CUADERNO CRÍTICO
EL CAPITÁN DE ROBERT SCHWENTKE CON MAX HUBACHER, MILAN PESCHEL, FREDERICK LAU
El alemán Robert Schwentke vuelve a su país natal después de un periplo irregular por Hollywood entre productos al servicio de sus estrellas (Red, R.I.P.D. Departamento de Policía Mortal) y productos al servicio del estudio (La serie Divergente). Y lo hace con la fiereza del que lleva años aguantando la voz.
E
n julio de 1934, Joseph Roth concluía con estas palabras uno de sus más conocidos artículos sobre el Reich de Adolf Hitler: «Tullidos que corren; incendiarios que se prenden fuego a sí mismos; fratricidas que son hermanos de asesinos; demonios que se muerden su propio rabo. Es el séptimo círculo del infierno, cuya filial en la Tierra lleva por nombre Tercer Reich». La alusión a la imaginería monstruosa de lo dantesco por parte de Roth a la hora de plasmar qué era la barbarie nazi responde a lo que definió también en otro de sus artículos en el exilio como «la epidemia de la tergiversación y la parálisis de la lengua», porque cuando el mal enraíza en el alma de los humanos, el lenguaje desaparece y se abre paso el salvajismo. Tal vez sean esos los motivos por los que en El capitán, el regreso de Robert Schwentke al cine alemán —tras firmar algunas producciones hollywoodienses algo erráticas, de Plan de vuelo: Desaparecida (2005) a La serie Divergente, entre otras —, sea el mismo lenguaje el que se ponga a prueba, mentira tras mentira, a lo largo de sus casi dos horas de duración. Y quizá sea esa la razón, una vez la primera mentira se ha llevado lo más lejos posible, por 60 60
la que las imágenes del monstruo y de lo grotesco hacen acto de presencia en toda su potencialidad dantesca. Schwentke se sirve en El capitán de la historia real de Willi Herold, conocido para la posteridad como «El verdugo de Emsland», un soldado raso de la Wehrmacht que roba un uniforme de capitán de la fuerza aérea y, ataviado de oficial, logra engañar a compañeros y superiores para acabar asesinando y saqueando allá donde recala, justo cuando las bombas de los aliados están anunciando el final de la Segunda Guerra Mundial. El arco que va de la impostura a la enajenación es gradual, pero irreversible, nos dice Schwentke, y el ejemplo de este peón anónimo autoerigido líder de un grupúsculo de subordinados que obedece a intereses personales funciona como la imagen más meridiana de las dinámicas de los totalitarismos. Poética de la mugre A Herold (Max Hubacher) le vemos por primera vez desesperado mientras huye del comando que le persigue por desertor, y ese gesto contrasta con la complacencia perversa de la que hace gala cuando hace suyo el campo de prisioneros. A su vez, su apariencia de oficial pulcro y decoroso, a la manera de la SS, no tiene nada que ver
con los insanos métodos de exterminio que practica en ese campo. Ese largo episodio se trata de un capítulo central en el relato de El capitán, porque es entonces cuando el juego de imposturas alcanza su clímax para pronto ser sustituido por una poética de la mugre que alcanza cotas estéticas alucinadas bajo la forma de tableaux vivants que remiten tanto a las atrocidades de Saló o los 120 días de Sodoma (Pier Paolo Pasolini, 1975) como a la voluptuosidad del asco de la pintura flamenca medieval. La fotografía en blanco y negro de Florian Ballhaus, la afilada banda sonora de Martin Todsharow y los juegos con la velocidad de la imagen funcionan como lente de aumento del escenario dantesco hacia el que deriva el largometraje, tal vez el único destino posible para sus malogrados personajes, pero la reflexión en torno al infierno del Tercer Reich que propone Schwentke no tiene tanto que ver con esas postales de cuerpos retorcidos en orgías de sangre, burla y placer, sino que aparece en el corolario del trabajo, cuando, en el juicio (¿de la Historia?) al que es sometido Herold, su verborrea consigue más que hacer creer, convencer. Y ahí está la podredumbre del lenguaje.• Paula Arantzazu Ruiz
© Karma Films
ESTRENO EL 21 DE SEPTIEMBRE