzar el umbral de la fe nos lleva a perdonar y saber arrancar una sonrisa, es acercarse a todo aquel que vive en la periferia existencial y llamarlo por su nombre, es cuidar las fragilidades de los más débiles y sostener sus rodillas vacilantes con la certeza de que lo que hacemos por el más pequeño de nuestros hermanos al mismo Jesús lo estamos haciendo. (Mt. 25, 40) Cruzar el umbral de la fe supone celebrar la vida, dejarnos transformar porque nos hemos hecho uno con Jesús en la mesa de la eucaristía celebrada en comunidad, y de allí estar con las manos y el corazón ocupados trabajando en el gran proyecto del Reino: todo lo demás nos será dado por añadidura. (Mt. 6.33) Cruzar el umbral de la fe es vivir en el espíritu del Concilio y de Aparecida, Iglesia de puertas abiertas no sólo para


recibir sino fundamentalmente para salir y llenar de evangelio la calle y la vida de los hombres de nuestros tiempo. Cruzar el umbral de la fe para nuestra Iglesia Arquidiocesana, supone sentirnos confirmados en la Misión de ser una Iglesia que vive, reza y trabaja en clave misionera. Cruzar el umbral de la fe es, en definitiva, aceptar la novedad de la vida del Resucitado en nuestra pobre carne para hacerla signo de la vida nueva. Meditando todas estas cosas miremos a María, Que Ella, la Virgen Madre, nos acompañe en este cruzar el umbral de la fe y traiga sobre nuestra Iglesia en Buenos Aires el Espíritu Santo, como en Nazaret, para que igual que ella adoremos al Señor y salgamos a anunciar las maravillas que ha hecho en nosotros. 1 de Octubre de 2012. Fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús Card. Jorge Mario Bergoglio s.j.

1. Contemplamos Querida Comunidad, desde la Fiesta de Pascua 2012, nuestra Iglesia de Buenos Aires, entró en Estado de Misión Permanente y nuestra Parroquia también.


De hecho en nuestra actividad pastoral hay un fuerte acento evangelizador y misionero. Desde hace tiempo que tenemos como objetivo de todas las actividades grupales “que las personas puedan hacer procesos de fe, procesos evangelizadores, donde puedan acercarse a Dios e iluminar sus vidas con el Evangelio”. Muchos de los que formamos parte de esta Comunidad hemos sido buscados y llamados por algún hermano que nos acercó a Dios y comenzamos así nuestro camino de conversión. Por eso nos sabemos cada vez más comunidad “evangelizada y evangelizadora”, comunidad “llamada, transformada y enviada”. Nuestro proceso de fe nos lleva siempre al anuncio de Jesús que nos llamó por nuestro nombre, nos convirtió con su Espíritu y nos envió con su Palabra. Cada día nuestra comunidad se acrecienta más con los hermanos que Jesús va mirando con amor y los va acercando a este rebaño suyo (Hch. 2,47), por eso nos alegramos de corazón y bendecimos su Nombre.

2. Discernimos Hoy comenzamos el Año de la Fe, y lo entendemos como un regalo que Dios nos brinda a toda la Iglesia y a nuestra Parroquia, para que sigamos creciendo en el servicio evangelizador. El Papa Benedicto XVI, en su Carta Apostólica Porta Fidei, nos alienta en este año a “intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa” (Porta Fidei 8). Y para este propósito nos señala un camino muy concreto: “El Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica” (Porta Fidei 11). Pareciera que en la mente del Papa hay una intuición del cause común por donde fluye la búsqueda del mundo moderno: muchos cristianos viven un “sentimiento religioso” que consiste en una búsqueda de Dios y que se alimenta de fuertes vivencias de su presencia y de encuentro con él mediante la vida comunitaria, pero que necesitan entrar en una nueva etapa de “reflexión de la propia fe” para optimizar el anuncio del Evangelio a un mundo cargado de preguntas y cuestionamientos. Pero incluso como parte del proceso personal del crecimiento


en la fe, es muy importante “creer para entender y entender para creer” (San Agustín Sermón 43), es decir, alimentar la fe con el encuentro personal y comunitario con Cristo a través de la oración, pero profundizando en el estudio de la fe para captar mejor su belleza y poder así transmitirla. En síntesis: leyendo el mensaje de Benedicto XVI descubrimos un llamado del Señor a crecer en su amistad, pero acentuando en este año la profundización del conocimiento de las verdades de la fe, porque “El conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento” (Porta Fidei 10). De esta manera, nuestro sí a Jesús será más pleno, implicando así no sólo nuestros sentimientos sino todo nuestro ser, porque cuanto más conocemos es cuanto más libre y totalmente elegimos lo que amamos.

3. Proponemos Por eso queremos proponer a toda la Comunidad Parroquial un Año de la Fe en el que podamos crecer en nuestra RELACIÓN con Cristo (Porta Fidei 15), pero también un Año de la Fe en el que podamos crecer en el CONOCIMIENTO de los contenidos de nuestra fe (Porta Fidei 11). En esta etapa final del año, proponemos como primer paso dos actividades vinculadas estrechamente: PARA CRECER EN NUESTRA RELACIÓN CON CRISTO: ENCUENTRO EN LA PALABRA. 8 encuentros para leer la Palabra, compartir la vida y orar comunitariamente. Martes 19,30hs. PARA CRECER EN EL CONOCIMIENTO DE LA FE: CURSO DE ACTUALIZACIÓN DE LA FE. 8 encuentros para profundizar y estudiar ordenada y sistemáticamente el CEC (Catecismo de la Iglesia Católica). Jueves 1/11 al 20/12 de 20 a 22hs. Para participar hay que inscribirse en la Secretaría de la Parroquia o por mail a parroquiasanvicentedemataderos@gmail.com. Los esperamos! Anímense a participar de este valioso espacio de formación espiritual y pastoral. Que Jesús que nos llamó, nos bendiga hoy y siempre. P. Juan Pedro Aquino Párroco de San Vicente de Paúl 11 de Octubre de 2012


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