25 minute read
12. La autenticidad de la propiedad
by PedroL
12
La autenticidad DE LA PROPIEDAD
Advertisement
Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de tu reino. Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros.
Hebreos 1:8-9
Durante los primeros años de mi ministerio, si no hubiera podido orar pidiendo cosas a Dios, me habría muerto de hambre, arrastrando conmigo a mi esposa y a mi familia. Por eso creo en pedir cosas. Creo que podemos afirmar las promesas de Dios para satisfacer nuestras necesidades diarias. Pero el cristianismo consiste en algo más que en eso, que en realidad representa la parte menos importante. Hay demasiadas personas dominadas por la idea de obtener cosas de Dios hasta tal punto que no piensan en nada más.
En la vida cristiana, hay muchas cosas aparte de obtener dádivas de Dios. Nuestra relación personal con Jesucristo es lo más importante de nuestra vida y se define en la adoración que ofrecemos a Dios. Lo importante es el objeto de nuestra adoración; y para el cristiano, este no es otro que Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Debido a la importancia crucial que esto tiene, debemos saber a quién adoramos.
Las Escrituras nos enseñan que Él es el Señor de toda sabiduría, y el Señor y Padre de todos los siglos. No es el «Padre eterno», como dicen algunas versiones, sino «el Padre de todos los siglos». Este Padre extiende los siglos como lo haría un arquitecto con unos planos originales, o como un promotor inmobiliario diseñaría una pequeña ciudad para luego construir cientos de casas en ella. Por supuesto, Dios no trata con edificios ni proyectos locales. Trata con los siglos, y es el Señor de toda sabiduría. Como es perfecto en su sabiduría, puede hacer esto, y la historia no es más que el desarrollo lento de sus propósitos.
Un plan para los siglos
Pensemos en una casa en plena construcción; el arquitecto ha dibujado hasta el punto y la cruz más pequeños. Sabe todo lo que hay que saber sobre ella, la estudió a fondo; y al pie del plano escribió su nombre. Ahora el plano ya está acabado, y lo entrega al promotor, que contrata al electricista, el plomero y los demás. Comienza el proceso de construcción. Al principio, el proyecto no parece muy prometedor. Si usted visita el solar, se preguntará qué saldrá de todo aquello. En aquel momento, no se parece a nada. Es un auténtico caos, mientras la pala de la excavadora, de aspecto amenazador, practica un agujero y arroja la tierra a un lado o en camiones que se la llevan. En otro punto, hay camiones que descargan ladrillos, y todo parece un conglomerado confuso de unas cosas y otras.
Vuelva al cabo de seis, ocho o diez meses, y se encontrará con una casa estupenda, sin que haya ni rastro de la confusión que hubo durante su construcción. Ya han trabajado en ella los paisajistas, colocando en su sitio, junto a las ventanas, los árboles
perennifolios con sus pequeñas agujas verdes. Todo tiene un aspecto muy hermoso.
El orden que nace del caos
Ahora hemos de creer que el Padre de los siglos eternos, el Señor de toda sabiduría, ha establecido su plan y avanza hacia un objetivo predeterminado. Lo único que vemos hoy día es una Iglesia confusa y dolorida, angustiada por divisiones y rota por las herejías. Vemos cómo, en un lugar del mundo, ha reincidido en sus actos previos; en otro se encuentra sumida en el caos, y nos encogemos de hombros mientras preguntamos qué es todo esto y quién está detrás. La respuesta es: el Señor de los siglos; Él es quien lo establece todo, y lo que usted ve ahora no es más que la excavadora que escupe vapor, el camión repleto de ladrillos, nada más. Solo ve a los obreros, vestidos con sus overoles, yendo de un lado para otro. Solo ve personas, y las personas lo enferman por hacer lo que hacen, por ser lo que son. Para alguien que no entiende, todo parece ser un caos absoluto, una confusión desbocada, como si nadie estuviera al mando.
Reincidimos, vamos dando tumbos de un lado a otro, nos confundimos y corremos tras fuegos fatuos, pensando que se trata de la gloria sbekind. Escuchamos ulular a un búho y pensamos que es una trompeta angélica, y salimos disparados en la dirección equivocada y nos pasamos un siglo persiguiéndonos la cola. Vuelva dentro de uno o dos mil años y verá lo que ha hecho el Señor con esta situación. Da lo mismo el aspecto caótico que tenga, porque Dios tiene maneras de conseguir que todo redunde para su gloria. Él es el Señor de toda sabiduría, y la historia no es otra cosa que el desarrollo lento de sus propósitos.
Me alegro de estar de parte de algo tan bueno, de saber que
en algún punto del universo hay algo bueno. A pesar de las apariencias, por detrás de toda la confusión de nuestro mundo, hay un Señor de toda sabiduría que lo dispone todo de acuerdo con sus caminos y en el momento que desea.
Yo no podría ser un eterno optimista. Nací diferente. Para haber sido un filósofo optimista, que cree que todo lo que sucede está bien, tendría que haber tenido no solo un padre y una madre diferentes, sino antepasados distintos en las diez generaciones anteriores. No puedo creer que todo esté bien, no creo que sea cierto. Hay muchas cosas que no están bien, y lo vemos por todas partes. Más vale que lo admitamos: la maldad prevalece en tantos frentes que sería imposible ignorarla.
Algunas personas religiosas intentan ignorar lo negativo y concentrarse en lo positivo. Nos aconsejan que, si queremos hacer camino en esta vida, hemos de ignorar las cosas negativas de nuestro día a día y concentrarnos en las positivas; y al final, lo positivo pesará más que lo negativo.
Pero si usted toma la Biblia como guía, verá que entre nosotros no habita la justicia. Si cree que sí lo hace, súbase a un autobús, en cualquier parte donde haya personas, y descubrirá que, por muy anciano o achacoso que sea usted, siempre habrá alguien que le dé un golpe en las costillas o, como mínimo, recibirá un codazo de alguna ama de casa que se dirige a su hogar. Cuando a uno le clavan un codo en el costado, le resulta un poco difícil concentrarse en lo positivo. Y la verdad es que las personas no son buenas. Entre las primeras cosas que aprendemos a hacer, se cuentan cosas malas, desagradables. La primera palabra que aprende a decir un bebé es «no». El pecado está por todas partes.
Conecte la radio y pruebe buscar un programa educativo o cultural, y lo único que oirá serán canciones sobre automóviles,
cigarrillos y sexo. Si no fuera por las malas noticias que transmite la radio, las ondas se sumirían en un glorioso silencio. Este mundo en el que vivimos no es bueno. Usted puede hacerse protestante, pero eso no le ayudará mucho. Puede ser estadounidense y jactarse de los derechos que le concede la Constitución, pero eso tampoco le ayudará.
Enderezar lo que está mal
Sin embargo, cuando usted se vincula con el Señor de la gloria, está conectado con la justicia. Él es la justicia personificada, y toda posibilidad de justicia se resume en Él. «Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de tu reino. Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros» (He. 1:8-9).
En este mundo tan turbulento y caótico, no debemos ceder al desespero, porque disponemos de un Salvador perfectamente justo. Lo demostró con la vida que llevó entre las personas de su época. Durante su vida y su ministerio terrenales, sus enemigos lo espiaron enviando a personas a que investigaran su vida, para intentar atraparlo en algún error. ¿Puede imaginar qué hubiera pasado si Jesús hubiese cometido un error o hubiera perdido los nervios en algún momento? Todos los ojos agudos y voraces del infierno estaban pendientes de Él, para atraparlo en algún comentario dudoso. Cuando casi había llegado al fin de sus días, se volvió hacia ellos y les dijo: «¿Cuál de vosotros puede acusarme de pecado?». Nadie respondió.
En ocasiones, me gustaría predicar sobre la misericordia; creo que nunca lo he hecho. Por supuesto, he insertado este tema en todos mis sermones, pero nunca he hablado exclusivamente
de la misericordia del Señor Jesucristo. Nuestro Señor ve lo malos que somos, pero no lo toma en cuenta, porque Él es el Señor de toda misericordia. En su gran amor, acepta a rebeldes, y hace suyas a personas injustas, pecadoras, las afirma en justicia y renueva un espíritu de rectitud dentro de ellas. Su justicia se convierte en la nuestra, y del caos nace el orden divino. Esta es la Iglesia, una comunidad de creyentes, y Él es su Señor. Él es el Señor todopoderoso.
En el Nuevo Testamento, encontramos una contrapartida a Cantar de los Cantares:
Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro; porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella. Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya! Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes (Ap. 19:1-5).
Esto no es un caso de histeria, sino de éxtasis; hay una diferencia. La histeria se basa en la emoción, manipulada por estímulos externos, pero el éxtasis se fundamenta en un misterio que ilumina el interior de la naturaleza humana. Esto es el éxta-
sis. Valdría la pena estar en una mina de sal en la isla de Patmos si uno pudiera tener una visión como esta.
La redención de todo lo perdido
Hace años, leí uno de los mejores libros que se haya escrito de su clase, Los miserables, de Víctor Hugo. En mi opinión, este contiene uno de los pasajes más tiernos y llenos de patetismo que he leído en toda mi vida. Habría que acudir a la Biblia para hallar palabras que causen una emoción tan profunda. Habla de la historia de un joven, perteneciente a la clase superior de la nobleza, y de la mujer también noble de la que está enamorado. También habla de una muchacha pálida, una golfilla de las calles de París, vestida con harapos, con el rostro blancuzco propio de una tísica. Ella también ama al noble, pero no se atreve a decirlo. El joven recurría a ella para que le llevara y le trajese notas de su prometida, y nunca se le pasó por la cabeza que aquella pobre muchacha de rostro enjuto, vestida de harapos, hubiera rendido el corazón ante él y su nobleza. Cuando lo descubrió, fue a buscarla para ver qué podía hacer por ella y la encontró tumbada en su lecho de harapos en un piso de la zona más pobre de París.
Esta vez la joven no puede incorporarse para recibirlo o para llevar una nota a su prometida. Él le dice: —¿Qué puedo hacer por ti?
Ella le responde: —Me estoy muriendo. Dentro de poco habré fallecido. —¿Qué puedo hacer? Dímelo, ¡lo que sea!
Y ella responde: —¿Harías una cosa por mí antes de que cierre mis ojos por última vez? Cuando ya haya muerto, ¿podrías besar mi frente?
Sé que esto es fruto de la brillante imaginación de Víctor
Hugo, pero él había visto escenas así en París. Había recorrido los barrios bajos, había visto cosas así y conocía estas situaciones. Hugo sabía que se podía maltratar a una joven, vestirla con harapos, inocularle la tuberculosis y adelgazarla tanto que el propio viento pudiera desviarla de su camino cuando avanzara por una calle mugrienta. Pero no se le podía quitar del corazón aquello que la hacía amar a un hombre.
Dios dijo a Adán: «Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él» (Gn. 2:18). Y Dios creó a una mujer para que fuese compañía idónea para el hombre; eso es algo que nadie puede arrebatar a la naturaleza humana. Víctor Hugo lo sabía cuando escribió su novela clásica. Dentro de la naturaleza humana, están plantados el deseo y la necesidad de amar.
Nuestro Señor Jesucristo descendió y encontró así a la raza humana: tuberculosa, macilenta, pálida y moribunda, y cargó sobre sí toda la muerte de los hombres, resucitó al tercer día y llevó consigo todo el patetismo y la angustia de la vida. Ahora la humanidad yace en los brazos de su Amado. Entra a la presencia de Dios, y Él la presenta no como una pobre desgraciada miserable cuya frente besó cuando estaba ya muerta, sino como su Esposa, feliz y de mirada radiante, para ser copartícipe con todos los santos, digna de estar junto a Él como su Esposa en toda su gloria. ¿Qué autoridad tiene ella, qué derecho para entrar en la presencia de Dios?
En el Antiguo Testamento, encontramos una ilustración de esto. Abraham envió a su siervo, en quien confiaba, para buscar y traer una esposa para su hijo Isaac. Aquel siervo estaba autorizado para adornarla con joyas, como regalo de su prometido. Era el símbolo de la aceptación por parte de la novia. Ahora bien,
¿cómo podría Isaac conocer a su prometida? ¿Qué iba a distinguirla de las demás? La conocería por las joyas que llevase puestas. Él las había enviado y, cuando ella regresara con ellas puestas, la reconocería gracias a sus adornos. Por eso, las Escrituras nos dicen que Isaac aceptó a Rebeca y la convirtió en su esposa.
El Señor de la gloria envió al Espíritu Santo en Pentecostés para buscar una esposa y la conocerá por las joyas que ella lleve puestas. ¿Y cuáles son esas joyas?
Sin duda, son el fruto del Espíritu. Amor, gozo, paz, templanza, bondad, etc. La conocerá por las cosas que Él mismo le ha concedido. Cada uno de los frutos del Espíritu responde a la naturaleza de Cristo. Él mira en nuestra vida, ve lo que reconoce como suyo propio y lo acepta.
Quizá la joya más radiante sea la de la adoración, ese esplendoroso y radiante espíritu de adoración que posee la Esposa de Cristo. Es algo profundamente arraigado en la naturaleza humana. Ni siquiera la depravación de la maldad del hombre puede destruir ese impulso que nos lleva a adorar. Cuando Dios ve esa adoración, purificada por el Espíritu y por su sangre, responde y la reconoce como propia.
Nuestro Señor Jesucristo conocerá a su Esposa. Sabe quién es usted, gracias a las joyas que Él le ha concedido. «Y deseará el rey tu hermosura; e inclínate a él, porque él es tu señor».
La escritora de himnos irlandesa Jean Sophia Pigott (1845- 1882) entendió esto y entregó al mundo la esencia de su gozo en Cristo.
Jesús, en ti reposo, en el gozo de quien eres;
y descubro la grandeza de tu corazón clemente. A ti pides que yo mire, tu hermosura es mi contento, pues tu poder que transforma es de mi alma el fundamento.
Estas son las marcas que llevamos y que dotan de autenticidad nuestra pertenencia a este «Señor y Padre de todos los siglos».
Oración
Oh Dios y Padre nuestro, te damos las gracias por Jesucristo, tu Hijo. No hemos hecho nada que podamos recordar que no nos avergüence. No hemos hecho nada de lo que no debamos avergonzarnos. No tenemos nada —nuestra mente, nuestros cuerpos, nuestras almas y nuestro espíritu; nada hemos hechoexcepto lo que tú nos has concedido. No nos avergonzamos de lo que nos has dado. Nos alegramos de ello y agradecemos profundamente tus joyas, que adornan nuestras vidas; esas joyas muestran al mundo a quién pertenecemos. En el nombre de Jesús, amén.
13
El Señor de nuestra ADORACIÓN
Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.
1 Pedro 2:9
¿Qué propósito tiene la iglesia local? ¿Por qué es necesaria?
Según la Biblia, la iglesia local existe para hacer de manera conjunta lo que todo cristiano debe hacer individualmente durante toda la semana; es decir, adorar a Dios y manifestar las excelencias de Aquel que nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable; reflejar la gloria de Aquel que brilló sobre nosotros, de Dios, de Cristo y del Espíritu Santo. Todo lo que Cristo ha hecho por nosotros en el pasado, y todo lo que hace ahora, conduce al mismo fin. Hoy día no se enseña mucho que es Dios quien nos salva. Creemos que somos salvos por diversas razones.
Si usted preguntase al cristiano medio por qué fue salvado, podría responderle refiriéndose a la paz mental o a la capacidad de haber dejado el tabaco. Si fuera un hombre de negocios, podría decir que buscó al Señor Jesús como ayudador, porque su empresa iba mal y quería que Jesús fuera su socio. Tenemos
muchas otras razones, y no quiero ser demasiado duro con estas personas. En el Nuevo Testamento, cada uno se acercó al Señor por muchos motivos diferentes. Un hombre vino porque su hijo estaba enfermo. Una mujer vino porque la enferma era su hija. Otra mujer acudió porque durante los últimos doce años había padecido una enfermedad crónica. Un político trepó a un árbol y miró a Jesús porque le dolía el corazón; y Nicodemo acudió al Señor de noche porque su religión no le servía de nada y porque tenía el corazón vacío. Y el Señor los recibió a todos, como recibe a todo aquel que se acerca a Él con fe hoy, aunque sus motivos no sean los más elevados.
La cuestión es: ¿Por qué debemos quedarnos siempre donde empezamos? ¿Por qué la Iglesia debe ser una escuela espiritual formada por alumnos de primer grado que nunca cambian de curso? Nadie quiere seguir adelante, y no me importa decir que empieza a cansarme esta situación. Me parece un concepto espantoso y confuso del cristianismo.
El Señor Jesucristo murió en la cruz para convertir a su pueblo en adoradores de Dios. Para eso nacimos, para poder manifestar las excelencias de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. «Adóralo, porque Él es tu señor». Veremos ese propósito cumplido —la adoración—, cuando todo haya concluido, cuando haya tenido lugar la consumación de los tiempos. Los seres vivientes, los ancianos y las criaturas debajo del mar, sobre la tierra, bajo ella y en los cielos, claman a una voz: «¡Santo, santo, santo, el Señor Dios. todopoderoso, que era, y es y será!». El propósito de Dios es redimirnos, incluirnos en el coro celestial para que cantemos sus alabanzas y manifestemos sus excelencias mientras pasan los siglos. Este es el propósito de Dios en la redención.
Él ha hecho por nosotros, y sigue haciendo, lo que siempre ha hecho; todo conduce a un solo fin, y todo lo que hagamos debería acercarnos a este. Debemos armonizar nuestras ideas con el Señor de la Iglesia. Esto quiere decir que usted debe armonizar todos sus pensamientos, toda su filosofía del cristianismo, todo su concepto de lo que es la Iglesia, con el Señor de la Iglesia y sus enseñanzas.
El gran designio de la Iglesia
Las personas religiosas son muy ruidosas, hablan mucho y son muy activas. Pero la actividad porque sí no es de Dios. Lo primero que deberíamos rechazar es la idea de que la iglesia es un club social. Una iglesia debe mantener ciertos compromisos sociales y también cierta comunión, pero no somos un club social. Tampoco somos un foro de debate sobre los acontecimientos actuales. A menudo tendemos a leer alguna revista y luego despegar como un avión, usando como pista lo que acabamos de leer. Sin embargo, no somos un foro donde debatir las noticias de actualidad ni un teatro religioso donde artistas aficionados manifiesten sus talentos. No somos ninguna de estas cosas.
Somos un pueblo santo, real sacerdocio, generación santa, llamada de las tinieblas para manifestar la gloria de Aquel que nos sacó de ellas. Deberíamos dar los pasos que fueran necesarios para cumplir nuestro elevado destino como Iglesia del Nuevo Testamento. Hacer menos que eso supone fracasar por completo, fallar a Dios y también a nuestro Señor Jesucristo, quien nos redimió. Significa fallarnos a nosotros mismos y a nuestros hijos. Supone fallarle al Espíritu Santo, que procede del corazón de Jesús para llevar a cabo una obra en nosotros. Esa
obra es necesaria para hacer de nosotros un pueblo santo, un pueblo santificado que sea espejo del Todopoderoso que refleja la gloria del Dios altísimo. ¿Por qué es importante esto? Por la sencilla razón de que si una iglesia local de una generación no alcanza su gran destino —la adoración—, la siguiente generación de esa iglesia abandonará la fe por completo. Es así como llegamos al liberalismo. Muchas iglesias son la prueba de que la generación anterior le falló a Dios, y como resultado la generación actual sucumbe al liberalismo y no predica en absoluto la Palabra. Como no tienen el Espíritu de Dios sobre ellos y carecen de líderes bautizados en el fuego, necesitan compensarlo de alguna manera. Por eso, se sostienen a base de actividades sociales y sin perderse nada de lo que suceda en el mundo. Pero como iglesia, han fracasado, ya no lo son. La gloria los ha abandonado.
Si pudiéramos ver la nube que se cierne sobre nuestras iglesias, aquella nube que una vez pendió sobre el campamento israelita en el desierto, podríamos identificar fácilmente a las iglesias que actúan de acuerdo con su naturaleza espiritual. Si se nos permitiera ver el fuego de noche y la nube de día, que penden como una pluma sobre las iglesias que complacen a Dios, me pregunto cuántas veríamos que testifican al mundo que son la morada de Dios. En lugar de eso, quizá viéramos solo monumentos repartidos por el campo.
No debemos aceptar una iglesia como es o como la encontramos. Debemos confrontarla con la Palabra de Dios para comprobar si es como debería ser. Luego, con reverencia y en silencio, lentamente pero con seguridad, con paciencia y amor, debemos conseguir que vuelva a parecerse a la del Nuevo Testamento, para ver si es así como sería si el Espíritu Santo se complaciera en ella.
Y cuando eso sucede, el Espíritu Santo empieza a brillar como luminarias en la iglesia. Eso es lo que anhela ver mi corazón.
Viva conforme al propósito para el que fue creado
Para los cristianos profesos, si no cumplimos el propósito con el que Dios nos creó, es mejor que nunca hubiéramos nacido.
Qué tremendo e inexpresablemente trágico es ser para siempre un vaso roto. Es trágico que Dios haya hecho de mí un jarrón donde poner las flores del paraíso, el lirio de los valles y la rosa de Sarón, una vasija sencilla de arcilla que desprendiera una fragancia que llenara todo el universo de Dios; y que luego yo haya permitido que ese jarrón se hiciera pedazos en el suelo, y no pudiera usarse para el propósito que Dios le había dado.
Es tremendamente trágico ser un arpa sin cuerdas, tener la forma y el aspecto de un cristiano, pero carecer de cuerdas que pueda tañer el Espíritu Santo.
Qué espantoso es ser una higuera estéril, que no tiene más que hojas y carece de fruto.
Jesús salió de Jerusalén con sus discípulos y encontró una higuera; tenía hojas, pero cuando se acercó al árbol vio que no tenía frutos. Por naturaleza, en las higueras aparecen los higos antes que las hojas. Cuando aparecen en escena las hojas, es su forma de decir a todo el mundo: «¡Vengan, aquí hay fruto!»; y, según la naturaleza del árbol, los higos deberían haber brotado antes que las hojas. Pero en este caso, eran las hojas las que habían brotado primero, invirtiendo el orden. Cuando Jesús se acercó, separó las hojas y quiso tomar un higo, resultó que no había frutos. Se volvió a sus discípulos y les dijo que observaran
aquel árbol. A partir de ese momento, no volvería a dar fruto jamás; lo maldijo, y el árbol se secó de la copa a la raíz.
No hay nada más terrible que una higuera estéril, tener la forma y el aspecto de un cristiano, pero no llevar fruto. Ser una estrella que no brilla; ser como esos hombres solemnes y espantosos descritos en 2 Pedro y en la pequeña epístola de Judas. Pensemos en las estrellas oscuras, que no brillan, y en las nubes sin lluvia. Qué terrible ser un espejo roto del Todopoderoso, cuyo propósito conferido por Dios era el de atrapar la luz hermosa del Señor y reflejarla a todo el universo. En lugar de eso, hay un espejo resquebrajado, roto, que no puede reflejar nada. Por eso Dios lo desaprueba y lo expulsa del huerto del Edén. Qué horrible es ser consciente de esto durante toda la eternidad.
Lo más espantoso de los seres humanos es nuestra conciencia: somos conscientes de las cosas. Si no fuera por nuestra conciencia, nada podría dañarnos.
El rico que murió y se encontró en el infierno era consciente de que estaba allí y sabía que sus hermanos no lo estaban, pero no tardarían en llegar. El infierno no lo sería de no mediar la conciencia. Si los habitantes del infierno estuvieran en coma, no sería infierno.
Hoy día el diablo está muy ocupado dentro del ámbito de la psicología y de la psiquiatría, y se ha hecho con muchos hombres que usan frases que tomaron prestadas de Freud y de los demás, para decirnos que no deberíamos permitir que la conciencia del pecado nos agobie, porque eso crea un complejo de culpabilidad. No deberíamos dejar que la religión nos inquiete mucho.
En cierta ocasión, a un gran director de una importante institución mental que llevaba muchos años al cargo, le dijeron:
—Bueno, doctor, supongo que muchísimos de sus pacientes se volvieron locos debido a la religión.
Él respondió: —Por lo que yo sé, en todos los años que he sido director de este centro, no he conocido a un solo paciente que haya acudido a él a causa de la religión; pero sí he conocido a cientos que, de haber tenido religión, no se hubieran vuelto locos.
Debería dar gracias a Dios si siente esta inquietud. Yo no se la arrebataría por nada del mundo.
Debemos ser un pueblo purificado si queremos ser adoradores de Dios, que reflejen la imagen de Aquel que nos creó. Pero las vasijas rotas, las arpas sin cuerdas, las higueras estériles, las nubes sin agua, los espejos rotos... qué trágicos y terribles son.
Usted puede pertenecer a un pueblo purificado dentro de este mundo, incapaz de volver atrás y dejar de existir, pero aun así seguir siendo un vaso roto delante de Dios. Ser ante Dios una vida que no brilla, ser un arpa que no suena, una lengua que no da fruto; todo esto es fallar a Dios.
Si usted tuviera una dentadura que requiriese una atención inmediata, lo primero que tendría que hacer cuando pudiera permitirse faltar un día al trabajo sería ir al dentista. Cuánto más importante es encontrar la sangre que me limpia del pecado. No debería permitir que nada se interpusiera en mi camino. Las amistades no significan nada. ¿Los negocios? Es mejor vender frutos secos en la esquina que participar en un negocio que ofenda al Espíritu Santo, rompa el vaso y quiebre el espejo. Los placeres son para las personas locas por ellos. Roma se desmoronó a base de pan y de circo.
Roma, que nos ha dado idioma, leyes, literatura y estándares, creía que no moriría nunca, pero sin embargo cayó como un
gran árbol podrido. ¿Ante quién cayó Roma? Sucumbió ante las hordas paganas del norte, los hunos, los longobardos y el resto de los vándalos. Eran personas indignas de ponerse el calzado de los romanos, incluso de sacarle brillo. Roma no acabó debido a una conquista militar externa; Roma falleció por el pan y el circo, por los placeres y divorcios, por las diversiones y por tener demasiado de todo. Se engordó y debilitó, y cuando llegó a ese estado, murió.
Esto es lo que sucede con las iglesias y lo que le pasará a usted si no tiene cuidado. Lo mismo pasa con los países. Digo que no debe haber nada que nos impida avanzar, ni siquiera el propio miedo, porque, ¿acaso hay algo más temible que fracasar ante Dios?
Entonces, ¿qué haremos? Debemos enmendar nuestros caminos. «Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Mejoren sus caminos y sus obras, y los haré morar en este lugar. No se fíen en palabras de mentira, diciendo: Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este». Esta es nuestra religión cristiana. Si usted enmienda a fondo sus caminos y sus actos, entonces Dios le permitirá habitar en este lugar, en la tierra que dio a sus padres, para siempre. Por lo tanto, corrijamos nuestra ofrenda y nuestra oración, nuestra relación con otros, nuestra disciplina personal, nuestras vidas de oración. Enmendemos nuestros caminos delante de Dios para ser un pueblo puro, totalmente aceptable para Él; porque ningún hombre puro puede ser derrotado, y ninguna iglesia pura puede morir.
Oración
Oh Señor Jesús, recordamos tus palabras cuando una de tus iglesias permitió que su amor se enfriase. Tú viniste a ella y quitaste su candelero,y no quedó ni rastro de esa iglesia en aquella ciudad.
Oh Cristo, queremos buscar delante de ti un testimonio perpetuo. Queremos corregir nuestros caminos hasta el punto de que puedas concedernos otro año, otra década, miles de años. Pero hasta que tu santo Hijo descienda de los cielos, tu luz brillará en este lugar. No solo en el vecindario, sino también en Nueva Guinea, el Perú, el Brasil, el Japón y en todos los lugares donde haya necesidad de escuchar el evangelio. Oh Dios, te rogamos que nos ayudes para que podamos corregir nuestros caminos, y empezar a ser y a hacer aquello para lo que fuimos creados. Acudimos a ti en busca de ayuda, Señor; esperamos que nos bendigas y queremos que lo hagas. Amén.