AHORA | 21 | 15 - 21 DE JULIO DE 2016
Walter Benjamin. Viñetas de la historia En Manifiesto incierto Pajak funde ensayo, autobiografía e ilustraciones para ahondar en la figura del pensador alemán
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PAULA ARANTZAZU RUIZ
o más importante que uno tiene que decir no siempre lo proclama en alto”, escribió Walter Benjamin en una de las variadas veces que llegó a ocuparse de Marcel Proust, y esa máxima es fácilmente atribuible a la obra de Frédéric Pajak (Altos del Sena, 1955), cuya voz literaria ha encontrado en el ensayo llamémosle gráfico el medio más adecuado desde el que entrelazar filosofía y autobiografía. En los libros de Pajak no existe la distancia que se aprende en la academia cuando uno ha de acercarse a un autor o pensador, y sus textos son abiertamente melancólicos: solo el listado de las figuras a las que ha dedicado su tiempo —Schopenhauer, Beckett, Joyce o Apollinaire— deja entrever el tipo de ánimo que atraviesa su trabajo, aunque la melancolía en su obra tiene más que ver con el tono de sus palabras, entre el pensamiento y la confidencia sotto voce. El primer
gran libro en el que solidificó con éxito todas esas inquietudes se fijaba en Friedrich Nietzsche y Cesare Pavese con Turín como telón de fondo y estado emocional: La inmensa soledad vio la luz solo un año antes de que se despidiera el siglo pasado, pero ha vuelto a tomar aliento después de ser reeditado en 2015 por Errata Naturae. Ahora, también a través de la misma editorial, se publica el primer tomo de los por ahora cuatro de su Manifiesto incierto, cuya tercera entrega le valió el Premio Médicis de ensayo en 2014, el primero en este ámbito que se concede en Francia a un volumen que incluye ilustraciones. Manifiesto incierto se centra en la figura de Walter Benjamin y, como sucede con la obra del pensador judío alemán, también es una colección de apuntes, fragmentos y viñetas de una historia personal del siglo XX.
Retazos de la memoria
A diferencia de La inmensa soledad, un trabajo que sumía al lector en el proceso de un duelo ya desde su arranque — nada más comenzar ese libro Pajak cuenta có-
En los libros de Frédéric Pajak no existe la distancia que se aprende en la academia
mo su padre murió en un accidente de coche cuando él apenas tenía 9 años—, Manifiesto incierto es un volumen sobre la memoria, que viaja entre épocas y personajes sin más intención que la de recordar. Un pequeño atlas de la memoria. No en vano, el primer recuerdo que hace acto de presencia es el que da origen al proyecto: “Soy un niño; diez años, tal vez. Sueño con un libro, mezcla de palabras e imágenes. Retazos de aventura, recuerdos reunidos, sentencias, fantasmas, héroes olvidados, árboles, el mar furioso”. La evocación en las páginas de Pajak toma la forma de bellas estampas románticas que se fijan en
el olor acre del mar, en los lugareños de Sicilia o en el cielo de los paisajes. Pero Pajak también articula la idea del recuerdo como aquella facultad que podría anticipar el futuro, en total consonancia con las teorías de tono mesiánico de Benjamin en torno al concepto de historia: el autor se detiene en su reencuentro en la década de 1980 con dos antiguos compañeros de colegio, reconvertidos en violentos fascistas; también en el atentado que tuvo lugar en la estación ferroviaria de Bolonia, durante los llamados años de plomo. Entremedias, la trama biográfica de un Benjamin recorriendo los principales puertos de Europa. Primero como observador perplejo ante el advenimiento del nazismo y la cultura de masas, descubriendo el Mediterráneo y una Ibiza todavía ajena de la huella del turismo; más tarde huyendo de Berlín, con la catástrofe asomando en el horizonte y camino a un destino de exilio, pobreza y soledad.
Montaje de recuerdos
En las páginas de Manifiesto incierto, Frédéric Pajak hace suya la afirmación de Benjamin cuando di-
jo que “el fragmento es el material más noble de la creación barroca” y suma todo tipo de material —del diario de viajes a las notas de lecturas, la crítica, las citas, los apuntes biográficos y por supuesto el dibujo en tinta negra— para armar una singular mirada sobre el filósofo que a priori se antoja inconexa, pero que el lector va ensamblando a medida que avanzan las páginas. Las ideas que formula el escritor y dibujante a menudo están inacabadas o quedan interrumpidas; aparecen como relatos troceados y dispersos, algunos más enigmáticos que otros: “Así que retomo el Manifiesto, a misteriosas sabiendas de que no acabará nunca. Atesoro cientos de páginas de cuadernos: pedazos de diario, recuerdos, notas de lectura. Y los dibujos se acumulan”, explica Pajak en el prólogo del libro. “Reúne usted temas, pero no los desarrolla”, le espetó por carta Theodor W. Adorno a Benjamin a propósito de la obra El París del Segundo Imperio en Baudelaire (19371938). Esa queja también puede servir para el Manifiesto de Pajak. En este sentido, no resulta muy complicado ver la fascinación ca-
si mimética del Manifiesto con La obra de los pasajes de Benjamin, aunque la estrategia de Pajak dista mucho de la emulación o del ejercicio posmoderno. Más bien busca en la manera de hacer del filósofo —en su pensamiento promiscuo, en sus contradicciones y en su desbordante legado— un faro guía que le ayude a entrelazar tiempos, pensamientos e imágenes para poder enfrentarse a los desechos de la modernidad. Pajak se justifica reconociendo las palabras y las ideas prestadas: “Como mejor vemos es a través de los ojos de los demás”. En Manifiesto incierto Pajak no solo intenta ver a través de los ojos de Benjamin, sino que va a por él abismándose en su vida y obra.
El de Conde es un relato vivo, irónico a veces, sobre todo cuando habla de la España de los años 80, los de la Transición, la apertura a Europa y la movida, que puso de pronto de moda a España en el mundo, pero que se torna hermosamente lírico cuando se trata de describir los paisajes alpinos por los que tanto les gustaba pasear a Golo Mann y a sus acompañantes. En todo momento se respira su admiración por la humanidad y generosidad del historiador, puesta de manifiesto en la acogida que brindó a aquellos jóvenes, algunos de los cuales le sirvieron también de chóferes en determinado momento, como cuando Golo tuvo que asistir al rodaje en la antigua Checoslovaquia de la serie de televisión alemana inspirada en su biografía de Wallenstein.
Y sorprende positivamente la profunda y sincera simpatía surgida entre un conservador e incluso reaccionario temperamental como Golo Mann, instintivamente defensor de la autoridad y el orden y que no oculta su amor por la España católica, y los jóvenes izquierdistas de los que supo rodearse en sus últimos años. Fue una experiencia que enriqueció a todos. “Yo no podía evitar pensar que el profesor Mann cometía un error garrafal. Mientras él nos buscaba por nuestro origen nacional, nosotros no hacíamos otra cosa que huir de eso mismo”, escribe el autor refiriéndose a la opresión y la cutrez de la España de Franco. Pero añade: “Nos encontramos en caminos cruzados. […] Con el tiempo, y sin conseguir reconciliarme con ella del todo, su particular visión de la ‘pasión española’ me ayudaría a ver con otros ojos, o simplemente a ver, un lado de la historia de mi país que no tenía que avergonzarme”. La extraordinaria amistad entre Golo Mann y sus amigos españoles constituye en sí misma una moraleja, como explica Conde, al margen ya de su libro: las personas son más importantes que las ideologías, las patrias, las clases y las apariencias.
Manifiesto incierto Frédéric Pajak Traducción de Regina López Muñoz Errata Naturae, Madrid, 2016, 192 págs.
EL SOÑADOR DEL PAISAJE. ‘Benjamin’, ‘Subida al barco’, ‘Llegada barco’, ‘Gelati’, viñetas de ‘Manifiesto incierto’. FRÉDÉRICK PAJAK
H JOAQUÍN RÁBAGO
ay que alegrarse de que el exestudiante de Filología Clásica en Salamanca y hoy profesor de la Complutense Juan Luis Conde haya rescatado para la posteridad una etapa poco conocida de la vida de su amigo Golo Mann (Múnich, 1909 - Leverkusen, 1994), hijo del nobel Thomas Mann y reputado historiador. Se decidió a ello cuando ya había muerto el autor de Una juventud alemana y de una excelente biografía de Wallenstein, el caudillo católico de la guerra de los Treinta Años que inspiró a Friedrich Schiller uno de sus dramas más famosos. El abrigo de Thomas Mann. Golo Mann y sus amigos españoles quiere ser un homenaje póstumo a la vez que un intento, como confiesa el autor, de no cerrar en falso un capítulo que había quedado inconcluso al no haber podido despedirse de un Golo ya enfermo terminal de cáncer. Le movieron también a escribirlo las necrológicas y alguna entrevista que encontró buceando en internet y a cuyo autor no duda Conde en calificar de “carroñero” por interesarse de modo casi enfermizo por su supuesta y acaso reprimida homosexualidad.
Los cuatro estudiantes
Los amigos españoles del subtítulo son cuatro jóvenes estudiantes de Salamanca: el autor, su herma-
Golo Mann. Retrato de una amistad Juan Luis Conde rinde homenaje al historiador, hijo de Thomas Mann, al que conoció en Salamanca cuando era estudiante no Alberto, también filólogo y hoy profesor de francés, Guti, futuro médico, y un mexicano que había ido a estudiar a la ciudad del Tormes y que presentó a Golo a todos ellos, que iban a amenizar, aunque solo fuese durante los meses que les dejaban libres sus estudios, la vida del solitario historiador. Como otros jóvenes de la época, los hermanos Conde, hijos del empleado de una empresa de autobuses que llevaba a trabajadores españoles a Suiza, aprovechaban sus vacaciones de verano para pagarse los estudios trabajando en algún hotel o restaurante o en cualquier otra cosa que pudiera salir en aquel país alpino cuyos sublimes paisajes, siempre dominados por la montaña, los fascinó desde el primer momento.
Retrato de un hispanófilo
Los dos hermanos tuvieron la suerte de conocer al “hijo feo” de Thomas Mann, como le conocían algunos, quien a la sazón buscaba a hispanohablantes que le ayudaran a progresar en castellano, lengua por la que en la etapa final de su vida sintió un enorme cariño
al punto de aprenderse poemas de memoria y traducir a Antonio Machado y Luis Cernuda. “A los 73 años se estaba hispanizando —escribe Conde—. Se rodeaba de españoles, bebía vino español, leía poetas y prosistas en lengua castellana, sin dejar de fantasear incluso con la posibilidad de transformar en permanentes sus visitas a España.” Y añade: “Superior icono de su hispanización, atornillado a un gigantesco castaño, los eficientes funcionarios de correos suizos depositaban a diario un ejemplar de El País (salvo tempestad)”, periódico para el que los hermanos Conde trabajaron más tarde durante algún tiempo como críticos literarios. De aquella relación de amistad entre los jóvenes españoles y un Golo Mann ya achacoso —había tenido que someterse a varias operaciones de rodilla, lo que le obligaba a caminar con ayuda de un par de bastones— nace un vivo relato en el que el autor va entreverando retazos de su propia vida y una correspondencia que se conserva en el Archivo Literario Suizo, en Berna.
Golo Mann buscaba a hispanohablantes que le ayudaran a progresar en castellano
Una experiencia enriquecedora
Golo Man.
Los hermanos Conde le ayudaron sobre todo en tareas de intendencia tanto en el imponente caserón familiar de Kilchberg, en las afueras de Zúrich, donde había vivido Thomas Mann con su familia durante su exilio en Suiza, como en el pequeño chalet próximo a la aldea de Berzona, un refugio que Golo se hizo construir en las estribaciones del monte Peloso, en el bellísimo cantón del Tesino. Golo Mann fue para aquellos jóvenes algo así como un padre sabio y cariñoso. Resultan enternecedores los consejos epistolares que ofreció a Juan Luis Conde cuando este tenía que cumplir su servicio militar o cuando trataba de consolarle, también por carta, sobre sus cuitas amorosas.
El abrigo de Thomas Mann Juan Luis Conde Reino de Cordelia Madrid, 2016, 288 págs.