Alonso bajo el sol Relato infantil acerca de la Matanza de La Escuela Santa María, Iquique PAOLA CARRASCO ROJAS / MANUEL PAREDES PAROD ILUSTRADO POR PAULO OÑATE
Alonso bajo el sol
Vivo en la pampa de Tarapacá. Acá, en el desierto siempre hace calor y en la noche, mucho frío. Casi todos los días corre viento y a veces se ven espejismos. Además hay muchas oficinas salitreras. Las casas de los campamentos son todas de calamina y palos. A mí me gusta jugar a elevar volantines o a la payaya con mi hermana y mis amigos.
Me llamo Alonso, tengo 9 años, vivo con mi papá, mi mamá y hermana chica, que se llama Isabel, pero le decimos Chabelita. Mi papá tiene un bigote bien grande y usa sombrero y mi mamá es la más buena de todas las mamás. Mi papá trabaja en las calicheras, de donde sale el salitre. Él me dice que el salitre es el oro blanco, sirve para fertilizar la tierra y hacer pólvora.
Mi papá dice que las calicheras no son de nosotros, que son de los gringos y ellos se llevan casi toda la riqueza del salitre.
Aquí, los trabajadores, están organizando una huelga para que suban los sueldos. Irán a Iquique, caminando por la línea del tren. Son muchos kilómetros bajo el sol y mucho frío por la noche.
A esta huelga se sumaron trabajadores de muchas oficinas. Hay calicheros chilenos, peruanos, bolivianos y argentinos. Vamos muy cargados, con bolsas y morrales. Los hombres llevan martillos, palas, banderas y bombos, también van muchas mujeres, niños, incluso algunas guaguas.
Aunque mi papá no quería que mi mamá y nosotros fuéramos, ella no le hizo caso y partimos igual. ¡Mi sueño es conocer el mar!
Cada vez son más los trabajadores que se unen a la huelga, mi papá está muy orgulloso de nosotros. Es lindo ver a tanta gente unida.
Esta huelga es porque los mineros quieren que les paguen con plata y no en fichas, reclaman contra los pulperos, quieren se pueda comprar y vender en otros almacenes. piden más doctores y escuelas y que los gringos no sigan maltratando a los obreros, mandándolos al cepo.
Estamos muy cansados, llevamos caminando tres días. Para comer llevamos charqui y pan amasado; el pan ya está duro y con el charqui nos da más sed. Tenemos la cara y las manos partidas por el sol y el frío; me salieron ampollas en los pies.
¡Llegamos al puerto de Iquique! Me llega un olorcito que nunca antes había sentido: es la brisa marina dice mi mamá, y mientras avanzamos, a lo lejos, veo por primera vez el mar, grande y azul.
Los dirigentes hablaron con el Intendente y él se comprometió a hacerlo con los ingleses y alemanes, dueños de las salitreras. Un funcionario dijo que la respuesta tardaría varios días y que debíamos regresar a la pampa. Nosotros no les creemos y decidimos quedarnos en el puerto.
El Intendente, al ver que no nos iríamos, nos mandó a la Escuela Domingo Santa María y para allá partimos. La escuela es una casa muy antigua, construida cuando la ciudad era de Perú. Tiene un gran patio. La gente está repartida en diferentes salas, todos amontonados y durmiendo en el suelo. En el día los grandes leen los diarios y conversan acerca de la huelga. Todos esperamos saber a qué acuerdos se llegará.
Mi hermana y varios amigos nos escapamos a conocer el mar. La arena estaba caliente y quemaba los pies así que corrimos hacia el agua. Al principio metí sólo las patitas, el corazón me latía más fuerte que nunca, luego tomé agua con mis manos y la probé, y sí, era como me había dicho mi mamá: ¡¡¡salada!!! Me saqué la camisa y quedé en pantalón corto. Corrí y una ola me dio vueltas y arrastró hacia la orilla. Ahí quedé, de espaldas con el sol calentando mi cara.
El presidente de la huelga se llama José Briggs y se reúne con mi papá y otros trabajadores en la azotea de la escuela a conversar. Las actividades del día son limpiar y preparar las comidas en grandes ollones, asistir a los mitines y recibir a los trabajadores que siguen llegando de la pampa. Son muchas las oficinas que se han ido sumando a la huelga. También se sumaron los panaderos, zapateros. ¡Hasta la gente del circo nos apoya!
Llevamos 5 días y 5 noches, ya somos muchos pampinos alojados en distintas partes: la escuela, la Plaza Montt, galpones y bodegas. Parece una fiesta.
Tengo un poco de susto porque de a poco la ciudad se está llenando de militares. Ha llegado el intendente, que se llama Carlos Eastman y el jefe de los militares, el general Roberto Silva Renard. Vienen en nombre del presidente, Pedro Montt. Declararon algo que se llama Estado de Sitio y parece que mañana nos obligarán a volver a la pampa.
Llevamos una semana en Iquique. Hoy, en la tarde, el general Silva Renard junto a unos soldados a caballo, colocaron dos ametralladoras frente a la escuela. Un militar se acercó a la puerta y habló con algunos trabajadores, se fue y todo quedó en silencio. De pronto las ametralladoras empezaron a disparar contra todos los que nos encontrábamos en la Escuela. La gente estaba como loca, llorando y gritando por sus amigos y familiares. Chabelita y yo salimos corriendo y nunca nos soltamos de la mano. No sabiamos dónde estaban nuestros padres.
Por la noche y en silencio, los muertos fueron llevados a fosas comunes del cementerio. Los que quedamos vivos, arrancamos. El hospital estaba repleto de heridos. Los prisioneros fueron llevados al hipódromo y de ahí, a la pampa. Murieron muchos hombres, mujeres y niños. Nunca había sentido tanto miedo.
Yo estaba con Chabelita cuando mis padres nos encontraron en la estación. Lloramos y nos abrazamos un largo rato. Nos subieron a un tren y volvimos a la pampa. Durante mucho tiempo el miedo se quedó entre nosotros.
Un atardecer me senté a mirar el desierto y encontré en mis bolsillos las conchitas que recogí en la playa de Iquique. Al verlas en mi mano, pensé en mis amigos cuando nos bañamos en el mar y sentí por primera vez ese olorcito a brisa marina.
ALONSO BAJO EL SOL Paola Carrasco Rojas / Manuel Paredes Parod
Ilustraciones: Paulo Oñate Primera edición digital en Chile, 2021