Como lucero de la mañana

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Hace millones de años, en el norte de la antigua Grecia existió un reino llamado Triaron, bendecido por los dioses del olimpo por sus grandes riquezas y sus fructuosas cosechas de verano. A los cinco años de Reinado, El Rey Soer y la reina Aleig concibieron a su primera primogénita, una hermosa niña de cabellos dorados y piel blanca como la nieve a la que llamaron Diela, honrada con gracia y belleza por la diosa afrodita. A los pocos meses de nacida, la corona presento a la princesa a la ciudad Triaroniana, para que fuera reverenciada y exaltada por la plebe y los monarcas más influyentes de la región. Al pasar los años la joven princesa creció, rodeada de cariño y riqueza, dándoles alegría a los reyes y a todas las personas que moraban en el castillo. Al alcanzar la edad de diecisiete años, la ciudad atravesó por momentos difíciles, el ejercito de un reino vecino, quería invadir la ciudad de Triaron para expandir su territorio, usando tácticas perversas, como quemar las cosechas de los aldeanos, y raptar a las mujeres, para alcanzar su objetivo. EL rey al percibir aquello, se vio acorralado y dispuesto a ponerle un fin a las amenazas del reino de azteria. La reina, viendo la preocupación en los ojos de su esposo le aconsejo unir fuerzas con el Reino del sur, que tenía por nombre Utriamon, usando como alianza el compromiso de la princesa Diela con el príncipe Neitan. Al saber el futuro que le esperaba, la Princesa decidió huir, intentando escapar de su destino, No quería casarse con alguien que no conocía, y mucho menos atarse a una persona por la que no sentía amor. El corazón de la princesa se llenó de egoísmo. Pensaba que su felicidad estaba de primer lugar, antes que todo. En una noche fría de otoño, preparo su huida, llevando consigo una lámpara de aceite para que le iluminara el camino. La entrada del bosque estaba a unos cuantos metros del castillo, Diela emprendió su rumbo atravesando la neblina que ocultaba los enormes pinos del boscaje, adentrándose más y más en las profundadas de este,


en varias ocasiones miro hacia atrás, viendo como las luces del castillo iluminaban el cielo obscuro de la noche, y aunque paso por su mente regresarse y afrontar su destino, no cambio su rumbo, y siguió hacia adelante. El frio le ponía la piel de gallina, a pesar de la capa negra que llevaba encima de su vestido color crema, el viento helado lograba traspasar su abrigo y posarse en su piel blanca, haciéndola jadear y gimotear. El emperador Olem, del Reino de Azteria, era más conocido por el uso de magia negra y brujería, que por su maldad y su ambición. En una bola de cristal hecha a base de encantamientos y pociones, dedujo el rumbo por el cual caminaba la princesa Diela, decidió crear su nueva táctica de ataque, enviando guardianes obscuros para que se toparan en su camino. Estos seres del inframundo llenos de odio, se colocaron en frente de ella, su presencia era tan impotente que hizo que la pequeña flama que provenía de su lámpara de aceite que llevaba en su mano izquierda, se desvaneciera dejando que la oscuridad y el frio, hicieran eco en la soledad del bosque. Los guardianes obscuros, eran sombras negras con ojos blancos, daba la impresión que dos estrellas ocupaban su rostro, estos seres tenían el poder de mirar en el interior del alma de los humanos, y descubrieron esa pizca de egoísmo que invadía el espíritu de la princesa, aprovechándose de esto lograron llegar al corazón de la joven, haciéndolo enfermizo y envejeciéndolo cada minuto que pasaba. El cuerpo de la princesa se tambaleo, su vista se tornó borrosa, no sentía la mitad de sus articulaciones, sus huesos comenzaron a entumecerse, y un fuerte dolor de cabeza le invadió el moribundo cuerpo que cayó al piso en la mitad del bosque. El amanecer se asomaba detrás de las montañas, el Rey Soer ya había emprendido la búsqueda de su princesa, por todo el castillo y al ver que seguía sin rastro, el rey armo su ejército y comenzaron a buscarla por la aldea y sus alrededores. Un joven soldado, mano derecha del capitán del ejército, sugirió buscar en el bosque ya que era el único lugar que no se había inspeccionado.


Emprendieron el viaje, atravesando los enormes y altos pinos que formaban la frondosidad, cabalgando en caballo, a una poca distancia de la entrada, encontraron el cuerpo inmóvil de Diela en el piso. Rápidamente uno de los soldados la levanto y la coloco encima del caballo, informando con el sonido de un cuerno de mamut que la princesa había sido encontrada. El retorno al castillo se vio rodeado por todos los aldeanos, que veían con asombro o con tristeza el cuerpo de su joven monarca. La entrada del castillo estaba rodeada por todos los integrantes de la clase noble. La reina demando que los sirvientes atendieran de inmediato a su hija. El médico de la familia real, se apresuró a entrar a la alcoba de la doncella para hacerle un chequeo, todo estaba en orden excepto su ritmo cardiaco, el medico no lograba descifrar que era lo que hacía disminuir las pulsaciones de la princesa. Se tomó dos días para investigar el extraño caso, pero no logro obtener respuesta para sus incógnitas, el rey desesperado aclamo a los dioses, y estos les enviaron una hechicera de luz, para que esclareciera las dudas que invadían las mentes de los monarcas y las personas que intentaban ayudar a la doncella. La hechicera de luz, apareció mágicamente en medio de la habitación de la joven en donde todos estaban reunidos esperando un milagro, lo primero que hizo fue acercarse a Diela, y hacer que lograra abrir los ojos por primera vez en cuatro días. La hechicera sabía el mal que la invadía, y entonces dijo en voz alta: — ¡Oh, pequeño suspiro del sol, en cuento dejaste al egoísmo invadir tu corazón. La oscuridad ha llegado a tu alma, acortando tu vida minuto que pasa. Los murmullos y cuchicheos de los presente, rompieron el silencio del cuarto. El rey confundido y ansioso de respuestas, pregunto: — ¿Qué es lo que tiene mi hija. Morirá?


La hechicera miro con compasión el rostro arrugado del rey y contesto: —La chica, muere cada segundo que transcurre, un hechizo oscuro le han mandado y como consecuencia la ha envenenado. — ¿Cómo se puede combatir? —Pregunto de nuevo el rey. —Si la luz ilumina su alma, como lucero de la mañana, la chica podrá salvarse. De lo contrario, su corazón empezara a dejar de latir lentamente, hasta que llegue el momento en el que se pare por completo. Los asombros y los susurros de la nobleza resonaron otra vez. — ¡Callaos, ya. Exijo el nombre del responsable! —Demando el Rey. —Tu enemigo más cercano es el culpable. Olem suele llamarse. —Respondió la hechicera. — ¿Puede curarla? —Quiso saber la reina. —Me temo que no, los hechizos obscuros son igual de poderosos que los de las criaturas de luz. Así que me temo que no depende de mí si no de ella. Aunque… — Reflexiono la buena hechicera. —supongo que puedo darle un poco de fuerzas, para que pueda andar, y moverse. Colocando su mano derecha en la frente de la princesa, le transmitió una buena porción de fuerza, que hizo que esta se sentara y moviera las manos debajo de las sabanas. La hechicera en un destello luz desapareció de la habitación. Pasaron dos días y la joven princesa empeoro, la reina no paraba de llorar y lamentarse, y el rey mostraba su semblante más triste y sombrío, que los días de lluvia, en el que el cielo era gris y tormentoso. El príncipe Neitan, quiso llevar una ofrenda al lecho agonizante de la joven doncella, en un gesto de condolencia por la situación que estaba pasando. Un pequeño ramo de


margaritas, hizo que esta sonriera a la mirada color azul del príncipe, e hizo que este devolviera el gesto. Las margaritas eran sus flores favoritas, ella y el príncipe nunca se llegaron a conocer del todo, pero no se explicaba como él conocía ese dato tan importante de sus preferencias florales. La visita del príncipe fue breve pero consoladora para el pobre corazón de Diela, paso toda la tarde con una sonrisa de oreja a oreja, y dándole la gracia a los dioses por mostrar generosidad hacia ella. Una tarde, una joven e inexperta mucama, ayudo a la princesa a dar un paseo por el jardín del castillo, ayudándola a cortar algunas flores y a dar pequeños pasos por los alrededores. Ese día, fue su último día, en el que pudo reír, disfrutar, caminar, ver, oler, sentir, amar la corta existencia que tuvo en este mundo y dar gracias por la poca vida que vivió. La mañana siguiente Diela había muerto, el zumbido de un colibrí que se asomaba en su ventana fue lo último que pudo apreciar antes de partir, y dejar este mundo para siempre.


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