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Miguel Ă ngel Ravina
Los Cuatro Vientos y el arco iris
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A863 RAV
Ravina, Miguel Ángel Los Cuatro Vientos y el arco iris. 1a ed. Buenos Aires: Cesarini Hnos, 2002. 224 pp.; 22 x 14 cm. ISBN 950-526-138-1 I. Título - 1. Narrativa Argentina
ISBN: 950-526-138-1
Reservados todos los derechos. Queda prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio, incluidas la reprografía y el tratamiento informático o traducción a cualquier idioma, sin la autorización escrita del autor , bajo las sanciones establecidas en las leyes. Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723
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Los Cuatro Vientos y el arco iris
Miguel Ángel Ravina (Para escribir al Autor)
loscuatrovientosyelarcoiris@gmail.com
Para ver más sobre futuras entregas de la zaga
http://loscuatrovientosyelarcoiris.blogspot.com/
EN MEMORIA, DE MAMÁ GLADYS
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- Capítulo I -
Los cuatro vientos se conocen Empezaba un nuevo día en la secundaria Domingo Faustino Sarmiento. Las clases habían comenzado un mes atrás y había todavía desorden en los pasillos. Los alumnos, en grupos, comentaban qué habían hecho en el fin de semana y los profesores buscaban sus libretas o tomaban café en la sala de descanso. Eran las siete y veinticinco de la mañana. Nora y Susana llegaban al filo de la hora. Durante los ocho años en que habíamos sido amigos, siempre llegaban en el último minuto o peor, tarde, cosa que no me gustaba. Siempre tenían alguna excusa: que me quedé dormida, que no sonó el despertador o cualquier otra que uno ni se pueda imaginar. Pero la realidad era que se distraían mirando vidrieras o contándose sus cosas en el parque. Pero ya estábamos en tercer año de modo que debían ser más responsables. Al cabo de unos segundos entraron tranquilamente por el viejo portón negro de hierro. Vieron que hacía gestos con la mano para que se apuraran y se acercaron riéndose por lo bajo. Nora era alta, de pelo negro y ojos café; y Susana, rubia, de ojos azules. Mientras atravesaban el patio, el resto de los alumnos las miraba de reojo ya que ambas eran las más bonitas de la escuela. Al llegar adonde yo estaba se miraron y dijeron: —¡Hola Esteban! Antes de que digas algo, tuvimos que pasar por la librería para comprar una lapicera. —No me engañes: la librería abre a las ocho. En ese momento sonó el timbre. Las chicas se dieron vuelta rápidamente y se dirigieron al aula sin darme más tiempo para reproches. —Las salvó el timbre... –dije entre dientes. Los alumnos entramos en forma desordenada y nos apuramos a sentarnos. Susana, en la fila del medio adelante de todos; Nora, atrás de Susana y yo, a la derecha de ambas. Las voces fueron bajando de tono y se hizo silencio cuando entró el preceptor Paz a tomarnos lista. Era un muchacho joven, de buen carácter y com-pinche de sus alumnos, por lo tanto tratábamos de no hacer mucho lío si estaba él, no queríamos 5
perjudicarlo. Cuando terminó, el profesor Álvarez ingresó al aula con pasos cortos y pesados que denotaban su edad. Hacía varias décadas que daba clases de Física en nuestra escuela. Dejó sus libros en el primer asiento, a la izquierda de Nora, ya que se encontraba vacío. La mayoría de los estudiantes querían sentarse atrás pretendiendo no ser descubiertos cuando se dormían o hacían alguna travesura dejando libres normalmente los asientos delanteros. El profesor saludó a la clase, borró el pizarrón y comenzó a dibujar un arco iris. Escribió los nombres de los colores en orden y señaló con flechas el lugar que ocupaban. Hecho esto, dibujó un prisma al que entraba un rayo de luz blanca. Del otro extremo salían los siete rayos de colores. Al terminar giró sobre sí mismo y explicó, señalando los dibujos hechos con una tiza. —La luz blanca se puede descomponer en... –Álvarez interrumpió su explicación al abrirse la puerta del aula. El preceptor Paz asomó su cabeza tímidamente. —Disculpe la interrupción, profesor... pero quiero presentarles a un nuevo alumno. El profesor asintió con la cabeza y Paz terminó de abrir la puerta. Entró a la clase y con un ademán de la mano invitó al joven que se había quedado afuera. Cruzó el umbral y, para sorpresa nuestra, apareció un chico asiático, de mediana altura, delgado, con ojos negros, cabello corto, y vestido informalmente, con una mochila al hombro que decía “YO AMO A SONY”. Paz dijo: —Les presento a Oki Oriyama que a partir de este momento será compañero de ustedes. Se ha mudado recientemente a esta zona. Nos miramos desconcertados por la aparición de un nuevo alumno hasta que se oyó a alguien que dijo: —Hola, Oki. Bienvenido –y todos dijimos al unísono –Hola, Oki. El muchacho sonrió y agradeció el saludo con un ligero movimiento de cabeza. El profesor tomó sus libros del asiento en que los había dejado cuando entró, y los puso en el escritorio, diciendo. —Siéntese aquí, señor Oriyama. El joven se sentó, acomodó sus cosas y se quedó mirando a Paz mientras éste hablaba unos minutos con Álvarez. Todos mirábamos a Oki con curiosidad; él se hacía el distraído, parecía algo vergonzoso. Paz 6
saludó al profesor y se retiró de la clase, Álvarez se dirigió nuevamente a nosotros: —La luz blanca se puede descomponer mediante un prisma en siete colores siendo el siguiente el orden de los mismos –se acercó al pizarrón y marcó con la tiza al decir– primero, el rojo; le siguen el anaranjado, el amarillo, el verde, el azul, el indigo y, por último, el violeta que es el color de alta frecuencia, siendo el rojo el de menor frecuencia. —¿Sabe alguno, por qué el arco iris tiene esos colores? Yo contesté rápidamente. —Porque las gotas de lluvia actúan como pequeños prismas y descomponen la luz solar. —Muy bien, Esteban. Como siempre usted emplea la lógica. Sentí satisfacción por la respuesta, pero la realidad es que cualquier chico de mi edad hubiera podido hacerlo. El profesor continuó. —Pero si efectuamos el proceso inverso, o sea, si pasamos los siete colores por un prisma, obtendríamos luz blanca. ¿Alguien sabe cómo se manifiesta en la naturaleza lo que acabo de decir? Nos miramos por algunos segundos y Oki, alzó la mano esperando que el profesor lo autorizara a hablar. —Adelante, Señor Oriyama. Oki se paró y dijo: —Hace unos años estábamos mi familia y yo de vacaciones en Ushuaia; llovía copiosamente y cuando estaba parando la lluvia, salió un arco iris normal. Lo extraño fue que en pocos minutos se volvió totalmente blanco. —¡Muy bien! Usted fue un privilegiado al ver lo que pocos han visto en el mundo: un auténtico arco iris blanco. También en ciertas ocasiones se encuentran arco iris múltiples, es decir dos o tres arco iris al mismo tiempo. Saber que existía un arco iris blanco me dejó pensativo y creo que no era al único, pues no había murmullos ni ruidos en la clase que transcurrió sin interrupciones. Cuando sonó el timbre del recreo, salimos del aula desordenada y rápidamente y fuimos al patio donde nos reunimos con Nora y Susana a comentar el ingreso del nuevo alumno. Entonces observamos que Oki estaba solo, apoyado en una pared, muy pensativo. —Parece que nuestro nuevo compañero es bastante inteligente –dijo 7
Nora mientras se arreglaba el largo pelo negro con sus delgados dedos. —Creo que se debe sentir nervioso en el primer día de colegio – agregó Susana sacando de su bolsillo un paquete de galletitas de chocolate. —¿Y quién no lo estaría? Entrar en tercer año y hacer nuevos amigos no es tarea fácil –dije mientras tomaba una galletita que me ofrecía Susana. Dos alumnos de cuarto año que normalmente se creían dueños del colegio se acercaron a Oki y empezaron a molestarlo. —¿Sos un nuevo idiota de tercer año? ¿No les alcanza con los que hay acá, que ahora tienen que importarlos? –dijo sonriendo el más grande. —Tendríamos que cobrar el derecho de permanencia –replicó con malicia el más pequeño que tenía la nariz llena de granos y un aspecto sucio y desprolijo. Oki los miró pero no les dijo nada; los muchachos creyeron que era un signo de debilidad y lo siguieron molestando pero yo vi que los puños de Oki se cerraban de una forma compacta y pensé que, si no intervenía en ese momento, seguramente habría problemas, por lo que me acerqué mientras les decía a Nora y Susana: —Ustedes quédense acá. No me hicieron caso, como de costumbre, y me siguieron. Miré a los dos tontos y dije con tono de valiente: —¿Por qué no se van y lo dejan tranquilo? —¿Y vos quién sos para meterte en nuestros asuntos? –contestó el más chico con voz desafiante. —Soy su hermano – contesté riéndome. Los dos se miraron desconcertados y Oki sonrió por lo dicho; los muchachos reaccionaron que les había tomado el pelo y enojados me empujaron. En ese momento Oki largó un grito corto que sonó como – Haaai– y como un rayo pegó una patada en el estómago al más grande y un golpe corto en el pecho al más chico derribándolos en una fracción de segundo. Yo quedé estupefacto ante lo que había presenciado y vi, sin entender, que los dos matones se levantaban y se iban corriendo mientras gritaban: —¡Ya nos vamos a vengar! Oki se rió mientras los alumnos de otros cursos aplaudían y decían: —¡Bien, flaco!... ¡Bravo!... ¡Arriba el japo...! 8
En unos segundos Oki se hizo popular entre todos los alumnos. Después el grupo que lo rodeaba se dispersó y quedamos Oki, Nora, Susana y yo. —Fue gracioso lo que dijiste, sobre que éramos hermanos – comentó Oki mirándome en forma risueña. —¿Acaso Kung Fú no tenía un hermano estadounidense? – dijo Susana esperando que le diéramos la razón. —Pero Kung Fú era de origen chino; yo soy argentino, hijo de japoneses – replicó Oki más serio. —Con razón tenés la calcomanía de YO AMO A SONY en tu mochila –dijo Nora despejando sus dudas. —Mi papá tiene un negocio de fotografía y audio y siempre tiene calcomanías de muchos productos japoneses –aclaró. —Supongo que vivís por la zona –dije esperando la confirmación de mi supuesto. —Sí, vivo a tres cuadras de aquí –respondió Oki. –¿Y ustedes? —Nosotros tres vivimos también a unas cuatro cuadras del colegio –aclaró Susana. En ese instante sonó el timbre: el recreo había finalizado y empezaba la hora de Matemática. Fuimos lentamente al aula y yo me quedé pensando que quizás los tres habíamos hecho un nuevo amigo. Después de todo era bueno empatar el grupo: dos mujeres, dos hombres. Pasaban las semanas y la amistad que habíamos hecho con Oki fue en aumento. Estudiábamos juntos e íbamos al cine y, de vez en cuando, Oki y yo jugábamos al fútbol en el parque o, lo que era mejor, andábamos en bicicleta por la costanera. Tuvimos la oportunidad de conocer a la familia de Oki. Una vez fuimos a comprar un rollo de fotografía al negocio del padre. Necesitábamos sacar fotos de algunas estatuas para un trabajo del colegio; por supuesto que también nos sacamos algunas fotos nosotros para guardar como recuerdo. Los padres de Oki eran muy formales pero también muy agradables. Se esforzaban mucho para hablar bien el castellano pero, a pesar de haber estado veinte años en la Argentina, mantenían el acento japonés. Oki, sin embargo, hablaba sin ningún tipo de acento; al contrario, él sacaba mejores notas que nosotros en castellano e inglés. En cambio los padres de Susana eran de origen Italiano. Su apellido era Salerno y ella era la tercera generación en Argentina. El padre tenía un 9
supermercadito, muy completo, con verduras, carnes y pescados frescos. Casi todo el vecindario compraba allí. Nora vivía con su mamá. Sus padres estaban separados desde hacía varios años pero a ella parecía no afectarle. El padre era médico, tenía su casa a ocho cuadras y no dejaba que le faltara nada. La madre era experta en cultura indígena y trabajaba en un museo. Yo soy descendiente de ingleses y españoles de segunda generación y mi apellido es Guzmán. Mi padre se dedicaba a hacer programas de computadora para empresas desde hacía bastante tiempo. Mi madre, en cambio, era ama de casa y trabajaba en pequeños proyectos como hacer velas o tarjetas artesanales. Yo tenía dos hermanos menores. Vivíamos en un departamento amplio, de grandes habitaciones desde que yo era pequeño. Por eso conocía Almagro muy bien. Almagro es un barrio de permanente cambio, donde las casas viejas son recicladas y parecen nuevas o en algunos casos se incorporan modernos edificios que rompen el tradicional espíritu del lugar. Un día la profesora de geografía, Julia Miranda, una mujer mayor y regordeta, de piel blanca, ojos pequeños y mal carácter, nos pidió que formáramos equipos y que estudiáramos un continente. A nuestro equipo, que naturalmente conformábamos Nora, Susana, Oki y yo, nos tocó el continente americano. Teníamos que buscar información sobre vegetación, ríos, animales, recursos económicos de los diferentes países e información global. Sobre todo, lo que más nos gustaba era que tendríamos que hacer mapas y cuadros estadísticos y comparativos. La profesora dijo que cada integrante del grupo que diera la mejor clase recibiría como premio un atlas geográfico y un globo terráqueo inflable con luz en su interior. La idea de los premios no era muy atractiva pero el objetivo de ganar sí lo era, pues había cinco equipos y uno de ellos era La banda de la Rosa Negra, cuyo fin era siempre sobresalir en lo que fuera. Si jugábamos al fútbol en la clase de gimnasia, no tenían vergüenza a la hora de hacer cualquier tipo de trampa, como un gol con la mano; eran capaces de copiarse todos en un examen. Javier Robledo, de la Rosa Negra, lo único que tenía en su cabeza era muchas ínfulas. Desde el primer día de clase del primer año formó un grupo con otros chicos de dinero, entre ellos Gabriel Gil cuyos padres tenían una cadena de disquerías. También estaban en este grupo las 10
mellizas Sol y Luna Lamas que venían de una familia con campos en La Pampa y, por último, Marta De La Madrid que representaba a la vieja aristocracia argentina; no tenía tanto dinero pero era aceptada en el grupo por su refinada forma de ser. El nombre de la Rosa Negra había surgido porque cuando falleció el profesor José Antonio Jiménez todos los alumnos hicimos una colecta para enviar flores pero ellos no habían querido participar. En cambio mandaron ellos solos una enorme corona de rosas negras para hacerse ver y desde ese entonces les había quedado el apodo de La banda de la Rosa Negra. Era de imaginarse que se iban a esforzar mucho para ganar esta pequeña competencia, costara lo que les costara. Les tocaba exponer sobre el continente europeo y era seguro que tenían mucho material para presentar ya que iban a Europa a menudo para sus vacaciones. Nosotros no nos íbamos a desanimar, teníamos que presentar lo que pudiéramos conseguir, pidiendo material de las embajadas o bajando información de Internet. Un día faltó un profesor y aprovechamos la hora libre para reunirnos en el aula y ordenar lo que habíamos conseguido hasta el momento. Los cuatro estábamos concentrados clasificando el material cuando una voz nos sacó de nuestra labor. —¿Así que están tratando de ganar con eso el concurso de la señora Miranda? –dijo en forma despreciativa Javier Robledo. —Sí, creemos que es buen material. ¿Por qué lo preguntas? –dijo Susana desafiante. —¿Por qué? Por lo que estoy viendo, esto es para una buena calificación, pero no alcanza para ganarle al grupo de la Rosa Negra –dijo burlonamente Javier. —¿Y qué clase de material tienen ustedes? –pregunté sin ánimo de proseguir con la provocación. —Te puedo anticipar que el material que tenemos es todo original, traído de cada país europeo. –dijo riendo, mientras se iba a su grupo de trabajo. —¡A este tipo sí que no lo soporto! –se quejó de mal humor Susana. —No hay que pasarle bolilla, es simplemente un prisionero de su propio ego, murmuró Oki. —¡Bien, maestro! Es todo un sabio oriental –dije bofándome de Oki. 11
—De nada, Saltamontes –replicó inmediatamente Oki. Nos reímos y continuamos con lo nuestro, hasta que Nora dijo: —Si queremos ganar, tendríamos que hacer una presentación diferente. —¡Es verdad! Tendríamos que hacer algo fuera de lo común –dijo pensativa Susana. —Ya sé. Lo que podemos es presentar el tema en un formato multimedia en una computadora, además de las láminas y nuestro oral –grité entusiasmado. —¡Qué buena idea! Mi papá nos podría prestar una notebook –agregó Oki. —¿Pero la pantalla no es muy pequeña, para que puedan ver todos? –preguntó Susana. —Le puedo pedir a mi papá el monitor nuevo de diecinueve pulgadas y los altavoces potenciados que le regalamos en su cumpleaños –dije entusiasmado. —Tendríamos que reunirnos ese fin de semana para coordinar el trabajo, ¡nos quedan todavía dos semanas! –aclaró Susana. –¿Y quién sabe de programación multimedia? —Yo sé programar en multimedia. No se olviden de que mi papá es programador; él me enseñó mucho, por lo tanto lo mejor es reunirnos en mi casa, el sábado, a las dos de la tarde; ¿qué les parece? –dije, esperando una respuesta favorable. Todos estuvimos de acuerdo en pasar el fin de semana trabajando en mi casa y nos dividimos algunas tareas de búsqueda para tener más material de consulta. El sábado nos reunimos en mi casa y obviamente el único puntual fue Oki. Susana y Nora llegaron veinte minutos tarde. La excusa en este caso fue que habían almorzado tarde. Fuimos a la habitación que papá había transformado en oficina; era un lugar espacioso con muchas láminas de músicos de rock y pop en las paredes, un tablero de dibujo con reglas, porta lápices y marcadores de colores. En un rincón había dos computadoras muy completas. Un equipo de audio y muchos CDs con musica de la década del setenta completaban el estudio. Organizamos lo que habíamos conseguido por países e inmediatamente Oki y Susana empezaron a pasar las fotos de los libros y folletos de turismo por el escáner en la maquina más vieja. Mientras tanto 12
Nora resumía los escritos y yo compaginaba las fotos y el audio en la máquina nueva. Cada tanto mi mamá traía gaseosas con galletitas o preparábamos mate cuando queríamos descansar un rato. Tuvimos que ingresar varias veces a Internet para actualizar cifras y sacar fotos de los distintos países. A media noche, ya cansados, acordamos encontrarnos el domingo a la tarde para completar algunas láminas que Nora y Susana habían dibujado con gran esmero mientras Oki y yo terminábamos la presentación multimedia. Ya le había pedido a mi papá el monitor y los altavoces. Había aceptado pero con la condición de que él mismo llevara y trajera los equipos en su coche. En la tarde del domingo ya estaba listo el ochenta por ciento del trabajo. Dividimos lo que teníamos que estudiar cada uno para el oral y nos comprometimos a que el próximo sábado terminaríamos de completar el trabajo. La semana pasó sin grandes inconvenientes, salvo que los integrantes de la Rosa Negra se ufanaban de que ellos serían seguramente los ganadores. Lograban que los integrantes de los otros equipos se pelearan con ellos, pero nosotros estuvimos de acuerdo en no prestarles atención a sus provocaciones, pues notamos que ellos disfrutaban si uno se enojaba, pero si no le prestábamos atención, se sentían frustrados y dejaban de molestar. El sábado nos encontramos para finalizar el trabajo y después de algunas horas, sabíamos lo que cada uno tenía que decir en el oral, las láminas estaban terminadas y montadas en cartón para colgar y al atardecer nos pusimos a ver la presentación multimedia en la computadora e invitamos a mi mamá para que diera su opinión. Ella aceptó venir y al entrar a la oficina, nos alegramos mucho, pues traía una bandeja con grandes porciones de pizza y gaseosas y un mantel rojo que desplegó prolijamente sobre uno de los escritorios. Se sentó en medio de nosotros, y le explicamos de qué se trataba el trabajo. Miró atentamente las imágenes que se sucedían al compás de la música y de nuestros comentarios, mientras nosotros devorábamos las porciones de pizza y bebíamos las gaseosas. Al finalizar, mamá dijo: —Es una preciosa presentación. Las imágenes son muy bonitas y coloridas y la música es coherente con ellas... salvo una cosa. Todos dejamos de comer, la observamos y le preguntamos impacientemente: 13
—¿Qué está mal? —No es que algo esté mal, simplemente mejoraría si al principio de la presentación le agregaran los créditos. —¿Los créditos? –preguntó Nora. —Sí, el nombre de ustedes o del grupo que hizo el trabajo –contestó mamá. —No se nos había ocurrido, dábamos por hecho que si el trabajo lo presentábamos nosotros, era suficiente –dijo Oki. —Sería bueno que nos pusiéramos a completar ahora los créditos – dije esperando una respuesta afirmativa de todos. Estábamos de acuerdo en terminar la presentación y nos pusimos a ver cómo lo hacíamos. Mientras tanto mi mamá retiraba la bandeja. Escribimos en un papel nuestros nombres y apellidos y nos dimos cuenta de que eran muy largos y no quedaban bien visual-mente. —Intentemos con nuestros apellidos solamente –dijo Susana mientras garabateaba líneas y letras sobre un papel. Oki ordenó los apellidos alfabéticamente y dijo mostrándolo –A mí no me gusta. Todos estuvimos de acuerdo en que no era interesante colocar los apellidos como se hacía tradicionalmente en las películas. Nos quedamos pensativos hasta que de pronto dije: —¿Y si le ponemos un nombre al grupo? —Es una muy buena idea, sería como La Rosa Negra –dijo entusiasmada Nora. —Tiene que ser algo que nos identifique a los cuatro –exclamó Susana. —¿Qué les parece Los Cuatro Fantásticos? –preguntó Oki. —No, se parece a la historieta –contesté. —¿Y si le ponemos Los Amigos? –dijo Susana. —Es muy simple y tiene poco estilo. Sería bueno algo en relación directa con nosotros –dije pensativo. Me recosté sobre la silla mientras observaba el entorno en busca de alguna respuesta y después de algunos segundos mi vista se fijó en el atlas geográfico que se encontraba abierto y mostraba un mapa con una rosa de los vientos y grandes letras indicando los puntos cardinales, N, E, S y O. Lo miré porque reconocía esas letras y entonces pegué un salto y dije: —¡Lo tengo! ¡Lo tengo! Miren la rosa de los vientos en el atlas. 14
Todos rodeamos el libro y Susana dijo dudando: —Yo no veo nada, y ¿ustedes? –miró buscando cómplices. —Miren las letras –dije nerviosamente. —Sí ¿qué tienen? –preguntó Nora. —Susana, colócate en la S; Nora, vos en la N y Oki... –fui interrumpido por Oki: —Ya sé, me coloco en la O. —Sí. Ya se dieron cuenta, las letras de la Rosa de los Vientos coinciden con las iniciales de nuestros nombres –dije entusiasmado. —Es más, de la forma en que estamos ahora es como nos sentamos en el colegio, ¿se dieron cuenta? –preguntó Oki. —Parece que nuestro destino tiene que ver con los puntos cardinales –dijo Susana. —¿Le ponemos La Rosa De Los Vientos al grupo? –preguntó Nora. —No podemos tener la palabra “rosa”, ya la usan nuestros amigos de la Rosa Negra –dijo amargamente Susana. —¿Qué les parece Los Cuatro Vientos? –pregunté tímidamente. —¡Es genial! ¡Es buenísimo! ¡Es perfecto! –exclamaron todos. Una vez terminada la euforia nos pusimos a trabajar en la computadora y luego de una hora, teníamos una pantalla de presentación en la que primero aparecía un fondo negro con la música de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi. La rosa de los vientos empezaba a aparecer en el centro de la pantalla girando sin sus cuatro letras. Al terminar de rotar aparecían cuatro ráfagas de viento trayendo las cuatro letras faltantes que se colocaban en su lugar. Después de unos segundos salía un destello del centro de la rosa y emergían las palabras “LOS CUATRO VIENTOS PRESENTAN: UN PASEO POR AMÉRICA ” y comenzaba la presentación. Todos acordamos poner nuestros nombres y apellidos al final de la presentación como se hacía en una película. Cuando terminó la presentación nos paramos y emocionadamente dije: —Es como los Tres Mosqueteros: ¡TODOS PARA UNO, UNO PARA TODOS! –Los invité con mi gesto a que pusieran sus manos en el centro y repitieran el viejo ritual de la película. Cuando terminamos de gritar la frase, la luz se apagó por un segundo; nos quedamos mudos y se oyó un “TOC” sobre la mesa. Al encenderse sola nuevamente la luz pregunté: 15
—¿A alguien se le cayó algo? Respondieron que no y miramos a nuestro alrededor para ver si algo se había caído. Fue entonces que Oki dijo: —¿Y esto? –señaló algo sobre el mantel rojo que había dejado mi mamá. Allí había una piedra del tamaño de una almendra de color rojo intenso que se confundía con el mantel. Tenía un extraño brillo y pregunté con voz de sorpresa: —¿Quién colocó esta piedra sobre el mantel? Se miraron desconcertados y respondieron uno a uno: —Yo no fui. Yo tampoco. Ni en broma. Entonces tomé la piedra, que era bastante irregular, y al hacerlo noté que tenía cierta temperatura. La coloqué a la altura de mi vista y mirando a través de ella traté de descubrir alguna respuesta a la incógnita. Pero lo único que noté fue que cada tanto emitía un cierto brillo. Entonces se la di a Oki para que diera su opinión. Oki la tomó y exclamó: —¡Está ligeramente tibia! —Déjamela ver –dijo Susana muy ansiosa. —A mí ni me la acerquen, es muy raro todo esto –dijo Nora asustada. —La piedra apareció justo cuando terminamos de hacer el juramento de los tres mosqueteros –dije buscando la aprobación de los demás. —Sí, es verdad, tendríamos que hacerlo nuevamente –se apresuró a contestar Oki. Los cuatro nos volvimos a colocar en las mismas posiciones que anteriormente habíamos tomado e hicimos el juramento. —¡TODOS PARA UNO, UNO PARA TODOS! –gritamos al unísono. Pero ni se interrumpió la luz ni apareció ninguna otra piedra. Seguíamos desconcertados por el hecho, y después de un rato de evaluar hipótesis decidimos dejarla en un estante de la oficina como un amuleto de buena suerte para el nuevo grupo LOS CUATRO VIENTOS, deseando que fuera un buen augurio. Estábamos contentos de haber terminado el trabajo y esperábamos tener la suerte de ganar el jueves. No éramos siempre tan aplicados a la hora de hacer este tipo de tareas pero con la llegada de Oki, que era un 16
buen estudiante, Nora, Susana y yo teníamos más energías para estudiar. Esta presentación nos había costado dos fines de semana de arduo trabajo y merecíamos por lo menos una buena nota. Esa noche me costó mucho dormir. Me perturbaba la forma en que había aparecido la piedra roja. Seguramente no se trataba de una broma de mis amigos. Antes de cenar le pregunté a mi papá si sabía de la existencia de una gema en la oficina. Su respuesta fue que no. Entonces se la mostré, la estudió por un momento y pensó que se trataba de un rubí pero después de observarle atentamente dijo que no, con lo que la incógnita se hacía más grande. Esa noche soñé que estaba en un bosque y que caminaba; no había nada raro en eso, salvo que yo veía todo en color rojo, como si me hubieran puesto anteojos de ese color. A la mañana siguiente pensé que seguramente la piedra roja había inspirado mi sueño y eso me tranquilizó.
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- Capítulo II -
Los colores nos dan mensajes El lunes dieron lección los dos primeros grupos; uno habló de Asia y otro de Oceanía. Las presentaciones de ambos fueron muy buenas, con láminas y datos estadísticos. El grupo del continente asiático había conseguido algunas estatuillas chinas y un poema japonés con su traducción que hablaba sobre el cielo y el Sol. A este grupo la profesora Miranda le puso ocho. En cambio al grupo del continente oceánico, seis, aunque su clase fue amena. El martes expuso el grupo de África. Este grupo también había elegido un nombre para sí: Los Leones Salvajes, pero la clase no fue tan buena como el nombre y sacaron siete. Nosotros tuvimos la suerte de ser el último grupo, lo que nos dio la ventaja de poder ajustar nuestra presentación. El jueves me levanté temprano. Desayuné con mi papá en la cocina y al terminar cargamos el monitor en el auto y fuimos al colegio. En la puerta estaba Oki con su computadora portátil junto a Nora y Susana que por milagro habían llegado temprano. Evidentemente estaban muy ansiosas por dar la clase y eso había ayudado, a que estuvieran a la hora convenida. Sacamos con cuidado el monitor del coche y fuimos al aula. Colocamos el monitor sobre el escritorio de la profesora y conectamos el equipo. Mientras tanto las chicas pegaban algunas láminas en el pizarrón y colocaban sobre ellas un papel, tapándolas para que no fueran vistas hasta el momento de la clase. Cuando terminamos de ordenar todo, probamos la computadora que funcionó a la perfección. Mi papá nos deseó suerte y acordamos que nos esperaría a la salida para llevar el equipo. En ese preciso momento entraron los integrantes de la Rosa Negra. Javier traía con dificultad una enorme caja de cartón; las mellizas Sol y Luna lo seguían empujando un carrito con bolsas de papel y, finalmente, Gabriel y Marta traían bajo sus brazos rollos de láminas. Javier nos encaró gritando: —¿Qué hacen ustedes acá? No deberían haber colocado esas láminas, nosotros damos la lección primero... Queremos todo el pizarrón. —Javier, ¿en qué te pueden molestar esas láminas en mitad del pizarrón? –contesté tranquilo. 18
—No me interesa. Queremos todo el pizarrón, tenemos muchas láminas para pegar. —Por lo que veo, tampoco son tantas –dijo Oki mientras observaba los rollos. —¡Cállate, pedazo de...! –Javier no terminó la frase cuando vio que Oki giraba su cabeza con cara de pocos amigos. —Saquen sus láminas, no queremos que nos distraigan cuando hagamos nuestra magistral presentación –dijo Marta arrogantemente. —Esteban ¿por qué no les damos el gusto a nuestros buenos compañeros? –dijo Nora guiñándome un ojo. —¡Bien! ¡Tenés razón, no nos cuesta nada! Pero al finalizar la clase van a sacar sus láminas inmediatamente. Esperaba una respuesta de ellos pero no dijeron nada. Comenzamos a sacar nuestras láminas y ellos colocaron las suyas. Como había dicho Oki, en realidad en esos rollos solamente había cuatro láminas y ocupaban menos de la quinta parte del pizarrón. Habían hecho un escándalo por nada. Sonó el timbre de entrada y el resto de los alumnos ingresó al aula. Paz tomó lista como siempre y a continuación llegó la profesora Miranda. Después de dejar su abrigo y sus libros sobre el escritorio, dijo: —¡Bien! Hoy en la primera hora le toca dar la clase sobre Europa al grupo de La Rosa Negra y en la segunda hora el grupo de Esteban expondrá sobre América... La profesora fue interrumpida por mi voz que decía: —Le pusimos un nombre a nuestro grupo, Profesora. —¿Ah, sí? Y ¿qué nombre le pusieron? –dijo con voz interesada pero ligeramente burlona. —¡El grupo de los Cuatro Vientos! –exclamé. El resto de los alumnos murmuró y la profesora preguntó con extrañeza: —¿Y a qué se debe tal nombre? —Se debe a que cada uno de nosotros se sienta en uno de los cuatro puntos cardinales y nuestras iniciales coinciden con las iniciales de esos puntos cardinales –contesté mientras señalaba los lugares que ocupábamos. La profesora y el resto de los compañeros verificaban con la vista lo que yo iba diciendo. 19
—Es verdad. Las iniciales de sus nombres coinciden con los cuatro puntos cardinales. Les acepto su nombre ingenioso –dijo la profesora. Nos miramos con una sonrisa de satisfacción. A continuación Javier, Gabriel, Marta, Sol y Luna pasaron al frente. Siempre caminaban empujándose unos a otros. La profesora dijo, al tiempo de sentarse en el último banco de la clase para poder contemplar mejor la lección: —¿Y bien? ¿Qué han preparado ustedes? Javier miró autoritariamente a Sol y a Luna y éstas rápidamente se colocaron junto a las láminas que estaban en el pizarrón y empezaron: —Hablaremos de la geografía general de Europa –dijeron nerviosamente. La clase de las dos chicas no duró más de diez minutos y dejaron muchos puntos sin desarrollar. A continuación pasó Gabriel y habló de la fauna y la flora. Su exposición también duró aproximadamente diez minutos. Al finalizar, pasó Marta a dar su oral y empezó a sacar de las cajas y bolsas que habían traído, muchos objetos de diversos tipos, muñecas vestidas con trajes típicos, escudos de madera pintados, varias botellas de licores; el escritorio de la profesora parecía un negocio de venta de recuerdos y artesanías. Cuando terminó de sacar todos estos elementos, Marta empezó su clase: —Hablaré de las costumbres de los países. –Levantó una muñeca que tenía un traje típico español –y señaló–. Como verán, una de las costumbres en España es vestirse con estos trajes en algunos festivales. Están adornados con glamorosos colores y preciosos bordados. Luego sacó otra muñeca, esta vez vestida con un atuendo típico de Italia y dijo lo mismo, repitió la misma escena seis veces, hasta que la profesora preguntó: —¿Esto es lo único que puede decir de las costumbres? —No, puedo decirle que la bebida típica rusa es el vodka –dijo mientras levantaba una botella de vodka originaria de Rusia. Al terminar de mostrarla, tomó una botellita de champagne: –Ésta es la bebida típica de Francia, la traje de mi último viaje. Todos nos empezamos a reír y la profesora dijo con voz enojada: —¡Usted me está tomando el pelo! ¡Cómo se atreve a preparar una clase de esta forma!, –miró a Javier Robledo y dijo enojada —¡Robledo, pase usted y trate de mejorar esto! Javier miraba a sus compañeros de grupo con rabia y durante los 20
siguientes veinte minutos habló de la constitución de los gobiernos europeos y del Mercado Común Europeo. Lo estaba haciendo bien hasta que tuvo la mala suerte de que sonara el teléfono celular que llevaba en la cintura. Esto terminó de enfurecer a la profesora: —¿Cómo se atreve a tener un celular encendido en mi clase? Esta clase no fue lo que esperaba de ustedes. Tienen un seis y eso gracias a que la exposición repuntó en los últimos veinte minutos. Javier trató de convencer a la profesora de que les pusiera mejor nota, pero Miranda era absolutamente terminante en su decisión. En la clase todas las caras tenían una leve sonrisa, el grupo de La Rosa Negra había encontrado una profesora que no se dejaba influir por el prestigio de los padres y eso nos permitía tener igualdad de oportunidades. Sonó el timbre del recreo y todos salieron del aula exceptuando los chicos de La Rosa Negra que sacaban sus cosas del frente sin decir una palabra. Nosotros colocamos las nuestras. Nora y Susana clavaron las láminas con chinches; Oki y yo probamos la computadora para comprobar que funcionara correctamente. Terminado esto, salimos a disfrutar de lo que quedaba del recreo, mientras Javier y sus amigos terminaban de colocar en las cajas y bolsas los objetos que habían traído. Al salir no habíamos notado ninguna actitud extraña y nos fuimos tranquilos. Pero Javier encendió la computadora y Gabriel le preguntó: —¿Qué estás haciendo? —Tratando de encontrar el directorio donde está la presentación de la clase de estos tontitos –dijo Javier mientras exploraba los directorios nerviosamente. –¡Acá está! –marcó el directorio y lo borró. –Con esto no podrán dar la clase. Prefiero que otros ganen el premio y no estos cuatro rejuntados. Apagaron la computadora y salieron al recreo, riéndose de la sorpresa que nos llevaríamos. Terminó el recreo y los alumnos entramos al aula alborotados como de costumbre. Nora, Susana, Oki y yo nos colocamos en nuestras posiciones para dar la clase y esperamos a que la profesora se sentara en el mismo lugar en que lo había hecho antes. —Ustedes hablarán de América, ¿no? —Sí –respondió Susana. —¡Bien! Comiencen ya, por favor. Encendí la computadora para empezar la clase y apreté el ícono para 21
iniciar el programa. Pero nada sucedió. Miré a mis amigos desconcertado y Oki se acercó: —¿Qué pasa, Esteban? —No sé. La probé hace cinco minutos y estaba bien. —¿Y para cuándo la clase? –dijo malhumorada Miranda. —Enseguida empezamos –contesté para calmarla. Mientras revisábamos la máquina, podíamos oír a Javier que se reía; era evidente que tenía algo que ver. Oki se encargó de buscar el problema pues la máquina era suya y la conocía mejor que yo. —Aquí está el problema. Alguien borró el directorio -dijo Oki aliviado. Buscó en su mochila un CD y cargó en unos minutos toda la información. Pudimos empezar la clase justo en el momento en que la profesora se enojaba. Antes de que dijera algo, anuncié sonriendo: —Solucionado el problema técnico, comenzaremos nuestro paseo por América. Apreté el ícono del programa y empezó sin ningún problema. Mientras la clase aplaudía y festejaba nuestra presentación del grupo, aparecieron las imágenes de los países en orden alfabético, con sus mapas y banderas. Al paso de cada uno se podían oír fragmentos de música típica de país. A continuación se veían tablas de datos de diversos tipos y a medida que se sucedían, cada uno de nosotros extendía lo exhibido con una explicación. Al finalizar esa parte se mostraba América en conjunto y nuevamente explicábamos los datos globales que eran de nuestro interés. Para finalizar se desplego una galería de fotos con las costumbres de distintas regiones. Al pasar los créditos del final de la presentación los alumnos aplaudieron. También la profesora: —¡Muy bueno! ¡Ésta sí es una presentación! Al calmarse la clase, la profesora se paró y dijo entusiasmada: —Este trabajo lo llevaré al Consejo de Educación el próximo mes. Servirá de demostración de lo que los alumnos del colegio pueden hacer... Se han esforzado mucho y merecen un diez, no como otros que presentaron únicamente un montón de recuerdos de viaje –dijo Miranda mientras miraba a Marta que se hacía la disimulada. —Por lo tanto el grupo de Los Cuatro Vientos ha ganado el premio –continuó, al tiempo que abría un viejo gabinete de metal donde los 22
profesores guardaban algunos útiles y libros. Sacó una caja de cartón y nos entregó a cada uno un atlas con tapas de color azul con las siluetas de los continentes y unas bolsas conteniendo los globos terráqueos inflables. Al finalizar la entrega dijo entusiasmada: —¡Espero que disfruten el premio que se han ganado en buena ley! En ese instante sonó el timbre del recreo y la profesora junto a los alumnos comenzaron a salir del aula. Javier pasó junto a mí y entonces, mirándolo, le dije: —No tengo pruebas de que hayas sido el que borró mi trabajo en la máquina, pero te advierto que si te atrapo metiéndote con alguno de nosotros, te lo voy a hacer pagar. Javier se detuvo y, desafiante, contestó: —Es verdad, no tenés ninguna prueba en mi contra, pero a partir de este momento, los Cuatro Vientos son enemigos de La Rosa Negra. – Dicho esto salió del aula cerrando la puerta con violencia. Los cuatro nos miramos y sonreímos mientras contemplábamos nuestros premios. Oki preguntó mientras extendía su mano al centro del escritorio: —¿No es hora de pronunciar nuestro juramento a modo de festejo? Extendimos nuestras manos sobre la de Oki, y lo repetimos: —¡TODOS PARA UNO, UNO PARA TODOS! Después de gritar con euforia el juramento, vimos un gran brillo debajo de nuestras manos que continuaban juntas y se oyó que caía un objeto sobre la tapa de uno de los atlas. Las chicas dieron un grito de susto; todos retiramos las manos y dimos un paso atrás mientras nos frotábamos los ojos, deslumbrados por el destello de una piedra. —¿Y esto? preguntó Nora señalando la gema. Era una piedra de iguales características a la que había aparecido en mi casa aquella noche, pero ésta era de color azul intenso. —Quiero suponer que ninguno de nosotros nos está jugando una broma pesada, ¿no? –dijo Susana consternada. Tomé la piedra en mis manos y me di cuenta de que también estaba ligeramente tibia. Al mirarla de cerca se veían destellos muy particulares que parecían tener forma de palabras. Se la entregué a los demás al terminar mi análisis y les pregunté si veían lo mismo que yo. Todos respondieron que sí con lo cual la incógnita aumentó. Tomé la piedra y la guardé en el bolsillo. Decidimos reunirnos en 23
casa al día siguiente para comparar ambas piedras y, en lo posible, llegar a una conclusión. Durante las tres horas siguientes ninguno de nosotros pudo concentrarse en lo que decían los profesores. Tratábamos de encontrar una respuesta a semejante misterio. Incluso al mediodía, cuando llegó mi papá para retirar el monitor, le mostré la piedra azul y quedó tan perplejo como nosotros. Mi curiosidad era tal que al llegar a casa esa tarde no podía concentrarme en las tareas. Ése era mi peor defecto, ser más curio-so que un gato y no poder controlarlo fácilmente. Llamé a los chicos para ver si nos podíamos encontrar esa misma tarde para sacar una conclusión y terminar con el misterio que no me dejaba vivir normalmente. A las cinco de la tarde nos reunimos en casa, tomamos de la alacena de la cocina unos paquetes de papas fritas y gaseosas de pomelo de la heladera, colocamos todo sobre una bandeja y nos trasladamos a la oficina de papá. Nos acomodamos alrededor de uno de los escritorios, abrimos los paquetes de papas y servimos las gaseosas mientras charlábamos: —Esto es realmente extraño, las piedras han aparecido en momentos muy particulares –dije mientras buscaba ambas piedras y las colocaba en el centro del escritorio. Todos las mirábamos con recelo, mientras comíamos y tomábamos las gaseosas, hasta que Oki dijo: —En este misterio hay un patrón. —¿Cuál? –preguntó Susana. —Las dos aparecieron exactamente cuando terminábamos el juramento de los Tres Mosqueteros. —Es verdad. ¿Por qué no lo hacemos nuevamente? –sugirió Nora que hasta ese momento se había mantenido callada. —Yo también voto que lo hagamos nuevamente –dijo Susana. Asentimos con la cabeza, nos paramos, extendimos nuestras manos y dijimos al unísono: ¡TODOS PARA UNO, UNO PARA TODOS! Pero no pasó nada. Entonces Oki señaló: —Debemos estar haciendo algo mal. —Tenemos que recordar exactamente qué hicimos las veces en que aparecieron las piedras –dije. Pensamos durante unos instantes, tratando de buscar coincidencias 24
mentalmente entre esos dos momentos hasta que Nora dijo: —¿Por qué no anotamos en un papel las coincidencias? La primera fue, sin lugar a dudas, la frase ¡TODOS PARA UNO, UNO PARA TODOS! —¡Muy buena idea! –dije entusiasmado al tiempo que buscaba papel y lápiz. Entonces comencé a escribir. “1º- Frase de los tres mosqueteros”. —La segunda fue que nos tocábamos las manos –dijo Oki. —La tercera... ¡estábamos emocionados! –agregó rápidamente Susana, mientras yo escribía lo que iban diciendo. —¿La hora tendrá importancia? –preguntó Nora. —No, la primera vez fue al anochecer y la segunda, a la mañana – dije con seguridad. —¿Algo que estaba en el ambiente, quizás? –dijo en voz baja Susana. Mientras pensaba, miraba alrededor de la habitación buscando alguna coincidencia en las cosas que me rodeaban. Miraba todos los objetos pero me llamaban la atención las láminas y tapas de viejos discos de rock que papá celosamente había pegado en la pared. Había de los Beatles, Santana, Pink Floyd, Deep Purple, Sui Generis, etc. Hasta que la voz de Oki me sacó de mis pensamientos. —Cuando hicimos el juramento en esta habitación, lo hicimos sobre un mantel rojo y apareció una piedra roja... —Y cuando lo hicimos en el colegio fue sobre la tapa azul del atlas y apareció una piedra de ese color –contesté sin dejar que Oki pudiera terminar su conjetura. —Las piedras tienen relación con los colores –agregó Nora mientras se levantaba de su asiento impaciente. —Tendríamos que efectuar el juramento sobre algún elemento de otro color y ver qué sucede –dije mientras me paraba y me dirigía rápidamente a los estantes de papá que siempre tenía papeles y cartones de colores sobre los estantes. Tomé algunas hojas de distintos colores y las coloqué en el centro del escritorio. Nora dijo entusiasmada: —¡Probemos con el color índigo que es mi favorito! Pusimos una hoja índigo en el centro. Nos miramos nerviosamente a los ojos y pregunté: —¿Listos? Coloquemos las manos y hagamos el juramento. Colocamos las manos juntas, teniendo la precaución de ponerlas 25
sobre la hoja de color. Moviéndolas de arriba abajo, dijimos con voz segura: —¡TODOS PARA UNO, UNO PARA TODOS! Se oyó el canto de pájaros y debajo de nuestras manos apareció una piedra índigo. Nos miramos asombrados y retiramos rápidamente las manos. Nos dejamos caer en las sillas: —Esto es asombroso, no lo puedo creer –dijo Nora temándose la cara con las manos. —¡Esto es alguna clase de magia... no hay otra explicación posible! dijo Susana asombrada. —Tenés razón, Susana, esto roza lo desconocido –contestó Oki mientras tomaba la Piedra para analizarla –Está tibia como las demás. Mientras hablaban, yo me quede sin palabras. Pensaba qué significado tenía todo esto y no lograba entender. Por lo tanto decidí seguir adelante con las pruebas y propuse: —¿Qué tal si probamos con algún otro color? Oki eligió un cartón naranja y lo colocó sobre los demás papeles y cartones. El resto nos pusimos en nuestras posiciones, respiramos hondo para tranquilizarnos un poco, colocamos las manos a unos treinta centímetros del cartón y pronunciamos el juramento: —¡TODOS PARA UNO, UNO PARA TODOS! Pero en esta ocasión salió de nuestras manos una niebla delgada de color naranja e inmediatamente apareció una piedra naranja que cayó pesadamente sobre el cartón produciendo un ruido seco. Tomé la piedra y la miré de cerca; igual que las demás estaba tibia y se podían ver letras que formaban una palabra en su interior, pero daba la impresión de que se movían y cambiaban de lugar. Se la di a los demás para que la analizaran y dieran su opinión. —Es igual a las otras en forma y tamaño; ¿probamos con otro color? —Por supuesto, esto hay que llevarlo hasta el final –dijo Oki. Nora tomó una hoja de color verde y dijo: —Si no les molesta, ¿podríamos probar con el color verde? Es mi preferido. Estuvimos de acuerdo y comenzamos con el ritual. Al terminar de decir el juramento, hubo un fuerte olor a rosas y jazmines y nuevamente 26
apareció la piedra debajo de nuestras manos. Al instante de caer, Nora la tomó y dijo: —Ésta es igual a una esmeralda, me voy a hacer un collar. ¿Qué les parece? —Ni lo pienses. Estas piedras misteriosas y mágicas tienen que tener un sentido más importante que ser colocadas en un collar –dije consternado. Nora se quedó pensativa y tratando de ocultar su vanidad la colocó junto a las otras cuatro diciendo: —Era simplemente una broma. Nosotras, las mujeres, cuando vemos una joya nos enloquecemos –dijo mientras guiñaba un ojo a Susana, quien respondió sonriendo en forma cómplice. —Bien, ¿seguimos con otro color? –sugirió Oki. Susana colocó un cartón de color rosa sobre el escritorio y procedimos a repetir el ritual, pero esta vez no pasó nada. Nos miramos con sorpresa y Oki dijo: —No funciona con todos los colores. —¿Por qué será? –preguntó Susana. —Parece que únicamente funciona con determinados colores – contestó Nora. —¿Y si probamos con el amarillo? –pregunté entusiasmado. Pusimos una hoja de papel de envolver regalos de predominante color amarillo. Continuamos esperanzados de que apareciera otra piedra, colocamos las manos y al terminar el juramento había en la habitación fuertes ruidos de máquinas como las de una fábrica, y apareció la esperada piedra de color amarillo que, al igual que las demás, estaba tibia. Nos apresuramos a probar con otro color y al ver que únicamente quedaban algunas hojas blancas, una marrón y otra negra, decidimos emplear esta última. La colocamos en su sitio y comenzó el ritual. Unimos las manos y pronunciamos el juramento. Sobre nuestras manos apareció una nube negra y un fuerte olor a azufre que casi nos desmaya. Contuvimos la respiración por unos instantes. Debajo de nuestras manos, sobre la hoja negra, apareció una enorme araña negra con ojos rojos. Todos saltamos hacia atrás. Nora y Susana pegaron un grito y tropezaron con las sillas. Oki y yo buscamos algún objeto pesado sin sacarle la vista a la terrible araña que tendría aproximadamente veinte centímetros de diámetro y era extremadamente peluda con patas muy 27
largas y delgadas. Se la veía aún aturdida por el golpe que se dio al caer pero inmediatamente giró como si buscara a alguien y al ver a Susana que se había caído, saltó sobre ella. Pero Susana, en cuclillas, salió de su camino; yo, que tenía en la mano una botella de gaseosa de las que habíamos estado tomando, me arrojé sobre ella pegándole un golpe que la aplastó. Corrí a ver cómo estaba Susana que aún temblaba como una hoja. En ese instante abrió la puerta mi mamá. —¿Qué está pasando aquí? Tuve un instante de duda y decidí decir lo siguiente: —Una araña horrible entró por la ventana –dije mientras señalaba el escritorio. Mi madre se acercó con precaución al lugar donde se encontraba la botella y la levantó con cuidado diciendo: —Pero aquí únicamente hay un puñado de hollín que está ensuciando el piso. Todos nos miramos desconcertados y nos acercamos a ver. —Te aseguro que la maté con la botella –dije. —Esteban, siempre tan bromista. —Es verdad, señora, su hijo la mató de un golpe –dijo Oki mientras se arrodillaba con un lápiz en la mano y hurgaba el montón de hollín. —Tendrían que cerrar las ventanas si no quieren sorpresas. Voy a traer algo para limpiar este hollín–dijo sonriendo mamá. Mi mamá trajo implementos de limpieza y, gustosa, Nora se ofreció a ayudarla mientras el resto nos mirábamos desconcertados por lo que había pasado. Al terminar de limpiar mamá se retiró y nosotros discutimos si seguíamos lo que estábamos haciendo o lo dábamos por terminado. —Yo creo que tenemos que seguir –decía Oki con seguridad. —Yo tengo miedo, pero voy a hacer lo que la haga mayoría –dijo Nora resignada, intuyendo que seguramente seguiríamos haciendo las pruebas. —Yo tengo una duda –dijo Susana mientras se arreglaba el cabello. —¿Cuál? –pregunté intrigado. —Si con el color negro en vez de salir una piedra negra salió una araña, ¿qué saldrá con una hoja blanca? —Muy buena tu pregunta. ¿Probamos? Todos dijeron que sí y procedimos a colocar una hoja blanca sobre el escritorio. Nos miramos tratando de tener confianza en que el color 28
blanco iba a ser positivo. Empezamos el ritual, al finalizar las célebres palabras de los Tres Mosqueteros, tuvimos únicamente un sentimiento de felicidad por unos segundos seguidos por una profunda tristeza ya que miramos debajo de las manos y no había nada. —¿Sintieron lo que yo sentí en lo profundo de mi ser? – pregunté triste. —Mucha alegría al principio y luego una tristeza profunda –dijo Nora. —Exactamente eso es lo que yo sentí –exclamó Susana. —Yo también –se sumó Oki. —Tenemos seis piedras y no sabemos si hay más, ¿qué hacemos?, pregunté. Oki se sentó y, cerrando los ojos, dijo: —Tienen que tener alguna relación, pensemos un poco... Nos sentamos y empecé a buscar alguna relación en mi mente pero no encontraba nada. Comencé a observar las tapas de discos que estaban en la pared. Entonces vi la tapa de un disco de Pink Floyd. Tenía el fondo negro y en el centro, un prisma al que entraba un rayo blanco y del que salían siete rayos de colores. En ese preciso instante me di cuenta y dije, parándome de golpe y mostrándoles a todos la tapa: —Miren. ¡Aquí está la respuesta! —¿Dónde? –preguntó Oki. —Tenemos seis piedras y nos falta una para completar los siete colores fundamentales de la luz blanca. —Es verdad –dijo Nora. —¿Cuál nos falta? –preguntó Susana. —Tenemos la roja, la naranja, la amarilla, la verde, la azul y la indigo,... falta... ¡la violeta! –contesté entusiasmado mientras las colocaba en el orden de los colores. —¿No tenemos ninguna hoja violeta? –preguntó Nora mientras revisaba los papeles que había sobre el escritorio. —No te preocupes, creo que lo puedo solucionar –contesté mientras hurgaba en mi placard buscando entre un montón de remeras. —¡Aquí está! –exclamé entusiasmado mientras mostraba una remera de color violeta intenso y la ponía sobre el escritorio. Nos ubicamos en nuestras posiciones, como tantas veces lo habíamos hecho y comenzamos con el ritual de costumbre. 29
—¡TODOS PARA UNO, UNO PARA TODOS! Y de nuestras manos empezaron a salir chispas de colores y pequeños rayos dorados. Al finalizar tan maravilloso espectáculo cayó, tal como lo esperábamos, la piedra violeta, con la que finalmente completábamos las siete piedras. —¡Eureka! ¡Era lo que suponíamos, son siete las piedras, son siete los colores! –dije alegremente mientras tomaba la piedra y la observaba de cerca tratando de leer las palabras que parecía haber en su interior. —¿Y ahora, qué? –preguntó Oki. —Supongo que sería conveniente analizar con una lente de aumento para ver más claro si se trata de palabras lo que hay en su interior – contesté mientras abría el cajón del escritorio y sacaba una gran lente. —Parecés un detective –dijo Nora riendo. —¿Por qué no colocamos las piedras en orden bajo la luz de la lámpara? –preguntó Susana mientras encendía la lámpara de dibujo del escritorio. —Buena idea –contesté. Tomamos una hoja blanca y la colocamos bajo la luz de la lámpara. Sobre ésta colocamos las piedras en el orden preciso. —¡Miren, la luz al pasar por el interior de las piedras proyecta las palabras que veíamos! –dijo emocionado Oki. —Tendríamos que levantarlas un poco para ver mejor –sugerí. —¿Cómo lo hacemos, Esteban? –preguntó Susana, entusiasmada y ansiosa de saber los secretos de dichas palabras. Coloquemos las piedras sobre un vidrio y así quedarán lo suficientemente separadas como para leer con claridad –dije mientras sacaba el vidrio de una de las estanterías y lo colocaba sobre dos libros en cada extremo, quedando unos ocho centímetros de espacio entre el escritorio y el vidrio. Sobre este vidrio colocamos las piedras en el orden de los colores y efectivamente podíamos leer las palabras de cada piedra reflejadas sobre el escritorio. Lo curioso era que las siete palabras tenían distintos colores, la primera frase que pudimos leer fue: ¡HOLA, CUATRO VIENTOS, SOMOS LOS SIETE MAGOS! Nos miramos atónitos y tímidamente acerqué mis labios a las piedras, esperando que escucharan lo que decía. —¿De dónde son? Las piedras aumentaron su brillo, luego titilaron enérgicamente 30
hasta que finalmente las siete palabras fueron reemplazadas por las siguientes: DE LOS SIETE COLORES DEL ARCO IRIS. Volvimos a mirarnos. Nora, que era muy miedosa, dio un paso atrás y dijo temblando: —¡Yo no estoy preparada para escuchar a magos del arco iris! Oki levantó la cabeza y, dirigiéndose a Nora que tenía la mano sobre su boca tapando una mueca de terror, dijo enojado: —¡No seas tonta! Te aguantaste la aparición de piedras y de una enorme araña y ahora que podemos saber qué está pasando... ¿te da miedo?... ¿No tenés curiosidad? Nora se quedó pensativa y dijo más convencida –Sí, tenés razón, lleguemos al final de esto –Nora tomó nuevamente su lugar y pudimos continuar indagando a las misteriosas piedras. —¿Y qué desean? – preguntamos. —USTEDES Y NOSOTROS ESTAMOS EN PELIGRO INMINENTE. —¡Se los dije! Se los dije –dijo Nora temblando. —¿Peligro de qué? –pregunté asustado, seguramente contagiado por la angustia de Nora. Las piedras cambiaron las palabras proyectadas construyendo una nueva frase: —LAS FUERZAS NEGRAS ESTÁN DESTRUYENDO LOS COLORES. Nos miramos nuevamente esperando que alguno de nosotros tuviera alguna idea de lo que estábamos leyendo. Después de algunos segundos de silencio continué preguntando: —¿Qué significa eso? —SI DESAPARECEN LOS COLORES, USTEDES ESTARÁN CIEGOS. —¿Ustedes nos pueden ayudar?—CADA COLOR ESTÁ EN UNA DIMENSIÓN DISTINTA.—¿Y qué significa eso?—CADA MAGO ESTÁ EN UN COLOR DIFERENTE.Inmediatamente cambió la frase sin que efectuáramos pregunta alguna. —CADA MAGO VE ÚNICAMENTE SU RESPECTIVO COLOR. —USTEDES PUEDEN VER LOS SIETE COLORES JUNTOS. Levanté la cabeza y dije emocionado: ¡Ya entendí! ¡Ya sé qué pasa! Oki me miró sorprendido y preguntó -¿Qué es lo que sabés? — ¿Qué es lo que entendés, Esteban? –preguntó Susana que hasta ese momento no había pronunciado ni una palabra. 31
—Es simple. El color negro o las fuerzas negras están destruyendo los colores del arco iris y los magos no pueden sumar sus fuerzas porque cada uno puede actuar únicamente en su respectivo color! —¡Es como si cada color fuera una dimensión diferente! –dijo entusiasmado Oki mientras se servía un vaso de gaseosa. — ¡Exactamente! ¡Y es de entender que nosotros sí podemos ver los siete colores o dimensiones! –concluí. —¿Y cómo podemos ayudar? — TRAIGAN SIETE ESPEJOS CIRCULARES DE SETENTA CENTÍMETROS. —Anotemos lo que piden los magos –dije. No debemos olvidarnos de nada. Susana anotó lo que nos habían solicitado en una libreta de apuntes que siempre llevaba en su bolso y en la que escribía frases y poemas que se le ocurrían en algún momento de inspiración. Cuando Susana terminó de anotar, continué preguntando:—¿Y qué más necesitan?—UN PRISMA DE SIETE CENTÍMETROS DE LARGO.En segundos el mensaje volvió a cambiar: —TRAIGAN SUS EXTRAÑOS VEHÍCULOS DE DOS RUEDAS. —Se refiere a nuestras bicicletas –dijo Nora más tranquila. —¿Y cómo les entregaremos esto? —EL SÁBADO LLOVERÁ, IRÁN AL PARQUE CENTENARIO. —ORDENARÁN LAS PIEDRAS AL FINALIZAR LA LLUVIA. —Y EL GRAN MAGO ROJO LOS TRAERÁ. —¿Ustedes pretenden que vayamos a un arco iris? –pregunté asustado. —USTEDES SON NUESTRA ESPERANZA, CUATRO JÓVENES HUMANOS. Las piedras parpadearon nuevamente y el mensaje continuó: —DOS HOMBRES Y DOS MUJERES, CUYAS INICIALES COINCIDEN CON LOS PODEROSOS CUATRO PUNTOS CARDINALES —Y ESTÁN UNIDOS POR EL AMOR FRATERNO, —PUEDEN FRENAR LA DESTRUCCIÓN DEL ARCO IRIS. —LOS SIETE MAGOS LES SUPLICAMOS SU AYUDA. Las siete piedras dejaron de parpadear y esperaron nuestra respuesta. Nos miramos sorprendidos y aturdidos por semejantes pedidos. Oki, que era el más lógico, empezó a analizar: —Tenemos siete piedras mágicas que nos hablan y piden nuestra ayuda ¿Es lógico lo que está pasando? —El destino quiso que los cuatro nos reuniésemos y seguramente era para algo más que para que nos pusiéramos un nombre como Los 32
Cuatro Vientos y diésemos una lección, ¿no? –preguntó Nora emocionada. —Tenés razón, Nora. Somos algo más que un simple nombre. ¿Y si tienen razón y los colores desaparecen? ¿Pensaron lo que le ocurriría a la humanidad? –reflexionó Susana que caminaba por toda la habitación nerviosamente. Me quedé pensativo y decidí hacerles la siguiente pregunta a las piedras. –¿Cómo podemos comprobar que lo que dicen es cierto? Las piedras parpadearon y apareció un nuevo mensaje: —LA PRUEBA FUE LA GRAN ARAÑA NEGRA. Al terminar el mensaje, los cuatro nos dejamos caer en nuestros asientos y yo dije con voz segura y firme. –¡Yo iré! ¿Y ustedes, qué deciden? Oki levantó la mano inmediatamente y Susana lo sucedió. Todos dirigimos nuestras miradas a Nora que se encontraba indecisa. —Y, si no voy no seríamos cuatro –dijo y levantó la mano. En ese momento hubo como una explosión de emociones. Nos levantamos de un salto y nos abrazamos. Al terminar de exteriorizar lo que sentíamos, me acerqué a las piedras y comuniqué nuestra decisión. —Siete magos, iremos a ayudarlos. Las piedras brillaron más intensamente y dieron los siguientes mensajes: —NOS VEREMOS EN EL GRAN ARCO IRIS. —¡GRACIAS! ¡GRACIAS! ¡GRACIAS! ¡GRACIAS! ¡GRACIAS! ¡GRACIAS! ¡GRACIAS! Las piedras dejaron de brillar y todo volvió a su normalidad. Comenzamos a planear nuestro misterioso viaje. Susana leyó lo que solicitaban los siete magos. —Tenemos que conseguir siete espejos y un prisma para el sábado. —Eso saldrá un dineral –dijo preocupado Oki. —No se preocupen por el dinero, yo estaba ahorrando para una nueva computadora –dije, tratando de calmar las preocupaciones por el dinero. —Pero si tenés estas dos computadoras. ¿Para qué querés una nueva? –me preguntó Nora. —Éstas son de mi papá y no me gusta experimentar con las de él. Yo quiero una en mi cuarto... –traté de explicar. —También piden que llevemos las bicicletas –continuó Susana. 33
—Tendríamos que ponerlas en condiciones para el viaje! –dijo acertadamente Oki. —Cada uno tendría que ir con su mochila y llevar algo de ropa, una linterna, comida en latas y todo lo necesario para varios días de campo. No sabemos lo que podemos encontrar –sugerí mientras tomaba las siete piedras y las colocaba en una bolsa de tela que usualmente empleaba para guardar pañuelos. Después puse la bolsa sobre uno de los escritorios. —Yo propongo que mañana, a la salida del colegio, compremos los espejos y el prisma. Ahora ya estoy cansada y tengo sueño –dijo Nora con un bostezo. Nos fuimos a cenar y a dormir. Yo no le dije nada más a mi papá en la cena ya que el hecho de que las piedras que él había visto nos mandaban mensajes pidiendo nuestra ayuda, no era algo muy fácil de creer y por lo tanto me resultaba muy difícil de confesar, y más aún cuando mamá contó en la mesa acerca de la supuesta araña que en realidad era un puñado de hollín. Ya en mi cama no podía dormir; permanentemente veía a través de mi ventana sombras que se movían como si me estuvieran vigilando, así que decidí dormir con la luz encendida, como cuando era pequeño, muchos años atrás. A la mañana siguiente, en el colegio, los cuatro admitimos que habíamos tenido que encender la luz de nuestros cuartos para poder dormir. Lo curioso era que otros compañeros también habían tenido problemas para conciliar el sueño e incluso a los profesores les había sucedido cosas parecidas. Era evidente que algo estaba pasando en el mundo, eso nos daba más seguridad en la decisión que habíamos tomado. Por la tarde fuimos a una vidriería a comprar los siete espejos de setenta centímetros de diámetro y el prisma. Con los espejos no hubo problemas pero con el prisma sí. El vidriero nos pidió que regresáramos en cuatro horas para poder hacerlo de acuerdo a nuestras indicaciones. Tenía que ser de cristal de muy buena calidad y eso era difícil de conseguir. Aprovechamos esas horas para preparar las bicicletas. Inflamos bien las ruedas y les compramos algunos implementos como espejos, luces y calcomanías para adornarlas un poco. Después de todo, teníamos que estar presentables. A las siete de la tarde volvimos a la vidriería a buscar los espejos y el prisma. El vidriero dividió los espejos en dos paquetes y los envolvió 34
con papel y trapos para que no se rompieran. Nos entregó el prisma de siete centímetros de lado, del cristal de la mejor calidad envuelto en varias capas de franela. Lo sacamos de su envoltorio y salimos del negocio. Al colocarlo bajo los rayos del sol del atardecer se dividió en siete espléndidos colores que nos produjeron una gratificante sensación de paz interior. Los espejos nos salieron bastante caros y el prisma costó aproximadamente cien pesos. Pero lo peor fue levantar los dos paquetes con los espejos; ciertamente pesaban una enormidad. Llevamos todo a mi casa y acordamos que nos encontraríamos allí a la mañana siguiente para ir al parque. Esa noche preparé unos arneses con cintas de tela y plástico de las que se emplean al asegurar paquetes en el techo de los autos, para llevar los espejos mas cómodamente en las bicicletas. Aproximadamente a las doce de la noche, empezó a llover torrencialmente tal como había asegurado el mago: “EL SÁBADO LLOVERÁ”.
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- Capítulo III -
El mago Kram nos lleva al arco iris Me desperté a las ocho de la mañana y tardé algunos minutos en despabilarme totalmente. Había pasado la noche sobresaltado por las preguntas que surgían en mi mente. ¿Era realmente cierto lo que estaba sucediendo o era una ilusión? ¿Existían siete dimensiones en el arco iris? Toda índole de conjeturas posibles acudían a mi cerebro. Me acerqué a la ventana y pude ver que aún lloviznaba. Me vestí con una remera naranja, un jean y tuve que decidirme entre botas para campamento o zapatillas. Luego pensé que tendría que pedalear de modo que eran mejores las zapatillas. Busqué en el placard mi chaleco de campamento que tenía muchos bolsillos y en ellos puse un cortaplumas de los que tienen abrelatas y tijeras, la linterna, el pañuelo, unos caramelos de miel, algo de dinero, una lente de aumento y la bolsa con las siete piedras. Busqué la mochila que había preparado la noche anterior con ropa, algunas latas de comida y una bolsa de dormir por si nos quedábamos más de un día. Cerré la mochila y la llevé a la cocina. —Esteban, ¿igual piensan ir de campamento este fin de semana? ¿Lloviendo? –preguntó preocupada mi mamá mientras preparaba una taza de café con leche y yo me sentaba a desayunar. —Sí, pero creo que está parando –dije mientras me preparaba una tostada con mermelada de naranja. —Parece que sí, es verdad... está disminuyendo –concluyó mi mamá mirando por la ventana. –Te recomiendo que igual te pongas el impermeable. Tomé el desayuno a los apurones tratando de evitar mentirle a mi mamá y fui al baño para lavarme los dientes y peinarme. En el preciso momento en que terminaba, llamó por el portero eléctrico Oki quien subió para ayudarme a bajar los espejos. Al abrir la puerta observé que Oki se había vestido casi de igual manera que yo, sólo que no llevaba chaleco. Inmediatamente exclamé: — ¡Quiero suponer que las chicas están abajo! —Sí, aunque te parezca mentira vinieron a buscarme temprano – dijo Oki sonriendo. Están abajo cuidando las bicicletas. Le di el arnés con cuatro espejos a Oki para que lo colocase en su 36
bicicleta y puse el prisma en mi mochila. Bajamos por el ascensor. En mi bicicleta. ya estaban preparados los espejos restantes. Nora y Susana me saludaron muy entusiasmadas. Nora, que era la más temerosa de los cuatro, se veía muy tranquila y dispuesta a enfrentar esta aventura. Ambas chicas parecían haberse puesto de acuerdo pues a través de sus impermeables de plástico transparentes se podía ver que llevaban pantaloncitos cortos, remeras con motivos de flores de todos colores y pequeñas mochilas. Esto último originó mi pregunta: —¿Ustedes en esas pequeñas mochilas llevan comida? —Por supuesto que llevamos comida –dijo Susana con voz segura. –Además llevamos nuestros cosméticos, cosa que seguramente ustedes no. —Por supuesto que nosotros no llevamos esas tonterías –dijo Oki con tono ofendido, mientras colocaba el arnés con los espejos en la bicicleta. Al terminar de colocarlos, subimos a nuestros transportes y tranquilamente fuimos al parque bajo una lluvia que cada vez se hacía más débil e indicaba que en cualquier momento terminaría. Sí salía el sol aparecería un arco iris. Ingresamos al Parque Centenario, un gran parque con viejos árboles y un gran lago que se encuentra en el medio de la Capital Federal. Era algo extraño estar en un parque, vestidos como para acampar un día de lluvia. La gente que caminaba por el contorno del parque con sus paraguas nos miraba con suma curiosidad. Nos detuvimos en un claro, tomamos nuestras posiciones de acuerdo a los puntos cardinales. Nora al norte, Susana al sur, Oki al oeste y yo, naturalmente, al este. La lluvia estaba terminando y mirábamos hacia el cielo en busca del arco iris. Pero no se veía nada más que nubes que se desplazaban a toda velocidad. Nos sacamos los impermeables y los guardamos en las mochilas mientras Nora decía: —¿Todo esto será cierto o simplemente un sueño? Oki extendió su brazo y pellizcó a Nora quien exageró su dolor con un grito. —Por lo visto estamos bien despiertos –dijo riéndose Oki mientras Nora se frotaba el brazo. —¿Cómo sabrá el mago que estamos aquí? –preguntó Susana. —Tenés razón. Voy a poner las piedras de colores en el suelo delante de nosotros como señal de que hemos llegado–dije mientras 37
buscaba las piedras en mi mochila y las colocaba sobre el césped húmedo. —El mago apare...! –Oki no terminó la frase. –¡Miren! ¡Miren! – señaló hacia arriba en el preciso momento en que aparecía un arco iris que crecía segundo a segundo hasta ocupar gran parte del cielo. Mientras tanto nosotros cuatro, sentados en nuestras bicicletas, gritábamos y agitábamos los brazos tratando de llamar la atención. El arco iris se hizo más denso y los colores, cada vez más brillantes. Las nubes giraban en torno a él. Era un bellísimo espectáculo pero pudimos observar que el extremo del arco iris más alejado de nosotros era negro y las nubes en ese lugar eran oscuras y giraban despidiendo grandes rayos que iluminaban el horizonte. Sentimos que eso era a lo que se referían los siete magos con respecto al color negro que devoraba los colores y nos iba a dejar a todos en tinieblas. El viento fue creciendo a nuestro alrededor y nos costaba mantenernos en pie mientras hojas y papeles volaban y se nos pegaban al cuerpo. De repente salieron rayos rojos de la zona roja del arco iris que era la más cercana a la tierra. Una luz roja compacta se separó del arco iris y se ubicó sobre nosotros, cubriéndoos. Los cuatro nos aferrábamos a los manubrios de las bicicletas. Todo a nuestro alrededor se tiñó de rojo y se oyó: —¡Os saludo, Cuatro Vientos! –miramos sobre nuestras cabezas y vimos que un hombre petizo y regordete, vestido con una túnica roja, se deslizaba por la luz pataleando. En realidad todo lo que veíamos estaba teñido de rojo. El hombrecito cayó pesadamente delante de nosotros, levantando gran cantidad del agua que había en el césped. Se paró rápidamente y, sacudiéndose la túnica, dijo con voz muy graciosa: —Es un gran honor conocerlos. Mi nombre es Kram, mago de la corte del Reino de los Flamingos! —Yo soy Esteban, él es Oki –Oki lo saludó con una reverencia al estilo japonés. –Y le presento a las chicas del grupo, Susana y Nora. —¡Qué hermosas son, en mi reino ustedes serían princesas! – aseguró el mago Kram logrando poner de tono rojo más fuerte las mejillas de ambas. —¿Usted nos llevará al arco iris? –pregunté. — Si lograron conseguir los espejos, sí –dijo Kram gritando pues el viento era más fuerte y no nos permitía oír con claridad. —¡Sí, los tenemos! –dije tanteando el arnés donde se encontraban 38
los espejos. —Entonces es hora de partir. Tengan calma, el viaje durará unos segundos. –Kram levantó su brazo derecho, alzó el pulgar y todos nos empezamos a levantar del suelo. La sensación era extraña al dejar de sentir el peso del cuerpo. En unos segundos ya estábamos a cien metros de altura y al ver que la ciudad se empequeñecía rápidamente, me dieron ganas de vomitar. No me gustaban las alturas para nada y tuve que hacer un gran esfuerzo para soportar la sensación que tenía. Giré mi cabeza y vi a Nora aferrándose a su bicicleta y gritando, pero el ruido del viento era tan fuerte que no podía oírla a pesar de estar muy cerca. Oki tenía los ojos cerrados y estaba agazapado como si corriera una carrera de bicicletas. A Susana no la podía ver porque estaba detrás de mí. La ciudad era ya un punto que se desvanecía. Cerré los ojos y sentí que el viento cesaba y que empezábamos a bajar. Las puntas de mis pies se hundían en algo parecido a la arena y al abrir los ojos descubrí que estábamos en un desierto de arena y piedras rojas donde el cielo también era rojo. Incluso nosotros nos veíamos en tonos de rojo. —Hemos llegado al reino de Flamingo –dijo Kram guitándose el polvo de la cara. —Pero ¡aquí no hay nada! –dijo azorado Oki, mientras yo reunía las siete piedras que habían quedado dispersas por la arena y las colocaba en su bolsa. —No se preocupen, detrás de ese médano está el castillo – Kram señaló un gigantesco médano que se encontraba a unos quinientos metros de donde estábamos. Empezó a caminar en esa dirección. Por suerte había una senda de asfalto en la que las bicicletas se afirmaban bien para andar. Kram se detuvo y dijo: ¡Qué hermosos vehículos tienen, en nuestro reino no hay nada igual! –Vio algo que le llamó la atención en la bicicleta de Nora, se acercó. Y miró su cara en uno de los pequeños espejos: —Jamás pude ver tan claramente mi cara. ¡Maravilloso! —¿Por qué le llama la atención el espejo? –pregunté con curiosidad al ver la fascinación que tenía el mago. —En nuestro mundo no hay artesano capaz de fabricar algo tan perfecto como estos espejos, uno se puede ver sin distorsión alguna. —¿Por eso nos pidieron los espejos? –dedujo Oki. —Efectivamente. 39
—¿Quiere que lo lleve en el asiento de atrás de mi bicicleta? – preguntó Nora. —¡Qué amables son! –Kram se levantó la larga túnica y se sentó detrás de Nora, aferrándose a ella con miedo. Nora empezó a pedalear con dificultad por el peso del mago y Kram seguía diciendo a gritos: —¡Maravilloso! ¡Extraordinario! ¡Fantástico! ¡Qué forma tan suave de trasladarse! Todos empezamos a movernos lentamente por la senda y por primera vez me percaté de que hacía calor. Limpié el sudor de mi frente y, dirigiéndome a Kram que seguía extasiado por el andar de la bicicleta, le pregunté: —¿Podría decirnos nuevamente para qué nos necesitan? Kram apoyó la cara en la espalda de Nora y mirándome dijo: —El rey Lotak del Imperio Cayán o del Color Negro, un lugar que nadie vio jamás, está atacando y destruyendo los siete reinos. Aprovecha que no nos podemos ver unos a otros. Las mariposas Tornasol son las únicas criaturas vivas que pueden pasar de un reino a otro, son muy útiles cuando se quieren enviar mensajes, pero nosotros, los magos, estamos conectados por nuestros pensamientos y no las necesitamos. —¿Es por eso que cada mago daba una sola palabra en su correspondiente piedra de color al mandarnos los mensajes? –pregunté mientras trataba de hacer equilibrio sobre la bicicleta, cosa nada fácil dado lo lento de nuestra marcha. —Efectivamente. Ustedes cuatro podrán ayudarnos a unificar los siete reinos y vencer a Lotak cuando logren colocar los siete espejos en las siete colinas. —¿Cómo? ¿Nosotros tenemos que colocar los espejos en las colinas? –gritó Nora zigzagueando con la bicicleta por lo que había oído. —Ustedes son los únicos que pueden atravesar los siete reinos en estos maravillosos vehículos y lograr tal hazaña. —Y ¿cuánto tiempo tenemos para colocar los espejos? – preguntó Susana, mientras se secaba la cara con un gran pañuelo de cuello. Kram puso cara de pensativo y dijo: —Exactamente los siete días del arco iris. —Pero nuestros padres se preocuparán por nosotros –dijo angustiada Nora. —Fuera del arco iris el tiempo pasa mucho más lento. Cuando 40
regresen, si tienen éxito, habrán pasado como máximo siete o diez minutos. Mientras Kram hablaba, a unos diez metros de distancia cruzó rápidamente un ser de unos veinte centímetros de altura que tenía largas y finas piernas y emitía llamas que se movían al compás de los rápidos pasos. Se detuvo para ver quiénes éramos, se paró en puntas de pie y luego cruzó la senda rápidamente ocultándose detrás de un pequeño médano. —¿Qué es eso? – gritó Nora, como siempre asustada. —Eso es un Piros salvaje. Nosotros los criamos para darnos luz y son muy útiles para cocinar, pero hay que tratar de que no te toquen sus llamas, porque producen quemaduras un poco dolorosas. Pasado el asombro de ver esa criatura pregunté –¿Usted nos ayudará a colocar los espejos? —En Flamingo sí, en los otros reinos los ayudarán los otros magos –concluyó Kram. Sobre el médano, a medida que nos acercábamos, distinguíamos banderas. –¡Miren! ¡Esa es mi ciudad! Ya se apreciaba la ciudad completa. Estaba constituida por un enorme castillo de piedra que tenía cuatro torres circulares con banderas flameando. Era idéntico a los que aparecían en los cuentos que mi mamá me leía de chiquito. Estaba rodeado de casas de piedras y una romería de gente se acercaba para vernos pasar. Gritaban y tiraban flores como si fuéramos héroes. —La gente está contenta, confían en que ustedes puedan vencer a Lotak –dijo Kram mientras saludaba con simpatía a todos. Yo saludaba con una mano mientras pensaba en lo amigable que era la gente y en lo extraño que era su vestimenta. Era semejante a la que emplean en el desierto árabe exceptuando el color. Éstas eran largas túnicas de color rosa y el calzado era de cuero rojo oscuro. Sus ojos tenían un ligero tinte rosa que combinaba con el pelo rojo intenso. En ese contexto el color negro del pelo de Oki y de Nora llamaba la atención de todos. Nos paramos a la puerta del castillo. Los guardias estaban armados con largas lanzas que tenían fuego en sus extremos. Nos saludaron con cortesía y abrieron la gigantesca puerta de madera, Al entrar al castillo, un grupo de soldados se formó a nuestro paso y una puerta en el extremo del corredor se abrió. La traspasamos y entramos a un gran salón magníficamente adornado. Allí pude ver un hombre bajo y gordo, 41
inclinado sobre un mapa, dando órdenes de todo tipo con voz enérgica. —¡General Croz, usted defenderá con los cañones la zona suroeste! ¡Capitán Fuz, usted defenderá el sureste con sus piqueteros y sus Piros amaestrados! —¡Ejem! ¡Ejem! ¡Rey Vulk, nuestros invitados! –dijo Kram tratando de llamar la atención del rey. —¡Mis salvadores están con nosotros! –gritó el regordete rey mientras abría los brazos para recibirnos y mostraba una franca sonrisa. – Espero que el viaje a mi reino no les haya causado inconvenientes. —Le presento a Esteban –Kram me señaló mientras el rey se acercaba rápidamente para darme la mano. Yo quedé interrumpido en mi intento de mostrarle respeto con una leve reverencia. –También a Oki, a Susana y a Nora –terminó diciendo Kram al tiempo que el rey les daba la mano a todos. —Kram me había hablado de sus extrañas máquinas para trasladarse... ¡Es emocionante poder verlas! –gritó el rey al tiempo que se paraba frente a la bicicleta de Susana. –¿Podrían mostrarme cómo funcionan? –solicitó con curiosidad. Susana subió a su bicicleta y dio una vueltita en el gran salón bajo la atenta mirada del rey y de los generales que todavía estaban presentes. —¡Era verdad, mago Kram, lo que me había contado sobre estos extraños vehículos! ¡Las personas se empujan a sí mismas! –dijo el rey Vulk mientras Susana hacía equilibrio. –Me gustaría, algún día, poder manejar una de estas por mi reino –concluyó el rey Vulk. —Cuando usted lo desee. Gustosos le enseñaremos el arte de andar en bicicleta –dije al rey, para tener una atención con él. —Gracias, ¡pero en este momento están, mi mundo y el de ustedes, en un grave peligro y no tenemos tiempo para diversiones –dijo el rey con tristeza. –¡Vengan, veremos cómo será su misión! ¿Han traído los espejos? —Sí, su Majestad –contesté al mismo tiempo que sacaba del arnés uno de los espejos y se lo mostraba. —¡Qué excelente fabricación tienen en la Tierra! –El rey se acercó y dijo notablemente emocionado: —Es increíble, jamás había visto mi cara con tanta perfección. Nuestros espejos son imperfectos. –El rey señaló un espejo que se encontraba en la pared con gesto de enojo. Nos acercamos a mirarlo y comprobamos que producía una imagen 42
distorsionada, como si engordara las caras que se reflejaban. Además estaba lleno de pequeños globos de aire. Al instante comprendimos el porqué del pedido de los espejos. El rey se acercó rápidamente a una mesa donde había un mapa y pidió a un sirviente que trajera bebidas. Con la mano nos invitó a que nos acercáramos a verlo: —Vean, en este momento Lotak está atacando el norte de nuestro reino. Y, según el mago Kram, los magos de los otros reinos también están siendo atacados –dijo preocupado Vulk mientras nos mostraba un pergamino en el que estaba dibujado un rectángulo de aproximadamente diez por cien centímetros. Era de suponer que ése era el reino ya que en el medio habían dibujado un castillo y un dragón negro rodeado por estatuillas de soldados con cañones y figuras que representaban a las extrañas criaturas que llamaban Piros. —Los cañones detendrán momentáneamente a las fuerzas de Lotak. Y los Piros amaestrados, a pesar de ser pequeños, harán retroceder con su luz a la oscuridad. Lógicamente sólo hasta que se acabe el combustible. —¿El combustible? –preguntó con curiosidad Oki. —El rey se refiere a la comida de los Piros; si se termina, su luz desaparecerá y las sombras arrasarán todo a su paso –aclaró Kram. —¿Y para cuántos días tienen comida? –preguntó Nora que se había mantenido callada. —Esos pequeños demonios comen demasiado, tenemos para tres días! –dijo el rey. —No hay tiempo que perder –dije estupefacto. –¿Dónde tenemos que poner los espejos? —¡Aquí! –el rey señaló un punto en el mapa. –En lo alto de esta colina tendrán que poner el primer espejo. Les llevará unas ocho horas de viaje desde aquí. —¡Los espejos restantes son para los otros seis reinos del arco iris. Todos tienen un camino muy parecido a la de este reino! –aclaró Kram. Mientras el sirviente llenaba copas con algo parecido a un jugo de frutillas, pregunté: —Cuándo coloquemos el último espejo, ¿qué sucederá? —¡Colocarán el prisma de vidrio y la luz a la que ustedes denominan blanca aparecerá y nos ayudará a vencer a Lotak con la aparición del rey de todos los reinos, Kuk! –concluyó el rey al tiempo que 43
levantaba la copa y gritaba: —¡Brindo por el éxito de los Cuatro Vientos! Todos brindamos y tomamos ese extraño jugo dulce, mientras expectantes, esperábamos las siguientes palabras del rey: —¡El mago Kram los acompañará en esta primera etapa de su misión, no les puedo dar protección de soldados dado que los tengo a todos en el campo de batalla, pero les puedo dar –el rey hizo un gesto con la mano y dos sirvientes trajeron dos jaulas– dos Piros para que tengan luz y algunas mariposas Tornasol con las que podrán enviar mensajes a los otros reinos. Tomamos las jaulas con cuidado, pues la que contenía los Piros era de metal y estaba caliente por las llamas que emitían sin cesar los animalitos; la jaula de las mariposas era de madera rojiza labrada, muy bonita, y en ella revoloteaban unos veinte ejemplares con alas que brillaban extrañamente entre las ramas y flores dispuestas en la jaula y que seguramente eran su alimento. —¡Un último consejo! –dijo el rey preocupado. –Los pobladores de las colinas han dicho que vieron grandes llamas que se movían por entre las cimas de las colinas en la oscuridad de la noche. Eso podría llegar a ser una salamandra de fuego ¡tengan cuidado! —¡Una salamandra de fuego! –gritó asustada Nora. —No te preocupes, yo los protegeré –dijo Kram, tratando de tranquilizar el ambiente. —¡Mis jóvenes amigos, es hora de partir! –se apresuró a decir el rey, como si quisiera que no preguntáramos más. Nos dio un abrazo y nos acompañó hasta la salida del castillo. Mientras, algunos generales le pedían consejos sobre qué hacer en el frente de batalla y el rey contestaba sin sacarnos la vista de encima. —Bien, Kram, ¿cómo viajaremos? –pregunté un poco desconcertado. —¡Ustedes irán con sus vehículos y yo llevaré mi carruaje, para algo soy mago! –contestó Kram al tiempo que sacaba una vara de madera de sus bolsillos y la sacudía diciendo —TRANSPORTE DE PIROS A MÍ. De su vara salieron algunas chispas y apareció frente a nosotros un carro de madera con una vieja caldera calentada por un par de Piros. La caldera echaba nubes de vapor y producía un extraño silbido. Kram se subió al carruaje, dejó las jaulas de los Piros y de las mariposas en el 44
asiento trasero y dijo entusiasmado: —La presión del vapor es óptima, podemos partir ya. ¡Síganme! – Kram tomó algo parecido a una palanca y el vehículo empezó a caminar por la misma cinta de asfalto que nos había traído. Nos tomó un tiempo salir de nuestra sorpresa. Recuperados, subimos rápidamente a las bicicletas y comenzamos a seguirlo. —¿Lo que hizo con la vara fue realmente magia? –preguntó Susana mientras aceleraba la marcha para alcanzar a Kram que se había adelantado algunos metros. —Al parecer es un mago con grandes poderes –contestó Oki, saludando con una mano a los pobladores que festejaban nuestro paso al borde del camino. Salimos de la ciudad y al poco tiempo estábamos en un amplio desierto de arena; al cabo de algunos kilómetros el mago Kram se detuvo en una bifurcación del camino. Señaló la senda más angosta y dijo: —Tomaremos el viejo camino de los mercaderes. Nos llevará más rápido a las colinas. Aprovechamos la parada para sacarnos toda ropa de más: el calor era insoportable y transpirábamos a baldes. Tomamos la senda más angosta y esto nos obligó a ir en fila, uno detrás del otro. Primero de todos iba Kram con su vehículo que dejaba una cortina de vapor detrás de sí. Después de cuatro horas de marcha, Kram se detuvo y anunció que tomaríamos un breve descanso. Bajamos de nuestras bicicletas y el mago sacó su vara nuevamente y la movió sobre su cabeza diciendo: —¡GRAN SOMBRILLA DEL DESIERTO Y BEBIDAS FRESCAS, A MÍ! Apareció una sombrilla de enormes dimensiones que nos cubrió a todos. Sobre el asfalto apareció una mesita con una jarra con ese extraño jugo que nos habían ofrecido en el palacio y cinco vasos de metal pulido. Nos servimos un poco del fresco jugo y bebimos mientras Kram nos comentaba: —Ustedes, los habitantes de la Tierra, tienen suerte. —¿Por qué? –pregunté con curiosidad. —Pueden ver el mundo de siete colores al mismo tiempo –dijo Kram entristecido. —Pero en este momento vemos únicamente tonos de color rojo – señaló Oki, tratando de consolar a Kram que se había quedado pensativo. 45
—Pero yo nunca tuve la oportunidad de verlos. En toda mi vida el único color que he visto es el rojo. Sé de la existencia de otros por lo que está escrito en los libros secretos del reino y por lo que me comunican los otros magos del arco iris. La historia dice que cada mil años se produce un arco iris blanco natural. Si ustedes logran colocar los espejos podremos ver por primera vez todos los colores. ¡Por eso es muy importante para mí! ¡Que además de vencer a las fuerzas oscuras de Lotak, pueda gozar de los colores reales de mi mundo! —Todo depende de nosotros –dijo Susana preocupada mientras se servía más jugo. —Jamás tuvimos semejante responsabilidad –agregó Nora. —¿Quién pudiera creerlo? Somos únicamente alumnos de 3 y tenemos la responsabilidad de vencer las fuerzas oscuras –dijo Oki no muy convencido de poder lograr la hazaña. —Son más que cuatro jóvenes. Son Los Cuatro Vientos. No lo olviden, en ustedes se encierra un poder enorme –dijo enigmáticamente Kram. —¿A qué te refieres? –pregunté intrigado. —¡Ya lo descubrirán ustedes mismos! -concluyó Kram al tiempo que sacaba nuevamente su vara y hacía desaparecer la sombrilla y las bebidas. Kram subió a su carro y dio de comer pequeños frutos a los Piros. A medida que los Piros comían, aumentaban sus llamas y la caldera producía más nubes de vapor. Inmediatamente Kram puso en marcha su vehículo y comenzó a alejarse por el angosto sendero obligándonos nuevamente a pedalear a toda prisa para alcanzarlo. A medida que nos acercábamos a la colina, el camino se hacía más empinado, lo que nos exigía más esfuerzo. De cualquier modo se estaba haciendo de noche y la temperatura bajaba notablemente con lo cual el viaje se volvía más agradable. De vez en cuando se veía algún Piros salvaje que asomaba lo que se podría llamar “cabeza de fuego” para ver a los intrusos que pasaban por su territorio. Cruzamos a algunos comerciantes en dos oportunidades. Nos ofrecían sus productos con mucha amabilidad pero Kram quería llegar a la colina lo antes posible, antes de que oscureciera totalmente de modo que no podíamos detenernos a comprar nada. 0
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—Después de andar un largo trecho en la agradable temperatura del anochecer, Kram detuvo su carro al tiempo que gritaba: —¡Acamparemos aquí! —¿Cuánto falta para llegar? –pregunté desorientado. —Estamos a mil metros de la cima, pero si intentamos subir en la oscuridad podríamos tener un accidente –contestó Kram. Estuvimos de acuerdo, todos y comenzamos a desplegar nuestras bolsas de dormir. Oki juntó algunos arbustos secos que rodaban libres e hizo una fogata para calentar algo de comer. Bajamos los dos Piros que nos había dado el rey Vulk. Estaban medio dormidos pero sus tenues llamas alumbraban la oscura noche. El mago Kram sacó su vara mágica y con un movimiento apareció una carpita roja. Abrimos algunas latas de comida y las calentamos al fuego mientras los cinco nos sentábamos en torno y se producía la siguiente charla: —Mago Kram, ¿qué quiso decir con que los cuatro teníamos un enorme poder? –preguntó Susana al tiempo que con una cuchara revolvía una lata de arroz con pollo. —Cuando ustedes cuatro hayan pasado por los siete colores tendrán un gran poder –contestó Kram mirando el cielo rojo profundo y tenía las mismas estrellas que veíamos desde la tierra. —Quiere decir que cuando hayamos pasado por todas las dimensiones ¿los cuatro tendremos algún poder? –insistió Nora. —No pregunten más; ya se verá si tienen el coraje para emplearlo – concluyó Kram tratando de cambiar de tema de conversación. —¿Dónde aprendió magia? –pregunté asombrado por los trucos que Kram había hecho. —Soy de una antigua familia de magos de la corte. En toda casa de magos, los padres inician a los hijos en el arte de la magia. —¿Quiere decir que hay más gente que hace magia en este reino? – preguntó Oki extrañado. —Algunos sí y otros no están en este reino –dijo entristecido. —¿Y dónde se encuentran? –pregunté sorprendido. —En los restantes seis reinos –contestó Kram bajando la cabeza. —¿Quiere decir que los magos que nos ayudarán son tus parientes? –preguntó Susana mientras servía en algunos platos de latón parte de la comida que se había calentado. 47
—Sí. Son parientes muy lejanos. Y realmente quisiera conocerlos. Muchas generaciones de nuestra familia han estado separadas –contestó Kram más entristecido. —¿Eso significa que alguna vez estuvieron juntos? –dije, deduciendo. —Así es, alguna vez todos los reinos fueron uno –contestó Kram. —¡Cuéntanos más! –agregó ansiosa Nora. —Hace muchos siglos el arco iris era un único reino en el que todos podíamos ver todos los colores y vivíamos pacíficamente. Como el reino era muy grande, mis antecesores colocaron magos jóvenes en diferentes regiones, que ayudaban a los pobladores en sus problemas. Pero uno de ellos traicionó al rey Kuk: le regaló un collar con siete piedras de diferentes colores. Cuando el rey se lo puso, el color blanco que él irradiaba se separó en siete colores.¡ Él desapareció y el reino quedó dividido de forma tal que quedaron separados los pueblos...! Susana interrumpió su narración ofreciéndole un plato de arroz con pollo que Kram aceptó gustoso. —¿Y qué pasó con los pueblos? –pregunté ansioso. —¡Ah, con los pueblos...! ¡Ah, sí, sí!... Cada pueblo era especialista en algo, algunos cultivaban, otros inventaban cosas, estaban los que criaban animales y en nuestro caso, forjábamos los metales y manejábamos todo lo relacionado con el fuego. —¿Eso quiere decir que los reinos que visitaremos serán todos diferentes? –preguntó Oki con su imperturbable lógica. —¡Así es! –dijo Kram al momento de llevarse a la boca un primer bocado de comida. –¡Esto es riquísimo! ¿Qué es? —Arroz con pollo –se apresuró a decir Susana. —Jamás había probado una delicia semejante –elogió Kram. —¿Y qué mago fue el que le regaló el collar al rey? –insistió Oki. —No lo sabemos, lo envió por medio de un mensajero, es muy probable que haya muerto hace siglos y vivan únicamente sus descendientes en alguno de los siete reinos. Hasta yo mismo podría ser un descendiente del traidor –contestó Kram avergonzado al tiempo que colocaba sus manos sobre la cara y dejaba ver en una de las muñecas un pequeño lunar en forma de letra eme mayúscula. Estuvimos conversando durante un rato más pero el cansancio venció a todos y nos acostamos. Nosotros cuatro nos quedamos bajo el 48
cielo rojo oscuro y el mago durmió en su carpa. Era realmente curioso que el cielo tuviera estrellas como las que se ven desde la tierra. Lo que sí era diferente era la luna, que allí tenía un color rosado, pero definitivamente era la misma de siempre. Un rato después de habernos dormido nos despertamos porque los Piros que estaban en la jaula emitían un silbido agudo y se movían agitados por algo. Incluso las mariposas estaban nerviosas, revoloteaban en su jaula tratando de escapar. Detrás de una pequeña colina se podía ver cómo un resplandor se movía en dirección nuestra. Llamamos a Kram y éste, que estaba todavía medio dormido, miró en dirección al resplandor que ya aparecía más cerca, se agitó y dijo asustado: —Seguramente es lo que dijo el rey, una salamandra de fuego. —¿Y qué es una salamandra de fuego? –preguntó Nora ya con temblores de miedo. —Es un reptil que emite fuego por la piel y estará buscando los Piros que tenemos: es su comida favorita. —Tenemos que huir –dijo temblando Nora. —No es buena idea, correr en la oscuridad es muy peligroso en estos parajes. Sugiero que la esperemos, yo con mi magia la detendré. —¡Coloquemos los Piros como carnada! –sugirió Oki. —¡Muy buena idea! –dijo Kram tomando la jaula y colocándola junto al fuego para llamar más la atención de la salamandra. –Escóndanse detrás de esas piedras –indicó Kram. Todos nos escondimos detrás de las piedras y observábamos cómo el resplandor se acercaba. En un minuto ya estaba en el precario campamento. Los Piros se movían de un lugar a otro y silbaban cada vez más fuerte. La salamandra era como un enorme reptil de cuatro metros de largo y emitía llamas de más de un metro por su piel. Caminaba lentamente, hasta que levantó la cabeza, olfateó el aire y vio la jaula de los Piros que seguían moviéndose asustados y en un instante se abalanzó sobre ellos. Pero en ese preciso momento el mago Kram salió de su escondite y moviendo su varita mágica dijo: —¡HIELO Y ESCARCHA, CUBRAN AL DRAGÓN! Salieron de su vara gran cantidad de chispas y un rayo rojo frenó en el aire a la salamandra que cayó pesadamente al suelo cubierto de hielo rojo y vapor. Los Piros seguían asustados; el mago Kram se acercó a examinar el lagarto y dijo: 49
—Está bien, ya pueden salir, no hay peligro. Susana, Oki y yo salimos de nuestro escondite mientras Nora se quedaba allí, todavía asustada. Nos acercamos muy lentamente a observar el extraño animal; el vapor era menor y pudimos ver, gracias a la luz de los Piros, el enorme tamaño del lagarto. Oki preguntó a Kram: —¿Lo mató? —¡No! Simplemente estará congelado por varios días –contestó jadeando Kram. —¿Por qué jadea? –pregunté intrigado. —Porque hay magias que emplean todas mis energías, y ésta fue una de ellas –contestó Kram al tiempo que se sentaba en una piedra y se pasaba un pañuelo por la frente. Yo tomé los Piros y los alejé algunos metros como para que se calmaran un poco mientras Nora sacaba de su mochila un saquito de té y le preparaba una taza a Kram que se encontraba muy débil. Kram lo bebió pausadamente y elogió nuevamente la amabilidad de Nora. Todos nos fuimos a dormir excepto Nora que prefirió quedarse de guardia, armada con unas piedras y sin sacarle la vista a la salamandra cubierta de hielo. Al amanecer Nora nos despertó con té con leche y algunas galletitas de chocolate y vainilla que el mago devoró con entusiasmo. Nos lavamos un poco gracias a Kram que había hecho aparecer una vasija con agua fresca y algunas toallas limpias. Levantamos el campamento y el mago prefirió seguir a pie los últimos mil metros a la cima, muy empinada para su vehículo. Para nosotros era casi imposible pedalear con tantas piedras así que empujamos las bicicletas. Pero la mañana estaba todavía fresca de modo que hacer tal esfuerzo no era desagradable. En el horizonte rojo se distinguía una línea naranja muy delgada. Era la primera vez que veía algo distinto del color rojo desde que estábamos en el Reino de Flamingo. Al acercarnos a la cima podíamos ver un sendero muy angosto que pasaba por entre dos enormes piedras de unos cinco metros de alto. El espacio entre las piedras era suficiente como para pasar sólo de a uno, de modo que íbamos en fila. Kram nos guiaba al lugar exacto donde debíamos poner el primer espejo. A Susana se le ocurrió cantar para animarse y todos la acompañamos: -Cuando pa´Chile me voy,-Cruzando la cordillera,-Late el corazón contento...Kram nos miraba sin entender. Parecía no conocer el acto de cantar y fue entonces que, al cruzar entre las dos enormes rocas, los 50
Piros se volvieron locos. Golpeaban la jaula intentando salir. Un fuerte rugido nos hizo mirar atrás: una salamandra de fuego que doblaba en tamaño a la que nos había atacado durante la noche tapaba con su cuerpo la entrada al pasaje entre las dos rocas y rugiendo y escupiendo fuego por su boca, nos había atrapado a todos. Nora se desmayó y cayó al suelo. Yo tomé la jaula de los Piros y corrí hacia el extremo del pasaje para distraer la atención de la salamandra mientras Oki y Susana cargaron a Nora con dificultad y la alejaron del lugar. Kram sacó su varita mágica y volvió a pronunciar el encantamiento que había utilizado con la otra salamandra. —¡HIELO Y ESCARCHA, CUBRAN AL DRAGÓN! Pero la salamandra giró su cabeza en dirección a Kram y largó una enorme bola de fuego que pegó sobre el mago, lanzándolo varios metros hacia atrás y dejándolo suspendido a un metro del suelo sin poder moverse. Lo extraño era que Kram no se quemaba, simplemente se había quedado inmóvil dentro de una bola de fuego con el mismo gesto de sorpresa que tenía cuando le pegó la esfera. La salamandra giró su cabeza y se dirigió a mí y a los Piros que silbaban aterrorizados. Quise abrir la jaula para liberarlos pero al tocar la cerradura me queme la mano; tomé una enorme piedra y golpeé la cerradura muchas veces con fuerza. La salamandra estaba a unos cinco metros, finalmente pude abrir la jaula y lo dos Piros salieron, por suerte, en distintas direcciones confundiendo al enorme animal que no sabía a cuál perseguir. La salamandra me miró con furia y caminó hacia mí. Entonces tropecé y caí de cuclillas. La salamandra abrió la boca para lanzar su fuego y entonces oí: —¡Animal estúpido, comete esto! –era Susana que estaba a unos metros y le había arrojado lo que tenía más a mano. El animal atrapó lo que había lanzado Susana y lo tragó al instante. La acción fue tan rápida que no pude ver qué le había tirado. La salamandra se detuvo y en un segundo una enorme explosión la voló en pedazos, obligándonos a Susana y a mí a arrojarnos al suelo y taparnos la cabeza, pues los enormes trozos humeantes del bicho llovían por todos lados. Me levanté rápidamente y me fijé cómo se encontraba Susana. Se sentía aturdida pero estaba bien. Fuimos a ver a Kram que, sentado en el suelo y desorientado, preguntaba: —¿Qué magia ha empleado, para destruir a semejante bestia? ¿Pero 51
qué extraño olor es éste como a perfume de flores? Todos nos concentramos en nuestro olfato y, efectivamente, en el lugar había un fuerte perfume a flores cuando lo único que veíamos a nuestro alrededor eran rocas. Kram se levantó sacudiéndose el polvo y volvió a insistir con la pregunta: —Cuéntame tu secreto. ¿Qué poderosa magia empleaste? Susana se empezó a reír y no entendíamos qué le pasaba. Tampoco podíamos imaginar qué había arrojado ya que no teníamos ningún tipo de explosivo ni arma alguna. Al calmarse Susana dijo entre risas. —¡Chicos, me deben un desodorante en aerosol! Todos comprendimos de inmediato que se lo había arrojado y que había explotado por el fuego interior del animal, pero Kram seguía sin comprender y tenía un gesto muy gracioso de perplejidad total hasta que Oki le explicó el truco. —No entiendo como no te quemaste en esa bola de fuego –le dije a Kram, que ya estaba más tranquilo después de la explicación de Oki. —La salamandra de fuego emplea una bola de fuego mágica. Es como una telaraña, no te mata en el momento pero se asegura que no escapes. Pero al morir el animal su efecto mágico desaparece con él. —¿Y los Piros? –preguntó Nora ya respuesta del susto. —Los tuve que soltar –contesté yo. – Mirá, están sobre esas piedras mirándonos como si nos extrañaran –respondí señalando con la mano. —¿Los vamos a encerrar nuevamente? –preguntó Oki. —Yo diría que no, se han salvado en dos oportunidades de ser devorados por las salamandras, me parece que se ganaron su libertad –dije esperando la aprobación de los demás. Todos estuvieron de acuerdo y subimos los últimos cincuenta metros hacia nuestro objetivo. Llevamos las cuatro bicicletas con esfuerzo y al llegar a la cumbre Kram dijo: —Éste es el lugar exacto. Aquí colocaremos el primer espejo – señaló una piedra ubicada en sentido contrario a la dirección en que habíamos venido. —¿Por qué en este lugar? –preguntó Oki —En esta posición apunta a la colina del Reino de Magna Magia donde ustedes colocarán el último espejo. Yo saqué uno de los espejos del arnés de mi bicicleta y se lo di al 52
mago que inmediatamente lo fijó a la pared de la roca con un truco de magia y le pasó su pañuelo para quitarle el polvo. Cuando el mago se corrió, la luz del sol pegó sobre el espejo y un grueso rayo rojo salió cruzando el horizonte en dirección este que era donde estaban los otros reinos. Los cuatro miramos asombrados el espectáculo y vimos que cerca de donde estábamos el horizonte era de un extraño color mezcla de rojo y de naranja. Le preguntamos a Kram: —Allí en el horizonte está el color naranja. ¿Eso quiere decir que estamos cerca de la frontera con el otro reino? –pregunté señalando el horizonte. —Afortunados de ustedes que ven el color naranja, yo veo todo rojo. Pero efectivamente lo que ven es el reino de Ferias, donde todos son hábiles artesanos. —¿Un reino donde todos son artesanos? –preguntó incrédulo Oki. —Sí, en ese reino está mal visto no ser uno –contestó Kram. –Es hora de mandar un mensaje al rey Vulk. Kram sacó una de las mariposas de la jaula y escribió el siguiente mensaje en sus alas con un lápiz que estaba atado con un cordón a la jaula: EL ESPEJO ESTÁ EN SU LUGAR –TODO BIEN –YA INFORMARÉ– PARA VULK, REY DE FLAMINGO. Kram soltó la mariposa que primero dio algunas vueltas sobre nuestras cabezas, hasta que se orientó y salió a gran velocidad por la colina, dejando tras de sí una estela plateada. Todos nos quedamos maravillados por la rapidez de la mariposa y Kram dijo: —Es mejor que bajemos, tienen que llegar lo más pronto posible. Tomamos nuestras bicicletas y bajamos por la colina unos ochocientos metros. Nuevamente apareció una delgada cinta de asfalto que desaparecía en el horizonte de color naranja; allí montamos nuestras bicicletas y el mago Kram subió a la de Susana. En una mano llevaba la jaula de las mariposas Tornasol. Empezamos la bajada y era extremadamente divertido y agradable la brisa que pegaba en nuestros cuerpos mientras cruzábamos los últimos metros del Reino de Flamingo. Al llegar a lo que nos parecía una espesa niebla de color naranja, nos detuvimos por orden de Kram: —¡Detengámonos aquí por favor! Todos nos detuvimos y Kram sacó de su bolsillo una piedra roja como la que nos habían mandado a nuestro mundo. Se concentró mirando 53
fijamente la piedra y cada tanto decía: —Sí, ya están aquí. Pasarán en un momento Kram guardó la piedra nuevamente en el bolsillo y dijo mirándonos entristecido: —Estimados amigos míos, en unos momentos tendrán que cruzar solos por la niebla. Del otro lado los esperan ya Rom y Rem, los magos del Reino de Ferias. —¿Rom y Rem? ¿Son dos magos? –preguntó Nora desconcertada. —¡Sí, son gemelos! –respondió Kram. –Yo conozco sus pensamientos y son muy divertidos. Ya verán. Con ellos estarán bien. —Queremos agradecerte tu ayuda, gran Mago Kram –dije mientras le daba la mano. Vi que se sentía algo triste por nuestra partida. —Algún día me gustaría que me explique los trucos de magia –dijo Oki al tiempo que le daba la mano. —Algún día te los explicaré. ¡Pero recuerda: todo está en el corazón! –contestó Kram. —¡Nosotras te saludaremos de una forma diferente! –dijeron Nora y Susana al tiempo que ambas le daban un beso en cada mejilla y éstas se ponían de un rojo más intenso. Subimos a nuestras bicicletas y empezamos a entrar a la niebla naranja. Al mirar hacia atrás el mago Kram era una vaga silueta que saludaba con su mano y en un instante desapareció. Después de avanzar unos metros, se podían ver dos pequeñas figuras al costado del camino, ya estábamos ingresando al Reino de Ferias y nuestros corazones latían fuertemente por esta nueva experiencia.
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- Capítulo IV –
Los magos enanos del reino naranja de Ferias Seguíamos pedaleando y las dos pequeñas figuras ya eran nítidas eran dos enanos Iguales con aspecto muy gracioso que se movían nerviosamente de un lado a otro como tratando de vernos con más claridad en la espesa niebla naranja, al acercarnos se notaba que ambos eran gordos y tenían sus caras redondas con narices chiquitas y ojos negros. Los brazos eran cortos al igual que sus piernas. Estaban vestidos con trajes semejantes a los que aparecían en los cuentos clásicos de gnomos irlandeses: chaquetas, pantalones cortos, botas y sombreros de punta. Se diferenciaban entre sí en que uno tenía en sus ropas líneas horizontales y el otro verticales. Cada uno tenía en su hombro una lechuza que aleteaba cuando ellos se movían rápidamente. Noté a simple vista que en medio de los dos había un cofre de madera de unos treinta centímetros de largo con un enorme candado desproporcionado al tamaño de la cerradura. Detuvimos nuestras bicicletas junto a los enanos y sentimos de inmediato que la temperatura era mucho más agradable que en Flamingo. —¿Así que ustedes son humanos? –dijo el que tenía rayas horizontales mientras él otro daba vueltas en torno a nosotros, mirándonos con fascinación. —¡Sí! –contestó Oki que era él más cercano a los enanos. –¡Ellos son Susana, Nora, Esteban y yo soy Oki! –dijo al tiempo que nos señalaba con el dedo. —¡Yo soy Rom! Me distinguirán de mi hermano gemelo por las líneas horizontales de la ropa. —¡Yo soy Rem y me identificarán por soy el más bonito! –dijo el enano riéndose, lo que nos provocó risa a todos. —El mago Kram nos informó que tuvieron éxito en su primera misión –dijo Rom. —¡Esperamos tener el mismo éxito aquí! –contestó Susana. —¡Con alguien tan bonito como tú, seguramente sí la tendrán! –dijo Rem al tiempo que miraba en forma romántica a Susana exhalando un profundo suspiro. —¡Cállate, Rem! –dijo enojado Rom. —¡Tú eres siempre el mismo amargado! –dijo Rem y al terminar la 55
frase, le sacó la lengua. —¡Más respeto, Rem, yo soy diez minutos mayor que tú! – gritó el enano enojado mientras la lechuza que llevaba en el hombro chillaba y aleteaba como si también reprimiera a Rem. —¿A qué distancia está la colina donde colocaremos el segundo espejo? –preguntó Nora con la intención de que los enanos se calmaran un poco. —Está a unas doce horas de aquí. Pero primero iremos al castillo del rey Artek, soberano de Ferias –contestó Rom más calmo. –Tiene gran ansiedad de conocerlos. —¿Y a cuánto está de aquí? –pregunté mientras miraba alrededor deseando que estuviera a unos pocos metros. —Está a once horas de viaje. Y desde el castillo a la colina hay unas tres horas más –dijo Rem más sereno. —Pero nos hará perder unas dos horas de viaje... –dije consternado. —Pero el rey quiere verlos sí o sí. Cuando se le pone algo en la cabeza no hay nada que hacer –dijo Rom subiendo los hombros. —Entonces ¿no podemos ir directamente a la colina? –preguntó Oki. —¡No! ¡No¡ y ¡No! –gritó Rom. –Si desobedecen, el rey no nos perdonará. Mirándome Oki dijo: —¡Esteban, es mejor que no perjudiquemos a nuestros dos amigos! —¡Gracias! ¡Gracias! –dijeron al unísono los enanos. Rom levantó el cofre delicadamente. Me llamó la atención que fuera tan liviano. Esto despertó mi curiosidad y pregunté: —¿Rom, qué llevas en el cofre? —Un genio revoltoso –contestó Rom al tiempo que se acomodaba el cofrecito sobre el hombro izquierdo. —Somos los custodios del genio Mom –agregó Rem. —¡Un genio! Pero ¿existen los genios? –preguntó Susana. —Claro que existen, son pocos pero existen – aclaró Rom. Mi curiosidad se incrementaba al pensar que teníamos la posibilidad de conocer un genio de verdad y esto originaba nuevas preguntas en mi cabeza que no dudaba en satisfacer. —¿Y cómo es un genio? —Como todos los genios. Medio cuerpo como el nuestro y el otro 56
medio como una nube, flotan alrededor de uno y son molestos –contestó Rom. —¿Y conceden deseos? –preguntó Susana que era tan curiosa como yo. —Por supuesto, pero lo hacen cuando quieren –dijo riendo Rem. —No hablemos más de genios. Es hora de partir –interrumpió molesto Rom. Todos subimos a nuestras bicicletas. Susana y Nora, que viajaban más cómodas, les preguntaron a los enanos: —¿Quieren que los llevemos en nuestras bicicletas? —No, gracias. Tenemos nuestra propia forma de viajar –dijo Rom. —Correremos –dijo Rem al tiempo que sacaba una piedra naranja. Todos nos quedamos atónitos por la respuesta y por lo que Rem hizo a continuación. Apuntó con la piedra a los zapatos de punta de Rom y dijo: —¡Zapatos, obedezcan a Rom – apuntó nuevamente con la piedra a sus propios zapatos y dijo: —¡Zapatos, obedezcan a Rem! –guardó la piedra en su bolsillo. En apariencia nada pasaba, hasta que después de algunos segundos aparecieron en los zapatos ojos grandes que se abrían y bocas que bostezaban y los cuatro zapatos preguntaron perezosamente. —¿Qué desean? —Correr –dijeron al unísono Rom y Rem. Inmediatamente los dos enanos salieron corriendo; dejaban una estela de polvo y se podía escuchar la voz de Rom que decía al alejarse: —¡Rápido, sígannos! Nos pusimos a pedalear pero ya Rom y Rem estaban a varios cientos de metros de nosotros y solo después de algunos minutos de pesado pedaleo pudimos alcanzarlos. Las piernitas de los enanos no se podían ver de lo rápido que se movían y lo más molesto era la estela de polvo que levantaban a pesar de estar en un camino asfaltado. Tan extraña era dicha estela que llegamos a preguntarnos si, en vez de polvo, era humo que salía del asfalto. Pasamos por muchos poblados y todos eran semejantes a las ferias de artesanías que conocíamos. Era obvio que el nombre de Ferias obedecía a esta razón. Al costado del camino vimos artesanos que fabricaban jarrones, bolsas de cuero y ropas muy bonitas a pesar de que el único color de los objetos era naranja. Se suplía la falta de variedad en los colores por 57
bordados y encajes de muy buen gusto. Todo lo que se veía era fabricado por una mano de obra muy calificada. Era curioso ver que al paso de los enanos todos los saludaban con las siguientes frases. —¡Saludos, custodios del genio! ¡Adiós salvadores de nuestra paciencia! ¡Larga vida a los custodios del genio! Estas frases que decían los pobladores a nuestro rápido paso indicaban que la custodia del genio era un tema muy importante y por lo tanto aumentaba mi curiosidad por saber cómo era el tan mentado genio. Anduvimos por al menos cuatro horas y a pesar de que la temperatura era agradable, el cansancio nos iba ganando. Aminoramos la marcha obligando a los enanos, que no parecían estar cansados, a detenerse. Descansamos un rato y tomamos algo fresco gracias a la magia de los enanos que nos convidaron con bebidas parecidas al jugo de naranja. Gozamos además de un poco de sombra gracias a un toldo semejante al que mi papá empleaba en la playa cuando salíamos de vacaciones. —Ustedes dos son increíbles. No tienen una gota de cansancio – exclamó Oki. —Es solamente magia, no tenemos ningún mérito –contestó Rom con un gesto de molestia mientras bajaba el cofrecito que llevaba al hombro. —Lo que Rom no dice es que cuando paremos a dormir se juntará todo el cansancio y dormiremos como troncos –dijo Rem burlándose de Rom. —¡Cállate Rem, eres un bocón! –gritó Rom perturbando a su lechuza que estaba medio dormida. —¡Muchachos! ¡Muchachos! ¡Dejen de pelear! –dijo Nora, alterada por los gritos. Los dos enanos se cruzaron de brazos, se pusieron de espalda uno contra otro, y bufaban de vez en cuando, tratando de ignorarse. Mientras tanto tomábamos nuestras bebidas. Nos surgían algunas preguntas que los enanos se turnaban en contestar. —¿Cuántos años tienen? –preguntó Nora. —Ochenta y cuatro años –contestó Rom todavía bufando. —No lo parecen –dijo en forma amable Susana -¿Y de magos? —Desde que tenemos tres años. Fuimos entrenados en las artes de la magia por nuestros padres –dijo Rem un poco triste. 58
Por la actitud de Rem nadie se atrevió a preguntar más sobre el tema y eso me permitió preguntar sobre el enigmático genio. —El genio que tienen en el cofre ¿se puede ver? –pregunté con la esperanza de saber cómo era un verdadero genio. —Imposible –respondió Rom. –¡No podemos dejarlo salir! —¿Es peligroso? –preguntó asustada Nora. —No. Es molesto –respondió rápidamente Rem. Rom sugirió reiniciar la marcha pero habíamos descansado muy poco y no teníamos muchas fuerzas. Rom, al vernos tan desanimados, dijo: —¿Qué tal si los ayudo con un poco de magia? —¿Y cómo nos podrías ayudar? –preguntó intrigado Oki que ya estaba en su bicicleta listo para iniciar la marcha. Rom sacó nuevamente la piedra naranja, se inclinó sobre la bicicleta de Oki y formuló el siguiente hechizo: —¡Transporte, obedece a Oki! En el manubrio de la bicicleta aparecieron unos ojos que se abrieron y miraron a todos. También apareció una boca que dijo con voz serena: —¿Qué desean? Rom repitió su magia con el resto de las bicicletas y nos aprestamos a reiniciar el viaje. Era increíble ver cómo las bicicletas obedecían la orden de marcha o se detenían con solo pedírselos amablemente. Seguimos el viaje por unas cinco horas y nos detuvimos, ya de noche, al costado de un pequeño barranco para acampar y comer algo caliente. Rom creía que tratar de llegar al castillo en esa oscuridad podía ser peligroso por los precipicios que había en el resto del camino. Oki y yo encendimos una fogata con ramas secas. De estas, al calentarse al fuego, emanaba un perfume semejante al de los jazmines. Nora y Susana prepararon latas de sopa de arvejas y jamón. Nos sentamos a charlar animadamente en torno al fuego que alumbraba el extraño paisaje naranja. Rom y Rem se sentaron sin dejar de custodiar el cofre. Las lechuzas parecían charlar entre ellas, pues se miraban y emitían ligeros chirridos. Yo saqué de mi mochila un paquete de galletitas de vainilla y les di una a cada una. Las devoraron con entusiasmo y después me miraban como pidiéndome más. Convidé a Rom y Rem, al comerlas, quedaron admirados por el sabor. 59
—Esto es muy rico y dulce. En nuestro reino no hay nada tan rico. —¿Ustedes las cocinaron? –preguntó Rem. —No. Las compramos –contestó Susana. —¡En el Reino de Ferias la persona que lograra hacer semejante artesanía sería proclamada “el mejor artesano del año”! –dijo Rom entusiasmado. —¿Qué habilidades artesanales tienen? –preguntó curioso Rem. Nos miramos sin saber qué contestar hasta que Susana tímidamente dijo: —Yo sé cocinar. —¿Y sabes preparar algo tan rico como esto? –preguntó Rom esperando una afirmación de Susana. —Sí. Incluso sé preparar dulces y jaleas –aseguró Susana. —Al rey Artek le encantará –dijo Rem mirando entusiasmado a Rom. En la oscuridad apareció revoloteando una mariposa Tornasol que se detuvo sobre la pierna de Rom. Las lechuzas chillaban como tratando de espantarla pero esta había dejado de aletear y se quedaba inmóvil a la espera de que los magos leyeran el mensaje que traía escrito en sus alas. Rom con mucho cuidado bajó la cabeza y leyó: —ROM, NECESITAMOS TU MAGIA PARA MOVER TROPAS DE COMBATE AL SUR DEL REINO. TE ESPERO EN EL CASTILLO. REY ARTEK. —Iré solo al castillo. Rem, quédate a cuidar a nuestros amigos –dijo Rom al tiempo que se paraba y se sacudía el polvo. – ¡También te dejo la custodia del genio Mom, para hacer más rápido mi viaje! Rom ordenó a sus zapatos que corrieran lo más rápido posible y en una fracción de segundo se perdió en la oscuridad de la noche. Nosotros nos quedamos tomando nuestra sopa de arvejas, mientras Rem contaba cómo era la vida de los magos en el Reino de Ferias. —Los magos tenemos la obligación de ayudar al que lo necesite sin esperar compensación a cambio. —¿Y cómo se divierten? –preguntó Nora. —Vamos al club de magos, –contestó mientras tomaba su segundo plato de sopa. —¡Un club de magos! –dijo Susana sorprendida. —Sí. Nos reunimos una vez a la semana al anochecer, tomamos 60
Naka que es una bebida hecha de frutas y miel, jugamos a las cartas de Tolemak y corremos carreras sin magia –dijo satisfecho por lo que había comido. —¿Carreras sin magia? –pregunté. —Sí. Los magos corremos carreras sin emplear la magia. Yo salí campeón de carreras este año –contestó orgulloso. —¿Siendo tan bajo? –dije sorprendido, sin pensar que lo molestaría. —Por supuesto. Te reto a una carrera –dijo seguro de sí. —No, no sería justo –contesté riéndome. —Mira, humano, te ganaría con mucha facilidad. ¿O me tienes miedo? –dijo desafiante. —Bien, corramos una pequeña carrera –contesté aceptando el reto. —Creo, Esteban, que no es una buena idea –dijo preocupada Nora. —No pasa nada. ¡Es simplemente un juego –concluí tratando de tranquilizar a todos. Y bien ¿desde dónde la corremos? —Desde allí, al borde del barranco –dijo Rem mientras señalaba un sitio a unos cien metros de distancia. –¡Humano, para que veas que lo que yo te digo es cierto, correré con el cofre y mi lechuza! —Haz como quieras –dije fastidiado. Nos colocamos en nuestras marcas y Oki dio la señal de partida bajando un pañuelo. Los dos salimos como rayos pero a cada paso que yo daba Rem daba cuatro. Era evidente que estaba muy entrenado. Muy pronto ya me había superado por casi ocho metros y la diferencia se ampliaba. Cuando llegó a la meta, la ventaja sobre mí era de veinte metros. Se paró al filo del barranco y empezó a gritar al tiempo que daba brincos muy altos y la lechuza aleteaba con fuerza. —¡Le gané al humano! ¡Le gané! ¡Le gané! Unas piedras se aflojaron debajo de sus pies, haciendo que Rem perdiera el equilibrio. Me apresuré a sujetarlo pero era tarde: cayó por el barranco aproximadamente seis metros. Me asomé y pude verlo tendido sobre las rocas, desmayado, mientras la lechuza volaba en círculos sobre su cuerpo. El cofre yacía junto a él. Bajé rápidamente y noté que tenía un gran chichón en la frente. Oki, Susana y Nora, muy alarmados, también bajaron inmediatamente. Puse mi oreja en el pecho de Rem y comprobé que respiraba bien. Oki buscó unas sogas y lo subimos por el barranco. Era una tarea difícil: pesaba mucho. Cuando estuvimos arriba nos dimos cuenta de que el cofre había quedado en el fondo del barranco; entonces, 61
mientras el resto cuidaba de Rem, bajé en busca del cofre que estaba sobre unas rocas. Al inspeccionarlo pude ver que el candado estaba desprendido y al tomarlo en mi mano una voz dentro de mi cabeza decía: —Vamos, vos que sos curioso, abrí el cofre y mira cómo es un genio. Quise no prestarle atención pero la voz era más fuerte e insistente: —¡Abrílo y mira! Y en un momento de debilidad abrí el cofre. En escasos segundos una espesa niebla salió de él. Al darme cuenta de lo que había hecho quise encerrarla nuevamente pero se movía por el espacio, escapando. Lentamente iba tomando forma hasta que completó su cuerpo que era de unos cincuenta centímetros de la cintura para arriba. De la cintura para abajo era niebla o humo espeso y se movía en todas direcciones gritando: —¡Libre! ¡Por fin estoy libre! Me asusté y subí el cofre abierto por el barranco. El genio Mom me observaba desde unos dos metros de distancia y me decía: —Estás subiendo mal. Tu técnica es muy desprolija. Tendrías que mejorar el agarre de tus manos. Yo no entendía qué estaba pasando. Mientras yo subía el barranco lo único que hacía el genio era criticarme. Llegué corriendo al lugar donde dejé a mis amigos. Estaban dando agua a Rem que la sorbía con dificultad. Mientras tanto el genio decía: —Tu forma de correr es torpe. Si yo tuviera piernas daría zancadas más largas. Mis tres amigos se incorporaron de golpe para mirar el extraño espectáculo. Los tres tenían la boca abierta. Rem, ya repuesto, se sentó en el piso y frotaba sus ojos como no creyendo lo que sucedía. De repente, se paró de un salto gritando: —¡No puede ser! ¡Rom me matará! ¡Ahora, en medio de una guerra, Mom no nos dejará en paz! El genio giraba en torno a nosotros estudiando a todos. Nora, que era la más miedosa del grupo, gritaba: —¡Que no me toque! ¡Sáquenlo de aquí! —¿Es peligroso? –preguntó Oki mientras el genio lo miraba a un metro de distancia y decía: —¡Qué ropas tan raras! Yo usaría túnicas, son más cómodas. Rem miraba al genio desanimadamente y dijo: 62
—No es peligroso. ¡Es molesto! –Rem me sacó el cofre de la mano y sosteniéndolo con la tapa abierta empezó a correr a Mom a toda velocidad tratando de encerrarlo nuevamente. Pero Mom era muy rápido y tenía la ventaja de poder volar. Finalmente Rem se dio por vencido y se sentó en el suelo dejando caer el cofrecito. Con frustración en su voz, preguntó: —¿Cómo sucedió? ¿Qué pasó? Me acerqué como para calmarlo al tiempo que decidía si decir toda la verdad. —Al caerte por el barranco el cofre pegó sobre unas piedras y quedó abierto. No tuve el coraje de decir que yo había completado la apertura por simple curiosidad y eso me hacía sentir aún más culpable. —¿Qué haré ahora? –seguía quejándose Rem. Susana se inclinó y preguntó: —Si no es peligroso, ¿por qué lo tenían encerrado? Rem tomó aire y respondió: —Hace años los ciudadanos de Ferias trabajaban haciendo sus artesanías y eran excelentes. Eso provocaba la envidia de algunos holgazanes que criticaban todo emprendimiento tratando de desvalorizar al que con esfuerzo trataba de progresar. —¿Y Mom qué tiene que ver? –preguntó Oki. Mom flotaba en el aire y escuchaba atentamente lo que se decía acercándose un poco al que hablaba y continuamente lo interrumpía con cosas disparatadas como: —Tu retórica no es buena. Tendrías que hablar con más seguridad. Tu ropa es poco elegante, tendrías que plancharla un poco más. Rem trataba de concentrarse en lo que decía y cada tanto tiraba manotazos como para alejar a Mom, pero los esquivaba con rapidez. Con dificultad Rem continuó: —La envidia era tal que por alguna razón se concentró en el aire y formó este genio que molestaba a todos con sus críticas. No dejaba concentrar ni trabajar a nadie y eso nos obligó a encerrarlo en el cofre. —¿Y cómo lo encerraron? –pregunté con la esperanza de lograrlo lo más pronto posible. —Mientras yo hacía un jarrón de barro, Mom me llenaba de críticas y, como estaba distraído, Rom vino por atrás muy silenciosamente y lo 63
encerró en el cofre. —¿Y por qué no hacemos lo mismo? –pregunté al tiempo que trataba de alejar a Mom que hablaba sin parar. —¡Sí, es una buena idea, Esteban! –dijo Rem con voz más animada. –Traigan agua. Susana trajo una cantimplora con agua que entregó a Rem. Tiró un poco en la tierra y comenzó a amasar formando una bola de barro que, conforme iban pasando los minutos, tomaba el contorno de un torpe jarrón. Mom no dejaba de volar sobre Rem diciendo: —Ese jarrón está muy mal. Eres torpe, Rem, tienes que poner más agua. Rem simulaba no escucharlo y trataba de que el jarrón tuviera defectos como para que Mom tuviera motivos para hacer más críticas. De pronto, Rem me miró y, cerrando un ojo, me indicó que era el momento. Saqué el cofrecito y disimuladamente me coloqué detrás del genio que seguía distraído; levanté la tapa y con un rápido movimiento, alcé el cofre y cerré la tapa creyendo que lo había atrapado. Pero Mom lo había esquivado. Estaba a un metro de mí y con un dedo me decía que no lo hiciera nuevamente. —El pillo aprendió la lección –dijo Rem parándose de golpe. –¡No podremos atraparlo de esta manera! —¿Están tratando de atrapar a Mom con un truco viejo? Mejoren la técnica –se mofaba Mom al tiempo que volaba de un lugar a otro. —¿Por qué mejor no nos sentamos a tomar té? –sugirió Susana como tratando de que nos calmáramos un poco y pensáramos mejor las cosas. —Buena idea –dijo Rem. Los cinco nos sentamos en torno al fuego mientras Susana calentaba agua y el genio Mom revoloteaba alrededor de su cabeza diciendo: —El agua no se calienta de esa manera. Tienes que hacer más fuego. —Es un verdadero fastidio este genio –decía Susana molesta. —Traten de ignorarlo –sugirió Rem, mirando para otro lado. Pero aunque mirásemos para otro lado, a cada uno de nuestros movimientos, Mom volaba y lanzaba su crítica. Tomamos el té pensando en silencio alguna forma de volver a encerrar al molesto genio. Si teníamos alguna idea, la escribíamos en un 64
papel y se la mostrábamos a Rem para su aprobación. Pero el genio igual se las arreglaba para molestar. Cansado, Rem sugirió que nos fuéramos a dormir. Todos aceptamos la idea. Al meternos en nuestras bolsas de dormir y quedarnos callados, el genio empezó a volar sobre nosotros y a cantar: —Mom, Mom, que solo estás. Ya pronto sabrán!... La luna brillará y muchos hermanos tendrás. Rem, que estaba acostado sobre una manta, dio un brinco y dijo furioso: —¡Por el Gran Maestro de los Magos! ¡Mom está planeando tener hermanos! Todos no incorporamos de inmediato sin entender muy bien qué quería decir. Rem prosiguió: —El pillo se duplicará cuando haya luna llena. —¿Y eso cuándo será? –preguntó nerviosa Nora. Rem sacó de su bolsillo un libro que parecía muy viejo y desplegó un calendario lunar. Se puso a hacer cuentas con los dedos y dijo nerviosamente: —De acuerdo con mis cálculos mañana habrá luna llena. Tenemos tiempo hasta mañana a la tarde para atraparlo. Si no, el Reino de Ferias se volverá un caos total. Jamás me lo perdonarán. –y Rem se puso a llorar desconsoladamente, al tiempo que Mom decía: —Estás llorando mal, tendrías que hacer más lágrimas. —Ya no lo aguanto más –dijo Rem, mientras buscaba una piedra y se la arrojaba al genio que la esquivaba casi sin molestarse. —Cálmate, Rem, estás con Los Cuatro Vientos. Te aseguro que mañana solucionaremos el problema –dije como para calmarlo y sentir menos culpa. Rem se calmó y con esfuerzo trató de que el sueño lo venciera. Mientras tanto, Mom seguía cantando y molestando con críticas: —¿Por qué no duermen boca arriba? ¿Por qué no duermen boca abajo? Tardamos algunas horas en dormirnos, pero era tal el cansancio que sentíamos que finalmente dejamos de oir a Mom. A la mañana siguiente, Mom seguía observándonos y criticando todo. Susana preparó mate y el genio, a pesar de no haber visto jamás cómo se tomaba, sugería que lo hiciéramos de tal o cual forma, lo que 65
tornaba más ridícula la situación. Oki le enseñó a Rem cómo tomar mate y éste, al colocar la bombilla en su boca por primera vez, se quemó. Pero rápidamente aprendió a disfrutar de la infusión y le pareció muy buena. Comimos unas galletitas de chocolate y Nora le acercó una a Mom que la tomó con mucha rapidez. Subió un par de metros y, al darle un mordisco, su cara se transformó de alegría y asombro. Indiscutiblemente le había gustado, pero no pudo dejar de decir: —Le falta azúcar. Te aconsejo que las cocines más. Nora se fastidió y guardó rápidamente el paquete de galletitas en su mochila. Mom se acercó y con sus manitos trató de sacar el paquete, pero Nora lo espantó. Todos subimos a las bicicletas y retomamos la marcha hacia el castillo del Rey Artek. Por suerte, las bicicletas obedecían las órdenes y eso nos facilitaba el andar. El genio Mom nos seguía, volando sobre nuestras cabezas y criticando nuestra forma de andar. La gente de los distintos poblados veía al genio y salía corriendo. Se escondían en sus casas, cerraban puertas y ventanas y gritaban: —¡Mom ha vuelto! ¡No dejen que los vea trabajar! ¡Huyan! Cada tanto, el genio tomaba por sorpresa a algún artesano y lo criticaba, pero al ver que nos alejábamos, volvía a nosotros y en particular cerca de Nora; parecía que estaba interesado en ella. Llegamos a una zona más poblada. Era de entender que el castillo del Rey Artek estaba cerca y esto animaba nuestra marcha ya que estábamos algo cansados por la noche que nos había hecho pasar Mom. Cuando tuvimos el castillo a la vista, pudimos apreciar que era distinto del que había en el reino de Flamingo. Sus muros estaban ricamente decorados con molduras, estatuitas de extraños animales y herramientas de trabajo como martillos, cinceles y pinceles, con lo que quedaba demostrado que era un reino de artesanos. Al llegar a la puerta de entrada, los guardias nos presentaron armas en signo de respeto, pero cuando se dieron cuenta de que a corta distancia nos seguía el genio Mom, cerraron el gran portal de rejas de hierro. Igual, Mom lo atravesó con facilidad y continuó siguiéndonos de cerca. Se abrió la gran puerta del salón principal y allí estaban el mago Rom y el Rey Artek. El rey era un hombre muy alto y delgado que vestía ropas holgadas. Estaban listos para recibirnos, pero se quedaron 66
sorprendidos de ver a Mom suelto. Rom agarró de las solapas a Rem y le gritaba: —¿Qué has hecho, Rem? ¡Dejaste escapar a Mom! —Te aseguro que fue un accidente –trató de defenderse Rem. Le explicamos a Rom qué había sucedido. Yo no dije a nadie que había participado del escape de Mom. Una vez calmado Rom, el rey nos saludó cortésmente a cada uno y, al igual que el Rey Vulk, se puso a mirar detenidamente nuestras bicicletas y solicitó que le mostráramos uno de los espejos. Todos los presentes quedaron impresionados por la perfección del espejo y el rey solicitó a los artesanos del castillo que trataran de obtener algo parecido. El rey nos contó que, gracias a Rom, había podido mover rápidamente algunas tropas que estaban siendo atacadas por las fuerzas de Lotak, en el sur del reino. Pero, a pesar de que los mejores artesanos se encontraban en este reino y producían potentes y sofisticadas armas, el poder de las fuerzas oscuras era muy superior, ya que empleaban animales fantásticos que una vez muertos se transformaban en hollín y, si ese hollín no era disperso al viento, al cabo de algunos minutos volvían a la vida. Esto me recordó el momento en que había aparecido la araña en mi cuarto que se había transformado en hollín. Afortunadamente mamá había tirado el hollín a la basura evitando, sin proponérselo, que el animal reviviera. El rey solicitó comida y bebida para todos, y a cada gesto Mom lo interrumpía criticando la forma en que daba las órdenes. Esto fastidió de tal forma al rey, que solicitó a Rom que nos fuéramos lo más pronto posible y le pidió que se deshiciera de Mom. Rom se entristeció. A cada momento miraba a Rem que estaba mudo y convencido de su culpa. Mom se volvió realmente fastidioso. En un momento, un general preguntó al Rey dónde debía ubicar los cañones, si en el valle de naranjos o a orillas del río Sur. Los dos se hallaban de pie junto a un enorme mapa desplegado sobre la mesa; en él había soldaditos de plomo que indicaban las posiciones en la batalla. El genio Mom se puso a criticarlo frente al general, y éste intentaba golpearlo con su cetro de oro. Pero lo único que logró fue tirar de un golpe todos los soldados de plomo al piso. Esto aumentó su furia, de modo que decidimos partir rápidamente. Mientras nos alejábamos del castillo, me di vuelta por curiosidad y vi al rey con rostro feliz, seguramente por nuestra partida. Al pasar por el poblado notamos cómo, a nuestro paso, la gente se escondía. 67
En el camino, mientras ambos corrían delante de nosotros Rem le contó a Rom acerca de la extraña canción que Mom había cantado sobre una noche de luna llena en la que Mom se multiplicaría. Rom detuvo su marcha en el acto, obligándonos a todos a frenar de golpe. Oki se cayó y Nora salió del camino para no atropellar a Susana. Rom abrió el cofre y desesperadamente corría a Mom alrededor nuestro tratando inútilmente de atraparlo, mientras Mom se burlaba diciendo: —Tendrías que mejorar tu velocidad si quieres atraparme, pequeño. Esas palabras enfurecieron aún más a Rom, que ya no sabía qué hacer para atrapar a Mom. Empleó su piedra mágica para realizar un hechizo y volar. Pero era inútil; después de volar torpemente por algunos minutos, terminó estrellado contra el piso debido a la velocidad de Mom. Al cabo de un rato, le comunicamos a Rom que debíamos completar nuestra misión ya que el tiempo pasaba y era imperativo colocar el espejo. Rom aceptó y continuamos viaje. A medida que pasaban las horas, el poblado era cada vez menos denso y se empezaba a sentir la subida, lo que indicaba que estábamos cerca de la colina. Llegamos a la cima. Afortunadamente, el camino seguía siendo asfaltado y, según nos explicaba Rem, continuaba cuesta abajo hasta el Reino de Labos en el área amarilla. Eso facilitaría nuestro viaje. Ya en la cima, Rom sacó su piedra mágica y aparecieron seis vasos llenos de refrescantes bebidas. Mom, que se encontraba revoloteando, se quedó un segundo pensativo porque no lo invitábamos a compartir el jugo. Evidentemente por venganza, empezó a criticar la forma en que lo estábamos tomando. Todos lo ignoramos salvo Nora, que dejó su vaso con un poco de jugo como olvidado sobre una piedra. Mom esperó a que Nora se diera vuelta y como un rayo tomó el vaso y bebió el jugo de un solo trago dejando el vaso vacío sobre la misma piedra. Todos observamos la escena y tuvimos la misma idea para atrapar a Mom. Oki me ayudó a sacar uno de los espejos de los arneses y con la ayuda de Rem y Rom lo subimos hasta la piedra más alta. Pero la piedra era muy irregular de modo que una vez que Rom nos señaló cuál era la posición correcta para colocar el espejo, bajé de la piedra y tomé de mi mochila una pala plegable. Subí hasta la piedra nuevamente, y comencé a alisar la piedra para que el espejo calzara bien. Cuando Rom vio cuánto esfuerzo me demandaba alisar la roca a fuerza de golpes, sacó su piedra mágica y ordenó a la pala: 68
—¡Pala, alisad la dura piedra! La pala salió de mi mano y empezó a golpear la piedra con tanta fuerza que trozos de roca salían disparados en todas direcciones, obligándonos a corrernos y taparnos la cara con las manos. Hasta Mom, que se encontraba desconcertado, tuvo que correrse. Cuando la pala terminó de alisar la piedra, estaba inservible, tenía abolladuras por todos lados y había perdido la forma de pala. Pero había valido la pena; al colocar el espejo encontramos que calzaba con gran exactitud sobre la roca. Oki lo frotó con su pañuelo. La luz del sol pegó sobre el espejo y un grueso rayo de color naranja salió despedido. Se dirigía al este. Satisfechos por la colocación del segundo espejo, bajamos hasta donde se encontraban las muchachas cuidando las bicicletas y el resto del equipo. Al llegar le pedí a Oki, a Susana y a Rem que se sentaran separados a unos cinco metros uno de otro y que comenzaran a fabricar jarrones de barro. Me preguntaron la razón de tal pedido pero les dije que confiaran en mí. Al cabo de unos minutos, los tres los estaban fabricando y Mom, desesperadamente, criticaba a uno y a otro, volando un segundo sobre Rem, y luego sobre Susana y después sobre Oki y nuevamente sobre Rem. Yo aproveché la distracción de Mom y le pedí el paquete de galletitas de chocolate a Nora. A continuación le solicité a Rom que con su piedra le ordenara al cofre que me obedeciera. Rom sacó la piedra y apuntando al cofre, dijo: —¡Cofre, obedeced a Esteban! Al cabo de unos segundos, el cofre abría dos enormes ojos y una gran boca y respondía, desperezándose: —Amo Esteban, exprese su deseo. —¡Cofre, te ordeno que abras tu tapa y cuando te diga ¡YA! la cierres y asegures tu cerradura! –ordené con firmeza pero en voz muy baja. El cofre abrió su tapa a la espera de mi orden. Mom continuaba distraído. Yo tomé el cofre y me coloqué detrás de mis amigos que modelaban jarrones. Me aseguré de que Mom viera que dejaba el cofre abierto y me sentaba a un metro del mismo sobre unas mantas. Me puse a doblar mis medias en el suelo y las coloqué dentro de la mochila. Lentamente saqué una galletita de chocolate y la comí pausadamente cerciorándome de que Mom lo advirtiera. Cuando terminé de comerla, tomé otra, le di un pequeño mordisco y la tiré dentro del cofre. Mom dejó de hacer críticas y voló rápidamente dentro del cofre en busca 69
del apreciado tesoro. Yo grité ¡YA! –pero en el momento de cerrarse el cofre el genio ya había salido ágilmente de espaldas. Yo, que tenía mi mochila abierta, con un movimiento rápido logré atraparlo y grité: —¡Cofre, ábrete! –El cofre se abrió velozmente y coloqué la mochila con el genio que se sacudía con fuerza adentro. Grité ¡YA! –y se cerraron el cofre y el cerrojo. Rom, de un salto, colocó el candado y yo caí de espaldas jadeando por el esfuerzo. Rom comenzó a saltar de alegría por todos lados y Rem se unió a él. Se abrazaban y saltaban. Susana, Nora y Oki me ayudaron a levantarme y, palmeándome la espalda, me felicitaron por la idea. Rom se acercó y lamentó que mi mochila hubiera quedado dentro del cofre con mi par de medias, pero él no sabía que era pequeño el precio que tenía que pagar por mi curiosidad y que no lo lamentaba. Rom y Rem se alejaron; vi que Rem vaciaba el contenido de su bolsita en la bolsa de Rom y volvían para entregarme la pequeña bolsa de cuero de Rem. —Esteban, toma esta bolsa. Te servirá para poner tus cosas. Nos miramos desconcertados pues era muy chiquita y resultaba evidente que no podría guardar todas mis pertenencias. De todos modos, la tomé y agradecí el gesto con un ¨gracias¨ y un apretón de manos. Pero Rom se dio cuenta de que no creía que mis cosas entraran en tan pequeña bolsa y dijo: —No te olvides Esteban de que estás en tierras donde todo es posible. Lo miré desconcertado y Rom continuó: —La materia es en esencia energía. Haz la prueba de colocar tu manta en la bolsa. No quería contradecirlo. Pensaba que si alguien tenía una piedra consigo con la que podía encantar cualquier cosa, era evidente que todo era posible en esas lejanas tierras. Tomé mi manta y abrí la bolsa; a medida que introducía la manta, se acomodaba en la bolsa y, para sorpresa de todos, desaparecía en el interior. Yo estaba profundamente asombrado; abrí la bolsa, observé en su interior y no vi nada. Metí mi mano y apareció una de las puntas de la manta. Tiré y tuve nuevamente la manta completa en la mano. Entusiasmado por semejante fenómeno, tomé todas mis cosas y las puse en la bolsa. Todo desaparecía una vez que estaba en el interior. Entonces puse también las cosas de los demás para viajar más 70
cómodamente. Agradecí nuevamente a Rom y a Rem el fantástico regalo y ellos me indicaron que en mi viaje a los otros reinos debía cuidarlo y no exponerlo mucho tiempo a la luz ya que perdería su poder. La forma más segura era llevarla a oscuras en un bolsillo del chaleco. Nos apresuramos a seguir viaje bajando por la colina a toda velocidad hasta que en el horizonte se vio el comienzo de la niebla amarilla que era la de nuestro próximo reino. Al llegar al límite de este reino, Rom y Rem nos indicaron que en el reino siguiente, Labos, nos esperaban el mago Atom y el rey Logik. Nos despedimos de nuestros dos curiosos amigos y, a medida que fuimos introduciéndonos en la niebla, debimos empezar a pedalear nosotros. La magia que nos permitía andar en las bicicletas sin esfuerzo había ido desapareciendo lentamente. Al cabo de unos segundos, vimos dos siluetas al costado del camino que se hacían más nítidas a medida que nos acercábamos. Nos preguntábamos cómo sería este nuevo reino llamado Labos.
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- Capítulo V -
Los locos inventos del reino amarillo de Labos Al salir de la niebla vimos un hombre muy anciano de pelo largo y desprolijo y barba blanca. Llevaba anteojos y, sobre éstos, varias lentes de distintos tamaños y formatos. Tenía una túnica oscura y rodeaba su cintura un cinturón lleno de extrañas herramientas. De su hombro colgaba una bolsa que parecía estar repleta de cosas. A su lado había una mujer de cabellos dorados que vestía una capa con finos bordados y una corona sobre la cabeza. Evidentemente, era de la realeza de esas tierras. Cuando estuvimos a unos metros de ellos, vimos que, de detrás de unas piedras, salían varios soldados armados con lanzas que detuvieron nuestro paso. La mujer levantó la mano y dijo con voz enérgica y firme: —¡Alto, no les hagan daño, son nuestros amigos! Los soldados se detuvieron de inmediato, levantaron sus lanzas y nos dejaron pasar. Nos apuramos a presentar nuestros respetos a la enigmática señora. La dama extendió su mano y yo, tratando de recordar viejas películas de caballeros y cortesanos, tomé delicadamente la mano y le di un beso. Al momento de realizar mi gesto de caballero pude ver de reojo cómo Oki, Susana y Nora se miraban y sonreían al verme en tal extraña postura. —Mi nombre es Esteban y ellos son mis amigos Oki, Susana y Nora —Joven caballero, sabemos quiénes sois. Yo soy Pak, reina de Labos, la tierra de los inventores. He venido en representación del rey Logik que no ha podido acercarse. Está dirigiendo tropas en una delicada situación de guerra! Su voz era firme pero dulce; no tendría más de veinte años y era extremadamente bonita, cosa que dificultaba mi concentración. —Él es el gran mago inventor, Atom, Caballero de la Orden Imperial de Labos –dijo la reina señalando con un delicado movimiento de sus manos al anciano que trataba infructuosamente de corregir su vista con las diversas lentes. —Un gusto conocerlos –dijo el mago, ya enfocando bien la vista. —Los magos Rom y Rem nos informaron de que tuvieron éxito en la colocación del espejo –indico la reina. 72
—Sí, por suerte pudimos concretar el trabajo a tiempo, dijo Nora. —¿Y dónde están el resto de los espejos? –preguntó desconcertada la reina Pak. —Los lleva Esteban en una bolsa mágica que le regaló Rom –indicó Susana señalando mi chaleco. —¡Ah, cosas de magos! –dijo la reina. —¿A qué distancia está la colina donde tenemos que poner el espejo? –preguntó Oki impaciente. —En sus vehículos tardarían unas diecisiete horas –dijo rápidamente el Mago Atom. –Pero en el nuestro tardaremos más o menos seis. Sin embargo el tramo final de la subida tendrán que hacerlo en sus propios vehículos. Los cuatro miramos a nuestro alrededor pero no encontramos nada que indicara que tenían un carro o animales. Finalmente, el mago y la reina nos pidieron que los siguiéramos. A cien metros, detrás de unas rocas gigantescas, había una especie de dirigible de doscientos metros de largo por treinta de ancho. Estaba lleno de parches, como si en algún momento hubiera pasado a través de una lluvia de meteoritos. En la parte superior tenía una torreta con cuatro cañones y en la parte inferior, un gran barco parecido a un galeón de madera con sus velas y cañones. Pero en los costados tenía dos grandes hélices y, de algunos orificios distribuidos irregularmente por toda la superficie, salía un espeso vapor amarillo. Al verlo los cuatro nos quedamos inmóviles, impactados por tal maravilla. El mago, frotándose las manos, preguntó: —¿Les gusta? Es mi mejor creación. El Rayo Amarillo. —Es la nave más rápida del imperio –aclaró la reina. —Es maravillosa –dijo Oki embelesado. La puerta se abrió y una larga rampa de madera se extendió frente a nosotros. La reina nos pidió que subiéramos las bicicletas. Con la ayuda de los soldados, las subimos rápidamente; alzaron la rampa y nos condujeron a lo que parecía un puesto de mando en el que había muchas palancas y un timón de madera semejante al que tienen los barcos. Aparentemente, la nave era conducida por un hombre muy gordo con un bigote espeso que estaba controlando varios relojes y no se daba cuenta de nuestra presencia. La reina tosió para llamar su atención y esto obligó al hombre a mirarnos. De un salto, cayó de rodillas frente a la reina. Repuesto de la sorpresa dijo: —Su Majestad, en vista de que ya están nuestros salvadores entre 73
nosotros, sería aconsejable partir: se acerca una gran tormenta. —Incorpórate, Capitán Muz. Te presento a nuestros nuevos defensores –dijo dulcemente la reina. Los cuatro nos presentamos y el capitán nos pidió amablemente que nos sentáramos en unos largos bancos al costado del timón, mientras que la reina se sentaba detrás de él en un enorme sillón imperial y daba la orden de marchar. Al cabo de unos segundos, el capitán movió una palanca y el Rayo Amarillo empezó a ganar altura rápidamente. El viento pegaba en nuestras caras, y al mirar por la borda podíamos ver la niebla amarilla que dividía el reino de Ferias del de Labos. Nora estaba pálida; era evidente que sentía miedo, pero trataba de disimularlo lo mejor posible. Mientras tanto, Oki miraba fascinado los controles de la nave, y Susana observaba a la reina que estaba inmóvil como una esfinge. El mago Atom permanecía al costado de la reina y sostenía un extraño aparato parecido al cubo de Rubik. Lo rotaba ágilmente de un lado a otro. Al principio creí que era un juego, pero luego pude comprender que eran herramientas muy complejas. El mago las utilizaba para indicarle al capitán la dirección a seguir. —Su Majestad, ya está en curso. Llegaremos a la frontera en seis horas –dijo el Capitán, abandonando los controles. —Gracias, Capitán –la reina miró a unos sirvientes que se encontraban a su lado y con ligero gesto uno de ellos bajó una palanquita y frente a nosotros apareció una mesa repleta de manjares y bebidas. La reina dijo: —Por favor, coman y beban. El viaje es largo. —Gracias –dijimos los cuatro al unísono. Todos comimos, a excepción de Nora que se encontraba algo mareada. Pero el mago Atom sacó de su bolso una pastillita que le entregó. Al cabo de unos segundos, el mareo había pasado. —Quisiera pedirles un favor –dijo, tímidamente, la reina. —¿En qué podemos ayudarla? –contesté formalmente. —El mago me informó que ustedes poseen espejos de una calidad increíble; ¿podrían dejarme ver uno? –solicitó la reina Pak ruborizándose un poco. —Por supuesto –dije al tiempo que buscaba la bolsa de cuero que me había regalado Rom y con una servilleta la tapaba para que no le diera la luz, siguiendo su consejo. Extraje uno de los espejos de la bolsa y se lo 74
mostré a la reina. Ésta al ver reflejado su rostro, quedó fascinada, como si pudiera verlo por primera vez. Miró al mago y dijo: —Atom, tienes que encontrar la fórmula para hacer en tu laboratorio algo tan perfecto como esto. El mago se acercó y, tratando de ver mejor, acomodó sus lentes y dijo: —Esto es fascinante. ¿Cómo lograran semejante perfección? —Alguna vez leí que los grandes espejos se hacen dejando caer vidrio fundido sobre una mesa que tiene muchos orificios; por ellos sale aire que distribuye el vidrio uniformemente –dijo Oki con aire de sabelotodo. —¿Tú eres inventor? –preguntó Atom al tiempo que buscaba una libreta que tenía algunas hojas sueltas para anotar lo que Oki había dicho. —No, señor. Simplemente me gusta leer. Pero en el futuro quiero ser ingeniero que es algo así como ser inventor –contestó Oki. Mientras el mago trataba de sentarse cerca de Oki para seguir la charla, Susana explicaba a la reina cómo hacer trenzas. La reina seguía mirándose en el gran espejo y, mientras tanto, Nora se animaba a comer un poco de fruta. Yo me acerqué al capitán que no dejaba de mirar nuestras bicicletas. En particular, miraba los pedales; le costaba imaginar cómo mantener el equilibrio. Traté de explicarle, pero por falta de espacio no podía hacerle una demostración. En ese momento, una mariposa Tornasol pegó de lleno contra la espalda de Oki y cayó al piso. Seguramente había tenido que hacer un esfuerzo monumental para alcanzar al Rayo Amarillo. Siguió aleteando en el piso, hasta que Susana la tomó muy delicadamente y se la entregó a la reina. Ésta leyó a viva voz el mensaje que estaba escrito en sus alas: —¡PARA LA TRIPULACIÓN DEL RAYO AMARILLO! SE INDICA QUE EL PUESTO DE OBSERVACIÓN DEL CENTRO DEL REINO HA DETECTADO QUE SE DIRIGEN A USTEDES DOS S.V. ESTÉN PREPARADOS. CAPITÁN A. R. ALUZ
—¿Qué son S. V.? –pregunté intrigado. —Son Sombras Voladoras que se dirigen a interceptarnos. ¡Es mejor estar preparados! Capitán, aliste los cañones y a la tropa – ordenó la 75
reina. —¿Las Sombras Voladoras son fuerzas de Lotak? –preguntó Susana preocupada. —Efectivamente. ¿Cómo se habrán enterado de que ustedes están aquí? –dijo, siempre pensativa, la reina. —¿Habrá sido casualidad? –preguntó Oki. —Es improbable que Lotak mandara fuerzas lejos del frente de combate sin ninguna buena razón –dijo, siempre pensativa, la reina. Las tropas se movilizaban por toda la nave y comenzaron a cargar los cañones con pesadas balas de hierro. Colocaban antorchas que seguramente servirían para encender las mechas de los cañones. Un vigía, que se encontraba en lo alto del palo mayor, gritó: —¡La tormenta está a la vista! El capitán hacía cálculos en un papel y dijo preocupado: —Entraremos en la tormenta en cinco o seis minutos. Es mejor que su majestad y nuestros amigos se resguarden en el interior de la nave. La reina nos invitó a entrar por una puertita de madera a un pasillo muy estrecho. La primera puerta que pasamos era la de la cocina del buque. Cocineros y ayudantes estaban tratando de guardar las cacerolas y ollas en armarios. Mientras pasábamos frente a esta puerta, todos nos miraban intrigados, pero ya estábamos acostumbrados a ser observados. Atravesamos luego una segunda puerta. De ella provenía una mezcla de aromas que me resultaban familiares. Me recordaban a los que olía en nuestra cocina, canela y pimienta. Abrí la puerta y el recinto estaba lleno de bolsas de especias de todo tipo. El aroma era muy fuerte y penetrante. Seguimos por el pasillo y al final del mismo vimos la puerta del camarote del capitán. Cuando se abrió la puerta pasó primero la reina, luego nosotros y finalmente el mago Atom. El lugar era muy pequeño. Había una litera en el frente en la que se sentó la reina, y a un lado de ésta, había una mesa de madera con algunos mapas y una antigua silla. En los laterales se veían dos ojos de buey. Me acerqué a uno e hice un gran esfuerzo para poder mirar de costado. Vi la tormenta con espesas nubes y rayos de brillante color amarillo en el horizonte. Las chicas se sentaron en el piso, mientras Oki y yo tratábamos de ver algo más. De pronto, noté dos manchas oscuras que emergían de entre las nubes, aunque no podía distinguir claramente qué eran. Suponiendo 76
que fueran las Sombras Voladoras, llamé a los demás y el Mago Atom confirmó mi sospecha. Las manchas negras se acercaban. Pudimos observar que eran extrañas criaturas con alas, cabeza de vampiro y cuerpo de león, montadas por una especie de armadura antigua. Llevaban una lanza que emitía grandes llamas amarillas. El cuerpo de los raros animales y las armaduras eran totalmente negros. Se oyó la orden de disparar los cañones, pero las criaturas podían esquivar las balas con cierta facilidad. Las Sombras Voladoras se separaron y empezó el ataque por los dos costados de la nave. Las lanzas emitían llamas que encendían lo que tocaban. Pero nuestra nave contaba con equipos de control de incendios compuestos por hombres que arrojaban bombas de vidrio: al reventar largaban un espeso gas que apagaba el fuego. Oki preguntó por las bicicletas y recordamos que las habíamos dejado en el puente de la nave. Decidimos ir a buscarlas. Salimos al puente y encontramos un gran lío. El capitán daba órdenes a todos y los hombres corrían por la cubierta. El desorden se convirtió en caos cuando empezó a llover. Había ráfagas de viento muy fuertes que agitaban la nave. El movimiento nos obligaba a sujetarnos de alguna forma. El capitán tomó fuertemente el timón y comenzó a tratar de dominar la nave. Los cañones seguían disparando contra las Sombras Voladoras. Afortunadamente la fuerte lluvia impedía que la nave se quemara, víctima de las llamas de las Sombras. Con Oki sacamos las cuatro bicicletas y las colocamos en el pasillo. Luego volvimos al lado del capitán para ayudarlo. En un vuelo rasante de las Sombras, una de ellas se colgó de las velas y con sus garras las rasgó, mientras la otra trataba de romper el dirigible. Los cañones intentaban mantenerla alejada con denodado esfuerzo. —No sé cuánto tiempo la podremos mantener lejos del dirigible – dijo nervioso el capitán, mientras maniobraba el timón. —¿No tienen nada más eficaz que las balas de cañón? –preguntó Oki, esforzándose por encontrar una solución. –Es comprensible que puedan esquivar las balas de cañón con el radar de su parte de vampiros. En ese preciso momento, cayó una parte del palo mayor, golpeó al capitán en la cabeza, y gran parte de la vela de la nave nos tapó a los tres. De tan pesada, no lográbamos ponernos en pie. Intentábamos empujarla 77
con los brazos pero era inútil. No podíamos hacer casi ningún movimiento. Mientras tanto se sentía que la nave vibraba con fuerza, ya que nadie la estaba conduciendo. Grité a Oki, y éste contestó; grité al capitán, pero no oí ninguna respuesta. Si nadie tomaba el timón para estabilizar la nave, estábamos perdidos. Encontré mi cortaplumas múltiple en la bolsa que me había dado Rom, saqué la mayor de las hojas y efectué un corte en la tela que me cubría la cara. Al hacerlo, litros de agua me mojaron; extendí el corte hasta la cintura y me incorporé. Busqué con la mirada la posible ubicación de Oki, hasta que él gritó pidiendo ayuda. Le indiqué que empujara la tela con las manos e introduje el cortaplumas. Realicé un corte y Oki salió rápidamente, desorientado. —¡Oki, busca al capitán! –grité con fuerza, ya que entre los disparos de los cañones y los truenos era difícil la comunicación. Le di el cortaplumas a Oki y yo tomé el mando de la nave. El timón era muy duro, resultaba difícil hacerlo girar y yo no entendía nada de los instrumentos, pero al cabo de unos segundos pude controlar el vaivén de la nave, al tiempo que el capitán era atendido por el Mago Atom que había transformado su cubo en una especie de morsa y estaba colocando en su lugar un hueso de la clavícula del capitán que se había salido por el fuerte golpe. Ya la Sombra había logrado destruir todas las velas y se unía a su compañera para tratar de perforar con sus garras el dirigible. Éste, a su vez, ya había recibido por accidente una bola de cañón que había producido un gran agujero por el que perdía gas. El Rayo Amarillo bajaba lentamente. —Oki, hay que detener a las Sombras de alguna forma. —¡Las balas de los cañones son inútiles! –gritó Oki. —Habría que emplear algún tipo de metralla –contesté mientras sostenía con firmeza el timón. —Ésa sería la solución; sus radares no podrán captar tantos fragmentos. ¿Y qué podríamos emplear? –contestó Oki. —Cuando pasamos al camarote del capitán vi en un depósito bolsas de pimienta en grano. Traigamos algunas –dije entusiasmado. Me acerqué al artillero más cercano y le pedí que no cargara una bola de hierro y que esperara unos segundos. Trajimos dos bolsas de pimienta y las acercamos al cañonero. Oki 78
cargó el cañón con varios kilos de granos de pimienta y el artillero apuntó a una de las criaturas que seguían esquivando las balas. Esperó la orden de Oki, encendió la mecha con su antorcha medio apagada por la lluvia y hubo una gran explosión que arrojó una nube de granos de pimienta sobre la criatura: inmediatamente se puso a dar brincos en el aire. —¡Bien hecho! –gritó entusiasmado el capitán, que estaba siendo vendado detrás de mí. La Sombra seguía dando saltos y estornudaba, hasta que la armadura que lo montaba cayó junto con su lanza y desapareció entre las nubes bajas. El extraño animal, ya sin control, se perdía entre la fuerte lluvia. —¡Oki , volví a cargar el cañón! –grité. —¡A la orden, Capitán Esteban! –dijo Oki, bromeando al tiempo que me hacía la venia y se reía. El capitán, ya totalmente vendado, se paró al lado mío y entonces le entregué el mando de la nave. —No, Esteban. Sigue tú, lo haces de maravilla. Atom me colocó un vendaje mágico que tardará una hora en reparar el hueso. Yo te daré instrucciones –dijo el capitán. —Capitán, el dirigible está perdiendo gas y vamos perdiendo altura –dije, al tiempo que le señalaba el gran agujero. El capitán habló por el extremo de un tubo flexible y dio la orden: —Escuadrón de Remiendos, preséntense en cubierta. ¡Inmediatamente! El cañón de Oki disparó contra la última criatura, pero en el momento preciso del disparo, la nave se sacudió por un viento cruzado y eso causó que el disparo pasara a unos metros de la Sombra. —Oki, cargá dos cañones. Tendremos más probabilidades de derribarla con dos disparos simultáneos. El Escuadrón de Remiendos se presentó al capitán y, para mi sorpresa, eran dos enanos muy delgados que tenían bolsos con pedazos de tela, agujas e hilo. Miraron hacia el lugar donde estaba el agujero y dijeron: —Capitán, es imposible subir. El mástil que daba acceso al dirigible está en el suelo. —Si no suben a reparar el agujero y las rasgaduras que hizo la bestia, caeremos en quince minutos –estimó el capitán. 79
Atom, que se había quedado detrás de nosotros, se acercó y dijo con voz tranquila y confiada: —Yo lo puedo solucionar con mi cubo herramienta –sacó de su bolsa el cubo y se quedó pensativo un segundo. Luego empezó a desplegarlo en muchas partes. Era increíble que de algo tan pequeño, saliera algo tan grande. Al cabo de varios segundos, Atom había logrado una escalera a manivela del tipo que emplean los bomberos en la tierra. Los dos enanos subieron hasta el extremo y el mago empezó a dar vueltas a la manivela. La escalera subió rápidamente hasta donde estaba el agujero y el Escuadrón empezó a emparcharlo. La Sombra, al ver que estaban reparando el dirigible, bajó rápidamente y ante esta oportunidad, Oki disparó los dos cañones cargados con pimienta. En ese preciso instante, la criatura se desvaneció en el aire, evitando los disparos. Inmediatamente apareció debajo de los enanos y con su lanza prendió fuego la escalera. Después de hacerlo, volvió a la parte superior del dirigible para rasgar la tela con sus garras. —¿Qué pasó? –pregunté consternado. —Las Sombras pueden desaparecer por cinco segundos – contestó Atom. El Escuadrón Apagafuegos subió por la escalera justo a tiempo para arrojar sus bombas de vidrio y apagar el fuego que casi quema a los dos enanos que proseguían con su labor, restándole importancia a toda la escena. —¡Oki, volvé a cargar los dos cañones! –grité nuevamente. –¡Pero no los dispares juntos! ¡Dispará el primero y después espera a que vuelva a aparecer! —¡Ok, Esteban! –Oki entendió el plan inmediatamente y cargó los dos cañones. —Estamos perdiendo altura –dijo, asustado, el capitán –¡Tiren todo objeto innecesario por la borda! Los soldados empezaron a tirar mesas, sillas, calderos y todo objeto inútil para la presente circunstancia y el Rayo Amarillo detuvo su lenta caída, mientras que los cuatro cañones que se encontraban en la parte superior del dirigible mantenían a raya a la Sombra. A los pocos minutos, la Sombra volvió a bajar a la parte inferior del 80
dirigible y, al ver que los enanos estaban por terminar de reparar el último agujero, giró para efectuar el mismo ataque anterior. —¡Oki, estate preparado, dispara una vez y cuando vuelva a aparecer, dispara el segundo cañón! Oki ordenó que dispararan el primer cañón y la Sombra desapareció como era de esperar. Oki calculó mentalmente en qué posición reaparecería y giró su cañón. Con una antorcha en la mano esperó la reaparición y cuando la Sombra se hizo visible otra vez, Oki disparó dando de lleno en el animal y la armadura. Ante nuestra sorpresa, también la armadura estornudaba y se frotaba la visera. —¡Bien, Oki! –grité emocionado. La armadura cayó como la anterior, pero el animal se estrelló contra unas sogas. Casi inmóvil emitía chirridos y mordía todo lo que tenía a su alcance. Oki corrió a uno de los cañones que había sido cargado con una bola de hierro y apuntó a la bestia que se estaba recuperando e intentaba incorporarse. Con su antorcha efectuó un último disparo dando a la Sombra en medio de lo que se supone era su pecho. La explosión desparramó kilos de hollín por toda la nave. Afortunadamente las fuertes ráfagas de viento lo dispersaron. —¡Bravo! –dijo el capitán. –¿Dónde aprendió a disparar con tan buena puntería? —Son muchos años de videojuegos –contestó, irónicamente, Oki. —¿Qué cosa? –preguntó el capitán desorientado por la respuesta. —Ya le vamos a explicar de qué se trata –contesté, riéndome. Atom bajó a los dos enanos que tenían sus botas medio chamuscadas por el fuego y el capitán, contento, les prometió que los elevaría de rango por la valentía que habían demostrado en la batalla. La reina y las chicas salieron una vez enteradas de que había terminado la lucha y se pusieron a contar que habían visto parte de la acción por los ojos de buey y habían quedado sorprendidas por la forma en que habíamos actuado Oki y yo, pues este tipo de cosas no era de todos los días. Mientras tanto, la lluvia proseguía y faltaban tres horas de viaje. Atom había plegado la escalera transformándola en el maravilloso cubo herramienta y el capitán, al ver que habíamos perdido mucho gas, decidió tirar la mitad de los cañones por la borda. Ya recuperado de la rotura de su clavícula, tomó nuevamente el timón para continuar el viaje. 81
La reina ordenó poner un toldo para protegernos de la lluvia, aunque ya no era tan fuerte y pidió que sirvieran bebidas calientes a toda la tripulación. Entonces, sentados cómodamente, tuvimos una charla amena. —¿Qué cuchillo empleó para cortar la gruesa vela? –me preguntó el Mago Atom. Saqué de mi bolsillo el cortaplumas y se lo entregué. Lo estudiaba detenidamente y, fascinado por la calidad de herramientas que tenía, decía a cada instante: —¿Todo esto, sin una gota de magia? —Esto es maravilloso; la gente común de Labos, que no conoce las artes mágicas, podría disponer de una –dijo Atom, emocionado. –¿Me deja que haga un dibujo? Veré si puedo duplicarla. —Con una condición –dije sonriendo. –Que me permita ver su cubo herramienta. —Por supuesto –Atom sacó su cubo y me lo entregó. —¿Cómo funciona? –pregunté. —Si fueras mago, con solo pensar en algún tipo de herramienta, ésta se crearía inmediatamente –dijo Atom, mientras sacaba papeles para dibujar el cortaplumas. Yo me concentré en la idea de una pinza. Giré instintivamente el cubo hacia la derecha y luego hacia abajo y ¡apareció una pinza! Atom me miró sorprendido y dijo: —¡Es increíble! ¡Era cierto! –dijo gritando. –¡Reina Pak! ¡Mire! ¡Era verdad! Nunca imaginé que los humanos tan jóvenes pudieran tener magia. La reina se paró y, mirando la pinza que había hecho, dijo: —¡Es verdad, esto significa que a medida que cruzan el arco iris, aumentan sus poderes! Los cuatro nos miramos sorprendidos, pero recordé que los magos anteriores ya nos habían advertido que sucedería. Pasé el cubo a Oki y lo transformó rápidamente en un serrucho. Nora lo transformó en un destornillador y Susana, en un par de tijeras para peluqueros. Había quedado confirmado que los cuatro teníamos algún nivel de magia que no dominábamos aún. La lluvia se transformó en llovizna y las conversaciones volvieron a ser iguales a las mantenidas antes del ataque de las Sombras. Susana 82
seguía hablando con la reina sobre la mejor forma de hacer trenzas en su largo cabello. Oki explicaba algunas maravillas de nuestro mundo al Mago Atom. Nora, ya sin mareos, empezó a disfrutar del viaje y hasta era capaz de asomarse por la borda y ver los poblados sobre los que pasábamos rápidamente con el Rayo Amarillo. Yo seguía hablando con el capitán. Me dijo, para mi sorpresa, que se llamaba Viento Rápido Muz y me explicó que su familia era muy antigua y que todos habían sido capitanes desde la separación de los reinos. Al igual que los magos y reyes, el cargo de capitán era hereditario y la última letra del apellido, en su caso zeta, indicaba su condición. Él provenía de una familia en la que los hombres podían únicamente ser capitanes. Sorprendido, exclamé: —¡Ah, ahora entiendo! Por eso los nombres de todos los reyes terminan en K: Vulk, Artek, Logik y, su reina, Pak. Provienen de familias en las que solamente pueden ser reyes. —Así es, estimado amigo Esteban –dijo el capitán, mientras bajaba algunas palancas y volvía a sostener con firmeza el timón. —Los nombres de los magos Kram, Rom, Rem y Atom terminan con eme. —Efectivamente –dijo el capitán, girando el timón rápidamente para no entrar en una nube oscura que emitía rayos amarillos. También hay familias de cocineros reales cuyos apellidos terminan con la letra efe, como el caso del nuestro, que se llama Giraf. —¿Y el Rey de las Tinieblas, Lotak, era de la realeza? –pregunté, deduciendo que la última letra de su nombre indicaba que pertenecía a una familia de reyes. —No se sabe de dónde proviene Lotak –dijo el capitán, pensativo. – Pero el Rey Kuk, sí. —¿El rey de todos los reyes? –pregunté, esperando la confirmación. —Exacto. La última letra en el nombre es una marca de nacimiento. —¿Marca de nacimiento? –pregunté absolutamente asombrado. —Sí, mira. –El capitán Muz corrió su pelo de la oreja izquierda y en el lóbulo tenía un lunar con la forma de la letra zeta. Todos tenemos en alguna parte del cuerpo la letra que indica quiénes somos. No podemos escapar a nuestro destino, nacemos ya marcados. En ese preciso momento recordé el lunar en forma de eme que tenía 83
el mago Kram en una de sus muñecas. Miré a mí alrededor y vi a Oki tirado en el piso junto al mago Atom. Sobre un montón de planos de extrañas máquinas, Oki estaba tendido con la boca abierta, mirando extasiado lo que le mostraba el viejo. Susana ya le había hecho trenzas al cabello de la reina, y Nora dormía plácidamente sobre un cómodo sillón. La lluvia había cesado y el cielo se aclaraba a medida que nos alejábamos. —¡En media hora llegaremos al pie de la colina! –gritó el capitán, y en ese preciso momento se oyó un ruido extraño. Los motores del Rayo Amarillo dejaron de funcionar. El capitán golpeaba los instrumentos con los nudillos para ver si tenían alguna falla al tiempo que decía: —El motor funciona, pero las hélices no giran. El Mago Atom se paró bruscamente y gritó: —¡Vayamos a la sala de máquinas! El mago bajó una escalera. Oki y yo lo acompañamos. A medida que bajábamos, comenzamos a sentir un intenso olor a cuero y madera quemados que luego se convirtió en humo. Atom gritaba: —¡Que venga el Escuadrón Apagafuegos! Al cabo de unos segundos, cuatro soldados con bolsas repletas de bombas de vidrio pasaron delante de nosotros. No podíamos ver nada, pero se oía a los soldados tirándolas y el sonido que producían al romperse. De repente no se oyó nada más e, intrigados, entramos a la sala de máquinas que seguía en llamas. Para nuestro horror, vimos una de las armaduras que habíamos derribado amenazando con su lanza a los cuatro brigadistas, que no se animaban a mover un pelo. Al vernos, la armadura hizo un movimiento amenazante y obligó a que nos juntáramos con el Escuadrón. Mientras lo hacíamos, vi que estaba abierta la puerta de carga detrás de la armadura. Seguramente la armadura había ingresado al Rayo Amarillo por allí. Una red, sacudida por el viento, se dejaba ver por la abertura indicando que había quedado enganchado al caer de su cabalgadura. Nos colocamos detrás del Escuadrón y la armadura nos apuntaba con su lanza disparadora de llamas. Era claro que, si no hacíamos algo pronto, el fuego entraría en contacto con el combustible y todos moriríamos. Me corrí apenas hasta quedar detrás del mago Atom. Metí la mano 84
en la bolsa en que había puesto su cubo y lo saqué con cautela. El mago giró y vio mis movimientos. Pude notar en su rostro una leve sonrisa, como si adivinase lo que me proponía. Coloqué el cubo detrás de mí y me puse a pensar en qué transformarlo. Se me ocurrieron varias cosas. Primero una bazuca, pero era muy peligroso; podía explotar toda la nave, y por eso descarté la idea de inmediato. Una espada, pero estaba muy atrás y tenía que sortear a Atom y al Escuadrón antes de encontrar a la armadura. Entonces se me ocurrió la idea de una ballesta. Me concentré con toda la fuerza en la idea de una pequeña ballesta y detrás de mí empecé a girar el cubo hacia la derecha y a desplegarlo. A medida que lo hacía, el arma se iba componiendo. Finalmente quedó formada y cargada. Miré fijamente a la armadura y solo pude ver dentro de la visera un ojo ubicado en el centro que no denotaba emoción alguna. Tragué saliva y con un rápido movimiento disparé la ballesta apuntando al medio del pecho de la armadura que en el momento del impacto se desintegró en hollín y cayó al suelo. —¡Rápido, apaguen el fuego! –gritó Atom al Escuadrón que lanzaba sus granadas contra el fuego que había avanzado bastante. —Bien hecho, Esteban –dijo Oki, palmeándome la espalda. —¡Buena puntería! –exclamó Atom. –¿Qué se habrá quemado? – preguntó al tiempo que giraba sobre sí para examinar el motor y evaluar los daños. Mientras le contaba a Oki cómo se me había ocurrido la idea para vencer la armadura y miraba el hollín, éste empezó a moverse. Asustado dije: —La armadura se está tratando de recuperar. —¡Rápido, tírenlo por la borda antes de que sea tarde –gritó Atom. Oki tomó una pala de las que se empleaban para cargar las calderas con combustible. Cargó una porción del hollín que ya se había transformado en un brazo completo y lo tiró por la puerta de carga, que todavía estaba abierta. Yo arrastraba el hollín con el pie hacia la puerta. Cada vez que se quedaba un poco de hollín en algún rincón, se transformaba en alguna parte de la armadura, una mano o un pie. Oki tiró el resto del hollín por la puerta y, al arrojarlo, se dispersaba en el viento. —Esto está muy mal –dijo preocupado Atom. —¿Qué encontró, Atom? –dijo el capitán que había entrado a la sala 85
de máquinas para ver cómo estaban las máquinas. —¡Una sombra sobreviviente del anterior ataque incendió la transmisión del motor! —¿Podrá arreglarlo? –preguntó el capitán con gesto de preocupación. —¡No tengo una de las correas de cuero necesarias, para unir el motor a la hélice! –respondió el mago, limpiándose las manos de hollín y grasa con un trapo viejo y lleno de agujeros. —¿Eso significa que tendremos que bajar para buscar una correa? – preguntó el capitán. —Pero perderemos cinco o siete horas –contestó Atom. –El futuro del reino y del arco iris está en juego. Yo observé que la distancia entre el eje del motor y el eje de la hélice era muy corta y dije, convencido de poder solucionarlo: —Creo que tengo la solución. El capitán y el mago me miraron con cara de asombro y preguntaron al unísono: —¿Qué solución? Traje la bicicleta y busqué en mi bolsa mágica una llave para sacar las ruedas. Mientras todos me miraban asombrados, dije: —Podemos emplear las llantas de las ruedas como correas. —No entiendo –dijo el mago, que ignoraba qué era una llanta. —La idea es genial pero nos quedamos sin transporte –dijo preocupado Oki. Traté de convencer a Oki de que era mejor sacrificar mi bicicleta que perder la vida, y accedió. Oki me ayudó a desarmar las dos ruedas y sacamos las llantas que parecían dos bandas de goma gigantes. Mientras tanto, soldados dirigidos por el mago desarmaban los ejes y los dejaban listos para cambiar la correa de cuero por las dos llantas de goma. Atom había comprendido inmediatamente qué era lo que nos proponíamos y aprobó la idea. Esto nos dejaba más tranquilos, ya que confiábamos en que un mago inventor tendría más experiencia en este tipo de máquinas que nosotros. Colocamos las llantas, tarea que nos costó un poco, pues tuvimos que estirarlas bastante para que calzaran bien. Atom examinó el resultado y dijo: 86
—No creo que resistan el duro trabajo. –Sacó un frasco de su bolso y colocó dos gotas a cada correa de un extraño líquido que al tocar las llantas empezaron a brillar con una luz amarilla intensa. —¿Qué le colocó? –preguntó Oki atento al suceso. —Esencia de diamantes mágicos –contestó el mago. —¿Y para qué sirve? –pregunté confundido por la respuesta. —Para darle resistencia –dijo el mago, sin dar mucha más explicación. Al mover Atom una palanca que se encontraba junto al motor emitió un gran ruido y varios engranajes empezaron lentamente a girar y la transmisión también lo hizo. Atom aceleró el motor y las hélices giraron más rápidamente logrando mover la nave que, hasta el momento, estaba quieta, a merced del viento. —¡Fantástico, esto nos permitirá completar el viaje! –dijo contento Atom. El capitán fue a darle las buenas nuevas a la reina que se había quedado preocupada por la posibilidad de haber fracasado en tan difícil misión. Yo miré con tristeza el resto de la bicicleta y me preocupé en sacar distintas partes que me pudieran servir; coloqué en mi bolsa las luces, la cadena, las cubiertas, los dos espejos nuevos que habíamos puesto antes del viaje y el timbre. Volvimos a cubierta y proseguimos lo que quedaba de viaje; El tiempo se había calmado casi en su totalidad y al rato comenzamos a bajar lentamente; miré por la borda y vi que íbamos a aterrizar cerca de un pueblo; de acuerdo con lo comentado por el capitán, era el último lugar plano en que el Rayo Amarillo podía posarse sin peligro. Tuvimos un suave aterrizaje y los soldados bajaron nuestras tres bicicletas y de la bodega sacaron una caja de madera que bajaron con cuidado; el mago buscó por los laterales de la caja y pulsó un botón o algo así y la caja empezó a moverse y a cambiar de forma; se levantó un mástil de seis metros y se desenrolló una gran vela amarilla que tenía en su centro una corona y el nombre del reino, “LABOS”; al terminar, se desplegaron una rueda de madera adelante y dos atrás y cuatro asientos finamente tapizados. El móvil era igual a los veleros de tierra que se empleaban en los 87
desiertos como deporte, pero este era un poco más grande. El mago Aton miró complacido su vehículo y dijo: —¿Qué les parece mi máquina? —Es muy bonita –dijo Nora. —¿Es rápida? –preguntó Oki, fascinado. —Cómo el viento –dijo contento Atom. —El mago siempre está orgulloso de sus inventos –comentó la reina a Susana en voz baja. Dos soldados subieron al vehículo de Atom y manejaron unos metros para verificar que todo esté bien y aguardaron en el mismo. —¡Bien, es hora de partir! –dijo Atom. Todos se despidieron del capitán y de la reina y, cuando llegó mi turno, recordé lo fascinada que estaba en mirarse en el espejo y busqué en mi bolsa mágica uno de los espejos de la bicicleta que habíamos desarmado y se lo entregue; se miró en él y quedó muy contenta y emocionada. Saludé al capitán que me abrazó con un apretón muy fuerte, como si no le doliera en lo más mínimo su brazo y dijo: —Gracias por salvar mi nave; sin tu ayuda la hubiera perdido. Nora me dio su bicicleta pues prefería ir con el mago Atom en el vehículo impulsado por viento y partimos por la delgada cinta de asfalto que subía hacia la colina más alta. Al cabo de unos minutos pasábamos por él último pueblo de Labos. Era muy extraño: algunas casas tenían palas para el viento, como los molinos holandeses; otras tenían chimeneas de las que salía vapor amarillo y de varias ventanas salían largos telescopios. En el costado del camino había, como en el resto de los reinos, vendedores de todo tipo de cosas, comida, bebidas y objetos muy extraños; Oki pidió si podíamos parar un segundo para ver algunos de los objetos que le llamaron la atención y nos detuvimos sobre un puesto que tenía un cartel que decía “INVENTOS FRESCOS”. Al acercarnos, un hombre con larga barba y gruesos lentes se aproximó y con una sonrisa muy amplia de buen vendedor, dijo. —¿Ustedes son los que vinieron de la tierra, no? —¡Vaya, parece que somos conocidos! –dijo Susana. —El chimento se corrió por todos los reinos –dijo el vendedor. – ¿Les puedo ofrecer algo? 88
—¿Y qué tiene para ofrecernos? –pregunté, mientras observaba extraños objetos que estaban en la mesa. —Les puedo ofrecer, recién inventado, este sacamuelas automáticos. O este maravilloso buscador de objetos perdidos. O, quizás, este adelgazador para objetos y personas. —¿Y para qué sirve? –preguntó intrigado Oki señalándolo. —Para pasar por cualquier orificio... mira! –El vendedor colocó el aparatito que tenía la forma de dos embudos invertidos, sobre un orificio de la mesa de no más de un centímetro de diámetro y de a poco se metió dentro del embudo y se podía ver cómo salía por debajo de la mesa como si fuera un largo tallarín; al terminar de pasar su cuerpo pasó también el aparato por el orificio, quedó algunos segundos enroscado en el suelo, pero de golpe hizo “PLOP” y el vendedor estaba normal nuevamente diciendo sentado bajo la gran mesa. —¿Y qué les pareció? —¡Genial! –gritó Oki. A los demás no nos salían las palabras. – ¿Cuánto cuesta? —Seiscientos Engranes –contestó el vendedor, frotándose las manos como si ya hubiera hecho la venta. —¿Engranes qué son? –preguntó desorientado Oki. —Es la moneda de Labos –dijo Atom, acercándose para ver qué pasaba. —Lástima: no disponemos de dinero de Labos –dijo entristecido Oki. —Seiscientos Engranes es un robo; en los puestos que están cerca del castillo, lo venden a cuatrocientos. Vayámonos a otra parte –dijo enojado Atom, al tiempo que se daba vuelta y se marchaba. —¡Esperen, también les doy gratis un buscador! –gritó el vendedor, con temor a perder la venta. Atom nos guiñó el ojo como si supiera que iba a reaccionar así y dijo: —Trato hecho. Sacó una bolsita de su bolso y extrajo seis Engranes de oro; le pagó al vendedor y éste nos entregó el adelgazador y el buscador, que era un tubo con una especie de brújula en su extremo. —¿Y cómo funciona? –preguntó Nora. —Es fácil: tomas el buscador, le preguntas dónde está el objeto o 89
persona que te interesa y la aguja te guiará a ella –dijo el vendedor, contento por la venta. —Gracias por el regalo, Atom –dijo Oki. —Es lo menos que puedo hacer por ustedes –contestó Atom, restándole importancia. Guardé los dos maravillosos objetos en mi bolsa y proseguimos rápidamente por él camino dejando atrás el pueblo de vendedores y llegamos a los veinte minutos a la cima de la colina; los soldados bajaron del vehículo y exploraron el territorio. Pasaron unos momentos y los soldados volvieron informando que no había ningún problema. Caminamos hasta el lugar más elevado y Atom dijo: –¡Alto! Este es el mejor lugar. Saqué mi bolsa mágica, metí la mano y pensé en uno de los espejos e inmediatamente saqué el espejo y rápidamente guardé la bolsa; Atom transformó su dado mágico en una máquina que cortó la piedra dejándola totalmente plana y de su bolso sacó un frasco con un espeso líquido que aplicó con un pincel y pegó el espejo. Cuando dejó pasar los rayos de luz del sol, el espejo emitió un poderoso rayo de luz amarillo que cruzó el horizonte hacia la niebla que se veía a la distancia de color verde y Atom dijo: —Pudimos colocar a tiempo el tercer espejo; les faltan cuatro para completar la misión. Bajamos por la colina y llegamos a la espesa niebla amarillo verdosa. Nora decidió ir conmigo en la parte trasera de la bicicleta ya que yo era más fuerte que ella y nos despedimos de Atom. —En el otro lado de la niebla los espera el mago Xem –dijo Atom, entristecido. –Me hubiera gustado charlar con ustedes un poco más. —En un tiempo futuro lo haremos –dijo Oki. Nos despedimos y comenzamos a entrar en la espesa niebla como anteriormente lo habíamos hecho, con la pregunta: ¿qué nos espera en la niebla verde?
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- Capítulo VI -
La selva verde de Floras Estábamos llegando al final de la niebla, verde pero no se distinguía ninguna silueta que nos esperara como en los casos anteriores; en silencio salimos de la niebla y pudimos ver que el delgado camino de asfalto que nos conducía de un reino a otro ingresaba a unos metros de nosotros a una espesa selva con muchísimas enredaderas y maleza. Nos miramos desconcertados y pudimos escuchar que de la selva provenían sonidos de pájaros que se escondían de nosotros y cada tanto el rugido de algún animal misterioso nos sobresaltaba, en especial a Nora, que se abrazaba a mí con fuerza, al punto de no dejarme respirar. —No nos espera nadie –dijo, desconcertado, Oki. —¿Esteban, que haremos ahora? –me preguntó Susana. —Yo diría que esperemos un poco –dije, mientras trataba de pensar que haríamos en un reino desconocido y en apariencia peligroso. –¡Nora dejá de apretarme! –grité dolorido. Los cuatro bajamos de las bicicletas y nos sentamos en el pasto a la espera de que el mago Xem se aproximara; pasaron algunos minutos y, de entre los árboles, salió la chica más bonita que jamás haya visto: era alta, de apariencia fuerte, con cabello negro que le llegaba hasta la cintura y ojos verdes muy claros; estaba vestida con una piel de leopardo o de un animal similar; su sola presencia me dejó sin habla. —No se asusten, soy Pam la hija de Xem –dijo con voz muy dulce. —¿Qué paso con Xem? –preguntó Oki. —Fue apresado por la Sombras –dijo la muchacha entristecida. – Mientras los esperábamos a ustedes, las Sombras nos atacaron; yo escapé gracias a mi amigo Spur. De un salto, cruzando la maleza, cayó frente a nosotros un enorme animal igual a un puma pero con patas el doble de alto, obligando a Nora a dar un grito de terror que nos asusto más que la presencia del mismo animal. —No se asusten, es mi amigo –dijo Pam, al tiempo que daba unas palmadas en la cabeza del enorme felino. —¿Y cómo podemos probar lo que dices? –preguntó Susana, de forma no muy agradable. 91
Pam mostró el hombro y en él había un lunar con forma de M. —¿Y qué prueba eso? –dijo Susana. —Susana, es el signo de la familia de magos –dije asombrando a todos por mi conocimiento. –El capitán Muz me contó en el Rayo Amarillo que las familias de magos tienen un lunar en forma de M y las familias de reyes tienen un lunar en forma de K al igual que sus nombres tienen como última letra M o K. —Ahora entiendo porqué los nombres tenían M al final –dijo satisfecho Oki. —Yo le creo –dije mirando embelesado a Pam. Y ella me respondió con una sonrisa. —Si vos le crees, está bien para mí –agregó Nora, escondida detrás de mí, evitando ver al animal que se frotaba en la pierna de Pam. —Está bien, le creo –dijo Susana, no muy convencida. —¿Cuánto hace que raptaron a tu padre? –pregunté preocupado por saber quién nos guiaría a la colina. —Hará unos treinta minutos –contestó Pam, mirando un relojito que tenía colgado en su cuello. —¿Y cuántos lo atacaron? –preguntó Susana, sin dejar de observar los movimientos de Pam. —Eran cuatro, pero Spur destruyó a dos antes de ayudarme a escapar –respondió Pam, con unas lágrimas en sus lindos ojos –Yo los guiaré a la colina. Verla llorar me partía el corazón y no tratar de rescatar al padre de las Sombras me haría peor en el futuro, pero éramos un equipo de cuatro y tenía que consultarlo con los demás; pregunté: —¿Tendríamos que ayudar a Pam a rescatar a su padre? Pam me miró y sonrío nuevamente dejándome más perturbado que antes. —No tenemos armas –dijo Nora con mucha razón, todavía detrás de mí, mirando al enorme puma a la distancia. —Tendremos que emplear las cosas que poseemos de la forma más inteligente. ¿Cómo eran las Sombras? –pregunté, dirigiéndome a Pam. —Eran unas armaduras oscuras, armadas con espadas, que al darles un golpe muy fuerte se transforman en hollín –contestó Pam más animada. —Yo estoy de acuerdo en rescatar al mago Xem, pero no deberíamos tardar más de cuatro horas o no haremos a tiempo para 92
completar nuestra misión –dijo Oki, con su acostumbrada lógica. —Oki, hemos ganado tiempo con el Rayo Amarillo, creo que no habría problemas en distraer algo de tiempo en el rescate –dije, mientras calculaba mentalmente el tiempo faltante. —Esteban no me parece prudente distraer tiempo de nuestra misión! –dijo Susana, enérgicamente. —Susana, me extraña que digas algo semejante si hubiera sido tu padre, todos lo intentaríamos rescatar –dije, consternado. Susana se queda pensativa un instante y dijo: —Tenés razón. Lo intentaremos. —Gracias a todos por tratar de rescatar a mi padre –dijo Pam, más tranquila. Guardé las bicicletas dentro de la bolsa mágica y quedé impresionado de la capacidad casi infinita que tenía; hasta Oki se preguntaba si podría entrar un auto o un camión en la bolsa y transpórtala como si estuviera vacía. —¿Tendríamos que fabricar algunas armas? –preguntó Oki. –¿Qué te parecen una lanza y unas boleadoras? Son muy fáciles de hacer y resultan efectivas. —¡Excelente idea! Tomá mi cortaplumas y corta una caña para la lanza, que yo conseguiré unas lianas para las boleadoras –dije entusiasmado. Nora proseguía temblando de miedo y miraba de reojo a Spur que jugaba como un gatito. Esa actitud había llamado la atención de Pam y se acercó a preguntarle: —¿Por qué tienes tanto miedo? —Desde chica siempre tuve miedo –dijo Nora, avergonzada, tratando de esforzarse en no demostrarlo. —Creo que puedo ayudarte. —¿Cómo? Pam buscó dentro de una bolsa y de un puñado de semillas, sacó unas muy parecidas a los granos de pimienta, diciendo: —El reino de Floras tiene la variedad de plantas más grande del arco iris y los magos de la selva pueden transformarlas en pociones curativas para muchas enfermedades: el miedo es una enfermedad. Pam sacó una botellita y, colocando las semillas en la mano de Nora, las roció con el líquido espeso y brillante; alzando los brazos al cielo 93
verde, dijo: —“Semillas de Valorarias, absorban la miel de las abejas guerreras de la selva y combatan el miedo de nuestras almas” –frotó sus manos y al pasarlas sobre las semillas, empezaron a brillar y Pam pidió a Nora que las comiera. Nora las masticó e inmediatamente dejó de temblar, se paró decidida y fue directamente a donde estaba Spur acostado y comenzó a acariciar sus orejas. Todos nos quedamos tiesos y en silencio; no podíamos creer que Nora se acercara a un animal sin temblar y en su rostro sé podía ver que disfrutaba de la experiencia. —¿Qué le diste a Nora? –pregunté, mientras anudaba unas piedras para fabricar las boleadoras. —Semillas de una planta con un poco de magia curativa –contestó Pam, que observaba satisfecha a Nora. —¿Tienes algo para el dolor de cabeza? –dije bromeando. —Por supuesto y para unas cinco mil enfermedades –respondió Pam. Oki se acercó para mostrar la lanza que había fabricado y dijo: — ¿Qué te parece, Esteban? —Está bien, lástima que no tenemos una hoja de cuchillo para la punta. Pero servirá. Nora seguía jugando con Spur y Susana miraba los alrededores hasta que completé las boleadoras y dije: —¿Pam, sabes dónde puede estar tu padre? Pam sacó de su bolsa algo semejante a un silbato y sopló, pero no se escuchó nada, lo que me recordaba a los silbatos de perros que había en la tierra; al cabo de unos segundos, un pájaro del tamaño de un picaflor salió de entre las plantas y se acercó a la cara de la muchacha; Pam dijo: —Está en este preciso instante en el puente que cruza el río. —¿El pájaro te dijo eso? –pregunté incrédulo de que supiera hablar con los animales. —Por supuesto, los magos de Floras podemos hablar con los animales –contestó Pam. –Ustedes necesitan transporte apropiado para la selva. —Pam nuevamente sopló su silbato varias veces y de la maleza aparecieron al galope cuatro cebras que tenían rayas horizontales y se pararon frente a nosotros. —¿Qué diablos es esto? –preguntó Oki. —Son Horicanes, el medio más rápido para cruzar la selva; no 94
tengan miedo, ya les conté que quieren ayudarme a encontrar a mi padre – dijo Pam, mientras subía al lomo de Spur y este se paraba sobre sus largas patas. Nora rápidamente subió entusiasmada a su Horicán y todos nos miramos extrañados al ver a Nora afrontar nuevas experiencias con tanto ímpetu: Montamos y comenzamos a avanzar por la selva a toda velocidad siguiendo a Pam que cruzaba la densa vegetación por invisibles caminos, pues no había ninguna senda que seguir; por unos instantes creí ver que ninguna pata de los Horicanes tocaba el suelo. Los animales eran realmente veloces y en unos diez minutos habíamos llegado al río En el viaje pudimos divisar gran cantidad de animales extraños, como un oso hormiguero con alas que le servían para volar y comer hormigas termitas en los altos árboles o una serpiente que brillaba en la oscuridad. Pam, que iba adelante, nos pidió con un gesto de su mano que aminoráramos la marcha. Se bajó de Spur y se acercó agazapada a un árbol caído; observó detenidamente y a los segundos nos llamó con un movimiento de la mano; nos acercamos todos en forma silenciosa. —Miren. Junto a la entrada del puente están las dos Sombras y mi Padre –dijo Pam con una sonrisa. Las Sombras se encontraban paradas e inmóviles detrás del mago que estaba sentado y tenía las manos atadas: Observé el otro extremo del puente y se podía ver que la maleza se desplazaba e iban apareciendo nuevas Sombras que lo cruzaban y dejaban ver un campamento al pie del puente. —¡Rápido, síganme! –dijo Pam. Todos la seguimos en silencio y quedamos solamente a tres metros de las Sombras y del mago; en ese preciso momento un grupo de Sombras había cruzado el puente y dijo una de ellas: —Llevaremos el prisionero al campamento –Tomaron al mago del brazo y lo llevaron con empujones al campamento. —Tendríamos que atacar ahora –dijo Nora entusiasmada. —No, a pesar de que las sombras se manejan mejor en la oscuridad, rescataremos a mi padre al anochecer –dijo Pam, calmando un poco la ansiedad de Nora por atacar. Ya no es igual. Íbamos a rescatar a Xem de dos Sombras y ahora 95
hay un batallón –dijo Susana con justa razón. —Retirémonos un poco y hablemos –dijo Pam, preocupada por no llamar la atención de las dos Sombras que quedaron como guardias. Todos fuimos con cuidado a donde habíamos dejado los animales y, al llegar, seguimos hablando. —Ya estamos aquí. No abandonaremos a Xem –dije con seguridad. —Tendría que mandar un mensaje al rey Mimak –se dijo en voz alta Pam. —Nosotros tenemos mariposas Tornasol –dije, al tiempo que sacaba la jaula con las mariposas que se encontraban con las alas plegadas y medio dormidas. —¡Es justo lo que necesitamos! –exclamó Pam con una sonrisa. Tomo una de las mariposas y escribió el siguiente mensaje en sus alas con el lápiz que se encontraba atado a la jaula. “PARA MIMAK, REY DE FLORAS – ESTIMADO REY: LE ESCRIBE PAM, HIJA DE XEM –MI PADRE FUE APRESADO POR LAS SOMBRAS Y LLEVADO A UN CAMPAMENTO QUE CONSTRUYERON EN EL PUENTE QUE CRUZA ÉL RÍO ESMERALDA– ENVÍEN TROPAS. PAM.” —¿Y en cuanto tiempo vendrán los refuerzos? –preguntó Oki. —Estimo que tardarán un día –contestó Pam mientras echaba a volar la mariposa que rápidamente se perdía en la selva. —Eso es mucho tiempo. ¿Tendríamos que actuar nosotros? –dije, pensando en Pam. —¡En unas horas se hará de noche y ese será el momento! –gritó Nora, irreconocible por su valentía. Estuvimos de acuerdo y nos sentamos a esperar, lo que nos permitió descansar, comer y beber para reponer energías. Preferimos abrir algunas latas de picadillo de carne y comerlo con galletitas de agua para evitar hacer fuego y ser descubiertos por las Sombras. Pam probó una galletita con picadillo de carne y quedó impresionada de que la comida estuviera en envases de metal y durara tanto tiempo. Empezó a oscurecer y al no tener fuego para ver, decidí buscar en mi bolsa las linternas que hasta este momento no habíamos empleado; al 96
encender una, noté inmediatamente que donde alumbraba podía ver, con total nitidez, por primera vez los colores reales de las cosas; dije emocionado: —Miren. Dónde alumbro con la linterna se ven todos los colores. —Tiene que ser porque es luz generada por algo hecho en la tierra – conjeturó Oki. —¡Qué bien podré ver mi cara! –dijo Susana, al tiempo que se la iluminaba y se miraba en un espejito de maquillaje. Pam se quedó muda; yo me acerqué con mi linterna y le pregunté qué le pasaba; ella, haciendo fuerza para que le salieran las palabras, dijo: —Jamás en mi vida conocí algo tan maravilloso. Iluminé mi ropa y pudo ver por primera vez el color naranja de mi remera o el azul de mi jean; comenzó a llorar de emoción y fue cuando comprendí que jamás había visto otros colores que no fueran derivados del verde; me acerqué y la abracé con fuerza: había logrado conmoverme como jamás nadie lo había hecho. Pasó la emoción de Pam y le iluminé su ropa; pudo ver que su vestido era amarillo con manchas marrones y su piel; rosa, apunté a Spur, que dormía a sus pies, y vio que su piel era beige claro, hasta que Nora me llamó la atención: —Basta, Esteban, con la luz de las linternas llamaremos la atención de las Sombras. Todos las apagamos pues Nora tenía razón: nos habíamos dejado llevar por la emoción, haciéndonos perder la precaución; guardamos nuevamente las linternas. Recordé que en el estuche del cortaplumas llevaba una linternita y la busqué en mi bolsa; con el delgado haz de luz alcanzó para alumbrarnos hasta que la noche fue total y planeábamos qué hacer. —Es riesgoso ir por el puente: dos Sombras lo cuidan –dije preocupado. —Es mejor cruzar el río por abajo –sugirió Pam. —Pero tendríamos que nadar en el caudaloso río, ¿es peligroso? – dijo Oki. —Oki, acaso tienes miedo –se burló Nora. —Nada de eso, señora valentía –respondió Oki, de mala forma. —¡Dejen de pelear, no es el momento! –los reprendió Susana, con real precaución. 97
—¡No se preocupen los Velones nos ayudarán! –dijo Pam. —¿Los Velones? –pregunté, sin entender cómo. —¡Ya lo verás! –respondió Pam. Bajamos a la orilla del río, a unos doscientos metros del puente, y esperamos a que Pam actuara; inmediatamente sacó su silbato y sopló seis veces con fuerza; después de unos segundos, unos cinco surcos venían a toda velocidad por el agua hacia nosotros; al llegar, sacaron la cabeza cinco cocodrilos gigantes; tenían en el lomo una aleta que llegaba hasta la cola; a simple vista pude medir que tenían seis metros de largo. Pam dijo. No se asusten, son amigos. Suban a sus lomos. Nora fue la primera que subió, dejándonos a todos asombrados por el maravilloso cambio efectuado gracias al tratamiento que le hizo Pam. Los demás subimos a nuestros Velones en silencio y empezaron a moverse dejando surcos en el agua. Llegamos después de unos minutos a la costa y Pam nos guió, mientras yo alumbraba con la linternita el precario sendero; al llegar al campamento nos escondimos detrás de un árbol caído, lo que nos permitía observar el campamento que estaba totalmente a oscuras; era evidente que las Sombras no necesitaban luz para ver. El campamento estaba constituido por cuatro chozas y unas diez armaduras como las que nos atacaron en el Rayo Amarillo vigilaban constantemente, pero no había indicios de donde podía estar el mago Xem. —¿Tienes idea dónde puede estar tu padre, Pam? –preguntó Oki con voz muy baja y casi en el oído de Pam. —En alguna de las chozas, ¿pero en cuál? –contestó la joven. Recordé que tenía el buscador que habíamos comprado en el reino de Labos y lo saqué de mi bolsa mágica; Pam miró extrañada pero mis amigos se dieron cuenta que lo que había sacado era el buscador mágico y Nora le explicó a Pam. Tomé el buscador con una mano y con la otra alumbraba la aguja; cerré los ojos y en mi mente dije: “Buscador marca la persona que se llama Xem”. La aguja giró lentamente y marcó la cuarta choza que era la más alejada de nosotros. —En esa dirección –dije al tiempo que señalaba la choza de madera. –Tendremos que bordear la selva para llegar a ella más protegidos. Todos nos arrastramos entre la maleza con esfuerzo hasta el lugar 98
donde estaba la choza, apagué la linterna y enrollé la boleadora en mi cintura para moverme con mayor comodidad; esperamos que el guardia se alejara para ir uno de nosotros a investigar si se encontraba Xem. Pero en el momento en que yo empezaba a dirigirme, la luz de la luna fue atenuada por una nube y alrededor aparecieron de la nada cinco Sombras con espadas que inmediatamente dirigieron a nuestros pechos; yo grité, viendo la actitud de Nora de enfrentarse: —¡Alto, Nora, no hagas nada! ¡Quédate quieta! Oki dirigió la precaria lanza que había hecho a una de las Sombras, pero otra que estaba escondida, de un rápido golpe de espada, cortó la lanza en dos. Nora y los demás comprendieron que era mejor no resistirse y se pararon lentamente con caras de rabia, mientras las Sombras no dejaban de amenazar con sus filosas espadas; una de ellas, sin pronunciar palabra nos indicó que la siguiéramos y, viendo que dudábamos, nos picó con la espada; decidimos ir a donde nos indicaban. La Sombra nos hizo entrar a una choza; en una mesa apoyaba los pies de otra Sombra que estaba con su armadura, pero a diferencia de las demás el yelmo tenía un penacho de plumas negras que indicaba seguramente su rango; con movimientos lentos, se paró y dijo con voz de ultratumba: —Los estábamos esperando.—¿A nosotros? –pregunté perplejo.— Sí. A ustedes. –La sombra hizo una pausa y continuó: –Sa bíamos que, si atrapábamos al mago Xem ustedes y su hija tratarían de rescatarlo. —Y para qué nos quiere –preguntó inocentemente Oki. —No se hagan los tontos; ustedes son los que tienen el poder de liberar a Kuk. —¿Y qué hará con nosotros? –pregunté, tratando de cambiar el tema. —Mañana serán entregados a la guardia imperial del rey Lotak y, en agradecimiento, seguramente me hará general –dijo la sombra mientras refregaba sus manos en señal de regocijo. –Revisen si traen los espejos –ordenó a los guardias que nos custodiaban. Los guardias nos revisaron pero no se dieron cuenta de que los tenía en mi bolsa mágica. —¿Dónde están los espejos? –preguntó, impaciente, la Sombra. 99
—Los dejamos en el camino de entrada al reino –mintió Susana, con tono de seguridad. —¡Bien, no importa, sin ustedes no habrá peligro! –dijo la Sombra, conformándose. —¿Dónde está mi padre? –gritó Pam, llorando. —¡Ya lo veras! ¡Llévenselos de aquí y aseguren guardia doble! – gritó la Sombra. Nos sacaron de la choza y, a fuerza de picarnos con las espadas, nos obligaron a ingresar a la choza que había marcado el buscador mágico; al entrar en la oscuridad de la choza, en un rincón se escucho la voz de un hombre: —¿Eres tú Pam? Al pasar todos, las Sombras cerraron la puerta; se escuchó cómo daba dos vueltas de llave, dejándonos prisioneros. Pam, al oír la voz, se dirigió en la oscuridad hacia ella y gritó: —¡Papá! ¡Papá! ¡Estás bien! —¡Sí, hija!... ¿Estás con los Cuatro Vientos? –preguntó Xem, llamándonos la atención por la forma que nos llamó. —Sí, están los cuatro –contestó Pam. Nos acercamos y encendí mi linternita detrás del mago que estaba esposado a un poste con una cadena de hierro; un ligero resplandor iluminó la cara de Pam y el mago quedó estupefacto al ver por primera vez la piel rosada de su hija; dijo: —Es cierto. Los Cuatro Vientos tienen una magia poderosa. —Es simplemente una linterna –contestó Oki. —Si tuviera mis manos libres, podría hacer magia para ayudarlos – continuó el mago. Busqué mi cortaplumas, saqué la hoja que tiene una lima y me puse a limar la cadena; dije, para tranquilizar al mago: —No se preocupe, Xem, en unos minutos lo liberaré. Nos quedamos en silencio mientras yo continuaba limando la cadena y después de veinte minutos liberó a Xem, que inmediatamente se abrazó a su hija. Oki y yo inspeccionamos la parte trasera de la choza que era de madera con muchos nudos en las tablas, mientras Susana y Nora vigilaban a los cuatro guardias que custodiaban la entrada y nos indicaban si cambiaban de posición con gestos de sus manos. 100
Oki encontró un nudo de dos centímetros de diámetro que estaba suelto, pero no lo suficiente para sacarlo empujando con el pulgar; Xem se acercó y preguntó: —¿Qué pretenden hacer? —Si pudiéramos tener un orificio, saldríamos por él. —¿Y cómo lo harían? –dijo Xem, incrédulo de tal logro. —Con un adelgazador mágico que compramos en Labos –contestó Oki. —¡Ah, ya me ha contado el mago Atom de la existencia de dichos aparatos en su reino! –dijo Xem, afirmando con la cabeza. —¿Mantienen siempre comunicación con los otros magos? – pregunté intrigado. —¡Siempre que el tiempo lo permita!... Te puedo ayudar a sacar el nudo. Me corrí para que Xem trabajara más tranquilo y, mirando el nudo que yo iluminaba con la linterna, el saco un silbato que tenía colgado en el cuello, igual al que tenía Pam; sopló varias veces y al cabo de unos segundos cientos de Hormigas termitas de gran tamaño se filtraban por las grietas de la madera y las más grandes comenzaron a comer el nudo; una tras otra sacaban una porción y en unos minutos teníamos el orificio libre. —Su control de los animales e insectos es increíble –dije asombrado. —También puedo controlar ciertas plantas –dijo, con una sonrisa, Xem. –¡Pero, no a mi hija! —Papá, no digas eso de mí –se sonrojó Pam. Busqué en mi bolsa las linternas por si las necesitábamos en nuestra huida y el adelgazador, que apoyé sobre el orificio; la primera en pasar fue Nora que, al meter su mano por uno de los embudos salía en el otro extremo en forma de delgado tallarín que caía en suelo exterior; al finalizar de pasar, al cabo de unos segundos, Nora recuperó su forma normal y se puso a ver alrededor por si había peligro; al asegurarse de que no lo había, dijo en voz baja: —No hay guardia. Pueden salir. Siguieron cruzando el orificio Oki, Susana y Xem; al tocarle el turno a Pam, me miró dulcemente y dijo: —Gracias por rescatar a mi padre. Pam cruzó y yo sostenía el borde del adelgazador como lo había 101
hecho el vendedor; pasé mi cuerpo y, al llegar al final, el adelgazador pasó sobre sí mismo. Una vez recuperada mi forma fuimos uno a uno a ocultarnos a la maleza de la selva y tratamos de ir a donde dejamos los Velones; al llegar vimos que una patrulla de cuatro Sombras bloqueaban el camino y decidimos correr el riesgo de cruzar el puente, pues en él había solamente dos guardias. Al llegar a unos metros del puente, Pam sopló su silbato ordenando a los Horicanes y a Spur que esperaran ocultos en la selva; yo desenrollé las boleadoras que había hecho y comencé a cruzar primero; caminaba agachado y, al poner un pie, el puente colgante se movió un poco, pero por suerte los guardias que estaban en el otro extremo y de espaldas, ocupados en vigilar la selva, no se dieron cuenta; me siguieron Oki, Nora, Susana, Pam y final-mente Xem; al llegar a pocos metros de la salida del puente, alguien pisó una madera y esta rechinó haciendo que los dos guardia giraran; al vernos uno de ellos emitió un chillido que alertó a las Sombras del campamento y se movilizaron rápidamente. Yo tenía las boleadoras y comencé a girarlas sobre mi cabeza; recordaba las veces que jugaba con ellas en el campo de la tía Ángela con los jóvenes gauchos, a ver quién las enrollaba en un poste, confiando que esto me diera cierta destreza. Esperé que uno de los guardias que balanceaba su espada con fuerza entrara al puente y, en el momento de hacerlo, seis Sombras intentaban ingresar al puente detrás de nosotros, pero Xem sacó semillas de sus bolsillos, dijo unas palabras mágicas y estas estallaron incendiando parte del puente y bloqueando a las Sombras. Yo giré más rápido las boleadoras y se las lancé a la Sombra; se la enroscaron en el cuello haciendo que perdiera el equilibrio y cayera por la baranda baja de la cuerda; la otra sombra comenzó a caminar hacia nosotros pero no había mucho tiempo: el fuego verde estaba quemando el puente. Oki dijo: —¡Esteban, agáchate rápido! Lo hice. Oki pisó mis hombros para emplearme como trampolín, saltó, giró en el aire quedando frente a la Sombra que no sabía qué hacer por lo inesperado de la acción, y Oki dio dos golpes de karate con increíble velocidad en el pecho del guardia y este, en una sonora explosión, se transformó en una montaña de hollín que inmediatamente 102
pisamos todos al abandonar el puente que se estaba quemando. Le grité a Oki: —¡Un día tendrás que enseñarme eso! —Cuándo quieras, pequeño saltamontes –contestó, burlándose. Nora se acercó a Oki y le dijo. —¡Mereces esto! Y le dio un beso en la mejilla que lo dejó sin habla; era la primera vez que Nora demostraba sus emociones tan abiertamente; evidentemente el miedo que antes sentía, la inhibía. Los Horicanes y Spur salieron de la maleza y subimos a ellos; dejé que Xem montara primero pues sería nuestro guía a la colina; nos internamos en la selva a todo galope y al cabo de una hora, pisamos el camino asfaltado cubierto por malezas y hojas secas; casi en la oscuridad era imposible verlo, por lo que avanzamos un par de horas y decidimos hacer un campamento para descansar. Prendimos fuego y nos sentamos alrededor; contábamos lo que nos había pasado en el campamento de las Sombras, mientras Xem examinaba minuciosamente una de las linternas y veía por primera vez los colores de las flores; Pam estudiaba un puñado de yerba con la cual Susana preparaba el mate y le daba consejos de cómo hacerlo. —Es evidente que la luz blanca que produce este artefacto contrarresta la luz natural de cada reino! –dijo, inesperadamente, el mago Xem. —Probablemente, la magia no afecta a la luz que es producida por electricidad o porque el filamento está encerrado en una ampolla de vidrío con gas –contestó Oki, sin levantar la vista. —Sea como sea, fue buena idea traerlas –dije, al tiempo que Susana me alcanzaba el primer mate de la ronda. —¿Cuánto falta para llegar a la colina? –preguntó Susana, dirigiéndose a Xem. —Unos cuarenta kilómetros; con los Horicanes serán cuatro horas de viaje, la selva es muy densa –contestó Xem, mientras ordenaba semillas y las colocaba en una bolsa. —¿Qué hubiera pasado si nos hubieran entregado a Lotak? – pregunté, preocupado. —Nos habría matado y, con seguridad destruiría nuestro mundo y después el suyo –dijo Xem, al tiempo que Susana le daba un mate. 103
—¿Parece saber nuestros pasos con precisión? –dijo Oki. —¿Habrá algún traidor entre nosotros? –preguntó Nora. —No lo creo; donde hay oscuridad o sombras, puede ver a través de ellas –contestó Xem. –Y la selva está llena de sombras. Todos nos pusimos a ver cada rincón de la selva tratando de descubrir si nos estaban observando, perturbados por lo dicho. —No creo que las puedan ver –dijo Xem, al darse cuenta de lo inquietos que estábamos. Terminamos de tomar mate y nos acostamos a dormir; organizamos turnos para hacer guardia y la noche pasó sin grandes problemas, excepto por los ruidos de los animales de la selva que permanentemente emitía rugidos y chillidos. Pam nos decía el nombre del animal para tranquilizarnos. Al amanecer, nos despertó un aroma a vainilla y canela que invadía el campamento; era Pam que había preparado el desayuno con unas semillas que conocía y al comerlo todos sentimos que teníamos nuevas energías y estábamos listos para continuar nuestra travesía por el camino de asfalto semi cubierto por la selva. Pasábamos a todo galope por extraños parajes llenos de plantas y flores de las más exóticas y, a diferencia de los otros reinos, vimos muy pocos claros donde unos agricultores trataban de ganar espacio hachando árboles para cultivar legumbres. Llegamos a un punto donde el camino empezaba a subir y la selva se hacía menos tupida; al pasar por unos árboles, algo se enroscó en mi cuello, obligándonos a parar para sacármelo, mi cara debió tener una expresión de terror muy graciosa porque todos, al verme, se echaron a reír: era una liana y no una culebra, como había pensado. Subimos al extremo más alto de la colina y desde ella se podía ver uno de los paisajes más bonitos que yo haya visto, si no hubiéramos tenido que cumplir con nuestra misión, me hubiera gustado pasar unos días en ese lugar. Bajamos de nuestros Horicanes, que ya se habían acostumbrado a nosotros y nosotros a ellos de tal forma que a donde caminábamos, ellos nos seguían como perritos y hasta Susana le puso nombre al suyo, lo llamó Horizonte. Xem me señaló un peñasco y dijo que era el lugar perfecto para colocar el espejo; al acercarnos saqué de mi bolsa mágica uno de los 104
espejos y, de igual forma que los demás magos, Xem y Pam quedaron asombrados por ver sus imágenes reflejadas; en ese preciso instante los Horicanes y Spur se pusieron muy nerviosos y miraban al cielo; nos pusimos a tratar de ver qué los perturbaba y, de inmediato, aparecieron dos Sombras montadas en esas criaturas mitad vampiro y mitad león. Todos tratamos de ocultarnos, pero era tarde: ya estaban encima de nosotros; ellos me atacaban a mí en particular: parecían saber que yo tenía los espejos y querían matarme. Susana, Nora y Oki les arrojaban piedras logrando que se pusieran a cierta distancia, Xem y Pam soplaban sus silbatos e inmediatamente miles de pájaros salieron de la selva y se unieron formando una nube muy compacta. Tuve que esconderme detrás de una roca para evitar ser alcanzado por las filosas garras de las Sombras que volaban a menos de dos metros; una recibió un golpe de la certera piedra arrojada por Oki y giró hacia él produciendo un rugido de dolor; se abalanzó hacia Oki, pero Spur dio un salto de casi cinco metros de alto, derribando a la armadura antes de que tocara a Oki; al caer de esa altura, explotó transformándose en hollín que se dispersó por el viento y la bestia, ya sin su jinete, se introdujo en la selva, escapando de nosotros. Los chicos siguieron atacando con piedras a la restante Sombra que se había parado sobre la roca en la que yo me escondía y de un zarpazo me rasgó la remera; sentí un profundo dolor; al tocarme noté algo tibio y supe que era sangre, pero no podía verme el hombro que me dolía, ya que la Sombra proseguía con su ataque. Inmediatamente varios pájaros comenzaron a picotear la cabeza del animal y dejó de atacarme para elevarse como diez metros; al hacerlo, una nube de cientos o quizás miles de aves de todo tipo se abalanzaron cubriendo a la Sombra y, al cabo de unos segundos, se escucho la explosión y la caída de hollín, mientras los pájaros se dispersaban; supimos que habían acabado con el animal y su jinete. Pude verme la herida en el hombro; eran cuatro surcos profundos de los que emanaba abundante sangre; rápidamente se acercaron mis amigos y me recostaron sobre la piedra en la que me había ocultado; Oki sacó su cinturón e improvisó un torniquete para detener la sangre; vi a Xem que sacaba de su bolsa unas hierbas y empecé a desvanecerme notando por última vez la cara de angustia de Pam. 105
—Creo que ya vuelve en sí –escuché la voz de Susana sin verla; tenía los ojos cerrados y me sentía confundido; traté de sentir dónde me dolía, pero no encontré dolor alguno, pasé la mano por el hombro y sentí que había unas hojas frías y húmedas. —En algunos minutos estará como nuevo –escuché decir a Xem. Hice un esfuerzo para aclarar mi cabeza y abrí los ojos, viendo a todos que me rodeaban; me paré gracias a la ayuda de Oki y de Pam. —¿Qué pasó? –pregunté confundido. —Xem te curó con unas hierbas –contestó Nora que me miraba con los brazos cruzados. —¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? –pregunté preocupado por el tiempo. —Una hora –dijo Susana. —Ya puedes sacarte mi cataplasma de hojas cicatrizantes –dijo Xem retirándome las hojas. Tomé algo de valor y giré la cabeza para ver cómo había quedado mi hombro; para mi sorpresa solamente había cuatro delgadas líneas perfectamente cicatrizadas, pero mi remera estaba hecha jirones; saqué una nueva remera de la bolsa mágica y me la cambié; en ese preciso momento recordé que en el momento del ataque ya había sacado un espejo y lo habíamos dejado caer en nuestra huida. Buscamos a nuestro alrededor y Xem lo encontró: había caído sobre unas hojas secas y, afortunadamente, no se había roto; lo llevamos a la piedra más alta que dominaba todo el reino y para asegurarlo a ella Xem sacó unas pequeñas enredaderas que tenía en su bolsa, las colocó junto al espejo, frotó sus manos y dijo: —Enredadera, Yo, Xem, te ordeno la protección del espejo. Las plantas comenzaron a crecer y sujetaron el espejo por los bordes, mientras Xem corregía la posición del mismo hasta que detuvo su crecimiento y quedó fijado; Xem dijo: —Espero que esté bien orientado. –Lo lustró y, al dar la luz del sol, un rayo verde partió hacia la posición donde se reuniría con los demás rayos en él último reino de Magna Magia. Me quedé pensando si era posible ver los demás rayos de luz que emitían los espejos ya instalados, y se me ocurrió que, si la luz de mi linterna contrarrestaba la influencia de la magia del lugar, podríamos verlos. 106
Rápidamente saqué la linterna más poderosa y la apunté al cielo; al encenderla vimos el espectáculo más hermoso de mi vida: rayos que provenían de los reinos donde ya habíamos estado estaban cruzando los cielos; el rojo, el amarillo, el naranja y, por supuesto, el verde se dirigían al mismo lugar. Todos comenzaron a gritar y a saltar de alegría contagiosa por lo bien que iba nuestra misión. En un instante tuve una duda y le pregunté a Xem: —¿Las Sombras podrán sacar los espejos? Y Xem, pensativo, contestó: —Sí. Pero, al avanzar las Sombras, los reinos están colocando guardias en los espejos y es de esperar que pronto lleguen nuestros refuerzos. —¿Y quién los cuidará mientras tanto? –pregunté preocupado. —Pam y yo los cuidaremos. No te preocupes –insistió Xem. – Además pondré plantas carnívoras y llamaré a algunas bestias de la selva para ayudarme. Bajamos de la roca y nos reunimos con los demás; una mariposa Tornasol a la cual no habíamos prestado atención se paró en la cabeza de Xem; delicadamente la tomó y dijo: —El correo llegó. –Desplegó las alas y leyó: –“PARA XEM DEL REY MIMAK: PUDIMOS, GRACIAS A USTEDES QUE INFORMARON SOBRE EL CAMPAMENTO, DESTRUIRLO; YA VAN TROPAS EN CAMINO; RESISTAN. REY MIMAK”. —Como te había dicho, ya nos mandaran las tropas –dijo Xem. —Entonces es hora de seguir nuestro camino –dije, mirando a los demás. —Pam, acompaña a los jóvenes hasta la frontera, mientras me quedo a cuidar –ordenó Xem. Nos despedimos del mago y bajamos con los Horicanes por la selva; al cabo de unos minutos, estábamos en la niebla que distinguía la entrada al reino azul y Pam dijo: —Mi padre me contó que el reino Minas es muy frío. Antes de entrar abríguense. De mi bolsa mágica saqué ropa de abrigo para todos y nos 107
cambiamos. Al separarnos, se me ocurrió que quería dejarle un regalo a Pam y recordé lo que apreciaban los espejos; busqué en la bolsa, saqué el que había sobrado de mi bicicleta y se lo di para que me recordara. Ella me correspondió regalándome su silbato para hablar con los animales y plantas y me explicó que la forma de hacerlo era pensar cada palabra de la frase y soplar a la vez el silbato. Hicimos la prueba con un pájaro que estaba observándonos en la rama de un árbol. Pam me pidió que pensara lo siguiente: “Tú, pájaro del árbol, vuela sobre mí” y soplara el silbato. En un instante, el pájaro dejó su rama y voló sobre mí repetidas veces, hasta que le pedí que vuelva a su rama y lo hizo al instante. Los demás saludaron a Pam y comenzamos a cruzar la niebla verde azulada; mientras caminábamos, me di vuelta y vi a Pam con lágrimas en los ojos; mi corazón latió con fuerza y grité: —¡Ya nos volveremos a encontrar en el futuro! Sólo era nuevamente visible el camino de asfalto que hasta ese momento estaba cubierto por hojas; al llegar a la niebla azul intenso, bajó considerablemente la temperatura y lo primero que vimos fue una lucecita que se movía de un lugar a otro; y era de esperar que fuera nuestro nuevo contacto en el reino de Minas.
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- Capítulo VII –
El frío reino azul de Minas Al salir de la niebla, el frío era insoportable lo que nos obligaba a saltar y golpearnos con las manos para darnos calor; el camino de asfalto que comunicaba un reino con otro estaba cubierto de nieve, perdiéndose dentro de una gran cueva que estaba frente a nosotros. Miramos alrededor y el lugar estaba totalmente tapado por la nieve que tenía un tinte azul, lo que la hacía más fría; la luz que habíamos visto desde la niebla se acercaba a nosotros, hasta que se distinguió claramente que era una lámpara de minero y el que la llevaba era un hombrecito de largos cabellos y tupida barba; vestía pieles y lo que llamaba la atención eran sus botas altas; llevaba en el hombro un pico de minero y su caminar era ágil; levantó la mano y gritó: —¡Ustedes son los Cuatro Vientos! —¡Sí! –gritó Oki. —Soy Akeom, su mago guía. Vengan a la cueva antes de que se congelen –dijo el hombrecillo que se había detenido a varios metros. Todos corrimos a la cueva y, al ver de cerca, notamos que no medía más de un metro veinte. Al entrar a la cueva sentimos un calor agradable no podíamos ver el fondo de la cueva pero era de suponer que tenía salida ya que la delgada cinta de asfalto ingresaba en ella. —¿Siempre hace frío? –preguntó Susana, temblando, al mago. —Consideren que hoy es un buen día –contestó el mago, al tiempo que nos daba la mano para saludarnos. —¿Y cómo llegaremos a la colina con tanta nieve? –pregunté, mirando hacia el exterior de la cueva el espeso manto blanco azulado. —No se preocupen cruzarán por debajo de ella –dijo Akeom, sonriendo. —¿Por debajo? –preguntó Oki, mirándonos desconcertados. —Sí, por debajo. El reino de Minas es una antigua red de minas de carbón, oro y plata que, al dividirse el gran reino en los siete que están conociendo, quedó aislada en la nieve. —¿Quiere decir que el reino está en las cuevas? –preguntó Nora. —Exactamente. Cruzarán por los túneles hasta la cima de la colina. Mientras el mago Akeom hablaba, se escuchaba en el interior de la 109
mina un murmullo que aumentaba a medida que pasaban los segundos; al observar en la oscuridad del fondo se divisaban cientos de puntitos de luz que se acercaba a nosotros; Akeom, al ver nuestra preocupación, dijo: —No se preocupen, es el ejército de Minas. Sabemos que han sido atacados en los otros reinos y decidimos tomar medidas de seguridad adicionales. Ya relajados con lo dicho por el mago, esperamos la llegada del ejército; al estar casi al lado nuestro, notamos que eran cientos de enanos de no más de ochenta centímetros de altura; algunos están armados con lanzas; otros, con mazos; otros, con picos y palas y todos tenían en sus cabezas un casco con una lámpara de minero; se acercó un enano que tenía en el pecho muchas condecoraciones de oro y plata y dijo, haciendo la venia: —Gran mago Akeom, el ejército de Minas está listo para acompañarlo. —Gracias, general Miroz. Partiremos inmediatamente. El general se retiró y ordenó a los soldados que se colocaran a lo largo del camino en grupos de a cuatro. —¿Caminaremos hasta la colina? –pregunté. —No. Viajaremos un tramo en las vagonetas del Expreso Azul – contestó Akeom. El mago caminó al costado del camino y pudimos notar que había dos rieles de hierro; levantó el pico y observe que tenía en la empuñadura una fina decoración de oro y una gran piedra azul que brilló; al golpear con el pico en la tierra, salieron chispas y se escuchó que de las sombras venía a toda velocidad una fila interminable de vagonetas para minería que se detuvo justo donde estaba parado Akeom. —Les presentó nuestro orgullo, el Expreso Azul. Suban a bordo, por favor –dijo con una reverencia el mago. En el anteúltimo vagón subieron Oki, Nora y el general Miroz; y en el último, Susana, Akeom y yo mientras que en el resto de los vagones subieron de a cuatro los soldados; murmuraban cosas inentendibles o gruñían por cualquier causa. Los vagones eran viejos pero tenían asientos mullidos y estaban limpios; eran indudablemente, servían para transportar gente y no minerales; Akeom levantó el pico y nuevamente salieron chis-pas de la punta; un resplandor iluminó las paredes de la cueva que era más grande 110
que el subterráneo de la línea D de Buenos Aires, los vagones empezaron a moverse lentamente y al cabo de unos segundos habían tomado suficiente velocidad como para alcanzar nuestra meta en poco tiempo. —¿Mago Akeom cuánto tiempo tardaremos en llegar a la colina? – pregunté, mientras observaba cómo pasábamos hongos luminiscentes que actuaban de luces repartidos por las paredes del largo y profundo túnel. —Unas seis horas. Pero haremos una parada para que vean al rey Zabak.Quiere conocer a los Cuatro Vientos. —¡No hemos hecho nada extraordinario como para que quiera conocernos! –dijo Susana sujetándose con fuerza al tomar el Expreso Azul una curva cerrada. —Ya verán lo que pueden hacer. A partir de este reino, ya tienen suficiente magia en sus cuerpos para aprender algunos trucos que les serán útiles. —¿Y cuándo nos enseñarán los trucos? –pregunté entusiasmado. —Cuándo hagamos la parada para ver al rey –contestó Akeom. Al pasar completamente la curva, sonó un timbre en la vagoneta y el mago levantó algo parecido a un teléfono; al escuchar por él, rápidamente levantó el pico y ordenó parar la marcha del Expreso; todos los pasajeros tuvimos que sujetarnos con fuerza, pues la orden fue cumplida inmediatamente. —¿Qué pasa? –pregunté preocupado. —¡El vigía del primer vagón me informa que adelante nuestro se ha producido un derrumbe! –gritó nervioso el mago. – Hace un rato estaba bien; veamos. Nos bajamos del Expreso y empezamos a caminar por el túnel cruzando cientos de metros de vagonetas con soldados y finalmente vimos que faltaban unos cien metros para colisionar con una pared de tierra y piedra. El mago se acercó al derrumbe y sacó de su bolsa un objeto parecido a un pequeño telescopio, lo extendió y lo apoyó sobre la pared de piedra; miró a través del extraño objeto y dijo enojado: —¡Diablos! El derrumbe tiene unos veinte metros de espesor. —¿Y cómo sabe que tiene tanto espesor? –pregunté desconcertado. —Mira tú mismo por el Espesoscopio –dijo Akeom, dándome el extraño instrumento. Era como si uno viera por una radiografía de huesos; unos números indicaban el espesor de la pared; Oki me pidió, desesperado de curiosidad, 111
ver por él y al hacerlo exclamó lo maravilloso del artefacto. —¡General Miroz! Ordene al pelotón de excavadores que empiecen a abrir el túnel –dijo nervioso Akeom. —¡Entendido, gran mago! –El general sopló un silbato y cientos de enanos con picos y palas se abalanzaron a excavar con mucha rapidez la pared de tierra y piedra. El mago nos invitó a que esperáramos retirados unos cien metros del foco de trabajo; tomó su pico y, golpeando despacio la tierra, hizo un orificio por el que salían chispas; en unos segundos salió por él un mantel y un candelabro con velas encendidas, varios platos con comida y jarras de bebidas; golpeó nuevamente su pico cinco veces alrededor del mantel y aparecieron de los orificios cinco enormes almohadones en los que nos sentamos. —Su magia es extraña –dijo Oki, dirigiéndose a Akeom. —¿Por? –preguntó el mago. —En vez de emplear una varita mágica, emplea un pico mágico – agregó Oki. —Cada mago crea un elemento que sirve para canalizar su magia. Yo crecí en las minas y siempre empleé picos. Si vieras a mi tía Lilim, te asombrarías: emplea una cuchara para canalizar su magia. Toda su vida se la pasó comiendo –dijo Akeom dando carcajadas que resonaban en la cueva. Todos estábamos de buen humor a pesar del percance del derrumbe, y el mago minero era gracioso, lo que nos sirvió para descansar un poco; la comida resultó buena aunque la mayoría era preparada con hongos y la bebida era agua muy fría, pero la mejor que había tomado en mi vida. —Ya que estamos ociosos, veremos cuánta magia acumularon –dijo Akeom. Nos miramos desconcertados y Nora preguntó ansiosa: —¿Y cómo lo podemos demostrar? —¿Tú eres Nora? –Nora asintió con su cabeza y Akeom apuntando con su pico a la cabeza de Nora, observó la piedra azul de la empuñadura que brillaba parpadeando y continuó diciendo: —Tienes ardor interior: te corresponde el fuego. Nora lo miró extrañada e impaciente, y nosotros nos dimos cuenta de que Pam, al curarla del miedo, había incorporado el entusiasmo en ella. —Mira las velas del candelabro –insistió Akeom. –Concéntrate en 112
el fuego. Nora miró como hipnotizada las llamitas de las velas y comenzaron a oscilar. —Levanta las manos y ordena al fuego que crezca –dijo con voz pausada Akeom. Nora levantó las manos y ordenó: —¡Fuego, crece! –y las llamas crecieron hasta tener casi un metro de altura, obligándonos a todos echarnos hacia atrás. —¡Ordénales que vuelvan a su tamaño original! –gritó Akeom. Nora ordenó a las llamas que se achicaran y el mago continuó diciendo: —No está mal, para alguien que no hace magia comúnmente. Con un poco de práctica, lo harás mucho mejor. —¿Más que esto? –dije desorientado. —Cuando necesiten sus magias, tendrán que ser más fuertes que esto –respondió el mago, al tiempo que dirigía su pico a mi cabeza y miraba la piedra azul. —Tú eres increíblemente curioso: te corresponde la tierra. Mira esa piedra –señaló una piedra de cincuenta centímetros. – Levanta las manos y ordénale que se parta en cuatro. Dudando de poderlo hacer, levanté mis manos y dije: ¡Piedra, te ordeno que te dividas en cuatro partes iguales –pero no pasó nada, hasta que Akeom dijo: —Convéncete de que puedes y grítalo con fuerza. Me concentré con todas mis fuerzas y grité: —¡Piedra, te ordeno que te dividas en cuatro partes iguales. La piedra se movió y se quebró en dos partes con una ligera explosión que arrojó polvo y partículas al aire; grité nuevamente: — ¡Ordené en cuatro! –y las dos partes se quebraron quedando cuatro partes iguales. —No está del todo mal; tendrás que practicar de todas las formas que se te ocurran –dijo el mago, mientras se alisaba la barba con la mano. —¿Qué quiere decir? –pregunté intrigado. —Controlar la tierra es la más difícil de las magias; con ella podrás modelar cosas a tu antojo y mover toneladas de rocas. Mira la tierra húmeda y ordénale que se haga un jarrón. Miré la tierra, levanté las manos y concentrándome en la forma de 113
un jarrón, ordené a viva voz: —¡Tierra, te ordeno que te transformes en un jarrón! –La tierra se empezó a arremolinar y a elevarse; girando rápidamente se fue formando un jarrón de unos ochenta centímetros de alto un poco torcido, pero era lo solicitado. —¡Bien! ¡Bien! –exclamó el mago algo satisfecho. Apuntó su pico a la cabeza de Susana y dijo: —Tú eres muy sentimental, te corresponde el control del agua. Mira la jarra con agua que se encuentra sobre el mantel. Ordénale que se transforme en una nube. Susana colocó su mano sobre la jarra de agua y gritó: —¡Agua! ¡Te ordeno que seas vapor! El agua de la jarra empezó a hervir y salieron grandes chorros de vapor que nos obligo a pararnos y alejarnos un poco; el vapor subió velozmente y en el techo de la cueva se formó una gran nube que aumentaba segundo a segundo. —¡Bien! Ordénale que caiga como lluvia –gritó Akeom. —¡Nube, te ordeno que bajes como agua! ¡Ya! –ordenó Susana, feliz por su logro. La nube se comprimió un poco y comenzó a caer en gotitas hasta que desapareció por completo. —¡Bien! ¡Bien! Ahora necesitamos secarnos un poco. –Akeom colocó el pico sobre Oki y dijo: —Tú eres él más inteligente: controlarás el aire. Oki lo miró fascinado de tener un don tan especial y, sin que Akeom se lo pidiera, levantó sus brazos y dijo: —¡Ordeno al aire que se transforme en una brisa! ¡Ahora! El aire empezó a girar alrededor de nosotros con velocidad y Oki decía: —¡Más!... ¡Más! –hasta que era muy fuerte y no podíamos mantenernos en pie; Oki ordenó: —¡Aire, te ordenó que pares! –y el aire se calmó totalmente. Todos no miramos sorprendidos y nos tocamos la ropa para saber si estaba seca; Akeom dijo risueñamente: —Te felicito, nos secaste la ropa... Sus poderes son buenos, pero tendrán que estar unidos para incrementarlos. Ustedes son como un solo mago; juntos son más poderosos! —¿Y cómo incrementaremos nuestros poderes? –preguntó Oki. —Colóquense en su correspondiente ubicación de la rosa de los vientos. Nora, al norte. Esteban al este –y sin que digiera más todos 114
ocupamos nuestros puestos y Akeom me pidió: —Saca las piedras que mandamos a la tierra. Busqué las piedras en mi bolsa mágica y las coloqué en el suelo. Akeom indicó: —Digan su juramento. Los cuatro pusimos nuestras manos una sobre otra y gritamos: — ¡TODOS PARA UNO Y ...! En ese momento una sucesión de explosiones en las paredes producía agujeros y de ellos salían grandes escarabajos y detrás, muchas Armaduras de las Sombras; Akeom gritó, desesperado: —¡Guarden las piedras que no caigan en las manos de las sombras! Me tiré al suelo, guardé las siete gemas nuevamente en la bolsa y rápidamente acompañe a mis amigos, que se habían puesto a salvo detrás de una roca. La respuesta del ejército de enanos no se hizo esperar: formaron filas de contención y mantenían a las Sombras en los túneles, pero no duraban mucho; los escarabajos resistían los golpes de espada y atropellaban con su carga a muchos, dejándolos indefensos a merced de las armaduras; el lugar se había transformado en pocos segundos en un verdadero caos. Akeom se paró y levantando su pico dijo: —¡Esferas de fuego ataquen a las Sombras! Y tres bolas de fuego azul intenso salieron de su pico moviéndose por toda la cueva golpeado a las Sombras haciéndolas estallar en hollín el cual caía al piso, pero a los pocos instantes se transformaban en nuevas Armaduras. Arrojábamos piedras para que no se acercaran, pero en un descuido dos Sombras cayeron sobre nosotros; Nora, muy valientemente, golpeó con una piedra la espalda de una de ellas y Oki, con su destreza en el karate, pudo deshacerse de ambas. Akeom, que estaba con el pico concentrándose en el manejo de las bolas de fuego, no se había percatado de que un escarabajo de un metro de alto marchaba a toda velocidad para atropellarlo; Susana le gritó que tuviera cuidado, pero no la escuchó a tiempo y el escarabajo lo arrolló haciendo que su cabeza pegara contra una roca y quedara inconsciente; las bolas de fuego, al no tener más control del mago, se extinguieron inmediatamente. Resguardamos a Akeom detrás de la roca que nos protegía y, 115
mientras Susana trataba de que el mago recuperara el conocimiento, tres escarabajos empujaban la piedra, tratando de aplastarnos con ella contra la pared; todos hacíamos fuerza, pero los escarabajos, que parecían tractores de jardín, avanzaban centímetro a centímetro. Se me ocurrió una idea: —Resistan, se me ocurrió una idea –Dejé de hacer fuerza y saqué el silbato que Pam me había regalado y servía para controlar animales e insectos; lo coloqué en mis labios y mientras pensaba “Escarabajos, les ordeno que atropellen a las Armaduras”, soplé y en forma instantánea los escarabajos que nos trataban de aplastar dejaron de hacerlo para dirigirse a las Sombras y atropellarlas; el impacto era tan grande que las Armaduras se transformaban en hollín. —¡Bien, Esteban, resultó! Intenta con el resto de los escarabajos – dijo emocionado Oki. Busqué con mi vista otros escarabajos y ordené que corrieran a las Armaduras pero las que se transformaban en hollín volvían a los pocos segundos al ataque si no se desparramaba el hollín a tiempo. Dije: —¿Por qué no empleamos los trucos de magia que nos enseñó Akeom? —No son tan poderosos como para emplearlos ahora –dijo Susana, mientras sostenía la cabeza de Akeom tratando de que volviera en sí. —No Importa. Oki, crea una ráfaga de fuertes vientos para que el hollín se esparza. —Sí, Esteban –respondió Oki. Alzó sus brazos y dijo con firmeza: —¡Ordeno al aire que se transforme en una ráfaga que inunde la cueva! El aire empezó a moverse rápidamente por toda la cueva desparramando el hollín; los enanos tomaron fuerza y, a golpes de espada, fueron reduciendo a las Armaduras que quedaban. Nora, al ver que ingresaban más Armaduras por los agujeros que habían hecho, decidió emplear el truco que había aprendido, levantó los brazos y gritó: —¡Ordeno que las...! –E inesperadamente se quedó muda. Yo grité: —¿Qué pasa, Nora? Dijo desconsolada: —Oki con sus ráfagas, apagó todas las llamas de las lámparas. Observé a mi alrededor y, efectivamente, no había ninguna llama para controlar; el mago le había enseñado a dominarlas, pero no a crearlas; se veía gracias a los hongos luminiscentes que había en las paredes. Pensé 116
un instante y se me ocurrió detener el ingreso de las Armaduras ordenando a los escarabajos que las empujaran de regreso y una vez cumplido esto, dejé el silbato en mi pecho y levanté los brazos: —¡Ordeno una pared de rocas! –y las rocas que estaban cerca de un agujero se movieron como si tuvieran vida propia y se montaron unas arriba de otras tapándolo. Akeom recuperó la conciencia y me ayudó con sus bolas de fuego a tapar con explosiones el resto de los agujeros, mientras Oki continuaba dispersando el hollín con las ráfagas de viento. Al terminar, nos dejamos caer al suelo por el cansancio que había ocasionado tamaño esfuerzo; habíamos descubierto que emplear magia consumía mucha energía de uno; de inmediato empezamos a escuchar resonando por toda la cueva: —¡Viva los Cuatro Vientos! ¡Viva! ¡Hip! ¡Hip! ¡Hurra! Eran los enanos que se acercaron a vitorearnos y creo, por la cara de mis amigos, que nos avergonzábamos de ello; el general Miroz me dio unas palmadas en la espalda y dijo contento: —¿No quieren ingresar al ejército? —No. No, gracias. Tenemos una misión que cumplir –dije cortésmente. —General, ¿falta mucho para terminar de despejar el túnel? – preguntó Akeom. —En algunos minutos más terminaremos, pero primero atenderemos a los heridos –contestó el general. —Bien. Bien –dijo Akeom, refregándose la cabeza con la mano, seguramente en donde se golpeó. —¿Está bien? –preguntó Oki. —No es nada –respondió Akeom dejando de frotarse. –Han empleado la magia con éxito –dijo menos dolorido. —Yo no pude crear llamas –dijo preocupada Nora. —Eso es fácil; solo tienes que decir: ¡Ordeno que aparezcan llamas! mientras diriges la mano donde quieras que aparezcan. Nora probó lo dicho por el mago y logró llamas de distintos tamaños, quedando complacida por la hazaña. —Es la primera vez que las Sombras atacan de forma tan severa – dijo pensativo Akeom. –Creo que Lotak los quiere atrapar antes de que terminen la misión. —Trataremos de que no ocurra –contestó Susana, mientras sacudía 117
de polvo su ropa. —¿Cómo es posible que tenga semejante cantidad de Armaduras? – continuó diciendo pensativo Akeom. —Quizás haya acumulado tropas en el exterior –dijo Nora. —Lo hubieran detectado los vigías que tenemos por todo el reino desde que estalló la guerra –respondió Akeom. Fuimos interrumpidos por la voz del general Miroz que decía: — Mago Akeom, el túnel fue despejado, podemos seguir nuestra marcha. —Gracias, general. Ahora iremos en las primeras vagonetas por si vuelven a atacar –contestó el mago. Todos subimos al Expreso Azul y continuamos la marcha sin tropiezos; cada tanto veíamos túneles que se bifurcaban pero no había nadie trabajando en ellos; la soledad inspiraba cierto temor. —¿Nadie trabaja en los túneles? –pregunté al mago. —Es verdad; deberíamos ver a alguien; cuando pasamos hace unas horas a buscarlos a ustedes, había gente trabajando. Esto no me gusta nada –dijo Akeom y con un movimiento de su pico en el aire aceleró la marcha; evidentemente estaba preocupado. A la hora estábamos llegando al poblado; se notaba por las pequeñas cuevas que había a lo largo del túnel, se veían luces a través de sus ventanas excavadas en la piedra y cada tanto se olía algún alimento cocinándose, pero no se veía a nadie. El túnel se había ensanchado y ante nosotros apareció una cueva de más de un kilómetro de ancho con gigantescas columnas a cada tanto que sostenían el enorme techo de piedra; se divisaba una fortaleza en un costado de sus ventanas salía fuego y humo muy oscuro que hacía difícil el respirar; a medida que nos acercábamos, se distinguían tropas de enanos peleando con las Armaduras. Las vagonetas prosiguieron igual su marcha y cruzaron por el medio del tumulto, obligando a todos a tirarse a los costados. Inmediatamente las tropas bajaron y se unieron a la feroz batalla que en apariencia estaban ganando las Sombras. El Expreso Azul continuó su marcha con el objeto de cruzar la batalla y llegar al otro extremo; cruzamos a toda velocidad atropellando cientos de escarabajos que intentaban frenar el Expreso; al llegar al otro lado, una mujer muy gorda movía rápidamente una cuchara en su mano; de ella salían rayos que pegaban en las Armaduras y las transformaban en 118
hollín; en la otra mano sostenía una pata enorme de pavo o algo parecido, le daba un mordisco cada tanto y gritaba: —¡Malditos! ¡Regresen a la oscuridad! –mordía nuevamente la pata y continuaba diciendo: —El reino de Minas no se rendirá jamás. —¡Tía Lilim! – gritó Akeom. –Paró el Expreso y se dirigió a la mujer; él, inmediatamente, con su pico se puso a lanzar bolas de fuego contra las Armaduras, mientras los que parecían civiles escapaban a toda velocidad por un puente cruzado por vías de metal; nosotros estábamos escondidos en las vagonetas y escuchábamos lo dicho por el mago y su tía. —¿Qué pasó tía? —Hace una hora las Sombras atacaron la fortaleza –contestó Lilim lanzando un mortal rayo al pecho de una Armadura. —¿Y el rey? –preguntó preocupado Akeom. —Tuvimos que obligarlo a dejar la fortaleza. El muy terco no quería dejar solos a sus soldados. Tuve que dormirlo con el Hechizo del mazo –dijo, riendo, la mujer, que al hacerlo movía su cuerpo como un flan. —¡Pobre, al despertarse le dolerá un poco la cabeza! – dijo Akeom. Una Armadura que se acercó por detrás de los magos levantó un hacha de doble hoja y en el momento de golpear a la mujer, grité desesperadamente: —¡Tía, detrás de ti! La tía se dio vuelta y el hacha cayó sobre ella, pero corto la pata de pavo dejándole un trocito en la mano; al ver que le había pasado, la tía gritó de enojo y tocó con su cuchara a la Armadura que se había quedado paralizada y esta explotó en una nube de hollín que cubrió a los dos. —¡Eso te pasa por meterte con mi comida! –dijo enojada la tía. Me miró y gritó: —¡Gracias, muchacho! —Tía, los civiles ya pasaron por el puente, tendríamos que pasar nosotros. —Tienes razón, sobrino. Los dos subieron al Expreso Azul y el mago gritó con todas sus fuerzas: —¡Tropas de Minas, han luchado valientemente, pero emprenderemos la retirada! ¡Rápido! ¡Suban al Expreso! El mago levantó el pico y lentamente nos pusimos en marcha a la espera de que todos los soldados subieran a las vagonetas; en vez de ocuparlas cuatro enanos, eran ocupadas por ocho. A medida que íbamos más rápido las Sombras querían subir, pero 119
eran repelidas; comenzamos a cruzar el puente, cientos de Armaduras y escarabajos nos seguían; nos miramos los cuatro y todos entendimos que teníamos que ayudar ya que el mago estaba ocupado conduciendo el Expreso que iba lento por la cantidad de soldados que habían subido y porque la tía Lilim no se podía mantener en pie en las vagonetas. Yo salté del vagón y me siguieron mis tres camaradas; dejamos que pasara el Expreso y quedamos en medio del puente sobre un gran río subterráneo; de la multitud de Armaduras que se aproximaban, se adelantaron dos Sombras muy altas, encapuchadas con túnicas negras que les cubrían todo el cuerpo y, al vernos, levantaron unos palos y lanzaron rayos de color negro que, al caer cerca de nuestros pies, perforaban los durmientes de madera. Nora, inmediatamente, formó una barrera de fuego que no medía más de un metro pero servía para frenar a las Armaduras, pero no a las dos con Sombras que cruzaron por el fuego y seguían acercándose. Susana levantó las manos y del río que pasaba debajo de nosotros levantó dos columnas de agua que cayó sobre las Sombras, pero se incorporaron y continuaron lanzando sus rayos. Oki ordenó al aire que formara un remolino alrededor de ellos y los detuvo, pero Oki gritó: —¡No puedo sostener más esta magia! ¡Me estoy por desmayar! – Por suerte, vi que el puente estaba apoyado sobre columnas de piedras; levanté mis manos y grité: —¡Ordeno que la columna se parta! –Señalé la columna que estaba debajo de las dos figuras y se quebró con una extraña explosión lo que causó que cayera los encapuchados al caudaloso río, desapareciendo en sus furiosas aguas. Los cuatro, satisfechos, corrimos hacia nuestros amigos que nos esperaban en la salida del puente; la multitud de enanos soldados y civiles, nos vitoreaban como héroes; hasta la tía Lilim de contenta nos abrazó y eso casi nos rompió los huesos; el mago nos miró y con un gesto de aprobación, dijo: —No cabe duda de que tienen agallas. En menos de tres horas de haber aprendido unos trucos los han empleado contra las Sombras dos veces. —¿Qué hará la población? –pregunté, preocupado, al ver familias enteras de enanos llorando por haber dejado sus casas. —Irán a una ciudad-fortaleza que estábamos construyendo y 120
organizaremos mejor nuestras defensas. El grupo de enanos que nos rodeaba de pronto se abrió y se escuchó decir: —Abran paso al rey. Abran paso al rey Zabak. Y de inmediato se aproximó un enano de no más de setenta centímetros de altura ataviado con una capa; lo curioso era que en vez de corona tenía un casco de minero con lámpara de oro y un cetro de plata con un diamante azulado como empuñadura. Dijo: —Los Cuatro Vientos realmente existen. Y han demostrado que saben pelear. Hoy salvaron muchas vidas. Inclínense los cuatro, por favor. Nos miramos y, sin decir palabra, nos inclinamos; el rey tocó mi hombro con el cetro, Akeom le indicó mi nombre y el rey dijo con fuerza: —¡Por arriesgar su vida sin conocernos, Esteban, te nombro caballero del reino de Minas! –Repitió la misma fórmula con Susana, Nora y Oki y terminó diciendo: —Les debo las medallas: quedaron en la fortaleza. Todos agradecimos el gesto, pero creíamos no merecer tal honor. El rey contó que las fuerzas de Lotak aparecieron de golpe abriendo túneles como nos había ocurrido a nosotros en ingreso a la ciudad y también le llamó la atención la cantidad de Armaduras y de escarabajos gigantes. Pregunté: —¿Quiénes eran esas dos figuras encapuchadas que trataron de matarnos? —Jamás las habíamos visto. Pero puedo asegurarte que sentí que eran magos muy poderosos –contestó Akeom. —Yo también lo sentí –agregó la tía Lilim. —¡General Miroz! –gritó el rey Zabak. El general se acercó inmediatamente y el rey ordenó: —¡Acompañe a los Cuatro Vientos a la colina con un pelotón de soldados! Nosotros iremos a instalarnos a la nueva fortaleza. El general indicó a ochenta soldados que se formaran para la partida; el rey continuó diciendo: —Lamento que no pueda ofrecerles una fiesta de bienvenida en esta oportunidad. Será en la próxima. Saludamos al rey que tomó la delantera en la marcha con su pueblo y la tía Lilim dijo, mientras comía pan de una bolsa que llevaba en la cintura: 121
—Yo acompañaré al rey. Cuídense todos y en particular, tú, sobrino. Nos dio nuevamente un asfixiante abrazo a cada uno y partió con los enanos que iban lentamente por uno de los túneles. —El Expreso Azul nos llevará a nuestro destino –dijo Akeom. Todos subimos a las vagonetas y partimos en dirección contraria a la del rey; pasamos por muchos túneles y Akeom nos contaba que eran minas de oro abandonadas o de plata que estaban a punto de agotarse y nos contaba historias de los hallazgos de los mineros, de cuán grande era la pepita de oro o que filón era mejor. Seguimos durante tres horas, hasta que, al pasar por la entrada de una mina de carbón abandonada, Akeom se detuvo y pidió que no hagamos ruido; se bajó y asomó la cabeza por la entrada y nos explicó que vio luces que se movían dentro y que no podía ser porque estaba abandonada desde hacía mucho y los mineros se fueron con el rey. Akeom y nosotros entramos primero y detrás los enanos, armados con sus espadas y lanzas; nos detuvimos un momento y efectivamente se veían luces que iban de un lugar a otro; nos seguimos acercando y vimos algo que nos dio escalofríos y nos dejó sin habla. Eran Armaduras que cargaban baldes de carbón y los dejaban caer formando montañas de unos sesenta centímetros de altura; una Sombra encapuchada igual a la que nos había atacado en el puente, pasaba sus manos por encima y pronunciaba algo raro que hacía que el hollín se moviera y de a poco tomara forma de una nueva Armadura: se incorporaba de inmediato y se colocaba en una larga fila, como a la espera de órdenes; otro encapuchado hacía escarabajos y otras alimañas con el mismo procedimiento. Akeom me habló en el oído: —Las malditas emplean nuestro carbón para fabricar más Armaduras. Por eso eran tantas las que nos atacaron. Le contesté: —Tendremos que destruirlas antes de que reconstruyan su ejército. En voz baja conté lo visto a los demás y todos estuvieron de acuerdo en tratar de atacarlas aprovechando que estaban distraídas. Los enanos de nuestro ejército traían en su equipo tres barriles de pólvora que pensábamos emplear para derrumbar la cueva ya que su gran tamaño hacia impensable el empleo de magia para destruirla; los enanos 122
prepararon mechas lo más cortas posibles para detonar los barriles, quedando dos enanos a cargo de cada barril. Pero el problema es que había que colocar los barriles en forma de triángulo dentro de la cueva. Deliberamos unos minutos, decidimos atacar en dos formaciones, y en el fragor de la lucha esconder los barriles para que las Sombras no impidieran la detonación. Oki, Nora y cuarenta enanos atacaron a la derecha; Susana, el resto de los soldados y yo, la izquierda y Akeom quedó en la entrada que estaba despejada con dos enanos y el barril de pólvora. La sorpresa fue mayúscula ya que las Sombras que se encontraban en fila no atacaban; se movían, pero no reaccionaban, necesitaban un tiempo de maduración, pero las Armaduras de guardia sí lo hicieron y eran feroces: tenía que emplear tres enanos por cada Armadura. Usamos muy pocas veces nuestra magia ya que detectamos que por un rato nuestras fuerzas disminuían considerablemente. Oki distrajo al enemigo y se enfrentó a dos sombras con golpes de karate; Nora retuvo por unos instantes a la Sombra Encapuchada que lanzaba increíbles rayos negros y la seguía con pasos lentos pero constantes hasta arrinconarla en un extremo de la cueva tratando de tocarla con sus manos negras, pero la agilidad de Nora era sorprendente y se le escabullía constantemente; intentó en vano cercarla con un anillo de fuego, pero al cabo de unos segundos el Encapuchado cruzaba la barrera sin quemarse. Los enanos aprovecharon la confusión, colocaron el barril detrás de una piedra y se unieron para defender a Nora, pero la Sombra Encapuchada le dio a uno con su rayo negro de lleno en el pecho y el enano cayó varios metros hacia atrás saliéndole del pecho humo negro; al acercarse Nora al pobre desdichado pensando que había muerto éste se levantó con ojos totalmente negros y comenzó a atacarnos con su espada; comprendimos que la función de los rayos que emitían no era para destruirnos sino para apoderarse de nuestra voluntad y emplearnos contra nuestros amigos. Mi grupo tuvo más suerte que el de Oki y Nora ya que abrí en la tierra un hoyo de tres metros de profundidad con mi magia y Susana, aprovechando una filtración de agua que caía del techo de la caverna, lanzaba el chorro con fuerza a la cara de la Sombra Encapuchada, 123
obligándola a caminar para atrás; sin ver cayó en el hoyo que yo había hecho, quedando atrapada. Los enanos colocaron el barril y nos volvimos a la entrada donde Akeom también había colocado el suyo; tuvimos algunos heridos, pero los sacamos antes de abandonar la cueva, con excepción de tres enanos tocados por los rayos que se habían transformado al mal. Mientras Akeom mantenía a raya a las Sombras con las poderosas bolas de fuego azul, Nora levantó sus manos y ordenó a las mechas de los barriles que se encendieran; comenzaron a largar el humo que indica que la detonación estaba próxima. Todos corrimos por el túnel hasta la salida donde estaba el Expreso Azul y yo, al ver que las Armaduras y uno de los encapuchados se acercaban, levanté mis manos y ordené al techo de la cueva que se desplome tapando la salida; rápidamente subimos a las vagonetas escondiéndonos en ellas hasta que se escucharon tres violentas explosiones: emitiendo gran cantidad de polvo y piedra. Al terminar de disiparse el polvo nos incorporamos con torpeza pues estábamos medio sordos por las explosiones y llenos de hollín mezclado con polvo; inspeccionamos la salida del túnel que estaba totalmente desmoronado y Akeom dijo: —Creo que con esto han sido destruidos. —Tuvimos suerte de haber encontrado el lugar donde fabricaban a las Armaduras –dijo contenta Nora. —Tengo que mandar urgente un mensaje al rey para que inspeccionen las demás minas de carbón –dijo preocupado Akeom. —¿Son muchas las minas? –preguntó Susana, mientras se arreglaba el pelo. —Son treinta y cinco –contestó Akeom y continuó: —Lástima no tener una mariposa Tornasol para mandar un mensaje al rey. Busqué en mi bolsa mágica la jaula de mariposas, le entregue una e inmediatamente escribió en sus alas. —“PARA EL REY SAVAK DEL MAGO AKEOM –EN LAS MINAS DE CARBÓN FABRICAN ARMADURAS, INSPECCIONARLAS CON SOLDADOS– CUIDADO, LOS RAYOS DE LOS ENCAPUCHADOS TRANSFORMAN A LOS NUESTROS EN UNO DE ELLOS – CONTINUAMOS LA MARCHA.” 124
Lanzó la mariposa al aire y esta se dirigió volando por el túnel en dirección contraria a la nuestra en busca del rey, perdiéndose de vista inmediatamente. Los enanos atendieron a los heridos que eran muchos y despejaron el túnel de las piedras que habían caído sobre los rieles; nosotros ayudamos a parar las cuatro vagonetas que se voltearon por la explosión y, una vez terminado, subimos nuevamente al Expreso Azul y continuamos por los túneles, sin inconvenientes; solamente teníamos sueño y estábamos muy sucios, lo que molestaba en especial a las chicas que querían darse un baño reparador. Al llegar al final del túnel, tuvimos que ser despertados para bajar de las vagonetas y Akeom dijo: —¡Bien! Desde aquí tendremos que seguir a pie por el túnel que nos lleva a la cima de la colina exterior; está a unos doscientos metros en subida. Unos enanos que portaban rollos de cuerda subieron primero y la iban fijando en la pared lo que facilitaba subir por un plano un tanto empinado; el túnel era muy estrecho siendo en algunos tramos no mayor de dos metros; en un momento, cuando pasé por un grupo de hongos luminiscentes, un extraño brillo me llamó la atención debajo de ellos; al acercarme mi asombro fue grande: por primera vez veía una inmensa pepita de oro que brillaba bajo la luz de los hongos. Con un poco de esfuerzo la saqué, soplé con fuerza para sacar el resto de tierra y polvo, la guardé en mi bolsa mágica, era un espléndido recuerdo de tan extraño lugar. A la salida del túnel el frío era intenso y la nieve tapaba toda la colina con un manto blanco azulado que se iba poblando con los enanos que salían de a uno del túnel y se colocaban ordenadamente en filas a la espera de marchar a lo más alto de la colina. Akeom buscó con la vista la mejor ubicación para colocar el espejo y una vez encontrada, nos dirigimos marchando con dificultad en la nieve; el frió se hacía sentir, pues nuestra indumentaria no era la más apropiada para el sitio. Al llegar a la ubicación, Akeom miraba el cielo del que caían copos de nieve; parecía algo desorientado y decía: —Perdonen la torpeza de este mago. Paso tanto tiempo en las 125
cuevas que casi no veo el cielo y me cuesta ubicarme para colocar el espejo en la posición correcta. —Yo puedo ubicarlo, Akeom –dije tratando de calmar al mago confundido. Busqué en mi bolsa mágica una de las linternas y la encendí apuntando al cielo; se veían los rayos de colores de los demás espejos y Akeom al unísono con los enanos exclamaron. —¡Oh...! –y toda la montaña explotó en aplausos y risas de emoción: jamás habían visto un color diferente al azul. —Akeom, ahora puedes ubicarte mejor –dijo Nora, mientras se refregaba las manos congeladas. Akeom ordenó a algunos enanos que tenían picos que limpiaran de nieve una gran piedra y yo aproveché para sacar uno de los espejos; al verse reflejados por primera vez Akeom y los enanos, sonrieron. Los enanos midieron el espejo y con sus picos tallaron rápidamente un marco donde colocarlo; Akeom lo ajustó y yo comprobé si el rayo azul que salía del espejo era paralelo al resto de los que cruzaban el reino; al comprobar que todo estaba bien bajé con la linterna hacia el resto de los enanos y pedí que formaran un anillo; me coloqué en el centro y la encendí; alumbré uno a uno los presentes para que vieran por primera vez su ropa y sus caras con el color real. Las risas y comentarios de los enanos mostraban lo felices que estaban, confirmándomelo Akeom: —Gracias. Gracias por hacernos ver a mi gente y a mí, la realidad que nos había sido negada por tantos años. –Al terminar de decirlo Akeom lloraba, lo que nos dejó a los cuatro conmovidos. Los enanos armaron carpas para asegurar una guardia permanente al espejo ya que los acontecimientos vividos hacían necesaria la protección de los espejos de todos los reinos. Akeom y un grupo pequeño de soldados nos acompañaron a bajar la colina para encontrarnos como era de esperar con la niebla azul que se mezclaba con el índigo; al llegar, Akeom dijo: —Ya es hora de marcharse. Espero que tengan éxito en los dos reinos que les faltan: es más difícil que cuando empezaron. Saludamos y comenzamos a entrar a la niebla; al estar ya en ella se escucharon palabras de Akeom: —Recuerden practicar sus poderes juntos. 126
Seguramente en momento no muy lejano los Ăbamos a necesitar y era mejor estar preparados.
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- Capítulo VIII –
La alegría de Pacífica Al cruzar la niebla escuchamos música melodiosa producida por instrumentos de viento; al acercarnos, se distinguían muchas siluetas de personas que nos esperaban. El frío desaparecía gradualmente y la temperatura se hacía más agradable; noté que la cinta de asfalto que cruzaba los reinos estaba bajo nuestros pies nuevamente, con lo que el andar se hacía más confortable. Al salir de la niebla, la sorpresa fue muy grande: nos esperaban cientos de personas que parecían provenir de un circo; había gente que hacía malabares, otras tocaban instrumentos musicales y algunos recitaban poemas bajo un árbol. De entre toda esa gente salió un muchacho con camisa de grandes mangas, pantalones oscuros ajustados y botas altas; al estar frente a nosotros me di cuenta de que era un mago: llevaba en su mejilla un lunar con forma de M; se acercó con una sonrisa y el resto de la multitud se agolpó alrededor de nosotros; dijo: —Bienvenidos al reino de Pacífica; soy Pom Pom. Los cuatro nos presentamos y al hacerlo, un hombre trayendo un pergamino se abrió paso entre la multitud y comenzó a recitar: —DEL SALIENTE AL PONIENTE LOS CUATRO VIENTOS ESTÁN PRESENTES. FUEGO, AIRE, TIERRA Y AGUA DARÁN LUCHA SIN TREGUA. AL FINALIZAR LA JORNADA LA VIDA DE LOTAK ESTARÁ TERMINADA. —Gracias. Gracias, poeta. Luego continuarás contándoles tus poemas a nuestros héroes –dijo Pom Pom, guiñándonos un ojo. –Vengan, por favor, a nuestro campamento que se encuentra a unos metros. Comprendimos que nos quería sacar de entre la gente para hablar tranquilos. Caminamos unos metros por la senda de asfalto y a un costado, entre algunos árboles, había cientos de carros de formas y tamaños diferentes con familias enteras sentadas alrededor de una fogata cocinando y comiendo muy tranquilamente mientras los niños jugaban sin 128
preocupación. Llegamos a un carro de madera con una gran M grabada en uno de sus costados, tirado por cuatro enormes animales parecidos a los hurones que dormían plácidamente; nuestra presencia no los alteraba; únicamente uno, al pasar muy cerca, abrió uno de sus ojos y lo volvió a cerrar para seguir con su descanso; nos sentamos en unos bancos al costado del fuego. Pom Pom dijo: —Les pido que tengan paciencia con la gente; pues en este reino no pasan grandes cosas y ustedes son una novedad. —No te preocupes, estamos acostumbrados a que nos vean en forma especial –respondió Susana. —Este reino se ve muy tranquilo –dijo Nora, mientras miraba lo pacífico del lugar. —Sí. Todos los habitantes somos artistas: escritores, acto-res, músicos y un sinnúmero de malabaristas y magos –contestó Pom Pom trayendo una bandeja con tazas y colocándola en su falda para servir té. —¿Eres mago? –pregunté. —Sí, soy mago real –contestó Pom Pom. —¿Real? —Quiere decir que no hago trucos en mis actos de magia ¿Toman té de las Montañas? –preguntó amablemente. Dijimos que sí. Era realmente reconfortante y agradable. —¿Dónde se encuentra el ejército? –preguntó Oki. —¡Pacífica no tiene ejército! –contestó. —¿Y cómo se protegen de las Sombras? –pregunté confundido. —Huyendo por las montañas –respondió entristecido Pom Pom. – Mi gente es artista y no sabe nada de pelear en guerras. —¿Tienen rey que dirija este éxodo? –pregunté más confundido. —No. Fue atrapado por las Sombras hace tres días en el primer ataque que efectuaron al castillo y yo quedé a cargo de esta gente. —¿Y quién nos llevará hasta la colina más alta? –continué indagando, a pesar de imaginarme la respuesta. —Nosotros. Trataremos de que cumplan sin dificultades su importante misión. —¿Es posible bañarnos? Estamos desde hace días sin hacerlo – preguntó Susana, esperanzada. —Mi carro tiene bañera. 129
El mago se levantó y pidió a los hombres que levantaban pesas en un árbol transformado en un improvisado gimnasio, que llenaran la bañera de su carro con agua que sacaban del arroyo cercano. Al cabo de unos minutos, Susana pudo darse un baño; al salir estaba espléndida, con una sonrisa de placer; continuamos el baño Nora, Oki y yo; al terminar quedamos cansados y con hambre. Susana preparó unas latas que todavía teníamos en nuestras mochilas de carne de cerdo con porotos que comimos con avidez, mientras dos malabaristas hacían piruetas con pelotas y un juglar cantaba canciones contando historias del lugar para divertirnos. Después charlamos con Pom Pom sobre detalles de la vida en Pacífica, y nos acostamos en el carro del mago, acordando que a la primera luz de la mañana saldríamos a la colina que se encontraba próxima a cuatro horas de viaje A la mañana siguiente desayunamos té con pan recién horneado que una amable anciana nos trajo de regalo; al terminar, Pom Pom alimentó a los Palingos que era como llamaban a los gigantescos hurones que jalaban del carro y subimos al mismo, sentándonos Susana y yo junto al mago mientras Nora y Oki se ubicaron detrás de nosotros, asomando sus cabezas por una amplia abertura. Pom Pom levantó las riendas y con un ligero golpe los Palingos comenzaron lentamente a moverse colocando el carro sobre la delgada cinta de asfalto a la espera de que los otros carros se alinearán detrás. Los cientos de carros se colocaron uno detrás del otro y, una vez que los habitantes de Pacífica ocuparon sus lugares, Pom Pom se paró levantando las riendas y dijo: —¡Rapsodia, Oda, Melodía y Prosa, corran como el trueno! –y los Palingos comenzaron a correr curvando sus cuerpos como olas en el mar a toda velocidad, obligándonos a sujetarnos con firmeza, pues eran mucho más veloces que los caballos que montaba en el campo de mi tía. Los carros que nos seguían también eran tirados por Palingos y toda la caravana iba a una increíble velocidad pasando por bosques y llanuras; al mirar hacia atrás vi con asombro, que de uno de los carros estaba atado con una gruesa cuerda un enorme pájaro negro a unas decenas de metros de altura; sobre él iba un enano que lo montaba como si fuera un caballo; impresionado le pregunté a Pom Pom qué era. —¡Es Titun, nuestro vigía! Controla que el camino esté despejado y 130
que no haya Sombras a nuestro alrededor. En un momento rodeamos un lago y quedé impresionado por lo variado de la flora y fauna del lugar; a pesar de que siempre el índigo dominaba, se veían pájaros de muchas formas semejantes a los de la tierra y flores que no eran tan parecidas a las que conocía. Cada tanto Pom Pom miraba hacia atrás, asegurándose de que todo marchara bien; daba impresión de que el mago no tuviera más de veinte años, pero era muy responsable del trabajo de guiar a su gente, por lo que pregunté: —Pom Pom, ¿al terminar de ayudarnos a colocar el espejo, adónde irá tu gente? —Nos quedaremos a cuidar el espejo –respondió casi sin alejar la vista del camino. —Pero eso es peligroso para gente que no sabe nada de pelear –dijo Susana. —Por eso es importante el éxito de su misión: si no pueden unificar los reinos, estamos perdidos –contestó mirando muy fijamente a los ojos de Susana. Susana y yo nos quedamos callados entendiendo que tenía razón. Al cabo de dos horas de viaje paramos a beber agua que corría por un angosto río; era tan clara que permitía ver los peces que huían ante nuestra presencia. Incluso el gran pájaro que llevaba a Titun bajó de los cielos un instante para refrescarse en el río; estuvimos unos diez minutos descansando y disfrutando del sol, hasta que Pom Pom ordenó que partiéramos; inmediatamente Titun tomó su posición en el aire y el resto de la gente subió a los carros, cuando de repente todo el mundo empezó a estornudar con mucha fuerza los Palingos también se revolcaban levantando una nube de polvo, hasta que hubo un gran estornudo final que me hizo doler la nariz. Estábamos desconcertados y, al mirarnos unos a otros, vimos con horror que teníamos manchas negras por todo el cuerpo, no mayores que tres o cuatro milímetros; miré mis brazos y había algunas distribuidas por las manos y el antebrazo; las toqué con la punta de la uña y no noté dolor lo que significaba que era muy grave. Vi las caras de mis amigos y estaban igual es que la mía, llena de manchas negras; Pom Pom se revisó las suyas y también llegó a la conclusión de que algo malo pasaba. 131
—¿Qué nos pasa? –preguntó Susana muy nerviosa. —Parece que enfermamos todos al mismo tiempo. Es muy raro – respondió Pom Pom. —No habrá sido el agua que tomamos del río –trataba de deducir Oki. —Es probable. Vayamos a ver –dijo el mago. Fuimos al río y nos arrodillamos para ver mejor el agua: no se observaba nada especial, hasta que un malabarista que estaba a unos metros de nosotros dijo: —¡Vean! ¡Vean! Y señaló unas vetas negras. Nos pusimos a observar atentamente y era verdad: nubes de color negro intenso corrían junto al agua; Pom Pom sugirió: —Sigámoslas contra la corriente para ver en donde se originan. Todos corríamos subiendo el río siguiendo las vetas negras, hasta que a unos trescientos metros de donde bebimos el agua encontramos, colgada de la rama de un árbol, una bolsa negra semi sumergida: de ella se desprendían las manchas negras. Un equilibrista se subió al árbol y con cuidado desató la cuerda, tiró el extremo a los hombres forzudos y comenzaron a jalar con mucha fuerza, hasta que la subieron a la orilla del río. Pom Pom le clavó un cuchillo efectuando un corte del salieron cabezas de lagartos negros, varias arañas semejantes a la que había aparecido en mi cuarto, garras que se parecían a los animales voladores que atacaron al Rayo Amarillo y muchísimos atados de plantas negras, en especial tréboles de cinco hojas; todo despedía un olor nauseabundo que obligaba a taparnos la nariz. Pom Pom dijo consternado: —Fueron las Sombras. Las malditas contaminaron el agua y nos envenenaron. Empezamos a estornudar; al cabo de unos segundos, los estornudos eran tan violentos que los pájaros cercanos huían; el último estornudo fue tan fuerte que nos dejó doliendo la cabeza. Al terminar, nos mirarnos unos a otros: las manchas habían aumentado al doble de su cantidad lo que ocasionó el pánico. Pom Pom ordenó que se destruyera la bolsa y su nefasto contenido; Nora levantó los brazos ordenando con firmeza que se produzcan llamas sobre la bolsa y con una segunda orden, que se consumiera todo cuando terminó de consumirse Oki hizo que un remolino de aire desparramara la 132
ceniza por el bosque. —Si esto sigue así, en pocas horas estaremos muertos –dijo preocupado Pom Pom. —¿Y si consultamos al mago Xem que es especialista en plantas curativas? –pregunté. —Excelente idea –respondió Pom Pom. El mago se sentó en el suelo y pidió que lo acompañáramos en silencio; sacó, de entre sus enormes mangas, una piedra índigo que brillaba ante los rayos del sol; la colocó frente a sí en la hierba y convocó a su amigo Xem. —¡Xem! ¡Gran mago de Floras! ¡Quiero consultarlo! –La piedra comenzó a brillar más fuerte, una nubecita clara se elevó quedando suspendida a unos centímetros de la gema y la cara de Xem se materializo como una holografía, diciendo: —Amigo Pom Pom: Un gusto hablar nuevamente contigo. ¿En qué puedo ayudarte? —Las Sombras envenenaron el agua de los ríos y al beberla estornudamos con fuerza; al finalizar cada serie de estornudos, aparecen manchas negras en todo el cuerpo! —¡Aquí también efectuaron esa maldad! Si no se curan en diez horas, morirán todos. —¿Encontró la cura? –preguntó nervioso Pom Pom. —Si, preparan una poción con tréboles de siete hojas y musgos de selva, es posible que se curen. —¿Esos elementos los tenemos aquí? –preguntó Pom Pom. —Los tréboles de siete hojas abundan al borde de los ríos. Pero el musgo de la selva es de mi reino y hay que emplearlo fresco en la poción. —Estamos condenados a morir. No podemos cruzar nada vivo de un reino a otro sin que desaparezca en las neblinas de las fronteras –dijo Pom Pom dejando caer sus brazos ante el trágico destino. —Creo que tengo la solución –dijo Oki, llamando la atención de Xem que se dio vuelta para verlo. —¡Hola, Cuatro Vientos, lograron llegar a Pacífica! ¿Qué solución propones, Oki? —Si le mandamos una de nuestras linternas con varias mariposas Tornasol podría mandarnos el musgo –dijo Oki, mirando fijamente la imagen de Xem. 133
—No entiendo cómo –respondió. —Es sencillo: a la vuelta, un grupo de mariposas traerán el musgo, mientras otras que irán delante alumbraran con la linterna protegiéndolas de no ser afectadas por la luz azul de Minas y la luz de Pacífica. —¡Es como un escudo!–contestó entusiasmado Xem. – Manden las linternas que yo buscaré el musgo. —Ya mismo las mandaremos –contestó ávidamente Pom Pom, que recuperó el ánimo. —Para preparar la poción junten cien tréboles de siete hojas y colóquenlos en un caldero con suficiente agua para que todos puedan tomar un sorbo; déjenlo hervir lo más que puedan y, cuando les envíe el musgo, mézclenlo con el preparado y déjenlo enfriar –dijo Xem. –Voy a buscar el musgo. ¡Suerte! –y la imagen del mago desapareció de la gema. —Una pregunta –dijo Pom Pom, dirigiéndose a Oki. — ¿Cuál? –respondió Oki. —¿Qué es una linterna? Los cuatro nos echamos a reír y yo saqué de mi bolsillo el estuche de cuero del cortaplumas; busqué la linternita que estaba a un costado, la encendí y todos quedaron sorprendidos de ver los verdaderos colores al alumbrar nuestras caras y ropa hasta que una nueva explosión de estornudos nos hizo recordar lo delicado de la situación. Saqué la jaula de las mariposas Tornasol de mi bolso mágico y unas mujeres del campamento nos trajeron un cofre de madera con hilos para coser ropa lo suficientemente delgados y fuertes como para armar con ellos el arnés para cinco mariposas. Tomamos una mariposa y escribimos el ala: “PARA EL MAGO XEM DEL REINO DE FLORAS –PREGUNTÉ A PAM CÓMO ENCENDER LA LINTERNA –LOS CUATRO VIENTOS”; fuimos sujetando las mariposas a la linternita. Las pusimos a volar y no hubo inconvenientes las cinco levantaban su carga y en segundos ya no se las veía en el horizonte. Pom Pom pidió a una mujer que llenara con agua un caldero de hierro y lo tuviera preparado para cuando encontráramos los tréboles; nos dividimos en no menos de veinte grupos y fuimos al río; nosotros continuamos con varios malabaristas y forzudos; caminamos quinientos metros cuando nuevamente un ataque de estornudos nos obligó a parar y, al terminar, me di cuenta de que mi dedo meñique de la mano izquierda casi estaba completamente negro y no lo podía mover ni sentir. 134
Los demás estaban igual. Pom Pom tenía una oreja casi en su totalidad negra y Susana, la punta de la nariz, lo que originó que nos pusiéramos a buscar entre la hierba con mayor detenimiento las plantas que podrían salvarnos la vida. Pasó más de media hora y no habíamos encontrado nada más que tréboles de tres, cuatro y cinco hojas, pero ninguno de siete; parecía una tarea imposible; Susana estaba con ganas de llorar; al verla así, la abracé para calmarla, diciéndole: —No te desanimes. Tenés que luchar. Tenemos que seguir buscan... ¡YA SÉ! –grité, haciendo que todos me miraran –¡Cómo no se me ocurrío antes! Tomé mi bolsa mágica y de ella saqué delicadamente el buscador de objetos; lo sostuve y pensé: “QUIERO ENCONTRAR UN TRÉBOL DE SIETE HOJAS PERDIDO EN LA HIERBA”; la aguja del instrumento dio dos giros completos y se detuvo, caminamos veinte metros en dirección a lo indicado, la aguja apuntó al suelo y nos agachamos buscando entre otros tréboles; encontramos un gran trébol de siete hojas; la alegría se apoderó del grupo, pero otro ataque de estornudos cortó nuestro festejo. Continuamos recolectando tréboles y en una hora ya teníamos más de cincuenta; si no tuviéramos el buscador, hubiéramos tardado días, ya que de un trébol a otro podía haber hasta una distancia mayor que treinta metros. Me acerqué al agua, por casualidad, y grité: —¡Mira, Pom Pom, tiene nuevas vetas negras! Todos se acercaron y se quedaron mirando las peligrosas vetas. Pom Pom comentó, con expresión pensativa: —Esto quiere decir que las Sombras están colocando bolsas con el veneno delante de nosotros. —¡Tenemos que acabarlas! –gritó enojada Nora. —Están envenenando todo el bosque y matarán muchos animales, si no los detenemos! –dijo Pom Pom. Tomé el buscador y pregunté: “DÓNDE ESTA LA BOLSA DE VENENO”, la aguja marcó un árbol a doscientos metros. Sacamos la bolsa del agua, como anteriormente; Nora la quemó y Oki la dispersó a los vientos. Tomé nuevamente el buscador y pregunté: “DÓNDE ESTÁ LA BOLSA DE VENENO”; la aguja marcó a trescientos metros; al acercarnos escuchamos un sonido como de un carro con ruedas 135
de madera y voces; al abrir con cuidado la maleza vimos el causante de nuestro problema; un carro muy grande tirado por ocho escarabajos gigantes cargado con cientos de bolsas y no menos de veinte Armaduras dirigidas por una, encapuchada, que daba órdenes desde el carro. Observamos unos segundos y Nora dijo, en voz baja: —Somos unas cuarenta personas. Podemos terminar con ellas. —Nosotros no sabemos pelear –respondió Pom Pom. –Pero haremos nuestro mejor esfuerzo. —Ordena que dos de tus hombres ataquen a cada Armadura –dije como mejor estrategia. –Nosotros cinco atacaremos al encapuchado, que es el más peligroso. Pom Pom dio la orden a sus Hombres y, cuando estábamos listos, empezó un nuevo ataque de estornudos que delato nuestra presencia; las Armaduras se acercaron y comenzó la lucha. Los malabaristas atacaban a las Armaduras con piedras y palos con tanta rapidez que quedaban desconcertadas; los forzudos tomaron grandes troncos con los que las golpeaban con toda su fuerza logrando que se transformen en hollín; Oki originó ráfagas de viento para dispersarlo por el bosque y nosotros fuimos a buscar al encapuchado: lo defendían cuatro Armaduras con sus espadas. Al vernos, el encapuchado tomó las riendas de su carro y los escarabajos comenzaron a correr por el bosque; al verlo saqué mi silbato que controla los animales y detuve el carro de golpe, haciendo que el encapuchado cayera de cabeza delante de los escarabajos y quedara momentáneamente aturdido. Pom Pom se adelantó a nosotros valientemente y enfrentó a las cuatro Armaduras que nos impedían el paso: sacó de sus mangas un mazo de cartas que arrojó al aire; con un movimiento de brazos, las cartas se juntaron formando un hacha que empezó a golpear sola a una de las Armaduras logrando destruirla; pero las tres siguientes se abalanzaron sobre él; con un brinco inesperado, Pom Pom quedó a cinco metros suspendido en el aire; mientras las Armaduras sacudían sus espadas para alcanzarlo, él seguía controlando con tranquilidad el hacha de cartas que las golpeaba. Al dejarnos el camino libre, los cuatro fuimos tras el encapuchado que se había repuesto del golpe; al vernos, comenzó a lanzar rayos negros contra nosotros; uno pegó contra un árbol que se ennegreció totalmente, 136
las ramas comenzaron a moverse dando un golpe muy fuerte a Oki que cayó a pocos metros del encapuchado; al verlo indefenso, le arrojó un rayo que le explotó en el pecho dejándolo boca abajo; desesperado, levanté mis brazos ordenándole a la tierra que se abriera una grieta bajo el encapuchado: la Sombra cayó en ella. Al acercarnos a Oki, Nora fue atrapada por las ramas del árbol, pero muy valientemente ordenó que el árbol se cubriera de llamas y, cuando aparecieron, el árbol la soltó para tratar de apagar el incendio. Al dar vuelta a Oki, estaba totalmente negro; abrió los ojos proyectando una mirada de odio hacia nosotros, levantó sus brazos y ordenó un remolino que nos aprisionó mientras el encapuchado salía del agujero y se paraba frente nuestro, con una sonrisa malvada; levantó lentamente los brazos para atacarnos con sus rayos y en el momento justo Pom Pom voló hacia él sin que lo viera y, de un golpe del hacha de cartas, hizo que cayera nuevamente en la grieta. El mago rápidamente se acercó a Oki sacando uno de los tréboles de siete hojas de la bolsa, se lo colocó a la fuerza en la boca; al masticarlo inconscientemente, dio un gritó y cayó desmayado haciendo que el remolino desapareciera dejándonos a los tres libres; el encapuchado comenzaba nuevamente a salir del agujero, pero ordené que se cerrara, dejándolo atrapado. Al acercarnos a Oki, ya tenía su tono normal exceptuando las manchas negras producidas por el veneno, que continuaban iguales. Corrimos a ayudar a los demás y, con sorpresa, el ejército no entrenado de Pacífica había acabado con las Sombras, pero necesitaban el poder de Oki para dispersar el hollín pues en todas partes se volvían a reconstruir manos, cabezas o todo el cuerpo de las Armaduras. Oki, todavía un poco atontado por lo que le sucedió, hizo un esfuerzo y dispersó el hollín por todo el bosque; al hacerlo, comenzamos una nueva serie de estornudos que hizo que aparecieran más manchas, lo que empeoró nuestra situación. En mi mano izquierda ya dos dedos estaban casi negros y al querer moverlos, no pude. A muchos de los de los hombres y mujeres de Pacífica les costaban caminar pues las manchas habían avanzado sobre las piernas y era necesario que volvieran al campamento lo más pronto posible; regresamos a donde había quedado el carro con las bolsas con el veneno y varios forzudos las amontonaron junto al árbol que se estaba quemando. 137
Nora las prendió fuego; al estar secas, ardieron con facilidad; mientras esperábamos que se consumieran le dije a Pom Pom: —Sería una buena idea que subamos al carro a los heridos por la batalla y a los que estén imposibilitados de caminar para trasladarlos al campamento. —Pero los escarabajos solo reciben órdenes de la Sombras – contestó. —Puedo hacer que nos obedezcan. Confía en mí. Tú también irás para reunir a los demás junto al caldero; nosotros terminaremos de buscar más tréboles. Estuvo de acuerdo y el carro fue abordado por los heridos; ordené con mi silbato a los escarabajos que fueran en dirección del campamento y se detuvieran cuando Pom Pom lo ordenara. El carro partió rápidamente por el borde del río al mando de Pom Pom, dejándonos para ayudarnos seis hombres que estaban menos afectados por la enfermedad; Oki, con su viento, desparramó el montón de cenizas y hollín que se había formado por la quema de las maléficas bolsas. Al terminar, fuimos nuevamente al borde del río, retomando la búsqueda de tréboles. Por suerte, la zona era mucho mejor, encontrábamos hasta tres plantas juntas, reduciendo el tiempo notablemente; trabajamos media hora y pudimos cortar un total de setenta y seis lo que nos daba más que suficiente con lo que tenía Pom Pom para la poción. Al regreso al campamento, faltando trescientos metros, un ataque de estornudos nos dejó tan mal que algunos de los hombres ya no podían mover las piernas y tenían que ser llevados a cuestas; Susana no podía mover la pierna derecha y fue necesario subirla a mi espalda aunque mi brazo izquierdo estaba inutilizado; Nora no podía pronunciar palabra: sus labios eran negros; Oki respiraba con dificultad por el rayo que le había dado de lleno en el pecho y caminaba arrastrando una pierna. Pero, al ver algunos carros entre las ramas de los árboles, tomamos fuerzas, y muy dificultosamente, llegamos al campamento donde cientos de personas apenas podían moverse para dejarnos pasar hasta el caldero; esperaban que un milagro los salvara de tan terrible final; todos estaban sentados o acostados y miraban hipnotizados cómo el fuego hacia hervir el agua a punto para echar los tréboles. Pom Pom estaba de pie, esperándonos, pero al acercarnos notamos 138
que bajo su brazo había un grueso palo que le servía para sostenerse; levantó con dificultad el brazo izquierdo que ya casi era todo negro y nos entregó la bolsa con los tréboles: —Son sesenta y tres. ¿Pudieron encontrar el resto? —Sí, encontramos setenta y seis –dije, con una leve sonrisa, mientras bajaba a Susana y la colocaba en el suelo apoyándola cuidadosamente sobre la rueda del carro. —Pongamos los tréboles en el agua y esperemos –dijo Oki, sentándose junto a Nora que mantenía la cabeza apoyada entre las piernas con tristeza. Echamos cien tréboles en el agua del caldero y un vapor denso salió del mismo haciendo que nos apartáramos; Pom Pom dijo, con mucha dificultad: —Es todo lo que podemos hacer. Se sentó y yo fui a donde había dejado a Susana; me senté junto a ella muy lentamente; al hacerlo, Susana se apoyó sobre mi hombro y nos quedamos callados hasta que un nuevo ataque de estornudos nos dejó casi sin movimiento. Intenté mover el brazo izquierdo, pero fue inútil: casi ya estaba totalmente negro. Los murmullos de la gente apenas se escuchaban y, los que podíamos, mirábamos al cielo con la esperanza de que aparecieran las mariposas. Miraba el paso de las nubes y calculaba mentalmente cuánto hacía que las mariposas habían partido en busca del musgo, dado que me costaba ver mi reloj; llegué a la conclusión que habían pasado más de siete horas, pues el sol se estaba poniendo. —Mirá, las mariposas han regresado –gritó Susana. Se oyeron algunos pocos comentarios. Sobre Pom Pom había un grupo de mariposas que traían una bolsa atadas en sus patas; otras la iluminaban con la linterna, sin dejar de hacerlo un instante. Pero Pom Pom no se podía mover: —Esteban, tú te puedes mover. Intenté pararme pero fue imposible; por más que me esforzara mis piernas no respondían; moví con dificultad el brazo y gritando dije: —¡No puedo pararme, pero el brazo todavía responde algo! —¿No hay nadie que se pueda parar? –gritó desesperado Pom Pom... y ante el silencio dijo: —Trata con el silbato; úsalos con las 139
mariposas para que lleguen a ti y sácales la bolsa. Colocándome el silbato en los labios ordené a las mariposas que dejaran su carga sobre mis piernas; con dificultad desaté la bolsa y dije: —Ya la tengo pero no puedo pararme para echarla al caldero. —Trata de arrojarla semi abierta sobre él –dijo Susana, con voz semi cortada. Abrí con los dedos la bolsa, calculé con precisión el tiro pues a pesar de estar a no más de tres metros el caldero era muy difícil arrojarla y solamente tenía una oportunidad, y dije enfurecido: —¡Por más que la arroje, será inútil: no podremos tomar el antídoto! —Hacelo, que tengo una idea –dijo Susana, dándome seguridad. Sopesé la bolsa con la mano, tomé aliento y, con un movimiento de mi brazo, la arrojé, cayendo dentro del caldero. Una gran nube de vapor salió hacia arriba haciendo que las mariposas se movieran de un lado a otro, aunque seguían iluminando el caldero. —¿Y ahora qué? –le pregunté a Susana —Levanta mi brazo con tu mano que ya no lo puedo mover. Con cierta dificultad levanté el brazo casi negro de Susana y ordenó —¡ORDENO QUE EN EL CALDERO SE FORME UN REMOLINO Y QUE MEZCLE BIEN TODO! Y se pudo escuchar cómo el agua con los ingredientes golpeaban las paredes del caldero; esperamos unos segundos y dio otra orden: —¡ORDENO QUE SE FORME UNA TROMBA Y VENGA A MÍ! El líquido empezó a girar más rápidamente y una enorme columna de antídoto salió del caldero; al estar a una altura de dos metros, se inclinó y se iba acercando gradualmente hasta que Susana dijo: —¡Rápido, toma antídoto con tu mano y mételo en la boca! Solté la mano de Susana y, con un movimiento rápido, tomé una porción del líquido que estaba a pocos centímetros de la cara de mi amiga; aguantando la alta temperatura en la boca y Susana gritó: —¡ORDENO QUE VUELVAS Al CALDERO! Al hacerlo, el líquido que tenía en mi boca trataba de salir para volver al caldero, pero pude tragarlo; en pocos segundos mis manchas se aclararon aunque tuve que esperar unos minutos para mover las piernas y buscar recipientes para empezar a dar la poción a todos; a medida que alguien podía pararse, tomaba un recipiente y ayudaba a distribuir más 140
antídoto. Al cabo de media hora, estábamos curados y, por suerte, nadie había muerto; nos reunimos con Pom Pom que tenía los dos brazos levantados y en ellos las mariposas Tornasol que nos habían salvado la vida y decía: —Gracias a estas maravillas nos hemos salvado la vida. —Habría que recompensarlas –dijo Susana, acercándose a ellas; con sus delgados dedos acariciaba las alas. —Tienes razón. Dejémoslas en libertad –Pom Pom bajó un poco los brazos y las sacudió para dejarlas en libertad. Después le pregunté a Pom Pom mientras Nora y Oki buscaban agua limpia para beber: —¿Cómo realizaste el truco de las cartas? —Emplee las cartas de Tolemak que inventó mi tatarabuelo –Pom Pom metió su mano en las anchas mangas y extrajo un mazo de cartas cuadradas y las mostró; en ellas había escudos con animales y dibujos de espadas, hachas y otros implementos para la guerra. –Sirven para jugar muchos juegos de estrategia. —Pero las empleaste como un arma –dije, mientras Pom Pom me las entregaba para examinarlas. —Son mágicas y se transforman en cualquiera de las figuras que hay en ellas. Miré las cartas: se dividían en seis grupos de animales de diez cartas cada una que representaban una espada, un hacha, un mazo de bola, un arco y flecha, un escudo, una pica, una catapulta, una ballesta, un caballero montado y un mago, y pregunté sorprendido. —¿Un caballero y un mago? —Son muy útiles: el caballero cumplirá al pie de la letra tus órdenes y con el mago podrás ver, escuchar y efectuar tu magia a distancia. Piensa en el mago y tira las cartas al aire. Tiré el mazo de sesenta cartas y, a medida que caían, se formaba una figura de un pequeño mago con túnica y sombrero de pico; al terminar de formarse, Pom Pom dijo: —Ordénale que vaya al río y cierra tus ojos. —¡Ve al río! –ordené con firmeza. El mago flotaba en el aire a diez centímetros del suelo y se dirigió al río sin dar ningún paso; solamente se deslizaba; cerré los ojos y vi lo que pasaba en el río: observé lo extrañados que las personas veían al mago de 141
cartas e incluso pude ver a Susana, sentada al borde del río, pensativa seguramente por lo que leyó en las mariposas; estuve tentado de decirle algo, pero decidí no hacerlo; ordené al mago que diera vuelta y lo hizo; luego de varias pruebas le ordené regresar y, al hacerlo, se quedó inmóvil, a la espera de nuevas órdenes. —Solamente extiende tu mano y dile: ¡Al mazo! Volverá a tu mano. Ordené con energía: —¡Al mazo! –y las cartas volvieron a mi mano. —¡Ordénale otra cosa! –dijo Pom Pom,. al tiempo que llegaban Nora y Oki. —Mira, Oki, mi truco –Cerré los ojos, pensé en una espada y arroje las cartas que al ir cayendo tomaban forma de una gran espada que se movía de acuerdo a como la dirigía con mi pensamiento; después de algunas vueltas ordené que volvieran a componer un mazo en mi mano. —Es increíble –dijo Oki apurándose para examinarlas y admirarlas; intentó doblar ligeramente una, pero su cara denotaba que está empleando mucha fuerza y no lograba que se doblara ni un milímetro; cansado de intentarlo, dijo: —Intenté doblarlas y es imposible. —Son indestructibles –contestó Pom Pom riéndose. Le devolvimos las cartas a Pom Pom luego que Oki y Nora las transformaron en varios de los objetos que había en ellas; Pom Pom subió a su carro dejándonos intrigados; luego de unos segundos bajó y en sus manos sostenía un gran libro y un estuche cuadrado que me entregó diciendo. —Les obsequio un mazo de cartas mágicas y el manual de instrucciones que hizo mi tatarabuelo hace muchos años. —Pero no podemos aceptar tan hermoso obsequio –dijo Nora. —Mi tatarabuelo creó tres mazos y tres manuales; uno desapareció hace años; el otro, lo tengo yo; y este será bien empleado por ustedes. —Y el manual ¿qué explica? –preguntó Oki, que leyó la inscripción en la tapa: MANUAL DE LAS CARTAS DE LOS SEIS REINOS DE TOLEMAK – INSTRUCCIONES DE EMPLEO Y JUEGOS. —Enseña lo que les expliqué y varios juegos muy entretenidos... La gente copió las cartas e incluso envié copias a los magos de los otros reinos mediante mariposas Tornasol y muchos juegan campeonatos, pero 142
por supuesto no son mágicas como éstas. —¡Agradecemos tu regalo! –dije entusiasmado. —Las cartas les serán útiles en dos ocasiones –dijo Pom Pom misteriosamente. —¿En cuáles ocasiones? –preguntó Nora. —Cuándo estén en peligro y cuando estén aburridos –contestó Pom Pom, riéndose, lo que ocasionó que todos riéramos también. Busqué en mi mochila, saqué una de las cuatro linternas grandes y se la ofrecí a Pom Pom como retribución; quedó muy emocionado luego de ver el mundo que lo rodeaba con sus verdaderos colores. Pom Pom, luego de guardar su obsequio llamó a Xem para contarle lo pasado y saber cómo contrarrestar el veneno en el agua. Xem le contestó que, si colocaba unas gotas de jugo de trébol de siete hojas por cada cien litros de agua, el problema estaba solucionado y nos deseó suerte para el resto de la travesía. Cuando descansamos unos minutos, Pom Pom ordenó a todos que subieran a sus carros y que estuvieran preparados para la partida a la colina; los pobladores de Pacífica, con mucha alegría, estuvieron listos y a la espera de que Pom Pom diera la orden de avanzar. Los palingos de nuestro carro dormían muy plácidamente y la voz de Pom Pom, al darles la orden, los colocó inmediatamente en posición de marchar; subimos al carro ya casi de noche, obligando a los conductores a prender antorchas que colocaron a los costados de los carros, era un espectáculo único la caravana de cientos de metros avanzar a toda velocidad por el angosto camino con sus llamas flameando. Le pregunté a Pom Pom si no era peligroso marchar casi en la oscuridad; contestó que era mucho mejor irse ya que no quería estar en el lugar donde habíamos vencido a las Sombras, dado que probablemente cuando se dieran cuenta mandarían refuerzos y, al ganar nosotros algunas horas, acamparíamos en la cima de la colina mucho más tranquilos y podríamos colocar el espejo con los primeros rayos del sol. A Oki se le ocurrió que, para marchar con seguridad por el camino de noche, era buena idea sujetar una de nuestras linternas a las patas del pájaro gigante que volaba como vigía para que alumbrara el camino; resultó muy útil: casi en un momento atropellamos una manada de Palingos salvajes que se habían puesto a dormir sobre el camino; al ver la luz, escaparon a toda velocidad. 143
La marcha fue tranquila ya que la temperatura muy agradable y el cielo estaba cubierto de estrellas y la luna brillaba con su extraño color índigo, dando una idea muy diferente del cielo al que estábamos acostumbrados. El camino empezó a hacerse cuesta arriba lo que indicaba que estábamos próximos a la cima y fue justo en ese momento que el pájaro vigía bajó y, volando a nuestro costado, el enano hizo señas de que paráramos; lo hicimos inmediatamente y gritó: —¡Salgan del camino: una enorme piedra viene rodando! Pom Pom miró a los costados del camino y a ambos lados había precipicios; si intentábamos movernos, hubiera sido un desastre; los cuatro saltamos de la carreta y por poco caímos por el borde del camino; le ordené al enano que alumbrara hacia el frente y en el silencio de la noche se escuchó que algo muy grande se acercaba: la tierra empezó a temblar y a unas decenas de metros se veía la sombra de una piedra redonda que tendría cinco metros de diámetro; abarcaba todo el camino y en pocos segundos nos mataría. Oki levantó sus manos y produjo ráfagas para detenerla pero, solo pudo frenarla un poco; yo levanté los brazos y ordené que se partiera, pero lo que logré fue sacarle algunas partes. —¡No tenemos el poder suficiente para detenerla! –gritó desesperado Oki. —¡Recuerden lo que dijo Akeom: si hacíamos nuestro juramento, incrementábamos el poder! ¡Hagámoslo! –gritó Susana. Los cuatro nos colocamos rápidamente en los puntos cardinales y, al hacerlo, la fuerza del viento dado porque Oki disminuyó porque dejó de prestar atención y la gigantesca roca tomo nuevamente velocidad; colocamos nuestras manos una sobre otra y dijimos gritando: —¡UNO PARA TODOS, TODOS PARA UNO! De las manos salieron grandes relámpagos que asustaron a los Palingos (casi sacan a la carreta del camino) nuestros cuerpos vibraban internamente como si miles de hormigas recorrieran nuestras venas; un remolino de aire y fuego giraba en torno a nosotros; Oki levantó las manos y un huracán freno a la piedra que no estaba a más de veinte metros; yo, de un grito, ordené levantando las manos: —¡Roca, te ordeno, que te partas! ¡Ahora! De mis manos salió una luz índigo muy intensa que pegó en medio 144
de la roca; explotó y se partió exactamente en dos, cayendo cada parte a uno de los costados del camino, produciendo un ruido increíble. Los cuatro nos miramos sorprendidos mientras jadeábamos por el esfuerzo y, al tranquilizarnos, el hormigueo de nuestras manos desapareció; me dejé caer sentado en medio del camino mientras Oki decía alterado: —¡Vieron eso, es increíble! Akeom tenía razón. —A medida que entramos por los reinos, aumentamos nuestros poderes de una forma descomunal –le siguió Nora. Pom Pom bajó de la carreta sorprendido: —¡Sus poderes se igualan a los de Lotak! Es increíble. Y la gente de las carretas nos vitoreaba como si fuéramos grandes héroes, pero yo estaba perturbado y confundido; después de todo, tenía poca edad para recibir tantos honores. Una vez tranquilizados, continuamos por el camino y comprobamos que la roca se había desprendido sola y no por causa de la Sombras, lo cual relajó nuestro viaje. Llegamos a la cima y la gente, con cantos y bailes, levantó el campamento y efectuó una gran comida en nuestro honor; los poetas pasaban uno a uno para que escucháramos sus poemas relacionados con nosotros; en especial, me gustó uno que decía algo así: —¡A la luz de las estrellas los Cuatro Vientos se reúnen ya; una sola idea ocupa sus corazones: combatir la oscuridad con valor y amistad! ¡Sin egoísmos, distribuyen la verdad: el arco iris como premio tendrán! ¡Lotak temblad, tu hora llegará! Comimos y bebimos jugos de frutas exóticas y escuchamos canciones de los juglares hasta que el sueño nos venció. A la mañana, con el sol en el horizonte, subimos al peñasco con un grupo de forzudos que llevaban picos y palas; Pom Pom indicó cuál era el lugar más recomendable para poner el espejo; los forzudos efectuaron el 145
alisamiento de la piedra y, midiendo con exactitud, hicieron un marco en el que colocamos el espejo. Al comprobar con la linterna, vimos que los seis rayos de colores sé dirigían al séptimo y último reino: Magna Magia. Cumplido nuestro objetivo Pom Pom nos acompañó a pie hasta la frontera donde la niebla dividía a los reinos: —Amigos de ustedes depende si se salva el arco iris. —¿Que harán ahora? –preguntó Nora. —¡Nos quedaremos a proteger el espejo! –respondió con firmeza Pom Pom. –Ya no tenemos a dónde ir. —No te preocupes, tu reino se salvará. Confía en nosotros; después de todo, ya cruzamos seis reinos –agregó Oki Saludamos a Pom Pom y a sus forzudos y nos internamos en la espesa niebla; a medida que avanzamos, el color pasó de ser una mezcla de índigo y violeta a un violeta más intenso y nuestros corazones latían más fuertemente al saber que nos internábamos en el reino de los magos, quizás el más misterioso.
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- Capítulo IX -
El cielo violeta de Magna Magia Estábamos caminando por la niebla violeta, más espesa que la de los demás reinos, lo que dificultaba nuestro andar, siendo cada paso más corto y lento; en un momento Nora, que llevaba la delantera, dijo: —¿No escucharon ese ruido? Inmediatamente dejó de caminar obligándonos a llevarnos por delante uno a otros; nos quedamos quietos unos segundos por si escuchábamos algo y sentí el frío de una cadena que nos rodeaba una y otra vez a los cuatro apretándonos con fuerza a la altura de los brazos y una voz que decía: —Los atrapamos. Salgamos de la niebla. Un fuerte tirón nos obligó a caminar hacia adelante, mientras gritábamos y tratábamos de librarnos pero era inútil; unos pasos más adelante salimos de la niebla y vimos que el extremo de la cadena era jalado por dos Armaduras y dos más nos acompañaban a cada lado; una llevaba unas plumas negras muy grandes en su yelmo que denotaban al igual que nos había atrapado en el reino de Floras, que era el jefe: era la única que hablaba. Decía: —Tarde o temprano, ustedes caerían en manos nuestras Lotak estará agradecido. Nos empujaron a punta de espada para que avanzáramos unos metros y detrás de las rocas había un carro de madera tirado por ocho escarabajos con una gran jaula, nos detuvimos, y mientras una de las Armaduras subía al carro para abrir el candado que aseguraba la puerta, Oki dijo en voz muy baja: —Cuando cuente tres, exhalemos el aire todos al mismo tiempo; apriétense lo más que puedan. Yo saldré. –Estuvimos de acuerdo y Oki contó —¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Ya! Sacamos el aire de los pulmones y nos apretujamos, hasta que Oki comenzó a deslizarse lentamente hacia abajo y en un momento estuvo libre; los tres dejamos caer la pesada cadena a nuestros pies, quedando 147
también en libertad. La Armadura con plumas gritó: —¡Se escapan! ¡Mátenlos! Las seis Armaduras desenvainaron sus filosas espadas, pero Oki rápidamente alzó los brazos y ordenó un remolino de viento, quedando los cuatro en el ojo, mientras las Armaduras hacían fuerza para no perder el equilibrio por las ráfagas. Oki gritó desesperadamente: —¡No podré sostener el remolino por mucho tiempo! Yo saqué las cartas de Tolemak y las arrojé, al viento pidiendo: —¡Cartas, transfórmense en un mazo de bola! Las cartas tomaron la forma del mazo y se metió en el remolino golpeando con fuerza a las Armaduras, que caían pesadamente; tres estallaron en hollín, dispersándose por todos lados. Oki no pudo mantener más su magia y las ráfagas cesaron, tomando la iniciativa Nora que, con llamas, alejaba a las restantes Armaduras mientras yo las golpeaba con mi mazo hasta que, de repente, una esfera violeta brillante bajó del cielo sobre las tres Armaduras, estallaron dejando un montón de hollín y se escucho decir a unos metros: —¡Tuvieron suerte que yo estuviera aquí! Al levantar la vista, estaba suspendido en el aire un joven con túnica hasta los tobillos que, con un ademán de sus brazos, hizo desaparecer la esfera de luz violeta; quedó parado sobre una in-mensa piedra de la que bajó de un salto y se presentó diciendo, con una sonrisa: —Soy el gran mago Spam. Lamento la tardanza. —¿Eres nuestro contacto? –pregunté mientras hacía que las cartas volviera a transformarse en un mazo en mi mano. —Efectivamente. Los llevaré a la cima de la colina. —¿Tienes idea de cómo supieron las Sombras dónde íbamos a estar? —Ven en la oscuridad –respondió el mago, restándole importancia. —¿Este reino es de magos? –preguntó Susana. —Todo el reino se dedica a las artes mágicas desde hace siglos – contestó y continuó: —Primero iremos a ver el rey Talok, que está ansioso por conocerlos. —¿Iremos en nuestras bicicletas? –pregunté, mientras observaba al mago. —¿No podríamos ir en el carro? –contestó Spam. —¿Los escarabajos te obedecen? –dijo intrigado Oki. 148
—Por supuesto que no. Pero Esteban puede emplear su magia para que lo obedezcan los insectos –respondió, riéndose. Subimos al carro y tiramos la pesada jaula para tener más espacio; yo noté desde la altura, que la montaña de hollín de las tres Armaduras que habían sido atacadas por Spam, permanecía sin que trataran de componerse y dije, desconcertado: —Miren, las Armaduras no se recomponen. Todos las miraron y se dieron cuenta de que tenía razón. No se efectuaba ningún movimiento en la montaña de hollín. Spam dijo. —Será porque en este reino la magia siempre es más fuerte. Nos miramos sin entender bien lo que había dicho y, sin prestarle más importancia, con mí silbato ordené a los escarabajos que marcharan a toda velocidad por la cinta de asfalto; resultó una buena idea: tiraban a una buena velocidad del pesado carro y nosotros nos ahorramos de pedalear. Al rato, mientras proseguíamos sin problemas la marcha, le pregunté cómo estaba siendo protegido el reino y contestó: —El ataque de las Sombras en este reino ha tenido poco éxito. Al ser todos magos, es más fácil defendernos. —¿Tiene ejército? –preguntó Nora. —No, ejército no –y sorpresivamente preguntó: ¿Traen el espejo? —Sí, lo traigo en mi bolsa mágica –contesté mientras la sacaba de mi bolsillo y se la mostraba. —Empleas una de las bolsas mágicas de Rem y Rom –respondió. —Sí. Fue un regalo –contesté asombrado por lo que sabía de todos. A la distancia se veía que estábamos por pasar por un pequeño poblado que se encontraba al costado del camino y, al acercarnos, se notaban las casas de ladrillos y tejas de madera con chimeneas; pero nos llamó la atención que la gente, al vernos, se metía desesperadamente dentro de sus casas e incluso algunos, al no poder llegar a ellas, se transformaban en pájaros y se perdían en el cielo, siendo un comportamiento muy distinto al de los otros reinos. —¿Por qué la gente nos tiene miedo? –preguntó, con voz entrecortada Susana. —Debe ser por el carro tirado por los escarabajos. Deben confundirnos con las Sombras –contestó Spam. Continuamos por el camino durante horas y, en cada pueblo que pasábamos, se repetía lo mismo. Paramos a un lado del camino a 149
descansar un rato y refrescarnos y en un fuego que hizo Nora debajo de un árbol, colocamos el jarro metálico con agua para tomar mate. Spam aprovecho para hacer preguntas: —Ustedes vienen de la tierra. ¿Cómo es? —Se ven todos los colores juntos –contestó Susana. —Tengo entendido que es muy impresionante verlos –respondió Spam. —Si tenemos suerte, pronto los verás –dijo Nora. —Eso espero –contestó, extrañamente nervioso. La charla giró sobre cómo era la tierra y se le contó cómo vivíamos y lo que hacíamos, mientras las rondas de mate seguían, hasta que se terminó el agua y continuamos nuestro viaje. Las horas pasaron y llegamos a un gran castillo mucho más grande que los que habíamos visto; era por lo menos cuatro veces más alto y profundo, lo que sugería que la cantidad de habitantes era enorme; se encontraba rodeado por un foso de más de cinco metros de ancho, lleno de aguas muy turbias en las que se veían mover muchos cocodrilos. Al llegar al foso, el mago levantó su mano y bajó un enorme puente de madera que nos permitió el cruce; al llegar a la reja de hierro, se levantó lentamente como sugiriendo que pesaba una enormidad; la traspasamos y al ingresar al castillo, no vimos gente, como nos había pasado en los otros reinos; al preguntar por qué, Spam respondió: —En Magna Magia el gran castillo se maneja por magia. Eso nos tranquilizó al ver tanta soledad; a continuación subimos por una escalera de piedra; una puerta de madera se abrió sola frente a nosotros dejando ver un pasillo de más de cincuenta metros de largo que se encontraba en penumbras, alumbrado por algunos candelabros. Empezamos a caminar y, a medida que avanzábamos, veíamos pinturas de los antiguos reyes y magos que gobernaron por siglos el reino; era como si estuviéramos en un gigantesco museo vacio, lo cual atemorizaba un poco. En el extremo del pasillo, había un recinto muy oscuro, lleno de columnas, y en el extremo opuesto, un hombre sentado en un trono; a sus costados había candelabros que lo iluminaban; al vernos dijo con voz fuerte, dado que nos encontrábamos a unos cuantos metros de él: —¡Bienvenidos, Cuatro Vientos! ¡Acérquense, por favor! Spam caminó unos pasos y nosotros lo seguimos; y a medida que nos acercamos distinguimos que el hombre sentado era delgado, vestía una 150
túnica oscura muy simple como para ser rey; lo único que lo distinguía como tal era la corona no muy pesada que llevaba en su cabeza calva; su nariz era curva y se advertían con facilidad los huesos de la mandíbula; pero lo que más nos impresionó eran los ojitos casi en su totalidad negros, sin casi nada de blanco; al fijar la vista en uno parecía que tenía el poder de hipnotizar. Al llegar al trono Spam se arrodilló frente al rey Talok y dijo: —Majestad, he cumplido sus deseos trayendo a los Cuatro Vientos. —Muy bien – contestó, pensativo, Talok. –¿Quién es Esteban? —¡Yo! –respondí, inclinando un poco mi cabeza —¿Tienes el espejo? —Sí. ¿Desea verlo? –pregunté, adelantándome a su pedido. —Si no es molestia, quisiera ver la tan comentada perfección –dijo serenamente el rey, mientras se acomodaba en su trono. Miré a mis tres amigos y me devolvieron miradas de no comprender tanta frialdad; saqué de mi bolsillo la bolsa mágica, introduje la mano muy lentamente, saqué el espejo con sumo cuidado y subiendo seis escalones se lo entregue al rey. Dijo. —Veo mi rostro con perfección. No hay duda de que es un arma temible. Cualquier magia sería repelida por él. Los cuatro permanecíamos inmóviles, sin entender bien como se comportaban los magos en este reino; eran muy diferentes en carácter que los demás magos. El rey me devolvió el espejo y lo guardé en la bolsa, al tiempo que volvía con mis amigos. Dijo, mientras levantaba un dedo: —¡Mesa para cuatro frente a mí! –Una mesa de cuatro metros apareció frente a nosotros con comidas y bebidas e, inmediatamente, cuatro sillones con grandes respaldos y apoyabrazos en madera muy bien adornados. Spam se quedó a un costado, en espera de cualquier orden que pudiera dar el rey, quien pidió cortésmente: —Por favor. Siéntense y beban, deben estar exhaustos después de una larga travesía por los seis reinos. Nos miramos y nos sentamos quedando nuestros ojos a la altura de los pies del rey, lo que obligaba a levantar el cuello para verlo al hablar. —También me han informado de que ustedes lograron ciertos poderes mágicos. —Sí. Cada uno logró el control de uno de los cuatro elementos – 151
contestó Oki. —Los poderosos fuego, agua, aire y tierra –respondió Talok. —Sí. A medida que entramos a los reinos, se fue incrementando ese poder –dijo Nora. —¿Y ustedes confían que alcanzará para derrotar a Lotak? – preguntó el rey, con una leve sonrisa. —Lo desconocemos. Nuestra misión es solamente la de colocar los espejos –respondí serenamente. —¿Quién controla el fuego? —Yo –respondió Nora. —¿Podrías enseñarme tan interesante poder? –pidió amablemente el rey, que apoyó su mentón en una de las manos. —Por supuesto –dijo Nora; buscó con la vista unas velas que se encontraban en la mesa y manteniéndose sentada, levantó las manos diciendo: —¡Llamas de las velas, crezcan! –y las llamas crecieron iluminando todo el lugar; al cabo de unos segundos, Nora bajo los brazos: las llamas volvieron a su tamaño normal. —¡Bravo! ¡Muy bien para una principiante! –gritó Talok, mientras aplaudía. –¿Y quién controla el agua? —¡Yo! – Susana levanta la mano. —¡Muéstrame! Susana levanta sus manos, diciendo: —¡Agua de los vasos, suban! – y el agua de los cuatro vasos comenzó a elevarse a treinta centímetros permaneciendo hasta que Susana bajó los brazos y las esferas de agua cayeron, salpicando a su alrededor. —¡Bien! ¡Bien! –exclamó complacido el rey. –¿Y quién controla el viento? —¡Yo! –dijo Oki. —Muéstrame tu poder, por favor. Oki levantó sus brazos haciendo giros con una de las manos y gritó: —¡Ráfagas de viento, ya! –El aire comenzó a correr muy fuerte moviendo las llamas de las velas y Talok pidió: —¿Puedes más fuerte? Oki elevó más las manos y las ráfagas eran tan rápidas y fuertes que levantaron la túnica del rey. Al levantarse la túnica vi que había una gran M en la rodilla derecha del rey. Oki bajo los brazos y el viento cesó de 152
inmediato. Me quedé pensando en cómo un rey tenía una M como marca de nacimiento si le correspondía una K, ...a menos que no sea un rey, y grité: —¡Es una trampa! Talok levantó sus manos rápidamente y los apoyabrazos cobraron vida abrazándonos fuertemente, no permitiendo que efectuáramos ningún movimiento; continué diciendo: —No es un rey, es un mago. Talok se paró inmediatamente, pudiendo comprobar que era muy alto y dijo con maligna sonrisa: —¿Cómo pudiste saber que no era rey? Busqué con mi mirada a Spam, que se encontraba a un costado; pero él estaba mirándonos con una sonrisa, lo cual indicaba que estábamos solos. Decidí contestarle a Talok: —Tienes la marca de los magos en la rodilla y no la de rey. —Muy buena observación –dijo maliciosamente el mago, al tiempo que bajaba lentamente y se dirigía a Nora. —¿Quién es usted? –gritó Nora, mientras hacía esfuerzos inútiles para librarse de las sillas. Talok levantó la mano y de las penumbras aparecieron veinte Armaduras, algunas con penachos, y cuatro o cinco encapuchados que nos rodearon en silencio. —¿Quién te imaginas? –respondió Talok mientras pasaba un dedo muy esquelético por la cara de Nora. —¿Eres Lotak? –pregunté irritado. —Efectivamente. —¿Y Talok? –preguntó Oki. —Hace siglos que eliminé a ese rey y a su familia, desde que pude sacarme del medio al gran Kuk. Fue cuándo me llamaban Lotam, el gran mago. —¿Tú le diste al rey Kuk el collar que separó en siete partes al reino? –pregunté confundido. —No, se lo dio mi hijo –dijo, señalando a Spam. Nos miramos más confundidos y Nora dijo: —Pero si eso pasó hace siglos. —Lo que pasó, hermosa criatura, es que yo, Lotak, el más atrevido de los magos, pude encontrar la fórmula para ser eterno; sí, yo y mi hijo 153
no vamos a morir; nunca pudimos tener un reino propio y terminar de una vez con la tradición de que si naces mago, mueres mago. Por eso creé un collar que haría desaparecer a Kuk y dividiría el reino en siete, siendo más fácil dominar una parte por vez; después de siglos encontré cómo absorber el poder de los magos de este reino y poder crear mi ejército de Sombras empleando casi únicamente carbón. —¿Por eso atacaron tan violentamente al reino de Minas? –pregunté tratando de entender. —Efectivamente. Tenían la materia prima; todo iba bien hasta que los magos de los demás reinos encontraron un texto muy antiguo que decía cómo contrarrestar el hechizo que hice, colocando los siete espejos en las colinas; pero como todavía no estaba del todo preparado para invadirlos, Spam se unió a ellos en los esfuerzos de traerlos y poder estar al tanto de los pasos de los otros magos... El plan era atraparlos, matarlos o transformarlos, pero fallamos; hasta que se me ocurrió que sería muy benéfico para mi hijo y para mí convencerlos de que vinieran hasta aquí y absorber sus poderes. —¿Y dónde se encuentra el reino de Cayan? –preguntó Oki, intrigado. —Se pude decir que no existió nunca. Fue una mentira para que no se dieran cuenta que las Sombras salían de este reino –contestó Lotak, riéndose. —Por eso la gente huía; no de nosotros, sino de Spam. —Esos ridículos me la pagarán –gritó Spam, que hasta el momento estuvo en silencio. —Cuándo termine con el arco iris, la tierra será mi objetivo, pues he estudiado detenidamente a sus magos que logran cosas tan maravillosas como volar o ver imágenes a distancia casi sin esfuerzo y muchas maravillas más, con lo cual aumentaré mi poder a niveles en que podría conquistar el universo. —Pero lo que usted dice no es magia, es ciencia –dijo Oki, tratando de hacer razonar a Lotak. —Eres ignorante, La ciencia tiene su magia oculta –respondió Lotak. –Esta noche, cuando salga la luna, absorberé sus poderes y quizás también sus vidas. ¡Llévenselos de aquí! Pero antes saquemos esto, que ya no lo necesitan más –y Lotak sacó de mi bolsillo la bolsa mágica que arrojó con fuerza sobre el trono, restándole mayor importancia. 154
—No podrá salirse con la suya. ¡Sus Sombras se desintegran al menor golpe! –gritó Oki. —Es verdad –confirmó Lotak. –Pero esta noche, con un conjuro y las fuerzas cósmicas, mi ejército de Sombras parará a convertirse de frágil carbón a duro diamante. Y seremos indestructibles. Nadie nos podrá detener. Las Sombras nos colocaron antiguos grilletes de hierro, ombligándonos a tener las manos en la espalda y no emplear nuestra magia; nos condujeron por pasillos y escaleras muy oscuras hasta unos calabozos pequeños donde nos separaron: Nora y Susana fueron colocadas en uno; a nosotros nos condujeron a otro. Cuando la Armadura abrió la puerta vi en las tinieblas un cuerpo recostado sobre un ángulo del calabozo con la cara tapada por una capucha; una voz muy dolorida decía entrecortadamente: —Comida. Dadme comida. Las sombras nos empujaron al interior y cerraron violentamente la puerta; cuando terminamos de escuchar el ruido que producía la llave nos acercamos al extraño prisionero que casi ni se movía. Oki bajó la cabeza para ver la cara que ocultaba la capucha y preguntó: —¿Quién eres? Al escuchar esto, el prisionero lentamente levantó la capucha y descubrió la cara de un joven de veinte años con los ojos cerrados, demacrado; se escuchaba ruido de su estómago; muy despacio, dijo: —Soy Akim, el mago ladrón. —¿Qué te ha pasado? —No como desde hace siete días. —Saca del bolsillo superior derecho los caramelos de miel que traje de la Tierra –indiqué; acercándome para que los tomara sin esfuerzo. —¿De la Tierra? –preguntó, más animado. —Sí, de la Tierra. Somos los Cuatro Vientos –contestó Oki, logrando sentarse a pesar de tener las manos esposadas. —Creía que eran solo un mito que se originó cuando fui atrapado. El astuto Lotak los pudo atrapar. Akim introdujo los dedos en mi bolsillo y extrajo seis caramelos de miel; los miró detenidamente y levantó uno para ver la transparencia; lo examinó con la llama de la única vela que alumbraba el calabozo y 155
preguntó con voz cansada: —¿Qué es? —Es una golosina hecha con miel de abeja que te dará bastante energía. Colócala en tu boca y deja que se disuelva! –indiqué, mientras hacía equilibrio para no caerme al sentarme. Desenvolvió el papel celofán y colocó el caramelo en su boca; inmediatamente abrió los ojos por la sorpresa que le causo el fuerte dulzor y dijo: —Es muy sabroso. Devoró un segundo caramelo y empezó a contar porqué estaba prisionero. —Desde que era niño, Lotak o Talok, como le decíamos, abusó de los magos; esperaba que adquieran conocimientos y se hicieran más fuertes para absorber los poderes. Mi familia había conseguido un nivel de magia elevado gracias a libros antiguos hasta que Lotak descubrió que seríamos demasiado peligrosos para su reino y ordenó que capturaran a mis padres. —¿Y qué fue de ellos? –preguntó Oki, que escuchaba muy atentamente. —Les absorbió sus poderes hasta matarlos, dejándome a los seis años a mi suerte. Pero yo y otros niños, que también habían perdido a sus padres, llevamos los libros que pudimos conseguir a una cueva y allí sobrevivimos durante años. Aprendimos lo que decían los libros, hasta que un día nos dimos cuenta de que habíamos leído todo. —¿Y qué sucedió? –insistió Oki, intrigado. —Bajamos a la ciudad a robar todos los libros de magia y a esconderlos en la cueva, hasta que Lotak solicitó buscadores de ingredientes y yo me ofrecí para, con el tiempo, robar sus libros. —¿Y qué es un buscador de ingredientes? –pregunté confundido. —Es un sirviente que busca plantas o animales para efectuar pociones mágicas. Colocó otro caramelo en su boca y se sentó más derecho con lo cual indicaba que recuperaba sus energías; continuó con la historia. —Pasé varios meses hasta que me gané su confianza y entré a su biblioteca robándole varios ejemplares raros y un diario personal en el que contaba que era Lotak y que había logrado, a través de un engaño, confinar al rey Kuk al limbo. 156
—¿Y qué sucedió? –interrumpí, ansioso por saber más. —Me atrapó Spam, que se había escondido en la biblioteca transformándose en libro, y fui traído a este calabozo esperando hasta esta medianoche en que absorberán mis poderes! —También quiere absorber nuestros poderes esta medianoche – contestó Oki. —¿Por qué esta medianoche? –pregunté intrigado. —Esta noche se alinearán la luna y tres planetas, lo que provocará un aumento en el poder de los magos, incluidos nosotros. Se paró con fuerza y dijo con ánimos: —¡Estos caramelos son fantásticos! Pude recuperar parte de mi fuerza. —Tendríamos que escapar de aquí –dije, mientras trataba en vano de abrir las esposas. —Lástima que no tengo un objeto de metal para canalizar mi magia y poder liberarte –lamentó Akim. —¿Empleas algo de metal para efectuar tu magia? –pregunté con esperanzas. —Cada mago tiene su técnica. Yo empleo la varita de metal. —Saca de mi bolsillo el cortaplumas –indiqué a Akim tratando de pararme. Metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón, sacó el cortaplumas, le indiqué que me lo dé; con dificultad, desplegué la hoja más larga y se lo di nuevamente, diciendo: —¿Te sirve para tu magia? —¡Excelente, es corta pero estará bien! –exclamó con una sonrisa. La giró con la mano para sopesarla, tocó con la hoja el grillete y dijo: —Hierro, yo, Akim, te ordeno que te transformes en arena. Sentí que mis manos se llenaban de arena y caía al piso. —¡Bravo, Akim! Es el mejor truco que he visto –dijo Oki, en voz baja. —No esperes mucho de mí, todavía estoy débil –agregó Akim. Luego de liberar a Oki, nos pusimos a estudiar el calabozo y busqué; golpeando con el cortaplumas, si Nora y Susana me escuchaban; a los pocos segundos escuchamos golpes muy débiles, pero suficientes para confirmar sus presencias. 157
—Es hora de emplear mis trucos –dije en voz baja, estudiando la unión de los bloques de piedra. Me senté frente a la pared y, mirándola fijamente, ordené: —¡Piedra, te ordeno que te dividas en dos cada vez que te toque! –y comencé a tocar los bloques produciendo que se partieran a cada roce de mis dedos; con la ayuda de Oki y Akim, que sacaban los pedazos, estuvimos en el calabozo de Nora y Susana en pocos minutos. Al entrar al calabozo, las chicas estaban bien. Akim liberó a las chicas y con algunas pocas palabras les explicamos quién era nuestro amigo y nos pusimos a estudiar cómo salir del calabozo, llamando lo menos posible la atención. —Lástima, no tener el adelgazador. Tendremos que recuperar, si es posible, nuestra bolsa mágica –dije enojado. Oki preguntó a las chicas, si tenían algún espejo y Nora le entregó una cajita de plástico con maquillaje y un diminuto espejo, que Oki despegó. Oki se acercó a la mirilla de la puerta y pasó el espejo mirando a un lado; después giró y miró en la otra dirección. Muy despacio, volvió a sacar el espejo y dijo en voz baja: —Son dos guardias y un encapuchado. —Los encapuchados son magos que fueron convertidos a la fuerza por Lotak para que le sirviesen –comentó Akim, aclarando ciertas dudas. —¿Podrías Akim, transformar la cerradura en arena? –preguntó, esperanzado, Oki. —Si me das el cortaplumas. Sí. Le entregué el cortaplumas y Akim, con un movimiento de su mano, ordenó que se transforme el hierro de la cerradura en arena: se desintegró sin producir casi ningún ruido. —Tenemos que hacer que los tres se acerquen a la puerta. Podré en un primer momento con dos, pero ustedes se tendrán que ocupar del tercero –dijo Oki, pensando emplear el karate. Estuvimos de acuerdo y nos propusimos hacerlo con el menor ruido. Nora se acercó a la puerta, miró por la mirilla y ordenó que aparezca una llama a un metro; aumentaba a medida que Nora lo pedía. Los dos guardias se acercaron a ver qué pasaba y el encapuchado se mantuvo a la distancia ordenando que apagaran el fuego. Los guardias trajeron baldes con agua y, en el momento que se 158
acercaron para echarlos a las llamas, empujamos la puerta, tirando a una de las Armaduras al suelo y Oki se lanzó pegando con su puño a la que quedaba en pie, transformándola inmediatamente en hollín; se dirigió al otro guardia, que logró pararse y esgrimir su espada. Susana levantó los brazos ordenando al agua que estaba en los baldes que se lanzara sobre la cara del encapuchado que no se había repuesto de la sorpresa logrando que se cayera contra la pared; pero inmediatamente alzó el brazo y lanzó un rayo que paso por sobre nuestras cabezas y pegó de lleno en la espada que había levantado en ese preciso momento la Armadura para atacar a Oki haciendo que explotara. Mire a mí alrededor buscando cómo defenderme, vi la arena que estaba esparcida por el piso y le ordené que se dirija a la cara del encapuchado. La arena se lanzó a la cara impidiéndole ver y, en ese preciso instante, Akim lo tocó con el cortaplumas por detrás y lo convirtió en más arena. Libres los cinco y sin llamar la atención, corrimos por los túneles de los calabozos y encontramos una gran puerta de rejas de hierro y una Armadura con penacho oscuro semi dormida del otro lado, recostada de frente, en una silla. Si tratábamos de acercarnos, nos vería pues el corredor tenía más de seis metros de largo y no había dónde ocultarnos; estudiamos las posibilidades, hasta que, inesperadamente, apareció un gato negro que, al pasar junto a nosotros, nos miró sin darnos mayor importancia; recordé que no me habían sacado el silbato que Pam me regaló; soplé con fuerza y el único que lo escuchó fue el gato que levantó sus orejas y me miró con curiosidad. Le ordené que distrajera al guardia, y el felino se levantó y corrió por el largo pasillo pasando por entre las rejas y sentándose frente al guardia que no se había dado cuenta, maulló repetidas veces hasta que el guardia fijo su vista en él. Nosotros mirábamos asomados por el borde de la pared, esperando la oportunidad de acercarnos a la puerta; cuando el gato de un salto se trepó al casco del guardia que se levantó tratando de sacarlo, nosotros corrimos a la gran reja y Akim con el cortaplumas transformó la cerradura en arena, mientras el guardia giraba tratando de sacarse el gato. Oki se acercó y con un golpe de karate al pecho el guardia estalló en hollín. Inmediatamente subimos las escaleras y nos encontramos con el salón principal del castillo donde Lotak nos había atrapado; nos ocultamos 159
entre las columnas y escuchamos decir a Lotak dirigiéndose a Spam que, si esa noche todo marchaba bien, atacarían en todos los reinos al mismo tiempo y los cubrirían a los siete con sus sombras. En un momento, Lotak sugirió ir a la biblioteca para efectuar cálculos astrológicos y se fueron a una habitación contigua al gran salón, mientras varios guardias se quedaron vigilando. Miré por el filo de la columna y todavía estaba la mesa que había hecho aparecer Lotak y sobre el sillón, nuestra bolsa mágica. Akim dijo que era el más apto para buscar la bolsa y se cubrió entre las columnas; se tiró al piso arrastrándose por detrás del trono, con una mano tomó la bolsa y la guardó; pensamos que Akim volvería, pero se arrastró bajando la escalera y se metió debajo de la mesa donde estaba la comida; pasó su mano por la mesa, consiguió un pan y un trozo de pavo y nuevamente recorrió el trayecto hasta nosotros. Los cinco caminábamos entre las columnas y en el momento de entrar al pasillo que nos conducía al exterior, se escuchó un terrible ruido que provenía del estómago de Akim y resonó por todo el pasillo; uno de los guardias giró la cabeza y nos vio e inmediatamente dio la voz de que estábamos escapando; muchos guardias aparecían de todos los rincones del castillo; le pedí la bolsa a Akim y, mientras corría, metí la mano, pedí las cartas, pero nada pasó y grité: —¡La bolsa no funciona! —Le dio la luz mucho tiempo y la inutilizó –respondió Oki, recordándome las indicaciones de Rom y Rem. Corrimos hasta que llegamos al final y, en el momento en que Akim quería tocar la cerradura con el cortaplumas la puerta comenzó a brillar y no lo dejó acercarse; los cuatro nos miramos, ya que a veinte metros había cientos de Armaduras y Encapuchados listos para lanzar sus rayos; escuchamos a Akim decir: —Si los detienen un momento, los sacaré de aquí –y descolgó a tirones la pesada cortina que tapaba una enorme ventana con vidrios pintados para no dejar pasar la luz. Nos miramos y decidimos emplear nuestro poder; nos colocamos en las posiciones y dijimos, gritando tan fuerte que las Sombras se pararon como asustadas: —¡TODOS PARA UNO, UNO PARA TODOS! De nuestras manos salieron rayos y luces que iluminaban todo el 160
recinto; los cuatro disparamos nuestros poderes: Nora formó una cortina de fuego que detuvo a las Armaduras; Susana hizo que nubes de agua que estaban en los cielos de Magna Magia entraran por todas las hendiduras del castillo cayendo lluvias; Oki originó ráfagas tirando a las Sombras contra los muros y yo rajaba las columnas de piedra que sostenían el techo para derrumbar esa parte del castillo. Miré a Akim y estaba arrojando una silla contra la ventana: la partió en miles de pedazos que cayeron por todo el pasillo; desplegó la cortina en el piso y dijo, gritando. —¡Siéntense sobre la cortina! ¡Rápido! Corrimos los siete u ocho metros que nos separaban de Akim y nuestros poderes desaparecían, al tiempo que, volando sobre los restos de las Armaduras, aparecieron Lotak y Spam dispuestos a destruirnos con su magia. Akim, tocando la cortina con el cortaplumas le ordenó que volara lo más rápidamente posible; la cortina se elevó tres metros y yo rompí una última columna: parte del techo frenó el avance de Lotak y Spam que se cubrieron inmediatamente con una burbuja violeta muy intenso, inmune a los golpes de los fragmentos del techo. Akim levantó el cortaplumas y ordenó salir por la ventana a toda velocidad; la aceleración de la cortina fue tal que Oki cayó por uno de los bordes de la tela pero quedó colgando de un cordón que la adornaba ,y tras algunos esfuerzos, lo subimos. Lotak y Spam nos seguían, encerrados en su burbuja protectora, y veinte o treinta Sombras Voladoras que nos perseguían a toda velocidad se unieron a ellos. Susana ordenó que las nubes se juntaran sobre nosotros y formó una gran tormenta que empezó a largar rayos; las nubes continuaron juntándose no permitiendo ver en ninguna dirección; Lotak recibió varios rayos, pero no lo dañaron y continuaba cada vez más cerca, hasta que Oki ordenó, ya repuesto del susto, un gran huracán que envolvió a Lotak arrasando a las Sombras Voladoras; al comenzar a llover, Susana ordenó que las gotas se juntaran y formó una esfera de más de treinta metros de diámetro que lanzó contra Lotak, quedando atrapado en un instante. Akim aprovechó, bajó en picada y se ocultó en unos árboles, mientras veíamos cómo Lotak originaba una esfera de energía mucho más grande que la prisión de agua de Susana y esta explotaba esparciendo chorros de agua en todas direcciones, dejándolo libre para seguir 161
buscándonos. Espiábamos ocultos entre los árboles y vimos cómo Lotak siguió de largo; las energías de Susana y Oki casi se habían consumido y se dejaron caer al pie de un nogal, a descansar. Al hablar, jadeaban por el esfuerzo. Más tranquilos, nos sentamos junto a ellos y Akim extrajo de entre su ropa el pan y pavo y comió un poco pues la energía que le habían dado los caramelos también fue casi consumida por mantener en vuelo la cortina. Dije: —Siempre pensé, por los cuentos de Aladino, que lo único que volaban eran las alfombras y no una cortina de terciopelo violeta. Me miraron por la tontería y comenzaron a reír; Akim ofreció un poco de pan y pavo a Oki y Susana que aceptaron gustosos; comieron mientras descansábamos y, al terminar de comer, Susana ordenó a una nube que bajara y descargara lluvia para beber algo fresco; nos sentamos a pensar que haríamos y fue entonces cuando recordé que la bolsa mágica había perdido el poder. —¡Hemos perdido nuestras cosas! –grité, mientras me miraban con tristeza. —Esas bolsas pierden su poder y contenidos cuando la luz de un reino diferente las alumbra por más de cinco o diez minutos –dijo Akim, ya repuesto al comer y beber. —¿Quieres decir que todavía puedo recobrar nuestras cosas? – pregunté, esperanzado. —Tienes que llevarlo al reino al que pertenece, para que la luz le devuelva su poder. —Pero es imposible. ¡No podemos ir al reino de Ferias! –grité enojado. —Esteban, se me ocurre una idea –interrumpió mi enojo Oki. —¿Cuál? —Si a la bolsa le tenemos que dar luz igual a la de su reino, podemos recrear esa luz! –dijo Oki con su imperturbable lógica. —¿Cómo? —Tenés la linterna que viene con el cortaplumas. —Ya entiendo: la luz blanca tiene los siete colores -contesté contento. Saqué mi linterna del estuche del cortaplumas y la encendí, pero casi no tenía energía. —¡Maldición! La pila ya no tiene energía y casi no alumbra –dije 162
enfurecido —Si calentás un poco la pila, quizá saquemos algo extra! –recordó, por suerte, Susana. Saqué la pila y Nora la calentó muy despacio con un fuego que creó sobre unas ramas secas; dejamos que pasaran algunos minutos y, al enfriarse, la coloqué nuevamente en la linterna; al encenderla dio una luz muy brillante que apunté a la bolsa mágica; pregunté a Akim cuánto tiempo había que darle luz. Se había que-dado boquiabierto al ver por primera vez todos los colores juntos. —Supongo que el mismo tiempo que estuvo expuesta a la luz de este reino. Oki calculó mentalmente: —No estuvo expuesta más de media hora. Cruzamos los dedos para que la pila aguantara y yo mantenía la linterna con el haz de luz blanca sobre la bolsa para lograr la reparación lo más pronto posible. Los minutos pasaron y, al llegar a la media hora miré a todos, levanté lentamente la bolsa, metí mi mano para sacar una de las mochilas y, para mi sorpresa, apareció; cuando la saqué, todos aplaudieron y gritaron de alegría, apresurándome a guardar la bolsa en mi bolsillo para que no se vuelva a afectar. —¿Qué haremos ahora? –preguntó, intrigada, Nora. —Tenemos que llegar a la colina lo más rápido posible para colocar el espejo antes de que baje el sol y Lotak tenga un ejército de guerreros de diamante –contesté eufórico. —No podrán llegar a la colina solos. Los llevaré –dijo Akim. –Pero antes buscaremos a mis amigos en la cueva que se encuentra cerca de aquí. —¿Con qué fin? –pregunté confundido. —Somos setenta magos muy poderosos que podremos ayudarlos a colocar el espejo y vencer al tirano Lotak. Tener refuerzos no estaría mal: aceptamos gustosos. Subimos a la cortina y Akim le ordenó que volara a no más de tres metros para evitar ser vistos por Lotak; fue notable cómo aumentó la velocidad gracias a que Akim pudo comer. Pasamos volando muy bajo por entre los árboles y rodeamos una montaña que en su parte menos visible tenía una pequeña catarata de no más de seis metros de alto de la que caía agua con espuma. La cortina 163
voladora fue directo a la caída de agua y nos cubrimos las cabezas pensando que nos golpearía, pero Akim levantó la mano y el agua se abrió en dos, dejándonos pasar. Al entrar, una multitud de magos y hechiceras, al reconocer a Akim, gritaban y saltaban por todos los rincones de la cueva que ocultaba el campamento de la resistencia de magos. Se observaban calderos que hervían y daban olores, muchas sillas y mesas de madera, varias estanterías con frascos conteniendo plantas e insectos disecados y una gran biblioteca que, con seguridad, guardaba los libros de magia que nos había contado Akim. Bajamos de nuestro improvisado transporte y todos vinieron a abrazar a Akim; a nosotros nos saludaban como conociéndonos. Akim explicó brevemente qué había pasado en el castillo de Lotak, mientras todos escuchaban atentamente y una joven hechicera muy bonita nos trajo una bebida dulce que daba vigor. Akim fue hasta un cofre de su propiedad, sacó un estuche de madera muy trabajado y dijo: —Esto lo empleó mi padre y es hora de que yo lo emplee contra Lotak. Levantó la tapa y nos deslumbró el resplandor de una varita mágica de oro finamente labrada con motivos de dragones. Al levantarla, vio un ligero tono de luz violeta que salía de su extremo; dijo –Todo lo que aprendí en estos años será empleado hoy. Me devolvió el cortaplumas y gritó retumbando su voz por toda la cueva: —¡Hermanos magos y hechiceras, es hora de liberar a Magna Magia y al arco iris del mal! ¡Busquen sus transportes! ¡Partiremos ya para la colina! Todos comenzaron a sacar las frazadas de sus camas y las colocaban en el piso sentándose en ellas y Akim sacó una alfombra de grandes dimensiones de un enorme cofre y nos pidió que nos sentáramos, también se sentaron junto a nosotros seis magos con diversos objetos: algunos llevaban varitas de madera pero otros tenían espadas o bastones; con esos objetos canalizaban sus poderes. Akim gritó con todas sus fuerzas: —¡Adelante, magos, es hora de nuestra victoria! La alfombra despegó del piso unos metros y salimos por la caída de 164
agua. Al darme vuelta, unas cincuenta frazadas venían volando en fila detrás de nosotros. Volamos durante dos horas, muy bajo para no ser detectados por las Sombras Voladoras que patrullaban el lugar. En una oportunidad tuvimos que ocultarnos entre los árboles del bosque, cuando vimos pasar cuarenta Sombras Voladoras en dirección a la colina. Lotak quería impedirnos el paso a ella, pero uno de los magos que nos acompañaban era experto en magia de ocultamiento y con su poder, había hecho aparecer sobre nuestras cabezas una gran tela que simulaba plantas y piedras; gracias a ella pasamos inadvertidos por debajo de las Sombras. Al llegar a la cima vimos que estaba custodiada por veinte Armaduras y dos o tres encapuchados. Nos escabullimos detrás de unas piedras y le dije a Akim que los encapuchados tenían el poder de lanzar rayos: si te tocaban, te transformarían en Sombras. Akim llamó a una joven hechicera que portaba un canasto; me dijo que se llamaba Bilam y su especialidad era la magia curativa. Le conté que, si era tocado por los rayos lo único que lo cura era dar a comer un trébol de siete hojas. La hechicera abrió el canasto y entre un montón de bolsas saco una que contenía tréboles de siete hojas; nos contó que, si manteníamos un trébol en la boca, la magia de los encapuchados no nos haría efecto; repartió los tréboles y los colocamos pegados a nuestro paladar. Akim, después de analizar la situación, se convenció de que si colocábamos ahora el espejo tendríamos más oportunidad de triunfar pues superábamos ampliamente a nuestros enemigos. Un mago que tenía un telescopio y estaba observando el lugar llamó a Akim para que viera. —¡Se aproximan más de mil Armaduras y al frente se encuentran Lotak y Spam! En minutos estarán en la cima. Es mejor atacar ahora. Nos sorprendió lo anunciado por Akim y decidimos distraer a las Armaduras con un ataque de los magos rebeldes, mientras Susana y yo colocábamos el espejo. Akim, que se encontraba oculto, levantó su vara y ordenó a los demás magos atacar. Todos salieron de entre las piedras invocando diversos poderes, dado que cada uno dominaba una técnica especial. Se podía ver un mago que, con un gran bastón de madera, lanzaba una lluvia de burbujas de jabón: al tocar el cuerpo de las Armaduras se pegaban, dejándolos inmóviles, otro, al ver que Sombras Voladoras se aproximaban, con velocidad levantó una vara de vidrio y las frazadas que nos sirvieron 165
de transporte comenzaban a volar estrellándose contra los Vampiros León, haciendo caer a las Armaduras que transportaban. En un momento vi a Akim que con su vara como si fuera una espada tocaba a las Armaduras que se transformaban en arena desparramándose por el campo de batalla. Nosotros decidimos invocar nuestro poder al máximo y saqué de la bolsa mágica las siete piedras que deposité en el suelo en forma de círculo poniendo las manos sobre ellas, gritamos con fuerzas: —¡TODOS PARA UNO, UNO PARA TODOS! Y salió una gran cantidad de rayos y chispas de las manos y de las piedras y a diferencia de otras veces, una gran esfera de luz brillante nos rodeó, sintiendo en el cuerpo como aumentaban nuestros poderes. Oki se unió a la batalla generando ráfagas de viento para desparramar el hollín de las bajas de las Sombras y Nora, levantando sus manos, produjo una inmensa cortina de fuego que nos separo de la terrible batalla para colocar el espejo. Susana y yo corrimos a una pared de piedra; saqué el espejo de mi bolsa y se lo entregue a Susana, mientras con mi poder desbasté la piedra, dejando un marco perfecto. Lo apoyamos en su sitio, hasta que me di cuenta de que, si no veía con la luz blanca dónde estaban los seis rayos provenientes de los demás reinos, no podría fijarlo definitivamente. Nuevamente abrí la bolsa mágica; saqué una de las linternas e iluminé a mí alrededor buscando los seis rayos. Una Armadura, que había logrado pasar por la barrera de fuego, se antepuso entre la luz de la linterna y entonces pasó lo inesperado; explotó con tanta fuerza que me cubrió el rostro de hollín que no me permitía ver bien. Susana limpió mi cara con un pañuelo, nuevamente busqué los seis rayos y los encontré a tres o cuatro metros de mí. Moví el espejo hasta enfocarlo con los demás rayos y con una orden mía, salieron unos dedos de piedra de la roca que sujetaron firmemente el espejo. Susana dijo desesperada.
—¡Rápido, sacá el prisma y ponelo entre los siete rayos! Busqué el prisma en la bolsa. Estaba envuelto con varias capas de tela para protegerlo. Corté las ataduras que sujetaban fuertemente la tela, 166
lo limpié bien y lo alcé sobre mi cabeza sosteniéndolo firmemente con las dos manos. Me dirigí al encuentro de los siete rayos y, en el momento de lograrlo, una esfera de luz violeta paso rápidamente sobre mí e impactó en el espejo produciendo una explosión que nos tiró a Susana y a mí a unos metros. Al levantar la cabeza vi con horror que el espejo tenía un gran agujero en el centro y escuche la voz de Lotak: —Tonto, creías que te iba a dejar colocar el espejo. Levanté la vista y estaban Lotak y Spam a cincuenta metros de nosotros. Se habían adelantado a las tropas al ver que había una batalla en la cima. Pensé que era el fin ya que no teníamos otro espejo para liberar a Kuk del limbo. En el momento que Lotak nos iba a arrojar su mortífera energía, Akim, que se encontraba justo debajo de Lotak, levantó su vara y gritó: —¡Magos rebeldes, necesito su energía! Los magos detuvieron la lucha con las pocas Armaduras que quedaban y rápidamente rodearon a Akim extendiendo sus brazos y sus varas y de todos salían rayos y chispas que envolvían a Akim. La punta de su vara generó una enorme esfera de energía violeta que lanzó contra la esfera de Lotak, que miraba desconcertado lo que pasaba. Cuando la esfera de energía golpeó contra Lotak, se produjo una explosión que desplazo a varios cientos de metros a Lotak y a su hijo. Oki originó un huracán que sujetaba a Lotak. Nora convirtió el aire que giraba rápidamente en fuego y yo pensaba cómo reparar el espejo ya que Lotak estaría libre en unos momentos. Hasta que recordé que había regalado dos espejos de las bicicletas a la reina Pak y a Pam y que todavía tenía seis. Saqué, desesperado las bicicletas de la bolsa mágica y con el cortaplumas despegué los espejos. Traté de ponerlos en el medio del espejo, donde estaba el enorme agujero, pero no podía sostenerlos en su lugar, Susana me pidió que le diera su mochila. La miré extrañado pero, dada su insistencia, se la di, Akim lazaba una nueva esfera de energía contra Lotak pero este la repelía con facilidad. Las tropas de Armaduras ya casi estaban llegando y sería el fin de los magos que mantenían muy valientemente su posición. Hasta que la voz de Susana me recordó que tenía que reparar el espejo. —Dame un espejo –dijo Susana que tenía un aerosol en su mano. Roció el lado trasero del espejo de la bici y lo pegó en el medio del espejo roto. –Esto lo mantendrá por unos instantes –dijo Susana muy convencida. 167
—¿Qué es? –pregunté desorientado. —Fijador para el pelo –contestó mientras pegaba otro muy prolijamente. Completó la colocación de todos los espejos y parecía que estaba bien. Tomé el prisma; lo levanté y al colocarme aproximadamente donde estaban los siete rayos, de inmediato se iluminó con luz blanca y una enorme esfera blanca más brillante que el sol brilló en la montaña haciendo que todos detuvieran la batalla asombrados por lo que estaba pasando. Un haz de luz blanca salió del prisma, se enfocó hacia donde estaba Akim y escuché a Lotak gritar con furia: —¡No lo permitiré! –y lanzó una esfera de energía sobre mí, pero en el momento de lanzarla apareció el cuerpo del rey Kuk con los ojos cerrados; en su pecho tenía el collar que lo había transportado al limbo. Estaba inmóvil. Akim, al encontrarse tan cerca del rey de un tirón le arrancó el collar y este abrió los ojos pero para mí era tarde: la esfera de energía ya casi tocaba mi cuerpo y cerré los ojos esperando lo peor. Sentí una explosión que me tiró contra las piedras y, al abrirlos, vi con espanto que Susana se había antepuesto entre mí y la esfera de energía recibiendo el mortífero impacto. El rey Kuk, al reaccionar elevó la vista y dijo: —Fuiste tú, Lotam, el mago que me traiciono. Veo que el mensajero que me dio el collar está junto a ti. ¡Me la pagarás! Kuk levantó su mano derecha y, con un ademán, lanzó un rayo de luz tan blanca que no se podía saber qué había pasado; al desaparecer la luz, el cielo y todo lo que nos rodeaba tenían todos los colores y por primera vez los magos que estaban entregando sus poderes a Akim y que estaban a punto de ser eliminados por las Armaduras pudieron ver todos los colores juntos. Se escucharon miles de explosiones de todas las Sombras que, al recibir luz blanca tan pura, estallaban transformándose en hollín. Pero Lotak o Lotam, que era su verdadero nombre, junto con Spam seguían en su esfera de energía violeta. Lanzó una descarga de rayos contra Kuk y este le lanzó junto con Akim, esferas de energía blanca. Traté de levantarme, pero me di cuenta de que me dolía el pecho y me acerqué arrastrándome a Susana que se encontraba tirada a unos metros de mí, mientras Oki y Nora venían a ver cómo se encontraba. Traté de reanimarla. 168
De entre todos los magos que entregaban su energía a Akim, salió corriendo hacia nosotros Bilam. Examinó a Susana y de su canasto extrajo un puñado de hojas que le colocó en la boca y empezó a reaccionar. Bilam dijo. —Fue una suerte que tuviera el trébol de siete hojas en su boca. Contrarrestó la magia de Lotak. Miré esperanzado a Bilam y entendí que Susana se salvaría. Dejé que fuera atendida por la hechicera y junto con Nora y Oki nos integramos a la lucha que mantenían Kuk y Lotak que hasta el momento había logrado esquivar el poder del rey mago Kuk. Akim atacaba a Spam que se defendía, igual que su padre, con grandes cantidades de energía. Miré que había una enorme piedra debajo de Lotak y le ordené que le salieran alas con forma de murciélago. Comenzó a aletear, la pesada piedra se elevó, Nora ordenó que salgan llamas por toda la piedra y la lancé con toda mi fuerza contra Lotak, que recibió de lleno el golpe y cayó al suelo desapareciendo la energía que lo rodeaba. Al ver Spam que su padre había caído, con un rápido movimiento lanzó muchas esferas de energía y mientras todos nos protegíamos Spam recogió a su padre y salió volando dejando una estela negra. Kuk lanzó una nueva esfera de energía enorme detrás de ellos y, a medida que se alejaban, la esfera cambió de rumbo y subió más rápido, cayendo sobre ellos lo que originó una explosión con muchas nubes negras. Al disiparse, los cuerpos de Spam y de Lotak habían desaparecido sin dejar rastros de ningún tipo. Todos saltaban contentos de haber vencido a Lotak y vitoreaban a Kuk y a Akim. Los restos de hollín de las Sombras no se reconstruían dando indicios de que la magia de Lotak había terminado. —¡Gran rey Kuk, hemos eliminado a Lotak! –dijo eufórico Akim, llevado en andas por los magos que no paraban de vitorearlo. —¡No estoy muy seguro, estimado amigo! –dijo el rey perdiendo la vista en el horizonte. Yo corrí en donde estaba Susana, seguidos por Kuk y Akim. Estaba con los ojos abiertos, pero seguía con serias heridas en el pecho. Kuk observó la escena y levantado su mano derecha, lanzó sobre el pecho de Susana un rayo de luz muy blanca y las heridas cerraron rápidamente. El color de sus mejillas volvía a ser rosa. Al terminar, Susana se incorporó como nueva y Kuk lanzó rayos sobre el campo de batalla curando a todos 169
los magos heridos. Kuk se dio vuelta lentamente y pude observarlo bien: era anciano, pero no parecía pesarle la edad. Su cabello era blanco al igual que la barba que llegaba a la cintura y estaba vestido por una túnica blanca con símbolos y diagramas mágicos bordados en oro. Calzaba sandalias negras. Nos miró a los cuatro y con una voz muy serena, nos dijo: —Yo sentí su presencia en el limbo. Y no tuve dudas de que lograrían su misión. Mi más profundo agradecimiento. Nos sentimos conmovidos por lo dicho y no podíamos decir palabra. El rey levantó las manos y ordenó que todo el arco iris estuviera de fiesta por siete días. Todos volvimos volando en la alfombra y las frazadas, de regreso al castillo que Lotak había gobernado por tantos años. Bajamos a las puertas del pueblo y proseguimos caminando por la calle principal. Los magos, que habían quedado en sus casas, salían con flores de colores y las arrojaban a nuestro paso, vitoreándonos. Y nosotros estábamos felices por haber liberado al arco iris de las manos de Lotak y su hijo Spam.
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- Capítulo X -
De vuelta a la tierra Al entrar al castillo, Kuk reparó con su magia los destrozos que habíamos ocasionado al escaparnos y, a medida que caminaba por el interior, las cortinas de las ventanas se abrían solas, dejando entrar la luz del sol en todos los rincones que habían permanecido por siglos en penumbras. Incluso entraban pájaros que nos deleitaban con sus cantos. Kuk pidió si nos podíamos quedar unos días más en la ceremonia que haría a fin de reconfirmar a los reyes que habían gobernado al reino dividido por tantos años. Él consideraba injusto ser el rey de todo, después de haber estado ausente por tanto tiempo. El pueblo no era el mismo. Al dividirse, en cada reino la gente se adecuó a las circunstancias de vida en ese lugar y puso su confianza en los reyes que surgieron para que no se produzca el caos, exceptuando al reino de Magna Magia que se había quedado sin rey. Kuk nos confió que el cargo de rey de Magna Magia sería para Akim ya que tuvo el valor de no rendirse ante Lotak y de haber reunido a los huérfanos del reino y haberlos protegido durante años y que él prefería retirarse a mejorar su magia y ser un asesor de los reyes. Lo primero que hizo Kuk fue tener audiencias públicas con los habitantes del lugar para devolverles la salud y bienes que le habían quitado el tirano, mientras los magos auxiliares preparaban la gran fiesta reuniría por unos días a todos los habitantes del arco iris. Los cuatro estuvimos libres para conocer el castillo con tranquilidad y ayudamos en la biblioteca de Lotak en la que algunos magos de Akim incorporaban libros de magia que habían juntado durante los años que se habían visto forzados a esconderlos en la cueva. En una mesa grande donde se amontonaban libros muy antiguos, estaba completamente absorta la hechicera Bilam. Leía los libros y diarios de Lotak que en algún momento Akim quiso robar. Pasamos ante ella y se podía escuchar que murmuraba: —¡Fantástico! No lo puedo creer. Seguía absorta sin prestarnos la menor atención. En silencio recorrimos los pasillos de la enorme biblioteca. Pudimos ver libros que recitaban su 171
contenido nada más con pedírselo cortésmente. Otros, al colocarlos sobre la cabeza y cerrar los ojos hacía aparecer en la mente imágenes de magos muy viejos que indicaban cómo efectuar alguna poción o cómo pronunciar palabras mágicas quizá ya no tan empleadas dado que la mayoría de los magos invocaban sus poderes solamente ordenando, como nuestro caso y el de otros. Entre los libros que tenía Lotak, estaban las cartas y el libro de Tolemak que le había desaparecido a Pom Pom. Seguramente se pondría contento al saber que se encuentra en la biblioteca. Pero esta aparición indica que Lotak se las ingenió para robar en estos años objetos de los diferentes reinos y atravesar las nieblas. Cuando los cuatro salíamos del castillo, la gente nos rodeaba para pedirnos autógrafos y nos regalaban ropa exótica o nos invitaban a conocer sus casas. En una de estas visitas, una hechicera anciana nos regaló una botella mágica en la que el agua no se terminaba jamás era muy útil en caso de viajar. Los preparativos de la gran fiesta estaban casi terminados al cabo de dos días. Muchos magos trabajaban colocando mesas y sillas en el castillo y en el pueblo de Magna Magia. Los preparativos se extendían hasta las afueras dado que la población del arco iris era de aproximadamente setenta mil personas, lo que daba una idea de la cantidad de comida que se preparaba y los barriles de jugos de frutas que los magos cocineros acumulaban en sus cocinas. En una oportunidad, los cuatro fuimos a la cocina del castillo y el gran mago de la cocina nos dio a probar un postre de crema que había inventado para la ocasión. Se llamaba Los Siete Sabores y era preparado con siete cremas de distintos colores y sabores. Al probarlo, por algunos segundos, veías todo con los colores del Arco Iris. Al tercer día, muy temprano, el pueblo de Pacífica entraba a la ciudad encabezado por Pom Pom y el rey Anak siendo un espectáculo increíble: carretas tiradas por Palingos avanzaban velozmente por el camino que tantas veces habíamos cruzado y acamparon al borde. El encontrarnos nos produjo una gran alegría y les contamos que habíamos hallado las cartas de Tolemak perdidas, con lo que Pom Pom se puso muy contento. Todos los pobladores de Pacífica se mezclaron, después de siglos, con los de Magna Magia y comenzaron a cantar por las calles y hacer los malabaristas sus piruetas; los forzudos demostraban sus fuerzas 172
levantando carretas asombrando a la gente y los poetas recitaban poemas a oídos nuevos que quedaban extasiados. Al medio día llegaron los habitantes de Minas en el Expreso Azul gracias al mago Akeom que colocaba rieles con su pico mágico. Era conducido por la tía Lilim que ya estaba comiendo anticipadamente una pierna de cordero. El rey Sabak dormía plácidamente en el vagón trasero, mientras todos los enanos bajaban y se abrazaban con la gente de los otros reinos y se ponían a bailar y a beber jugo de grosellas mágicas que te obligaban a bailar mientras las saboreabas. Inmediatamente a la llegada del Expreso Azul, arribaban cientos de Horicanes transportando a la gente del reino de Floras. A la delantera se encontraba Spur que transportaba al mago Xem y a su hija Pam. A la tarde, el cielo se llenó de naves voladoras oscureciéndose por un instante y supimos que eran del reino de Labos, que traían como nave insignia el Rayo Amarillo conducido por el capitán Muz junto al mago Atom. La nave bajó lentamente en las afueras del pueblo y la gente que estaba festejando corrió a darles la bienvenida. Nosotros esperamos que bajaran la reina Pak y el rey Logik que no conocíamos porque estaba en el frente de batalla cuando cruzamos el reino. También bajaron nuestros amigos Muz y Atom, siendo un momento muy esperado por Oki ya que le gustaba hablar con el mago inventor. Casi de noche llegaron por la cinta asfáltica carretas que no eran tiradas por ningún animal. Sus ruedas giraban solas y eso indicaba que era obra de Rom y Rem que empleaban su magia para darles vida al calzado o a las ruedas de cualquier transporte. Al acercarnos a la carreta principal, ya se escuchaba cómo los dos enanos discutían entre sí hasta que el rey Artek, al vernos, pidió que se calmaran para estas celebraciones. Los tres bajaron de la carreta real. Rom todavía transportaba el cofre que contenía al genio Mom. Los soldados y civiles del reino de Ferias bajaron para unirse a la fiesta que estaba por comenzar al día siguiente, si llegaban los habitantes del reino de Flamingo que era el más alejado. Casi a las cinco de la mañana, se divisaban puntitos de luz por el camino y la gente que se levantaba temprano comenzó a pregonar por las calles: —¡Ya están aquí los habitantes de Flamingo! ¡Levántense a recibirlos! –Todos nos levantamos a recibirlos. Al ir acercándose, divisamos que los puntos de luz eran Piros en sus jaulas. Alumbraban el camino en cientos de carros tirados por una enorme carreta con caldera 173
que echaba chorros y era calentada por trescientos o cuatrocientos Piros alimentados por soldados. Les echaban grandes paladas de comida que estos devoraban y transformaban en llamas muy potentes. Al llegar a las afueras del pueblo nos dimos un fuerte abrazo con el mago Kram y el rey Vulk a los que nuestras bicicletas les había fascinado enormemente. Esa misma mañana Susana y yo les enseñamos a manejarlas, mientras Oki, Nora y Atom disfrutaban del espectáculo de ver a ambos caer una y otra vez. Pero luego de un par de horas pudieron andar solos y quedaron agradecidos. Entonces les regalamos las tres bicicletas ya que en el arco iris no se podía encontrar un vehículo igual. Fueron repartidas así: la de Nora para Kram; la de Susana, para el rey Vulk y la de Oki, para Atom con el compromiso que en su reino se fabricaran más para los pobladores que no tuvieran transporte. Casi al mediodía, el rey Kuk llamó a todos los magos y re-yes para que subieran la gran escalinata. En más alto se había colocado el gran trono y mesas a su costados con manjares nunca vistos, para que al terminar la ceremonia los reyes y magos de la corte tuvieran un lugar donde la población del arco iris pudiera verlos por primera vez. Al primero que llamó fue al Rey Vulk y a su mago Kram. Al empezar a subir, las trompetas comenzaron a tocar y un pregonero decía, con todas sus fuerzas: —¡Del Reino de Flamingo, el rey Vulk y su mago Kram! Inmediatamente se levantaron banderas del reino de Flamingo que eran rojas con un Piros parado sobre un yunque y debajo un mazo de herrero bordados por primera vez con hilos amarillos y naranjas. La gente del arco iris que miraba y escuchaba atentamente enloqueció y vitoreaban a ambos. Al llegar hasta el Rey Kuk, dijo con tono enérgico: —¡Pueblo del Arco Iris! No puedo ser más su único rey. –En el pueblo se produjo silencio. —Desde hace siglos, han sido gobernados por reyes que han sido justos a excepción del tirano Lotak. Solo deseo ser asesor de asuntos mágicos en todos los reinos. Por eso, Rey Vulk –y el rey se arrodilló frente a Kuk que desenvainaba una enorme espada y la apoyaba sobre el hombro derecho del rey– yo, Rey Mago Supremo del Arco Iris, transfiero y confirmo el reinado en Flamingo al Rey Vulk. –El pueblo aplaudió y vitoreó a Vulk, que no dejaba de mostrar emociones en su cara regordeta. A continuación, Kuk hizo entrega al mago Kram de la medalla por 174
los servicios prestados y lo nombró Caballero Mago del Arco Iris, lo cual era un gran honor. Así pasaron los cinco reinados, realizando Kuk la misma ceremonia, hasta que llamó al mago Akim y a la hechicera Bilam, lo que provocó gran asombro en ambos pues no esperaban que el supremo rey los llamara. Al subir por las escalinatas, la gente enloqueció y los magos que había ayudado Akim lazaban con sus poderes fuegos artificiales de brillantes colores y se levantaban las banderas de Magna Magia, violeta con una esfera de vidrio en el medio de la que salían rayos amarillo violáceos, cruzados por dos varitas mágicas. Al llegar ambos a Kuk, pidió que se arrodillen y dijo, al tiempo que colocaba su espada sobre el hombro de Akim: —Dado que Magna Magia no tiene rey, yo, Kuk, Rey Mago Supremo del Arco Iris, te nombro mago Akim nuevo Rey de Magna Magia, y tí, Bilam, Hechicera Oficial de Magna Magia. Los dos se rieron todavía desconcertados por los anuncios y recibieron grandes felicitaciones y Kuk dijo: —¡Que suban Los Cuatro Vientos! Nos miramos asombrados y subimos tímidamente mientras que todo el mundo nos vitoreaba y sonaban las trompetas. Una comitiva de siete soldados portando las siete banderas nos acompañaba detrás nuestro, moviéndolas de un lado a otro. Al llegar al trono del rey Kuk, nos dio un abrazo a cada uno y pidió que nos arrodilláramos y con su espada tocó primero el hombro de Susana y dijo, muy emocionado: —Gracias a estos cuatro valientes jóvenes somos libres del tirano Lotak – El público comenzó nuevamente a gritar y a aplaudir. —Yo, Kuk, Rey Mago Supremo del Arco Iris, ordeno que a partir de hoy sean condecorados. Le colocó una medalla en la que estaban escritos los nombres de los siete reinos y un pequeño arco iris en el que se leía “Gran Orden de Caballeros Magos del Arco Iris”. Kuk terminó de colocar las cuatro medallas y pidió que nos incorporemos; nos solicitó que le diéramos las siete piedras que habíamos recibido en la tierra. Las busqué en mi bolsa mágica y se las entregué, con gran curiosidad. Todos miraban sin comprender cuál era el sentido de que le entregáramos las siete gemas, hasta que las ordenó en su mano izquierda y al poner la derecha sobre ellas dijo: —¡Yo, Kuk, ordeno que las siete piedras sean una! – y una enorme 175
esfera de energía emergió de sus manos y nos encandiló por unos segundos. Al sacar la mano derecha, las siete gemas se habían transformado en un enorme diamante que brillaba con extraños colores. Al devolvérmela, dijo. —Ahora su comunicación con nosotros es más fácil. Podrán comunicarse con cualquiera de este reino. En el momento en que nos íbamos a correr a un costado, Atom pidió permiso al rey Kuk y avanzó hasta quedar frente a nosotros, traía un cofre y dijo: —Estos queridos amigos son algunos regalos mágicos que queremos que se lleven a su mundo. Seguramente los emplearán sólo para hacer el bien. –Atom me entregó el cofre y mi curiosidad no se hizo esperar. Al abrirlo encontré un cubo herramienta, tres libros de magia para principiantes, bolsas conteniendo hojas y semillas con etiquetitas indicando nombre y utilidad, cuatro varitas mágicas de oro y plata, un pico como el que tenía el mago Akeom y, en el fondo del cofre, una frazada bordada con hilos dorados y plateados. Cerré el cofre, agradeciendo con abrazos a todos los presentes y Kuk gritó, levantando su espada: —¡Pueblo del Arco, Iris que comience la fiesta que durará siete días y siete noches! ¡Coman y beban! Estalló Magna Magia en aplausos y gritos que vitoreaban a Kuk. Los magos lanzaban al cielo sus mejores fuegos artificiales mágicos y se escuchaban a los juglares tocar sus instrumentos. Los habitantes de los siete reinos por primera vez se mezclaban y bailaban. Todos los presentes nos sentamos a las mesas en ubicaciones muy precisas: los reyes fueron sentados a la derecha de Kuk, los magos y nosotros a la izquierda; Akim pidió si no molestaba sentarse a nuestra mesa ya que era rey y su obligación era estar entre reyes, pero de la mesa de los mismos dijeron que no se preocupara ya que era un rey joven y tenía que estar con jóvenes. Pam quiso sentarse a lado mío, pero Susana rápidamente le ganó el lugar. Yo ya me sentía un poco incómodo, lo que me obligó a reflexionar sobre mi posición entre Pam y Susana. Era, sin lugar a duda, necesario hacerle entender a Pam que yo en unos días abandonaría el Arco Iris quizás para siempre y que no tenía que ilusionarse más con la idea de que estaríamos juntos. Mi pensamiento fue interrumpido cuando Xem, el padre de Pam, me dijo: 176
—Espero que la selección de semillas y hojas mágicas, les guste. —¿Hojas mágicas? – dije desconcertado. —Sí. Las bolsas que están en el cofre que les regalamos. —¡Sí, sí! –respondí, recordando el contenido del cofre –¿Para qué sirven? —Unas sirven para curar heridas, otras, para reparar huesos. ¡Pero las más interesantes son las que te hacen muy sabio por unos minutos y las que ayudan a predecir el futuro. —¿Quiere decir que podemos ver qué pasará en el futuro? – preguntó Susana, entusiasmada. —Únicamente el futuro de los próximos veinte o treinta segundos – contestó Xem, desmoralizando un poco a Susana, que como toda mujer era aficionada a los horóscopos. —Las cuatro varitas les servirán para canalizar más puntualmente su magia –dijo Akim, mientras se servía un enorme pollo. –Piensen que su magia es a través de sus manos y que la emiten directamente. Con las varitas de metal podrán concentrar y dosificar mejor sus poderes. —¿Qué pasara con nuestros poderes en la tierra? –preguntó inquieto Oki. —Será más lento su progreso dado que no estarán en el arco iris; pero, si practican, los aumentaran gradualmente como el resto de los seres humanos que tienen el don –contestó Kram. —¿Quiere decir que en la tierra hay magos y hechiceras de verdad? –preguntó Nora mientras se servía un gran vaso de jugo de frutillas. —Por supuesto. En todo el mundo hay unos cincuenta mil magos – respondió Kram pensando que nosotros conocíamos a alguno. —¿Por qué no pidieron ayuda a magos experimentados y no a nosotros? –pregunté. —Porque el poder de los cuatro elementos puede ser manejado únicamente por cuatro verdaderos amigos incondicionales y no por un mago experimentado? –respondió Akim, mientras comía ensalada. —Cuándo dominen sus poderes con la varita de metal, podrán emplear el gran pico mágico con el cual descargar sus poderes los cuatro al mismo tiempo. Pero podrán hacerlo cuando dominen la varita a la perfección. No deben emplearlo si no están seguros –dijo Akeom, despertando nuestra curiosidad, mientras se escuchaba las voces de Rom y Rem que se disputaban un pedazo de pavo con la tía Lilim. 177
—¿Dices que podemos unir nuestro poder en uno? –preguntó Oki. —Sí. Igual que hice yo cuando me enfrente a Lotak. ¿Recuerdas que mis amigos me daban momentáneamente su poder y lo lanzaba a Lotak y a Spam? –respondió Akim, cortando una rebanada de pan. —Pero tú empleaste una varita de metal –recordó Nora. —Sí. Pero el pico puede combinar también la magia del arco iris con la de ustedes cuando se encuentren en la tierra. En los tres libros que hay en el cofre se explica todo lo que estamos hablando y cómo hacerlo. Estúdienlos con cuidado y sean responsables –terminó diciendo Akim. Continuamos comiendo y bebiendo hasta la tarde y nos levantamos de la mesa cuando Kuk se disculpó para ir a descansar. Dijo que a la noche cenaríamos en el mismo lugar. Anunciado esto los magos y reyes bajamos la gran escalinata, para unirnos a la diversión mezclándonos con la gente. Los cuatro fuimos a una gran rueda de gente que giraba al compás de la música y bailamos tratando de imitar los complicados pasos de algunos allí fue cuando vi que Pam estaba hablando muy animosamente con Akim, lo que me produjo una sensación de alivio, si ellos dos se entendían. Al finalizar la tarde ya parecía Pam menos interesada en mí y los seis fuimos a la mesa donde habíamos almorzado. Akim, que se había enterado que Pom Pom nos había regalado un mazo de cartas de Tolemak, me lo pidió. Lo saqué de mi bolsa y al tomarlo, dijo: —Por fin veo un juego de cartas mágicas. ¿Me dejas probarlas? Lanzó al aire pidiendo que se transformaran en una espada y antes de caer al suelo, se unieron transformándose en una espada. Después de hacerla girar en el aire, Akim ordenó que vuelvan a la mano y lo hicieron. Entonces recordé que en la biblioteca habíamos visto un estuche con un mazo y el libro de instrucciones. Se lo comente a Akim y respondió que no los había notado. En ese instante llegó Pom Pom y Akim le dijo que si quería recuperar sus cartas no había ningún problema. Pero Pom Pom contestó que era mejor que estuviera en la biblioteca, noble acto que agradeció Akim con un abrazo. Los siete nos sentamos y Akim dijo que, cuando vivían en la cueva y estaban aburridos, jugaba con las cartas a la captura del reino. Nos enseñó el juego con paciencia hasta que lo aprendimos y nos resultó muy divertido. 178
La idea del juego era simple: había que capturar uno de los seis reinos que figuraban en las cartas, completando las diez cartas del mismo reino. Jugamos hasta la noche y a la hora de la cena comimos y presenciamos malabaristas del reino de Pacífica: lanzaban al aire a algunos enanos de Minas que se prestaron divertidos y a cada atajada de los malabaristas, la gente aplaudía. A continuación varios Horicanes del reino de Flora hicieron piruetas al mando de una niña que daba las órdenes por medio de su silbato mágico y al finalizar un Mago inventor del reino de Labos desplegó el cubo herramienta y lo transformó en un lanzador de fuegos artificiales que, al explotar en el aire, formaban por varios minutos el nombre de los siete reinos con sus correspondientes colores. Esto produjo una gigantesca ovación. Ya bien entrada la noche, cansados por tanta excitación y tan abundante comida, nos fuimos a dormir. Mientras nos dirigíamos a nuestros dormitorios, en el pasillo decidimos partir a la mañana ya que extrañábamos a nuestras familias. Esa noche dormir fue un poco complicado porque a pesar de estar alejados de las calles, en la habitación se escuchaban los cantos de la gente, hasta que el cansancio me venció y ya nada me despertó en todo el resto de la noche. A la mañana siguiente, comunicamos nuestra decisión a Kuk. Se apenó de que no compatiéramos los seis días restantes de festejos, pero comprendió que estábamos ansiosos de ver a nuestros familiares a pesar de que en la tierra solo habían pasado unos diez minutos. Terminamos de desayunar y Kuk, junto a los reyes y magos amigos, nos esperaban en la plaza central de Magna Magia a la que fuimos conducidos por soldados que tenían banderas de los siete reinos. Al pasar frente a los pobladores nos tiraban flores de colores formando una alfombra colorida y aromática. Todos nos agradecían que los habíamos ayudado. Al llegar al centro de la plaza, nos abrazaban y deseaban que tuviéramos larga vida, que no nos apartáramos jamás del bien y que empleáramos nuestros poderes con sabiduría. Todos se colocaron formando un círculo alrededor de nosotros y los reyes levantaron sus espadas, los magos sus varitas y Kuk dijo: —Eternos Amigos del Arco Iris, gracias por su amistad. Vuelvan a sus casas con el corazón lleno de alegría –Kuk levantó lentamente sus manos. 179
Miré que el mago Kram se quedaba en su sitio. Pensaba que nos iba a llevar como hizo al traernos y grité: —Mago Kram, ¿no nos acompaña? Kuk dijo con una gran sonrisa: —Ya no lo necesitan. Ustedes son magos. Recuerden solamente levantar la mano y el pulgar. Los cuatro recordamos cuando Kram, levantando la mano y el pulgar nos trajo al arco iris. Kuk movió sus manos y una luz blanca muy intensa nos rodeo y nos elevamos mientras ráfagas de viento giraban alrededor de nosotros y escuchamos que todos gritaron: —¡Viva los Cuatro Vientos! Al cabo de unos segundos, estábamos a varios metros de la plaza y cada vez ascendíamos más y más hasta que vimos la totalidad de los siete reinos del arco iris. En un momento, a medida que nos alejábamos los siete reinos se esfumaron y aparecieron los siete colores de un majestuoso arco iris. Rápidamente sentimos que bajábamos y, luego de atravesar una nube, pudimos ver el parque Centenario de donde habíamos partido y, en unos segundos, ya tocábamos el césped todavía mojado por la lluvia. La luz blanca se retiró al arco iris dejándonos un poco mareados por la altura. Al terminar las ráfagas de viento, observamos que una mujer con paraguas, al vernos bajar de la luz, salió corriendo asustada. Un vagabundo y su perro estaban sentados frente a nosotros, a varios metros, y nos observaban sin demostrar temor alguno. Miré mi reloj y comprobé que habían pasado once minutos desde que nos habíamos ido. Al levantar la vista, el arco iris seguía allí, brillante, ya sin las nubes negras del principio de nuestra aventura y, al cabo de un ratitos desapareció gradualmente. Saqué de mi bolsillo la bolsa mágica y extraje cuidadosamente las tres mochilas para comprobar que funcionaba bien en la tierra. No hubo ningún problema: nos pusimos las mochilas y empezamos a caminar en dirección a nuestras casas, acerca de la conveniencia de explicar o no lo sucedido a nuestros padres, Nora decía lo siguiente: —Decirle a mis padres, que su hija se transformó en hechicera en solo once minutos, creo que yo no se lo voy a decir. —Tu madre estudia culturas indígenas en el museo. Creo que tiene una mente abierta –dijo Susana, dirigiéndose a Nora –En cambio mis padres son muy cerrados y me costará decirles. Pero no les mentiré. —Yo se los contaré más adelante. Quiero que sepan que soy 180
responsable en el empleo del poder –dijo Oki serenamente. —Yo primero se lo contaré a mi padre. Él vio las primeras piedras. Será mucho más fácil –dije, tranquilo, al recordar que mi papá estudió con detenimiento la piedra roja. Seguimos caminando y recordamos que teníamos que explicar la ausencia de las bicicletas. Los tranquilicé diciéndoles que había sacado del reino de Minas una enorme pepita de oro, que no quise mostrar en público por temor a los asaltos y que, con un poco de ella, compraríamos cuatro bicicletas nuevas. Estuvimos de acuerdo en separarnos y pasar ese sábado con nuestros familiares ya que hacía varios días que no los veíamos. Nos reuniríamos a la tarde del domingo, en casa. Al llegar a casa, mi madre se fijó la hora y me dijo: —Esteban, no fueron al campamento. —Nos arrepentimos y preferimos quedarnos con nuestros familiares. —¿Y desde cuándo un sábado lleno de emociones es menos importante que tu familia? Tragué saliva, me di cuenta de que exageré un poco, y respondí. —Recordamos que queríamos ver una película que se estrenó esta semana y decidimos ahorrar el dinero del campamento. —Ya veo. La película de la invasión extraterrestre. —Sí. La invasión del planeta Moranga. –respondí, respirando aliviado. Le hice mate a mamá mientras preparaba de almorzar carne al horno con papás y jugué con mis hermanos Pablo y Julián a colorear unos libros de animales. A la hora, llegó mi papá de trabajar y como era sábado, tenía el resto de la tarde libre para que yo le cuente mi experiencia. Almorzamos los cinco y yo me preguntaba si contárselo también a mi mamá. Pero llegué a la conclusión de que era mejor primero decírselo a papá. A la tarde como seguía lloviendo, alquilamos videos y nos sentamos en el living a verlos. Pero mamá recibió la llamada de mi tía Sofía, que vivía a una cuadra de nosotros, y quería mostrarle el vestido de novia que usaría en algunas semanas y fue a verla, dándome la oportunidad de quedarme solo con papá, ya que se llevaba a mis hermanos. Papá veía la segunda película y yo le dije: —Papá, ¿recuerdas la piedra roja? 181
—Sí, ¿qué tiene? Y seguía mirando la televisión. —Son mágicas. —No hagas bromas. Déjame mirar la película. Al verlo decidido a estar atento a la película policial, saqué de la bolsa mágica las cartas de Tolemak .Las arrojé al aire asustando a mi padre, y antes de caer al suelo, ordené que apareciera el caballero. Las cartas se ordenaron formando un pequeño caballero montado en su caballo que relinchaba golpeando las patas la alfombra. Seguidamente ordené, para espanto de papá, que corriera por el living sin tocar ningún mueble ni adorno. —¿Qué es eso? –dijo aterrado mi papá. —Tranquilízate. Yo controlo la magia que lo mueve –Extendí mi mano y ordené: —¡Cartas al mazo! –y las cartas volvieron a mi mano ordenándose solas, una a una. —¿Querés decirme que tenés poderes mágicos? –dijo mi papá, dejándose caer en el sillón y pasándose la mano por la frente, tratando de saber si tenía fiebre o estaba alucinando. —Te contaré lo que nos pasó a mis amigos y a mí –dije con voz pausada, para que prestara atención y poder comenzar mi relato. Estuvimos charlando casi dos horas, tranquilos. Mi padre demostraba fascinación por lo ocurrido y decía: —¡Es increíble! ¡Maravilloso! No lo puedo creer. Al volver mamá, los dos fuimos a mi habitación y saqué los objetos de la bolsa mágica y a mostrárselos. Entonces recordé que tenía todavía en la bolsa las mariposas Tornasol. Saqué la jaula: seis hermosas mariposa dormían profundamente. Coloqué una maceta con flores de colores y, al ver que se posaban en ellas, me quedé tranquilo al saber que les agradaba el nuevo néctar. Mi padre todavía no salía de la emoción cuando le mostré la medalla que me había dado Kuk. Lo enorgulleció mucho. Una vez mostrados los objetos, los guardé en la bolsa a excepción de las mariposas Tornasol que coloqué sobre un espacio libre en la biblioteca. Quedamos con papá en que él le contaría a mamá en algún buen momento ya que la podía impresionar un poco. Esa noche disfruté de mi familia como seguramente los demás estaban haciendo. Después de cenar y jugar unos partidos de dominó me di una ducha y me acosté, mientras escuchaba que todavía llovía. Pensaba 182
en las cosas que habían pasado y me quedé dormido. Tuve inmediatamente un sueño extraño: aparecieron Lotak y Spam; estaban en un túnel muy oscuro, con una luz tenue que iluminaba sus rostros y decían: “Esto no terminó todavía”. Me desperté sobresaltado y traté de dormir pero era inútil, ya me había desvelado. Me preguntaba: ¿Todo terminó realmente?
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- Capítulo XI -
Pensamos que había terminado A la media hora, mientras trataba de relajarme escuchando la lluvia y dormir un poco, el teléfono me sobresaltó. Atendí como presintiendo que algo no estaba bien. Reconocí la voz de Susana que gritó: —¡Esteban! ¡Lotak me secues... –Las palabras de Susana fueron interrumpidas bruscamente por la inconfundible voz de Lotak, que decía en forma tranquila: —Muchacho, Susana está conmigo y morirá lentamente si ustedes tres no vienen a enfrentarse a Spam y a mí, ahora. —¡Maldito! ¡Si le haces daño...! –Fui interrumpido por Lotak: —¿Qué me harás? ¿Castigarme con tu incipiente magia? Ya no estás bajo la protección de Kuk. —Deja libre a la chica. Hazme daño a mí. —¡Basta! Los espero a los tres en una hora en lo que llaman subterráneo que está cerca de tu casa. Y no involucres a más mor-tales: ya sabes que, a pesar de que mi poder disminuye en la tierra, me alcanza para eliminarlos. Me quedé unos segundos confundido. Llamé inmediatamente a Oki y a Nora, preguntándome si avisaba a la policía. Tuve suerte que Nora atendió mi llamada y no su madre. Quedamos en que venía. Pero el teléfono de Oki fue atendido por su padre y a regañadientes me dio con él. Mientras hablábamos, se escuchaba como fondo al padre protestando en japonés. A no ser por la emergencia, esa situación me hubiera resultado divertida. Oki le dijo a su padre que mi papá se descompuso y que mi mamá lo acompañaría al médico. Mi llamada era para pedirle que me hiciera compañía y cuidar a mis dos hermanos. El padre aceptó a duras penas. Me vestí rápidamente y guardé los elementos mágicos en la bolsa que me regalaron los enanos; al terminar, bajé a esperar a mis amigos en la puerta de mi edificio. La lluvia seguía con menor intensidad y únicamente pasaban por la 184
calle los camiones recolectores de basura. Miré el reloj: eran las dos y diez de la mañana. Ya habían pasado diez o quince minutos del llamado de Lotak; mis amigos no tardarían en llegar. En esos instantes de soledad, sentí que Lotak podría dañar real-mente a Susana, lo cual me inquietó y me enojó, mientras me preguntaba si era un mal sueño. A los pocos minutos, Nora cruzaba la calle oscura y detrás llegó, bajo un paraguas con algunas inscripciones en japonés, Oki, muy nervioso; al ingresar al hall del edificio les expliqué mejor lo sucedido y Oki dijo con su habitual lógica: —Creo que deberíamos llamar a Kuk con el diamante y preguntar qué hacer. —Oki tiene razón Él sabrá cómo manejar en la tierra a Lotak – agregó Nora mientras se secaba la cara que se encontraba mojada por la lluvia y de seguro por algunas lágrimas de impotencia. —Creo que tienen razón –Saqué de la bolsa el diamante, lo coloqué a contraluz de una lámpara que decoraba el hall y pregunté nervioso: —¿Cómo funcionará esto? Oki respondió: —¡Invoca a Kuk! Miré fijamente el diamante que emitía hermosos reflejos al moverlo y dije con voz segura. —Quiero hablar con el mago Kuk. ¡Ahora! Los brillos del diamante se hicieron más fuertes y una luz blanca nos rodeó. El rostro de Kuk apareció a unos centímetros del diamante y preguntó: —¿Qué sucede, amigos? —¡Lotak está vivo y secuestró a Susana! –gritó Nora mientras Oki trataba de que bajara la voz para no despertar a Rubén, el portero, que vivía en la planta baja. —¿Qué Lotak está vivo? –gritó Kuk. —¡Sí! ¡Quiere que vayamos al rescate de Susana: la tiene en el túnel de un subterráneo, cerca de donde nos encontramos! –respondí. —Es una trampa. Si tuvieran un arco iris, podríamos ayudarlos, pero es de noche y la luz del sol es imprescindible. La hechicera Bilam encontró, revisando libros y diarios de Lotak, que es probable que sus poderes hayan disminuido fuera del arco iris, también descubrió que posiblemente su debilidad sea extrema si lo toca una gran cantidad de sal. 185
—¿Sal común? –preguntó Oki para estar realmente seguro. —Sí. Sal marina puede que absorba su poder de inmortalidad – contestó Kuk, al tiempo que su imagen se hacía más clara. —¿Y cómo la usamos? –dijo Nora un poco más tranquila al saber que había una debilidad. —Tienen que arrojarle una buena cantidad al cuerpo. Piensen que, si Lotak se encuentra en la tierra, su hijo Spam también –aclaró Kuk. – Recuerden que el pico mágico que les regalamos podría sumar su poder y el nuestro, pero tengan cuidado: tendrían que haber practicado más su magia con las varitas. Empléenlo únicamente como último recurso. Es peligroso –dijo Kuk, cautelosamente. —¿Y cómo utilizamos el pico mágico? –preguntó Oki. —Con sostenerlo los cuatro por el mango con la mano derecha y pensando todos qué acción debe seguir el pico sumará su poder y, si es necesario, invoquen al diamante como recién han hecho: los magos que estemos presentes les daremos parte de nuestra energía por unos momentos. Traeré a todos los magos por si nos necesitan! —Gracias Kuk –respondimos y la imagen desapareció. Guardé el diamante en la bolsa mágica. —Tenemos que conseguir mucha sal –dijo Nora al mirar su reloj. – Son las dos y veinticinco. —Tenemos menos de treinta y cinco minutos para conseguirla – respondí azorado por el tiempo que se nos agotaba. —Vayamos al supermercado que está a una cuadra de la entrada del subte –dijo Nora, que conocía los negocios de la zona. —¡Pero estará cerrado! –respondió Oki. —Tendremos que entrar de alguna forma y sacar la sal. Yo tengo dinero: no será un robo. Será una compra fuera de hora –dije para tranquilizar a Nora y Oki. Fuimos corriendo las cuatro cuadras hasta el supermercado. Tenía una persiana de rejas, pero por suerte estaba iluminado. Nora dijo que la sal la ubicaban en los estantes del fondo y, mientras ellos me tapaban con sus cuerpos y miraban en todas direcciones esperando no ser descubiertos, yo sacaba el adelgazador de la bolsa y lo colocaba en el ojo de la cerradura de la puerta de vidrio. A los pocos segundos, todo mi cuerpo pasó en forma de tallarín. Al pasar por unas góndolas abrí un paquete de grandes bolsas de 186
residuos y saqué cuatro. Caminaba agazapado por los pasillos mirando cada tanto a la puerta si Oki y Susana indicaban que todo estaba bien y proseguía. Crucé por varias estanterías de comestibles y al final, como Nora había dicho, encontré paquetes de sal fina y sal gruesa que empecé a romper, dejando caer la sal en las bolsas; cuando ya había roto aproximadamente el vigésimo paquete, vi dos grandes ojos rojos que se acercaban en la oscuridad con rapidez. Al iluminarlo pude comprobar, con cierto temor, que era un perro ovejero alemán: inmediatamente se tiró sobre mí dándole una dentellada al paquete de sal que sostenía en mi mano. Tragó bastante, lo que le provocó arcadas. Yo caí hacia atrás, y al reponerse, el perro puso sus patas en mi pecho. En el momento en que iba a morderme la cara, recordé el silbato de Pam que conservaba en el cuello. Me lo puse en la boca mientras me defendía la cara con la mano derecha que recibió una feroz mordida. El silbato, se me cayó. Me lo volví a colocar y tratando de concentrarme, soplé con fuerza. El animal paró las orejas, me miró sorprendido y yo, aprovechando la atención, ordené que se acostara a dormir. Salió de mi pecho, caminó lentamente hacia un rincón, dio un par de vueltas y se acostó. Mi mano sangraba mucho y lo primero que se me ocurrió fue buscar toallas en un estante para limpiarme las heridas y seguir cargando sal; ya faltaban solo quince minutos para el plazo fijado por Lotak. Vacié la estantería colocando unos diez kilos de sal en cada bolsa; cerré las cuatro y las guardé en la bolsa mágica. Volví arrastrándome por entre las estanterías. Al pasar por la caja dejé suficiente dinero para cubrir el gasto de la sal y las toallas. Me acerqué nuevamente a la puerta y coloqué el adelgazador en la cerradura mientras Oki y Susana hacían gestos de que podía salir. Comencé a salir por la cerradura y fue entonces cuando un policía apareció por la esquina y lo único a que atinaron Oki y Susana fue a darse un beso. El policía se detuvo, dudando entre detener el fogoso beso o seguir su camino, mientras mi cuerpo, en forma de tallarín, casi ya terminaba de pasar. Decidió seguir; caminó unos metros y, al darse vuelta vio, que éramos tres personas las que nos alejábamos y quedó desconcertado. Les di a cada uno una bolsa y cruzamos rápidamente la calle, en dirección al subte. 187
Al llegar a la estación Ángel Gallardo del subterráneo vimos que la puerta de reja estaba abierta y entramos. Saqué el buscador de la bolsa mágica y pregunté en qué dirección estaba Susana. La aguja indicó en dirección a la estación Medrano, que era la próxima. Volví a preguntar por Lotak y la aguja mostró la misma dirección: eso indicaba que, efectivamente, Lotak había secuestrado a Susana. Repartí una varita de metal a cada uno casi no sabíamos emplearlas pero confiábamos en que nos permitiría dirigir mejor nuestra magia. También saqué las cartas de Tolemak y las puse en el bolsillo del chaleco. Miramos nuevamente el reloj. Faltaban solamente cinco minutos para que venciera el plazo. Bajamos del andén con cuidado y comenzamos a caminar en la oscuridad entre los rieles. Lamenté no traer ninguna de las linternas ya que la que tenía en el estuche del cortaplumas tenía las pilas casi agotadas. Nora dijo: —Presiento que Lotak está cerca. Saqué las cartas de Tolemak y las arrojé pidiendo que se transformen en el Hechicero. Las cartas cayeron formando el pequeño Hechicero y le ordené que fuera a veinte metros delante de nosotros. Oki, en voz muy baja, preguntó: —¿Por qué hiciste eso? —Es mejor saber qué va pasando veinte metros adelante. Pero, para que yo vea a través de los ojos del hechicero de cartas, tengo que tener mis ojos cerrados y para avanzar, me tendrán que guiar Oki comprendió la idea y yo coloqué en medio de ambos: me guiaban por la oscuridad mientras yo les decía qué pasaba adelante viendo por los ojos del Hechicero de cartas. Caminamos trescientos o cuatrocientos metros y vi a Susana atada a las vías. Me detuve, haciendo detener a Oki y a Nora que no la veían. Ordené al Hechicero que se acercara más. Al hacerlo, dos enormes esferas de energía violeta que salieron de la oscuridad explotaron en las cartas dispersándolas por todos lados y se escuchó la voz de Spam: —Los malditos nos engañaron: mandaron las cartas de Tolemak. Abrí los ojos y dije que era hora de que Nora alumbrara la oscuridad del túnel, Nora usando por primera vez la varita de metal, hizo aparecer llamas en diferentes lugares, descubriendo a Lotak y a Spam. Susana gritó: —¡Cuidado, Esteban! ¡Lotak ya sabe que están aquí! 188
—¡Cállate, niña! –gritó Lotak. –¡Muy Bien! No se dejaron engañar –terminó diciendo más sereno. Los tres nos acercamos, pero antes de que nos viera sacamos de las bolsas un puñado de sal que nos pusimos en los bolsillos y caminamos frente a Lotak y Spam: se encontraban frente a nosotros anteponiéndose a Susana que, atada sobre los rieles, se esforzaba inútilmente por liberarse. —¿Cómo te salvaste, Lotak? –pregunté, dándome tiempo de pensar alguna forma de liberar a Susana. —Mi hijo Spam me bajó del arco iris antes de que la energía de Kuk nos alcanzara y, al reponerme, me di cuenta de que ya no había caso en seguir en el arco iris si disponía de un mundo lleno de magos y tecnólogos que gobernar. Pero antes tengo que eliminarlos. Son poderosos y eso es peligroso. —¿Cómo supo donde estaríamos? –preguntó Nora, mientras yo ordenaba que las cartas regresaran a mi mano, ante la atenta vigilancia de Spam que, al ver reunirse las cartas, casi dispara una carga de energía sobre mí, aunque al comprender que las regresaba al bolsillo, se tranquilizó. —Los esperé al final del arco iris. En algún momento regresarían a sus hogares. —Seguro que eran el vagabundo y su perro que no se asustaron al vernos salir del arco iris. -dijo Oki. —Ves, Spam, son muy listos estos muchachos. ¿Por qué destruirlos? Trabajen para mí. —¡Usted está loco! –gritó Nora. —Tendrían un mago que les enseñaría verdaderos trucos y lo más importante: la inmortalidad. Piénsenlo, tienen un minuto –Lotak levantó la mano y, a lo lejos, un subterráneo prendió sus luces y comenzó a moverse en dirección a nosotros. Lotak continuó diciendo. —Exactamente en un minuto, si no pasan a nuestras filas, su amiga morirá y después continuarán ustedes. Susana gritaba desesperada que la liberemos al ver a la distancia cómo las luces se acercaban muy lentamente. Y fue entonces cuando se me ocurrió una idea: di dos pasos al frente, giré mirando a mis amigos y, guiñándoles el ojo, grité: —¡Ya lo decidí iré: con Lotak! Ustedes no me sirven para mis aspiraciones. 189
—¡Maldito traidor! –gritó Nora y me golpeó con fuerza. Oki nos separó, al tiempo que Susana gritaba: —¡Basura! Giré y enfrenté a Lotak, al tiempo que metía disimuladamente las manos en los bolsillos sacando sal. Caminé diciendo: —Maestro Lotak, ¿me enseñarás a ser inmortal? —Mucho más que eso –dijo Lotak mientras yo me reía. Ya estaba a dos metros de ambos. —Bien para el subte –dije, viendo que tomaba velocidad. —¡Si tu amiga no se afilia a mi causa, es mejor deshacernos de ella! Tomé fuerzas y salté arrojando sal en las caras de Lotak y Spam. Al instante les empezó a salir humo, cayendo los dos al suelo gritando de dolor. Nora disparó certeramente con su vara llamas que rodearon los cuerpos de los magos y yo corrí a lado de Susana para intentar desatar los nudos, pero no había tiempo: el subte estaba a cien metros. Se me ocurrió sacar, como último recurso, el pico de la bolsa. Al sacarlo, les dije a Nora y Oki que también lo tomaran y pensaran en parar al subte. A escasos veinte metros de arrollar a Susana, dirigirnos los tres el pico y salió un inmenso rayo: no solo detuvo al subte sino que lo aplastó, deformándolo. El suelo comenzó a temblar como si estuviéramos en medio de un terremoto. Saqué las cartas de Tolemak y al arrojarlas, ordené una espada que tomé con mis manos. Di dos golpes que cortaron las ataduras que retenían a Susana en los rieles. Los tres buscamos las bolsas con sal para arrojarlas a los magos que ya se habían incorporado pero les costaba vernos. Al echarles la sal lanzaron unos rayos que, pegando en las paredes, explotaron arrojándonos a unos metros. Susana intentó acercarse, pero Spam le disparó una esfera de energía que rozó su camisa prendiéndole fuego y obligándola a tirarse al piso para apagarlo. En la confusión, se escuchó a Lotak: —¡Malditos bastardos, han encontrado nuestro punto débil! Ya no habrá misericordia. Estaban desfigurados. Sus rostros eran lo más horroroso que uno hubiera imaginado. —Spam, lancemos el gran hechizo del portal negro –dijo Lotak, e inmediatamente los dos hombres cerraban los ojos y levantaban las manos. Yo ordené a la espada de Tolemak se dirigiera sobre ambos. Pensé en 190
golpear el cuerpo de Lotak y la espada le cortó dos dedos, desvaneciéndose el hechizo que nos iba a lanzar. Pedí a las cartas que vuelvan al mazo, mientras Spam ayudaba a su padre. Los cuatro nos incorporamos y corrimos por el costado del subte, aplastado como un acordeón, pero antes levanté el pico del suelo y corrimos por el túnel en dirección a la estación de Medrano, que estaría a doscientos metros. Al darme vuelta un instante vi a Lotak y Spam nuevamente detrás de nosotros, suspendidos en el aire dentro de una esfera de energía. Al pasar por el túnel, se destruía, con lo que demostraban que empleaban todas sus fuerzas. Oki a medida que corríamos me recordó que habíamos olvidado algunas de las bolsas con sal. Al llegar a la estación Medrano, subimos al andén justo a tiempo: nos lazaron una esfera de energía y al pegar en el techo del túnel, lo hizo explotar, abriendo un hueco por el que pasaría un camión. Al acercarnos a la salida, las puertas estaban cerradas. Forcejeamos unos segundos hasta que un golpe certero del pico mágico sobre la cerradura, la abrió. Subimos rápidamente las escaleras y, al salir al exterior, muchos taxis y coches se habían detenido observando el hoyo hecho por Lotak. De pronto, todos los curiosos salieron corriendo y una nueva explosión agrandó el agujero saliendo de él Lotak y Spam en su esfera de energía. Corrimos por entre los coches esquivando rayos lanzados por Lotak y Spam: al alcanzar el suelo arrojaban pedazos de concreto en todas direcciones, y uno incendió uno de los autos. Ya se empezaban a escuchar las sirenas de la policía y nosotros pensamos que, si trataban de detenerlos, sufrirían grandes bajas. Lotak y Spam bajaron su esfera de energía a nivel del piso y caminaron entre los autos detenidos, buscándonos para destruirnos. Nosotros estábamos escondidos atrás de un puesto de diarios y observábamos los movimientos de ambos. Al acercarse bajo el alumbrado público vimos que tenían el rostro mucho más deformado: la sal les producía daños profundos. Los magos caminaron en dirección al puesto de diarios y se detuvieron apenas a diez metros tratando de buscarnos con la vista. Escuchamos decir a Lotak: —Los hemos perdido. Saca tu buscador. Spam sacó de una bolsa mágica un buscador igual al que teníamos 191
nosotros: era cuestión de segundos que nos encontraran. Nos agachamos detrás de los autos estacionados y corrimos en dirección contraria a los magos. Pudimos alejarnos casi una cuadra cuando observamos que se dieron vuelta en dirección a nosotros y comenzaban nuevamente a caminar en forma lenta pero segura. Nosotros seguíamos tratando de ganar tiempo para elaborar un plan y fue justo entonces cuando dos coches de policía los interceptaron cruzándoles sus vehículos. Se dieron cuenta de que los hombres de azul que bajaban con armas eran algún tipo de amenaza ya que los rodeó nuevamente la esfera violeta de energía. Se escuchó la voz del oficial: —¡Alto, policía! Pero ambos seguían caminando y el oficial gritó: —¡Alto o disparamos! Ni Lotak ni Spam se detuvieron. El oficial ordenó fuego y los seis policías dispararon pero las balas que pegaban en la esfera de energía eran detenidas a pocos centímetros de los cuerpos de los magos. Lotak levantó la mano y lanzó una fuerte luz sobre una de las patrullas atravesada en la avenida y el auto comenzó a desarmarse, cayendo sus partes al suelo, ante el desconcierto de los policías. Con un nuevo movimiento de su mano, las piezas tomaron la forma de un toro con grandes y filosos cuernos de metal que empezó a correr a los policías. En un momento, el toro embistió el otro patrullero con tanta violencia que el auto entró a un negocio de venta de ropa produciendo un incendio de grandes proporciones. El toro buscó a los policías y, al encontrar a uno que subió desesperado al techo de un auto, lo topó. El oficial voló tres o cuatro metros golpeando pesadamente sobre la cortina metálica de un negocio de comidas rápidas. El resto de los policías corría en todas direcciones tratando de escapar del endemoniado animal. Lotak y Spam ni siquiera miraban la grotesca escena: sólo estaban preocupados por encontrarnos y destruirnos lo más pronto posible. Miramos con desesperanza el accionar de la policía y pensamos que teníamos remedio: debíamos enfrentar a los magos. Busqué en mi bolsa mágica la cuarta bolsa de sal (preparada para Susana) y pensé que había que encontrar un buen lugar para emboscarlos. Observé que, a media cuadra, había una galería comercial. Al indicarles a los demás mi intención de ir a esa galería, Nora me informó que no tenía 192
otra salida, como habitualmente tienen las galerías que atraviesan la manzana de un lado a otro, lo cual nos daba un sola oportunidad de emboscarlos. Pensando unos segundos dije: —Oki, vos sos más ágil que yo. Subí a la marquesina de la entrada. Cuando pasen debajo, arrojales la sal. Yo los distraeré para que puedas subir. Oki estuvo de acuerdo, le entregué la bolsa de sal y les dije a las chicas que aprovecharan el momento de distracción para correr al interior de la galería. Debían esperarme y llamar a Kuk con el diamante para unir nuestros poderes. Saqué el diamante y se lo entregué a Susana. Asomé mi cabeza: Lotak y Spam estaban a media cuadra yo apreté el mango del pico mágico y salí corriendo en dirección contraria a mis amigos. Spam señaló mi ubicación a Lotak y ambos giraron dándoles la espalda a los chicos que aprovecharon para ir a la galería. Oki trepó ágilmente por las rejas de un negocio que estaba al lado y subió a la marquesina. Yo corrí unos metros y, al ser descubierto por Lotak, levantó la mano y el toro de metal que perseguía los policías giró violentamente y enfiló en dirección a mí. Comenzó su loca carrera para embestirme. Yo me encontraba entre el toro que venía corriendo por la vereda y los magos que se acercaban cada vez más. Tomé el silbato y soplé con fuerza, ordenándole que se detuviera. Pero no resultó, como había pasado con los escarabajos en el reino de Minas. Pero tenía mi poder de controlar la tierra y el pico que era un concentrador de energía. Debía intentar algo inmediatamente. Levanté el pico y ordené con energía: —¡QUE SE ABRA LA TIERRA! Clavé el pico en la acera, hubo una gigantesca explosión y miles de chispas salieron de la punta del pico: fue suficiente para que Lotak y Spam se detuvieran desconcertados. Una enorme rajadura corrió por la acera más de veinte o treinta metros pasando debajo del toro. El suelo se desplomó inmediatamente, el toro cayó pesadamente y, al estrellarse, produjo una enorme explosión. Volaban enormes piedras; pero al caer sobre la esfera de energía que protegía a Lotak y Spam, rebotaban sin causarles daño. Miré hacia la marquesina y vi que Oki sostenía la bolsa, listo para 193
arrojarla. Un resplandor blanco salió de la galería: las chicas habían entrado en contacto con Kuk. Lotak y Spam estaban nuevamente levantando sus manos para atacarme, pero rápidamente subí sobre un auto y corrí hacia el interior de la galería. Escuché a Spam: —¡Ya es nuestro, padre! Los dos comenzaron a acercarse a la galería y pensé que, si mantenían su energía de protección, la sal nos les haría daño así que al llegar a lado de las chicas que ya estaban explicando a Kuk, dije. —Kuk, ¿podríamos sacar el escudo de energía antes de que entren a la galería? —Sostengan el pico y coloquen el diamante debajo: sumaremos energía. Piensen que el escudo tiene que desaparecer. Los tres sostuvimos con nuestra mano derecha el pico en dirección a la entrada de la galería y, al colocar el diamante debajo, un rayo de luz blanca entró en la joya de la empuñadura del pico y comenzó a brillar con un fulgor que casi no nos dejaba ver. En ese momento la esfera de energía que protegía a Lotak y Spam
apreció a unos metros de la entrada de la galería y todos gritamos:
—¡ESCUDO, DESAPARECE! Un poderoso haz de luz salió disparado del pico y pegó sobre el escudo, lo que obligó a Lotak y Spam a cubrirse los ojos por la intensidad de la luz. Todas las vidrieras estallaban alrededor de nosotros y los cables de electricidad emitían descargas explotando muchas de las luces. La tierra tembló como si un terremoto la sacudiera y el escudo desapareció, dejando indefensos a ambos magos que siguieron avanzando, con las manos en alto para dar su último ataque. Pasaron bajo la marquesina y grité: —¡Oki, ahora! Oki abrió la bolsa de sal. Lotak levantó la vista, pero era tarde: la 194
sal cayó sobre ellos y Lotak empujó a Spam recibiendo la mayor cantidad de sal en el cuerpo, ya que tenía una túnica muy holgada y la sal se le metió por entre la ropa. Su piel comenzó a quemarse. Ambos empezaron a echar vapores y olor nauseabundo. Spam tomo la mano del padre y pudimos ver que una parte de luz violeta le era transferida a Spam, mientras Lotak se desintegraba y decía: —Spam, huye de aquí. Cumple nuestro sueño y véngame. Spam soltó la mano de Lotak que no era más que una masa gelatinosa y deforme. Spam, que había recibido un poco de sal, trataba de sacársela golpeándose con sus manos deformes. Nos miró fijamente y corrió a la calle. Lo seguimos y vimos cómo una esfera de energía violeta lo rodeo y se elevó del piso unos metros para desaparecer por entre los edificios, al tiempo que volvía a llover. Los restos de Lotak humeaban. Oki se descolgó de la marquesina de un salto estuvo junto a nosotros, y dijo: —Esteban fue un héroe: tuvo que enfrentarlos solo. —No importa quién es el héroe: logramos vencer a Lotak para siempre. Oki se agachó y entre la sal vio que brillaba un anillo que tenía dos serpientes cruzadas de oro con una pequeña piedra violeta. Seguramente pertenecía a Lotak. Lo mostró y lo guardó en su bolsillo. Las sirenas de los policía llenaban el barrio de Almagro y no era para menos; había una grieta en el suelo de no menos de veinte metros de largo, varios hoyos humeantes que en algunos casos alcanzaban a un par de metros de profundidad, sin contar con varios policías aterrados y un sinnúmero de curiosos que decían cosas increíbles como que vieron un toro de metal corriendo por la avenida Corrientes. Volvimos a la galería y recogimos el diamante. Todavía estaba con la cara de Kuk y de todos los magos del arco iris que sonreían y decían: —Muy bien, Cuatro Vientos, han derrotado a Lotak. —Pero escapó Spam –dijo Nora con pesar. —Ya tendrán oportunidad de detenerlo; sin su padre tardará mucho tiempo en volver –dijo, con razón, Kuk. —Tendremos que estar preparados, no hay que subestimarlo – reflexionó Susana. —Tienes razón, Susana; tendrán que saber más magia y conseguir aliados en su mundo –dijo el mago Akim que se asomaba a un costado de 195
Kuk. —Lo que no entiendo es que decían que eran inmortales –comenté preocupado, pensando que tal vez Lotak no haya muerto real-mente. Hubo un silencio que dio a entender que todo era posible en la tierra, hasta que Kuk dijo, como para completar mi comentario: —Quizás, al dejar el arco iris, su inmortalidad era válida si el cuerpo no sufría algún daño mágico, como el que ustedes le hicieron. Los curiosos llenaron las calles y no era prudente que nos vieran hablando con el diamante, así que nos despedimos de Kuk y de los otros magos muy discretamente, guardamos en la bolsa mágica el pico, el diamante y las varitas que quedaron el piso. Asomamos la cabeza para ver dónde nos convenía pasar y al notar que en la esquina en que estábamos había menos gente, caminamos bajo la fuerte lluvia y giramos desapareciendo en una calle menos transitada. Mientras caminábamos en silencio, varios coches de policía corrían de contramano sonando sus sirenas y un camión de bomberos cruzaba velozmente por la otra esquina en dirección de la avenida Corrientes. Ni nos dimos cuenta de que habían pasado dos horas y ya eran las cinco y cuarto de la mañana del domingo. Seguimos caminando en la lluvia y vimos dos camiones de televisión llegar a la escena del desastre. Los cuatro quedamos en encontrarnos en mi casa a la tarde; Oki acompañó a Nora a su casa y yo, a Susana. Me explicó que, al despedirse de su madre para irse a dormir y entrar a su cuarto, una luz violeta le pegó en la cara desmayándola. Cuando despertó, estaba atada en el riel del subte. Spam hizo aparecer una cabina de teléfono y le preguntó el número del que guardaba la bolsa mágica, pero cuando se negó a dárselo Lotak ordenó a unas ratas que le mordieran el pie y ella no tuvo más remedio que dárselo. Al abrir la puerta de casa, mi padre se levantó y al ver que, yo había tomado una toalla del baño y me secaba, me preguntó qué había pasado. Le conté todo sobre el fin de Lotak. Mi padre escuchó atentamente cada palabra; al finalizar me abrazó y dijo lo orgulloso que estaba de mí, cosa que me reconfortó y me permitió descansar el resto de la madrugada.
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- Capítulo XII -
Volviendo a la normalidad de nuestras vidas Al despertarme, alrededor de las once de la mañana, el sol brillaba. Mamá y papá escuchaban la radio: —“Extraños sucesos se registraron en la madrugada en Almagro. Más información en la edición de las doce”. Papá prendió el televisor. El noticiero mostraba la avenida Corrientes cortada con cintas. Las cámaras enfocaban las vidrieras rotas. El comentarista decía: —“No se puede explicar lo sucedido en Almagro a la madrugada. Testigos informan que dos hombres salieron de un agujero del pavimento, rodeados por luz violeta y transformaron un vehículo policial en un toro que embistió a la policía”. Mamá se sentó con la boca abierta al ver las imágenes y dijo: —Es increíble que hayan pasado estas cosas a tan pocas cuadras de aquí. Papá me quiñó el ojo. El periodista interrogó a otro testigo, que había visto todo desde un segundo piso: —“Los dos hombres que volaban dentro de la burbuja violeta parecían interesados en cuatro chicos”. —¿Cómo eran estos chicos? –preguntó el periodista. El ver que podrían descubrirme, cambié de canal. Mamá me dijo que era un egoísta ya que cambié sin consultar. Fui nuevamente a mi cuarto. Saqué de la bolsa mágica los elementos que teníamos y tomé los tres libros. Me recosté en la cama para verlos tranquilamente. El primero daba la apariencia de tener muchos siglos y estaba forrado en cuero de algún reptil, ya que al pasar la mano se sentía escamosa. Tenía como título, en dorado, “MAGIA Y HECHIZOS PARA PRINCIPIANTES”. El segundo era más delgado y la tapa de madera tenía grabado a fuego “POCIONES Y PREPARADOS - PRIMER NIVEL”. El último, que era el mayor de todos, tenía tapa de tela verde oscuro y decía con letras bordadas en oro: “MAGIA AVANZADA 197
APLICABLE EN EL UNIVERSO”. Tomé el primero y leí en el índice que constaba de doce puntos. El primer capítulo se llamaba “PRIMEROS PASOS EN EL APRENDIZ DE MAGO”. Comencé a leer cómo un aprendiz podía ver si su magia natural aumentaba a través de ejercicios que se indicaban a continuación. Paso uno - Haga un bollito de papel que no supere el centímetro de diámetro y colóquelo en una mesa o en el suelo. Paso dos - Extienda su dedo meñique y diga con firmeza: ORDENO QUE LA BOLITA DE PAPEL SALTE. Al principio me pareció simple: habíamos hecho cosas mayores que mover una simple bolita de papel; pero igual cumplí con los pasos, tomé una hoja, formé una bolita de papel que coloque sobre mi mesa de luz y apuntando con mi dedo meñique, le ordené: –ORDENO QUE LA BOLITA DE PAPEL SALTE –pero no ocurrió nada. Después de tres intentos, la bolita dio un saltito no mayor que dos o tres milímetros. La segunda prueba indicaba que, para lograr mayor fuerza en los saltos, se usaban los dos dedos meñiques pegados y se daba la misma orden. Los puse pegados, le ordené que saltara y la bolita saltó dos o tres centímetros. Seguí leyendo el tercer párrafo: SI USTED SUMÓ LA MAGIA DE LOS DEDOS MEÑIQUES Y SUPERÓ LOS SALTOS CON UN SOLO DEDO, FELICITACIONES. PODRÁ SER UN MAGO UNIVERSAL. Dejé los libros sobre el escritorio al escuchar la voz de mis hermanos Pablo y Julián, de seis y siete años, que querían entrar. Abrí la puerta y pasaron trayendo libros de colorear. Querían jugar conmigo y acepté, sentándose ambos en el escritorio. Con una sonrisa de satisfacción, abrieron sus libros y comenzaron a pintar figuras de animales. Yo les enseñaba cómo sujetar el lápiz para producir sombras en los dibujos. En un momento fui al baño, mamá los llamó para que vieran su programa favorito de televisión y escuché que salieron de mi habitación. Al salir del baño pisé algo líquido que provenía de mi cuarto y al ingresar vi, con espanto, que el piso estaba lleno de agua. Al mirar de dónde provenía, vi la botella que nos había regalado la hechicera de Magna Magia, a la que nunca se le terminaba el agua, volcada sobre el escritorio. Rápidamente paré la botella y comprendí que mis hermanos, en el apuro por salir, la habían tirado.
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Tuve que escurrir el agua muy discretamente porque no quería que mamá se diera cuenta. Al terminar, busqué un corcho en la cocina para evitar derrames futuros. Almorcé con mi familia lasaña que preparó mi mamá; para mí regocijo, papá compró helado de chocolate con almendras, que era mi favorito. Luego de ayudar a mamá a lavar los platos como acostumbrábamos a hacerlo los domingos, volví a mi cuarto y dormí una siesta de una hora ya que fui despertado por mis hermanos: Oki y Nora subían por el ascensor. Fui al baño, me enjuagué la cara de dormido y salí a atenderlos. A los diez minutos, llegó Susana que trajo masitas horneadas por ella para comer en la tarde. —Estuve leyendo el primer libro –dije, comenzando la charla al tiempo que levantaba “MAGIA Y HECHIZOS PARA PRINCIPIANTES”. Les leí el primer párrafo que había practicado. Al terminar Susana, quiso hacer la prueba de la bolita y tuvo idéntico resultado, al igual que Nora. Pero cuando le tocó el turno a Oki, al hacer la prueba con los dos dedos, la bolita se prendió fuego, cosa que nos preocupo mucho. Oki quedó desconsolado y Nora lo trataba de animar ya que, hasta el momento, las veces que ordenó al aire producir ráfagas y remolinos, se concretaron sin problemas. —La magia me domina a mí. No lo puedo creer –decía con tono amargado Oki una y otra vez. —¡Ya sé! –dije con voz animada. –Consultemos a Bilam con el diamante. Esto recuperó la confianza de Oki y respondió –Sí. Ella sabrá qué hacer. Tomé el diamante que se encontraba en mi escritorio entre los otros elementos mágicos y Nora invocó a Bilam. El diamante iluminó la habitación y la cara de la hechicera apareció preguntando: —¡Hola, Cuatro Vientos! ¿Tienen un problema? Nora respondió: –Sí. Hicimos la primera prueba de “MAGIA Y HECHIZOS PARA PRINCIPIANTES”, y Oki prendió fuego la bolita. Bilam se quedó pensativa, cosa que nos preocupó, y al cabo de unos segundos preguntó: —¿Oki tiene el poder del viento? —Si, manejo el viento –respondió Oki, como si estuviera frente a un médico, contándole sus enfermedades. 199
—Quiero que hagas algún truco pequeño, cómo producir un leve viento en la habitación en que se encuentran. Oki levantó sus manos y ordenó que fluya el aire moderadamente en mi cuarto. Al instante la brisa movía los papeles y el cabello largo de las chicas que se encontraban expectantes. Pero, de pronto, bajó rápidamente la temperatura y cayeron copos de nieve del techo. Oki dejó de hacer el truco; todos nos sacudimos la nieve. —Esto es realmente serio. ¿Desde cuándo tienes esta inestabilidad? –preguntó sorprendida Bilam, que trataba de dar un diagnóstico exacto. —Hasta anoche era normal –contestó Oki, descorazonado por los hechos. —Si desde un principio pudiste manejar tu poder no veo motivo para que no puedas hacerlo ahora. Consultaré con los demás magos. Esperen unos minutos –dijo Bilam, desapareciendo del diamante. —No te preocupes –dije, dándole una palmada en la espalda. —Si pudiste antes, podrás ahora –se sumó Susana. Los cuatro nos sentamos en silencio a la espera de alguna noticia de Bilam. Y para levantar los ánimos, traje de la cocina la gaseosa de naranja favorita de Oki y dije, en tono de broma: —Si quieren hielo, pídanselo a Oki –lo que ocasionó gran cantidad de risas y chistes sobre la nieve que había hecho nuestro amigo. Mientras tomábamos gaseosa, el rostro de Bilam reapareció y dijo más serena: —Oki, de acuerdo con los demás magos, es posible que ten-gas influencia de magia negativa. Sácate toda la ropa y aléjala de ti. Los cuatro nos miramos sorprendidos y yo busqué una bermuda para que se pudiera sacar tranquilo la ropa en el baño. En unos minutos se había puesto la bermuda que le quedaba un poco grande. En sus manos traía la ropa doblada prolijamente. La pusimos en una bolsa y la lleve a la cocina, que era el lugar más alejado de la casa. Oki se sentó frente al diamante y Bilam dijo: —Efectúa el mismo truco. Oki levantó las manos y el aire comenzó a circular por la habitación. Mirábamos al techo por si caían copos de nieve, pero no pasó nada. Bilam sonrió y dijo: —Busca nuevamente tu ropas. Traje la bolsa con las ropas de Oki y las puse sobre el escritorio 200
para que Bilam las pudiera ver. —Vacíen sus bolsillos –ordenó la hechicera. Oki vació los bolsillos delanteros y extrajo monedas, dos llaves, papeles con direcciones; cuando buscó en el bolsillo trasero, sacó el anillo que había encontrado en los restos de Lotak y dijo dirigiéndose a Bilam: —¡Qué tonto soy! Anoche, cuando acabamos con Lotak, guardé este anillo en mi pantalón. –Oki lo levantó para que Bilam lo examinara y agregó: —Seguramente es el causante de mi inestabilidad. Bilam llamó a Akim para que lo identificara, ya que él fue quien estuvo más cerca de Lotak y reconocería el anillo. El rostro de Akim apareció en el diamante, nos saludó brevemente, miró el anillo y confirmo que era de Lotak. —Que alguien que no sea Oki, se aguarde el anillo en el bolsillo y haga un truco. Comprobaremos si lo afecta también –dijo Bilam que se asomó nuevamente en el diamante. Nora tomó el anillo y se lo puso en el bolsillo del pantalón; pidió una vela. Traje una que servia para decorar el living. Nora, un poco nerviosa, levantó sus brazos y ordenó que aparecieran llamas. Aparecieron sin problemas, pero cuando ordenó que las llamas crecieran, la vela se estiró y, retorció como una víbora, ombligándonos a corrernos por los bruscos movimientos que hacía. Nora dejó de hacer el truco e inmediatamente se sacó el anillo y lo tiró sobre el escritorio. Bilam decía, ya convencida: —El anillo tiene magia negativa que no comprendemos. —Hay que destruirlo ya –dije, buscando un palo de jockey que tenía en la pared para pegarle. —¡No, esperen! ¡Si fue propiedad de Lotak tal vez sea útil en algún momento! –gritó Bilam. –Además, algo mágico como esto, no puedes destruirlo a los golpes. —Pero nos veremos afectados por su magia –dijo Susana. —Consultaré con Rom y Rem que tienen experiencia en retener magia negativa. La cara de Bilam desapareció del diamante y nos quedamos mirando el anillo con desconfianza. Tratábamos de determinar qué poderes maléficos tenía, y por qué Spam no se lo había llevado. Al cabo de un rato, llegamos a la conclusión de que se lo había olvidado al huir rápidamente. No teníamos otra explicación. 201
Bilam reapareció y dijo: —Rom y Rem creen que es posible bloquear la magia negativa con un cofre batería. —¿Un cofre batería? –pregunté confundido. —Sí. Un cofre que actúa como una batería mágica: anula el poder mágico de algún elemento. Ellos en su bolsa mágica tienen algunos y se los mandaremos en minutos para que pongan el anillo en él –finalizó Bilam. Quedamos a la espera, tomando nuestra gaseosa. Dibujé los adornos del anillo que eran dos serpientes cruzadas y una piedra de color violeta, ya que quizás algún libro pudiera darnos pistas de su significado. En el diamante aparecieron los rostros de Rom y Rem paleándose como de costumbre y queriendo hablar simultáneamente, hasta que Rom ganó y dijo gruñendo: —Hola, amigos; tienen suerte: tenemos un cofre batería justo del tamaño apropiado. Se lo mandaremos ya. —¿Y cómo lo mandarán? –preguntó Oki. —Hagan su juramento sobre el diamante, como cuando recibieron las primera gemas –respondió Rom, mirando de reojo a su hermano que trataba en vano de correrlo. Los cuatro tomamos posición de acuerdo a los puntos cardinales y a nuestros nombres, colocamos las manos sobre el diamante y pronunciamos en voz alta al unísono: —¡TODOS PARA UNO, UNO PARA TODOS! Una luz blanca iluminó la habitación y nos cegó por unos instantes. Se escuchó un golpe fuerte que venía de abajo de nuestras manos. Las retiramos lentamente y a un costado del diamante apareció un cofrecito de madera de diez centímetros de lado con la tapa forrada con cintas y tachas de cobre y el cuerpo gris oscuro, parecido al plomo. Al abrir, con una llave diminuta que se encontraba en la cerradura, comprobé que estaba lleno de sal. Rom dijo: —Coloca el anillo en el cofre y cúbrelo con la sal. Obedecí y Rom, que observaba atentamente, dijo: —Cierra la tapa con llave. Ya no podrá influenciar a ninguno de ustedes con su magia. —Gracias, Rom –dije, aliviado de sacarnos el problema de encima. Caminé hacia mi biblioteca y coloqué el cofre a lado del globo terráqueo que habíamos ganado. 202
—Un momento: mi hermano los quiere saludar–gruñó Rom. La cara seria de Rom cambio a la risueña de Rem; nos saludó muy cordialmente y le pregunté: —¿Cómo estás Rem? ¿El genio Mom sigue en cautiverio? —Ni me hables. Mi hermano todavía no me perdona el accidente que lo liberó –respondió en voz baja para que Rom no escuchara —Es un amargado. Tendría que relajarse un poco –concluyó, riéndose. —Tendría que tomarse vacaciones –dije, bajando la voz y haciéndome cómplice de Rem. —Imposible. La unión de los siete reinos, hizo que los magos que tuviéramos que estudiar las técnicas mágicas de los demás. —Tienen que aprender las técnicas de los restantes? –preguntó Oki. Rem respondió: —Sí. Estamos pensando en crear una universidad de magia con sede en Magna Magia para que todos estudiemos las técnicas de los otros. —¡Buena idea! –gritó desde un costado Susana. —Mi hermano me hace señas: tenemos que irnos. Hasta la vista, Cuatro Vientos –se despidió Rem, dejando a Bilam en su lugar: —Buscaré en los libros qué significa el símbolo de las dos serpientes cruzadas en el anillo y la piedra violeta. Cuando sepa algo se los comunicaré. —Gracias, Bilam, por tu ayuda –respondí y luego de agradecimientos de Oki y de las chicas, la comunicación con el arco iris cesó. Después decidimos inventariar los objetos mágicos. Susana tomó una libreta: 1 Bolsa mágica. 1 Buscador. 1 Adelgazador. 1 Silbato mágico. 1 Juego de cartas Tolemak.
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1 Botella de agua que no se vacía jamás. 1 Cubo herramienta. 1 Frazada voladora.
4 Varitas mágicas de metal. 20 Paquetes de semillas y hojas mágicas de distintos tipos. 1 Pico mágico 1 Diamante de comunicación. 1 Cofre batería - Anillo de Lotak 6 Mariposas Tornasol 2 Libros de magia (básica y avanzada) 1 Libro de pociones y preparados. 1 Pepita de oro.
Leímos el inventario y quedamos impresionados por la cantidad de artículos mágicos que habíamos conseguido. Oki y yo le pedimos a mi mamá una gran maceta con tierra que estaba en desuso en el bacón y la pusimos bajo la ventana de mí cuarto donde le daba el sol. Leímos las instrucciones de algunos paquetes de semillas que indicaban cómo plantarlas para obtener nuevas plantas y poder tener siempre semillas frescas. Plantamos algunas que te hacen predecir el futuro, y las que te transforman por algunos segundos en sabio, sin olvidar las que reparan 204
huesos y curan heridas; dado que no tenía más espacio en la maceta, dejamos de lado hasta conseguir una nueva, las semillas que, al prepararlas en una infusión, te daban fuerza sobrehumana. Al terminar las labores de jardinería, Oki transformó el cubo herramienta en una sierra para metales y cortamos un trozo de la pepita de oro con el cual compraríamos nuevas bicicletas para cada uno, cuando mi papá lo cambiara por dinero. Al finalizar la tarde, leímos el primer capítulo de “MAGIA Y HECHIZOS - PARA PRINCIPIANTES” e hicimos los ejercicios sin alterar el orden y siendo lo más disciplinados posible, ya que los estábamos practicando solos y no queríamos molestar a nuestros amigos del arco iris. Quedamos en rotar entre nosotros los objetos mágicos para ir conociendo todos cómo funcionaban: Oki se llevó el cubo herramienta ya que le gustaban los elementos técnicos; Nora, el silbato; quería probarlo con su gato Pompis; y Susana, el buscador ya que había perdido un anillo en su habitación. Nos repartimos una varita mágica cada uno para ir practicando nuestros poderes y, al anochecer, se fueron a sus casas. Yo cené con mi familia que miraba en la televisión los sucesos de la madrugada. Como ya no quería saber más de ese tema, me fui a dormir. Al apoyar la cabeza en la almohada, comencé realmente a darme cuenta de que en pocos días nuestras vidas habían cambia-do mucho y que ya no volveríamos atrás: habíamos descubierto la magia y sus implicancias en el arco iris, preguntándome a qué nuevos rumbos nos llevaría lo que estábamos aprendiendo en la tierra. La luz de mi velador reflejo el candado del cofre batería y eso me hizo pensar en Lotak y su hijo Spam pero en un instante todo se me olvido al pensar en Susana ya que con ella habíamos aprendido la más poderosas de todas la magias «EL AMOR».
FIN
205
ÍNDICE CAPÍTULO I Los Cuatro Vientos se conocen .................................................. 5 CAPÍTULO II Los colores nos dan mensajes ....................................................
18
CAPÍTULO III El mago Kram nos lleva al arco iris ...........................................
36
CAPÍTULO IV Los magos enanos del reino naranja de Ferias...........................
55
CAPÍTULO V Los locos inventos del reino amarillo de Labos ........................ CAPÍTULO VI La selva verde de Floras .............................................................
72
91
CAPÍTULO VII El frío reino azul de Minas .........................................................
109
CAPÍTULO VIII La alegría de Pacífica .................................................................
128
CAPÍTULO IX El cielo violeta de Magna Magia ...............................................
147
CAPÍTULO X De vuelta a la tierra .................................................................... CAPÍTULO XI Pensamos que había terminado .................................................. CAPÍTULO XII Volviendo a la normalidad de nuestras vidas .............................
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171 184
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