AHORA | 18 | 26 DE FEBRERO - 3 DE MARZO DE 2016
CINE vidaculturaideas Viene de la página 17 una emulsión química (una huella física) para convertise en un código binario, una virtualidad. Con A Scanner Darkly, Linklater continúa su experimentación con la rotoscopia para contar un claustrofóbico relato, protagonizado por Robert Downey Jr., sobre los sistemas de vigilancia social y la disolución absoluta de las identidades en el siglo XXI. Debe de haber un motivo profundo, de carácter ontológico, en el cine de animación para que varios autores cinematográficos hayan depositado en él no solo la estética sino también la metafísica de sus películas. El israelí Ali Folman se inspiró en Congreso de futurología de Stanislaw Lem para realizar El congreso (2013), una de las películas más esenciales sobre las formas de percepción del siglo XXI, que mediante una fábula futurista exponía con escepticismo y pesadumbre la canibalización del mundo fenomenológico por parte el universo virtual. Robin Wright, prácticamente interpretándose a sí misma, una actriz en su madurez que debe vender su alma y cuerpo al diablo de una industria cinematográfica que está sustituyendo a los actores de carne y hueso por modelos de captura digital, se transforma a mitad de metraje en un dibujo animado. Pero Folman ya había llevado más lejos los cambalaches entre imagen real y animada en su película Vals con Bashir (2008), un documental autobiográfico sobre su participación, durante el servicio militar, en la guerra del Líbano de 1982. Debido a un bloqueo provocado por el estrés postraumático, Folman no puede confiar ni en su memoria ni en la de los soldados a los que entrevista, pero sí en la animación como el mejor recurso para ilustrar estados mentales irrepresentables.
Hitos del cine documental
Una maniobra similar, si bien con el uso de dioramas y figuritas de arcilla, es la que emprendió el camboyano Rithy Panh en La imagen perdida (2013) para dar cuenta de su terrible historia de infancia, su día a día en los campos de trabajo como único superviviente de su familia en el exterminio a manos de los jemeres rojos. Las tentativas de realismo mediante imagen animada han dado lugar a hitos del cine documental. Debido al descrédito de la imagen fotocinematográfica “tras quedar demostrada la facilidad con que el documento audiovisual puede ser manipulado”, escribe la investigadora Sonia García López, el documental ha tenido “la necesidad de encontrar otras vías de legitimación de la verdad”. En su ensayo “La huella ausente” (Animatopía. Nuevos caminos del cine de animación, 2013) explora los vasos comunicantes entre animación y documental, conceptos en apariencia antagónicos, no solo a través de películas como Vals con Bashir y La imagen perdida, sino también de Persépolis (Vincent Paronnaud y Marjane Satrapi, 2007), 30 años de oscuridad (Manuel H. Martín, 2012), María y yo (Féliz Fernández de Castro, 2010), Chicago 10 (Brett Morgen, 2007) o Cutie and the Boxer (Zachary Heinzerling, 2013). Anomalisa podría ser para Kaufman el equivalente de lo que fue Fantástico Sr. Fox (2009) para Wes Anderson. Cuando el director de Los Tenenbaums (2001) y Viaje a Darjeeling (2007), considerado el dandi de los independientes, estrenó la fábula antropomórfica basada en una novela de Roald Dahl, gran parte de sus fieles consideraron que era una película menor en su filmografía, una especie de capricho que todo esteta puede permitirse. Al fin y al cabo estaba protagonizada por zorros y roedores. Sin embargo, no es disparatado afirmar que Fantástico Sr. Fox es probablemente la película más andersoniana de cuantas ha realizado el autor de Moonrise Kingdom (2012), porque nunca se había acercado tanto a la médula de sus
Hay vasos comunicantes entre animación y documental, en apariencia antagónicos En la magnífica Anomalisa, el espectador encontrará una puerta al extrañamiento
UN ACTO DE FE Los hermanos Coen logran en ¡Ave, César! una de las cumbres de lo referencial, algo de lo que han hecho gala en toda su filmografía
intereses como creador: unos personajes que cuanto más se aproximan al cartoon más humanos parecen y la posibilidad de ejercer el control absoluto de lo que acontece dentro del plano. La elaborada técnica del stop-motion, que consiste en filmar los movimientos de los muñecos fotograma a fotograma, le concedió esa oportunidad que ahora ha llevado hasta el extremo Kaufman a lo largo de tres años de trabajo.
ROMANOS Y SIRENAS. George Clooney y Scarlett Johansson en dos fotogramas de ‘¡Ave, César!’ TOUCHSTONE PICTURES / MIKE ZOSS PRODUCTIONS / WORKING TITLE FILMS
Hiperrealismo e hiperficción
En una de las obras de referencia para diagnosticar las derivas de la imagen, Cultura visual digital (Paidós, 2003), Andrew Darley considera que el rasgo definitorio del cine del siglo XXI es la convivencia entre el hiperrealismo y la hiperfantasía, como resultado de unas imágenes de síntesis (generadas por ordenador) capaces de plasmar con realismo fotográfico cualquier capricho de la imaginación. Los navi del planeta Pandora de Avatar (2009), de James Cameron, mesías y abanderado del píxel, son el resultado de una técnica que se asemeja más a la ejecución de una pintura que al rodaje de una película. Su pincel es un ordenador. Pero el hiperrealismo de estas superproducciones que alumbran universos hiperfantásticos —de Terminator (Cameron, 1984) a Star Wars VII. El despertar de la fuerza (J. J. Abrams, 2015) pasando por Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993)— responden a la determinación de “fotografiar lo imposible”, mientras que el empleo de la animación por parte de Linklater, Anderson o Kaufman tiene la voluntad de deformar y trastocar poéticamente la realidad para fotografiar otra realidad posible. “Nuestro deseo era crear los muñecos más articulables que pudiéramos imaginar, que permitieran un alto rango de emociones en los movimientos de los personajes —explica Duke Johnson en The Verge—. Queríamos proponer una verdadera experiencia humana.” Lo que termina por refutar el acierto técnico de los muñecos de silicona (en animación, la técnica es la estética) es la propia naturaleza dramática de Anomalisa, pues aunque en ningún momento el relato lo hace explícito, todo indica que la “otra realidad posible” que vuelca el filme sobre la pantalla corresponde al punto de vista metafórico del protagonista, a la percepción sensorial de un hombre cuya batalla a lo largo de toda la película es su imposibilidad para conectar con el mundo y las personas. Envuelto en la ilusión de un universo tan parecido, pero al mismo tiempo tan distinto al que habitamos, entre la perplejidad, el absurdo y la angustia existencial, el espectador encontrará en la sensacional Anomalisa una puerta al extrañamiento que no deja de adentrarse en su propia psique. Todos somos marionetas.
Anomalisa Charlie Kaufman y Duke Johnson Escrita por Charlie Kaufman En cartelera
PAULA ARANTZAZU RUIZ
C
uál es el improbable vínculo que une a Esther Williams, Herbert Marcuse y Saulo de Tarso? En el cine estadounidense de hoy en día solo los hermanos Joel y Ethan Coen pueden responder a esa pregunta. Lo hacen con uno nuevo vodevil de filias y obsesiones, entradas y salidas a la carrera, amén de una buena dosis de diálogos rocambolescos, en el que vuelven a fijarse en el Hollywood Babilonia de la década de los 50. Ya lo hicieron hace 25 años en Barton Fink (1991), pero si allí su mirada sobre la fábrica de sueños se ceñía a la visión solitaria y ambiciosa de un guionista malogrado, en ¡Ave, César! enseñan las bambalinas del sistema de estudios en una época en que la ostentación cinematográfica se traducía en westerns acrobáticos, fantasías musicales bajo el agua o péplums que reclamaban la bendición divina. También el altísimo hace acto de presencia en ¡Ave, César!: como en algunas de sus comedias más disparatadas —El gran Lebowski (1998), Un tipo serio (2009)—, el hecho religioso es motivo de broma, pero al mismo tiempo su participación en el mecanismo cómico no es una frivolidad. Aquí los dos grandes protagonistas del filme se enfrentarán cada uno por su lado a la figura de Jesucristo en dos escenas que funcionan casi como telón de apertura y clausura, de búsqueda y de redención chistosa y existencial ante el barullo y la confusión que sienten frente al mundo de cartón piedra en el que se mueven. Nada más arrancar la película, Eddie Mannix (Josh Brolin), “arreglatuertos” de Capital Studios en crisis de fe profesional, solicita la ayuda al señor en la intimidad del confesionario. Es un hombre de familia católico resignado, tan recto que se fustiga por fumar a escondidas de su mujer, pero a
quien, sin embargo, no le tiembla el pulso a la hora de buscar una solución rápida, legal pero de dudosa ética, ante el embarazo imprevisto de su starlette más rentable (Scarlett Johansson). El encuentro de Baird Whitlock (George Clooney) con el todopoderoso tiene más que ver con su condición de protagonista de una de romanos, rodaje trasunto del de Ben-Hur (William Wyler, 1959), aunque tampoco se escapa de sufrir su propio vía crucis intelectual cuando es secuestrado por un grupúsculo de guionistas rojos liderados moralmente por el mismísimo Marcuse. ¿Acabará la gran estrella del Hollywood del macarthismo convertido a la religión prohibida y luchando contra los medios de producción capitalistas aun a costa de sacrificarlo todo? Tan lejos y tan cerca, mártires a su pesar, uno y otro son las dos caras del antihéroe arquetípico de los Coen: el primero, un hombre acorralado por sus propias dudas; el segundo, un idiota feliz en su constante perplejidad, y, ambos, figuras que arrastran como Sísifo el peso de la humanidad en un mundo tan cambiante como un
La película enseña las bambalinas del sistema de estudios en una época de ostentación cinematográfica Los dos protagonistas ( Josh Brolin y George Clooney) son las dos caras del antihéroe arquetípico de los Coen
plató de cine. Mientras Mannix trata de averiguar dónde demonios se encuentra Whitlock, el espectador le acompaña en su recorrido por las instalaciones de un estudio de Hollywood ficticio de los años 50, lo que le permite pasear por los principales géneros cinematográficos de esa época del cine tan dorada como barroca.
Carrusel de referencias
Los Coen, abiertos practicantes del pastiche posmoderno, logran así pues en ¡Ave, César! una de las cumbres de la referencialidad de la que han hecho gala en su filmografía: en el musical acuático que protagoniza la sirena Johansson hay ecos de las coreografías del genial Busby Berkeley, así como un homenaje nada velado a Esther Williams; en el péplum bíblico del que han raptado a Clooney resuenan tanto Cecil B. DeMille como Charlton Heston; la maravillosa secuencia de claqué que interpreta Channing Tatum, candidata a mejor sketch del año, le debe todo a los memorables bailes de Gene Kelly en Un día en Nueva York (Stanley Donen, Gene Kelly, 1949); mientras que la película a cargo del personaje de Ralph Fiennes, clon de George Cukor que intenta redirigir la poca versatilidad de Hobie Doyle (Alden Ehrenreich), copia a su vez del cowboy cantante Audie Murphy, es un melodrama refinado asimismo inspirado en las screwball
comedies de alto copete que triunfaron en esos años. Por no obviar ni una de las piezas del engranaje del sistema de estudios, aparece incluso el calco de Hedda Hopper, la temida cronista de cotilleos encarnada en la cinta de los Coen por una Tilda Swinton generosa y, como es habitual, exquisita y precisa. Hasta los decorados evocan la majestuosidad de esos años: del parque natural Vasquez Rocks, donde en su día se rodaron unas cuantas películas del oeste, hasta los estudios Warner Bros., que han servido de escenario para recrear esos imaginarios Capitol Studios, nada ha quedado al azar. Tampoco faltan en esta antología urgente del cine clásico a cargo de los Coen los homenajes a sí mismos y a su filmografía. Un carrusel de la cita.
Un arte en colisión
Pero toda esa artillería de guiños, reformulaciones e intertextualidad es solo una superficie lustrosa (como ninguna otra en hace mucho tiempo) desde la que reflexionar, casi como una moneda lanzada al aire, sobre una manera de comprender una industria y un arte muchas veces, más bien siempre, en colisión. En ¡Ave, César! el cine se entiende como un campo de batalla ideológico incapaz, por otra parte, de representar el mayor de los misterios de lo humano (la iluminación, la religión, la esencia del creer) y que, pese a todo, es uno de los mayores actos de fe. Ver es creer. El cine es una epifanía. Y detrás de todo esa montaña sagrada de tópicos hay un gran circo incontrolable, caótico y tumultuoso que se rige por las anárquicas reglas de un universo en el que el gran protagonista ya no es dios.
¡Ave, César! Escrita y dirigida por Joel y Ethan Coen Con George Clooney, Scarlett Johansson y Josh Brolin En cartelera