Taller inicial de formación política

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TALLER INICIAL DE FORMACIÓN POLÍTICA

MÓDULO 3

PARTIDO COMUNISTA DE LA ARGENTINA


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TALLER INICIAL DE FORMACIÓN POLITICA Presentación El presente Taller Inicial de Formación Política es organizado por el Centro de Estudios y Formación Marxista Héctor P. Agosti (CEFMA) del Partido Comunista de la Argentina, con el objetivo de acercar algunos conceptos básicos de la teoría marxista y elementos para el análisis de coyuntura a quienes comienzan a involucrarse en la militancia política, o busquen adquirir conceptos básicos de la perspectiva marxista para el análisis de la sociedad. Nos encontramos en un contexto signado por la crisis del sistema capitalista, la cual, a diferencia de otras que le precedieron, tiene un alcance civilizatorio por cuanto no se reduce a sus aspectos económico-financieros sino que afecta cruciales cuestiones tales como la energía, el medio ambiente, la alimentación y las pautas de consumo de una civilización construida sobre el derroche de los recursos y la explotación desenfrenada de la naturaleza. En esta nueva situación de América Latina y Argentina se pueden contar por miles los hombres y mujeres, particularmente entre las jóvenes generaciones, que aspiran a relanzar y recrear la lucha por el socialismo. Desde el CEFMA aspiramos a producir un salto en calidad y en cantidad en la incorporación de estas nuevas generaciones a la lucha política, para que puedan desarrollar un avance en el proceso de cambios estructurales en nuestro país. Entendemos que esta es una tarea que ha madurado como exigencia, como necesidad, pero también como posibilidad real. El clima de época por el que atravesamos nos impone superar la crisis de alternativa que coexiste con la profunda crisis capitalista. Como pocas veces en la historia, cobran hoy un significado tan pleno las palabras de Lenin “sin teoría revolucionaria, no hay movimiento revolucionario posible” Entendemos que el estudio de los procesos históricos, de diferentes conceptos del pensamiento revolucionario en sus aspectos políticos y culturales, y la socialización de las diversas experiencias militantes que aportaron y aportan a la construcción de alternativas debe formar parte de la formación teórico-práctica de todos aquellos que luchamos por un cambio profundo en la organización social. El Centro de Estudios y Formación Marxista invita entonces a participar de esta experiencia formativa, aportando a un marxismo renovado, lejos de todo dogmatismo, como indispensable aporte teórico a los proyectos concretos de transformación social que con urgencia reclaman los pueblos de Nuestra América desde el marco de la teoría marxista y el pensamiento revolucionario, el estudio y la reflexión sobre la realidad contemporánea y los procesos históricos y políticos que han jalonado la lucha por la emancipación de los pueblos. Estudio y reflexión, huelga aclarar, que están concebidos como necesarios insumos para orientar la praxis transformadora de los pueblos de Nuestra América. 3


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LAS LANZAS NUESTRAMERICANAS (SELECCIÓN) HORACIO LOPEZ (2004)

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LAS LANZAS NUESTRAMERICANAS La Revolución continental del XIX Iguales instituciones revolucionarias Un fuerte rasgo que caracteriza a la revolución continental, fue el que dotó a cada escenario de lucha, de iguales organizaciones institucionales que se hicieron cargo del naciente poder. En realidad, fueron las instituciones heredadas del imperio las que se mantuvieron como tales, pero con contenidos y protagonistas distintos. Los Borbones habían implantado en España las Intendencias, instituciones francesas, con el fin de unificar la administración y el gobierno desde arriba; estas instituciones se trasladarían luego a América. Los llamados intendentes-gobernadores eran los funcionarios a cargo de las mismas, cumpliendo funciones en las áreas de hacienda, policía, guerra y justicia. Pocos años después de haberse creado el virreinato del Río de la Plata, en 1782, se dividió éste en ocho intendencias: Buenos Aires, Tucumán, Santa Cruz de la Sierra, La Paz, Mendoza, La Plata, Potosí y Asunción. Fueron instituciones progresistas para la época virreinal, ya que fomentaron la agricultura en las tierras realengas, la fundación de consulados y sociedades económicas y la construcción de obras de infraestructura, por lo que tuvieron comunes choques de intereses con las instituciones llamadas Cabildos. Los Cabildos, las Juntas, los Congresos (estos últimos no como organizaciones permanentes), fueron organizaciones que actuaron durante el régimen colonial y luego, en el proceso revolucionario. En consonancia con la influencia de la revolución francesa, aparecieron a posteriori entidades gubernamentales que respondían a ese origen: los Triunviratos, las Asambleas Generales Constituyentes, los Directorios. […] Hasta el momento preciso de la alteración del orden institucional en las colonias, los funcionarios que ocuparon cargos en dichos cuerpos fueron todos españoles de alta cuna, y cuando fueron admitidos los españoles nativos de América en tales negocios, lo fueron en su carácter de españoles y nunca como representantes de los criollos. Cuando el proceso revolucionario fue tomando cuerpo a fines de la primera década del XIX, los Cabildos comenzaron a ser protagonistas de las discusiones que conllevaban el germen de la rebelión. Ya, a esa altura, eran muchos los “españoles nativos” que tenían qué decir en esos ámbitos umbrosos y convulsionados, y nada volvería a ser como antes después de semejantes debates, la mayoría de los cuales terminaron en la formación de Juntas revolucionarias. Las Juntas se habían desarrollado en España bajo la ocupación francesa. “Las ciudades sublevadas –dice Marx– formaron sus propias juntas, subordinadas a las de las capitales de provincia. Estas juntas provinciales constituyeron otros tantos gobiernos independientes, cada uno de los cuales puso en pie su propio ejército”. Sin embargo el propio Marx señala las limitaciones de éstas: “Las juntas fueron elegidas por sufragio universal, pero el gran celo de las clases bajas se manifestó por la obediencia. Eligieron generalmente a sus superiores naturales, elementos de la nobleza provincial y de la pequeña nobleza, respaldados por el clero, y poquísimas personalidades notables de las clases medias. Tan consciente era el pueblo de su debilidad, que limitó su iniciativa a obligar a las clases altas a resistir contra el invasor, sin pretender asumir la dirección de la resistencia”. He aquí una diferencia grande a favor de las juntas criollas. Con los franceses ocupando España, y la creación de Juntas de resistencia en Asturias, Galicia, Andalucía y demás regiones no controladas por Napoleón; más la formación en 

Fragmento del libro Las lanzas nuestramericanas (Editorial El Folleto, 2004).

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setiembre de 1808 de la Junta Suprema Central del Reino de España e Indias –actuando a nombre de Fernando VII–, se dieron las condiciones para que América formara las suyas propias. De alguna manera los americanos estaban ejerciendo aquel decreto de Carlos I de 1530, autorizando la convocatoria de juntas en los virreinatos de la América española en casos imprevistos. En la primera etapa del movimiento “juntista” (18081809), se juró fidelidad al Rey, pero ya desde 1810 ideas más audaces en cuanto a quién debía gobernar y bajo qué forma, comenzaron a abrirse paso. […] Ya la hoguera se había transformado en un incendio imparable. Ya el sol puro y diáfano de la independencia venía asomando. Las Sociedades Patrióticas, partidos legales de la revolución En la tumultuosa época en que se dirimían los cursos ideológicos, políticos y militares a seguir en la marcha de la guerra de liberación, los antagonismos entre criollos y españoles, e incluso entre criollos entre sí –entre los conservadores y moderados y los decididamente revolucionarios, jacobinos–, fueron de hecho conformando distintos partidos. Ingenieros cataloga cuatro en Buenos Aires al momento de caducar la monarquía peninsular: 1°) Solución separatista, o autonomía local, conservando el gobierno independiente los españoles peninsulares aquí radicados; junta como en España. Extrema Derecha. 2°) Solución expectante, española también, sin desconocer la soberanía de las autoridades peninsulares y dispuesta a reconocer las que en la península lograsen consolidarse, sin excluir en último caso el gobierno francés. Centro Derecha. 3°) Solución autonomista, con o sin independencia de España, debiendo pasar el gobierno a los patricios o nativos, sin que ello importara una subversión del régimen social y político. Partido argentino conservador, representado por Saavedra. Centro Izquierda. (Es una contradicción en Ingenieros catalogar de centro izquierda a un sector efectivamente conservador. Saavedra sólo se proponía un cambio de nombres y de administración para que nada cambiase. Este partido sería una variante de la solución.) 4°) Revolución inspirada en la filosofía política del siglo XIX, pasando el gobierno a manos de los nativos y dirigida a subvertir radicalmente las instituciones coloniales. Partido de una exigua minoría argentina que encontró en Moreno su abanderado y su símbolo. Extrema Izquierda (La evolución de las ideas argentinas, Libro I, José Ingenieros). Este último grupo sería el que más tarde de mayo, el deán Funes catalogara de la siguiente manera: Ciudadanos, alerta: los enemigos del gobierno son esos mismos terroristas que, imitadores de los Robespierres, Dantones y Marates, hacen esfuerzos para apoderarse del mando y abrir esas escenas de horror, que hicieron gemir a la humanidad. […] Este “club de los jacobinos”, como lo denominó al informar a España el embajador de dicho país en Río de Janeiro, decidió dar la pelea contra los saavedristas a la luz pública, convirtiéndose en la Sociedad Patriótica. […] Primera marcha. Represiones y primer golpe En dichas reuniones, cada vez más concurridas, se leían escritos del malogrado Moreno, así como obras de Rousseau, Volney y Paine. Algunos pasquines que allí se pergeñaron, defendiendo la revolución en peligro, lograron llegar hasta los regimientos que intentaban mantenerse en las cambiantes fronteras del lejano norte. Como eso no lo podía soportar Saavedra y demás conservadores, obraron en consecuencia: ordenaron la detención de más de ochenta jóvenes que habían participado de la primera asamblea de 8


la Sociedad. […] Pero por la inconsistencia de los cargos debieron liberarlos a las pocas horas. Los patriotas, envalentonados, salieron en manifestación por las calles cantando consignas revolucionarias. Fue la primera movilización política contraria a un gobierno, desarrollada en Buenos Aires. Los jóvenes se dirigieron al café de Marcos donde, entre copa y copa de aguardiente francés, cantaron la canción llamada “Marcha Patriótica”, atribuida a Esteban de Luca y que –según nos cuenta Carlos Ibarguren en su libro– difundida desde noviembre de 1810 fue el primer himno de la revolución. La canción comenzaba así: La América toda Se conmueve al fin, Y a sus caros hijos Convoca a la lid; A la lid tremenda Que va a destruir A cuantos tiranos La osan oprimir. Y tenía un estribillo que decía: Sudamericanos Mirad ya lucir De la dulce Patria La aurora feliz.

Entre los integrantes de esta Sociedad estaban, además de los nombrados más arriba, entre otros, Julián Alvarez Perdriel, Lucio Mansilla, Agustín Herrera, Buenaventura de Arzac, Juan Florencio Terrada, Vicente Dupuy, Francisco Cosme Argerich, Ignacio Alvarez Tomas, Juan Andrés Gelly, Manuel de Luzuriaga. Al poco tiempo de constituirse, la Sociedad alquiló una sala en la calle de la Catedral (San Martín). En sus deliberaciones trataba, entre otros temas, las injusticias de la conquista española, los derechos primitivos de los indios, la soberanía del pueblo y su derecho a darse una Constitución que asegurase la libertad, la igualdad y la propiedad. […] Parte de la Junta Grande perseveró en su actitud represiva: creó la llamada “Comisión de Seguridad Pública”, cuya responsabilidad sería velar incesantemente, indagar y pesquisar de los que formaren congregaciones nocturnas o secretas, sembrasen ideas subversivas de la opinión general sobre la conducta y legitimidad del actual gobierno o sedujesen a los oficiales, soldados y ciudadanos de cualquier clase. Fue este el primer antecedente de trágicas prácticas ejercidas desde el poder en la Argentina. Así comenzó a defenderse y reprimir el régimen –ya a esa altura contrarrevolucionario–, logrando con el preparado golpe de Estado del 5 y 6 de abril de 1811 (el primer golpe de nuestra historia), la desarticulación del morenismo, la concentración de todo el poder en Cornelio Saavedra, y la creación de una policía política represiva. “French, Beruti, Donado, Posadas, Vieytes, fueron desterrados; Julián Álvarez detenido; el Club asaltado y arrasado en esa noche del 5 de abril. Belgrano y Castelli fueron separados del ejército y sometidos a proceso. Chiclana y Rivadavia, deportados al interior. Era la reacción en toda la línea”. […] El Triunvirato había ya desplazado a Saavedra y se había disuelto la Junta, creándose condiciones para que la organización morenista volviera a tallar en la ciudad porteña. Se inauguró esta segunda etapa el 13 de enero de 1812 en el local del Tribunal del Consulado; una multitud se congregó para escuchar la oración inaugural que diría Monteagudo; a falta de Mariano Moreno, el fogoso tucumano asumía el liderazgo de los 9


jóvenes patriotas que querían llevar la revolución hasta el final. Con su espíritu roussoniano, Monteagudo dijo, entre otras cosas: la soberanía reside solo en el pueblo y la autoridad en las leyes. La majestad del pueblo es imprescriptible, inalienable y esencial por su naturaleza, cuando un injusto usurpador la atropella, no hace más que poner un precario entredicho al ejercicio de aquella prerrogativa. Criticó con dureza la conquista de América, en la que bajo el pretexto de una religión cuya santidad es incompatible con el crimen, se asesinó a los hombres para introducir en ellos la discordia, usurparles sus derechos y arrancarles las riquezas que poseían en su patrio suelo. […] La Sociedad, bajo la influencia de Monteagudo, propiciaba la independencia de toda América, no sólo de lo que después se llamó las “Provincias Unidas del Río de la Plata” sino de las “Provincias de Sud América”, concibiendo la revolución como la herramienta que posibilitaría la constitución de la Patria Americana. […] Se recuperaba el basamento del poder popular, el estilo y las costumbres asamblearias, así como la intrepidez revolucionaria para luchar por la independencia de América del Sur. Ahora sí la Sociedad Patriótica adquiría la forma de un Partido legal: al acto inaugural concurrieron, según narra La Gazeta del 17 de enero, los miembros del Gobierno, las autoridades ecleciásticas, así como jefes y oficiales del ejército. Partido legal que comenzaría a encubrir y justificar el accionar del Partido ilegal de la revolución que, con la llegada de San Martín y Alvear a Buenos Aires, dos meses después, comenzaría a tomar forma con la creación de la Logia Lautaro. […] El fenómeno de la Sociedad Patriótica no fue solamente patrimonio de la ciudad puerto del Río de la Plata. En 1810 en Caracas, cuando se convocó el Cabildo que decidió instalar una Junta de Gobierno, comenzó la puja entre los sectores más conservadores y los más radicalizados que bregaban por la independencia; estos últimos se nuclearon en la llamada Sociedad Patriótica, fundada por el insigne luchador Francisco de Miranda, quien fue su primer presidente, e integrada por destacados personajes, como Simón Bolívar y José Félix Ribas, éste último protagonista de la independencia, quien actuara en la llamada campaña Admirable, y fuese derrotado, capturado en la batalla de Urica, en diciembre de 1814, y posteriormente ejecutado. Perú tuvo también la suya: la Sociedad Patriótica de Lima, una década más tarde, es cierto, cuando ya el Ejército Libertador Sur, al mando de San Martín allí estaba instalado, y el sueño de la independencia y liberación continental estaba en su etapa final de cumplimiento. La Oración Inaugural, como cumplimentando un rito, la dio uno de los más grandes revolucionarios americanos; no era nuevo ese oficio de inaugurador de Sociedades Patrióticas para él: se trató de Bernardo Monteagudo, ministro revolucionario en el Perú y uno de los más fervientes independentistas junto a su general en jefe. […] Las Sociedades Patrióticas fueron la forja de los verdaderos patriotas y el crisol de nuevas generaciones que enaltecerían nuestra estirpe continental en el futuro inmediato. Las Logias, partidos clandestinos de la revolución Estas asociaciones secretas que se conformaron confabulando a sus miembros para la toma del poder revolucionario, su defensa y mantenimiento, para la realización de campañas militares y para la creación de sistemas republicanos en donde se iba logrando la emancipación, fueron muestras cabales de lo que podemos denominar “americanismo revolucionario”. Los patriotas más comprometidos con la revolución fueron, mayoritariamente, miembros de las Logias. […]

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Poco le costó al futuro Libertador recién llegado a Buenos Aires, agitar las pasiones de estos patriotas y convencerlos de la necesidad de constituir la Logia Lautaro, con el fin de bregar por la continuidad del proceso revolucionario y crear las condiciones materiales para concretar la expedición a Chile. […] Los objetivos de la Logia Lautaro incluían el de la unidad continental, el de velar para que la revolución no fuese traicionada o tergiversada, el de colocar a sus mejores hombres –garantía de lo anterior– en los principales puestos del gobierno y del ejército. […] Prácticamente en todos los escenarios de la guerra de liberación, actuaron las logias, las que fueron artífices y protagonistas –desde las sombras– de la mayoría de las decisiones de gobierno y de guerra que hicieron avanzar la revolución. Conformación de los Ejércitos de Liberación Los procesos de formación de los ejércitos patriotas se rigieron por criterios similares, cuando no iguales, en los distintos lugares en que las circunstancias de la preparación de la guerra o las decisiones para comenzarlas o afrontarlas, tuvieron lugar. Las levas para conseguir combatientes se constituyeron con hombres de la tierra, criollos, indios, mestizos y negros, en mayor o menor proporción de acuerdo a la región de que se tratase: indios preponderantemente en México; Hidalgo comenzó su gesta con unos seiscientos indígenas, los que al cabo de varios meses eran ya sesenta mil. En Buenos Aires la Junta decreta el 8 de junio de 1810 que las compañías de naturales indios de los batallones de castas, pardos y morenos pasen a integrar los efectivos de los regimientos 2 y 3 bajo el mando de sus mismos oficiales en igualdad de derechos que el resto. El decreto de la Junta señalaba: La Junta no ha podido mirar con indiferencia que los naturales hayan sido incorporados al cuerpo de castas excluyéndolos de los batallones españoles a que corresponden por su clase. En lo sucesivo no debe haber diferencia entre el militar español y el militar indio. Comenzaba así a darse la igualdad entre los combatientes. Es importante señalar que el compromiso del pueblo pampa con la Patria que se insinuaba, se materializó cuatro años antes en el Río de la Plata cuando los caciques Epugner, Errepuente y Turuñanqui ofrecieron sus servicios preventivos al Cabildo, por si los ingleses volvían a invadir Buenos Aires. Los negros fueron reclutados especialmente en Haití y en Venezuela. Cuando Bolívar llegó a Haití en enero de 1816, fue recibido por Petion, el Libertador de la isla, quien le ofreció su ayuda, con la única condición de libertar a los esclavos. Bolívar aceptó encantado, y en junio del mismo año, pisando ya tierra venezolana, firmó su decreto de libertad absoluta de los esclavos. Este fenómeno se convirtió, con el tiempo, en el segundo agente de reclutamiento de las tropas. San Martín incorporó gran cantidad de esclavos a su Ejército de los Andes, los que por el solo hecho de ponerse el uniforme, pasaban a ser hombres libres. Los campos de batalla de Chile y el Perú fueron abonados generosamente con el valor y la sangre de estos patriotas negros. […] Las motivaciones para el reclutamiento, en general no compulsivo, fueron varias, pasando las más fuertes por el sentimiento patriótico y libertario en sí, como por las promesas de atender las reivindicaciones propias de las distintas comunidades tales como la libertad a los esclavos o a sus vientres, la eliminación de las distintas formas de servidumbre a los indios, y la tierra, tanto a éstos como a los criollos. […] Pero la mayoría de los oficiales que cubrieron la guerra fueron criollos, muchos de los cuales se tuvieron que hacer hombres de armas cuando se planteó la necesidad; tales los 11


casos de Belgrano, Castelli, Monteagudo (todos ellos hombres de leyes), el propio O’Higgins, quien se autodefinía como un militar de circunstancias, que había tomado las armas para defender la patria como simple comandante de guerrilleros en un momento de peligro (dicho en Talca, 9 de diciembre de 1813). Los conductores máximos del proceso fueron americanos, porque en definitiva era América la que le hacía la guerra a España y la Santa Alianza europea. Y la oficialidad de primera línea y honor, si bien tuvo aportes como los nombrados, se fue constituyendo con criollos de pura cepa, y no solamente blancos, como el caso de Manuel Carlos Piar, destacado oficial del ejército venezolano, que era mulato. Lo genial, lo romántico, lo insólito, fue que estos ejércitos formados como se pudieron – con más voluntad obcecada que rigor castrense– no mamaron la técnica, la estrategia, la disciplina, en renombradas academias; se hicieron en campo abierto, bajo el viento de las metrallas y el retumbar de cañones […]. Las banderas que estos soldados llevaban al combate eran vírgenes, como doncellas dispuestas a amujerarse, sin el complejo a cuestas de los estandartes enemigos que debían, en cada encontronazo, defender invictos que aquí, en América, no poseían avales de escribas ni admiraciones populares. […] Tempranamente nuestras milicias fueron un crisol de razas y de clases, lo que imprimió su impronta en el ejército libertador: hacendados, comerciantes, artesanos –criollos ellos– compartieron disciplinas y cuarteles con negros, indios, mulatos y mestizos. Producida la revolución de mayo en Buenos Aires, quedó Saavedra como Comandante General de Armas, pero esta conducción a contramano de la necesidad revolucionaria y de la guerra que se vendría, duró apenas tres días, ya que el 28 de mayo la Junta creó el Departamento de Gobierno y Guerra, dándole la titularidad del mismo a Mariano Moreno. La revolución desplegaba así sus alas y depositaba en su numen la responsabilidad de la expansión y consolidación de la misma. Moreno tenía claro que ninguna revolución podría sustentarse sin una fuerza armada que la protegiera y que la desarrollara, por lo que se abocó de inmediato a la reestructuración de las milicias, las que se transformaron en cuerpos veteranos y en el regimiento Patricios. Un día después de su nombramiento, Moreno le hace adoptar a la Junta la decisión fundamental de crear un nuevo Ejército sobre la base de los cuerpos veteranos y del Patricios, disolviendo los cuerpos contrarios a la revolución integrados por españoles. […] Además de la composición que señalamos para los ejércitos patriotas, también hay que apuntar que los ejércitos de San Martín y Bolívar se nutrieron de oficiales y soldados americanos y españoles, quienes desertaron del bando enemigo. […] Al igual que en el campo de los civiles, en el de los uniformados hubo distintas posiciones en relación a la revolución, desde un radicalismo jacobino, como fueron los casos de Castelli, Monteagudo, pasando por San Martín, Belgrano, hasta llegar a los conservadores como Saavedra y Rondeau, en el caso de la región sur. En el norte “los ejércitos de Bolívar y Sucre, y ellos mismos personalmente, se distinguen por un genio más universal, anfictiónico, en sus concepciones y acción. Representan el intento de la revolución burguesa que aspira a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad –en lo que era la utopía social del momento– para todos los pueblos y hombres a los que sienten suyos y de los cuales se erigen en representantes y conductores”. […] Las armas de la revolución Ese ejército fue creando la logística necesaria a sus fines. Así como los revolucionarios franceses durante los días previos a la toma de la Bastilla, lograron la fabricación de 12


cerca de 50.000 picas, armar a decenas de miles de ciudadanos y recolectar gran cantidad de pólvora, así los patriotas americanos aportaron lo suyo. […] En cuanto al norte del subcontinente, en Venezuela prácticamente no existía una industria de guerra, más allá de pequeños establecimientos artesanales para la reparación de armas y fabricación de algunas piezas sencillas, y algunas pequeñas fábricas de pólvora. De manera que los primeros recursos para hacerse de armas fueron las acciones por las cuales los patriotas conquistaban armas enemigas. […] Otra vía fue el trueque: pagar armas con mulas, frutas, ganado, etc., operaciones que se realizaban preferentemente en las Antillas; luego se introducían en el continente por vía de las pocas flotillas republicanas con las que se podía contar, cuando no por medio de corsarios armados y amparados por los patriotas. El problema consistía en conseguir los recursos necesarios para tales fines: Bolívar no vaciló en decretar contribuciones forzosas, requisas de ganado, confiscaciones, toma de alhajas y joyas de las iglesias; de no haberlo decidido él, lo hubieran hecho los realistas para su bando. Bolívar lo justificaba así: Dinero sacado a fuerza de bayonetas. Ya desde Guayana, Bolívar enviaba instrucciones que rezaban: Pólvora y plomo con preferencia a todo, mostrando así la necesidad primaria a resolver para poder desplegar la guerra con eficacia. La Inteligencia Otro atributo esencial para un ejército moderno era el de la Inteligencia. Había antecedentes en nuestras luchas sobre el tema; por ejemplo la inteligencia que Micaela Bastidas, esposa y lugarteniente de Túpac Amaru, desplegara a favor del Inca. Mariano Moreno, en su Plan de Operaciones, da instrucciones sobre cómo y dónde deben desplegar su actividad los espías. Pero el primer jefe militar en el Río de la Plata que comenzó a desarrollar labor de inteligencia y contrainteligencia fue Manuel Belgrano en su campaña al norte, designando espías y “bomberos” que lo informaban permanentemente sobre los movimientos enemigos. […] Güemes, Juana Azurduy y los caudillos de la llamada guerra de las Republiquetas, utilizaron estos métodos en sus acciones. San Martín fue un maestro en esto; no sólo continuó en el norte la práctica instaurada por Belgrano, cuando lo reemplazó, sino que desde Cuyo y luego en Chile y Perú, utilizó la inteligencia y la contrainteligencia entre sus tácticas principales. […] Gracias a una labor de espionaje, San Martín y O’Higgins se enteraron de la salida desde Cádiz de un contingente de 2.000 españoles que enviaba Fernando VII en 9 transportes, convoyados por la magnífica fragata de guerra María Isabel, con destino a Talcahuano. Idearon un plan gracias al cual lograron capturar, en las aguas cercanas a la ciudad chilena, a la mencionada fragata y a cinco transportes, haciendo además 700 prisioneros. […] Tanto Bolívar como San Martín, utilizaron los servicios de sus amantes, Manuela Sáenz y Rosita Campusano respectivamente, para conseguir informaciones que éstas lograban entre los círculos sociales. El papel de la guerrilla Desde el vamos don José de San Martín tuvo incorporado el valor que representan las guerrillas en una guerra convencional. Seguramente lo convencieron de esto las experiencias de las guerrillas españolas frente al invasor francés […].

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Marx analiza este fenómeno de las guerrillas en España contra el francés: “Igual que don Quijote protestaba con su lanza contra las armas de fuego, así se enfrentaron las guerrillas con Napoleón, pero con otro resultado. Hay que distinguir tres períodos en la historia de la guerrilla. En el primer período tomó las armas la población de provincias enteras y se lanzó a la guerrilla como en Galicia y Asturias. En el segundo período, guerrillas constituidas por los restos de los ejércitos españoles, por desertores españoles de los ejércitos franceses, contrabandistas, etc., continuaron la guerra como asunto propio, independientemente de toda ajena disciplina y en función de su inmediato interés. Fueron además la base para que el pueblo se armara. Los franceses se veían obligados a estar constantemente armados contra un enemigo que en cada momento huía y reaparecía, presente en todas partes y siempre invisible tras el telón de las montañas. En su tercer período las guerrillas afectaron la organización de un ejército regular, hincharon sus unidades hasta los 3.000-6.000 hombres y dejaron de ser asunto de la población entera para caer en manos de unos cuantos caudillos que las utilizaron según convino a sus propios intereses”. Estos fueron los antecedentes que arraigaron en las concepciones de la guerra en América. […] En Chile, San Martín empleó este recurso guerrillero para distraer a las fuerzas españolas, mientras él completaba la preparación de su ejército en Mendoza, tratando en lo posible de provocar levantamientos parciales que mantuvieran al enemigo en constante movimiento e inquietud. El héroe de aquella gesta fue un abogado chileno, don Manuel Rodríguez, quien fomentó la resistencia. […] Similares programas reivindicativos Los programas revolucionarios fueron, y lo son hoy como documentos históricos, los testimonios más cabales de los procesos que sustentaron. Más que las batallas, que los personajes protagónicos y sus conductas y discursos, más que las organizaciones y los símbolos de la época. Un programa siempre es un grito anticipatorio, una suma de infinitas aspiraciones sintetizadas, que se materializan en un líder, en un ejército, en una subrepticia resistencia colectiva y anónima. Puede o no concretarse, triunfar o ser derrotado, pero nunca borrarse de la memoria colectiva que lo conmemorará en el primer caso, o lo preservará en sus entrañas para pasarlo de generación en generación, en el segundo, con la perseverancia de los vencidos que saben esperar. La similitud que presentan los diversos programas revolucionarios de la época, elaborados por distintos protagonistas en distintas regiones, es una prueba más de la manifestación del fenómeno de una única revolución de carácter continental. Las reivindicaciones indígenas tuvieron una impronta fuerte, tanto en los programas de líderes naturales de los pueblos originarios, como en los de los criollos que se alzaron contra España. Túpac Amaru, al sublevarse, lo hizo en primer lugar contra los odiados “corregidores”, planteando la extinción de tales funcionarios; junto con ello exigió la supresión de la mita, la eliminación de los obrajes y demás formas de explotación. Un objetivo no explícito en sus proclamas, con el objetivo de no indisponerse con los españoles americanos que el Inca quería ganar para su causa, era el de que los indios deberían hacerse dueños de las haciendas. […] Hidalgo tuvo un programa de profundas transformaciones sociales, entre cuyos puntos figuraban la anulación del sistema de castas, la confiscación de los bienes europeos, la eliminación de los monopolios y la reforma agraria. Su continuador fue otro cura rural, José María Morelos, ex lugarteniente de Hidalgo. […]

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Prácticamente en todos los programas de los líderes independentistas: Moreno, Castelli, San Martín, Sucre, Bolívar, O’Higgins, Santa Cruz, etc., figuran las reivindicaciones más sentidas de indígenas, mestizos y demás sectores del pueblo. La lucha por la libertad de los esclavos, también fue bandera de todos los patriotas revolucionarios. […] En la política agraria, que se propiciara en toda América insurrecta, podemos mencionar a Artigas y su concepción agraria bajo el principio de que los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suerte de estancia. […] Bolívar conformó una verdadera política agraria con sus medidas de reparto de la tierra a los soldados y oficiales del Ejército, y su defensa de las comunidades indígenas para que mantengan las suyas. En Cuyo, San Martín pudo aplicar el espíritu del Plan de Operaciones de Moreno: bases para un desarrollo industrial autónomo y pionero de la industria metalúrgica, con los objetivos de la guerra. […] Un gran número de capitales que pertenecían a la extinguida Inquisición, y a los jesuitas expatriados, se han aplicado a la instrucción pública nos cuenta Monteagudo. Igual concepción desarrollaría Bolívar, bajo la orientación de su maestro Simón Rodríguez. […] Como se puede concluir de la lectura de esta rápida e incompleta reseña, estos próceres y tantos otros, tuvieron posiciones claras y contundentes en cuanto a lo que había que hacer en nuestras tierras para consolidar la independencia, erradicar las rudas realidades impuestas durante siglos por el colonialismo español, y crear las condiciones para la construcción de una nueva sociedad, más acorde con el nuevo mundo y que a su vez tuviese bien marcada la impronta de su particularidad americana. Capítulo IV La simultaneidad de la revolución […] A la luz de tan prolongados segmentos que definen a los estadios civilizatorios o grados sociales alcanzados, hablar de simultaneidad de una revolución que tuvo por escenario todo el subcontinente, parece algo raro, inusual, pero efectivamente así ocurrió. Nos referimos a la revolución que, en términos generales se extendió durante quince años (1809-1810 / 1825-1826), tomando el periodo que va desde los primeros estallidos contra la institucionalidad colonial (Chuquisaca el 25 de mayo de 1809; Caracas, abril de 1810), hasta el triunfo final de los patriotas en la batalla de Ayacucho, 1825 y la realización del Congreso de Panamá de 1826. En el vertiginoso tiempo de quince años se completó casi totalmente la liberación de nuestras tierras, con la excepción de Cuba y Puerto Rico, hablando de Hispanoamérica. Dos de nuestras repúblicas no se incluyen en esta etapa; justamente ambas son los extremos de un periodo más amplio, que de todas maneras no alcanza a abarcar un siglo completo: Haití, liberada en 1804 y Cuba en 1898. Una revolución resuelta en quince años, en los principios del siglo XIX, presupone una vorágine social, un volcán en erupción cuya lava se extiende irrumpiendo en todo el espacio territorial en forma incontenible. El concepto “revolución simultánea” se refuerza pensando en los adelantos científicos y tecnológicos disponibles entonces, en relación a nuestra modernidad. Pensemos que en aquellas colonias, un jinete con un parte de guerra que tuviese que partir desde Lima, tardaba más de dos meses en llegar a Caracas. San Martín, a su regreso de la entrevista con Bolívar en Guayaquil, tardó 24 días en arribar por mar a El Callao. En Buenos Aires 15


se enteraron de la usurpación de nuestras islas Malvinas por parte de los piratas ingleses, más de una semana después de producido el despojo. […] Las chispas de la gran hoguera, además de las del Río de la Plata, fueron las siguientes: Quito En la provincia de Quito gobernaba con el título de presidente el general español Manuel Urriez, quien ante el descontento reinante en 1809 decretó algunas prisiones por simples sospechas. Varios vecinos prepararon un complot, encabezado por el capitán don Juan Salinas. El 10 de agosto de 1809 Urriez fue apresado, formándose una junta gubernativa. El gobierno duró poco más de dos meses, sobreviniendo luego una feroz represión de los realistas, quienes fusilaron a muchos patriotas. Se entró de lleno a la lucha más general. Fue uno de los primeros movimientos por la independencia. El Acta que los alzados hicieron aprobar entre los patriotas señalaba, entre otras consideraciones: Nos los infrascritos diputados del pueblo, declaramos solemnemente haber cesado en sus funciones los Magistrados actuales de esta Capital y sus provincias. Dicen luego de tratar que se unan los pueblos de Guayaquil, Popayán, Pasto, Barbacoas y Panamá, que ahora dependen de los virreinatos de Lima y Santa Fe, (a) los cuales se procurará atraer (para componer) una Junta Suprema que gobierne interinamente a nombre y como representante de nuestro legítimo Soberano, el señor don Fernando VII. No descuidaban la necesidad de ir armando a los patriotas: Siendo absolutamente necesaria una fuerza militar competente para mantener el Reino en respecto, se levantará prontamente una falange, compuesta de batallones de infantería, y montará la primera compañía de granaderos, quedando por consiguiente reforzadas las dos de infantería, y el piquete de dragones actuales. Dada y firmada en el Palacio Real de Quito, a diez de agosto de mil ochocientos nueve. Caracas La capitanía general de Venezuela fue también pionera en cuanto a declarar la independencia de España. En abril de 1810 llegó a Caracas la noticia que informaba que los franceses habían invadido Andalucía y dispersado la Junta Central. Los revolucionarios obligaron a renunciar al capitán general Emparán y crearon una Junta de Gobierno. España declaró en rebeldía a los venezolanos y decretó un riguroso bloqueo. La Junta Revolucionaria convocó en junio a un congreso general de todas las provincias, el que se reunió en Caracas el 2 de marzo de 1811. El 5 de julio se firmó el acta que declaraba libre de España a las Provincias Unidas de Venezuela. La bandera amarilla, azul y roja que Miranda usara en su campaña de 1806, fue adoptada como bandera de Venezuela. Comenzaba también allí el proceso de la lucha revolucionaria. Cartagena y Santa Fe La hoguera se extendía por Nueva Granada. El virrey Amar, receloso, envió a prisión al gran patriota don Antonio Nariño, junto a otros. En Cartagena, el Cabildo, apoyado por el pueblo y las tropas, el 22 de mayo de 1810, apresó al gobernador con el pretexto de que era simpatizante de los franceses, y lo desterró embarcándolo rumbo a La Habana. Nombró a otro oficial en su reemplazo. En la provincia del Socorro fusilaron a jóvenes sublevados. El 20 de julio de 1810 el pueblo de Bogotá se reunió en la plaza mayor exigiendo un Cabildo Abierto; el virrey tuvo que aceptar. Lo curioso es comprobar la similitud de este proceso con el sucedido en Buenos Aires apenas dos meses antes: se formó una Junta presidida por el virrey; éste duró pocos días en su cargo; fue depuesto junto a tres

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de los oidores, y todos ellos remitidos a Cartagena con la intención de enviarlos a España. México El 16 de setiembre de 1810, el cura Miguel Hidalgo comienza desde Dolores, su revolución indígena y popular, sustentada en un ejército de hijos de la tierra que, en octubre, alcanza los 60.000 efectivos. “Era una revolución desde abajo, y sus fuerzas caían sin control sobre el orden existente. Hidalgo se instala en Guadalajara, la que se convierte en capital de la revolución; desde allí da a conocer varios decretos que sustentan su concepción”. Centroamérica Hubo un intento en San Salvador, en noviembre de 1811, encabezado por el cura José Matías Delgado, quien secuestró al intendente y se apoderó de las armas; fue rápidamente sofocado. Otro intento fracasado ocurrió en diciembre en Granada, donde los españoles lograron derrotar a un millar de criollos sublevados. Alto Perú Ante el encarcelamiento en Charcas de los agitadores Manuel y Jaime Zudáñez, el pueblo atacó el palacio del presidente el 26 de mayo de 1809, venciendo a la guardia y destituyendo y encarcelando al teniente general Pizarro. El gobierno civil fue confiado al oidor decano de la Real Audiencia, y el militar al coronel don Juan Antonio Álvarez de Arenales, español que se pasara a las filas revolucionarias y que tuviera una destacada actuación en el segundo ejército libertador comandado por San Martín. En estos sucesos comenzó su actuación revolucionaria Bernardo Monteagudo. El ejemplo de Charcas cundió en La Paz, donde los revolucionarios depusieron a las autoridades, formando Junta propia y una columna de tropas para defenderse. […] Las independencias formales […] A medida que se van dando las condiciones, se van proclamando las distintas independencias de las nuevas repúblicas. Argentina: Se declara la independencia en Tucumán, en 1816, con la denominación de Provincias Unidas de Sudamérica (lo que demostraba la visión de integralidad y unidad); se cumplía así con el viejo anhelo de los revolucionarios, quienes desde Moreno y Monteagudo, venían exigiendo la independencia para poder iniciar así un camino sin retorno. […] Chile: En medio de situaciones críticas que mostraban que no estaba aún resuelto el resultado de la guerra de liberación, O’Higgins ordenó que en todos los cuarteles de cada ciudad se abriesen dos registros; uno en el que deberían firmar todos los que estuviesen de acuerdo en la declaración inmediata de la independencia, y el otro para los que sostuvieran posición contraria. El resultado fue obvio. A principios de febrero de 1818 O’Higgins, acampado en Talca, firmó el acta de independencia, la que fue jurada el 12 de febrero de dicho año, primer aniversario de la victoria de Chacabuco. […]

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Perú: En los primeros días de julio de 1821 el virrey La Serna abandona Lima con sus tropas, para intentar la resistencia desde las sierras. El día 12 San Martín hace su entrada triunfal. Su decisión fue que el propio pueblo peruano decidiera qué rumbo tomar, para lo cual envió la siguiente nota al Ayuntamiento local: Deseando proporcionar cuanto antes sea posible la felicidad del Perú, me es indispensable consultar la voluntad de los pueblos. Para esto espero que V.E. convoque una junta general de vecinos honrados, que representando al común de habitantes de esta capital, expresen si la opinión general se halla decidida por la Independencia. […] Bolivia: El general patriota don José Miguel Lanza se había apoderado de la ciudad de La Paz el 25 de enero de 1825. Desde allí declaró la independencia no sólo de España sino también del Perú y de las Provincias Argentinas. Cuando Sucre entró en La Paz, decidió convocar una asamblea de diputados para que decidiera finalmente reunida en Chuquisaca, el 10 de agosto de 1825, la asamblea declaró que el Alto Perú se erigía en estado independiente de todas las naciones del antiguo y del nuevo mundo. Posteriormente tomaría el nombre de República de Bolívar, cambiado luego por el de Bolivia. Uruguay: Treinta y tres emigrados uruguayos invaden la Banda Oriental, habiéndose embarcado secretamente en Buenos Aires, el 10 de abril de 1825. Dos meses después toda la Banda Oriental estaba sobre las armas. Se logró formar un gobierno provisorio en la villa de la Florida, desde donde fue proclamada la independencia de todo el Uruguay. […] Capítulo V Objetivos estratégicos de la revolución En 1844, en su trabajo “Conveniencia y Objetos de un Congreso General Americano”, nos reprochaba Juan Bautista Alberdi: La América está mal hecha, señores, si me es permitido emplear esta expresión. Es menester recomponer su carta geográfico-política, se ha formado y disuelto la República de Colombia; se ha dividido el Perú; se ha creado la República Oriental; el Paraguay se ha hecho Estado aparte. Verdad tenía el argentino: la América había quedado mal hecha porque el sueño de los libertadores, de los que lucharon por la independencia, venciendo en los campos de batalla y siendo derrotados luego por los espíritus de localías, había quedado sepultado temporariamente por las oligarquías nacientes. Alberdi fundamenta la necesidad de la recomposición, de la unidad, tomando los argumentos que Guizot desarrolla en su Histoire de la civilisation en France: En la vida de los pueblos –dice Guizot– la unidad externa, visible, la unidad de nombre y de gobierno, aunque importante, no es la principal, la más real, la que constituye verdaderamente una nación. Hay una unidad más profunda, más poderosa: es la que resulta, no de la identidad de gobierno y destino, sino de la similitud de elementos sociales, de la similitud de instituciones, de costumbres, de ideas, de sentimientos, de lenguas; la unidad que reside en los hombres mismos que la sociedad reúne, y no en las formas de su acercamiento; la unidad moral en fin, muy superior a la unidad política; y la única que es capaz de fundarla. Y refuerza Alberdi lo anterior: Pero esta grande y poderosa unidad moral envuelve en su seno a los estados americanos de origen español. La unidad moral, las similitudes, son las mismas que nos contaba el Che en su Mensaje: Lenguas, costumbres, religión, amo común, los unen. Pero también la historia, la geografía, las artes, la cultura, la música, y una forma especial de sentirnos distintos 18


ante y en el mundo. Todo eso hizo y hace a un patriotismo y solidaridad nuestroamericanos. Unidad no significa homogenización o “unidad monolítica”, como bien aclara Luis Alberto Sánchez: “No reacciona México igual que Perú ante la España monárquica, o ante el hecho de la conquista española, Argentina no coincide con México, Perú o Guatemala, respecto al legado indígena. La actitud frente a la Iglesia es diversa en México, Chile, Ecuador y Venezuela. Esto que ocurre con asuntos de tanta trascendencia, afecta el modo de ser y existir de cada uno de dichos países, o sea, del conjunto de América latina”. “Pero, subrayar semejantes discrepancias no implica negar la unidad discordante en que se basan. El precepto clásico de ‘unidad en la variedad’ rige aquí también. El de unidad monolítica carece de aplicación y de sentido. Si la tuviéramos, no habríamos soportado la presión de un poder imperial vecino y prepotente, cuya fuerza descansa en la desunión nuestra, desunión que en términos continentales, significa inexistencia del fundamento mismo del ser continental”. Esa búsqueda y anhelo de la unidad tuvo su intento máximo en aquel Congreso Anfictiónico de Panamá, convocado por Bolívar en 1825 y realizado en 1826; pero ese intento iba, de movida, a contramano de los intereses de los Estados Unidos, de Inglaterra y de las oligarquías vernáculas vendepatrias. Por eso mismo fracasó. Aunque ese anhelo perduraría y tendría impulsores en las distintas etapas posteriores. El peligro que significaron los Estados Unidos para las jóvenes repúblicas, y la conciencia sobre la existencia del mismo, precisa Retamar, “no quiere decir que, desde el propio Bolívar no haya habido vigorosos precursores de esta actitud. Baste recordar al chileno Francisco Bilbao (1823-1865), quien en su ‘Iniciativa de la América. Idea de un congreso federal de las repúblicas’, conferencia leída en París en 1856, retoma la idea bolivariana de una confederación de pueblos latinoamericanos para impedir que sigan cayendo fragmentos de América en las mandíbulas sajonas del boa magnetizador, que desenvuelve sus anillos tortuosos. Ayer Texas, después el norte de México y el Pacífico, saludan a un nuevo amo”. “Bilbao llega a exclamar estas palabras, que tanto recuerdan a las que escribirá Martí en 1889: Ha llegado el momento histórico de la unidad de la América del Sur; se abre la segunda campaña, que la independencia conquistada agregue la asociación de nuestros pueblos”. Las ideas en las proclamas Algunos de los precursores de las ideas revolucionarias e integracionistas, sin con ello agotar el tema, fueron: Francisco de Miranda. Sin duda alguna, el precursor de las ideas de la unidad americana, fue el venezolano Francisco de Miranda (1750-1816); de él bebió su inspiración Simón Bolívar. […] En el Proyecto de Constitución para las Colonias Hispanoamericanas, redactado en Londres en 1798, Miranda afirma que éstas integrarán un Estado, cuyo límite norte será el río Missisippi y el sur, el Cabo de Hornos”. Egaña-Morelos En Chile, don Juan Egaña presentó al poder revolucionario una propuesta que consignaba la necesidad de que todos los pueblos americanos lograran una federación que los hiciera fuertes ante el enemigo europeo. En México, bajo la influencia del

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caudillo popular, cura revolucionario, José María Morelos, un Congreso reunido en Apatzingán promulgó el llamado Decreto Constitucional Para La Libertad de América. Mariano Moreno En nuestro Río de la Plata, Mariano Moreno dejó plasmado en su Plan de Operaciones su concepción al respecto, planteando la necesidad de la conquista de todo el Río Grande en el Brasil. En el artículo 9° de dicho Plan, inciso 1°, escribe: Estando todo el Río Grande en el estado de revolución según y conforme llevo expresado, e internadas en sus pueblos nuestras tropas, con antelación deben haberse tomado las providencias para que, al mismo tiempo del principio de estas operaciones, salga de Montevideo una fuerza naval de diez y seis a veinte buques armados y tripulados, para que dirigiéndose al Río Grande, ocupando su barra, bloqueen no sólo el puerto impidiendo la salida, sino también para estorbar cualquier socorro que pudiera entrarle de alguna otra provincia. Inciso 8°: En los mismos términos y en igual forma, bajo las mismas proposiciones, debe de proponerse este mismo convenio (se refiere al que reglamenta la entrega de terrenos a las familias pobres que quieran ir a poblar la Banda Oriental), a las familias pobres de la Banda Oriental, de Montevideo y Capital de Buenos Aires, que quieran ir a poblar los territorios del Río Grande, para de esta manera introducir en dichos destinos el idioma castellano, usos, costumbres y adhesión al Gobierno, pues ya en estas circunstancias se deberá haber allanado todas las dificultades, y, levantando nuestra bandera en aquellos destinos, declararlos como provincias unidas de la Banda Oriental y Estado Americano del Sud. El Libertador del Sur A San Martín debemos concebirlo inmerso en ese vasto proceso continental. Vino a América a ponerse al servicio de la causa americana. Creó y desarrolló hasta el grado de aptitud para vencer, un Ejército de Liberación, el Ejército de los Andes, que no era argentino sino americano. En sus proclamas y discursos está claro cuál era la concepción de guerra de liberación del general San Martín: Ante la causa de la América está mi honor; yo no tendré patria sin él, dijo en Santiago de Chile el 16 de enero de 1819. En Valparaíso, en julio de 1820 afirmaba: El general San Martín sólo desenvainará la espada contra los enemigos de la independencia de Sud América. En Lima, ya en enero de 1822: Tiempo ha que no me pertenezco a mí mismo, sino a la causa del continente americano. […] Bernardo Monteagudo […] Bernardo Monteagudo tuvo sobre América las mismas ideas y esperanzas que San Martín y Bolívar. A aquél lo siguió como Auditor de Guerra, pero más como ideólogo de planes y proclamas, hasta la mismísima Lima, donde asumió las funciones mencionadas más arriba en el gobierno que San Martín encabezó con el título de Protector. Con Bolívar trabajó en el gran proyecto de realización de un congreso americano que sentara las bases de la unidad política, económica y militar del continente. El chileno Vicuña Mackenna, en su trabajo Unión y Confederación, publicado en Santiago en 1862, dice al hablar del personaje que nos ocupa: Un hombre grande y terrible, restando méritos a otros que los tuvieron muy grandes, concibió la colosal 20


tentativa de la alianza entre las repúblicas recién nacidas, y era el único capaz de encaminarlas a su arduo fin. Monteagudo fue ese hombre. Muerto él, la idea de la Confederación Americana que había brotado en su poderoso cerebro se desvirtuó por sí sola. Resulta exagerada esta afirmación, a la luz de la concepción y el accionar que Simón Bolívar desarrollara en aras de la Confederación y de las medidas concretas que tomara para reunir a los nuestroamericanos en el congreso anfictiónico, pero no deja de ser un reconocimiento a alguien que tuvo ese objetivo como una de las metas principales de su vida. El pensamiento de Monteagudo queda plasmado en su Ensayo sobre la necesidad de una Federación General entre los estados hispanoamericanos y plan de su organización, escrito en Quito en 1823. Allí plantea que la idea de una Liga General contra el común enemigo ha sido uno de los deseos más antiguos de los revolucionarios. El Ensayo ubica la necesidad de conformar una Liga Americana llamada a concluir un verdadero pacto: Esta obra pertenece a un congreso de plenipotenciarios de cada Estado que arreglen el contingente de tropas y la cantidad de subsidios que deben prestar los confederados en caso necesario. En la concepción del tucumano, la dirección en grande de la política interior y exterior de la confederación debe estar a cargo de la asamblea de sus plenipotenciarios, para que ni se altere la paz ni se compre su conservación con sacrificio de las bases o intereses del sistema americano. Ubicaba así con claridad al órgano supremo de gobierno de la soñada confederación; y preveía las dificultades con que esa asamblea se tendría que enfrentar en el plano interno, al señalar: Sólo aquella misma asamblea podrá también con su influjo y empleando el ascendiente de sus augustos consejos mitigar los ímpetus del espíritu de localidad que en los primeros años será tan activo como funesto. Ese “espíritu de localidad” fue, en definitiva, el que promovió el asesinato del joven patriota en una oscura calle de Lima, en 1825, cuando el Congreso de Panamá ya había sido convocado y Monteagudo se perfilaba como uno de los delegados que Bolívar enviaría al mismo. José Cecilio del Valle Monteagudo conocía, al momento de escribir el Ensayo mencionado, el trabajo que había publicado en marzo de 1822 el guatemalteco José Cecilio del Valle en su periódico El Amigo de la Patria, publicado en Guatemala. Se desprende, leyendo al argentino, que se inspiró en del Valle. En dicha obra, el gran patriota centroamericano planteaba, entre otras cuestiones: Oíd, americanos, mis deseos. Los inspira el amor a la América que es vuestra cara patria y mi digna cuna. Yo quisiera: 1° Que en la provincia de Costa Rica o de León se formase un Congreso general, más expectable que el de Viena. 2° Que cada provincia de una y otra América mandase para formarlo sus diputados o representantes con plenos poderes para los asuntos grandes que deben ser el objeto de su reunión. 6° Que fijándose en estos objetos formasen: 1°: la federación grande que debe unir a todos los Estados de América; 2°: el plan económico que debe enriquecerlos. 7° Que para llenar lo primero se celebrase el pacto solemne de socorrerse unos a otros los Estados en las invasiones exteriores y divisiones intestinas; que designase el contingente de hombres y dinero con que debiese contribuir cada uno al socorro del que fuese atacado o dividido y que para alejar toda sospecha de opresión, en el caso de guerra intestina, la fuerza que mandasen los demás Estados para sofocarla se limitase 21


únicamente a hacer que las diferencias se decidiesen pacíficamente por las Cortes respectivas de las Provincias divididas y obligarlas a respetar la decisión de las Cortes. 8° Que para lograr lo segundo, se tomasen las medidas, y se formase el tratado general de Comercio en todos los Estados de América. La América entonces; la América, mi patria y la de mis dignos amigos, sería al fin lo que es preciso que llegue a ser: grande como el Continente por donde se dilata; rica como el oro que hay en su seno; majestuosa como los Andes que la elevan y engrandecen. Estas altas ideas ya se militaban entonces en las Provincias Unidas del Centro de América. El Libertador del Norte “Treinta y tres años después de Miranda, dos años después de Bello, doce años antes de Sucre, nace Bolívar en la misma Venezuela de ellos”. […] Simón Bolívar independizó seis repúblicas. Como el otro Libertador, cruzó la cordillera para guerrear a los realistas. Fue un apasionado luchador contra la esclavitud. Con igual fervor defendió las comunidades indígenas contra los atropellos de “los curas y jefes civiles”, y se preocupó por la instrucción pública. Ya en 1815 (dentro del tiempo de “creer” de Uslar Pietri), en su Carta de Jamaica, plantea su concepto y convicción sobre la unidad americana: Es una idea grandiosa pretender formar de todo el nuevo mundo una sola nación con un solo vínculo que una sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería tener, por consiguiente, un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse. “¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos!”. Once años después se realizará el famoso congreso anfictiónico en Panamá. Bolívar tenía preocupaciones, en medio de la lucha independentista, sobre la reacción militar que podría emprender desde Europa la Santa Alianza, pero además tenía claridad sobre el peligro que representaba el expansionismo creciente de los Estados Unidos. La primera señal fue la posición de “neutralidad” en la guerra de América contra España por parte del coloso norteño; en ningún momento de la revolución hispanoamericana Estados Unidos reconoció la beligerancia de la misma. Quedó a la expectativa a la espera del resultado de esa guerra; una vez conocido ese resultado, obraría a los efectos de sacar provecho del mismo. […] La política imperialista hacia las Floridas, México, Cuba y Puerto Rico preocupaba al Libertador. Los hechos posteriores confirmarían esta preocupación, por lo que Bolívar tuvo la decisión de no invitar a los Estados Unidos al congreso de Panamá. Su visión de estadista quedó plasmada en el “Discurso de Angostura”, su documento más importante. En él alertó contra la imitación de instituciones foráneas que no se adaptan a nuestra realidad. Sólo la Democracia, en mi concepto, es susceptible de una absoluta Libertad, debo decir que ni remotamente ha entrado en mi idea asimilar la situación y naturaleza de los Estados, tan distintos como el Inglés Americano y el Americano Español. ¿No sería muy difícil aplicar a España el Código de Libertad política, civil y religiosa de Inglaterra? Pues aun es más difícil adaptar en Venezuela las Leyes del Norte de América. ¿No dice el Espíritu de las leyes que éstas deben ser propias para el Pueblo en que se hacen? ¡He aquí el Código que debíamos consultar, y no el de Washington! […]

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El Congreso Anfictiónico En diciembre de 1824, desde Lima, Simón Bolívar envía la convocatoria al congreso de la unidad americana, mediante una circular que lleva el signo distintivo del estilo de Monteagudo, a la sazón directo colaborador del Libertador. Después de quince años de sacrificios consagrados a la libertad de América, por obtener el sistema de garantías que, en paz y guerra, sea el escudo de nuestro nuevo destino, es tiempo ya de que los intereses y relaciones que unen entre sí a las Repúblicas americanas, antes colonias españolas, tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la duración de estos Gobiernos. Tan respetable autoridad no puede existir sino en una Asamblea de Plenipotenciarios nombrados por cada una de nuestras Repúblicas, y reunidos bajo los auspicios de la victoria, obtenida por nuestras armas contra el poder español. La batalla postrera de Ayacucho creaba las condiciones para esto. La armadura vertebral de la asociación perpetua ideada por el Libertador se componía, según Indalecio Liévano Aguirre, de la siguiente manera: 1) La Liga se integraría exclusivamente con las repúblicas que antes fueron colonias españolas. 2) La Liga […] debía tener el carácter de una asociación perpetua, única forma de que […] desempeñara su tarea esencial de organismo aglutinante de la hermandad histórica de las sociedades hispanoamericanas. 3) La Liga debía disponer de sus propios órganos institucionales permanentes, de carácter supranacional. 4) La Liga hispanoamericana debía tener su propia sede territorial, designada por tratados especiales. 5) Debería darse plena vigencia, en los tratados constitutivos de la Liga, al principio del uti possidetis juris, en virtud del cual se reconocía que las fronteras de las repúblicas hispanoamericanas eran las mismas de los antiguos virreinatos, audiencias y capitanías españolas. 6) Los tratados constitutivos de la Liga debían obligar expresamente a las partes a no contraer alianzas con países no miembros sin obtener previamente el asentimiento de la Liga. 7) Avanzar sin vacilaciones en el proceso de construir las bases legales de la ciudadanía hispanoamericana. 8) Establecer un régimen de comercio preferencial entre los países miembros de la Liga. 9) La Liga Confederal debía disponer […] de un poder militar propio, de una capacidad ofensiva y defensiva, que sólo le sería dable adquirir si los tratados constitutivos de la misma la dotaban de fuerzas militares, de mar y tierra, a órdenes de sus organismos directivos. 10) Reclamar no sólo una homogeneidad cultural […] sino también una homogeneidad de principios políticos y de organización social.

Obviamente estos postulados progresistas y adelantados para la época de monarquía absoluta o constitucional, iban a contramano de los intereses del Viejo Mundo y de los Estados Unidos, la democracia esclavista del norte. Por ello fue que conspiraron para boicotear todo lo posible al congreso. En Panamá deliberan, desde el 22 de junio hasta el 15 de julio de 1826, los delegados de Colombia (que comprendía a Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá); el Perú (Perú y Bolivia); Centroamérica (representaba a Guatemala, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras) y México. Chile no llegó a nombrar a sus delegados y las 23


Provincias Unidas del Río de la Plata, si bien nombró representante, éste nunca llegó a Panamá. Hubo observadores de Gran Bretaña, Holanda, Brasil. Inglaterra enviaba su delegación a los efectos de conocer in situ la influencia de EE.UU. sobre los nuevos estados hispanoamericanos. Estados Unidos fue invitado por Francisco de Paula Santander y por el presidente de México, pese a la oposición de Bolívar. Santander le había escrito a Bolívar justificando esta maniobra: he creído conveniente invitarlos a la augusta asamblea de Panamá, pues yo estoy firmemente persuadido que entre los aliados esos sinceros e ilustrados amigos no dejarán de ver con satisfacción tomar parte en nuestras deliberaciones sobre asuntos referentes a nuestro común interés. Fue una traición solapada hacia las ideas del Libertador. La concepción de Santander era incluir en la futura Federación a Estados Unidos y Haití. Meses antes del Congreso, el presidente Adams, en su mensaje al Parlamento en Washington, señalaba entre otras cuestiones: La invasión de ambas islas (se refiere a Cuba y Puerto Rico) por las fuerzas unidas de México y Colombia se halla abiertamente entre los proyectos que se proponen llevar adelante en Panamá los Estados belicosos. De allí que sea necesario mandar allí representantes que velen por los intereses de los Estados Unidos respecto de Cuba y Puerto Rico (los intereses eran los esclavistas fundamentalmente), todos nuestros esfuerzos se dirigirán a mantener el estado de cosas existente, la tranquilidad de las islas y la paz y seguridad de sus habitantes. Estados Unidos nombró sus representantes tardíamente; uno de ellos murió en el viaje a Panamá y el otro llegó tarde. De todas maneras no cejaron de tener agentes en todos los países que operaban de acuerdo a sus intereses. Los delegados hispanoamericanos firmaron los siguientes documentos: un tratado de Unión, Liga y Confederación perpetua entre los Estados Unidos Mexicanos, Colombia, Centroamérica y Perú. Una Convención sobre contingentes militares, especificando los aportes de cada república en hombres y dinero para el Ejército y la Armada de la Confederación, y un Convenio sobre el traslado de la Asamblea General a la villa de Tacubaya en México. Los acuerdos logrados en Panamá nunca fueron ratificados por las autoridades de cada república; las causas fueron que ya los “espíritus de localía” denunciados en su momento por Monteagudo, o sea los intereses de las oligarquías regionales que comenzaban a echar raíces en el poder, no tenían interés alguno en delegar ese poder en un organismo supranacional; junto con eso, las guerras civiles comenzaban a asolar a las jóvenes repúblicas. Las potencias europeas y los Estados Unidos colaboraron diplomática, política, económica y militarmente, para que la soñada unidad bolivariana no se concretara. Señala Manuel Medina Castro: “Tacubaya fue la tumba de todos los planes confederales. Gual describe en su informe un cuadro sobrecargado de tonos sombríos. Venezuela se debate al borde de la guerra civil. Cartagena reclama una Convención. El istmo quiere ser país hanseático. Otros departamentos han desconocido al gobierno de Bogotá. Colombia avanza rápidamente a la disolución. El caos se extiende por todo el continente americano. En Lima se alza la división colombiana. Chile no acierta a constituirse. Buenos Aires está absorbido por la guerra con Brasil. México vive su propia crisis. El Salvador abandona el congreso centroamericano”. Sin hacer está aún lo que Bolívar quiso y no pudo. Como nos señala Martí: ¡Pero así está Bolívar en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado aún en la roca de crear, con el inca al lado y el haz de banderas a los pies; así está él, calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy: porque Bolívar tiene 24


qué hacer en América todavía! (del Discurso pronunciado en la velada de la Sociedad Literaria Hispanoamericana, el 28 de octubre de 1893). El monroísmo contra el bolivarismo No sólo hubo que vérselas contra España, la Santa Alianza e Inglaterra (esta última indirecta y directamente a veces), sino también contra los Estados Unidos quienes, desde el vamos, pusieron sus ojos delante de sus intereses de dominación sobre Hispanoamérica. Bolívar tuvo una posición clara contra el coloso que amenazaba desde el norte. Un encontronazo concreto lo tuvo en relación con el contrabando de armas de EE. UU. ayudando a los españoles contra los patriotas. EE.UU. negó ayuda en armas a las fuerzas de la emancipación, pretextando posición de “neutralidad”, pero se las vendía a España. Las fuerzas venezolanas lograron capturar en julio de 1817 a las goletas norteamericanas Tigre y Libertad, tomándolas con las manos en la masa. A partir de allí se inició toda una “guerra” diplomática, en la que Bolívar desnudó la política oportunista de los norteamericanos. En una de las tantas cartas que el Libertador envía o responde a míster Irvine, agente de los Estados Unidos, deja clara su posición: Desde el momento en que este buque (se refiere a la Tigre) introdujo elementos militares a nuestros enemigos para hacernos la guerra, violó la neutralidad, y pasó de este estado al beligerante; tomó parte en nuestra contienda a favor de nuestros enemigos, y del mismo modo que, si algunos ciudadanos de los Estados Unidos tomasen servicio con los españoles, estarían sujetos a las leyes que practicamos contra éstos, los buques que protegen, auxilian o sirven su causa deben estarlo y lo están. Al margen de este incidente, Bolívar tuvo claridad permanente sobre las ambiciones del preimperialismo de los EE.UU. Esto bien lo refleja su famosa definición de la carta a Patricio Campbell, del 5 de agosto de 1829: Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad. Había expresado su rotunda oposición a que el país del norte fuese invitado al congreso de Panamá: jamás seré de opinión de que los convidemos para nuestros arreglos americanos. En 1783 el ministro español conde de Aranda ya preveía hacia dónde marchaban los Estados Unidos, a pesar de que sólo llevaba siete años de existencia como país: El primer paso de esta potencia –pronosticó– será apoderarse de La Florida, a fin de dominar el golfo de México. Después aspirará a la conquista de este vasto imperio, que no podremos defender contra su potencia formidable establecida en el mismo continente. En 1823, en la etapa final ya de la guerra de emancipación en nuestra América, es presentada al Congreso de los Estados Unidos, la llamada “Doctrina Monroe” (“América para los americanos”), que denunciaba las ambiciones de ese país para apoderarse de territorios hispanoamericanos, alertando a los europeos a que no se inmiscuyan. Ya conspiraban para quedarse con La Florida, Texas, California, Nuevo México, Cuba y Panamá. En la práctica esta doctrina no funcionó jamás contra la política europea. Esa política agresiva la vivimos, a partir de entonces, todos los nuestroamericanos. En la Argentina, en 1832, la fragata de guerra Lexington con bandera de dicha potencia, incursionó bélicamente en las islas Malvinas; la suerte y la diplomacia inglesa no los ayudó, y al año siguiente eran los británicos los que se hacían dueños de esas islas claramente de soberanía americana. Refiriéndose a este tema de la Doctrina Monroe, el lúcido argentino José Ingenieros señalaba en su discurso en homenaje a José Vasconcelos, pronunciado el 11 de octubre de 1922, lo siguiente: 25


Si durante el siglo pasado pudo parecer la doctrina de Monroe una garantía para el “principio de las nacionalidades” contra el “derecho de intervención”, hoy advertimos que esa doctrina, en su interpretación actual, expresa el “derecho de intervención” de los Estados Unidos contra el principio de las nacionalidades latinoamericanas. De hipotética garantía se ha convertido en peligro efectivo. Llamamos hipotética su garantía en el pasado; los hechos lo prueban. ¿Impusieron los norteamericanos la doctrina de Monroe, en 1833, cuando Inglaterra ocupó las islas Malvinas, pertenecientes a la Argentina? ¿La impusieron en 1838 cuando la escuadra francesa bombardeó el castillo de San Juan de Ulúa? ¿La impusieron en los siguientes años cuando el almirante Leblanc bloqueó los puertos del Río de la Plata? ¿y en 1861, cuando España reconquistó a Santo Domingo? ¿Y en 1864, cuando Napoleón III fundó en México el imperio de Maximiliano de Austria? ¿Y en 1866 cuando España bloqueó los puertos del Pacífico? ¿Y cien veces más, cuando con el pretexto de cobrar deudas o proteger súbditos las naciones europeas cometían compulsiones y violencias sobre nuestras repúblicas, como en el caso, justamente notorio a los argentinos, de Venezuela?

Y agrega Ingenieros con una contundencia aún hoy vigente: Esa equívoca doctrina, que nunca logró imponerse contra las intervenciones europeas, ha tenido al fin por función asegurar la exclusividad de las intervenciones norteamericanas. Parecía la llave de nuestra pasada independencia y resultó la ganzúa de nuestra futura conquista: el hábil llavero fingió cuidarnos cien años, lo mejor que pudo, pero no para nosotros, sino para él.

Un siglo después, Ingenieros nos hace la descripción de cómo siguieron los afanes de dominación de Europa hacia América, y nos marca las apetencias permanentes de los Estados Unidos. En la última y tardía batalla independentista del siglo XIX, el grande de Martí denunciaba: Impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas de allá y los españoles, el camino que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América al Norte revuelto y brutal que los desprecia. Viví en el monstruo y le conozco las entrañas. Ese monstruo que tanto nos ha hecho sufrir y postergar hasta ahora, es el que ya avizoraba Simón Bolívar, el que se plantó con claridad separando las aguas con su consigna: La Patria es América. El mariscal Sucre Antonio José de Sucre fue la continuación de las ideas avanzadas de Bolívar y otros revolucionarios de la época. En lo militar su aporte fue esencial para la terminación de la guerra. […] En su labor como estadista en Bolivia va en camino a la revolución social. Pero le quedan ganas y convicciones para pensar en que deben ir a libertar Cuba. Sucre piensa y actúa en una sintonía continental.

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Artigas Tomando las definiciones de Emilio Ravignani en su Historia Constitucional de la República Argentina, Artigas luchó contra el Imperio español, el británico, el portugués, y contra la oligarquía de Buenos Aires. Fue un gran caudillo del Río de la Plata y un gran americano. Artigas le escribe a French en febrero de 1813: La libertad de América es y será siempre el objeto de mi anhelo. A Simón Bolívar le escribe: Unidos íntimamente por vínculos de naturaleza y de intereses recíprocos luchamos contra tiranos que intentan profanar nuestros más sagrados derechos. No puedo ser más expresivo en mis deseos que ofertando a vuestra excelencia la mayor cordialidad por la mejor armonía y la unión más estrecha. Firmarla es obra de sostén por intereses recíprocos. En las “Instrucciones” que Artigas les dio a sus cinco diputados al Congreso que se reuniría en Buenos Aires, figura la posición de sostener la absoluta independencia de estas colonias de España. Pero no solamente la independencia de la Banda Oriental por separado, sino de las demás provincias (“José Artigas”, de Jesualdo). Ese Artigas es el que Sarmiento odió, por quien dirá, fiel a su posición antiamericana, que era “instrumento ciego, pero lleno de vida, de instintos hostiles a la civilización europea”. Artigas proponía una Confederación de Estados en la que cada uno tuviera amplia libertad y responsabilidad para su defensa recíproca […] estableciendo la forma republicana del Gobierno. […] O’Higgins En 1798 O’Higgins ingresa a la Logia propiciada por Francisco de Miranda, en Londres. Desde entonces lo guiarán las ideas de emancipación y unidad americana militadas por el venezolano. Afirma el chileno, metido ya de lleno a la lucha en su patria: Se podía ser chileno, peruano o venezolano y al mismo tiempo sentirse americano y compatriota en cualquier país de Hispanoamérica. En su ensayo “O’Higgins, 200 años después”, Volodia Teitelboim escribe: En el llamado que formula en su condición de “Supremo Director del Estado de Chile” a los “Naturales del Perú”, O’Higgins traza el cuadro de una hermandad y de una patria latinoamericana. Ha llegado –afirma– el día de la libertad de América, y desde el Misissipi hasta el Cabo de Hornos, en una zona que ocupa casi la mitad de la tierra, se proclama la independencia del Nuevo Mundo. México lucha, Caracas triunfa; Santa Fe organiza y recibe considerables ejércitos; Chile y Buenos Aires tocan el término de su carrera. […] Profesa una concepción integral sobre la independencia de la América colonizada por España. Proyecta la liberación del Perú como imperativo estratégico para consolidar la emancipación de Chile. Pensó alguna vez que desde México hasta nuestro país podría surgir una ancha confederación de pueblos con una sola lengua, un solo trasfondo histórico, un origen, y que ese continente debería ser refugio de libertad y patria de los perseguidos. Concuerda, en esencia, con los propósitos de San Martín, su amigo y compañero de logia, quien después de la entrevista de Guayaquil con Bolívar hace mutis por el foro, porque no podía existir una diarquía de jefes en el Ejército Libertador del Perú. Concretamente, O’Higgins puso a circular un Manifiesto en el que pedía instituir una Gran Confederación de Pueblos Americanos.

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EL IMPERIALISMO FASE SUPERIOR DEL CAPITALISMO (SELECCIÓN)

V. I. LENIN (1916)

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El imperialismo, fase superior del capitalismo [ensayo popular] Prólogo a las ediciones francesa y alemana1 I Este libro, como ha quedado dicho en el prólogo de la edición rusa, fue escrito en 1916, teniendo en cuenta la censura zarista. Actualmente, no tengo la posibilidad de rehacer todo el texto; por otra parte, sería inútil, ya que el fin principal del libro, hoy como ayer, consiste en ofrecer, con ayuda de los datos generales irrefutables de la estadística burguesa y de las declaraciones de los sabios burgueses de todos los países, un cuadro de conjunto de la economía mundial capitalista en sus relaciones internacionales, a comienzos del siglo XX, en vísperas de la Primera Guerra Mundial imperialista. Hasta cierto grado será incluso útil a muchos comunistas de los países capitalistas avanzados persuadirse por el ejemplo de este libro, legal desde el punto de vista de la censura zarista, de que es posible –y necesario– aprovechar hasta esos pequeños resquicios de legalidad que todavía les quedan a estos, por ejemplo, en la Norteamérica actual o en Francia, después de los recientes encarcelamientos de casi todos los comunistas, para demostrar todo el embuste de las concepciones y de las esperanzas social-pacifistas en cuanto a la “democracia mundial”. Intentaré dar en este prólogo los complementos más indispensables a este libro censurado. II En esta obra hemos probado que la guerra de 1914-1918 ha sido, de ambos lados beligerantes, una guerra imperialista (esto es, una guerra de conquista, de bandidaje y de robo), una guerra por el reparto del mundo, por la partición y el nuevo reparto de las colonias, de las “esferas de influencia” del capital financiero, etcétera. Pues la prueba del verdadero carácter social o, mejor dicho, del verdadero carácter de clase de una guerra no se encontrará, claro está, en la historia diplomática de la misma, sino en el análisis de la situación objetiva de las clases dirigentes en todas las potencias beligerantes. Para reflejar esa situación objetiva, no hay que tomar ejemplos y datos aislados (dada la infinita complejidad de los fenómenos de la vida social, se puede siempre encontrar un número cualquiera de ejemplos o datos aislados, susceptibles de confirmar cualquier tesis), sino indefectiblemente el conjunto de los datos sobre los fundamentos de la vida económica de todas las potencias beligerantes y del mundo entero. Me he apoyado precisamente en estos datos generales irrefutables al describir el reparto del mundo en 1876 y en 1914 (cap. VI) y el reparto de los ferrocarriles en todo el globo en 1890 y en 1913 (cap. VII). Los ferrocarriles constituyen el balance de las principales ramas de la industria capitalista, de la industria del carbón y del hierro; el balance y el índice más notable del desarrollo del comercio mundial y de la civilización democrático-burguesa. En los capítulos precedentes de este libro, exponemos la conexión entre los ferrocarriles y la gran producción, los monopolios, los sindicatos patronales, los carteles, los trusts, los bancos y la oligarquía financiera. La distribución de la red ferroviaria, la desigualdad de esa distribución y de su desarrollo constituyen el 1

El presente prólogo fue publicado por primera vez bajo el título El imperialismo y el capitalismo, en el Nº 18 de la revista La Internacional Comunista, correspondiente al mes de octubre de 1921.

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balance del capitalismo moderno, monopolista, en la escala mundial. Y este balance demuestra la absoluta inevitabilidad de las guerras imperialistas sobre esta base económica, en tanto que subsista la propiedad privada de los medios de producción. La construcción de ferrocarriles es en apariencia una empresa simple, natural, democrática, cultural, civilizadora: se presenta como tal ante los ojos de los profesores burgueses, pagados para embellecer la esclavitud capitalista, y ante los ojos de los filisteos pequeñoburgueses. En realidad, los múltiples lazos capitalistas, por medio de los cuales esas empresas se hallan ligadas a la propiedad privada sobre los medios de producción en general, han transformado esa construcción en un medio para oprimir a mil millones de seres (en las colonias y en las semicolonias), es decir, a más de la mitad de la población de la tierra en los países dependientes y a los esclavos asalariados del capital en los países “civilizados”. La propiedad privada fundada en el trabajo del pequeño patrono, la libre competencia, la democracia, todas esas consignas por medio de las cuales los capitalistas y su prensa engañan a los obreros y a los campesinos, pertenecen a un pasado lejano. El capitalismo se ha transformado en un sistema universal de opresión colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de países “avanzados”. Este “botín” se reparte entre dos o tres potencias rapaces de poderío mundial, armadas hasta los dientes (Estados Unidos, Inglaterra, Japón), que, por el reparto de su botín, arrastran a su guerra a todo el mundo. III La paz de Brest-Litovsk, dictada por la monárquica Alemania, y la paz aún más brutal del infame tratado de Versalles, impuesta por las repúblicas “democráticas” de Norteamérica y Francia y también por la “libre” Inglaterra, han prestado un servicio extremadamente útil a la humanidad, al desenmascarar al mismo tiempo a los coolíes de la pluma a sueldo del imperialismo y a los pequeños burgueses reaccionarios –aunque se llamen pacifistas y socialistas–, que celebraban el “wilsonismo” y trataban de hacer ver que la paz y las reformas son posibles bajo el imperialismo. Decenas de millones de cadáveres y de mutilados, víctimas de la guerra –esa guerra que se hizo para resolver la cuestión de si el grupo inglés o alemán de bandoleros financieros recibiría una mayor parte del botín– y, encima, estos dos “tratados de paz” hacen abrir, con una rapidez desconocida hasta ahora, los ojos de millones y decenas de millones de hombres atemorizados, aplastados, embaucados y engañados por la burguesía. Sobre la ruina mundial creada por la guerra, se agranda así la crisis revolucionaria mundial que, por largas y duras que sean las peripecias que atraviese, no podrá terminar sino con la revolución proletaria y su victoria. El Manifiesto de Basilea de la II Internacional que, en 1912, caracterizó precisamente la guerra que estalló en 1914 y no la guerra en general (hay diferentes clases de guerra; hay también guerras revolucionarias), ha quedado como un monumento que denuncia toda la vergonzosa bancarrota, toda la traición de los héroes de la II Internacional. Por eso, uno el texto de ese Manifiesto como apéndice a esta edición, advirtiendo una y otra vez a los lectores que los héroes de la II Internacional rehuyen con empeño todos los pasajes del Manifiesto que hablan en forma precisa, clara y directa de la relación entre esta guerra que se avecinaba y la revolución proletaria, con el mismo empeño con que un ladrón evita el lugar donde cometió el robo.

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IV Hemos prestado en este libro una atención especial a la crítica del “kautskismo”, esa corriente ideológica internacional representada en todos los países del mundo por los “teóricos más eminentes”, por los jefes de la II Internacional (Otto Bauer y Cía. en Austria, Ramsay MacDonald y otros en Inglaterra, Albert Thomas en Francia, etc.) y por un número infinito de socialistas, reformistas, pacifistas, demócratas burgueses y clérigos. Esa corriente ideológica, de una parte, es el producto de la descomposición, de la putrefacción de la II Internacional y, de otra parte, es el fruto inevitable de la ideología de los pequeños burgueses, a quienes todo el ambiente los hace prisioneros de los prejuicios burgueses y democráticos. En Kautsky y las gentes de su calaña, tales concepciones significan precisamente la abjuración completa de los fundamentos revolucionarios del marxismo, defendidos por Kautsky durante decenas de años, sobre todo, dicho sea de paso, en la lucha contra el oportunismo socialista (de Bernstein, Millerand, Hyndman, Gompers, entre otros). Por eso, no es un hecho casual que los “kautskistas” de todo el mundo se hayan unido hoy, práctica y políticamente, a los oportunistas más extremos (a través de la II Internacional o Internacional amarilla) y a los gobiernos burgueses (a través de los gobiernos de coalición burgueses con participación socialista). El movimiento proletario revolucionario en general, que crece en todo el mundo, y el movimiento comunista en particular, no puede dejar de analizar y desenmascarar los errores teóricos del “kautskismo”. Esto es tanto más necesario cuanto que el pacifismo, y el “democratismo” en general –que no sienten pretensiones de marxismo, pero que, enteramente al igual que Kautsky y Cía., disimulan la profundidad de las contradicciones del imperialismo y la ineluctabilidad de la crisis revolucionaria engendrada por éste– son corrientes que se hallan todavía extraordinariamente extendidas por todo el mundo. La lucha contra tales tendencias es el deber del partido del proletariado, que debe arrancar a la burguesía los pequeños propietarios que ella engaña y los millones de trabajadores cuyas condiciones de vida son más o menos pequeñoburguesas. V Es menester decir unas palabras a propósito del capítulo VIII, “El parasitismo y la descomposición del capitalismo”. Como lo hacemos ya constar en este libro, Hilferding, antiguo “marxista”, actualmente compañero de armas de Kautsky y uno de los principales representantes de la política burguesa, reformista, en el seno del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania2, ha dado en esta cuestión un paso atrás con respecto al inglés Hobson, pacifista y reformista declarado. La escisión internacional de todo el movimiento obrero aparece ahora de una manera plena (II y III Internacional). La lucha armada y la guerra civil entre las dos tendencias es también un hecho evidente: en Rusia, apoyo de Kolchak y Denikin por los mencheviques y los 2

Partido centrista fundado en abril de 1917. Lo fundamental en él era la organización kautskiana Confraternidad en el Trabajo. Los “independientes” propugnaban la “unidad” con los socialchovinistas descarados, a los cuales justificaban y defendían. Además reivindicaban el abandono de la lucha de clases. El Partido Socialdemócrata Independiente se escindió en octubre de 1920, en el Congreso de Halle. Una parte considerable de él se funde en diciembre de 1920 con el Partido Comunista de Alemania. Los elementos derechistas formaron su partido, al que dieron el viejo nombre de Partido Socialdemócrata Independiente, que subsistió hasta 1922.

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“socialistas revolucionarios” contra los bolcheviques; en Alemania, Scheidemann, Noske y Cía. con la burguesía contra los espartaquistas3 y lo mismo en Finlandia, Polonia, Hungría, etc. ¿Dónde está la base económica de este fenómeno histórico mundial? Precisamente se encuentra en el parasitismo y en la descomposición del capitalismo, inherentes a su fase histórica superior, es decir, al imperialismo. Como lo demostramos en este libro, el capitalismo ha destacado ahora un puñado (menos de una décima parte de la población de la tierra, menos de un quinto, calculando “por todo lo alto”) de estados particularmente ricos y poderosos, que saquean a todo el mundo con el simple “recorte del cupón”. La exportación de capital da ingresos que se elevan a 8 o 10 mil millones de francos anuales, de acuerdo con los precios de antes de la guerra y según las estadísticas burguesas de entonces. Naturalmente, ahora eso representa mucho más. Es evidente que una superganancia tan gigantesca (ya que los capitalistas se apropian de ella, además de la que exprimen a los obreros de su “propio” país) permite corromper a los dirigentes obreros y a la capa superior de la aristocracia obrera. Los capitalistas de los países “avanzados” los corrompen, y lo hacen de mil maneras, directas e indirectas, abiertas y ocultas. Esta capa de obreros aburguesados o de “aristocracia obrera”, completamente pequeñoburgueses en cuanto a su manera de vivir, por la cuantía de sus emolumentos y por toda su mentalidad, es el apoyo principal de la II Internacional, y, hoy día, el principal apoyo social (no militar) de la burguesía. Pues estos son los verdaderos agentes de la burguesía en el seno del movimiento obrero, los lugartenientes obreros de la clase capitalista (labor lieutenants of the capitalist class), los verdaderos portadores del reformismo y el chovinismo. En la guerra civil entre el proletariado y la burguesía se ponen inevitablemente, en número no despreciable, al lado de la burguesía, al lado de los “versalleses” contra los “comuneros”. Sin haber comprendido las raíces económicas de ese fenómeno, sin haber alcanzado a ver su importancia política y social, es imposible dar el menor paso hacia la solución de las tareas prácticas del movimiento comunista y de la revolución social que se avecina. El imperialismo es el preludio de la revolución social del proletariado. Esto ha sido confirmado, en una escala mundial, desde 1917. 6 de julio de 1920

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Miembros de la unión Espartaco, formada durante la Primera Guerra Mundial. Al comenzar la conflagración, los socialdemócratas alemanes de izquierda formaron el grupo Internacional, que dirigían Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Franz Mehring, Clara Zetkin y otros, grupo que empezó a llamarse también unión Espartaco. Los espartaquistas mantuvieron entre las masas la propaganda revolucionaria contra la guerra imperialista, denunciando la política rapaz del imperialismo alemán y la traición de los jefes de la socialdemocracia. Pero los espartaquistas, los alemanes de izquierda, no estaban exentos de errores semi-mencheviques en importantísimos problemas de la teoría y la política: fomentaban la teoría semi-menchevique del imperialismo, impugnaban el principio de la libre determinación de las naciones en su interpretación marxista (es decir, hasta la separación y la formación de estados independientes), negaban la posibilidad de las guerras de liberación nacional en la época del imperialismo, no estimaban suficientemente el papel del partido revolucionario y se inclinaban ante la espontaneidad del movimiento. La crítica a los errores de los izquierdistas alemanes fue hecha por Lenin en sus trabajos “Sobre el folleto de Junios”, “Sobre una caricatura de marxismo” y sobre el “economismo imperialista” y otros; y también por Stalin en su carta “Sobre algunas cuestiones de la historia del bolchevismo”. En 1917, los espartaquistas ingresaron en el partido centrista de los “independientes” sin perder su autonomía en materia de organización. Después de la revolución alemana de noviembre de 1918, los espartaquistas rompieron con los “independientes” y en diciembre del mismo año fundaban el Partido Comunista de Alemania.

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VII. El imperialismo, como fase particular del capitalismo Intentaremos ahora hacer un balance, resumir lo que hemos dicho anteriormente sobre el imperialismo. El imperialismo ha surgido como desarrollo y continuación directa de las propiedades fundamentales del capitalismo en general. Pero el capitalismo se ha trocado en imperialismo capitalista únicamente al llegar a un cierto grado muy alto de su desarrollo, cuando algunas de las propiedades fundamentales del capitalismo han comenzado a convertirse en su antítesis, cuando han tomado cuerpo y se han manifestado en toda la línea los rasgos de la época de transición del capitalismo a una estructura económica y social más elevada. Lo que hay de fundamental en este proceso, desde el punto de vista económico, es la sustitución de la libre competencia capitalista por los monopolios capitalistas. La libre competencia es la propiedad fundamental del capitalismo y de la producción de mercancías en general; el monopolio se halla en oposición directa con la libre competencia, pero esta última se ha convertido a nuestros ojos en monopolio, creando la gran producción, eliminando la pequeña, reemplazando la gran producción por otra todavía mayor, llevando la concentración de la producción y del capital hasta tal punto, que de su seno ha surgido y surge el monopolio: carteles, sindicatos, trusts y, fusionándose con ellos, el capital de una docena escasa de bancos que manejan miles de millones. Y al mismo tiempo, los monopolios, que se derivan de la libre competencia, no la eliminan, sino que existen por encima y al lado de ella, engendrando así una serie de contradicciones, rozamientos y conflictos particularmente agudos. El monopolio es el tránsito del capitalismo a un régimen superior. Si fuera necesario dar una definición lo más breve posible del imperialismo, debería decirse que el imperialismo es la fase monopolista del capitalismo. Una definición tal comprendería lo principal, pues, por una parte, el capital financiero es el capital bancario de algunos grandes bancos monopolistas fundido con el capital de los grupos monopolistas de industriales y, por otra, el reparto del mundo es el tránsito de la política colonial, que se expande sin obstáculos en las regiones todavía no apropiadas por ninguna potencia capitalista, a la política colonial de dominación monopolista de los territorios del globo, enteramente repartido. Pero las definiciones excesivamente breves, si bien son cómodas, pues resumen lo principal, son, no obstante, insuficientes, ya que es necesario deducir de ellas especialmente rasgos muy esenciales del fenómeno que hay que definir. Por eso, sin olvidar la significación condicional y relativa de todas las definiciones en general, las cuales no pueden nunca abarcar en todos sus aspectos las relaciones del fenómeno en su desarrollo completo, conviene dar una definición del imperialismo que contenga sus cinco rasgos fundamentales siguientes, a saber: 1) la concentración de la producción y del capital llegada hasta un grado tan elevado de desarrollo que ha creado los monopolios, que desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este “capital financiero”, de la oligarquía financiera; 3) la exportación de capital, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particular; 4) la formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo; y 5) la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes. El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en la cual ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido una importancia de primer orden la exportación de capital, ha empezado el reparto del mundo por los trusts internacionales y ha terminado el reparto de todo el territorio del mismo entre los países capitalistas más importantes.

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Más adelante veremos cómo se puede y se debe definir de otro modo el imperialismo, si se tienen en cuenta no sólo las nociones fundamentales puramente económicas (a las cuales se limita la definición que hemos dado), sino también el lugar histórico de esta fase del capitalismo en relación con el capitalismo en general o la relación del imperialismo y de las dos tendencias fundamentales del movimiento obrero. Lo que se debe consignar inmediatamente es que, interpretado en el sentido mencionado, el imperialismo representa en sí, indudablemente, una fase particular de desarrollo del capitalismo. Para dar al lector una idea lo más fundamentada posible del imperialismo, nos hemos esforzado deliberadamente en reproducir el mayor número posible de opiniones de economistas burgueses, que se ven obligados a reconocer los hechos de la economía capitalista moderna establecidos de una manera particularmente incontrovertible. Con el mismo fin hemos reproducido datos estadísticos detallados que permiten ver hasta qué punto ha crecido el capital bancario, etc., en qué precisamente se ha expresado la transformación de la cantidad en calidad, el tránsito del capitalismo desarrollado al imperialismo. Huelga decir, naturalmente, que en la naturaleza y en la sociedad todos los límites son convencionales y mudables, que sería absurdo discutir, por ejemplo, sobre el año o la década precisos en que se instauró “definitivamente” el imperialismo. Pero sobre la definición del imperialismo nos vemos obligados a discutir ante todo con Kautsky, con el principal teórico marxista de la época de la llamada II Internacional, es decir, de los veinticinco años comprendidos entre 1889 y 1914. Kautsky se pronunció decididamente, en 1915, e incluso en noviembre de 1914, en contra de las ideas fundamentales expresadas en nuestra definición del imperialismo, declarando que por imperialismo hay que entender, no una “fase” o un grado de la economía, sino una política, precisamente una política determinada, la política “preferida” por el capital financiero; que no se puede “identificar” el imperialismo con el “capitalismo contemporáneo”; que, si se incluyen en la noción de imperialismo “todos los fenómenos del capitalismo contemporáneo” –cartels, proteccionismo, dominación de los financieros, política colonial–, en ese caso la cuestión de la necesidad del imperialismo para el capitalismo se convierte en “la tautología más trivial”, pues entonces, “naturalmente, el imperialismo es una necesidad vital para el capitalismo”, etc. Expresaremos todavía con más exactitud el pensamiento de Kautsky si reproducimos la definición del imperialismo dada por él, directamente opuesta a la esencia de las ideas desarrolladas por nosotros (pues las objeciones procedentes del campo de los marxistas alemanes, los cuales han defendido semejantes ideas durante toda una serie de años, son ya conocidas desde hace mucho tiempo por Kautsky como objeción de una tendencia determinada en el marxismo). La definición de Kautsky está concebida así: El imperialismo es un producto del capitalismo industrial altamente desarrollado. Consiste en la tendencia de cada nación industrial capitalista a someter y anexionarse regiones agrarias, cada vez mayores, sean cuales sean las naciones que las pueblan (énfasis de Kautsky)4.

Esta definición no sirve absolutamente para nada, puesto que es unilateral, es decir, destaca arbitrariamente tan sólo el problema nacional (si bien extraordinariamente importante, tanto por sí mismo como por su relación con el imperialismo), enlazándolo arbitraria y erróneamente sólo con el capital industrial en los países que se anexionan

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Die Neue Zeit (1914: Vol. II, 909; 1915: Vol. II, 107 y ss.).

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otras naciones, colocando en primer término, de la misma forma arbitraria y errónea, la anexión de las regiones agrarias. El imperialismo es una tendencia a las anexiones; he aquí a lo que se reduce la parte política de la definición de Kautsky. Es justa, pero extremadamente incompleta, pues en el aspecto político es, en general, una tendencia a la violencia y a la reacción. Pero lo que en este caso nos interesa es el aspecto económico que Kautsky mismo ha introducido en su definición. Las inexactitudes de la definición de Kautsky saltan a la vista. Lo característico del imperialismo no es justamente el capital industrial, sino el capital financiero. No es un fenómeno casual que, en Francia precisamente, el desarrollo particularmente rápido del capital financiero, que coincidió con un debilitamiento del capital industrial, provocara a partir de la década del 80 del siglo pasado una intensificación extrema de la política anexionista (colonial). Lo característico para el imperialismo consiste precisamente en la tendencia a la anexión no sólo de las regiones agrarias, sino también de las más industriales (apetitos alemanes respecto a Bélgica, los de los franceses en cuanto a la Lorena), pues, en primer lugar, el reparto definitivo del planeta obliga, al proceder a un nuevo reparto, a tender la mano hacia toda clase de territorios; en segundo lugar, para el imperialismo es sustancial la rivalidad de varias grandes potencias en la aspiración a la hegemonía, esto es, a apoderarse de territorios no tanto directamente para sí, como para el debilitamiento del adversario y el quebrantamiento de su hegemonía (para Alemania, Bélgica tiene una importancia especial como punto de apoyo contra Inglaterra; para Inglaterra, la tiene Bagdad como punto de apoyo contra Alemania, etcétera). Kautsky se remite particularmente –y reiteradas veces– al ejemplo de los ingleses, los cuales, según él, han establecido la significación puramente política de la palabra “imperialismo” en la acepción de Kautsky. En la obra del inglés Hobson, El imperialismo, publicada en 1902, leemos lo siguiente: El nuevo imperialismo se distingue del viejo, primero, en que, en vez de las aspiraciones de un solo imperio creciente, sostiene la teoría y la práctica de imperios rivales, guiado cada uno de ellos por idénticos apetitos de expansión política y de beneficio comercial; segundo, en que los intereses financieros o relativos a la inversión del capital predominan sobre los comerciales5.

Como vemos, Kautsky de hecho carece por completo de razón al remitirse a los ingleses en general (en los únicos en que podría apoyarse sería en los imperialistas ingleses vulgares o en los apologistas declarados del imperialismo). Vemos que Kautsky, que pretende continuar defendiendo el marxismo, en realidad da un paso atrás con relación al social-liberal Hobson, el cual tiene en cuenta, con más acierto que él, las dos particularidades “histórico-concretas” (¡Kautsky, con su definición, se mofa precisamente de lo histórico-concreto!) del imperialismo contemporáneo: competencia de varios imperialismos; y predominio del financiero sobre el comerciante. Si lo esencial consiste en que un país industrial se anexiona un país agrario, en este caso se concede el papel principal al comerciante. La definición de Kautsky no sólo es errónea y no marxista, sino que sirve de base a todo un sistema de concepciones que rompe totalmente con la teoría marxista y con la práctica marxista, de lo cual hablaremos más adelante. Carece absolutamente de seriedad la discusión sobre palabras promovida por Kautsky: ¿hay que calificar de imperialismo o de fase del capital financiero la fase actual del capitalismo? Llámenlo 5

Imperialism (Hobson, Londres, 1902: 324).

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como quieran, esto es indiferente. Lo esencial consiste en que Kautsky separa la política del imperialismo de su economía, hablando de las anexiones como de una política “preferida” por el capital financiero y oponiendo a la misma otra política burguesa posible, según él, sobre la misma base del capital financiero. Resulta que los monopolios en la economía son compatibles con el modo de obrar no monopolista, no violento, no anexionista en política. Resulta que el reparto territorial del mundo, terminado precisamente en la época del capital financiero y que constituye la base del carácter particular de las formas actuales de rivalidad entre los más grandes Estados capitalistas, es compatible con una política no imperialista. Resulta que de este modo se disimulan, se atenúan las contradicciones más radicales de la fase actual del capitalismo en vez de ponerlas al descubierto en toda su profundidad; resulta un reformismo burgués en lugar del marxismo. […] El capital financiero y los trusts no atenúan sino que acentúan la diferencia entre el ritmo de crecimiento de las distintas partes de la economía mundial. Y si la correlación de fuerzas ha cambiado, ¿cómo pueden resolverse las contradicciones, bajo el capitalismo, si no es por la fuerza? En la estadística de las vías férreas6 hallamos datos extraordinariamente exactos sobre la diferencia de ritmo en el crecimiento del capitalismo y del capital financiero en toda la economía mundial. […] Las vías férreas se han desarrollado […] con mayor rapidez que en ninguna otra parte, en las colonias y en los Estados independientes (y semiindependientes) de Asia y América. Es sabido que el capital financiero de los cuatro o cinco Estados capitalistas más importantes ordena y manda aquí de un modo absoluto. Doscientos mil kilómetros de nuevas líneas férreas en las colonias y en otros países de Asia y América significan más de 40 mil millones de marcos de nuevas inversiones de capital en condiciones particularmente ventajosas, con garantías especiales de rendimiento, con pedidos lucrativos para las fundiciones de acero, etcétera. Donde más rápidamente crece el capitalismo es en las colonias y en los países transoceánicos. Entre ellos aparecen nuevas potencias imperialistas (Japón). La lucha de los imperialismos mundiales se agudiza. Crece el tributo que el capital financiero percibe de las empresas coloniales y ultraoceánicas, particularmente lucrativas. En el reparto de este “botín”, una parte excepcionalmente grande va a parar a manos de países que no siempre ocupan un lugar preeminente, desde el punto de vista del ritmo de desarrollo de las fuerzas productivas. […] Así, pues, cerca del 80% de todas las líneas férreas se halla concentrado en las cinco potencias más importantes. Pero la concentración de la propiedad de dichas líneas, la concentración del capital financiero es incomparablemente mayor aún; pues, por ejemplo, una enorme masa de las acciones y obligaciones de los ferrocarriles americanos, rusos y otros pertenece a los millonarios ingleses y franceses. Gracias a sus colonias, Inglaterra ha aumentado “su” red ferroviaria en 100 mil kilómetros, cuatro veces más que Alemania. Sin embargo, todo el mundo sabe que el desarrollo de las fuerzas productivas de Alemania, en este mismo período, y sobre todo el desarrollo de la producción hullera y siderúrgica, ha sido incomparablemente más rápido que en Inglaterra, dejando ya a un lado a Francia y Rusia. En 1892, Alemania producía 4,9 millones de toneladas de hierro fundido, contra 6,8 en Inglaterra, mientras 6

Statistisches Jahrbuch für das deutsche Reich (1915); Archiv für Eisenbahnwesen (1892). En lo que se refiere a 1890 ha sido preciso determinar aproximadamente algunas pequeñas particularidades sobre la distribución de las vías férreas entre las colonias de los distintos países.

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que en 1912 producía 17,6 contra 9,0: ¡esto es de una superioridad gigantesca sobre Inglaterra!7. Ante esto, cabe preguntar: en el terreno del capitalismo, ¿qué otro medio podía haber que no sea la guerra, para suprimir la desproporción existente entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la acumulación del capital, por una parte, y el reparto de las colonias y de las “esferas de influencia” para el capital financiero, por otra? […]

IX. La crítica del imperialismo Entendemos la crítica del imperialismo en el sentido amplio de esta palabra, como posición de las distintas clases de la sociedad ante la política del imperialismo en relación con la ideología general de las mismas. […] Las cuestiones esenciales en la crítica del imperialismo son la de saber si es posible modificar con reformas las bases del imperialismo, la de saber si hay que seguir adelante desarrollando la exacerbación y el ahondamiento de las contradicciones engendradas por el mismo o hay que retroceder, atenuando dichas contradicciones. Como las particularidades políticas del imperialismo son la reacción en toda la línea y la intensificación del yugo nacional como consecuencia del yugo de la oligarquía financiera y la supresión de la libre competencia, a principios del siglo XX, en casi todos los países imperialistas, aparece una oposición democrática pequeñoburguesa al imperialismo. Y la ruptura con el marxismo por parte de Kautsky y de la vasta corriente internacional del kautskismo consiste precisamente en que Kautsky no sólo no se ha preocupado, no ha sabido enfrentarse a esa oposición pequeñoburguesa, reformista, en lo económico fundamentalmente reaccionaria, sino que, por el contrario, se ha fundido prácticamente con ella. En los Estados Unidos, la guerra imperialista de 1898 contra España provocó una oposición de los “antiimperialistas”, los últimos mohicanos de la democracia burguesa, los calificaban de “criminal” dicha guerra, consideraban como una violación de la constitución la anexión de tierras ajenas, denunciaban como “un engaño de los patrioteros” la actitud hacia el jefe de los indígenas filipinos Aguinaldo (al cual prometieron la libertad de su país y después desembarcaron tropas norteamericanas y se anexionaron las Filipinas), citaban las palabras de Lincoln: “Cuando el blanco se gobierna a sí mismo, esto se llama autonomía; cuando se gobierna a sí mismo y, al mismo tiempo, gobierna a otros, no es ya autonomía, esto se llama despotismo”8. Pero mientras toda esa crítica tenía miedo de reconocer el lazo indisoluble existente entre el imperialismo y los trusts y, por consiguiente, entre el imperialismo y los fundamentos del capitalismo; mientras temía unirse a las fuerzas engendradas por el gran capitalismo y su desarrollo, no pasaba de ser una “aspiración inocente”. Igual es la posición fundamental de Hobson en su crítica del imperialismo. Hobson se ha anticipado a Kautsky al levantarse contra la “inevitabilidad del imperialismo” y al invocar la necesidad de “elevar la capacidad de consumo” de la población (¡bajo el régimen capitalista!). Mantienen una posición pequeñoburguesa en la crítica del imperialismo, de la omnipotencia de los bancos, de la oligarquía financiera, etc., Agahd, A. Lansburgh, L. Eschwege, citados reiteradas veces por nosotros y, entre los escritores franceses, Víctor Bérard, autor de la obra superficial Inglaterra y el imperialismo, 7

Ver The Economic Relations of the British Empires, en Journal of the Royal Statistical (Edgard Grammond, 1914: 777 y ss.). 8 L'impérialisme américain (Patouillet, Dijon, 1904: 272).

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aparecida en 1900. Todos ellos, sin ninguna pretensión de marxismo, ni mucho menos, oponen al imperialismo la libre competencia y la democracia, condenan la aventura del ferrocarril de Bagdad, que conduce a conflictos y a la guerra, manifiestan “aspiraciones inocentes” de paz, etc. Incluso el estadístico de las emisiones internacionales, A. Neymarck, el cual, calculando los centenares de miles de millones de francos de valores “internacionales”, exclamaba, en 1912: “¿Es posible concebir que la paz pueda ser violada […] que con unas cifras tan enormes el mundo se arriesgue a provocar la guerra?”9. Por parte de los economistas burgueses esa ingenuidad no tiene nada de sorprendente; además, para ellos es ventajoso aparecer tan ingenuos y hablar “seriamente” de la paz bajo el imperialismo. Pero ¿qué es lo que le queda del marxismo a Kautsky, cuando en 1914, 1915 y 1916 adopta ese mismo punto de vista burgués-reformista y afirma que “todo el mundo está de acuerdo” (imperialistas, pseudosocialistas y social-pacifistas) en lo que se refiere a la paz? En vez de analizar y de poner al descubierto en toda su profundidad las contradicciones del imperialismo, vemos únicamente la “aspiración inocente” reformista de evitarlas, de deshacerse de ellas. He aquí una pequeña muestra de la crítica económica del imperialismo por Kautsky. Este toma los datos sobre la exportación y la importación de Inglaterra en Egipto en 1872 y 1912: resulta que esa exportación e importación aumentó menos que la exportación y la importación generales de Inglaterra. Y Kautsky saca de ello la conclusión siguiente: No tenemos fundamento alguno para suponer que, sin la ocupación militar de Egipto, el comercio con dicho país hubiera crecido menos bajo la influencia del simple peso de los factores económicos […] Como mejor puede el capital realizar su tendencia a la expansión es, no por medio de los métodos violentos del imperialismo, sino por la democracia pacífica10.

Este razonamiento de Kautsky, repetido en todos los tonos por su escudero ruso (y encubridor ruso de los socialchovinistas), señor Spectator11, constituye la base de la crítica kautskiana del imperialismo y por esto debemos detenernos más detalladamente en él. Empecemos por una cita de Hilferding, cuyas conclusiones Kautsky ha declarado muchas veces, por ejemplo, en abril de 1915, que eran “aceptadas unánimemente por todos los teóricos socialistas”. No incumbe al proletariado –dice Hilferding– oponer a la política capitalista más progresiva la era del librecambio, que se ha quedado atrás, y la actitud hostil frente al Estado. La respuesta del proletariado a la política económica del capital financiero, al imperialismo, puede ser no el librecambio, sino solamente el socialismo. El fin de la política proletaria no puede ser actualmente la restauración de la libre competencia –que se ha convertido en un ideal reaccionario–, sino únicamente la destrucción completa de la competencia por medio de la supresión del capitalismo12.

Kautsky ha roto con el marxismo al defender para la época del capital financiero un “ideal reaccionario”, la “democracia pacífica”, “el simple peso de los factores

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Bulletin de l'Institut International de Statistique (Tomo XIX, Libro II, 225). Nationalstaat, imperiaíistischer Staat und Staatenbund (Kautsky, Nürnberg, 1915: 70 y 72). 11 Seudónimo del menchevique S.M. Najimson. 12 El capital financiero (pág. 567). 10

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económicos”, pues este ideal arrastra objetivamente hacia atrás, del capitalismo monopolista al capitalismo no monopolista, y es un engaño reformista. El comercio con Egipto (o con otra colonia o semicolonia) “hubiera crecido” más sin la ocupación militar, sin el imperialismo, sin el capital financiero. ¿Qué significa esto? ¿Que el capitalismo se desarrollaría más rápidamente si la libre competencia no se viera limitada por los monopolios en general ni por las “relaciones” o el yugo (es decir, también el monopolio) del capital financiero, ni por la posesión monopolista de las colonias por parte de países aislados? Los razonamientos de Kautsky no pueden tener otro sentido, y este “sentido” es un sin sentido. Admitamos que sí, que la libre competencia, sin monopolios de ninguna especie, desarrollaría el capitalismo y el comercio más rápidamente. Pero cuanto más rápido es el desarrollo del comercio y del capitalismo, más intensa es la concentración de la producción y del capital, que engendra el monopolio. ¡Y los monopolios han surgido ya, precisamente de la libre competencia! Aun en el caso de que los monopolios retrasaran actualmente el desarrollo, esto no sería, a pesar de todo, un argumento en favor de la libre competencia, la cual es imposible después de haber engendrado los monopolios. Por más vueltas que se les dé a los razonamientos de Kautsky, no se hallará nada en ellos más que reaccionarismo y reformismo burgués. […] La crítica teórica del imperialismo hecha por Kautsky no tiene nada de común con el marxismo; sirve únicamente como punto de partida para predicar la paz y la unidad con los oportunistas y los socialchovinistas, porque dicha crítica deja de lado y escamotea justamente las contradicciones más profundas y radicales del imperialismo: las contradicciones entre los monopolios y la libre competencia que existe paralelamente con ellos, entre las “operaciones” gigantescas (y las ganancias gigantescas) del capital financiero y el comercio “honrado” en el mercado libre, entre los carteles y trusts, de una parte, y la industria no cartelizada, por otra, etcétera. Lleva absolutamente el mismo sello reaccionario la famosa teoría del “ultraimperialismo”, inventada por Kautsky. Compárese su razonamiento sobre este tema en 1915 con el de Hobson en 1902. Kautsky: ¿No puede la política imperialista actual ser desalojada por otra nueva, ultraimperialista, que colocaría en el sitio de la lucha de los capitales financieros nacionales entre sí la explotación común de todo el mundo por el capital financiero unido internacionalmente? Una semejante nueva fase del capitalismo, en todo caso, es concebible. La ausencia de premisas suficientes impide afirmar si es realizable o no13.

Hobson: El cristianismo, que se ha consolidado en un número limitado de grandes imperios federales, cada uno de los cuales dispone de varias colonias no civilizadas y de varios países dependientes, les parece a muchos como la evolución más legítima de las tendencias actuales, una evolución, además, que haría concebir las mayores esperanzas en una paz permanente sobre la base sólida del interimperialismo. 13

Neue Zeit (30 de abril de 1915: 144).

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Kautsky califica de ultraimperialismo o superimperialismo lo que Hobson, 13 años antes, calificaba de interimperialismo. Si exceptuamos la creación de una nueva y sapientísima palabreja por medio de la sustitución de un prefijo latino por otro, el progreso del pensamiento “científico” en Kautsky consiste únicamente en la pretensión de hacer pasar por marxista lo que Hobson describe, en esencia, como manifestación hipócrita de los curitas ingleses. Después de la guerra anglo-boer era natural que este honorable estamento dirigiera sus mayores esfuerzos en el sentido de consolar a los pequeños burgueses y a los obreros ingleses, los cuales habían tenido no pocos muertos en los combates surafricanos y fueron obligados a pagar impuestos elevados a fin de garantizar mayores utilidades a los financieros ingleses. Y ¿qué consuelo podía ser mayor que el de que el imperialismo no era tan malo, que se hallaba muy cerca del inter o ultraimperialismo, capaz de asegurar la paz permanente? Cualesquiera que fueran las buenas intenciones de los curitas ingleses o del dulzón de Kautsky, el sentido objetivo, esto es, el verdadero sentido social de su “teoría” es uno, y sólo uno: el consuelo archirreaccionario de las masas por medio de la esperanza en la posibilidad de la paz permanente bajo el capitalismo, distrayéndole la atención de las agudas contradicciones y de los agudos problemas de la actualidad y dirigiendo dicha atención hacia las falsas perspectivas de un pretendido nuevo “ultraimperialismo” futuro. Excepción hecha del engaño de las masas, la teoría “marxista” de Kautsky no da más de sí. En efecto, basta confrontar con claridad los hechos generalmente conocidos, indiscutibles, para convencerse hasta qué punto son falsas las perspectivas que Kautsky se esfuerza en inculcar a los obreros alemanes (y a los de todos los países). Tomemos el ejemplo de la India, de Indochina y de China. Es sabido que esos tres países coloniales y semicoloniales, con una población de 600 a 700 millones de almas, se hallan sometidos a la explotación del capital financiero de varias potencias imperialistas: Inglaterra, Francia, Japón, Estados Unidos, etc. Supongamos que dichos países imperialistas forman alianzas, los unos contra los otros, con el objeto de defender o extender sus posesiones, sus intereses y sus “esferas de influencia” en los mencionados países asiáticos. Esas alianzas serán alianzas “inter” o “ultraimperialistas”. Supongamos que todas las potencias imperialistas constituyen una alianza para el reparto “pacífico” de dichos países asiáticos. Esa será una alianza del “capital financiero unido internacionalmente”. En la historia del siglo XX, hallamos ejemplos concretos de una alianza de este tipo, por ejemplo, en las relaciones de las potencias con China. Cabe preguntar: ¿es “concebible” suponer que, en las condiciones de conservación del capitalismo (y son precisamente estas condiciones las que presupone Kautsky), dichas alianzas no sean de corta duración, que excluyan los rozamientos, los conflictos y la lucha en todas las formas imaginables? Basta formular claramente la pregunta para que sea imposible darle otra respuesta que no sea negativa, pues bajo el capitalismo no se concibe otro fundamento para el reparto de las esferas de influencia, de los intereses, de las colonias, etc., que la fuerza de los participantes en el reparto, la fuerza económica general, financiera, militar, etc. Y la fuerza no se modifica de un modo idéntico en esos participantes del reparto, ya que es imposible, bajo el capitalismo, el desarrollo igual de las distintas empresas, trusts, ramas industriales y países. Hace medio siglo, la fuerza capitalista de Alemania era de una absoluta insignificancia en comparación con la de la Inglaterra de aquel entonces; lo mismo se puede decir de Japón en comparación con Rusia. ¿Es “concebible” que dentro de unos diez o veinte años, permanezca invariable la correlación de fuerzas entre las potencias imperialistas? Es absolutamente inconcebible.

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Por esto, las alianzas “interimperialistas” o “ultraimperialistas” en la realidad capitalista, y no en la vulgar fantasía pequeñoburguesa de los curas ingleses o del “marxista” alemán Kautsky –sea cual fuera su forma: una coalición imperialista contra otra coalición imperialista, o una alianza general de todas las potencias imperialistas– no pueden constituir, inevitablemente, más que “treguas” entre las guerras. Las alianzas pacíficas preparan las guerras y, a su vez, surgen del seno de la guerra, condicionándose mutuamente, engendrando una sucesión de formas de lucha pacífica y no pacífica sobre una y la misma base de relaciones imperialistas y de relaciones recíprocas entre la economía y la política mundiales. Y el sapientísimo Kautsky, para tranquilizar a los obreros y reconciliarlos con los socialchovinistas, que se han pasado a la burguesía, separa dos eslabones de una sola y misma cadena, separa la actual alianza pacífica (ultraimperialista y aun ultra-ultraimperialista) de todas las potencias para la “pacificación” de China (recuérdese el aplastamiento de la insurrección de los “boxers”) del conflicto bélico de mañana, que preparará para pasado mañana otra alianza “pacífica” general para el reparto, supongamos, de Turquía, etc. En vez del enlace vivo entre los períodos de paz imperialista y de guerras imperialistas, Kautsky ofrece a los obreros una abstracción muerta, a fin de reconciliarlos con sus jefes muertos. El norteamericano David Jayne Hill, en su Historia de la diplomacia en el desenvolvimiento internacional de Europa, indica, en el prólogo, los períodos siguientes en la historia moderna de la diplomacia: 1) era de las revoluciones; 2) movimiento constitucional; 3) era del “imperialismo comercial”14 de nuestros días. Otro escritor divide la historia de la “política mundial” de la Gran Bretaña, a partir de 1870, en cuatro períodos: 1) primer período asiático (lucha contra el movimiento de Rusia en el Asia central en dirección a la India); 2) período africano (aproximadamente, de 1885 a 1902): lucha contra Francia por el reparto de África (incidente de Fachoda, en 1898, a punto de producir la guerra con Francia); 3) segundo período asiático (tratado con Japón contra Rusia); 4) período “europeo”, caracterizado principalmente por la lucha contra Alemania15. “Las escaramuzas políticas de los destacamentos de vanguardia se libran en el terreno financiero”, escribía ya en 1905 el “financiero” Riesser, indicando cómo el capital financiero francés, al operar en Italia, preparó la alianza política de dichos países, cómo se desarrollaba la lucha entre Alemania e Inglaterra por Persia, la lucha de todos los capitales europeos por los empréstitos chinos, etc. He aquí la realidad viva de las alianzas “ultraimperialistas” pacíficas con su indisoluble lazo de unión con los conflictos simplemente imperialistas. La atenuación que hace Kautsky de las contradicciones más profundas del imperialismo, atenuación que se convierte inevitablemente en un embellecimiento del imperialismo, no pasa sin imprimir su sello también a la crítica, hecha por este escritor, de las propiedades políticas del imperialismo. El imperialismo es la época del capital financiero y de los monopolios, los cuales traen aparejada por todas partes la tendencia a la dominación y no a la libertad. La reacción en toda la línea, sea cual fuere el régimen político; la exacerbación extrema de las contradicciones en esta esfera también: tal es el resultado de dicha tendencia. Particularmente, se intensifica también la opresión nacional y la tendencia a las anexiones, es decir, a la violación de la independencia nacional (pues la anexión no es sino la violación del derecho de las naciones a su autodeterminación). Hilferding observa con acierto la relación entre el imperialismo y la intensificación de la opresión nacional:

14 15

A History of the Diplomacy in the international development of Europe (Hill, Vol. I, 10). Schilder (pág. 178).

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En lo que se refiere a los países nuevamente descubiertos, el capital importado intensifica las contradicciones y provoca contra los intrusos una resistencia creciente de los pueblos, cuya conciencia nacional se despierta; esta resistencia se puede convertir fácilmente en medidas peligrosas dirigidas contra el capital extranjero. Se revolucionan radicalmente las viejas relaciones sociales; se desmorona el aislamiento agrario milenario de las “naciones sin historia”, las cuales se ven arrastradas a la vorágine capitalista. El propio capitalismo poco a poco proporciona a los sometidos medios y procedimientos adecuados de emancipación. Y dichas naciones formulan el fin que en otros tiempos era considerado como el más elevado por las naciones europeas: la creación de un Estado nacional único como instrumento de libertad económica y cultural. Este movimiento por la independencia amenaza al capital europeo en sus zonas de explotación más preciadas, que prometen las perspectivas más brillantes, y el capital europeo puede mantener su dominación sólo aumentando continuamente sus fuerzas militares16.

A esto hay que añadir que no sólo en los países nuevamente descubiertos, sino incluso en los viejos, el imperialismo conduce a las anexiones, a la intensificación de la opresión nacional, y por consiguiente, también, a la intensificación de la resistencia. Al hacer objeciones a la intensificación de la reacción política por el imperialismo, Kautsky deja en la sombra la cuestión acerca de la imposibilidad de la unidad con los oportunistas en la época del imperialismo, cuestión que ha adquirido particular importancia vital. Al oponerse a las anexiones, da a sus objeciones una forma tal, que resulta la más inofensiva para los oportunistas y fácilmente aceptable por ellos. Kautsky se dirige directamente al auditorio alemán y, sin embargo, escamotea precisamente lo más esencial y más actual, por ejemplo, que Alsacia-Lorena es una anexión de Alemania. Para apreciar esta “desviación del pensamiento” de Kautsky, tomemos un ejemplo. Supongamos que un japonés condena la anexión de Filipinas por los norteamericanos. Cabe la pregunta: ¿serán muchos los que crean que esto se hace por hostilidad a las anexiones en general y no por el deseo del Japón de anexionarse él mismo las Filipinas? ¿Y no será preciso reconocer que la “lucha” del japonés contra las anexiones puede ser considerada como sincera y políticamente honrada sólo en el caso de que se levante contra la anexión de Corea por el Japón, de que exija la libertad de Corea de separarse del Japón? Tanto el análisis teórico como la crítica económica y política del imperialismo hechos por Kautsky se hallan totalmente impregnados de un espíritu en absoluto inconciliable con el marxismo, de un espíritu que escamotea y pule las contradicciones más fundamentales, de la tendencia a mantener a toda costa la unidad, que se está desmoronando, con el oportunismo en el movimiento obrero europeo.

X. El lugar histórico del imperialismo Como hemos visto, el imperialismo, por su esencia económica, es el capitalismo monopolista. Con ello queda ya determinado el lugar histórico del imperialismo, pues el monopolio, que nace única y precisamente de la libre competencia, es el tránsito del capitalismo a un orden social-económico más elevado. Hay que poner de relieve particularmente cuatro variedades principales del monopolio o manifestaciones principales del capitalismo monopolista característicos del período que nos ocupa. 16

El capital financiero (pág. 487).

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Primero: el monopolio es un producto de la concentración de la producción en un grado muy elevado de su desarrollo. Son las alianzas monopolistas de los capitalistas, carteles, sindicatos, trusts. Hemos visto qué inmenso papel desempeñan en la vida económica contemporánea. Hacia principios del siglo XX, alcanzaron pleno predominio en los países avanzados, y si los primeros pasos en el sentido de la cartelización fueron dados con anterioridad por los países con tarifas arancelarias proteccionistas elevadas (Alemania, Estados Unidos), Inglaterra, con su sistema de librecambio, mostró, sólo un poco más tarde, ese mismo hecho fundamental: el nacimiento del monopolio como consecuencia de la concentración de la producción. Segundo: los monopolios han conducido a la conquista recrudecida de las más importantes fuentes de materias primas, particularmente para la industria fundamental y más cartelizada de la sociedad capitalista: la hullera y la siderúrgica. La posesión monopolista de las fuentes más importantes de materias primas ha aumentado en proporciones inmensas el poderío del gran capital y ha agudizado las contradicciones entre la industria cartelizada y la no cartelizada. Tercero: el monopolio ha surgido de los bancos, los cuales, de modestas empresas intermediarias que eran antes, se han convertido en monopolistas del capital financiero. Tres o cinco bancos más importantes de cualquiera de las naciones capitalistas más avanzadas han realizado la “unión personal” del capital industrial y bancario, han concentrado en sus manos miles y miles de millones que constituyen la mayor parte de los capitales y de los ingresos en dinero de todo el país. Una oligarquía financiera que tiende una espesa red de relaciones de dependencia sobre todas las instituciones económicas y políticas de la sociedad burguesa contemporánea sin excepción: he aquí la manifestación más relevante de este monopolio. Cuarto: el monopolio ha nacido de la política colonial. A los numerosos “viejos” motivos de la política colonial, el capital financiero ha añadido la lucha por las fuentes de materias primas, por la exportación de capital, por las “esferas de influencia”, esto es, las esferas de transacciones lucrativas, concesiones, beneficios monopolistas, etc., y, finalmente, por el territorio económico en general. Cuando las potencias europeas ocupaban, por ejemplo, con sus colonias, una décima parte de África, como fue aún el caso en 1876, la política colonial podía desarrollarse de un modo no monopolista, por la “libre conquista”, por decirlo así, de territorios. Pero cuando resultó que las 9/10 partes de África estaban ocupadas (hacia 1900), cuando resultó que todo el mundo estaba repartido, empezó inevitablemente la era de posesión monopolista de las colonias y, por consiguiente, de lucha particularmente aguda por la partición y el nuevo reparto del mundo. Todo el mundo conoce hasta qué punto el capital monopolista ha agudizado todas las contradicciones del capitalismo. Basta indicar la carestía de la vida y el yugo de los carteles. Esta agudización de las contradicciones es la fuerza motriz más potente del período histórico de transición iniciado con la victoria definitiva del capital financiero mundial. Los monopolios, la oligarquía, la tendencia a la dominación en vez de la tendencia a la libertad, la explotación de un número cada vez mayor de naciones pequeñas o débiles por un puñado de naciones riquísimas o muy fuertes: todo esto ha originado los rasgos distintivos del imperialismo, que obligan a caracterizarlo como capitalismo parasitario o en estado de descomposición. Cada día se manifiesta con más relieve, como una de las tendencias del imperialismo, la creación de “Estados-rentistas”, de Estados-usureros, cuya burguesía vive cada día más de la exportación del capital y de “cortar el cupón”. Sería un error creer que esta tendencia a la descomposición descarta el rápido crecimiento del capitalismo. No; ciertas ramas industriales, ciertos sectores de la 45


burguesía, ciertos países, manifiestan, en la época del imperialismo, con mayor o menor fuerza, ya una, ya otra de estas tendencias. En su conjunto, el capitalismo crece con una rapidez incomparablemente mayor que antes, pero este crecimiento no sólo es cada vez más desigual, sino que esa desigualdad se manifiesta, asimismo, de un modo particular, en la descomposición de los países más fuertes en capital (Inglaterra). […] De todo lo que llevamos dicho anteriormente sobre la esencia económica del imperialismo, se desprende que hay que calificarlo de capitalismo de transición o, más propiamente, agonizante. Es, en este sentido, extremadamente instructivo que los términos más corrientes empleados por los economistas burgueses que describen el capitalismo moderno son: “entrelazamiento”, “ausencia de aislamiento”, etc.; los bancos son “unas empresas que, por sus fines y desarrollo, no tienen un carácter puramente de economía privada, sino que cada día más se van saliendo de la esfera de la regulación de la economía puramente privada”. ¡Y es ese mismo Riesser al cual pertenecen las últimas palabras, quien con la mayor seriedad del mundo declara que las predicciones de los marxistas respecto a la socialización no se han realizado! ¿Qué significa, pues, la palabreja “entrelazamiento”? Dicha palabra expresa únicamente el rasgo más acusado del proceso que se está desarrollando ante nosotros; muestra que los árboles impiden al observador ver el bosque, que copia servilmente lo exterior, lo accidental, lo caótico; indica que el observador es un hombre aplastado por los materiales y que no comprende nada del sentido y de la significación de los mismos. Se “entrelazan casualmente” la posesión de acciones, las relaciones de los propietarios privados. Pero lo que constituye la base de dicho entrelazamiento, lo que se halla debajo del mismo, son las relaciones sociales de la producción que se están modificando. Cuando una gran empresa se convierte en gigantesca y organiza sistemáticamente, sobre la base de un cálculo exacto de múltiples datos, el abastecimiento en la proporción de los 2/3 o de los 3/4 de la materia prima de todo lo necesario para una población de varias decenas de millones; cuando se organiza sistemáticamente el transporte de dichas materias primas a los puntos de producción más cómodos, que se hallan a veces a una distancia de centenares y de miles de kilómetros uno de otro; cuando desde un centro se dirige la elaboración del material en todas sus diversas fases hasta la obtención de una serie de productos diversos terminados; cuando la distribución de dichos productos se efectúa según un solo plan entre decenas y centenares de millones de consumidores (venta de petróleo en América y en Alemania por el “Trust del petróleo” norteamericano), se hace evidente entonces que nos hallamos ante una socialización de la producción y no ante un simple “entrelazamiento”; que las relaciones de economía y propiedad privadas constituyen una envoltura que no corresponde ya al contenido, que debe inevitablemente descomponerse si se aplaza artificialmente su supresión, que puede permanecer en estado de descomposición durante un período relativamente largo (en el peor de los casos, si la curación del tumor oportunista se prolonga demasiado), pero que, sin embargo, será ineluctablemente suprimida. El entusiasta partidario del imperialismo alemán, Schulze-Gaevernitz, exclama: Si, en fin de cuentas, la dirección de los bancos alemanes se halla en las manos de una docena de individuos, la actividad de los mismos es ya actualmente más importante para el bienestar popular que la actividad de la mayoría de los ministros [en este caso, es más ventajoso olvidar el “entrelazamiento” existente entre banqueros, ministros, industriales, rentistas, etc.] […] Si se reflexiona hasta el fin sobre el desarrollo de las tendencias que hemos visto, llegamos a la conclusión siguiente: el capital monetario de la nación está unido en bancos; los bancos, unidos entre sí en

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el cartel; el capital de la nación, que busca el modo de ser aplicado, ha tomado la forma de títulos de valor. Entonces se cumplen las palabras geniales de Saint-Simon: “La anarquía actual en la producción, que es una consecuencia del hecho de que las relaciones económicas se desarrollan sin una regulación uniforme, debe dejar su puesto a la organización de la producción. La producción no será dirigida por patronos aislados, independientes uno del otro, que ignoran las necesidades económicas de los hombres; la producción se hallará en manos de una institución social determinada. El comité central de administración, que tendrá la posibilidad de enfocar la vasta esfera de la economía social desde un punto de vista más elevado, la regulará del modo que resulte útil para la sociedad entera, entregará los medios de producción a las manos apropiadas para ello y se preocupará, sobre todo, de que exista una armonía constante entre la producción y el consumo. Existen instituciones que entre sus fines han incluido una determinada organización de la labor económica: los bancos”. Estamos todavía lejos de la realización de estas palabras de Saint-Simon, pero nos hallamos ya en camino de la misma: un marxismo distinto de como se lo imaginaba Marx, pero distinto sólo por la forma17.

No hay nada que decir: excelente “refutación” de Marx, que da un paso atrás, del análisis científico exacto de Marx a la conjetura –genial, pero conjetura al fin– de SaintSimon.

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Grundriss der Sozialoekonomik (pág. 146).

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AMÉRICA LATINA EN LA GEOPOLÍTICA DEL IMPERIALISMO (Cap. 1)

ATILIO BORON (2012)

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América Latina en la geopolítica del imperialismo Atilio A. Boron

Capítulo 1 La cuestión del imperialismo: pasado y presente El objeto de este primer capítulo es analizar la situación actual del sistema imperialista para, posteriormente, examinar la realidad geopolítica específica en que se encuentra inmersa América Latina18. Esta necesidad de iniciar nuestra tarea con un relevamiento de los rasgos principales de dicho sistema se funda en la convicción de que en el mundo contemporáneo quien quiera hablar sobre cuestiones como la guerra y la paz, la preservación del medio ambiente, la justicia, la democracia, la libertad y la igualdad tiene obligadamente que hablar del imperialismo. Quienes se abstienen de hacerlo, bajo el manto de una supuesta neutralidad de factura tecnocrática, son apologistas abiertos o encubiertos, conscientes o no, de un tipo de sociedad intrínsecamente perverso y de un sistema internacional incorregiblemente injusto, que empujan a la humanidad hacia el abismo. Comenzar por el análisis del imperialismo también es necesario si se quieren contrarrestar los discursos confusionistas con los cuales se bombardea permanentemente a nuestros pueblos, y en especial al campo intelectual latinoamericano, para fomentar el conformismo y la resignación ante un statu quo cada vez más peligroso e intolerable. Uno de tales discursos es el de la globalización, concebida como la interdependencia de todas las naciones, con desconocimiento de las asimetrías económicas y políticas que definen las relaciones entre ellas y las distintas posiciones que ocupan en el sistema; otro discurso, igualmente pernicioso porque en este caso se manifiesta con un lenguaje de izquierda, es el que se plasma en las tesis de autores como Michael Hardt y Antonio Negri que, víctimas de una impresionante confusión teórica, llegan a sostener en su libro Imperio que la edad del imperialismo ha concluido: hay imperio pero, en la alucinada visión de estos autores, ya no hay más imperialismo19.

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Sobre el tema de la geopolítica latinoamericana, ver Ana E. Ceceña, El Gran Caribe. Umbral de la geopolítica mundial (Quito: FEDAEPS, 2010) y de esta misma autora, “Geopolítica”, en Ivana Jinkings y Emir Sader (comps.) Enciclopedia Contemporánea de América Latina (Madrid: Akal, 2009), y en colaboración con Rodrigo Yedra y David Barrios, El águila despliega sus alas de nuevo. Un continente bajo amenaza (Quito: FEDAEPS/Observatorio Latinoamericano de Geopolítica, 2009). Un análisis puntual sobre un plan internacional de exterminio, el Plan Cóndor, pero que abunda en materiales interpretativos sobre la geopolítica de América Latina lo ofrece Stella Calloni en su notable Operación Cóndor: pacto criminal (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 2006) y en los numerosos artículos de esta autora sobre temas relacionados. Otra muy importante contribución al tema se encuentra en la obra de Rina Bertaccini Militarización imperialista y búsqueda de alternativas (Buenos Aires: Cartago, 2010) y, al igual que en el caso anterior, en sus notas periodísticas y la documentación contenida en el sitio web del MOPASSOL, el Movimiento por la Paz, la Soberanía y la Solidaridad entre los Pueblos, <www.mopassol.com.ar/>. Una insoslayable referencia sobre este asunto se encuentra en la obra de Luiz Alberto Moniz Bandeira, Geopolítica e política exterior: Estados Unidos, Brasil e América do Sul (Brasilia: Ministerio de Relaciones Exteriores del Brasil/Fundación Alexandre de Gusmão, 2010). Cuando este libro estaba a punto de entrar en imprenta apareció un notable texto de Telma Luzzani, Territorios vigilados. Cómo opera la red de bases militares norteamericanas en Sudamérica (Buenos Aires: Debate, 2012), el cual, aun cuando focalizado en la problemática de las bases militares, arroja una esclarecedora luz sobre la problemática geopolítica más amplia de nuestra región. 19 Ver sobre este tema nuestro Imperio & Imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri (Buenos Aires: CLACSO, 2004) (agotadas todas las ediciones; se puede bajar libremente desde la web en <http://bit.ly/uEqKhQ>). El libro de Hardt y Negri Imperio fue publicado en español por Paidós (Buenos Aires, 2002). La edición original, por la Harvard University Press, es del año 2000.

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Imperio sin imperialismo parece ser un ingenioso e inocente juego de palabras. Sin embargo, es mucho más que eso, porque el efecto político de ese argumento ha sido nada menos que la desmoralización, la desmovilización y el desarme ideológico de las fuerzas sociales y políticas ante una elaborada construcción teórica que proyecta la falaz imagen de un imperio convertido en una entelequia, una inhallable y vaporosa abstracción que, por eso mismo, aparece como inexpugnable e imbatible, y que concibe al imperialismo como una reliquia del pasado, como algo que ya desapareció de la faz de la Tierra y sobre lo cual es en vano preocuparse. El único camino que quedaría abierto ante la omnipotencia de este inverosímil imperio no imperialista es el de la resignada adaptación, con la esperanza de que las multitudes nómadas invocadas por Hardt y Negri puedan encontrar en los entresijos del sistema la falla geológica que, algún día, provoque mágicamente su estallido. Curiosamente, estos autores hacen pública su tesis en momentos en que el imperialismo redoblaba su agresividad. No por casualidad la publicación de su libro (en el año 2000 en Estados Unidos, con edición en lengua castellana en 2002) gozó de una extraordinaria repercusión en la prensa burguesa de todo el mundo. El certero instinto de las clases dominantes les hizo percibir de inmediato que una obra de ese tipo fortalecería su dominación ideológica y su “dirección intelectual y moral” entre masas cada vez más confundidas. Y en cuanto a la renovada agresividad del imperio “realmente existente” –tema sobre el cual volveremos más adelante–, sólo basta con recordar antecedentes tales como la reactivación de la Cuarta Flota; el enjambre de bases militares instaladas en América Latina; el desembozado apoyo a tentativas secesionistas y golpistas en Bolivia y Ecuador en 2008 y 2010 respectivamente; el golpe militar en Honduras en 2009 y su fraudulenta “legalización” a partir de la convalidación de las ilegítimas elecciones presidenciales del 29 de noviembre de 2009 y hace apenas unos meses, el golpe de estado “constitucional” en Paraguay en Junio del 2012; la intensificación del bloqueo integral en contra de Cuba y las permanentes amenazas y provocaciones de Washington contra Venezuela, Ecuador y Bolivia; los asesinatos selectivos de científicos nucleares iraníes y la imparable escalada de sanciones y agresiones en contra de Irán; la complicidad ante la genocida carnicería practicada por Israel en la Franja de Gaza y, más generalmente, contra los palestinos; el martirio interminable de Irak; la redoblada presencia militar norteamericana en Afganistán y la nueva “intervención humanitaria” en Libia, bajo el paraguas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en medio de la imparable revuelta que conmueve al mundo árabe y la perversa satisfacción con la que fue recibida la noticia del linchamiento de Muammar el Gadaffi por una turba criminal, al igual que la escandalosa operación librada contra Osama bin Laden, que terminó con su asesinato y desaparición20. Cabría preguntarse por las razones que impulsan a muchos autores a ignorar o desestimar la existencia del imperialismo. Sin ánimo de profundizar ahora en un tema harto complicado, podría decirse que dicha actitud refleja la crisis ideológica en que se debate la izquierda. Una izquierda que, sobre todo en el Norte, ha claudicado y renunciado a la lucha por la construcción de una buena sociedad. Basta con ver el deprimente espectáculo de intelectuales, partidos y sindicatos, otrora enrolados en la izquierda radical, hoy convertidos en ardientes defensores del ajuste salvaje propuesto 20

Poco antes de concluir este libro se filtró la noticia, que la prensa hegemónica procuró ocultar, de que el cuerpo de Osama Bin Laden no había sido arrojado al mar, sino enviado desde Pakistán a una base aérea militar en Delaware. Esta y otras revelaciones forman parte de los e-mails de la empresa de inteligencia Stratfor, interceptados por los hackers de Anonymous y dados a conocer por WikiLeaks. Ver <www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-188870-2012-03-04.html>.

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por el Banco Central Europeo o el FMI para enfrentar la crisis en Europa. O, cuando esto no ocurre, constatar la incapacidad para siquiera plantear una crítica al neoliberalismo rampante que se ha enseñoreado del viejo continente. Por supuesto, muchos también hicieron lo mismo en América Latina, pero la resonancia de los “conversos” y “renegados” del Norte es mucho mayor que la que tienen sus homólogos de esta parte del mundo. Hay gente que viene de un pasado de izquierda y que ahora dice que ya no hay más izquierda y derecha; según ellos, ahora sólo habría “realistas” y “dogmáticos”, en donde los primeros serían quienes no creen necesario detener la locomotora que nos lleva al abismo, para usar la conocida metáfora de Walter Benjamin. Tampoco existe el imperialismo, y lo que supuestamente habría sería la “interdependencia de las naciones” y el definitivo ocaso del supuesto causante de todas las guerras: el Estado-nación y su excrecencia, el nacionalismo. Obviamente, para quienes sostienen tesis como estas el imperialismo es un anacronismo, un molesto recuerdo del pasado que hoy carece por completo de importancia. Sin embargo, el imperialismo persiste más allá de las confusiones teóricas o las alucinaciones discursivas de estos sectores. ¿Por qué? Porque tal como precozmente lo señaló V.I. Lenin, se trata de un rasgo esencial del –e inherente al– capitalismo contemporáneo, y si algo ocurrió con la globalización neoliberal, fue que la presencia del imperialismo se extendió a lo largo y a lo ancho de todo el planeta, y su accionar se tornó más opresivo y predatorio que nunca antes. Conviene recordar que desde finales de los años ochenta el imperialismo había desaparecido no sólo como teoría explicativa de la economía mundial, sino también como componente del discurso político. El término simplemente había sido enviado al ostracismo por los académicos, los comunicadores sociales, los políticos y los gobernantes. Recién se comenzó a hablar nuevamente de imperialismo a comienzo del siglo actual, sobre todo luego de la fulgurante aparición del ya mencionado libro de Hardt y Negri y de la desafiante reafirmación del carácter imperialista de Estados Unidos –se sobreentiende: un imperialismo benévolo– hecha por el tanque de pensamiento ultraconservador New American Century o Nuevo Siglo Americano21. La molesta y desagradable supervivencia del imperialismo, inmune a las modas intelectuales y lingüísticas, hizo que en los ochenta y los noventa aquel se ocultara tras un nuevo nombre: “globalización”. Ahora bien: ¿qué es la globalización sino una suerte de nueva “fase superior” del imperialismo?22. La globalización no es el fin del imperialismo sino un salto cualitativo del mismo, al cual nos referiremos a continuación. Representa la transición del imperialismo clásico hacia otro de nuevo tipo, basado en las actuales condiciones bajo las cuales se desenvuelve el modo de producción capitalista. La palabra “imperialismo” había desaparecido, pero los hechos son porfiados y tenaces, y a la larga este vocablo renació desde sus cenizas. La razón es muy simple: casi todo el mundo está sometido a los rigores de una estructura imperialista, y tal como persuasivamente lo argumentan Leo Panitch y Sam Gindin en un par de notables artículos publicados hace ya unos años, los Estados Unidos desempeñan un papel esencial e irreemplazable en el sostenimiento de esa estructura23. 21

Información sobre el New American Century se puede obtener en <www.newamericancentury.org/>. Ya en 1999, antes del resurgimiento de la cuestión del imperialismo, planteábamos esta tesis en nuestro “‘Pensamiento único’ y resignación política: los límites de una falsa coartada” en Theorethikos (San Salvador: Universidad Francisco Gavidia) Año III, N° 3, julio-septiembre de 2000. Ver Tiempos violentos. Neoliberalismo, globalización y desigualdad en América Latina, de Atilio A. Boron, Julio Gambina y Naúm Minsburg (comps.) (Buenos Aires: CLACSO/EUDEBA, 1999: 239-242). 23 Ver “Capitalismo global e imperio norteamericano”, de Leo Panitch y Sam Gindin, en Socialist Register 2004 (Buenos Aires: CLACSO, 2005) y la continuación de ese trabajo, por los mismos autores, “Las finanzas y el imperio norteamericano”, en Socialist Register 2005 (Buenos Aires: CLACSO, 2005). 22

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Nos guste o no nos guste, lo nombremos o no, el animal existe. Y por eso, como la cosa estaba y no había desaparecido, el hechizo de la palabra que pretendía ocultarlo, “globalización”, se desvaneció y el viejo término reingresó triunfalmente en la esfera pública. Ahora bien, alguien podría decir: “¿por qué había desaparecido la palabra imperialismo?”. Lo hizo, primero, como producto de cambios muy significativos – económicos, políticos e ideológicos– que tuvieron lugar en la escena internacional, entre otras cosas porque en los años ochenta y noventa el avance del neoliberalismo fue arrollador. Esto quedó dramáticamente patentizado en 1989, cuando se derrumbó el Muro de Berlín, y un par de años después, al desintegrarse la Unión Soviética. Es decir, uno de los polos de la gran confrontación económica, política, ideológica, militar a lo largo de gran parte del siglo XX: la Guerra Fría, se esfumó sin dejar rastros24. A partir de ahí, se llegó a la conclusión de que una vez borrada del mapa la Unión Soviética, el imperialismo (que era, según la equivocada opinión de algunos autores, un fenómeno eminentemente militar) no tenía ya más razón de ser. Los hechos, en cambio, mostraron que sí tenía razón de ser y que, tal como correctamente lo había señalado Lenin, las raíces del imperialismo son económicas, si bien también se manifiestan en el terreno político, en el militar e incluso en el de las ideas, donde el éxito de la prédica neoliberal promovida por el imperialismo y sus aliados ha sido extraordinario. Se debe tener presente, como una nota adicional, que en el plano de las ideas el papel de los medios de comunicación es esencial, y estos se encuentran concentrados en manos de grandes oligopolios en una proporción aun mayor que la que encontramos, por ejemplo, en la banca internacional. Revisión y actualización teórica Decíamos más arriba que una serie de cambios en el proceso de acumulación capitalista puso en cuestión algunos preceptos de la teorización clásica del imperialismo desarrollada en la segunda década del siglo XX, época en que se escribieron los textos canónicos de V.I. Lenin, Rosa Luxemburgo, R. Hilferding, K. Kautsky y N. Bujarin sobre el tema. En primer lugar, porque según aquellos el imperialismo era un reflejo de la crisis que se abatía sobre las economías metropolitanas, que por eso mismo debían salir agresivamente a la conquista de mercados externos. Pero el período posterior a la Segunda Guerra Mundial puso en cuestión esa premisa, porque si algo caracterizó esta fase fue una tremenda expansión del imperialismo que se producía no como respuesta a la crisis sino como producto de un auge económico sin precedentes en la historia del modo de producción capitalista: el célebre “cuarto de siglo de oro” del período 19481973, todo lo cual sumía en la perplejidad a la teoría convencional. Segundo, las teorías clásicas pronosticaban que como resultado de la competencia interburguesa las guerras entre las potencias capitalistas serían inevitables. Nada de eso volvió a ocurrir luego de 1945. Hubo guerras, por supuesto, pero estas han sido del capital contra los pueblos de la periferia del sistema y no entre las potencias metropolitanas. Tal como señalan Panitch y Gindin en los trabajos ya aludidos, la penetración de los intereses de los 24

Sobre esta cuestión existe una inmensa literatura. Recomendaríamos apenas, a modo de invitación a explorar el tema, a Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX [curiosa traducción del título original: Extremes. The short twentieth century, 1914-1991] (Buenos Aires: Crítica/Grupo Mondadori, 1998); Años interesantes. Una vida en el siglo XX (Barcelona: Crítica/Grupo Mondadori, 2003) y Cómo cambiar el mundo. Marx y el marxismo 1840-2011 (Buenos Aires: Crítica/Grupo Mondadori, 2011). Ver asimismo La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, de Naomi Klein (Barcelona: Espasa Libros, 2010), principalmente los capítulos 11 y 12.

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oligopolios norteamericanos en todas las burguesías del mundo desarrollado abortó cualquier posibilidad de un enfrentamiento militar entre las mismas y lo volvió impensable, por lo menos hasta ahora. Tercero, las teorías clásicas sostenían que para la reproducción del imperialismo se requería la presencia de vastas regiones atrasadas (“agrarias”, como se las denominaba en aquella literatura) o “precapitalistas”, que proporcionaban el espacio para la acumulación que ya no se podía encontrar en las metrópolis. Fue Rosa Luxemburgo quien insistió fuertemente sobre este asunto. Sin embargo, una vez que esos espacios de la periferia fueron incorporados a las relaciones capitalistas de producción, el imperialismo siguió avanzando más allá de los límites impuestos por la geografía mediante la mercantilización de sectores de la vida económica y social antaño preservados al margen de la dinámica predatoria de los mercados, como los servicios públicos, los fondos de pensión, la salud, la educación, la seguridad, las cárceles y otros por el estilo. Esta es, en buena parte, la historia del último cuarto de siglo. La respuesta de algunos autores ante los desafíos que planteaban todos estos cambios fue el abandono de la noción de imperialismo. De ahí el auge de teorías como la globalización, la interdependencia y, posteriormente, el imperio, entendidas como lo hacen Hardt y Negri, como un etéreo e inofensivo “régimen de soberanía global”. Y en ese régimen, en el cual no hay centro ni periferia y las clases se difuminan en espectrales multitudes, no existe posibilidad alguna de relaciones imperialistas. A nivel conceptual, la ciencia política, ya en la década del ochenta, adoptó la categoría de régimen político para el estudio de las “transiciones democráticas”, haciendo a un lado al Estado, las fuerzas políticas y la lucha de clases. El imperialismo fue concebido, por los diversos exponentes del “posmarxismo”, como una perniciosa deriva del nacionalismo, pero como según ellos ahora los Estados-nación están en un irreversible curso de desaparición, el imperio se convierte en un espacio abierto en donde el imperialismo pierde su razón de ser. La antigua soberanía estatal, que se remonta a los tiempos de Maquiavelo, Hobbes y Bodino, se relocaliza rápidamente y se desplaza hacia grandes organizaciones supranacionales gubernamentales o privadas: la Unión Europea, el Banco Mundial (BM), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD), el Banco Central Europeo, el FMI, las grandes empresas transnacionales, etcétera. En su ofuscamiento, los posmarxistas (y los posmodernos en general) no alcanzan a visualizar que: (a) todas estas supuestas organizaciones “globales” lo son sólo en apariencia, pues responden en última instancia a los requerimientos de la “burguesía imperial” y los Estados nacionales que se encargan de proteger sus negocios; y (b) esos presuntos engendros posestatales reproducen la asimetría “inter-nacional” de los mercados mundiales, en donde un puñado de naciones (bajo la supremacía de Estados Unidos) domina a voluntad a aquellas organizaciones, mientras que el resto está sometido a su opresiva influencia. A quien tenga dudas al respecto le basta con ojear los diarios de los últimos meses para comprobar cuáles Estados nacionales salieron ganando y perdiendo de la crisis europea, sobre todo en países como Grecia, Irlanda, España, Portugal e Italia. Tampoco ven aquellos teóricos que las así llamadas empresas transnacionales lo son sólo por el alcance mundial de sus operaciones, pero que sus casas matrices se localizan en un pequeño número de naciones, donde tienen su domicilio legal, y hacia donde fluyen las ganancias obtenidas en todo el mundo, para lo cual se aseguran la vigilancia de “perros guardianes” supuestamente internacionales, como el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI) o el Grupo de Acción Financiera en Contra del Lavado de Dinero (GAFI), cuya misión excluyente es defender los intereses del gran capital y garantizar que la plusvalía se dirija sin tropiezos hacia las casas matrices de las 55


transnacionales25. En otras palabras, seguimos viviendo en un mundo de Estados nacionales. Pero, además, el imperio tiene un centro, irreemplazable, que es Estados Unidos. Sin su estratégico papel, el imperialismo se derrumbaría como un castillo de naipes. Hagamos un simple ejercicio mental y eliminemos a los Estados Unidos del tablero de la política mundial: ¿de qué manera se sostendría una situación como la de Oriente Medio, en donde un rosario de regímenes retrógrados perdura gracias a la entrega incondicional de su riqueza petrolera a Estados Unidos? ¿Cuánto duraría el predominio militar de Israel sin el costosísimo sostén económico que le proporciona Washington? ¿Quién garantiza, en última instancia, el sometimiento y la expropiación del pueblo palestino? ¿Quién es el gran promotor de todas las políticas neoliberales en el Tercer Mundo, a través del manejo sin contrapesos de instituciones como el FMI, el BM o la Organización Mundial del Comercio (OMC)? ¿Quién domina a su antojo al Consejo de Seguridad de la ONU, provocando la crisis de la organización? ¿Quién es, según la formulación de Samuel P. Huntington, el “sheriff solitario” de la política internacional? Sin el rol decisivo de Estados Unidos, no existe respuesta posible para todas estas cuestiones. El mundo de hoy, el sistema imperialista signado por el predominio del gran capital financiero, es impensable al margen de un Estado-nación muy poderoso, que dispone de prácticamente la mitad del gasto militar del planeta y que impone esas políticas a veces “por las buenas”, haciendo uso de su fabuloso arsenal mediático y sus mecanismos de dominación ideológica y cultural; pero, si por las buenas no convence, lo impone por la fuerza de las armas. Tanto el soft power como el hard power están en manos de los Estados Unidos. ¿Quién podría reemplazarlo en el vértice del sistema imperialista a nivel mundial, con capacidad de intervención militar a escala planetaria: Alemania, Francia, Japón, China, Rusia? Ninguno de ellos. Desaparecidos los Estados Unidos, el sistema capitalista se desplomaría como un castillo de naipes. 25

El CIADI es una institución del BM, encargada de administrar un mecanismo para la solución de disputas entre gobiernos y empresas pertenecientes a otros Estados. No se trata, por lo tanto, de un tribunal arbitral regido por la legalidad internacional, sino que su marco normativo lo ofrecen los distintos tratados bilaterales de protección de inversiones (TBPI) firmados por los gobiernos. La radicalidad del experimento neoliberal en la Argentina de los noventa se confirma, entre otras cosas, también por el hecho de que este país es uno de los que más TBPI ha firmado y se encuentran en vigor (58), mientras que sólo tres aún no han entrado en vigencia. Casi todos (54 de los 58) fueron firmados durante la presidencia de Carlos Menem (1989-1999), mientras que los cuatro restantes lo fueron por el gobierno de la Alianza, presidido por Fernando de la Rúa (1999-2001). Prácticamente todos estos TBPI contemplan una duración de diez años y su prórroga es automática, pese a lo cual ninguno ha sido denunciado por los gobiernos que sucedieron al de Carlos Menem y continúan, por lo tanto, en vigor. Brasil, en cambio, sólo ha firmado 16 TBPI, pero ninguno de ellos se encuentra vigente. Este país, además, tampoco es miembro del CIADI. Una de las críticas fundamentales que se le hacen al CIADI es su abierta predisposición a favorecer los reclamos de las transnacionales en perjuicio de los países anfitriones. La existencia del CIADI y de los TBPI, por último, refuta las especulaciones de algunos analistas –no pocos de ellos de izquierda– acerca del carácter global, no nacional, de las empresas transnacionales. De hecho, todas ellas se encuentran protegidas por un tratado bilateral firmado por sus gobiernos con el gobierno del país anfitrión. Bolivia, Ecuador y Venezuela abandonaron el CIADI, en ese orden, no así la Argentina. El GAFI, a su vez, es una institución intergubernamental creada en el año 1989 por el G-7, cuyo declarado propósito es desarrollar políticas que ayuden a combatir el lavado de dinero y el financiamiento al terrorismo. El GAFI elaboró, en sus años iniciales, una serie de cuarenta recomendaciones, pero luego de los atentados del 11-S agregó otras más, que introdujeron controles muy estrictos sobre las transferencias electrónicas de dinero, remesas y financiamientos a organizaciones sin fines de lucro. En fechas recientes, el GAFI presionó y obtuvo de varios gobiernos, entre ellos el argentino, la sanción de una legislación antiterrorista supuestamente encaminada a prevenir el financiamiento del terrorismo internacional. Sin embargo, dada la laxitud de la definición de “terrorista”, esa legislación puede ser aplicada –y en algunos países como Chile ya ha sido puesta en marcha– para legalizar la represión de la protesta social. Ver “Salir de la trampa”, de Eduardo Lucita, en Página/12 (Buenos Aires) 15 de abril de 2012.

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Consciente de esa realidad, a finales del siglo pasado Huntington examinaba las responsabilidades de la superpotencia solitaria y se preguntaba quién estaría en condiciones de remplazar a Washington, que demostró haber sido capaz de “presionar a otros países para adoptar valores y prácticas norteamericanas en temas tales como derechos humanos y democracia; impedir que terceros países adquieran capacidades militares susceptibles de interferir con la superioridad militar norteamericana; hacer que la legislación norteamericana sea aplicada en otras sociedades; calificar a terceros países en función de su adhesión a los estándares norteamericanos en materia de derechos humanos, drogas, terrorismo, proliferación nuclear y de misiles y, ahora, libertad religiosa; aplicar sanciones contra los países que no conformen a los estándares norteamericanos en estas materias; promover los intereses empresariales norteamericanos bajo los slogans del comercio libre y mercados abiertos y modelar las políticas del FMI y el BM para servir a esos mismos intereses […]; forzar a otros países a adoptar políticas sociales y económicas que beneficien a los intereses económicos norteamericanos; promover la venta de armas norteamericanas e impedir que otros países hagan lo mismo […]; categorizar a ciertos países como ‘Estados parias’ o delincuentes y excluirlos de las instituciones globales porque rehúsan a postrarse ante los deseos norteamericanos”26. La respuesta a la pregunta retórica de Huntington tiene una única contestación: nadie. Por eso Estados Unidos es, como lo recordara la secretaria de Estado de Bill Clinton, Madeleine Albright, “el país indispensable”, aunque no para la democracia y la libertad, como ella cree, sino para sostener la estructura imperialista del actual (des)orden mundial. Ahora bien, cabría preguntarse: ¿cómo es que algunas políticas del imperio continúan imponiéndose en nuestros países una vez extinguidas las antiguas dictaduras de seguridad nacional? ¿Cómo es posible dicha continuidad cuando la propia derecha se ha visto obligada a manejarse dentro de la institucionalidad democrática, si bien contando en muchos casos con presidentes surgidos de sus filas en países como Colombia, México, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá, Chile? Esta aparente paradoja confirma que la eficacia práctica del imperialismo pasa inexorablemente por estructuras nacional-estatales de mediación. Nada más erróneo que suponer al imperialismo como un “factor externo”, que opera con independencia de las estructuras de poder de los países de la periferia. Lo que hay es una articulación entre las clases dominantes a nivel global, lo que hoy podríamos denominar una “burguesía imperial” –es decir, una oligarquía financiera, petrolera e industrial que se vincula y coordina trascendiendo las fronteras nacionales–, que dicta sus condiciones a las clases dominantes locales en la periferia del sistema, socias menores de su festín, pero que tienen la importante función de viabilizar el accionar del imperialismo a cambio de obtener ventajas y beneficios para sus propios negocios. Pero más allá de la coincidencia de intereses entre los capitalistas locales –en realidad, una “burguesía autóctona”, no nacional, como bien lo recordaba el Che Guevara– y la “burguesía imperial”, lo decisivo es que los primeros controlan a los Estados de la periferia del sistema y es a través de esa prevalencia que establecen las condiciones políticas e institucionales que posibilitan el funcionamiento de los mecanismos de exacción de excedentes y saqueo de recursos que caracterizan al pillaje imperialista. Entre otros, el más importante es garantizar la eficaz labor de los aparatos legales y represivos del Estado para, con los primeros, someter a la fuerza de trabajo a las condiciones que requiere la superexplotación capitalista (precarización y flexibilización laborales, 26

Ver “The lonely superpower”, de Samuel P. Huntington, en Foreign Affairs, Vol. 78, Nº 2, marzo-abril de 1999: 48.

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extensión de la jornada de trabajo, abolición de derechos sindicales, etcétera), y con los segundos, reprimir a los descontentos y los revoltosos y, de este modo, sostener un “orden social” escandalosamente injusto. Como es evidente a partir de estos razonamientos, la realidad del imperialismo contemporáneo nada tiene que ver con la imagen divulgada por los teóricos de la globalización. El imperio tiene un centro, Estados Unidos, lugar donde se concentran los tres principales recursos de poder del mundo contemporáneo: Washington dispone de las armas y el arsenal atómico más importante del planeta; Nueva York, del dinero; y Los Ángeles tiene las imágenes y toda la fenomenal galaxia audiovisual. Más importante aún, los tres actúan sincronizadamente y en línea con las orientaciones estratégicas generales dispuestas por su estado mayor en la Casa Blanca. ¿O es que Washington no está siempre, invariablemente, detrás del mundo de los negocios, respaldando a cualquier precio a “sus” empresas, en cuyos directorios además se verifica una permanente circulación entre los funcionarios gubernamentales que reemplazan a los CEO, mientras estos pasan a ocupar elevados puestos en el gobierno de turno? ¿O alguien puede creer que Hollywood produce sus películas, series de televisión y toda clase de productos audiovisuales ignorando (para ni hablar de contradiciendo) las prioridades nacionales dictadas por la Casa Blanca y el Congreso? A modo de síntesis Quisiéramos concluir este capítulo inicial planteando unas proposiciones que sintetizan nuestra visión del imperialismo a comienzos del siglo XXI y a partir de las cuales será posible elaborar un análisis de las condiciones geopolíticas que caracterizan a América Latina27. a) Pese a todos los discursos que pretenden negar su existencia, el imperialismo continúa siendo la fase superior del capitalismo. Una fase que por su insaciable necesidad de acrecentar el pillaje y saqueo de los bienes comunes y las riquezas de todo el mundo adquiere rasgos cada vez más predatorios, agresivos y violentos, colocando objetivamente a la humanidad a las puertas de su propia destrucción como especie. Criminalización de la protesta social; militarización de las relaciones internacionales y 27

Remitimos a los lectores al examen de algunos textos entre la plétora de trabajos que examinan detalladamente los cambios y la conformación de un nuevo sistema imperialista: David Harvey, en el ya mencionado The enigma of capital and the crises of capitalism; Claudio Katz, Bajo el imperio del capital (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2012); Leo Panitch y Sam Gindin, “Capitalismo global e imperio norteamericano” (op. cit.), y su continuación, “Las finanzas y el imperio norteamericano” (op. cit.); Ellen Meiksins Wood, Empire of capital (Londres: Verso, 2003); Alex Callinicos, “La teoría marxista y el imperialismo en nuestros días” en Razón y Revolución (Buenos Aires, 2010) Nº 56; Theotonio dos Santos, Economía mundial, integración regional y desarrollo sustentable: las nuevas tendencias y la integración latinoamericana (Lima: Infodem, 2010), así como su texto clásico, con un nuevo estudio introductorio de Carlos Eduardo Martins: Imperialismo y dependencia (Caracas: Biblioteca Ayacucho de Clásicos Políticos de América Latina/Banco Central de Venezuela, 2012) y su Del terror a la esperanza. Auge y decadencia del neoliberalismo (Caracas: Monte Ávila, 2007); Carlos Eduardo Martins, Globalização, dependência e neoliberalismo na América Latina (San Pablo: Boitempo, 2011); André Gunde Frank, ReOrient: Global economy in the Asian age (Berkeley: University of California Press, 1998); Samir Amin, El hegemonismo de los Estados Unidos y el desvanecimiento del proyecto europeo (Madrid: El Viejo Topo, 2001); Más allá del capitalismo senil (Barcelona: El Viejo Topo, 2003) y La crisis. Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis (Barcelona: El Viejo Topo, 2009): Jorge Beinstein, Crónica de la decadencia. Capitalismo global 1999-2009 (Buenos Aires: Cartago, 2009) por último, Giovanni Arrighi, Adam Smith en Pekín. Orígenes y fundamentos del siglo XXI (Madrid: Akal, 2007); El largo siglo XX (Madrid: Akal, 1999) y, junto a Beverly J. Silver, Caos y orden en el sistemamundo moderno (Madrid: Akal, 2001).

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del espacio exterior; guerras, extorsiones y sabotajes por doquier; intensificación de la depredación medioambiental, y sometimiento de pueblos enteros de la periferia y en la propia “periferia interior” de las metrópolis son datos que caracterizan tenebrosamente la actualidad del imperialismo. La historia de los imperios precedentes demuestra que se tornan más agresivos e inmorales una vez iniciada su decadencia. El caso de los Estados Unidos en la actualidad confirma plenamente esa tesis. b) Es posible por eso mismo afirmar que los cinco rasgos fundamentales identificados por V.I. Lenin en su clásico trabajo conservan su validez, aunque su morfología no necesariamente repita la que los caracterizaba un siglo atrás. Es decir: (i) la concentración de la producción y el capital, y los oligopolios que ese proceso precipita, continuó a ritmo acelerado, llegando a escalas inimaginables para el propio Lenin; (ii) perdura también la fusión del capital bancario con el industrial, generando un capital financiero cuyo volumen crece sin pausa hasta adquirir las descomunales proporciones que exhibe en nuestros días. Con toda razón se dice que uno de los procesos definitorios del capitalismo contemporáneo es la financiarización de la economía28; (iii) se confirma asimismo el predominio de la exportación de capitales sobre la exportación de mercancías, siendo la circulación de los primeros de una magnitud incomparablemente mayor que el comercio de mercancías; (iv) la puja por el reparto de los mercados a escala planetaria entre los grandes oligopolios, respaldados por sus Estados, prosigue su devastadora marcha. ¿Qué otra cosa si no es la ocupación militar de Irak y la expulsión de los rivales de Washington; o lo que acaba de ocurrir en Libia, para no citar sino los dos casos más flagrantes?; (v) por último, continúa también el reparto territorial del mundo entre las grandes potencias. Estados Unidos quiso apoderarse de América Latina y el Caribe mediante el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Como su empeño no tuvo éxito, ahora trata de hacerlo por otras vías: acuerdos comerciales de libre comercio (bilaterales, como los celebrados con Chile, Perú y Colombia; o multilaterales, como Centroamérica más República Dominicana) y los TBPI mencionados más arriba mediante los cuales Estados Unidos y los países desarrollados exigen a los de la periferia protección para las inversiones de las empresas de su país y a cambio garantizan la misma protección a las inversiones que pudieran hacer las “transnacionales” argentinas, paraguayas o bolivianas que inviertan en los capitalismos metropolitanos; o por la vía militar, apoyándose en su control de la infraestructura de comunicaciones y transporte a nivel global, la red de bases militares, la Cuarta Flota y la política guerrerista impulsada por la administración Bush y profundizada por el inverosímil premio Nobel de la Paz y actual ocupante de la Casa Blanca, Barack Obama. c) Al ser la globalización la fase superior del capitalismo, instituciones, reglas del juego e ideologías que el capitalismo global impuso a la salida de la Segunda Guerra Mundial permanecen en la escena. Lejos de desaparecer, acentúan su gravitación: el BM, el FMI, el Banco Central Europeo, la OMC, la OECD, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Organización de Estados Americanos (OEA), la OTAN y otros organismos por el estilo permanecen firmes en sus puestos, redefiniendo sus funciones y sus tácticas de intervención en la vida económica, social y política de los pueblos, pero siempre invariablemente al servicio del capital. Esto fue ratificado por el G-20 en su reunión de 28

Algunos cálculos estiman en 370 billones de dólares (370 millones de millones de dólares) la circulación de los derivados financieros en los mercados mundiales, 28 veces más que los 13 billones que constituyen el PIB de Estados Unidos –ver “Por una restructuración revolucionaria del sistema financiero estadounidense” en El Argentino (Buenos Aires) 16 de noviembre de 2011: 4–.

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Londres, cuando les encargó, sobre todo al FMI, que cumplieran el papel de “guía” intelectual e ideológico para sacar al mundo de la profunda crisis en que se encuentra. Se debe observar el nefasto rol que el FMI y el Banco Central Europeo están desempeñando en la administración del “ajuste salvaje” al que varios países europeos fueron sometidos a partir de 2011 y en virtud del cual muchos de ellos se convirtieron en “protectorados” de aquellas instituciones, sin retener las más elementales atribuciones relativas a la soberanía nacional. El liberalismo global, en su versión actual “neoliberal” codificada en el Consenso de Washington, sigue siendo la ideología del sistema. La “democracia liberal” y el “libre mercado” continúan siendo los fundamentos ideológicos últimos al actual orden mundial. Pese a los esfuerzos retóricos de los “posmos”, nada de esto ha cambiado. Las “recetas” que el FMI está administrando a Grecia, Irlanda, España, Portugal e Italia para salir de la crisis son las mismas que provocaron el holocausto social padecido por América Latina y están teniendo en esos países las mismas consecuencias. d) Contrariamente a lo que ocurría en su fase clásica, el imperialismo actual tiene un centro indiscutido: Estados Unidos. Europa es un socio menor del sistema imperialista, sin capacidad política, económica o militar para impedir siquiera los abusos y los atropellos que Estados Unidos hizo, y continúa haciendo, en la mismísima Europa. Basta recordar lo ocurrido en los Balcanes con la ex Yugoslavia, o la aberrante “independencia” de Kosovo, o la absurda permanencia de bases militares en los principales países europeos (y también en Japón) más de sesenta años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, para comprobar que Europa es apenas un nombre que designa a una zona geográfica de gran importancia económica pero sin unidad política alguna. Y algo muy semejante ocurrió en 2011 con ocasión de la intervención militar de los países europeos y Estados Unidos en Libia. Las políticas del imperialismo han sido muy efectivas en acelerar el desmembramiento de Europa en más de medio centenar de “naciones” independientes y autónomas, la mayoría de ellas impotentes e insignificantes, y convirtiendo a algunas, como Polonia y República Checa, en simples correas de transmisión de los intereses norteamericanos en la región. Y Japón, apretado entre Rusia y China, y amenazado económicamente por ambos e incluso por Corea del Sur y Taiwán, ha optado por refugiarse en el paraguas militar y político norteamericano y de ninguna manera puede cumplir el papel de un socio principal en el sistema imperialista. Las reformas de diversos artículos de la constitución japonesa en 2005 –que prohibían las operaciones militares de sus fuerzas armadas fuera de su propio territorio–, exigidas por los Estados Unidos a cambio de su protección, demuestran fehacientemente los escasísimos márgenes de autonomía con que cuenta ese país dispuesto, aparentemente, a cumplir un papel bélico regional para mantener el “orden mundial” en el Sudeste Asiático. Pero las modificaciones en el tablero geopolítico global reducen cada vez más el margen de maniobra del imperialismo, como veremos más adelante. e) Tal como se señalaba más arriba, la concentración monopólica, uno de los rasgos centrales del imperialismo clásico, no sólo se ha mantenido, sino que se ha profundizado en la fase actual. Según plantea Samir Amin, son cinco los monopolios (en verdad, oligopolios) que caracterizan al funcionamiento del capitalismo contemporáneo: el tecnológico; el control de los mercados financieros mundiales; el acceso oligopólico a los recursos naturales del planeta; el de los medios de comunicación y, por último, el de las armas de destrucción masiva. ¿Es concebible

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plantear el fin de las relaciones imperialistas ante la renovada vigencia y protagonismo de los oligopolios en estas cinco áreas estratégicas de la economía mundial? f) En la etapa actual, el eje fundamental del proceso de acumulación a escala mundial se encuentra en la financiarización de la economía. Por algo se trata del sector en donde la desregulación y la liberalización han avanzado con más fuerza y penetrado más profundamente en la economía mundial. La gran crisis que estalló en 2008 es el resultado directo de la escandalosa desregulación del sistema financiero, propuesta e impulsada sobre todo por los Estados Unidos durante la “progresista” administración Clinton y ejecutada por sus dos secretarios del Tesoro, Lawrence Summers y Robert Rubin, actualmente asesores económicos de Barack Obama. Se debe recordar también que en los capitalismos desarrollados el liberalismo financiero se combina con el proteccionismo y la estricta regulación de los demás mercados mediante subsidios, aranceles, trabas al comercio, políticas de promoción de diverso tipo y, por supuesto, un muy estricto control de la movilidad de la fuerza de trabajo mundial, para lo cual la supervivencia de los Estados nacionales de la periferia es un elemento de decisiva importancia. g) La financiarización acentúa los rasgos más predatorios del capitalismo al imponer una “norma” de rentabilidad que obliga a todos los demás sectores a incurrir en la superexplotación de la fuerza de trabajo y los bienes naturales. Un solo dato basta para confirmarlo: en el sistema financiero internacional, aproximadamente el 95% de todas las transacciones se realiza en un plazo igual o inferior a siete días, en donde además existen posibilidades de obtener tasas de ganancia muy significativas en un muy corto plazo. Esto hace que los sectores no financieros del capital deban extremar sus estrategias para succionar excedentes en la mayor cantidad y en el menor tiempo posible, para compensar lo que de otro modo podrían obtener en el sistema financiero. Este, por ser mucho más volátil, implica mayores riesgos, pero ejerce una influencia muy grande sobre las estrategias de inversión en todos los demás sectores de la economía. El capital ha ido transformando los más diversos aspectos de la vida social en meras mercancías, expandiendo su influencia hasta cubrir todo el planeta más allá de los avatares del ciclo económico. i) La supremacía militar de Estados Unidos es incontestable pero no por ello deja de tener límites. Las experiencias recientes demuestran que puede arrasar países enteros, como lo ha hecho en Afganistán, Irak y Libia, pero no puede llegar a normalizar el funcionamiento de sus víctimas para garantizar el eficaz saqueo de sus riquezas y el despojo de sus recursos. Ganar una guerra es algo más que destruir la base territorial del adversario. Significa recuperar ese territorio para provecho propio, cosa que no puede hacerse confiando tan sólo en la superioridad aérea o misilística en el terreno militar. Noam Chomsky ha planteado que hasta ahora Estados Unidos ha demostrado una fenomenal incapacidad para eso, algo que, por ejemplo, un déspota infame como Hitler supo hacer en las condiciones mucho más complicadas de la Europa ocupada de comienzos de la década del cuarenta. De ahí que la idea de un imperio invencible sea falsa en grado extremo: es cierto que puede arrasar con un territorio, pero no puede vencer militarmente más allá de un cierto punto muy elemental. Fue derrotado en Vietnam, en Cuba (Playa Girón), y está siendo derrotado por las milicias de Afganistán e Irak. De todas maneras, no se puede subestimar la importancia militar de los Estados Unidos: según los expertos norteamericanos, dispone de más de mil bases militares dispersas por los cuatro puntos cardinales del planeta y de un ejército imperial sin 61


parangón en la historia que amenaza sin precedentes a la paz y la seguridad mundiales. Volveremos sobre este tema más adelante. j) En el terreno económico, la situación del imperialismo es más complicada. No pudo imponer el Acuerdo Multilateral de Inversiones, lo que habría significado institucionalizar la dictadura del capital a escala mundial. En América Latina y el Caribe su proyecto insignia, el ALCA, fue derrotado bochornosamente en 2005, si bien trata de reflotarlo, metamorfoseado, como una inocente Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN), con la esperanza de extenderla hacia el sur. Las rondas de la OMC van de fracaso en fracaso, y la aparición de China como un gran actor de la economía mundial, unida a los avances de la India, plantea serios desafíos a la permanencia del sistema imperialista tal cual lo conocemos. Los teóricos neoconservadores del New American Century, que soñaban para los Estados Unidos con una hegemonía mundial de larguísimo plazo, manifiestan ya su desilusión ante lo que perciben como claros signos de una decadencia. Lo ocurrido con el dólar, cuya depreciación está llegando a niveles impensados hasta hace apenas pocos años, y la incontenible escalada de la deuda pública de Estados Unidos son apenas algunos de los componentes de esa decadencia. Es más: Washington ha perdido autonomía también para manejar las políticas económicas que desee aplicar en el plano doméstico. Si las dos gigantescas firmas especializadas en créditos hipotecarios, Fannie Mae y Freddie Mac, no quebraron en septiembre de 2008, fue porque China era tenedora de bonos de esas empresas por un valor de 595 mil millones de dólares, y las autoridades de Beijing hicieron saber a Washington que de no ocurrir un rescate que preservase las inversiones del gigante asiático se verían obligados a tomar severas represalias financieras en contra del dólar norteamericano29. k) En el sistema político internacional, el imperialismo se encuentra aún más debilitado. Sus gobiernos amigos están cada vez más desprestigiados, cuando no irreparablemente deslegitimados: caso de las dinastías teocrático-feudales del Golfo Pérsico, o las del norte de África (dos de las cuales, la de Mubarak en Egipto y la de Ben Alí en Túnez, ya fueron derrocadas por masivas insurrecciones populares), de Álvaro Uribe en Colombia durante los años finales de sus presidencias y Felipe Calderón en México, para ni hablar de Porfirio Lobo en Honduras; o debe acudir a personajes como Silvio Berlusconi en Italia, Alan García en Perú, José M. Aznar en España, o Hamid Karzai en Afganistán para sostener sus “esferas de influencia”. El surgimiento de vigorosos movimientos de la alterglobalización, si bien todavía no articulados a escala mundial, es otro ejemplo de una oposición que crecientemente toma más cuerpo y que erige nuevos límites a la dominación imperialista. El incendio que está abarcando toda África del Norte y Oriente Medio está llamado a producir profundas y duraderas modificaciones en el tablero geopolítico mundial, al igual que la impetuosa aparición de China y la presencia cada vez más amenazante de la India. Todo lo cual conduce hacia una espiral en donde el imperio acude más y más a la represión, que a su vez potencia la resistencia de los pueblos, lo que a su turno requiere incrementar la dosis represiva en una sucesión creciente de acontecimientos que no tiene otro destino que el derrumbe final del sistema. Terminamos este primer capítulo reafirmando que el sostenimiento del gigantesco, planetario “desorden mundial” que provoca el capitalismo en su actual fase imperialista 29

Ver “El poder mundial se desplaza”, de Martine Bulard, en Le Monde diplomatique (Buenos Aires) mayo-junio de 2012: 6-8.

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exige la muerte prematura por enfermedades perfectamente curables y prevenibles, o simplemente a causa del hambre, de 100 mil personas por día, en su mayoría niños. Sostener este sistema, en donde unos pocos miles de multimillonarios disponen de un ingreso equivalente al del 50% de la población mundial; en donde mientras la quinta parte de la población mundial derrocha energía de origen fósil y no renovable, el 20% más pobre prácticamente no tiene posibilidad de consumir algún tipo de energía y sobrevive al borde de la extinción; en donde los avances científicos y tecnológicos se concentran cada día más en un puñado de naciones. Toda esta auténtica barbarie, con sus ganadores y perdedores claramente identificados sólo es posible porque el imperialismo sigue teniendo su capacidad de aplastar a sus adversarios y cooptar, engañar, chantajear a los dóciles o acomodaticios30. No se trata de un benévolo imperio virtual, sino de un sistema de una infinita crueldad en donde el sacrificio de las dos terceras partes de la población mundial se realiza, día a día, en la más absoluta impunidad y a plena conciencia de sus perpetradores.

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Estos datos están disponibles en numerosos sitios web. Un resumen de los mismos se encuentra en nuestro “Sepa lo que es el capitalismo”, en <www.atilioboron.com.ar/2010/05/sepa-lo-que-es-elcapitalismo.html>.

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LOS NUEVOS ESCENARIOS EN AMÉRICA DEL SUR DESDE LA OPERACIÓN CÓNDOR STELLA CALLONI (2014)

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Los nuevos escenarios en América del sur desde la Operación Cóndor Stella Calloni En los momentos álgidos de la Guerra Fría, Latinoamérica se convirtió en el patio de campaña de la guerra fría para Washington y la proliferación de las dictaduras en el Cono Sur permitió armar con cuidadosa ingeniería el esquema de la teoría de Seguridad Nacional. La llamada Operación Cóndor fue la réplica local de la Operación Phoenix (Fénix), o “programa Fénix” aplicada desde 1966 en Vietnam y en la zona asiática en general, bajo dirección de William Colby, el entonces jefe de la Central de Inteligencia Estadunidense, para eliminar lo que se consideraba “el enemigo” y “pacificar” las aldeas sudvietnamitas desde 1966. Sin ningún remilgo, Colby reconoció ante una Audiencia del Senado, ante las denuncias periodísticas sobre los llamados “trabajos sucios de la CIA”, que “en más de dos años y medio de realización del programa Fénix, fueron capturadas 29 mil personas: convertidas en traidores: 17 mil; muertas: 20 mil 500. El 82 por ciento fue ocasionado por unidades regulares y paramilitares y sólo el 13 por ciento por la policía y servicios análogos […]. El programa Fénix preconizaba la detención por cuanto respetamos la vida humana (se transcriben risas aquí) Además el hombre viviente puede dar información y un cadáver no”. Este programa consideraba buscar al “enemigo” a los opositores adonde se encontraran y “eliminarlos” (The Cia File, R.L. Borosage and Marks, comps., Nueva York, 1976, pág. 190). Esta fue la idea y la base del programa que se reprodujo en el Cono Sur, bajo el mismo esquema de terror, diez años después. En el más cercano patio trasero, las repúblicas centroamericanas bajo dominio neocolonial, cuando no colonial, avanzaron en sus guerras de liberación, precisamente cuando Washington puso todo su empeño en cambiar el escenario en el sur de América Latina y por un breve espacio de tiempo, creyendo aseguradas con dictaduras propias (como los Somozas en Nicaragua o los militares en El Salvador y Guatemala) “su territorio de conquistas”, Washington se lanzó de lleno para “ajustar” el Cono Sur, donde guerrillas y movimientos populares marcaban un ascenso en las luchas históricas por la independencia. Tenía lo que necesitaba en algunos países como Paraguay, donde dominaba sin interrupciones el general Alfredo Stroessner desde 1954, aunque realmente el sistema dictatorial se ubica desde 1947. Stroessner era el buen amigo de Estados Unidos y la CIA tuvo su mejor centro de operaciones en ese país pequeño, encerrado, subtropical y bajo el absoluto control de una tiranía alienante. Algo para recordar Pero para entender este entramado no puede olvidarse que el golpe fundamental de Washington en 1970 estuvo dirigido sobre Chile, donde la izquierda conformaba un movimiento fuerte y masivo y terminó imponiéndose en ese año. Fue el comienzo. La primera manipulación ilegal del proceso electoral chileno por parte de la Casa Blanca y en contra de Salvador Allende, se dio en las elecciones presidenciales de 1964, en las cuales la CIA gastó “más de tres millones de dólares en operaciones políticas encubiertas […] para impedir su triunfo” (Heinz Dietrich, “Noam Chomsky: habla de América Latina”, anexos, pág. 235). Seis años después, en marzo y junio de 1970, la Casa Blanca autorizó nuevamente 390 mil dólares para frenar el avance del senador de la Unidad Popular en la campaña electoral. A pesar de esto Allende se impuso el 4 de septiembre de 1970 en elecciones libres. Como la diferencia entre Allende y sus competidores de la Democracia Cristiana 67


y el Partido Nacional era pequeña, el congreso debía ratificar al presidente el 24 de octubre de ese año y en ese tiempo Washington hizo todo lo que estuvo a su alcance para impedir que Allende fuera designado. El 7 de septiembre la CIA, aunque no consideraba que Estados Unidos tuviera intereses vitales en Chile ni que pudiera ser alterado el balance militar mundial, sostenía que la llegada de Allende podía producir “pérdidas económicas tangibles” y que tendría “costos políticos y sicológicos considerables”. Según esos informes el político socialista era “una amenaza para la OEA”, y su triunfo se convertía en un peligroso “ejemplo” para otros países, y en “una derrota sicológica para Estados Unidos”. Y, pos supuesto, una victoria para los marxistas. Es importante recordar brevemente la cronología de estos hechos porque Chile fue un centro neurálgico del Operativo Cóndor, cuando ya la CIA aseguró su base allí. El 8 de septiembre el embajador estadunidense en Santiago, Edwrad Korry, comunicaba a su gobierno “que era muy difícil que se diera un golpe en Chile” ya que las Fuerzas Armadas de ese país “no tienen estómago para la violencia que puede ser resultar de su intervención”. El 15 de septiembre después de reuniones múltiples en Washington, donde estuvieron como informantes privilegiados Dean Kendall el presidente de Coca Cola, Jorge Edward director del Mercurio de Chile, Henry Kissinger y Richard Helms, director de la CIA, ya se allanó el camino hacia otro encuentro con el presidente Richard Nixon., que debía ser decisivo como realmente lo fue. El mandatario instruyó a Helms que “un régimen de Allende en Chile era inaceptable para Estados Unidos”, que la CIA debía impedir que llegara al poder y dispuso diez millones de dólares para la desestabilización: “hay que hacer gritar” a la economía de Chile, fue la orden. Fracasó la primera vía (Track I) elegida en la que se intentó que el presidente democristiano Eduardo Frei Montalvo promoviera un golpe de estado militar y disolviera el Congreso, no sin antes advertir que si no ayudaba a bloquear el ascenso de Allende, Estados Unidos destruiría la economía. “Una vez que Allende llegue al poder haremos todo dentro de nuestras posibilidades para condenar a Chile, y a los chilenos a la más severa privación y pobreza” decía Edwrad Korry. Se ordenó la vía dos (Track II), después de informar a los militares que si Allende era confirmado como presidente ellos no recibirían más ayuda militar y programas de asistencia. Ni aún así se logró nada, aunque ya utilizando a algunos militares y civiles de inteligencia, el 22 de octubre fue asesinado el general René Schneider, que era considerado por Washington el principal obstáculo para el golpe y se quiso hacer aparecer este crimen como una “acción de la guerrilla izquierdista”. Pero Allende se impuso. El general Carlos Prats sucedería a Schneider. El golpe militar fue entonces el objetivo de Estados Unidos, como se registra en toda la documentación ahora desclasificada. Sería muy extenso enumerar cómo se preparó el golpe, pero el caso chileno se convirtió en el modelo clásico de la desestabilización de un país. A partir del cruento golpe liderado por el general Augusto Pinochet en septiembre de 1973 se impuso una de las dictaduras más crueles del Cono Sur, con miles de muertos y desaparecidos. Con Paraguay y Chile la tenaza era perfecta para caer sobre Uruguay, donde también en 1973 se interrumpió la democracia, con un golpe cívico-militar, sin precedentes. Sucesivas dictaduras militares en Argentina, desde el derrocamiento de Juan Domingo Perón en 1955, con algunos pequeños periodos de intentos democráticos, prepararon el camino a un cruento retorno militar. En 1974, los lazos de funcionarios de Washington con militares (a través de los entrenamientos) y civiles (un buen ejemplo fue la amistad del secretario de Perón, el ex cabo de policía, José López Rega con el diplomático, 68


Robert Hill) llevó a la formación de los escuadrones de la muerte de la llamada Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) que secuestró y asesinó a más dos mil disidentes políticos. Esta organización criminal, que compartió acciones con la DINA, la policía política creada por Pinochet en ese año, abrió el camino al golpe militar de 1976, que impuso la dictadura más terrible de la historia argentina. Inspirados en los escuadrones de Guatemala y los que surgieron en El Salvador, las relaciones e intercambios entre criminales era común a mediados de los 70 y prosperó más aún en los 80 con la llegada de Ronald Reagan al poder y con el auge de la guerra contra Nicaragua sandinista. Entonces Washington también sirvió como hilo conductor para unir las internacionales del crimen de sur y Centroamérica y allá fueron los asesores de la muerte, a competir por quien iba más lejos en eso de sembrar terrores. Fue en el 76 cuando la Operación Cóndor se institucionalizó entre las dictaduras, para establecer el control necesario y “limpiar” el camino para el proyecto económicopolítico del futuro: la globalización, que entendida en los términos del dominio mundial se expresa como un colonialismo “tardío” en los países más pobres. Caracterizada Cóndor desde un principio –cuando los asesinatos de importantes líderes políticos en sus países o exiliados, tocaron la espina dorsal de la disidencia– como una “internacional del terror” su radio de acción eliminó fronteras. Las cabezas de Cóndor estaban en Washington y en la sede de las oficinas de “inteligencia” de las dictaduras en el Cono Sur con sus agentes en el resto de América. Sus brazos ejecutores lograron unir con asombrosa síntesis a militares, paramilitares, mercenarios, mafiosos y organizaciones terroristas de la ultraderecha del mundo. Y también –vale recordarlo– a un sector de civiles, empresarios, políticos y otros, que nunca han sido señalados debidamente en este juego de la muerte. Desde Asia, pasando por la Organización del Ejército Secreto (OAS) de Francia, por las organizaciones fascistas de Italia y de España, entre otros, todo era útil en aquella saga del crimen político. Las doctrinas represivas, los antecedentes acumulados por la dictadura, “los modelos” de especialización del ejército colonial de Francia, la desaparición forzada –que Filipinas y Guatemala, (desde 1960) convirtieron en su “aporte” a la lucha “antisubversiva”– la idea de “quebrar” prisioneros mediante las más brutales torturas –que puso como ejemplo Colby en Vietnam– hasta la “recuperación” de los mismos, que en Argentina se desarrolló hasta límites increíbles, todo fue válido en el esquema común. En Argentina se fue más lejos: sus militares hicieron un nuevo experimento: el robo y apropiación de niños de detenidas políticas embarazadas, nacidos en aquellas catacumbas de los centros clandestinos y que fueron entregados a familias de represores para demostrar cómo lejos del “mal” podían ser educados para el bien “occidental y cristiano”. El general Augusto Pinochet, actualmente detenido de lujo en Londres, por una solicitud del juez español Baltasar Garzón, que juzga el genocidio del sur, admiraba a su par brasileño el también general Golbery da Couto e Silva cuyas tesis sobre “geopolítica” fueron claves, y también ayudaron a trazar la teoría de las “fronteras ideológicas” adoptada en 1964 por la Conferencia de Ejércitos Americanos (panamericanos entonces). El aporte ideológico y de modelos represivos alcanzaron su clímax cuando en la mayoría de los países latinoamericanos bajo dictaduras que promovieron la transnacionalización del terrorismo de Estado, no sólo se aseguraba el poder de los ya poderosos económicamente sino se asumía la hegemonía política, militar y económica de Estados Unidos. “Como esta hegemonía pareció entrar en crisis a partir de la derrota sufrida en Vietnam en el sudeste Asiático y del triunfo de la revolución nicaragüense en América Latina, la 69


apelación a las fórmulas terroristas, tanto de dominación nacional como de agresión a terceros países se hizo más frecuente e intensa por parte de Washington”, como señala el periodista argentino Miguel Bonasso. Junto a dirigentes y líderes como los generales Carlos Prats (chileno) y su esposa, el ex presidente boliviano Juan José Torres, los dirigentes uruguayos Zelmar Michelini, y Héctor Gutiérrez Ruiz, asesinados en Buenos Aires, Orlando Letelier ex ministro de Allende en Washington, iban cayendo miles de víctimas en la ronda de la muerte. En Washington se conocía ya la perfecta síntesis que hizo del cronograma Cóndor el teniente coronel Robert Scherrer del Buró Federal de Investigaciones (FBI) de Estados Unidos. En 1979 se habló de este documento clave que Washington acaba de desclasificar 23 años más tarde, cuando ya la muerte dejó miles de víctimas. El tan comentado informe del agente especial del FBI enviado desde Buenos Aires una semana después de la muerte de Letelier, describía que: “la Operación Cóndor es el nombre en código para la recolección, intercambio y almacenamiento de información de inteligencia referida a los denominados izquierdistas, comunistas y marxistas que se estableció hace poco entre los servicios de inteligencia de América del Sur, que cooperan entre sí, para eliminar de la zona las actividades marxistas-terroristas. Además la Operación Cóndor propicia operaciones conjuntas contra objetivos terroristas en los países miembros […] la tercera y más secreta fase de operación Cóndor implica la formación de grupos especiales de los países miembros que viajan a cualquier parte del mundo hacia países no miembros para llevar a cabo represalias que llegan al asesinato contra supuestos terroristas o sus apoyos y soportes, o perseguidos en las naciones miembros de la Operación Cóndor”. Si un perseguido, un “terrorista” o alguien “que apoya a una organización terrorista de un país miembro de Operación Cóndor es ubicado en un país europeo, un grupo especial de esta organización” era enviado para que ubicara y vigilara el “objetivo”. Una vez concluida la operación de ubicación y vigilancia, los cóndores enviaban al segundo grupo para que ejecutara la acción contra “el objetivo”. Grupos especiales emitían documentación falsa de los piases miembros de Operación Cóndor, según explica en el cable, el coronel del FBI, el 28 de septiembre de 1976. Desde 1976 cuando el periodista británico Richard Gott, quien había investigado denuncias de los familiares de las víctimas, calificó en The Guardian de Londres, a la represión en el Cono Sur como “algo afín a la Operación Phoenix” en Vietnam, responsabilizando a Washington y señalando hacia un funcionario clave de entonces el ex secretario de Estado Henry Kissinger, todas las investigaciones llevan a los “nidos” del ultraderechismo en el mundo, pero el centro siempre se ubica en Estados Unidos. El asesinato de Letelier en el llamado barrio de las embajadas en Washington en septiembre de 1976 puso en evidencia las piezas de la Operación Cóndor y en el juicio que llevó adelante el fiscal Eugene Propper, quedó claramente demostrado el perfil de Cóndor y las responsabilidades que abarcaban desde la DINA y la CIA, (el subdirector entonces, el ubicuo general Vernon Walters era clave en estas operaciones y también Kissinger, George Bush y otros) a las organizaciones de contrarrevolucionarios cubanos en Miami. El genocidio latinoamericano desde la época de la expansión de Estados Unidos al sur del Río Bravo es muy superior a los 600 mil muertos en Latinoamérica, y en los últimos 30 años desde los 60, Guatemala ostenta el doloroso cetro con 200 mil víctimas. Esto sólo considera los muertos y falta establecer cuantos latinoamericanos en lo que va del siglo sufrieron cárceles, torturas, persecución, desaparecieron en ese infinito espacio de una muerte que se prolonga por siempre.

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Lo que definía al terrorismo de Estado era su transgresión de todas las normas legales, la utilización de métodos no convencionales y los objetivos centrales: la eliminación de la oposición política ya sea armada o desarmada. Eliminar para “pacificar” era la idea central. “Eliminar” para paralizar, controlar y dominar, el objetivo estratégico. Pero también el sistema de ocultamiento del verdadero responsable, que exigía, inevitablemente, entramados mafiosos, pactos secretos. El genocidio por lo tanto se extendió mucho más allá de la muerte física y sembró la destrucción social, la desintegración de una América Latina, que, a pesar de esa situación, dio luces en la cultura en el mundo, y sus poblaciones, en distintas circunstancias y con distintos métodos, no dejaron de intentar nunca su derecho a la democracia verdadera. El entramado mafioso que rodeó a la Operación Cóndor y al terrorismo de Estado de las dictaduras nunca se desactivó porque cuando finalmente estas vacilaron y cayeron en el curso de los 80 por la propia necesidad estadounidense de provocar un cambio, sin cambiar demasiado, “inaugurando” la llamada era “del retorno a las democracias”, el modelo económico impuesto no fue sino la continuidad de aquellos años del terror. Más aún, sin ese tiempo del miedo, habría sido imposible imponer a sociedades –que estaban intentando una difícil transición hacia el desarrollo independiente– un modelo económico brutal y excluyente. El modelo se vendió bien. Muchos intelectuales que habían enfrentado a los regímenes dictatoriales, salieron entonces de las catacumbas. Algunas entrevieron la posibilidad que el nuevo sistema les proporcionaba de mantener algo de su antiguo discurso y convertirse en buenos vendedores del mercado. Las palabras reemplazaron a los espejos y brillos de los conquistadores de otros tiempos. Nada más convincente para las sociedades confusas posdictaduras, es decir posterror, que las opiniones de algunos intelectuales con pasado democrático, para llevarlos a entrar por la puerta de oro que ocultaba una trampa temible. Fue necesario un discurso nuevo para vender el modelo a sociedades ansiosas y desesperadas: la zanahoria delante del conejo hambriento. Los nuevos tiempos trajeron otros miedos y otros desaparecidos: los excluidos del sistema. Por otra parte, las leyes de amnistía y la impunidad fueron una necesidad del propio esquema del terrorismo de estado para preservar las alianzas bajo las sombras. Si es necesario, todo estará listo cuando estos miedos nuevos ya no sean suficientes contención y se necesite del retorno de la muerte. Aunque el descubrimiento de los archivos de la dictadura de Stroessner en Paraguay en diciembre de 1992 proporcionó documentos suficientes para establecer el origen, objetivos y organización de la Operación Cóndor, así como los nombres de los mayores responsables, las estructuras militares y policiales de la región no fueron depuradas, como hubiera sucedido si se buscara instalar democracias verdaderas. Los criminales del pasado se diluyeron en empresas privadas, continúan en organismos de seguridad o forman agencias privadas de seguridad que se multiplican conjuntamente con la pobreza. El Cono Sur: días de sombras De esta manera es evidente que las dictaduras de los 70 en América Latina fueron “la piedra fundacional” de la entrada neoliberal. Como ha señalado el catedrático estadunidense James Petras “las economías desreguladas surgieron a punta de pistola con las dictaduras militares apoyadas por Estados Unidos y sostenidas por el Banco mundial y el FMI”. Democracias condicionadas y castradas sucedieron al otro horror. Sobre las cenizas se ofrecía el paraíso de la salvación. Las privatizaciones salvajes, para supuestamente pagar la deuda, no sólo enajenaron los recursos naturales, de desarrollo y humanos, sino 71


que al someter a las poblaciones a legislaciones injustas y a la pérdida de todos los derechos adquiridos como leyes universales, se crearon estados cada vez más ilegales, con gobiernos que violan las promesas electorales, y actúan como gerentes de los intereses de otros mandos supranacionales, violentado todos los derechos consagrados internacionalmente. El neocolonialismo disfrazado bajo otros nombres fue el impensable convidado de piedra al culminar el siglo XX. La deuda externa, después de entregarlo todo, trepó a más del doble de la que existía en los años 80. También el chantaje llegó con el modelo, mediante el mensaje nada subliminal de las grandes corporaciones: “llegamos para salvarlos, pero podemos irnos en cualquier momento si ustedes no obedecen nuestras razones y entonces se hundirán”. No hay un sólo presidente, elegido por voluntad popular –también muy discutible esta voluntad en poblaciones marginadas, excluidas y amenazadas– que pueda permanecer en el poder si no obedece las reglas del juego establecidas. Los procesos electorales están bajo la mira en la actualidad. Millones de excluidos, de sobrevivientes de la miseria, difícilmente puedan elegir por decisión propia. El voto comprado por comida ya es una realidad en la Argentina de este fin de siglo. Otro elemento clave es la reproducción de sistemas mafiosos en los entornos del poder. Esto, como la corrupción, se repite en la mayoría de los países de América del sur. El narcotráfico se recicló en la lucha de mafias de grandes poderes, pero es un buen argumento para mantener cautivos a nuestros países. En ese plano, somos el arrabal vulnerable. En estos tiempos “democráticos” ni siquiera los parlamentos cuentan. “El poder se desplaza hacia las manos de las grandes corporaciones transnacionales, alejándose de las instituciones parlamentarias”, señala el lingüista y catedrático estadunidense, Noam Chomsky. A partir de la década los años 80 el Departamento de Estado norteamericano trazó el modelo de “democracias viables”, pero Washington estaba atento a los desbordes y tenía a su favor que las sociedades emergían debilitadas y aún presas de los terrores dictatoriales, con otro elemento clave: se habían perdido al menos dos generaciones o más de dirigentes, y fundamentalmente la continuidad en la línea del desarrollo histórico y del pensamiento. Para organizarse nuevamente las sociedades del Cono Sur debían tomarse su tiempo. Y en ese tiempo el proyecto estadounidense para los años 90 podía andar aceitadamente. La impunidad era una necesidad para Washington, como una forma de calmar a sus aliados y poder así presentarse como el “instigador democrático”, tratando de sepultar en el olvido su responsabilidad en el crimen regional. De lo que se trataba era de apresurar la construcción del Nuevo Orden Mundial. En suma una refundación de la estrategia. Se produjo entonces el llamado “desplazamiento estratégico que va desde un proyecto de supremacía mundial, hacia uno de hegemonía que resalta las áreas de influencia y los instrumentos político-ideológicos”, como analizó la socióloga argentina Ana María Ezcurra. A la caída de la Unión Soviética la iniciativa ideológica quedó en manos estadunidenses y la imagen de las dictaduras replegadas, porque ya no resultaban viables, era tranquilizadora para quienes creyeron que la propuesta era una democracia verdadera. Cuando en 1989 el ex presidente George Bush marcaba líneas decía: “El compromiso con la democracia es sólo un elemento de la nueva asociación que preveo para las Naciones de América. La nueva asociación debe apuntar a asegurar que la economía de mercado sobreviva y prevalezca”. Para Estados Unidos la democracia de mercado era un tema ya de seguridad nacional. Y en esto también se producía un consenso bipartidario para los 90, expresado con meridiana claridad en el Documento de Santa Fe II. 72


Se desató entonces la ofensiva ideológica más fuerte de Estados Unidos, pero disfrazada –los tiempos así lo permitían– bajo el buen espejo del “pragmatismo y realismo” palabras mágicas del postmodernismo, si las hay. En la primavera de 1997 Albert R. Coll un estratega de la armada estadunidense y analista del poder se refirió a los intereses estratégicos de Estados Unidos en América Latina (Journal of Interamerican Studies and World Affairs) señalando que estos pueden dividirse en tres categorías generales: militares, económicos y políticos. En lo militar lo esencial es controlar el “surgimiento de cualquier amenaza que pueda provenir de América Latina; impedir que potencias hostiles ganen influencia en la región y aumenten su capacidad de dañar los intereses políticos y económicos de Estados Unidos”. En lo económico estima que: “América Latina se ha tornado cada vez más importante para la economía de EE.UU. en los últimos 15 años como resultado del creciente flujo del capital y el comercio. Está en el interés de Estados Unidos promover el desarrollo económico general de América Latina en direcciones que sean congruentes con los intereses económicos de Estados Unidos. Específicamente políticas que mantengan los mercados latinoamericanos abiertos a los productos y al capital de EE.UU. y que aumenten los estándares de vida […]. Políticamente los intereses de Estados Unidos son servidos por gobiernos democráticos”. Ese mismo año Madeleine Albrigth advirtió que uno de los objetivos prioritarios de su gobierno era el de “asegurar que los intereses económicos de los Estados Unidos puedan extenderse a escala planetaria” (21-1-97). Dentro de las redefiniciones estratégicas se planteó que la intervención estadunidense debía ser básicamente indirecta, conformándose fuerzas de cooperación en seguridad, como parte de una nueva asociación, con lo cual Washington se evitaría las odiosas intervenciones unilaterales. Y podría “compartir responsabilidades”, ya legalmente no en operaciones ilegales o encubiertas como las del pasado reciente. En esta redefinición estratégica de seguridad norteamericana se entiende la Doctrina de los Conflictos de Baja Intensidad (CBI). Fueron los Jefes de estado mayor norteamericanos, en discusión en el Pentágono quienes definieron los términos: “La GBI es una lucha político militar limitada con fines políticos, sociales, económicos o psicológicos. Suele ser prolongada e incluye desde las presiones diplomáticas, económicas, psicosociales hasta el terrorismo y la insurgencia”. Pero quizás la mayor conclusión, es que no hay que esperar a que se desarrolle el conflicto, sino hay que “estar antes”. Y de eso se trata. Teniendo en cuenta que en la actual coyuntura se “hace extrema la intervención macroeconómica externa y la subordinación latinoamericana”, todo está bajo previsión. Esto lleva directamente a las nuevas hipótesis de conflictos, y esas nuevas hipótesis son los posibles estallidos sociales. Y entonces vuelve el llamado “enemigo interno”. Una de las orientaciones de este tipo de nuevas doctrinas “encara el desafío de unir seguridad interna y democracia a través del aparato jurídico del Estado, reformulando el papel de las Fuerzas Armadas Latinoamericanas”. Es más que una estrategia militar, un resultante del nuevo consenso bipartidario y da supremacía al instrumental político ideológico focalizado en los conflictos norte-sur. Pero para esto se necesita la voluntad nacional de los “socios”. Bajo el esquema de la globalización o neocolonización, esas voluntades nacionales son muy fácilmente doblegables. Aunque hasta ahora Washington ha tropezado con algunos países, la tendencia marcha hacia ese final, porque gobiernos, congresos y políticos no están prestando atención a estos acuerdos que se firman con extrema ligereza y a espaldas de los pueblos. En los nuevos proyectos, América del Sur, por sus grandes riquezas, se convirtió otra vez en un coto de caza de la guerra del mercado. 73


De los más de 220 millones de habitantes de las naciones que integran el Mercado Común del Sur (Mercosur) (considerando a Chile y Bolivia, que aún no son miembros efectivos), entre un 60 y un 70 por ciento vive en la pobreza. ¿Qué cambios se produjeron en estos gobiernos de las democracias, considerando que esta tiene que ver esencialmente con la participación y calidad de vida de una población? Los mismos países que estuvieron involucrados en el Mercado Común de la muerte en otro tiempo, están en situación de crisis al final del siglo. Los problemas estructurales de pobreza se han agudizado, con la precarización laboral, el desempleo, y la anulación de las leyes laborales y sociales, en casi todos los países. No ha habido una solución al problema de millones de campesinos sin tierras en toda esta subregión. La concentración además expulsó a los trabajadores del campo hacia la exclusión absoluta. Brasil, como potencia que es, puede oponer mayor resistencia al proyecto neoliberal. Durante la larga dictadura militar –bastante diferenciada del resto– creció industrialmente en un proyecto propio, de convertirse en la verdadera potencia del sur, que de alguna manera le permite su extensión: ocupa casi la mitad del mapa de América y su población: casi 160 millones de habitantes. Pero más de 30 millones en esa potencia sureña, viven en la indigencia, y el analfabetismo ronda el 60 por ciento. La amistad –no exenta de rispideces– de Brasil con Estados Unidos tuvo su pico de malentendidos a mediados de los 70 cuando los brasileños no aceptaron las restricciones estadunidenses al desarrollo de su tecnología nuclear, entre otros varios ítems. Ahora también existe una marcada diferenciación en cómo ven Brasil y Argentina, el tema de la integración en el Mercosur. Este último país estuvo bajo la sospecha de que el gobierno de Carlos Menem, que se sucedió durante dos períodos (1989-1999) intentaba apresurar, sin consolidar, esta integración, para entrar de lleno en el proyecto de dominación absoluta que plantea la propuesta estadunidense de la Asociación de Libre Comercio de las Américas (ALCA). En todos los países del Cono Sur se ha profundizado la desigualdad social y los ajustes sobre naciones extremadamente pobres como Paraguay y Bolivia, han derivado en un incremento tal de la miseria, que ubica la situación en 50 años atrás. El desempleo es uno de los mayores disciplinadores sociales en todas las naciones del Cono Sur. Por una parte mina los sindicatos, por la otra se utiliza como una amenaza para el trabajador y ha devenido en la inestabilidad laboral sin cortapisas, aumentando la pobreza y la marginación estructural. En Chile, la dictadura tuvo también la doble misión de comenzar el experimento del nuevo modelo económico, sin resistencias. Fue perfecto el entramado. Al ingresar al llamado proceso de transición democrática, el dictador Augusto Pinochet dejó plantadas sus banderas: una constitución atada que a su vez ataba a la democracia emergente en forma indefinida, hasta ahora. En el otro extremo está el caso de Argentina. Los últimos análisis en los países del Cono Sur, indican que es el país que “mejor ha servido” a Estados Unidos en los últimos años. Pero a pesar de ser exhibido en el mundo de los negocios como un “modelo”, en 1995 alcanzó su pico histórico de desempleo 18.5 por ciento en cifras oficiales y en 1999 aunque ostenta el pomposo título de aliado extra OTAN, bordea un conflicto social masivo. Al final del siglo, este país tenía más de 13 millones de pobres (con una población de 36 millones) que van en paulatino aumento. El retroceso social y cultural es visible. Las cifras registran más de cuatro millones de indigentes, y oficialmente el 45 por ciento de los menores de 14 años son pobres. La desigualdad social es la mayor registrada en las últimas décadas y al cambiar el gobierno el 10 de diciembre de 1999 se conoció que las cifras de crecimiento oficiales estaban sobredimensionadas. En todos estos países el subempleo oscila entre un 30 y un 60 por ciento, dando cuenta de la 74


precariedad. Uruguay aún mantiene, por el fuerte sentido democrático, ciertos límites a la devastación social de sus vecinos. Argentina es además el país donde ya en democracia se aplicó la desestabilización, en menor escala, pero con ciertas similitudes con el caso chileno contra el gobierno de Raúl Alfonsín, quien inició la transición democrática en 1983. Más allá de analizar luego las propias características de ese gobierno, aún no ha sido debidamente estudiado ese proceso de desestablización económico-social, mediante las viejas alianzas de las derechas (del peronismo) y los republicanos estadunidenses, produciendo un virtual golpe de estado económico. La llegada de Carlos Menem al gobierno, montado sobre el discurso peronista de otros tiempos, abrió la puertas al proceso privatizador más salvaje de toda la región. Sus promesas nacionalistas y sociales fueron el anzuelo. Una década después no quedaba nada en pie. Empresas y recursos del Estado fueron vendidos al mejor postor, sin estudiar la procedencia de los capitales –donde pueden encontrarse fuertes indicios de dineros sucios y agrupaciones mafiosas– y en algunos casos se canjearon empresas por deudas. Argentina ha terminado funcionando como la base del modelo estadunidense y de los organismos financieros, como Chile funcionó antes como la base de la Operación Cóndor. El mismo esquema de Cóndor se implementa 23 años después por la vía oficial de gobiernos aliados y sumisos a Washington, sin consultas democráticas a los pueblos. Impulsados por los mismos organismos de entonces, el Pentágono, la CIA, el FBI y la DEA, algunos gobiernos y en especial los ministerios del Interior y de Defensa de distintos países, entre los que ha cumplido el papel de ariete la Argentina de Menem, han firmado acuerdos de seguridad subregionales y regionales, que pueden convertir a América Latina en una inmensa cárcel, si los inevitables conflictos sociales que el modelo engendra, necesitan ser “controlados”. En estos últimos años se crearon bancos de datos conjuntos, intercambios informativos, temibles acuerdos de seguridad. Todo esto: ¿qué sentido tendría si se imaginara que la globalización es tan maravillosa, o que el libre mercado, crea en realidad mundos libres, igualitarios y justos? A casi un cuarto de siglo de las operaciones criminales coordinadas, la situación en Sudamérica indica un retroceso social no imaginado. En el nuevo diseño de Baja Intensidad, Argentina ha cumplido un papel preponderante para Washington, en especial por el trabajo personal de los exministros del Interior Carlos Corach y Defensa, Jorge Domínguez. A mediados de 1996 saltó a luz pública el borrador de un documento que Argentina llevaba para discutir con Brasil sobre el tema de seguridad donde hablaba ya de “insurgencias” y en especial de los conflictos que podrían surgir entre ellos, “los campesinos e indigenistas”. A fines de 1998 –previas reuniones de los Ejércitos Americanos, de los organismos de seguridad subregionales con su pares estadunidenses– los ministros del Interior se reunieron en Mar del Plata, bajo el impulso de Corach, en una Conferencia destinada a cerrar un compromiso para la lucha contra el terrorismo en la región y por supuesto el narcotráfico, ahora el elemento clave para la renovada doctrina de seguridad. No se pudo lograr un consenso absoluto sobre el término “terrorismo”, pero al final de la conferencia el subsecretario de lucha contra el terrorismo de los Estados Unidos, Cristopher Ross, no utilizó ningún rodeo en torno al término “terrorismo” y a las interpretaciones que cada país intentaba darle: habló claramente de las insurgencias en Colombia y Perú, entre otros detalles. Como en plena guerra fría. El secretario general de la Organización de Estados Americanos Cesar Gaviria llevó la voz cantante para elogiar, sin medida, el “liderazgo” argentino “en el hemisferio”. Corach entonces apuntó a la “unificación de las legislaciones nacionales, de tal manera 75


de dar una rápida respuesta en la necesidad de extraditar terroristas”. Ya había logrado en base a una red de intrigas y falsas informaciones la integración de un Comando conjunto entre Argentina Brasil y Paraguay en la Triple Frontera. Según el ministro argentino, este es uno de los puntos más críticos del tránsito terrorista, aunque hasta ahora se conocía que era el perfecto lugar de tránsito para todo tipo de contrabando – entre ellos de armas– como sucedió en el escándalo estadunidense del Irán-gate. Resulta ridículo imaginar que terroristas islámicos elijan este hueco del mundo, donde compiten las mafias de la región, para levantar sus santuarios. A principios de 1999 Argentina firmó con Estados Unidos el banco común de datos y el intercambio de informes en temas de seguridad. Un asesor del FBI estadunidense coordina a la Policía Federal, la Gendarmería Nacional y la Prefectura de este país. En general las fuerzas armadas se han encuadrado en el modelo neoliberal Se mantiene y reafirma la tesis del enemigo interno como lo evidencian los partes e informes a una de las secretarías de la Conferencia de Ejércitos Americanos (CEA) con sede en Quito, Ecuador, donde cada seis meses deben detallar el “estado de la subversión” en todos los países, como se descubrió, también en Paraguay, en 1997. El descubrimiento de una lista de presuntos nuevos “subversivos” (políticos, sindicalistas, campesinos, intelectuales que protestan en estos tiempos contra el modelo), enviada por el ejército paraguayo a Quito, originó una demanda de los organismos de Derechos Humanos de Paraguay. Pero en tanto el 8 de junio de 1999, hablando ante la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos en Guatemala, donde se creó un Comité de lucha antiterrorista, Corach mencionó “la necesidad de una revisión profunda de los instrumentos jurídicos e institucionales vinculados a la seguridad continental”, dentro de los términos exactos de la GBI. Estados Unidos no necesitó involucrarse directamente y la propuesta para crear este Comité que entraña un gravísimo peligro para los derechos humanos en la región, fue argentina. Allí también Corach avanzó tan rápidamente como Washington necesitaba sobre las “necesidades de dar respuesta y desarrollar las capacidades para hacer frente al terrorismo”. Como si esto no bastara lanzó la idea que es básica en las relaciones carnales entre Argentina y Estados Unidos: “El futuro nos presenta un escenario en que la defensa de la soberanía pasará menos por la protección de las fronteras territoriales que por la construcción y participación en subsistemas dirigidos a disuadir, prevenir, y reaccionar contra las agresiones que pongan en riesgo la libertad de nuestros pueblos”. Y frente a los “desafíos de esta década: el narcotráfico, el terrorismo y el crimen organizado”, nada mejor que rever el papel de la Fuerzas Armadas. Si algo faltaba el 11 de junio de 1999, y a instancias de Argentina (léase Washington) se creó en el Mercosur un organismo supranacional para coordinar la lucha contra estos “males” de fin de siglo. “También habrá acciones conjuntas” adelantó Corach. De ahí en más las acciones sicológicas pueden crear los escenarios que se necesiten. Adueñándose de los medios masivos de comunicación, en escala nunca conocida, se ejerce el maleficio de manipular y desculturizar, vendiendo violencia enlatada para un mundo de arrabales, dónde la vida se ha violentado a dolorosos extremos. Ahora, en el Cono Sur de América Latina es posible mirar como en un espejo el destello de la perversión del poder hegemónico que funciona como una dictadura mundial de facto. Quizás ya se ha llegado demasiado lejos.

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MÓDULO 3 TALLER INICIAL DE FORMACIÓN POLÍTICA

Presentación / 3 Las lanzas nuestramericanas. La Revolución continental del XIX (2004) / 5 Horacio López El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916) / 29 V.I. Lenin La cuestión del imperialismo: pasado y presente (2012) / 49 Atilio Boron Los nuevos escenarios en América del Sur desde la Operación Cóndor (2014) / 65 Stella Calloni

CEFMA Centro de Estudios y Formación Marxista Héctor P. Agosti Partido Comunista de la Argentina Av. Callao 274 CABA www.elcefma.com.ar www.elcefmablogspot.com.ar contacto@elcefma.com.ar 78


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