Tinta libre

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Historias grabadas en la piel FOTOGRAFĂ?AS





TINTA LIBRE

Historias grabadas en la piel



Los Derechos de las Mujeres son Derechos Humanos Por Gabriela Sosa

Primeros Pasos Las Mumalá, Mujeres de la Matria Latinoamericana, nacimos el 8 de marzo de 2012. Elegimos el Día Internacional de la Mujeres para unir, mezclar, revolver e incorporar a nuestra fragua, vidas y experiencias en la lucha por nuestros derechos. Cuando empezamos a caminar, lo hicimos en los territorios mas humildes y ninguneados, donde siempre encontramos Mujeres de Pie, dispuestas a enfrentar y transformar las desigualdades cotidianas. Luego, con un andar colorido, audaz y de pasos mas firmes construimos, de norte a sur y de este a oeste de nuestro país, la Colectiva de Mujeres Las Juanas, y así, tomando como propia la lucha de nuestras hermanas de Latinoamérica nace Mumalá. En el comienzo de este recorrido, nos planteamos abordar de manera prioritaria los territorios donde, a nuestro entender, estaban más vulnerados e invisibilizados los derechos de las mujeres. Así, impulsamos iniciativas de acción, reflexión y organización comunitaria en los barrios de la ciudad de Rosario y localidades de la provincia de Santa Fe. Recorrimos centros comunitarios, vecinales, plazas, escuelas y, en cada una de estas experiencias, se hacían expresas, en la voz de las participantes, las múltiples consecuencias de la injusticia social, agudizadas por ser mujeres. Se relataban, quizás por primera vez, las maneras en que la violencia se hizo presente en algún momento de sus vidas. Pobreza, y la desesperación de quienes tienen que sostener a sus familias, golpes, humillaciones, subestimación de sus capacidades, maltrato en diferentes ámbitos, etc. Lograr la generación de espacios barriales para la búsqueda de alternativas colectivas a situaciones de injusticia, para difundir y fortalecer los derechos de las mujeres, fue parte de un proceso político y social que incluyó también, y de manera dialéctica, el surgimiento de espacios como Mumalá. Somos fruto del proceso de lucha y organización de los sectores populares donde la presencia femenina fue protagonista. La etapa de crisis política, social, económica e institucional de la Argentina de finales de la década del ‘90 encontró a las mujeres humildes irrumpiendo en el espacio público. Las calles y rutas, comedores, roperos comunitarios, trueques y otras formas de economía solidaria se poblaron masivamente de una presencia que subvertía el orden, donde, hasta ese momento, cómodamente se desarrollaba y multiplicaba el modelo patriarcal. Convertidas en dirigentas, liderezas,

Gabriela Sosa Coordinadora honoraria del Colectivo de Mujeres Las Juanas, ganadoras del Premio Pocho Lepratti 2010, otorgado por la Municipalidad de Rosario y Mujeres XXI 2011, del Concejo Municipal de Rosario. Realizadora del libro La Patria también es Mujer, 2010. Coordinadora de «Artistas por los Derechos» de la Unidad Penitenciaria Nº 5, Rosario. Integrante de «Artistas contra la Trata».

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coordinadoras de espacios comunitarios, las mujeres desafiaban, desafiábamos, los roles de sumisión y acatamiento y, al mismo tiempo, el espacio privado como ámbito «natural» de pertenencia. La lucha y organización colectiva fueron y son retomadas una y otra vez, ya no sólo para exigir Pan y Trabajo, sino que hoy contribuyen a identificar cuáles son los derechos que como mujeres nos pertenecen. Cuáles son aquellos que aún no tenemos y cuáles las estrategias para conquistarlos. Las Juanas inscriben allí sus primeros pasos.

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Nuevos caminos del mismo territorio Firmes en nuestra convicción de hacer un aporte para el fortalecimiento de las mujeres, especialmente donde aparecen más silenciadas y hasta invisibles, en 2008 solicitamos al Servicio Penitenciario de la Provincia de Santa Fe desarrollar actividades en la Unidad de Recuperación de Mujeres Nº 5 de la ciudad de Rosario. Una mirada de apertura a nuevos espacios en la institución nos permitió comenzar el recorrido. Llegamos llenas de ansiedad e interrogantes pero convencidas de la necesidad de gestar una experiencia colectiva donde fueran posibles los encuentros para el relato, la escucha, el humor, la creación y, desde allí, difundir y apropiarnos de nuestros derechos. Seguimos los pasos para entrar al penal: dejar nuestros datos, documentos de identidad , celulares, llaves y billeteras en una recepción que nos recibe con frialdad o calidez dependiendo de quien ocupe el puesto ese día. En alguna ocasión se excedieron los límites de la requisa pasando de la habitual y pertinente de los materiales a ingresar, a la revisión de nuestros cuerpos, generando una mezcla de bronca y vergüenza, viviendo quizás en carne propia las sensaciones de las internas y sus visitas ante situaciones similares. Pasadas todas las puertas y rejas nos encontramos con las chicas. A primera vista confirmamos algo que no es novedad, y que es coincidente con el resto de las cárceles del país: la población proviene de villas y barrios humildes. Las presas son mujeres pobres, con experiencias similares a aquellas que conocimos en nuestros primeros pasos. Quizás por esto, pronto nos sentimos cerca. Son mujeres que, en su mayoría, transgredieron las leyes establecidas porque un día se cansaron de soportar el maltrato, que no contaron con opciones para sostener solas a sus hijos e hijas, que violentaron llenas de dolor. La propuesta de Mumalá en este barrio entre rejas fue utilizar las herramientas que brindan las diversas expresiones artísticas para generar, en este espacio hostil, acercamientos, intercambios, un momento donde poder soñar, generar lazos, compartir, conocer y apropiarse de derechos. Así, mezclamos manos, historias, angustias, risas, con mate, cigarrillos, pinturas, fotos, telas y colores. Intentamos lograr fortalezas, en prisión o en libertad. En estos cuatro años, con nuestro equipo integrado por estudiantes de trabajo social, cine, bellas artes y una antropóloga desarrollamos talleres una vez por


semana dirigidos a toda la población del penal. En los encuentros con las chicas, en ocasiones fuimos dos o tres charlando casi en susurros y en otras, un grupo ruidoso y activo. En la mesa que ocupa el espacio central del salón, trabajamos, ya adaptadas a la cumbia a todo volumen y las situaciones imprevistas del día a día. Ninguna jornada es igual a otra. El penal cambia cuando alguna interna se va en arresto domiciliario o en libertad, o cuando alguien recibe una condena no esperada o por situaciones familiares dolorosas que no pueden acompañar. Todo impacta en todas y en cada una. La partida puntual después de cada tarde, la despedida, está llena de saludos, abrazos y pedidos hasta el próximo encuentro. Siempre nos deja con la misma pregunta, si pudimos ese día hacer algún aporte, si logramos, al menos por un momento, quebrar ese tiempo quieto. En estos años compartidos abordamos distintas temáticas de género a través de actividades culturales de recreación, generamos la revista Mariposas Libres y la fotonovela «El brazuca de mi vida», la muestra fotográfica Tinta Libre, un taller de manualidades, entre otras actividades. También articulamos iniciativas junto a otros espacios que desarrollan talleres dentro del penal y participamos de instancias de debate, intercambio y reflexión propuestas por la Dirección de Asuntos Penitenciarios. Historias grabadas en la piel Palabras, dibujos, señales con tinta y elementos caseros, en la piel de las mujeres presas en la Unidad Nº 5. ¿Qué expresaban las marcas en el cuerpo? ¿Qué contaban? ¿Por qué aparecen, mutan y se reproducen en el encierro? Con estas preguntas iniciamos el proyecto TINTA LIBRE. Convocamos a Héctor Rio, amigo y fotógrafo de la ciudad de Rosario, que multiplicó la invitación a un equipo de artistas que de manera solidaria no sólo aportó materiales y herramientas de trabajo, sino que puso el cuerpo, semana tras semana, de Junio a Diciembre de 2010, retratando las historias grabadas en la piel de las chicas del penal. Luego, enriquecieron la propuesta los aportes teóricos que contiene este libro. El penal es poca luz, oscuridad, humedad, ausencia de las personas queridas, silencios, gritos, música y televisor a todo volumen, ruido de pesadas puertas, horarios que fijan todas las actividades, el tiempo inmóvil. La prisión entumece, inmoviliza, se apodera de todo. La ruptura del vínculo con sus familias, hijos e hijas genera las principales angustias en las internas, que no cuentan con espacios adecuados y privados para recibir visitas, niños y niñas, ni para hacer el amor. El contacto diario con el sol y el único espacio verde, siempre con la justificación de la falta de personal que oficie de compañía, está negado. En ese contexto, las mujeres diseñan en su piel los nombres de las personas amadas, imágenes de fe, de pasión, de dolor, diciendo, casi a gritos, que más allá de órdenes, rejas y horarios son dueñas de sus propios cuerpos. Que nadie puede

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apropiarse de ellos, que allí pueden decir lo que quieran, cuando quieran. Que pueden ser visibles y únicas. Las marcas y tatuajes se multiplican en prisión y el dolor que produce hacerlos pareciera, paradójicamente, aliviar las angustias de las condiciones del encierro. «Cuando mi hermano cayó en Coronda (cárcel de varones de la provincia de Santa Fe) me tatué su nombre porque lo quiero, es una forma de tenerlo cerca.» Mari Sin embargo, la posibilidad de conquistar la libertad genera nuevas sensaciones sobre estas muestras de resistencia devenidas, ya, en estigmas del paso por la cárcel. Aparece la necesidad de borrar lo que será pasado, de quitar esos nombres de amores que ya no son. Surgen palabras de arrepentimiento sobre un futuro cercano fuera de las rejas. «Me lo quiero sacar. Me escracha», «¿Dónde voy a conseguir un trabajo con esto?», «Estos dibujos dicen que estuve presa», «Con esto la policía se da cuenta dónde estuve, es un garrón», «Afuera voy a tener que usar siempre mangas largas», «Voy a taparlo con algún tatuaje lindo y colorido». Lo cuerpos de estas mujeres expresan las carencias de la institución. «La prisión daña» nos decía una de sus trabajadoras profesionales. Agrega tensión y violencia a vidas que ya sufrieron muchas de sus manifestaciones. Lo dicho en las marcas y tatuajes obliga a replantear las políticas penitenciarias o a garantizar su aplicación cuando las mismas tienen una mirada progresista y de apertura, vinculada a la defensa de los derechos humanos y humanas. Multiplicar espacios que contribuyan a reemplazar el tiempo quieto por uno que intente acercar, al menos por un momento, sensaciones placenteras quizás deje nuevas marcas, donde no sean necesarias agujas y tintas caseras.

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Algunos aportes Desde la experiencia en el desarrollo de iniciativas hacia el fortalecimiento de derechos y participación de las mujeres y, en particular, la realizada en la Unidad de Recuperación de Mujeres Nº 5 de la ciudad de Rosario, planteamos la necesidad de incorporar en todo el proceso de diseño y aplicación de las políticas penitenciarias la perspectiva de género. La privación de la libertad impacta de manera diferenciada en las mujeres, dentro y fuera de la prisión, por lo tanto es pertinente aplicar políticas específicas que deberían mutar del castigo al fortalecimiento, que les permita pensarse en un futuro en libertad y con posibilidades reales de autonomía. En este sentido acercamos algunas propuestas: Integrar a los espacios de capacitación del personal penitenciario contenidos que garanticen la incorporación de un nuevo marco conceptual, que permita analizar el impacto particular que sobre las mujeres tienen las distintas problemáticas en contextos de encierro. Promover que la formación penitenciaria sea brindada por espacios gubernamentales y de la sociedad civil, especializados en las diversas temáticas de género.


Acondicionar los espacios carcelarios de manera que garanticen: el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, recibir visitas y desarrollar actividades de manera adecuada, el ingreso de luz natural y ventilación suficientes, el contacto diario con los espacios verdes. Proveer el mobiliario suficiente para el desarrollo de actividades. Garantizar servicios médicos de calidad, especialmente los dedicados a la salud sexual y salud reproductiva de las mujeres. Acceso permanente a métodos anticonceptivos. Espacios de capacitación en la prevención de enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados. Implementar de manera sistemática espacios de capacitación sobre las modalidades de transmisión de VIH y formas de reducción de riesgos. Así como información sobre análisis y tratamiento. Se deben crear espacios adecuados para el cuidado de niños y niñas de las internas y de sus visitas. Promover el aprendizaje de oficios adecuados al mercado laboral actual que aporte al mismo tiempo la ruptura de estereotipos tradicionales de género. Monitorear el cumplimiento en el ámbito de la prisión de las convenciones y tratados internacionales, especialmente la Convención Interamericana para Prevenir y Erradicar la Violencia contra la Mujer. Principales esferas de preocupación y recomendaciones para la Argentina del Comité para la Eliminación de la discriminación contra la Mujer de Naciones Unidas . Julio 2010. «El Comité recomienda que se resuelva la situación de las mujeres en las cárceles elaborando políticas, estrategias y programas integrales que tengan en cuenta la dimensión del género y, en particular, insta al Estado parte a que vele porque personal penitenciario sensible a las cuestiones de género supervise a las reclusas y porque en las instituciones penitenciarias para mujeres no se emplee personal masculino en puestos de primera línea. Además insta al Estado parte a que adopte medidas adecuadas para garantizar el pleno respeto de la dignidad y los derechos humanos de todas las personas durante los registros corporales, ateniéndose estrictamente a las normas internacionales, y a que establezca un mecanismo externo de supervisión y reparación para las reclusas que sea independiente, amplio y accesible.»

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Las mujeres y la prisión Por Virginia Isnardi, Paula Giordano, María de las Mercedes De Isla

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Cada momento histórico ha tenido su propio sistema de administración de castigo en pos de asegurar el orden social. De esta manera, los castigos en las plazas públicas característicos de las sociedades feudales y monárquicas (patíbulo, suplicios, hogueras), que estaban organizados en torno a la idea de espectáculo aleccionador, fueron dando paso a otros modos considerados «más civilizados» y caracterizados por el encierro correctivo. Así, la pena comenzó a ser traducida en encierro y quedó en manos de la Justicia aplicar y calcular los años destinados a la condena. Esto se traducirá más tarde en lo que hoy conocemos como pena privativa de libertad. El nacimiento de las cárceles, surgido en los albores del capitalismo, puede situarse entre los siglos XVII y XVIII para Europa y Norteamérica y años más tarde en Latinoamérica, acompañando los procesos de construcción de los estados nación y su ingreso a la economía mundial. Las instituciones de encierro punitivas han sido una de las partes fundamentales del nacimiento de las sociedades industriales y modernas, pues eran necesarias para garantizar las relaciones sociales en torno al trabajo y la industria. Sin embargo, en su origen estas instituciones fueron concebidas principalmente como lugar de castigo para ciudadanos varones. El proceso de conformación del sistema penitenciario tal como lo conocemos hoy es el resultado de años de transformaciones históricas, en los que las ideas en torno a las penas y a los sujetos que delinquen fueron cambiando significativamente. A lo largo de este proceso, las desigualdades de género intrínsecas a nuestra sociedad han impregnado las nacientes instituciones, no siendo la cárcel una excepción. Los imaginarios de la sociedad moderna latinoamericana fueron permeados por las ideas europeas, por lo cual los roles y la figura de la familia burguesa serían el modelo a seguir. Cada integrante debería cumplir una función: la mujer, circunscribirse al espacio privado y ser la responsable del hogar y la reproducción familiar; el hombre, como jefe de familia, ser el proveedor económico y, consecuentemente, mantener una función activa en el espacio público (trabajo, participación en los ámbitos sociales, etc.), y los niños y las niñas deberían educarse en sus hogares. Por supuesto que los niños varones se educarían para el trabajo fuera del hogar y las niñas para ser «buenas amas de casa». Sin embargo, el ideal de la familia burguesa distaría significativamente de la realidad del pue-


blo trabajador. A partir de este momento histórico, es el Estado quien retoma la organización patriarcal1 imponiendo la misma sobre la familia moderna, regulando los roles y funciones según el género e interviniendo directamente en el caso de alteraciones de los mismos. Así, mientras los varones pasaban a ser considerados ciudadanos y estar regidos por derechos y obligaciones a cumplir (o ser penados si no lo hacían), las mujeres no obtuvieron este estatus de ciudadanía y fueron las depositarias de la moral social. Estos roles tendrían fuertes implicancias al momento de diseñar los modos de castigo para aquellas que estuvieran por fuera de la ley, pero también para quienes desafiaran el papel de madre y esposa casta y ostentaran, por ejemplo, una «peligrosa libertad sexual». El estatus de ciudadanía diferencial entre varones y mujeres permite comprender los diferentes modos de juzgar y castigar a ambos géneros. Sobre las mujeres que se hubieran «desviado de la norma» recaerían, además de las sanciones legales, las sanciones morales. «Se (la) debe normalizar doblemente puesto que ha infringido dos normas: su papel social como mujer y la norma legal»2. Ambas lógicas, la formal o legal —ámbito público­— y la informal o moral — ámbito privado—, coexistían y se aplicaban según el género. Los modos de control hacia las mujeres se empleaban cada vez que ellas intentasen romper el esquema de sumisión patriarcal, y se establecían sanciones principalmente moralizantes y de carácter informal más que punitivas y regidas por el andamiaje institucional del Estado. La criminalidad femenina fue considerada taxativamente distinta a la masculina, pues se concibió como un hecho menor planteado en términos de enfermedad bajo el supuesto de que las mujeres eran más propensas a las perturbaciones psíquicas3. La oficialización y regulación de la presencia religiosa en la custodia de las mujeres fue la característica del encierro femenino en la región durante casi un siglo4, mientras que al mismo tiempo los varones estaban regidos por un sistema penal laico, dando cuenta de las desigualdades de género. Aún cuando las mujeres han dejado de estar bajo el cuidado moral religioso, esta impronta sigue estando presente hasta nuestros días. Un ejemplo que revela la actualidad de la desigualdad de género en las cárceles tiene que ver con las condiciones en las que las mujeres cometen delitos y cómo estos son catalogados por las leyes. En la década de los 90, la población carcelaria femenina aumentó considerablemente.5 Una de las principales causas de este incremento ha sido la modificación en 1989 de la Ley Nº 23.737 sobre tenencia y tráfico de estupefacientes. Distintas investigaciones permiten apreciar que el principal delito por el que se encuentran detenidas las mujeres en el ámbito del Servicio Penitenciario Federal (SPF) es el de estupefacientes. Las mujeres que han entrado al tráfico de drogas provienen de los sectores más vulnerados, donde este delito se ha dado mayoritariamente por mujeres cabeza de familia que debían resolver los problemas económicos familiares y generalmente actuando como actores menores dentro de las actividades de tráfico.6 Sobre estas

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mujeres recae además de la sanción legal la sanción moral, que vuelve a ubicarlas en el lugar de «madres irresponsables» que no miden las consecuencias de sus actos, poniendo en peligro a sus familias. Esta sanción no se da de igual modo para los varones que delinquen. El incremento de la población femenina requiere adaptaciones de parte del sistema, que se dan mayoritariamente con retraso respecto de las necesidades concretas de las mujeres. Teniendo en cuenta que en su mayoría son procesadas o condenadas por delitos menores, vale la pregunta respecto de la magnitud de la pena en relación con la falta cometida. Son muchas las mujeres que circulan por la cárcel: las que están privadas de libertad, las que realizan visitas y las que trabajan allí, pese a ello, tanto la cárcel como el delito parecieran seguir constituyéndose de modo masculino. Desde las cuestiones edilicias hasta la letra normativa, todos los aspectos que hacen a la problemática punitiva siguen operando desde los modelos iniciales, no habiendo reformulado su lógica al incorporar a las mujeres. Dado esto cabe preguntarse si es posible que una institución que desde sus comienzos ha sido pensada y establecida en clave masculina y patriarcal contemple los derechos de las mujeres. El desafío es grande ya que, como venimos diciendo, reflexionar y actuar en pos de «igualar» las condiciones e impactos entre varones y mujeres nos remite a la necesidad de trabajar sobre múltiples aspectos y espacios en los que la desigualdad de género se manifiesta. La construcción de alternativas resulta una tarea compleja; sin embargo, estamos convencidas de que en cada uno de los espacios donde éstas se ponen en evidencia o son visibilizadas damos un paso hacia adelante.

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1 Históricamente el término Patriarcado «ha sido utilizado para designar un tipo de organización social en el que la autoridad la ejerce el varón jefe de familia, dueño del patrimonio, del que formaban parte los hijos, la esposa, los esclavos y los bienes. La familia es, claro está, una de las instituciones básicas de este orden social». Con la formación de los Estados modernos, el poder sobre los miembros de la familia va a pasar a manos del Estado, quien garantizará principalmente a través de la ley y la economía la sujeción de las mujeres al padre, marido y a los varones en general, impidiendo su constitución como sujetos políticos. Ver: Fontenla, Marta Amanda, «Patriarcado» en Diccionario de Estudios de Géneros y Feminismos, S. B. Gamba Coordinadora, Bs. As., Biblos, 2007, p. 256. 2 Arduino, Ileana; Lorenzo, Leticia; Salinas, Raúl «Mujeres y cárceles: aproximación a la situación penitenciaria en Argentina desde una perspectiva de Género». En http://www.pensamientopenal.com.ar/dossier/ARDUINO.pdf. 3 Arduino, Ileana op. cit. 4 En el S. XIX se crea el Asilo Correccional a cargo de la Orden del Buen Pastor. Recién en el año 1976 la cárcel de mujeres pasa a jurisdicción del estado nacional. 5 «La población de mujeres encarceladas registra un incremento del 305 por ciento anual, aumento que se inicia en el año 1990 y que, sin interrupciones, llega al 2001». Alcira Daroqui y Otros (2003) en «Las mujeres y los jóvenes encarcelados en el ámbito Nacional», revista Delito y Sociedad, A12 (18-19). 6 Corda, Raúl Alejandro: “Encarcelamientos por delitos relacionados con estupefacientes en Argentina”, en: «Sistemas Sobrecargados Leyes de drogas y cárceles en América Latina», Ámsterdam/Washington, diciembre 2010. ISBN/EAN: 978-0-9844873-5-6, pp 11-19, p. 16


Momentos, escenarios, mujeres Por Eugenia Ruiz Bri1

Llegada La puerta de doble hoja abre paso… al encierro. A la larga y acodada, otrora blanca, escalera de mármol. Alguien pide sin pedirlo documentos de identidad en mano, que ratifican y aseguran que se es quien dice ser. Seguidamente, trabas que se descorren, cerrojos que se abren por alguien con el mismo mutismo, la misma ropa, el mismo gesto. Nuevas escaleras para ser subidas o bajadas, depende donde sea la actividad cada vez, esta vez… Encuentro ¡Chicas! ¡Chicas! ¡Hola!… van asomando… jóvenes, algunas de mediana y tercera edad. Rubias, pelirrojas, «rubio dorado recién teñido que ayer fue negro»2 , de cuna morochas. Entre besos, abrazos, risas, entre todas nos vamos acomodando. Suena la cumbia de fondo, todo el tiempo. En el salón que hace las veces de SUM o loft —aquí es SUM—, mesa de caballete acunada por el vaivén que le imprimen las manos que amasan tortas fritas, televisor alzado en la pared, banquetas de plástico encastradas unas sobre otras para reforzar las rotas, que son todas, cocina de cuatro hornallas, pileta de lavar platos, el mate. Alguien más se nos suma al taller, ¡el padrecito!, disfrazando su secularización, pero investido en negra sotana. En ese marco abrimos la caja que cargamos todos los martes, y emergen de ella, corrillos de voces: «¡qué lindo!», «¡mirá esa!» «¿me hacés una pulserita de Ñuls?», «¡para mí de Central!». Las manos prestas engarzan y hacen. Otras veces surgen tintes, colores, letras y de nuevo: «¡Ponele Jhonatan!», «¡para mí Solange!», «mis hijos van a usar la remera para la escuela, están con mi mamá», y manos pintoras consuman la magia. ¿Hacemos una sesión de fotos para una fotonovela? Y por unas horas, por varias tardes, todas son artistas… Interludio Como pareciera es una constante en mi vida, este deseo, que venía abriéndose paso con fuerza y mayor claridad cada vez, sin que fuera a su encuentro dio conmigo. En un recorrido, que de haberlo imaginado, descreído de su eficacia hubiera, tan solo, porque la punta del hilo conductor la rastreé en la provincia de San Juan, casi mil quinientos kilómetros de mi ciudad natal. Ya aquí, con gran simpleza y beneplácito, Gabriela Sosa, La Negra, cabeza de Las Juanas Rosario,

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me abrió las puertas. Llego un martes de junio, en la mitad del mes, como una más del grupo. Escaleras, cerrojos, datos de identidad, capa fina de polvo va haciendo la huella. Todo es viejo, desgastado, descascarado, oscuro, anónimo, ausente. Entramos al SUM y van asomando las mujeres. Es una escena similar a cualquier tarde común, de mates y amigas. Así me pareció, hasta que un grito agudo, seguido de un llanto estentóreo, trajo a la escena el paso firme de borceguíes y ropa de fajina, y no vi más. Hipnóticamente atrapada por el vasito de plástico blanco, con las grageas pacificadoras que —La Empleada— (sic) suministraría a la desquiciada, «… Alguien voló sobre el nido del Cuco…». Una vez más, confirmo, que ficción y teoría, en la re-creación y el análisis respectivamente, de los sucesos de la vida ordinaria, per se, van a horcajadas de la realidad. Este «bautismo de fuego», por su violencia, hizo trastabillar mi firme deseo de querer (en el sentido del amar y del desear), a partir del 2011, hacer trabajo solidario como tarea principal. Sensación que surge a pesar de estar grandemente familiarizada con las situaciones de privación de la libertad, específicamente con menores de edad. Mi deseo pudo más, y a partir de ahí, los martes a la tarde fueron para la Unidad Cinco de Rosario.

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Mujeres Bullangueras, abiertas, reflexivas, alegres, risueñas, graves, resignadas, tristes, desesperadas. No se malinterprete o caigamos en lugares comunes, estos estados primero dan cuenta que en el afuera y en el adentro pasan las mismas cosas, como humanidad, ¿no?. Sólo que en el adentro, para que esas cosas pasen, hay que tener una primera decisión que es haber aprendido a resistir, y un altísimo nivel de adaptabilidad. Compartir momentos con las chicas, las internas, Ellas, sin interesarme en las biografías que las condujeron a estar privadas de la libertad, fue una experiencia honda, enriquecedora. Improvisación pura en el como relacionarme. Mi preocupación era poder poner la naturalidad, desafectada de cualquier sentimiento o acción que las menoscabara. Recordé que Sartre hablaba de la sobreprotección a alguien, como respuesta a situaciones o rasgos que adjudican carácter discriminatorio; y que justamente esa sobreprotección guardaba un sustrato racista, en la creencia de la defectividad y/o incompletud de ese «otro». En la medida que me fui familiarizando en las sucesivas visitas, se fue instalando la relación social, llanamente hubo un ida y vuelta en donde éramos mujeres reunidas, haciendo collares, cosiendo hebillas para el cabello, pintando y tejiendo crochet, hablando de «cosas de mujeres», recetas de cocina, sobre el estado de sus causas, emocionándonos, abrazando un abrazo que se imponía necesario y también con muchas risas, anhelos, sueños. Muchas sensaciones contradictorias, lo lícito ¿lo es? de sentir algo tibio dentro, que me llevo cada vez que me voy y que antes de entrar no lo tenia y ¿no es que vine a entregar algo?, y esa entrega ¿estuvo? ¿fue?. La incertidumbre sobre estas cuestiones fue también motor para la continui-


dad, y sin hacerme preguntas, menos intentar respuestas, lo único claro era el deseo de volver y las ganas de hacer. Hubieron festejos, y ahí, otro aprendizaje en Ellas. Por si no lo escribí, de estas amigas nuevas, mucho aprendí. El tener intacto el entusiasmo, participar activamente, y ser vistas ahítas de orgullo por sus hijos/as, madres, padres. Su capacidad de disfrutar, de sostener ilusiones aún tras las rejas, que apresan mucho más que la libertad, alcanzando a los cuerpos que allí no pueden gozar, ser gozados, acariciados porque, para las mujeres, inquisitoriamente el placer sigue prohibido. A sabiendas de las altísimas posibilidades de reincidencia, no se las escucha renegar de esa vida que jamás eligieron pero les tocó, las tocó. Me llevaron a tasar y pensar que la fuerza que motoriza la vida de cada uno/a, por más puesta a prueba que esté, en las contingencias más espeluznantes, es una fuerza sumamente aventajada por la libertad. Fuerza incomparable a la que se necesita para seguir cada día, y poder hacer que cada uno de ellos sea diferente, sabiendo que nada lo distingue de los anteriores y de los que vendrán. Que, justamente, la pena privativa de la libertad logra desaparecer el tiempo y el mayor éxito para el sistema y riesgo para el «cliente» es quedar atrapado en esa asfixiante monotonía, que comienza al traspasar la reja. Como última cuestión, me empezó a importar que me registraran, me llamaran por mi nombre, me devolvieran un gesto de cálida aceptación, intercambiáramos un guiño cómplice, me pararan en su misma orilla. Les agradezco cada uno y todos los gestos y el haberme hecho sentir que algo está mucho mejor conmigo misma, después de estar, chicas, con Ustedes. 1 Doctora en Antropología. 2 Letra de la canción «La Villerita» de Horacio Guaraní.

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El cuerpo como lo único propio Por Elida Moreyra1

Cicatrices de accidentes, huellas de golpes, marcas de cesáreas, manchas de envejecimiento, arrugas, pinchazos, quemaduras de sol, rastros de metal en la sangre, anticuerpos, deterioro por diabetes, acumulaciones de grasa, perforaciones, tatuajes: inscripciones en el cuerpo que lo revelan como el texto de nuestras vidas. El cuerpo como soporte en el que se inscriben todas las instancias de lo vivido. El cuerpo como lo más propio, como lo único propio.2 La situación de encierro refuerza la conciencia sobre lo que está encerrado: el cuerpo. Este, que ya era soporte de lo vivido, se instaura como el único reservorio de lo que quiere tenerse consigo. «Lo hice de un gajo de uno que era de mi mamá. Ella lo quería más que nada. A mí también me gustan las rosas, y cuando estaba allá siempre preguntaba cómo estaba el rosal»3. Se tatuó una rosa en la mano cinco años atrás. Hoy, ya cumplida su condena, duda acerca de si volvería a hacerlo. No reniega de su tatuaje, hasta le gusta. Pero expresa que siente que quizá debió pensarlo mejor. «Tengo una familia grande y todos los perdí en cuatro años atrás, los fui perdiendo en el transcurso de los años y el último es Emiliano hace seis meses, y bueno y creo que la D de Derían la tengo, la A de Alejandro la tengo y me falta Emiliano nomás». Los seres queridos que no se pueden tener cerca, porque están afuera o porque ya están muertos, pasan a ser una parte del propio cuerpo. Esta inclusión, que involucra todo tipo de signos (letras, números, dibujos de objetos, u otro tipo de representaciones), resguarda de la pérdida o la separación, a la vez que se instaura expresamente como declaración de propiedad. Se trata de una apropiación que vencerá el poder del encierro. El tatuaje será una forma de tener en el cuerpo, único lugar en donde no se podrá perder, lo que es tan quitable en la situación de encierro: la participación cotidiana en la vida de los seres queridos, el amor de su pareja, la compañía de los hijos, sus plantas. El tatuaje se instala como un desafío y una victoria sobre el poder que ha pretendido quitarles cualquier otra pertenencia.

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Dos momentos Cuando decimos que el tatuaje se instala como desafío y victoria, estamos declarándolo como discurso. Es decir que estamos hablando de un proceso de pro-


ducción de sentido que será necesariamente social, y que registrará específicas y particulares condiciones sociales productivas. Cada discurso es una configuración espacio-temporal de sentido que se concreta en una manifestación material. En nuestro caso, el tatuaje será esa materialidad, investida de sentido. Pero el sentido no se encuentra sitiado en esa materialidad, sino que deviene relativo. El sentido del tatuaje estará a cada momento, relacionado con sus condiciones de producción, a la vez que con sus condiciones de reconocimiento.4 «Yo de este lugar no me quiero llevar ningún recuerdo o sea por eso todo lo que sea con este lugar cuando yo esté en la calle, como limpiar el cuerpo y ahí van los tatuajes». El sentido de un nombre, un número o un dibujo será indescifrable como proceso de significación si lo separamos de esas dos instancias con las que debemos relacionarlo para comprenderlo. Así, las instancias de encierro, de prohibición, de separación, se adosan a esa materialidad, de la misma manera que se adosa esa lectura que adelanta. En el futuro, al salir a la calle, habrá que limpiar el cuerpo porque ya no será lo mismo. Se reconoce un devenir en el proceso de construcción de sentido, a partir del cambio en el status del cuerpo que soporta aquella materialidad significante. La relación «condiciones de producción —tatuaje— condiciones de reconocimiento» habrá cambiado. El sentido de apropiación y resguardo de algo en el propio cuerpo, habrá devenido recordatorio del encierro. La rosa en la mano ya no será la posibilidad de tener el rosal consigo, sino el recordatorio de la imposibilidad de tenerlo consigo en determinado lapso del tiempo. De la misma manera, para un otro, la rosa en la mano ya no será la expresión de algo que el tatuado aprecia sino el estigma de haber sido privado de lo que apreciaba en castigo por una ofensa a la sociedad. El dolor En la cárcel la única pertenencia segura es el cuerpo y la situación de encierro es una instancia de castigo sobre el mismo. Esto deriva en una restricción de las sensaciones que ese cuerpo puede transitar. Las sensaciones son la posibilidad de sentir vivo el cuerpo. El dolor se establece como una de las pocas sensaciones permitidas. El dolor ratifica la presencia viva del cuerpo, pero a la vez actualiza la instancia de encierro. «No lo tomo como que es ir lastimando el cuerpo». «Me va a doler… me va a doler (...). Es el vértigo de las agujas». «Cuando es algo que representa algo en tu vida, el dolor lo dejás de lado». «Igual que Braytón, duele en el pecho, pero bueno, es el nombre de mi hijo y representa algo muy importante en mi vida y bueno». En esta cárcel el tatuaje no está prohibido. Pero sí están vedados los instrumentos apropiados para hacerlo. Por eso, una caja de herramientas compuesta por biromes, clips, alambres, agujas, tijeras y todo tipo de instrumento punzante que sirva para dejar una huella entintada por debajo de la piel, se va construyendo en cada unidad carcelaria. Estos instrumentos alternativos así como la carencia de

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anestésicos y desinfectantes, aumenta las posibilidades de sentir dolor. Algunas mujeres entrevistadas hablan de un precio a pagar, otras relatan una vida plagada de injusticias que las arrojó al delito. El dolor se convierte en algo permisible, aceptable, y hasta deseable, en tanto promete un futuro. «La pura felicidad está en el instante, pero el dolor me ha expulsado del instante presente, hacia la espera del instante futuro en que mi dolor será calmado.» Las palabras de Georges Bataille5 en El suicidio remiten al poder del dolor sobre el cuerpo para liberarlo, temporal y espacialmente, del presente. Así, el sentir dolor parece acarrear una posibilidad de desdoblamiento, el sentir ahora, pero pensando en que habrá un después. Fuera y dentro El tatuaje del nombre del ser amado será la posibilidad de tenerlo cerca y a la vez será siempre el recordatorio de la cárcel. Será la posibilidad de oponerse a las reglas del encierro y a la vez la legitimación de lo humillante del mismo. Será doloroso pero anticipación de un después «limpio». Será una transgresión al adorno femenino y a la vez la posibilidad de respuesta con la opresión de género. Ningún fenómeno comunicativo es puro. La complejidad del fenómeno, con su heterogeneidad y contradicciones se expresa insoslayablemente en el caso de los tatuajes carcelarios de mujeres. Como dice Carmen Antony6: «La prisión es para la mujer doblemente estigmatizadora y dolorosa si se tiene en cuenta el rol que la sociedad le ha asignado. Una mujer que pasa por la prisión es calificada de “mala” porque contravino el papel que le corresponde como esposa y madre, sumisa, dependiente y dócil.» Si afuera el mundo aparecía como pensado por y para hombres, adentro la situación se exacerba. El hombre tiene contempladas las visitas sanitarias, la mujer no. El hombre tiene posibilidades de estudiar, inclusive hasta carreras universitarias, la mujer no. En la cárcel de varones se recibe la visita de tatuadores profesionales, en la de mujeres, no. Esto último genera una doble estigmatización: si el tatuaje ya representaba un recordatorio del paso por la cárcel, su calidad de «tumbero» lo extendía significativamente como tal hacia el resto de los sujetos. La posibilidad de cambiarlo, reformarlo, ocultarlo bajo otro tatuaje, comienza a pensarse en el momento mismo de hechura del original, que ya es palimpsesto antes de ser ocultado bajo el siguiente.

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Mujeres encerradas Las mujeres han apelado a expresar con el cuerpo una infinidad de respuestas hacia las agresiones sufridas a lo largo de la historia. Muchas de esas respuestas han sido tan agresivas para con el propio cuerpo que la rebeldía ha podido leerse como una forma de alcanzar la victoria expresiva demasiado costosa. Ha protestado adelgazando hasta límites de muerte. Se ha perforado. Ha sufrido de ninfomanía, histeria o frigidez, debiendo adaptarse a las definiciones de lo fisio-


lógico femenino en cada teoría de moda. Ha soportado violaciones y golpizas. Se ha conformado con condiciones sanitarias inhumanas para defender su derecho a elegir si quiere o no ser madre. Y se ha tatuado, procurando así también transgredir las formas impuestas para encauzarla en el camino de lo que de ella se esperaba. Claro que la transgresión ha terminado siempre estacionada en su cuerpo. Privadas de voz, despojadas de cualquier tipo de poder para decidir sobre sus vidas, sólo tienen un espacio donde inscribir alguna decisión: sus propios cuerpos. La materialidad del cuerpo será el único soporte donde inscribir una ley, dictar una norma propia. El cuerpo será la única posibilidad concreta de instalar algún tipo de control o de poder que les haga sentir, aunque sea provisoriamente, que se tiene alguna libertad. Si ser libre ya se dificulta en el contexto general de la vida femenina, aquí, en la cárcel, la dificultad se potencia. 1 Centro de Estudios en Antropologia Visual (CEAVi) 2 Ver trabajos del Dr. D. Rodríguez Pelaez , catedrático de la Universidad de Sevilla sobre cuestiones relacionadas con el cuerpo como única propiedad donde ejercer el poder. 3 Se omiten los nombres de las entrevistadas para preservar su intimidad. 4 Para un mayor desarrollo de este tema ver Verón, Eliseo, La semiosis social. Fragmentos de una teoría de la discursividad, Paidós, Buenos Aires, 1988. 5 Ver La felicidad, el erotismo y la literatura (ensayos entre 1944-1961), Tusquets, París, 1970 (2002). 6 Ver «Mujeres Invisibles: Las cárceles femeninas en América Latina», artículo de Carmen Antony publicado en Nueva Sociedad N° 208, Chile, 2007. La autora es abogada criminalista, y aboga por incluir una perspectiva de género en las políticas criminalísticas y penitenciarias.

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Cuerpos, marcas y cárcel Por Analía Aucía1

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Primero Tatuajes que hablan, cuerpos que dicen, ¿marcas de la vida?, ¿marcas de la cárcel?, ¿marcas de la vida en la cárcel? Palabras que nombran nombres, pedazos de piel donde se graba el deseo de un otro o una otra. El cuerpo ha sido un territorio destinatario de enunciados diversos en el pensamiento occidental; ha sido valorado, despreciado; se convirtió en objeto de políticas de control y castigo. Las técnicas de control y dominación también producen inscripciones constitutivas de una subjetividad «delincuente» que opera antes, durante y luego de la vida en prisión. La sociedad olvida muchas cosas, pero no a quien estuvo preso, tampoco los registros gubernamentales, la justicia, la policía. Los cuerpos portan también una cierta corporalidad estampada por los días de encierro. Las marcas del tatuaje en prisión rompen con la estética impuesta por las actuales técnicas de belleza basadas en un modelo femenino artificial. Los cuerpos de las presas resisten, aún sin saberlo, a esa cada vez mayor sofisticación de los dispositivos de belleza femenina que llevan a la desfiguración de ese cuerpo — que alguna vez estuvo o fue— y (re)figuran un nuevo cuerpo a contrapelo de la historia individual, un cuerpo que a medida que el tiempo transcurre pareciera ser cada vez más joven. Los tatuajes, la tinta libre en los cuerpos de las presas, generan otra estética, quizá la estética de una pequeña libertad de elegir en prisión, la estética de la palabra dibujada en un papel de carnadura humana. Cuerpos que intentan apartarse de la explotación, de la dominación, cuerpos que luchan, cuerpos en ruptura. Si bien «el cuerpo es por excelencia el lugar de la intersección de las dominaciones de clase, de género y de “raza”, en él se fomentan igualmente diversas tácticas de resistencia»2. El cuerpo, soporte de deseos, decires, silencios, pero también espacio donde se traman tecnologías de disciplinamiento, de poder, configurándolo como cuerpo humano. Los discursos filosóficos en occidente construyeron al cuerpo separado del alma. Esta dualidad entre materia y alma o psiquis tiene orígenes antiguos. Platón, interesante exponente del esplendor de la civilización griega y también de los intereses de su clase social aristocrática, no pudo resistir la tentación de divi-


dir lo humano en alma y cuerpo, y tal como nos lo ha mostrado el pensamiento crítico, los binarismos no han podido existir sino a fuerza de jerarquías. La idea platónica del cuerpo como algo despreciable en relación con el alma, fue una cárcel de ésta. El cuerpo —sôma–cárcel del alma–psychè— dirá Platón en su texto Crátilo. Elementos diferentes, aunque también la perfección del alma queda esclavizada por las pasiones de la carne. El pensamiento cristiano mantendrá esta diferencia. El platonismo de Agustín de Hipona presenta a un alma inmortal en tanto el cuerpo pertenece al mundo terrenal por su condición corrompible. Segundo Todos los cuerpos están sujetados a las reglas y a los efectos de poder de los discursos y las prácticas. Violencias físicas y simbólicas son puestas en funcionamiento por dispositivos penales, médicos, policiales, jurídicos y se ejercen atravesando los cuerpos; la Ley juega un rol importante en la legitimación y en la invisibilización de la opresión, incluso de la que ella misma genera. La relación entre cárceles y mujeres adquirió y adquiere diferentes sentidos, incluso los distintos momentos políticos del país han influido sustancialmente en el significado de la prisión. Paradojalmente, el ingreso a prisión durante el período del terrorismo de Estado en Argentina ha sido «liberador», marcando la diferencia entre la vida y la muerte, entre la «desaparición» y la «legalidad». Para muchas mujeres —y hombres—, ingresar a un régimen penitenciario luego de haber estado «chupadas» en centros clandestinos de detención y tortura significaba la visibilidad ante la sociedad, su familia, una causa penal, una posibilidad más cierta de seguir con vida.3 Sobre la transformación de la población carcelaria en sujetos dóciles y útiles, como señala Michel Foucault, hay diferentes maneras de encauzar el disciplinamiento de las mujeres, de «quebrar» a las presas, es decir, de subyugarlas, buscando uno de los efectos más inmediatos en la aplicación de las técnicas de la fabricación de cuerpos dóciles en prisión. Una víctima del terrorismo de Estado recuerda que el director de la cárcel de Devoto les decía «de acá salen muertas o locas»4. Varios relatos coinciden en cómo la organización interna que se dieron las presas políticas durante la dictadura —y sus años previos— fue el salvoconducto para el resguardo de la vida y de la salud de muchas de ellas: «como consecuencia de esa organización interna y esa solidaridad que había entre nosotras que hemos logrado en Devoto. De la reja para allá era el enemigo y para acá todas nos cuidábamos la espalda, independientemente a la corriente política que podíamos pertenecer. Por eso le habíamos llamado resistencia activa. Esa resistencia activa nos significó salvar la vida de varias compañeras»5. También en relación con las estrategias de sobrevivencia respecto de lo más elemental —alimentación, distracción, cuidado y aseo personal—, «la resistencia adoptó múltiples formas, y ser creativas, (…) fue también una forma de la resistencia (…), a lo que nos estábamos resistiendo era a dejar de tener una vida normal, humana, sociable»6. Sin embargo, el poder militarizado de las cárceles, aún en tiempos

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democráticos, la violencia institucional que la sostiene pone en marcha un juego perverso, a veces con micro dispositivos refinados, otras veces crueles y sanguinarios, otras veces, siniestro. Foucault ha advertido que ese «alma» de la que hablaba Platón y otros tantos, es el foco de diversos dispositivos de poder, entre ellos los dispositivos carcelarios. Esa «alma humana», bien podríamos decir, la subjetividad se va moldeando, fabricando como alma prisonisada, emerge ahí un sujeto sujetado por las inscripciones de la vida en la cárcel, las marcas del castigo y de la pena. Hay que ver en el alma una cierta tecnología del poder sobre el cuerpo, cuerpo inmerso directamente en un campo político.7 El alma es el efecto, pero también el instrumento que utiliza el poder para fabricar sujetos dóciles, disciplinados; ese alma, dirá Foucault, es la prisión del cuerpo8.

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Tercero En Argentina, así como en muchos países de la región, existen leyes que abordan la situación de las personas en prisión, regulando el régimen carcelario. Nuestra Ley Nº 24.660 de ejecución de la pena privativa de la libertad ha sido objeto de análisis y cuestionamientos por organizaciones que trabajan en pos de los derechos humanos de las mujeres, precisamente por la falta de perspectiva de género. Pareciera ser que la única mirada posible que tiene la normativa respecto de la mujer es sobre su posibilidad de reproducción. Sólo unos pocos artículos de la ley para referirse a las mujeres embarazadas o que tienen consigo a sus hijos e hijas menores de edad. Sabemos que la privación de la libertad es en sí mismo un hecho violento, aunque para las mujeres esa privación tiene un impacto discriminador y opresivo diferencial, precisamente por su condición social de tal: «hecho que se manifiesta en la desigualdad del tratamiento penitenciario, que no sólo está basado en ideas estereotipadas sobre las mujeres que infringen la ley penal, sino que, al haber sido diseñado para varones, no presta atención a las problemáticas específicas de las mujeres»9. Las diferencias entre mujeres y varones no sólo son físicas o biológicas, sino también en cuanto a las posibilidades de ser víctima de distintas formas de violencia física, sexual y simbólica. Hay una omisión generalizada de tratamientos en base a las necesidades propias de las mujeres respecto de la salud sexual y reproductiva; no hay provisión de elementos de higiene adecuados para sus características físicas, no se distribuyen métodos anticonceptivos, etc. Son innumerables las situaciones de abuso sexual denunciadas al interior de las prisiones o en los traslados de las mujeres. Se ha informado ante el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer de Naciones Unidas que «los trabajos realizados por las mujeres en los centros de detención reproducen los estereotipos sociales de género y actúan como un mecanismo de sumisión (…), estigmatizan el rol e imagen de la mujer»10, hay carencia de «lugares específicos destinados a alojar mujeres embarazadas,


con hijos»11. Las prácticas vejatorias hacia las mujeres que rondan los procedimientos de las requisas constituyen modos habituales de disciplinar, humillándolas. Además existen normativas vejatorias de la dignidad e intimidad de las mujeres. Por ejemplo, existe la «requisa vaginal», amparada por la legislación nacional, lo cual implica la «invasión al cuerpo que representa un trato cruel, inhumano y degradante según los estándares nacionales e internacionales de derechos humanos»12. Por otra parte, la oferta educativa es totalmente deficiente en las cárceles de mujeres, lo cual profundiza el analfabetismo y contribuye a la no potenciación de capacidades y desarrollo personal. Otro acápite aparte es el tema de las denominadas visitas íntimas, «epicentro regulador de los comportamientos dentro de la prisión, dicho de otra forma, de aceptación e introyección de todas las normas disciplinares»13. Ha quedado evidenciado en la cárcel de mujeres de Rosario que las «visitas íntimas» no llegan a conformar el ejercicio de un derecho sino que «circularía más bien como un privilegio o como una licencia, según los casos; una concesión graciosa de la potestad penitenciaria»14. Respecto de la sexualidad de las mujeres, entendida como un derecho, señala Carmen Antony García que no nos debe extrañar esta falencia en reconocer los derechos sexuales de las mujeres reclusas, «habida consideración que tampoco se reconocen estos derechos a las mujeres libres»15. No se observa una intención estatal de diseñar políticas carcelarias con perspectiva de género que dé cuenta de las necesidades propias de las mujeres, así como de la forma específica en que sus derechos deben ser garantizados, especificidad que es consecuencia de las formas patriarcales de la cultura en las que las mujeres han estado inmersas antes de la prisión y luego al interior de ésta16: «La violencia de género es una constante en la vida de muchas mujeres antes de su entrada en prisión y durante su estancia», por ello es necesario visibilizar la continuidad de la violencia de género contra las mujeres 17. La relatora de las Naciones Unidas sobre la Violencia contra las Mujeres, Radhica Coomaraswamy, ha señalado que «las presas, en muchos casos, necesitan atenciones médicas muy concretas, habida cuenta, en especial, de los altos niveles de violencia de que han sido objeto bastantes de ellas antes de su reclusión»18. El control de las mujeres, el mantenerlas en una posición sumisa y subordinada, es posible en virtud de toda una serie de estrategias de violencia social e institucional19. Sandra Lee Bartky sostiene que «la producción de cuerpos dóciles requiere de una coerción ininterrumpida dirigida a los propios procesos de la actividad del cuerpo, no sólo a su resultado»20. La vida carcelaria construye un espacio donde el ocio, la violencia y la degradación son partes constitutivas y producen profundos procesos de deterioro individual y social en las personas presas21. Es posible que, para que el castigo pueda circular entre los muros y a través de los cuerpos de sus habitantes, se requiera una reconversión muy fuerte de aquello que, para nuestro orden jurídico, hace de un sujeto un sujeto de derechos.

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Último No existe un cuerpo en sí, a priori de las intervenciones políticas del saber y del poder, no hay un cuerpo mudo y dado de antemano a la espera de ser nombrado y significado; las operatorias de significación —sujeción— modelan el cuerpo de determinadas maneras, lo construyen. Pero también tenemos un cuerpo, en el sentido de «propiedad», sobre el cual podemos intervenir —con restos de potestad—, podemos también resistir en nuestro propio cuerpo a los dogmas estéticos del neoliberalismo; de allí que las marcas de la tinta libre, en los cuerpos de las mujeres prisonisadas, planteen otra estética, otro modo de transformarlo. Hay partituras que se escriben según los deseos propios que son, sin dudas, deseos de muchas otras y otros que nos trascienden, que nos llegan de diferentes lados. Deseos que dicen.

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1 Docente de la Universidad Nacional de Rosario. Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer. 2 Haber S., Andrieu B., Molinier P. Cuerpos dominados, cuerpos en ruptura, Nueva Visión, Buenos Aires, 2007. El texto pertenece a la Presentación firmada por Actuel Marx, p. 5. 3 Estas ideas fueron recogidas en el marco de la investigación llevada adelante por Cladem e Insgenar y que concluyó en la publicación del texto Grietas en el silencio. Una investigación sobre la violencia sexual en el marco del terrorismo de Estado, Cladem, Rosario, 2011. Las investigadoras y autoras son: Aucía, Analía; Barrera, Florencia; Berterame, Celina; Chiarotti, Susana; Paolini, Alejandra; Zurutuza, María Cristina. 4 La mujer entrevistada —código M10— estuvo presa en Devoto entre el 8 de octubre de 1976 y el 1 de noviembre de 1979. Aucía, Analía. «Género, violencia sexual y contextos represivos», en Grietas en el silencio. Una investigación sobre la violencia sexual en el marco del terrorismo de Estado. Aucía A. y otras, Cladem, Rosario, 2011, p. 46. De todo su relato, aún del no publicado, se desprende que el ese decir del director de la cárcel no fue una amenaza: «L.B. (…) entró con un brote de esquizofrenia, le detectaron y empezaron a hacerle burla hasta que la enloquecieron totalmente a esa compañera (…) y la trasladaron al Borda. Y después Videla le levantó el PEN. Claro, total ya era inofensiva». Entrevistada código M10. Fragmento de testimonio no publicado. 5 Mujer entrevistada código M10. Fragmento de testimonio no publicado. 6 Nosotras, presas políticas obra colectiva de 112 prisioneras políticas entre 1974 y 1983, Nuestra América, Buenos Aires, 2006, p. 287. 7 Foucault, Michel Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 1989, p. 36. 8 Judith Butler, al retomar el planteo foucaultiano, señala que el alma descrita por Foucault en tanto instrumento de poder, «forma y modela al cuerpo, lo sella y al sellarlo le da el ser». Butler, Judith Cuerpos que importan, Paidós, Buenos Aires, 2002, p 63. 9 Cejil, «Mujeres privadas de libertad, Informe regional: Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay». Buenos Aires, 2007, p. 11 y 12. 10 Cladem y otras, «Informe alternativo: Argentina», presentado en el 46º período de sesiones del Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer de Naciones Unidas, sede New York, entre el 12 al 16 de julio de 2010. Disponible en: http://www.cladem.org, p. 55. En la investigación


regional realizada por Cladem se ha señalado que «Por lo general, los oficios que se ofrece a las mujeres reiteran los roles considerados femeninos, por excelencia, como modistería, repostería, peluquería y manualidades. Existen pocas posibilidades de aprender oficios utilizando maquinaria, ya que ésta se reserva para los hombres», Cladem, «Violencia Contra Mujeres Privadas de la libertad». Sistematización Regional Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Uruguay. Lima, 2008. Disponible en: www.cladem.org, p. 30. 11 Ídem, p. 53. 12 Ídem, p. 58. 13 Aucía, Analía, «El derecho a las visitas íntimas en las cárceles de Rosario», en revista Zona Franca, Nº 15. Centro de Estudios Interdisciplinarios sobre las Mujeres, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario, Año XIV, Nº 15, julio de 2006, p. 35. Este trabajo es el resultado de una investigación realizada en las cárceles de mujeres y varones de Rosario, cuyo objeto de análisis fue el «derecho a las visitas íntimas». «La información recolectada en las entrevistas ha hecho evidente un ejercicio diferencial de las visitas íntimas en las cárceles que iría en detrimento del goce formalmente igualitario del derecho de visitas en la U.P. de mujeres», p. 33. 14 Ídem, p. 35. 15 Antony García, Carmen, Las mujeres confinadas. Estudio criminológico sobre el rol genérico en la ejecución de la pena en América Latina y en Chile, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 2001, p. 52. 16 Cladem, «Violencia Contra Mujeres Privadas de la libertad. Sistematización Regional Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Uruguay». Lima, 2008. Disponible en: www.cladem.org, p. 15. 17 Bodelón, Encarna, Prólogo en Mujeres en prisión: los alcances del castigo. Compilado por CELS, Ministerio Público de la Defensa de la Nación, Procuración Penitenciaria de la Nación, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2011, p. 12. 18 Coomaraswamy, Radhica, Informe: «Integración de los Derechos Humanos de la Mujer y la Perspectiva de Género. La Violencia contra la Mujer». /CN.4/1999/68/Add.2. 4 de enero de 1999, p. 64. 19 Ver Cejil, «Mujeres privadas de libertad», op. cit. Encarna Bodelón señala que las prisiones se caracterizan «como maquinarias de un poder punitivo que causa daño y suma violencia a las violencias ya vividas, lo que profundiza las brechas sociales, excluye a los ya excluidos y refuerza los patrones de género que provocan desigualdad social y sufrimiento». Bodelón, Encarna, Prólogo en Mujeres en prisión: los alcances del castigo. Compilado por CELS, Ministerio Público de la Defensa de la Nación, Procuración Penitenciaria de la Nación. Edit. Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2011, p. 10. 20 Lee Bartky, Sandra, «Foucault, feminismo y la modernización del poder patriarcal» en Larrauri, Elena (Compiladora), Mujeres, Derecho penal y criminología. Siglo Veintiuno, Madrid, 1994, p 64. 21 Salvador Hurtado, C., Sanabria Salmón, C., «Diagnóstico de la situación de las mujeres privadas de libertad en la cárcel de Palmasola.» Separata, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, edición especial de la revista Artículo Primero, CEJIS, Año 1, Nº 2, 1997, p. 6.

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Las marcas en el cuerpo

Hay muchas marcas en mi cuerpo, de cortaduras o quemaduras. Pero existen muchas marcas, como los tatuajes, que casi todas lo hacen, a pesar del dolor, para estar a la moda. Qué hipócritas. Si supieran que también tengo marcas en mi alma, pero sobre todo, muy adentro mío. Marcas que ni el tiempo ni la cordura me las quitarán. Marcas que desgarran a una mujer por dentro, que la destruyen. Que así como se tatúan la piel a colores, las marcas de esta mujer que escribe, mi color, es de sangre y dolor. Cómo borrar las marcas de mi alma, y de mi corazón, si nunca podré borrar de mi alma ese dolor. Más que marcas en el cuerpo Son marcas en el alma Son marcas del dolor. Ana

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Silvina Salinas Reconquista, 1967. Comenzó su formación en Fotografía con Andrea Ostera y participó de varios de sus talleres de proyectos fotográficos. En 2003 y 2004 fue una de las organizadoras de la muestra colectiva «En el acto». En 2007 expuso su trabajo de retratos «40 de 40» en el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario, también exhibido en la Escuela Argentina de Fotografía (EAF) y en la Alianza Francesa de Buenos Aires. Es fotoperiodista desde 1994 en el diario La Capital, donde actualmente es editora de Fotografía. 32


Planta Alta Allí se alojan mayoritariamente mujeres procesadas (esperando condena) y de reciente ingreso. Este es el penal que tiene menos estabilidad en relación a la población.

Planta Baja Conviven mujeres condenadas. También hay internas con salidas transitorias y laborales. La población de este penal es más estable.




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Paulina Scheitlin Rosario, 1979. Participó de diversas muestras colectivas y colabora en diferentes publicaciones independientes. Formó parte de la exposición «Ensayo Ciudad», del Museo de la Ciudad de Rosario. Fue seleccionada para integrar el libro Rosario, esta ciudad (Editorial Municipal de Rosario) y la Fotogalería Emergentes 2010 en el Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC).

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Matías Sarlo Rafael Obligado, 1979. Nacido en el corazón de la pampa húmeda argentina, es reportero gráfico desde hace seis años. Trabajó en los diarios El Ciudadano y Crítica, actualmente en el diario La Capital. Colaboró con las agencias Associated Press (AP) y Archivolatino. Vive y trabaja en Rosario.

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Francisco Guillén

Almafuerte, 1968. Estudió y comenzó su trabajo en fotoperiodismo en España. En Rosario trabajó en el diario El Ciudadano hasta el 2001, y en España en el diario Las Provincias (Valencia), ABC, y colaboró con la agencia Reuters. Actualmente es reportero gráfico del diario La Capital y desarrolla trabajos documentales.

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Andrés Macera Rosario, 1979. Desde el año 2005 participa en exposiciones colectivas en Argentina, España y Brasil. Realizó las muestras «Barredor de sueños» (Rosario, 2005) y «Serie I» (Buenos Aires, Festival de la Luz 2010). Es alumno del taller de fotografía de Norberto Puzzolo y trabaja de manera independiente en publicidad, fotoperiodismo y fotografía fija en cine.

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«Aquí dentro es difícil decir si soy como me estás viendo»

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Gabriela Muzzio Marcos Juárez, 1969. Inició su formación en el ISET 18. Se especializó en conservación con Hugo Gez, Fransisco da Costa de la FUNARTE (Rio de Janeiro) y Anne Cartier-Bresson (Atelier des Restauración de Paris). Participó en muestras individuales y colectivas. Es docente del taller de fotografía de la Escuela Municipal de Artes Plásticas Manuel Musto. Integra el equipo del programa de recuperación del Archivo Fotográfico del Museo de la Ciudad (Rosario). 58



Héctor Rio Casilda, 1974. Desde 1998 trabaja como reportero gráfico en Rosario para los diarios La Capital, El Ciudadano, El Gráfico y Olé, y en las agencias EFE, Xinhua y Na. Fue becario del Fondo Nacional de las Artes y AECID. Realizó talleres con Adriana Lestido, Julian Germain y Carlos Bosch. Actualmente es editor de las revistas Transatlántico y 32 Pies. Paralelamente realiza ensayos fotográficos de largo aliento.

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Celina Mutti Lovera Conesa, 1976. Vive en Rosario desde 1994. Se formó como diseñadora gráfica y licenciada en Comunicación Visual. Participó de talleres de fotografía con Andrea Ostera y Laura Glusman y realizó una residencia con Adriana Lestido. Participó en diversas muestras en la ciudad de Rosario e integró diferentes ediciones de la Muestra Anual de Fotoperiodismo Argentino de ARGRA. Actualmente es reportera gráfica del diario La Capital.

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Yo no sé de pájaros, no conozco la historia del fuego. Pero creo que mi soledad debería tener alas. Alejandra Pizarnik

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Sebastián Suárez Meccia Rosario, 1970. Licenciado en Comunicación Social, fotógrafo autodidacta y rosarino crónico. Realizó sus primeras imágenes para el periódico La Tierra en 1991. Desde 1994 hasta la actualidad trabaja en el diario La Capital. Colaboró con diversas revistas, ilustraciones de discos y fotografía fija para cine y televisión. Participó del Congreso «Memoria Iconográfica de un Siglo», La Habana, Cuba, 2000. Expuso de manera individual y colectiva en todo el país. 70


Y en la espesa espera de andar libres escriben sobre s铆 mismas su destino de encierro. Mariano Rem贸n


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Mónica Fessel Buenos Aires, 1971. Vive en Rosario desde 2001. Es fotógrafa y realizadora audiovisual y docente de cine, fotografía y televisión. Participó de talleres de lectura y confrontación de obra, en publicaciones y muestras individuales y colectivas. En su obra, interroga el lenguaje, sus bordes y sus límites. Conceptos como los de autoría, mirada, (auto)exposición, verosímil, dispositivo, escritura, devienen en material sobre el cual reflexiona y hace.

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Siempre me impresionaron los tatuajes, creo que es porque veo el dolor antes que la imagen y las preguntas antes de lo que puedo ver. Quizás por eso y por el hecho de que en el penal no hay espejos y las pibas no pueden verse, y la posibilidad de dejarles imágenes y llevarme respuestas es lo que me llevó a participar de este proyecto. Claro que la experiencia y las respuestas fueron mucho más intensas. La cámara me resguardó pero solamente un poco y un rato, después quedé expuesta como las pibas en las fotos y en las charlas. Una biblioteca entera envuelta en celofán, varios osos de peluche listos para ser vendidos, estampitas llenas de deseos y pedidos. La coquetería ante la cámara y lo femenino que se deja ver en los detalles son imágenes que me llevo. Entendí que los nombres tatuados duelen más por la distancia que por las agujas y porque en el afuera —porque hay afuera— marcados en el cuerpo, las exponen y las vulneran.


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Mónica Peralta Subsecretaria de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario Alicia Gutiérrez Diputada Provincial Sindicato de Prensa Rosario Concejo Municipal de Rosario Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario Municipalidad de Rosario Dirección de Asuntos Penitenciarios, Ministerio de Innovación y Cultura del Gobierno de la Provincia de Santa Fe



La presente edición de 1000 ejemplares se terminó de imprimir en marzo de 2012 en la ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe, Argentina. Este proyecto se realizó bajo la coordinación de Mumalá, en la Unidad de Recuperación de Mujeres Nº 5 de la ciudad de Rosario, entre los meses de agosto y noviembre de 2010. Mas información www.colectivademujereslasjuanas-santafe.blogspot.com Texto contratapa Silvina Salinas Diseño Patricio Escobedo / www.ofardi.com.ar




El cuerpo se pone siempre. De aquel lado y de este lado, el cuerpo del que fotografía y del que posa para la fotografía. El cuerpo tiene las marcas propias, su propio peso, su propia dimensión del espacio. El cuerpo juega a ser liviano de nuevo, a leerse, a mostrarse tenso de nuevo. Hay un momento en que uno se puede reír. No importa la pena. No importa el lugar donde se esté. No importa el encierro del que se trate y cómo se soporte. Mejor a veces, peor a veces. Hay un momento en que uno vuelve a jugar a ser una estrella. A brillar.


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