Dmingo de la Palabra de Dios

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LA PALABRA DE DIOS EN LA ORACIÓN PERSONAL

solo el Espíritu reposa sobre él desde su nacimiento, sino que es engendrado por él. El Espíritu desciende en forma de paloma sobre Jesús. La voz de Dios lo proclama como el Mesías esperado desde Isaías y en el cual habita el Espíritu de un modo eminente. Lucas se enlaza con las profecías de Isaías que «hoy» se han cumplido en Jesús. Hoy se cumple esta Escritura: Lc 4,18-19 (cf Is 61,1-2; 58,6) «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar

a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor». La lectura del texto realizada por Jesús en la sinagoga ha hecho sonar una noticia extraordinaria, la Buena Noticia de Dios y no solo eso, sino que ha provocado estupor, tensión y lucha dramática. Esta escena del Evangelio representa la síntesis y el modelo de la predicación de Jesús, que se presenta como el Mesías, provoca un gran entusiasmo, aunque sea pasajero, ya que de inmediato seguirá la lucha y el recha-

zo, como leeremos el próximo IV Domingo del Tiempo Ordinario. Pero la escena es maravillosa desde el punto de vista del poder de la Palabra de Dios proclamada por Jesús con la autoridad del Espíritu Santo. Los versículos 20 y 21 impresionan por su sencillez, por su capacidad reveladora. Una vez cerrado el libro y devuelto a su sitio, se espera la enseñanza, por eso Jesús «se sentó». Posiblemente algunos de los oyentes comentaron para sí o entre ellos: si este hombre proclama de esa manera, qué se podrá esperar de su enseñanza, hay que escuchar cuanto diga. Sin embargo, Jesús se sentó no para iniciar una enseñanza solemne ni para explicar el contenido del texto ni para sacar bellas exhortaciones, ni sabios consejos, ni para exigir heroicos compromisos, sino para indicar el cumplimiento de la Palabra, es decir, que ella se realiza en el hoy de la historia y del pueblo que la anhela y la acoge con fe. Todo cuanto se anunció y proclamó en el pasado de Israel alcanza su cumplimiento «hoy». La Palabra proclamada con autoridad ha tocado no solo los «oídos» de los participantes en el culto sinagogal de aquel insólito sábado en Nazaret, sino también los «ojos» de todos que están fijos en aquel predicador que, sin

duda, es el Mesías prometido que, valiéndose de un texto de Isaías, anuncia lo que será su actividad en Galilea y por la cual deberá ser reconocido incluso por su precursor, Juan Bautista, al cual solo le refiere los hechos que sus enviados han «visto y oído», los hechos están ante sus ojos y sus oídos: «los ciegos recobran la vista, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres reciben la Buen Noticia»; los enviados deben contar a Juan lo que están «viendo y oyendo hoy», no hay presentación de razones teológicas, sino solo hechos concretos, no hay documentos, sino eventos liberadores, reveladores del año de gracia del Señor. Lo que abre los oídos a la Palabra de Dios son las palabras de alabanza a Dios proclamadas por los que estaban ciegos y ahora ven; por los cojos que ahora recorren los caminos anunciando la acción poderosa de Dios en su cuerpo; por los que estaban mudos y ahora hablan, alaban y glorifican a Dios; por los leprosos que muestran su carne limpia y su reinserción en la comunidad y en la asamblea santa; por los muertos que proclaman con su propia vida que la muerte ha sido destruida gracias al misterio pascual; por los pobres que viven su cercanía a la salvación gracias al anuncio de la Buena Noticia de la salva-

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