Primeros Años En San Martín, provincia de Buenos Aires, el 17 de agosto de 1897 nació María Angélica Pérez, quinta hija de inmigrantes españoles. Ella al igual que sus once hermanos fue criada en un ámbito de fe, rezos diarios del Rosario y visitas a misa cada domingo, sin importar lo lejos que estuvieran de la Iglesia. La familia Pérez era muy laboriosa.; trabajaban de sol a sol para mantenerse. Angélica tuvo ese ejemplo en su vida: un ejemplo de sacrificio, de servicio al otro. La fe y el trabajo abnegado en bien de los demás fueron quizás las enseñanzas más grandes que esos padres inmigrantes dejaban a sus hijos. La enfermedad de Ema, madre de María Angélica, hizo que la familia se trasladara en 1905 a Pergamino, en busca de un mejor clima que posibilite su recuperación. Durante este episodio, Angélica como sus hermanos, aprendieron rezos y oraciones que practicaban frecuentemente pidiendo por la pronta recuperación de su madre. En 1907, junto con una de sus hermanas, María Angélica ingresó como interna, al “Hogar de Jesús”, una institución educativa de Pergamino que estaba a cargo de las Hermanas del Huerto.
Las Gianellinas La Congregación de las Hijas de María Santísima del Huerto fue fundada en Italia por San Antonio María Gianelli en 1829. El nacimiento del Instituto respondía a una necesidad local de proveer buenas maestras para las niñas huérfanas del Hospicio de Chiávari. Bajo el impulso del Espíritu se iría extendiendo y las Hijas de María responderían a otras necesidades con igual entrega, al servicio de todas las necesidades que iban surgiendo (como la asistencia en hospitales), sin otro límite que la imposibilidad o la inoportunidad. Por su testimonio de caridad evangélica vigilante, las Hermanas Gianellinas (como también se las conoce) comenzaron a expandirse hacia el continente americano, haciendo su primer arribo en 1856 al puerto de la ciudad de Montevideo, en Uruguay. La noticia del trabajo de las Hermanas del Huerto en el Uruguay no tardó en llegar a tierras argentinas. En febrero de 1859 las Hijas de María llegaron a Buenos Aires para desplegar su caridad junto al lecho de los enfermos. Con el tiempo se hicieron cargo también de la animación de centros educativos, asistenciales y misionales en distintos puntos del país.
Su Segunda Familia En el Hogar de Jesús de Pergamino, Angélica no sólo cursó la primaria, sino que además tomó clases de costura y bordado. Tan buena alumna resultó ser que obtuvo el diploma de Tel: (5411) 4571-9316 / Fax: 4572-0235 ••• Av. Gral. Mosconi 3054, Ciudad de Buenos Aires, Argentina ••• Mail: prensacrescenciaperez@gmail.com http://prensacrescenciaperez.wordpress.com/
Maestra de Labores con un sobresaliente. En este ambiente ella se sentía como en su casa y quería a las religiosas como a su familia. Por este entonces la vocación de María Angélica estaba definida. Tal es así que abandonó el Hogar de Jesús para ingresar al noviciado. En ese momento dejó a sus dos familias… A sus padres y hermanos, y a las Hermanas del Hogar. Se trasladaba para cumplir con su gran vocación a la ciudad de Buenos Aires, a la Casa Provincial de las Hermanas del Huerto, en el barrio de Villa Devoto. Era el 31 de diciembre de 1915. Durante su estadía, María Angélica demostraba una personalidad especial. Aportaba alegría, buena disposición, generosidad, también piedad religiosa y hábitos de orden, obediencia y sacrificios practicados en el hogar. Con la abundante gracia de Dios y con la generosidad de joven enamorada se dio a la oración, a la adquisición de las virtudes y a la práctica de la vida según María Angélica Crescencia Pérez antes de el Evangelio, de tal modo que en cortos años llegó a un alto ingresar al noviciado. Año 1915 grado de unión con Dios. Cristo fue su ideal, su único ideal. Se enamoró de Él, y fue consecuente hasta crucificarse en cada minuto con Él. La invadió el amor esponsal y, por tanto, el deseo de unirse plenamente al que la había cautivado. Un año después, al recibir el hábito religioso en septiembre de 1916, María Angélica Pérez cambió su nombre, según costumbre de la época, por el de María Crescencia, en honor del santo mártir Crescencio, cuyas reliquias fueron colocadas en el altar mayor. La toma de hábitos se hizo por primera vez en la Casa Provincial recién inaugurada. En el Noviciado encontró muchos motivos para ser feliz. En la cercanía de Dios, apartada en la soledad del convento; en la pobreza con que transcurrían sus días; en la oración, en la vida compartida. A pesar de las pruebas y tentaciones, su meta siguió siendo la misma: ser religiosa, Hija de María Santísima del Huerto; en salud o enfermedad… que, en su camino se perfilaba ya como una cruz. Pensaba que Dios merecía mucho más de todo lo que podía darle. No conoció el egoísmo, y comprendió pronto que la vida religiosa tiene sentido, solamente si es un culto a Dios en la Caridad. En septiembre de 1918 la Hna. Crescencia hizo su Profesión Religiosa, que renovó por seis años hasta que, el 12 de enero de 1924 emitió su Profesión Perpetua. En enero de 1919, atendió a los bomberos que custodiaban el colegio Nuestra Señora del
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Huerto en el centro de la ciudad de Buenos Aires, durante la conocida “Semana Trágica”: una semana de huelgas, manifestaciones y represiones que dejó un saldo de más de 700 muertos y 4.000 heridos. En esta oportunidad, y a pesar de ser muy joven, la Hermana Crescencia era la encargada de servir la comida a los bomberos quienes, dieron las gracias a las autoridades del colegio, por haber sido atendidos “por un ángel”. Además, durante este período en el Colegio, la Hermana Crescencia dio clases a niñas pupilas y externas. Les enseñaba costura y las preparaba para su comunión, aunque si su presencia era necesaria para otras tareas las aceptaba con gusto.
Los enfermos: Su Causa En el mes de diciembre de 1924, la Hna. María Crescencia se despidió de la ciudad de Buenos Aires para encaminarse a una nueva misión. El traslado la llevaría al Hospital Marítimo, en la ciudad de Mar del Plata. Será a partir de esta tarea que su compromiso, su sentido del deber y del amor al prójimo la colocarían en otro lugar. El Sanatorio Marítimo, también conocido como Hospital y Asilo Marítimo, era una institución marplatense que dependía de la Sociedad de Beneficencia de Capital Federal, y en la cual se trataban a cientos de niños afectados de tuberculosis ósea. El hospital contaba con dos pabellones. En el pabellón San Luis estaban internados alrededor de treinta o cuarenta varones, mientras que el pabellón Santa Rosa de Lima albergaba a las niñas que padecían esta enfermedad.
Un grupo de niños enfermos, internados en el Hospital Marítimo. Mar del Plata, 1927.
En este último pabellón trabajaba la Hermana Crescencia. Era la encargada de atender a las niñas cuidándolas desde todo lugar; las ayudaba en el aseo y su higiene personal, era la responsable de su alimentación, y de su educación. Además, les enseñaba a orar, les daba clases de catequesis y las preparaba para recibir su primera comunión. Las niñas internadas, según registros de la época, amaban a la Hermana Crescencia ya que veían en ella a una persona responsable, que las cuidaba, las protegía y velaba por su bien. Pero ahí no terminaba su labor. El Hospital Marítimo contaba con un anexo llamado
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Solarium donde los niños iban a tomar sol y a la playa cuando la enfermedad se los permitía. La Hna. Crescencia era también responsable de acompañar a los pequeños a la playa, los vigilaba y jugaba con ellos, regalándoles así no sólo un buen momento tras largos sufrimientos, sino también mejorando la calidad de vida de estos pacientes tan pequeños. También durante este período, y cuando podía hacerse algo de tiempo, la Hermana daba clases de catequesis a los niños que vivían en barrios humildes próximos al hospital. Esta etapa fue sumamente importante para María Crescencia porque fue durante estos tres años que pasó en el Hospital Marítimo, cuando se dio cuenta de la gran ayuda que podía ser para el otro. Vivió, se comprometió y sufrió con la enfermedad de cada niño que cuidaba. Se involucró tanto que, mientras permanecía en este hospital, contrajo tuberculosis. Su estado de salud, en un principio no fue impedimento para que siguiera con su misión del cuidado de los más enfermos. Hasta que pudo siguió cumpliendo rigurosamente con sus tareas diarias. En febrero de 1928 su salud comenzó a deteriorarse por lo que sus superiores decidieron, para cuidarla, trasladarla a otro lugar donde el clima la ayudaría en su recuperación. De Mar del Plata a Buenos Aires, y de ahí a Pergamino, su lugar de la infancia. Todos fueron los destinos previos para el gran viaje. María Crescencia cruzaría la Cordillera de los Andes en busca de un nuevo desafío en tierras chilenas.
Dar a Pesar de Todo A más de 600 kilómetros al norte de la ciudad de Santiago de Chile se encontraba la comunidad de Vallenar. Allí, luego de un viaje de varios días, arribó el 8 de marzo de 1928 la Hermana María Crescencia. La comunidad de Vallenar había sufrido años atrás una fuerte epidemia primero y un terremoto tiempo después. A ese lugar llegó la Hermana Crescencia, a entregar su amor y a dar todo en pos de una comunidad tan necesitada. Pese a su estado de salud, su trabajo continuó en el Hospital Nicolás Naranjo, hospital que contaba nada más que con cincuenta camas pero en el que se realizaban más de quinientas internaciones al año. Su trabajo en Vallenar estaba dedicado también a los enfermos, aunque esta vez, por su enfermedad, no se le permitía estar en contacto con los pacientes, lo que no impidió que los ayudara y se comprometiera con ellos. María Crescencia era la responsable de la farmacia, de la cocina y de la dieta de cada paciente internado. Pero además, se ocupaba de la capilla del hospital, de la dirección del coro y de dar clases de catequesis.
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Testimonios de la época destacan la dulzura, el respeto, la sonrisa y la humildad con la que esta Hermana atendía los requerimientos de cada uno de los pacientes de Vallenar. El clima en la región pareció hacerle bien, por lo menos los primeros dos años. La cantidad de tareas realizadas y el poco reposo provocaron que en 1930 la Hermana Crescencia contrajera bronconeumonía, agravando así su estado de salud. Es en Vallenar donde, unos meses después, es diagnosticada con tuberculosis pulmonar. En 1931, María Crescencia viajó a la localidad de Quillota, a la casa que la Congregación de las Hermanas del Huerto tenía allí para realizar ejercicios espirituales. En esa oportunidad pensaron internarla en el hospital de Limache, pero no fue aceptada por temor al contagio. Por esto, la Hna. Crescencia debió regresar a Vallenar y fue finalmente internada en el Hospital de Freirina en diciembre de aquel año, bajo estrictas condiciones de aislamiento. Fueron quizás los tres meses más duros para la Hermana ya que permaneció en absoluta soledad, padeciendo su dolor y sufrimiento.
La Despedida En marzo de 1932 la llevaron nuevamente a la Comunidad de Vallenar, su lugar, para despedirse, y aunque también aquí estaba aislada, el cariño y el amor con el que las Hermanas le retribuían todo lo que ella había dado en ese tiempo, la hacían sentir sana. Tras meses de dolor y sufrimiento, la Hermana María Crescencia falleció, un 20 de mayo de 1932, en Chile a los 34 años de edad. Su legado de amor, compromiso y cuidado a los más necesitados se reflejaba en los rostros tristes y conmovidos de cientos de personas que salieron a las calles a darle su último adiós a quien llamaban “La Santita” o “Sor Dulzura”. Los escritos de la época dicen que la Hermana Crescencia, en momentos antes de su muerte tuvo en visión la visita de San Antonio María Gianelli, fundador de la congregación de las Hermanas del Huerto. Además, momentos antes de su partida, y desde el cuadro de la Virgen del Huerto, vio cómo María la bendecía y le entregaba al Niño Jesús. Las Hermanas que estaban en ese Capilla del Hospital Nicolás Naranjo momento acompañando a María Crescencia, visiblemente emocionadas, veían cómo ella alzaba los brazos queriendo abrazar y recibir al Niño Jesús.
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En su agonía pidió a las Hermanas que rezaran al Sagrado Corazón de Jesús, cuya imagen estaba colocada frente a la cama. Fue el mismo Señor quien le hizo sentir su presencia divina y misericordiosa y la impulsó a repetir las palabras que Él mismo le enseñó: “Corazón de Jesús, por los sufrimientos de tu Divino Corazón, ten misericordia de nosotros”. En sus últimas palabras, la Hna. Crescencia pidió bendición para ella y sus Hermanas. Y al final oró al Corazón de Jesús por Chile, pidiendo por la paz y la tranquilidad de esa nación. Ese mismo día, en Quillota, la Comunidad de las Hermanas del Huerto olía distinto… Un intenso aroma a violetas perfumaba todos los ambientes. Era mayo, no era temporada de violetas. Las Hermanas sorprendidas por tan intenso aroma, comprendieron que María Crescencia, esa Hermana tan especial, había muerto. El cuerpo de la Hermana María Crescencia permaneció en Chile hasta 1986 cuando sus familiares decidieron repatriarlo a Pergamino. Actualmente sus restos descansan incorruptos en la capilla del Colegio Nuestra Señora del Huerto de la Ciudad de Pergamino, Provincia de Buenos Aires.
La Beatificación de una Argentina Cuando murió María Crescencia, una de las Hermanas de la congregación, le escribió a su madre, quien todavía vivía, "...un día veremos a nuestra querida hermana en los altares". Y es que el legado que la Hna. María Crescencia había dejado en su comunidad era tan grande que aún se sentía su presencia en el aire. Hermanas de la Congregación, enfermos y gente que conoció a la Hermana Crescencia, comenzaban a invocarla en sus rezos y oraciones. Eran quienes en vida la llamaban “La Santita” y que creían que era un ser especial. Por eso, por sus virtudes, su vida religiosa, y sus valores, es que el 26 de julio de 1986 en la Parroquia Nuestra Señora de la Merced de Pergamino se abrió el proceso oficial de beatificación. La beatificación, es un largo proceso por el cual, a través de intensos estudios, una persona puede ser venerada en los altares. Durante tres años, los responsables de llevar adelante esta solicitud reunieron diversos materiales y documentación para ser enviados a la Santa Sede, específicamente a la Congregación para la causa de los Santos, organismo encargado de estudiar vida, martirios, virtudes heroicas y milagros de aquellos fieles postulados para beatificaciones y canonizaciones. Tras estudiar exhaustivamente la documentación presentada, la Congregación para las
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Causas de los Santos dicta el Decreto Nihil Obstat por el cual comunica oficialmente que continúa el proceso de canonización y que por tanto, la Hermana María Crescencia obtiene el título de Sierva de Dios. Sin embargo, el proceso continuaría un tiempo más. Estudios de su vida, su padecimiento y su obra, hicieron que el 22 de junio de 2004, el Papa Juan Pablo II dicte el Decreto de Heroicidad de Virtudes por lo que la Sierva de Dios, la Hermana María Crescencia, pase a ser Venerable, estando así a un paso de la beatificación. Luego del estudio por parte de la Congregación para las Causas de los Santos sobre el milagro atribuido a la Venerable Hermana María Crescencia, el prefecto de esta congregación, el Cardenal Ángelo Amato, elabora el decreto que sería la antesala de la beatificación. El Santo Padre Benedicto XVI, firmó el Decreto por el cual la Venerable Hermana María Crescencia será La Hermana María Crescencia antes de su viaje proclamada Beata en una ceremonia que tendrá lugar en a Vallenar. Tomada en 1928, fue la segunda y Pergamino, provincia de Buenos Aires el 17 de última foto que se tomó en su vida. noviembre a las 11 horas.
Con este anuncio, la Hna. María Crescencia Pérez se transforma en la séptima beata argentina, siguiendo los pasos de Nazaria Ignacia March Mesa, María Tránsito de Jesús Sacramentado, María Ludovica de Angelis, Artémides Zatti, Laura Vicuña y Ceferino Namuncurá. La Hermana María Crescencia vivió una vida simplemente especial. Dejó a la comunidad un ejemplo de trabajo, compromiso, compasión, humildad, disciplina, trabajo, sacrificio y amor. Por todo esto, y porque su ejemplo de entrega permanece hoy en nosotros es que María Crescencia logra la beatificación.
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