'El porvenir' – Ahora Semanal

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AHORA | 23 | 23- 29 DE SEPTIEMBRE DE 2016

CINE vidaculturaideas Isabelle Huppert protagoniza dos de los estrenos de esta semana, el thriller erótico Elle, de Paul Verhoeven, y El porvenir, el trabajo más reciente de Mia Hansen-Løve

'ELLE'

El deseo no puede juzgarse La última película de Paul Verhoeven es una mezcla de sex-thriller y sofisticado drama familiar CARLOS REVIRIEGO

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'El porvenir'. ARTE FRANCE CINÉMA

'EL PORVENIR'

Tristes revelaciones Mia Hansen-Løve lanza una mirada íntima a la crisis de una mujer madura en mitad de la zozobra política de la Francia de Sarkozy

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PAULA ARANTZAZU RUIZ

is hijos se han independizado, mi marido me ha dejado, mi madre ha muerto… Nunca fui tan libre”, dice Nathalie Chazeau, interpretada por Isabelle Huppert, en un momento de El porvenir, la nueva película de Mia Hansen-Løve (París, 1981). Como bien resume esa línea de diálogo, la protagonista se enfrenta a su primer verano sola consigo misma en mucho tiempo: Nathalie, que roza los 60 años, ha aceptado de manera estoica que Heinz, su esposo (André Marcon), se haya enamorado de otra mujer y, también durante esos días, ha perdido a una madre frágil de ánimo (Edith Scob), cuya depresión la obligaba a estar continuamente pendiente de ella. Ahora, en efecto, es más libre pero, tal y como enseña Hansen-Løve, Nathalie no ha salido indemne de la sacudida. Tampoco hundida. El cine de Hansen-Løve, con cinco largometrajes incluido El porvenir, indaga en las intimidades de los cambios vitales. Sus historias a menudo están inspiradas en sí misma o en personas queridas de su entorno —el protagonista de El padre de mis hijos (2009) es un trasunto de Humbert Balsam, el productor de su primera película, Todo está perdonado (2007); en Un amour de jeunesse (Primer amor) (2011), la cineasta hace de sus experiencias adolescentes material cinematográfico; Eden (2014), por último, tenía como protagonista la versión ficcional de su hermano, cuando el joven era DJ habitual de la noche parisina— y todas son relatos de pérdida y de resignación, que se fijan en la capacidad de sus personajes de construir lazos afectivos cuando todo parece ir en contra. También sucede en El porvenir, basada en parte en las experiencias de su madre, Ole Hansen-Løve, quien, como Nathalie, es profesora de filosofía y, del mismo modo que la protagonista, se separó de su marido cuando la cineasta apenas tenía 20 años. “Nunca hago una película que sea una imagen literal de mi vida”, contaba la directora en una entrevista reciente en The Guardian. “Pero todas —añadía— son trasposiciones, inspiraciones de gente que conozco. La idea de hacer retratos es siempre lo primero que me viene a la cabeza. Gente que he conocido y querido o que ha desaparecido.” En El porvenir todos desaparecen un día de la vida de la protagonista. Desempeña los papeles de hija, madre y esposa (hacia el final del filme, también como abuela), y la película la sigue también pro-

Inspiradas en ella o en personas de su entorno, sus historias indagan en las intimidades de los cambios vitales Hansen-Løve va en busca del retrato lo más minucioso posible de un choque generacional que huye del ajuste de cuentas

fesionalmente en sus clases de filosofía en el liceo, como consultora de una editorial que publica colecciones de ensayos sobre clásicos y como mentora de Fabien (Roman Kolinka), un exalumno brillante que ha optado por irse a vivir al campo para inmunizarse de las trampas del capitalismo. En los primeros compases de la película, Nathalie lleva una vida pautada según lo logrado y construido año a año, década tras década. Pero una vez el motor del cambio hace acto de presencia en su vida, también lo hace la desazón. Porque a pesar de que nuestra heroína le diga a Fabien que “con estar llena intelectualmente” le basta para superar este nuevo escollo que se le ha presentado con la separación matrimonial, Hansen-Løve solo necesita una imagen para enseñarnos que en realidad su protagonista camina ahora por el barro. Pese a su aparente entereza y rectitud racional, Nathalie no es un personaje arisco y de dobleces, como muchos de los que suele interpretar últimamente Huppert. Hansen-Løve nos enseña justo lo contrario: a una protagonista vulnerable y herida. Es probable que El porvenir sea la película en la que más veces aparece la actriz con los ojos empañados, aguantando las lágrimas o agarrada a una almohada sollozando, aunque el melodrama esté modulado aquí de manera diáfana, sin exaltaciones sentimentales. “Creía que me amarías para siempre. ¡Qué idiota!”, exclama el personaje de Huppert a su marido cuando este le confiesa que va a dejarla, y su lamento aparece antes como una triste revelación que como queja romántica. Pero El porvenir no es tan solo el retrato de la crisis de una mujer madura, sino también una mirada de soslayo a lo político y al devenir de la Francia de los años de Sarkozy, en los que ocurre la película. Al principio del filme se ve a Nathalie en el metro leer El perdedor radi-

cal: ensayo sobre los hombres del terror, de Hans Magnus Enzensberger, obra de la que discutirá con su alumno predilecto en otro tramo de la cinta —“No me gusta cómo confunde radicalismo con terrorismo”, le espetará el joven—. Las huelgas estudiantiles cortan el paso de los chavales que quieren entrar en el Liceo y al personal educativo, con proclamas de un sesentayochismo de segunda mano. Un par de secuencias más adelante, en una comida familiar antes de la separación, Heinz y Nathalie se reirán de una antigua amiga al tildarla de “estalinista repulsiva”, mientras que ya en el segundo tramo del filme Fabien le reprochará a Nathalie el aburguesamiento de una generación que en vez de detener el avance neoliberal contribuyó a la decadencia de la socialdemocracia.

Lo que viene

Ese podría ser el porvenir —el que denuncian Fabien y sus compañeros filósofos de comuna campestre— al que alude el título de la película, hilvanado en el relato de la crisis personal que sufre Nathalie por contraste. Pero a Hansen-Løve no parece interesarle elaborar una retahíla de reclamaciones, sino que va en busca del retrato lo más minucioso posible de un choque generacional que si por una parte anuncia los cambios de modelos de lucha y militancia política que practicarán los jóvenes, huye del ajuste de cuentas. “Yo ya soy muy mayor para el radicalismo. Mis ambiciones son más modestas: enseñar a alumnos como tú a saber pensar por sí mismos. Creo que no lo he hecho mal del todo”, responderá la heroína a su expupilo tras el reproche a su dejadez política. Intelectual sin caer en la pedantería o ser trasnochada, emocionante sin abrazar la sensiblería, El porvenir es también la reivindicación de una Huppert magnífica en el papel de una mujer que asume la volubilidad de la existencia, sabedora de que posee las herramientas suficientes para sobrellevar ese mal periodo y poder asomarse, así, al futuro. Y por cómo pone en escena Hansen-Løve ese mañana, no sería arriesgado afirmar que apuesta por la esperanza. Pese a todo.

El porvenir Escrita y dirigida por Mia HansenLøve En cartelera

o se recuerda otro sex-thriller protagonizado por una actriz de 63 años. Isabelle Huppert impugna todas las edades y apariencias convirtiéndose en el cuerpo del deseo de Elle, la nueva película de Paul Verhoeven, la primera que el holandés errante rueda en suelo francés. Ella es Michèle Leblanc, directora de una empresa que diseña videojuegos, mujer que vive sola en un palacete y mantiene una desapegada pero constante relación con su familia: su madre (y su amante), su exmarido (y su amante) y su hijo (y su mujer). Michèle no tiene la edad que tiene la actriz, como en ninguna de las películas que la francesa ha rodado en este siglo XXI. En una escena de Elle, discute con uno de sus jóvenes empleados sobre la “jugabilidad” del proyecto que están desarrollando, donde el sexo y la violencia (en una fantasía medieval) son sus motores. “Las convulsiones orgásmicas son muy tímidas”, le dice a su empleado. Verhoeven está dispuesto a subir los deciblios de las convulsiones orgásmicas y a expandir el grado de “jugabilidad” de su película, que constantemente desafía las convenciones y expectativas, pues nada es lo que aparenta ser en el tapiz de perturbadas relaciones familiares y perversiones sexuales que pone en juego. El rostro, la mirada, el cuerpo y los gestos de Huppert representan para el cine eso tan francés que es el hastío, la existencia indiferente, la vida que no se da importancia. Pareciera que Huppert cruza la pantalla y desarrolla todo tipo de comportamientos, discutibles o no, como si estuviera a miles de kilómetros de distancia de sí misma, pero al mismo tiempo seduce con una extraña empatía. Los ojos azules y transparentes, la piel pálida sin edad aparente, los movimientos felinos y gráciles. Muy pocas actrices expresan tanta perturbación en la mirada y complejidad psicológica con gestos tan leves. Por eso Verhoeven dio con la horma de su zapato cuando decidió adaptar la novela Oh… de Philippe Djian y mantenerla en París. La idea original pasaba por trasladar el truculento relato a Estados Unidos, como un proyecto hollywoodense más que sumar a su filmografía —Robocop (1987), Desafío total (1990), Insinto básico (1992), Showgirls (1995), Starship Troopers (1997)—, pero el propio cineasta confesó que ninguna actriz de Hollywood estaba dispuesta “a participar en una película tan amoral”. Regresó a Europa con el proyecto bajo el brazo. Allí le esperaba Huppert, que parece que nunca está ahí, que su moral no existe, solo el deseo. Frente a las imágenes a veces incómodas, a veces irónicas, siempre desafiantes de Elle, el secreto deseo del espectador no pasa por apropiarse de su cuerpo, sino de su mente, de su inteligencia retorcida, de su deseo. El primer gesto de Elle ya es lúdico y extravagante. Comprendemos que es un juego que hay que tomarse en serio. El gato de Michèle contempla cómo su ama está siendo golpeada y violada brutalmente por un asaltante de negro que ha entrado en la casa. Lo habitual en cualquier otra película sería que acto seguido entráramos en el drama de la humillación y la rueda de interrogatorios, pero Michèle prefiere tomarse la investigación por su cuenta. Se

Isabelle Huppert es Michèle Leblanc. SBS PRODUCTIONS / ENTRE CHIEN ET LOUP

Pocas actrices expresan tanta perturbación en la mirada y complejidad psicológica con gestos tan leves Lo que se disputa en la pantalla es precisamente un juego de apariencias que debe ser subvertido

levanta magullada, arregla el salón, se da un baño, come sushi y regresa a su atareada vida como si nada hubiera pasado. El secreto permanecerá con ella. “La vergüenza no es una emoción tan fuerte como para impedirnos hacer cualquier cosa”, le dice Michèle a su socia, con cuyo marido se acuesta regularmente. Las capas de traición y secretismo en la película son tan transparentes como sutiles, el microcosmos de burguesía que retrata Elle practica una suerte de amoralidad que siempre puede ir más lejos y tocar más fondo en sus intenciones. Cuando se oyen los gritos de Michèle al principio de la película con la pantalla en negro, no se sabe si son gemidos de dolor o de placer. Se supone que la imagen de la violación debería despejar todas nuestras dudas. Pero este relato está determinado a quebrar cualquier apariencia, pues de hecho lo que se disputa en la pantalla es precisamente un juego de apariencias que debe ser subvertido. ¿Es Michèle una burguesa aburrida? ¿Obedece a una psciopatía masoquista? ¿Está llevando su plan de venganza hasta el extremo? Acaso, en el fondo, Verhoeven está contándonos lo que ya nos ha contado muchas otras veces. En Vivir a tope (Spetters, 1980) un

joven descubría su homosexualidad cuando un grupo de gamberros le violaba. El autor de El libro negro (2006), tal vez la única película sobre el Holocausto que coloca el deseo sexual en un primer plano, puede que simplemente esté retratando el deseo de una mujer que quiere vivir su sexualidad al margen de prejuicios. Es un feminista con una mirada profundamente masculina. En su anterior filme, Tricked (Steekspel, 2012), que nunca tuvo el dudoso honor de llegar a nuestras pantallas, Verhoeven descomponía en vertiginosos 55 minutos la guerra de fuerzas entre un marido adúltero y su mujer engañada, surcando sobre el cinismo y la malicia de las relaciones familiares hasta llevarlas al paroxismo. Del mismo modo, el cinismo y la malicia gobiernan el tono de Elle, que hibrida el sex-thriller perturbado con un sofisticado melodrama familiar propulsado por la voluntad satírica. Una hilarante, crudísima cena de Navidad, que nos traslada directamente al universo de Luis Buñuel, concentra el placer de la incorrección frente a las hipocresías sociales. Michèle arrastra una infancia traumática que determina los motivos freudianos de su dinámica activo-pasiva respecto a la perversión sexual, si bien Verhoeven no necesita coartadas psicológicas para hacer comprender que bajo la brillante y acomodada fachada del éxito social se ocultan fuerzas tan perversas como retorcidas. El deseo no puede juzgarse.

Elle Dirigida por Paul Verhoeven Escrita por David Birke (basada en una novela de Philippe Djian) En cartelera


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