Partybunker 6 - Refugio

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La memoria no se olvida, se mata



No entiende demasiado bien por qué los acogen, por qué los alimentan y los visten, por qué los tratan con aquel respeto cariñoso aquellas personas que no conocen de nada en absoluto y que viven tan lejos de los escombros bajo los que todavía duerme su hermana mayor, sobre los que su padre ha golpeado y arañado hasta perder las uñas,


desde los que su madre se lo ha llevado en un abrazo compartido con su hermano pequeño, quien debe de comprender aún menos la forma retorcida de los cascotes y los lamentos y los bramidos desgarrados que atruenan como si se cayeran las casas, como si desaparecieran sus amigos del colegio, como si la visión fugaz de aquel hombre que sostiene entre sus brazos un bulto envuelto en una sábana sucia haya hecho estallar también al cielo en una tormenta de llantos y de fuego.




No entiende la muchedumbre ni su desesperación agónica y pausada, frenética, inmóvil, mientras su madre alza a su hermano en volandas y lo entrega a su padre sobre la borda de un barco, ni sabe cómo hieren las lágrimas de ella su rostro, que lo rasgan como la proa de la nave de parte a parte parte el agua.


No comprende que el puerto y la tierra vayan empequeñeciéndose, volatilizándose, que el mar y las olas estén devorando con ansia a sus amigos, a su hermana, a su madre, pero sin engullir igual su recuerdo,




y no comprende para nada la violencia de las zarzas contra sus piernas, la fatiga de la carrera, el roce indefenso de su piel contra las concertinas y las alambradas, el odio intenso, respirable, de los enmascarados que los empujan y los amenazan, que los estrujan los unos contra los otros y permiten que sangren los cortes y se detenga la carrera, pero no la fatiga, no la fatiga. No entiende por qué grita su padre, por qué lo golpean y lo humillan riéndose de él, ni por qué luego parece que no pueda atrapar su mirada durante más de un segundo.


El cielo es negro, el crepĂşsculo lo ha apresado mientras avanza un tren al galope de la respiraciĂłn inquieta de los pasajeros, cada uno con sus rasgos diferentes, con sus diversas voces, y todos idĂŠnticos.




Atraviesan más líneas imaginarias, pintadas con los colores apagados de los uniformes, con el zumbido a sístoles de las máscaras antigás, con el peso de las armas en las manos de los soldados, bajo un sol que no calienta de la misma forma, que quema de tan frío, con el aroma de una tierra que no puede percibir por encima del ruido agrio del sudor, de los alientos hacinados.


No ve muy claro por qué los acogen, por qué los alimentan y los visten, por qué los tratan con aquel respeto cariñoso aquellas personas que no conocen de nada en absoluto y que viven tan lejos de todo. No distingue a la joven que le enseña a hablar en español de la que juega con su hermano pequeño ni del hombre que viene todos los días y les sonríe y habla con su padre, muy serios, durante tardes enteras para después sonreírles y volver a ponerse serios.




Sólo se reconoce a sí mismo, a su mirar, a sus pupilas que se esconden dentro de sí mismas, arrollando los párpados, escalando las pestañas, prófugas de su cuerpo sus pupilas, enardecidas, irreconocibles y a la vez tan suyas, tan cargadas de una niebla incierta, tan repletas de una rojiza somnolencia vespertina, sólo reconoce a sus pupilas, aunque no entiende lo que encierran, incapaces de llorar, porque las lágrimas tienen que entender por qué son derramadas y él es incapaz de explicárselo.


Se le escapa el sentido del beso de madrugada, de las palabras susurradas al oído, de la caricia que huye veloz como un instante, como un sueño. Se le escapan la ausencia de su padre, las sonrisas, el respeto cariñoso, los lloros de su hermano pequeño, quien debe de comprender todavía menos, el tráfico de la calle, los platos calientes. Nada es susceptible de ser asido en la mente, no entiende nada y tampoco comprende quién es aquella anciana que los sienta en su regazo, a él y a su hermano, mientras su padre se embarca en secreto para reunirse con su mujer, para intentar salvarla.




No comprende las frases que la anciana hilvana en un discurso ininteligible para ellos, porque no entienden el español, pero al levantar la vista en un descuido se encuentran los mirares, el suyo y el de la anciana, justo cuando acaba la historia. Entonces estallan sus pupilas al cruzarse con las que le observan, dulces, templadas, calmas y bellas, pero hondamente desconsoladas. Y al reconocerse en los ojos de la anciana como se ha reconocido frente al espejo, al ver la desesperación tornada resignación, la tristeza convertida en desconsuelo en las arrugas de las comisuras de su efigie, en el tacto de la amarga brisa que despiden sus pestañas al batirse, en el hálito oscuro y con olor a tabaco que se despide tantas veces, cada vez que es expulsado, de la esperanza, al verlo todo, se tapa la cara con las manos y ahora, ciego de rabia, de exilio, de memoria, llora.


2017

Primera ediciรณn enero 2017 partybunkerfanzine@gmail.com facebook/partybunkerzine




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