El silbón ya no trabaja en los llanos

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EL SILBÓN YA NO TRABAJA EN LOS LLANOS. LA HISTORIA NUNCA CONTADA.

Por: Pedro Suárez Ochoa.

©Copyright 2015 Pedro Suárez. ISBN 978-980-12-8063-7 Depósito Legal If08520158001667

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A Carmen Consuelo Ochoa Ron, la luz de mi vida y a quien le debo todo lo que soy. “Gracias por tanto Madre Bella”.

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PRÓLOGO.

El silbón, un espanto.

Un espanto del llano venezolano, una

leyenda; bueno… eso es lo que siempre he escuchado, algo que se cuenta para asustar a los niños y a los parranderos del campo. ¿Quién iba a imaginar que este espectro gigante de la noche, llegaría a ser mi mejor amigo y más leal que un canino? Pero permítanme hablarles un poco de la versión oficial de su origen y también de otra versión no contada por nadie, sino por el silbón mismo hacia mi propia persona. Perdónenme ustedes, porque sé que no perciben ningún miedo en mí y me notan totalmente relajado al hablar de un espanto, pero como dije antes, es mi amigo y así solemos hablar de nuestros amigos. Si queremos saber del Silbón instantáneamente, solo tenemos que entrar en la Internet y Wikipedia nos aporta algo de su origen, características físicas y de ataques. Distintas páginas web refieren versiones diferentes, y algunas otras, parecidas a la popular página del saber. Pero entre tantas versiones resaltan dos. La primera es, que éste ser cuando era niño, era muy malcriado, de carácter explosivo, le encantaba comer asadura, se podría decir que era adicto a esta comida. Una vez no había más asadura en casa y rogó fervorosamente con su peculiar malcriadez a su padre, que le consiguiera asadura. El 4


padre salió a cazar un venado, pero no encontró nada y volvió con las manos vacías, el muchacho encolerizado mató a su padre y los destripó sacando sus vísceras y luego colocándolas en una gran tapara picada en la mitad, la llevó a su madre, ésta las tomó y las empezó a cocinar pero notó que la asadura no se ablandaba, sospechó lo peor y descubrió todo, su madre lo maldijo para siempre. La otra versión y la menciono de manera muy resumida: Él se había casado con una hermosa joven llanera, sumamente atractiva, el padre del Silbón la codiciaba día tras día, hasta que en un momento de desenfreno violó a su nuera, la muchacha contó todo a su joven esposo y éste asesinó a su padre de la manera más horrenda. El abuelo del espanto lo amarró a un árbol y lo torturó a latigazos, echando agua ardiente en sus heridas y le soltó un perro rabioso llamado Tureco, para morderlo mientras estaba amarrado y lo maldijo para toda vida. Pero existe otra versión, la verdadera, contada por el mismo Silbón, de la que no tengo razones para dudar y que más adelante les contaré.

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I PARTE. Hacia San Fernando de Apure. “Nadie ama al hombre al que le tiene miedo”. – Aristóteles

CAPÍTULO I.

¿Cómo conocí a este horrible y hermoso espanto? En primer lugar soy de Ciudad Bolívar, una ciudad de las más calientes y húmedas de Venezuela que nació con el privilegio de estar para siempre al lado del tercer río más caudaloso del mundo, no solo caudaloso sino quizás el más misterioso de todos, donde reina uno de los cocodrilos más imponente del planeta, al que nosotros llamamos “El Caimán del Orinoco”. También están los defines llamados “Toninas” y muchas más exóticas especies acuíferas. Un diciembre de esos que son muy aburridos donde la gente se vuelve frenética por comprar los estrenos de ropa, zapatos, juguetes y cualquier guarandinga que se les ocurra comprar con tal de gastar todo el dinero de su aguinaldo. Pues bien, me quería alejar de todo este bullicio y pasar un diciembre diferente, alejado de todos esos zombis que gastan todo su dinero en tela, goma, plásticos, cartón y etílicos. Así que tomé como destino el monte y no hay mejor monte y más mágico que el de Apure, vaya soberbia

tierra, tierra de los más feroces

guerreros que ha tenido este país.

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Llegué a la Capital; San Fernando de Apure, a casa de un viejo amigo de la infancia que fue vecino y que nunca perdimos el contacto. Allí fui recibido con carne asada en vara, en cantidades industriales, con descomunales cachapas de maíz blanco del tamaño de un budare grande. Parece que nunca hubiera escasez de alimento en esta ciudad, a veces cuando caminas por sus calles perfectamente planas, puedes ver cabezas de ganado tiradas a las esquinas como basura, a flor de piel con sus cachos. Es que el llanero de esa tierra prefiere vender la carne fresca el mismo día de sacrificar al animal, a tener que meterla en refrigeradores. Y créanme, se vende ese mismo día. Mi amigo y hermano como le digo yo, tiene veintisiete años, dos años mayor que yo, es un pana alto que casi toca los un metro noventa, de piel trigueña, de rostro jovial con bastante cabello liso y negro, posee una moderada barriga cervecera que ganó con el paso de los años, se llama José Belisario, hijo de guayaneses y el menor de tres hermanos. Sus padres se mudaron al Apure cuando él tenía catorce años, todo gracias a un cargo fijo en la gobernación de ese estado que le consiguió el hermano mayor de su padre. José vive en una urbanización de gente trabajadora llamada “Tamarindo” y también tienen un humilde pero cómodo campito a unos veinticinco minutos en carro de la ciudad, donde suelen pasar la navidad, más no el año nuevo que generalmente lo pasan en Ciudad Bolívar donde está la mayoría de su familia, así que aparte de pasar yo la Navidad allí, no tendría que regresar a mi casa en autobús, sino que me iría cómodamente con ellos en su camioneta rústica, una vieja Toyota Samurái; pero bien conservada. 7


Esa Navidad que pasaría allí, era la del 2009 y llegué a su casa un diez de Diciembre, a lo que tendría bastante tiempo para relajarme. Ese año había trabajado en una tienda de calzados casi once meses, donde había renunciado quizás por estar fastidiado por la rutina de trabajar ocho horas diarias de lunes a sábado, donde el turco dueño de la tienda no permite que los vendedores se sienten un instante, sino que hay que estar parados sonriendo e interrumpiendo a cada transeúnte que pase por la tienda diciendo la pregunta de disco rayado “¿Qué buscaba por allí hermano?” Y si fuese mujer “A la orden mi señora, ¿Que buscaba?”, ahora no sé porque todos preguntamos “¿Que buscaba?”, como si los posibles clientes dejaron de buscar, quizás es nuestro subconsciente que reconociendo que no queremos vender reconoce la negatividad implícita en la pregunta. Si no me creen pueden darse una vuelta por las tiendas del “Paseo Orinoco” de Ciudad Bolívar y casi cada muchacho o muchacha pregunta “¿Qué Buscaba?” y no un correcto “¿Qué Busca?”. Lo cierto es que renuncié, me dieron mi pequeña liquidación y me fui para el Apure, no me compré ningún estreno, quería cuidar mis tres lochitas para tomarme unas buenas vacaciones, tampoco quería dejar mi poquita plata en los mismos dueños de tiendas que nos explotan, no mi señor, que busquen otro bobo. Me fui al terminal antes que arreciara más la temporada de viaje de diciembre, donde no se consigue una pasajito y los “piratas” hacen su agosto, mejor dicho, su diciembre. Solo pasé unos días con mi familia antes de irme, ya ellos saben que busco monte siempre en diciembre o casi siempre cuando el bolsillo me lo permite. 8


Retomando el tema de mi llegada, los Belisario me recibieron como siempre, como un hijo más. Mi pana José, ansioso por encontrarse conmigo después de dos años sin vernos, no veía la hora de salir a parrandear conmigo y conocer nuevas chicas (como me encanta una llanera, son lindas, trigueñas, llenas de vitalidad y todas son amables), en realidad nuevas para mí porque ya él las conocía. Pasé un gran día, comí una extremada cantidad de carne de res, chorizo y morcillas de cochino, acompañado de cachapa, semejante comida solo tuvo un efecto… Noquearme de sueño, sumado al cansancio que traía del viaje, así que le pedí una hamaca a la señora Belisario y me ofrecieron fue un rico, cómodo y fresco chinchorro de moriche. José me gritó desde el patio “Ay niña, ya te vas a dormir” y su madre le gritó también “déjalo chico que está cansado”. Me metí en el chinchorro en una habitación grande y fresca que tienen para la visita, me pusieron un ventilador poderoso sacado de película, tan poderoso que no necesité ponerle el mosquitero al chinchorro de moriche, me quité solo los zapatos y allí quedé, no supe más nada de mí sino al otro día.

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CAPÍTULO II.

Me levanté a las seis de la mañana del siguiente día, el ambiente estaba bien fresco, el clima de Apure es bastante caliente, quizás un poquito más que el de Ciudad Bolívar; pero por ser diciembre el clima se suaviza. Tenía una sed del carajo, mi cuerpo debió usar mucha agua para digerir toda esa rica carnicería de anoche, quería tomar bastante agua fría, pero no sin antes botar un poco en el baño. Cuando me acerqué al baño venía saliendo José, al verme, me dijo: -- ¿Qué fue niña?, no vayas a irte a dormir temprano hoy, como ayer, que hay una fiesta en “San Fernando 2000”,vas a conocer unas chamas que están bien bonitas.—Tranquilo Cheo, allí estaremos--, le respondí, quitándome lagañas y bostezando como hipopótamo. Ese Cheo, (solemos llamarle Cheo a José desde niño) no pierde tiempo cuando estoy aquí. Después de haber ido al baño y asearme, me acerqué a la cocina para tomar agua fría, pero ya la mesa estaba servida. Le doy gracias a Dios por mandarme a Venezuela, en la mesa había arepas de maíz 10


pilado, un bloque de queso llanero, mantequilla de verdad, no la margarina esa que sabe a jabón, aguacates picados en tajadas, revoltillo de huevos con la parrillada en picadillo que quedó del día anterior, café endulzado con papelón; aunque no tomo café, y jugo de guayaba. ¡Qué vacaciones! Me siento la persona más afortunada del mundo, sin preocupaciones y sin pensar que tengo que ir a trabajar al otro día y decir durante ocho horas “buenas qué deseaba, qué buscaba por allí”. Sin embargo, tengo que agregar que algo dentro de mí, me decía que no todo iba a salir bien aquí en Apure, tenía un presentimiento de esos que te dicen “cuidado que algo va a salir mal”, “¡Pendejadas!” Dije para mis adentros y me olvidé de eso, usando mi autonegación que todos llevamos internamente y que nos permite vivir la vida, impidiendo que caigamos en un estado de paranoia. Después de ese desayuno de llaneros, me activé ayudando a los Belisario en sus quehaceres del hogar, a pesar que ellos viven en una urbanización, tienen un patio de unos veinte por treinta metros, de tierra húmeda y sumamente fértil, no cometieron el triste error de tirarle una placa de concreto sino que prefirieron sembrar árboles, donde destacan un par de gigantes matas de mango, matas de topocho y cambur, de lechosa, guanábana, níspero, limón y naranja. Sin mencionar que tienen gallinas, patos y guineos correteando por todo el patio, todo esto cuidado por un par de perros criollos grandes de pelajes negros y bien alimentados, casi me olvido de mencionar a una gata que está recién parida. Todo esto como verán, 11


genera trabajo diario de mantenimiento, por esa razón muchas familias prefieren ponerle concreto y techo a sus patios y solo contar con algunas matas ornamentales, pero bien vale la pena contar con todos esos árboles, frutas y animales. El día que todas las familias del mundo decidan poner concreto a sus patios, ese mismo día se habrá extinguido la hermosa vida natural. Entre quehaceres del hogar y juegos de mesas se pasó el día. Al fin llegó la noche, Cheo logró conseguir la camioneta de su papá prestada, aunque si no se la hubiese prestado; no importaría mucho, porque todo queda cerca en San Fernando de Apure y los taxis cobran barato en comparación con otras ciudades del país, mucho más barato. Nos pusimos unas pintas modestas, blue jeans y camisas mangas cortas, con zapatos casuales, no muchos se visten a lo llanero de pura cepa en la capital. Mientras íbamos en la camioneta Cheo me daba el parte para esa noche, como si fuese un militar y me hablaba de un par de chicas que son de Biruaca, (ciudad de Apure que está al lado de San Fernando), las muchachas estaban estudiando Administración de Empresas Agropecuarias

en

la

“Universidad

Simón

Rodríguez”,

apenas

terminando el segundo semestre. –Mira Carlos—me dijo Cheo mientras inclinaba un poco la cabeza de lado hacia mi sin perder la vista al frente del volante--Una de las chamas se llama María, tiene diecinueve años, es blanquita y tiene una cinturita bien linda ¡papá! Y ni hablar de sus pechugas, esa es mía

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pendejo; para que sepas, ni la veas, que está apartada y ya le puse el sello de envío. –Okey si va—Agregué, con cara de impaciencia para que me diera parte por la mía. —La otra se llama Piedad—Siguió contándome con una ligera sonrisa en su rostro –es alta, una pataruca de cabello lisito y bien largo, es trigueña tirando a negra, tiene un cuerpazo pero medio plana arriba, es bonita la “caraja”, tiene veintiún años, ya la vas a ver, le hablé de ti, le enseñé una foto y quedó partida. Cheo sabe que me matan las llaneras de piel trigueña o cobriza, no lo pudo hacer mejor mi hermano. Llegamos a la fiesta, mi persona llamaba la atención al entrar, lo pude notar por las miradas que se posaban en mí, se notaba que no era de allí. Aprovecho para hablar un poco de mis características físicas: Soy tan alto como Cheo, de piel clara, parezco el propio turco salido del Líbano, con cejas pobladas y nariz grande, velludo en los brazos (puedo entrar en top five de hombres más velludos), tengo barba abundante, si me afeito la cara, me queda de un color gris tirando a verde, obviamente para esa fiesta me había afeitado la barba. María y Piedad no habían llegado, Cheo me introdujo a un grupo de sus ex compañeros de universidad, rápidamente hice empatía, gracias a que domino cualquier tema trivial que se suele hablar en fiestas y reuniones. La música estaba sonando fuerte, la fiesta era en el estacionamiento de un grupo de casas y estaban celebrando una graduación universitaria, había muchas clases de bebidas y pasapalos. 13


Yo con un refresco cola estaba bien, la música que se escuchaba era el buen merengue de los años ochenta y noventa. En fin, un gran ambiente se respiraba, muchos estudiantes universitarios bailando y otros hablando, nadie estaba apartado todos full integrado. Debo decir que me encanta bailar, aunque solo domino pasos sencillos, siempre me voy por lo seguro, así que saqué a bailar una muchacha del grupo donde estaba hablando. Bailamos solamente una pieza y se cansó o quizás no hubo química entre ambos o esperaba un mejor bailador. Disimuladamente me reintegré al grupo y de repente sentí un codazo en mi costilla, era Cheo para avisarme que las muchachas estaban entrando a la fiesta, fuimos a recibirlas. –Hola muchachas—Dijo Cheo al acercarse a ellas—Este es Carlos de quien les hablé. Las chicas me vieron de pies a cabeza como solo las mujeres saben hacerlo —Hola un placer—Dije y extendí mi mano cuan Quijote de la Mancha y tomé primero la de María, luego la de Piedad. — El placer es de nosotras—Agregó Piedad con una dulce voz y brillo en sus ojos. Nos apartamos del grupo de los amigos de Cheo y nos sentamos a una de las mesas. María y Cheo se encerraron en su conversación, lo que me concedía el privilegio de concentrarme toda esa noche en Piedad.

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Después de hablar de nosotros y conocernos, nos fuimos a bailar, ya habían cambiado el merengue y pasaron a un vallenato bien movido. Piedad es una mujer de carácter seguro, jovencita pero

refleja

madurez, dientes blanquitos y sanos que se les podía ver al sonreír, su cabello desprendía un aroma rico, donde se mezclaba el olor de champú y al aceite natural que desprende su pelo y su cintura era durita como un mango verde. Cheo exageró que era plana, realmente no lo era, lo que pasa es, que si él no ve pechos grandes del tamaño de melones para arriba, no le para a las mujeres. Bailamos no sé cuántas piezas y los ritmos fueron cambiando, hasta el reggaetón que nunca falta. Hablábamos mientras bailábamos y teníamos que hacerlo acercando la boca al oído, porque la música estaba bien alta, me encanta eso de la música alta, porque es una excusa para hablar cerca, puedes sentir el aliento en tu oído de la chica que te gusta y ella el tuyo, de alguna forma eso es algo tierno. Es allí donde puedes medir cuanto le gustas a una chica, claro, al menos que seas un Chayane bailando y ella solo esté contigo por el baile, pero como yo no soy un experto, eso dejaba para especular sobre una sola opción y es que LE ATRAIGO. Algo pasó de repente mientras bailaba, sentí una oscuridad y silencio absolutos, quizás duró un segundo, mi mirada se fue y Piedad me preguntó al oído: --¿Qué te pasa Carlos?—Y agregó—parece como si vistes un Espanto, mientras tocaba mi rostro con su tersa mano—.No vale—Respondí, con una cara media desorientada— creo que estoy un poco mareado. Ella me tomó de la mano y me invitó a sentarnos de nuevo a la mesa donde estábamos. 15


Ya no hablábamos como antes y otra vez sentí un segundo de oscuridad y silencio absolutos, también sentía un fuerte olor a mastranto. Recordé el mal presentimiento de esta mañana. Piedad me acercó una botellita de agua y me dijo: --Toma corazón, tomate un poquito para que se te pase. No sé si me sentí mejor por el agua que tomé o por el cariño en sus palabras. Al rato, después de sentirme mejor, seguimos bailando, solo que esta vez cambiaron a balada, el mejor de todos los bailes, aunque dicen que la balada no es baile, para mi si lo es, es el baile perfecto, porque puedes acercarte a tu chica un poco más, pero sin caer en la vulgaridad. Sentí todos los olores de piedad, ella estaba sudando leve, aunque la noche empezaba a refrescar, dicen que los olores naturales de las mujeres son mil veces mejor que los de cualquier fina colonia que pueda existir; de hecho, algunos agregan que nos enamoramos de las mujeres es por su olor y no por su cara o cuerpo. Al rato dejé de sentir su fragancia natural y otra vez volvía el mastranto, aunque más leve y me dije que quizás es algunas de esas casas que tienen de esa planta silvestre en su patio y que llega el olor a través de una ráfaga de aire.

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CAPÍTULO III.

Eran las tres de la mañana, la fiesta estaba terminando y estábamos viendo un grupo en vivo de música llanera, que había empezado su presentación a la una y media am. Cantaba una mujer muy atractiva, de piel blanca, llevaba unos jeans negros, botas vaqueras de mujeres, una camisa de cuadros rojos y blancos, amarradita en sus puntas, dejando al descubierto su ombligo, en la cabeza llevaba un recio sombrero de pelo de guama, la mayoría de las canciones eran al amor, despecho y cachos, las otras canciones referían al folklore del Apure y su mágica geografía. Sus músicos eran nada más tres, porque no había bajista, así que solo era arpa, cuatro y maracas. 17


Estábamos sentados a la misma mesa, Piedad estaba apoyada en mí hombro, yo tenía tomada sus manos entre las mías, muchos seguían bailando joropo al ritmo del grupo (vaya energía tienen los llaneros, a plena madrugada y zapateando duro). Normalmente me lleva más tiempo lograr ese grado de intimidad con alguna chica, había una química fuerte creciendo entre nosotros; no había duda de eso, el primer beso no había llegado, “no todavía”, pero ya me quería ir para besarla en un lugar con al algo de privacidad. La cantante que llamaban la “La Brava de Apure” logró una empatía con el público, por mi parte me quería ir para estar solo con Piedad. Se hicieron las tres y media y el grupo se despidió con una canción que llevaba por título: “Apure y el Silbón”. El olor a mastranto volvió,

fuerte como la primera vez, solté las manos de Piedad y

disimuladamente con un pañuelo froté mi nariz dejando de sentir tan fuerte fragancia. Piedad me mencionó que en esta tierra sale El Silbón a los hombres parranderos, cuando están borrachos y vuelven solos a sus casas. Le respondí que entonces estaba inmune al Silbón, porque no había probado una gota de alcohol toda la noche y más importante aún, yo no estaba solo… estaba acompañado de la niña más linda del Apure --¡Gua!--dijo ella, volteando hacia mi cara y dejando de ver al grupo--¿Bonita yo? Tú estás ciego Carlos. Cuando dijo eso, nos quedamos viendo fijamente a los ojos como unos veinte segundos, que pareció un día entero, sus ojos negros grandes, ligeramente humedecidos, brillaban como la luna de esa noche que servía de testigo ante la semilla del amor. Dejé de verla y dirigí mi mirada a la cantante, me decía a mí mismo “¿Qué te pasa Carlos? Tú no te enamoras, al 18


menos no tan rápido y menos sin conocer a alguien bien”. Al instante, la Brava de Apure al terminar la canción gritó: “¡Hombres! Cuídense del Silbón” y fue dirigiendo su micrófono con su mano extendida, señalando todas las mesas y terminando en la mía, la atractiva cantante se me quedó viendo fijamente por solo un momento, los presentes me rodearon con su mirada, me sentía el mismo gafo, así que no quedó más remedio que pelar mis dientes y sonreír fingidamente. Seguro que el grupo ya sabía que no era de esos lares, Cheo siempre con sus vainas” lo más probable es que les habló de mí, o quizás es parte del espectáculo y aleatoriamente me tocó a mí, “el más pendejo”. Bueno yo ya coroné con Piedad, eso es lo que importa y no me iba ir a dormir sin besarla y abrazarla, además confiaba en Cheo, ese es un avión Sukhoi, tiene que tener algo planeado para cuando salgamos de aquí. La fiesta terminó, calabaza calabaza, solo que esta vez nadie se va para su casa. Nos montamos en la Poderosa Samurái, quien era nuestra más conspiradora cómplice de esa noche o lo que quedaba de noche. Cheo mientras iba al volante rompió el silencio diciendo: – Muchachos, ¿qué tal si nos vamos ahorita para la orilla del Río Apure?, conozco un lugar bien fino y tranquilo, total, ya va amanecer. –Claro mi amor, vamos—Respondió María, acariciando el cabello de Cheo al mismo tiempo volteaba hacia atrás, donde estábamos Piedad y yo, tomados de la mano. --¿Ustedes quieren chicos?—Preguntó María. 19


– ¡Por supuesto!—respondí, casi con los ademanes del

Chapulín

Colorado. –Si tú quieres Carlos, Piedad también quiere—agregó Cheo con tono de travesura. Piedad solo me miró y sonrió agachando luego la cabeza con picardía e inocencia a la vez. Pasamos el hermoso puente de Apure que corona al suave e imponente río Apure, el cual da la impresión de noche que se puede caminar por encima de el. San Fernando 2000 está al lado de San Fernando de Apure, solo los divide el puente. Cheo pasó el puente, luego buscó el camino que él conoce para estar cerquita del Apure. Llegamos y nos sentamos a la orilla, no tan cerca al río en realidad. María y Cheo se apartaron un poco de nosotros pero quedaron a nuestra vista, antes de apartarse me lanzó un repelente de mosquitos en spray y me dijo: “Toma niña, por si los mosquitos te quieren llevar volando a Bolívar”. Era una playita linda y pequeñita con una arena suave y fresca, su textura no tenía nada que envidiar a una playa del Caribe. Nos quitamos los zapatos y nos sentamos viendo al horizonte y charlando a la vez llegamos a conocernos mejor, hablamos de nuestros intereses, hasta que ya no había nada que decir, le tomé una mano y se la besé, su mano era suave, parecía esculpida por algún artista del renacimiento, tenía su aroma, el de ella. Luego acerqué mi rostro hacia el suyo, nos mirábamos fijamente, la luz de la luna me permitía verla con claridad, bajé mi vista hacia sus carnosos labios, acerqué los míos y nos fundimos en un beso tierno, sentía la humedad de sus labios, que era 20


agradable como la miel silvestre, luego coloqué mi espalda en la fresca arena y ella me siguió, quedando encima de mí, pero no con todo su cuerpo sino más bien de lado. Seguimos besándonos con tierno romance, de pronto ella deja de besarme y me susurra al oído: --Te quiero dar algo, ¿Lo quieres?—le contesté sí. Ella empezó a dar tiernos besos en mi nariz después me pidió que abriera un poquito la boca, la abrí y ella me dijo –Recibe mi regalo—ella sopló ligeramente su aliento hacia dentro de mi boca y al instante sentí algo diferente dentro de mí, como una sutil energía que recorría cada parte de mi cuerpo y con su mano cerró mis ojos. Cundo los abrí vi a Cheo encima de nosotros diciendo –Están muy románticos ustedes, no ven que ya amaneció--. Lo quería matar, nadie como él para cortar la nota.

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CAPÍTULO IV.

Algunos días pasaron y misteriosamente perdí el contacto con Piedad, su amiga María, tampoco sabía mucho de ella, solo nos dijo por teléfono que Piedad se fue a su casa en Biruaca. Le llamé a su celular, le mandé mensajes y nada, ni una señal de humo, la busqué en el FACEBOOK, encontré muchas Piedad, pero ninguna era la mía. Al final desistí con la esperanza que se pusiera en contacto conmigo, ella tenía mi número así que no le di más vueltas al asunto, pero debo admitir que quedé atravesado no por una flecha sino por la Lanza del General Páez, esa que está en el Boulevard de San Fernando, sostenida en la mano derecha por el mismo aguerrido General.

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Los Belisario se preparaban para irse para su campito, un terreno modestamente grande, al menos grande para mí que solo tengo un pequeño patio en mi casa, tiene unas diez hectáreas eso sería alrededor de unos catorce campos de fútbol de terrero cultivable, tiene un morichal bien caudaloso cerca sus límites. Dentro del terreno tienen tres pozos o aljibes. Apure debe estar encima de un océano de agua dulce, por donde se haga un hueco profundo, allí sale agua de seguro, de hecho muchas de las casas de la capital tienen agua potable que suministra una empresa del gobierno regional, también cuentan con un pozo y una motobomba. El campito se llama “El Conuco de Apure”, tienen un par de caballos, pocas reses, lo suficiente para hacer queso, suero y mantequilla. Cuentan con una moderada cochinera con cincuenta o más cochinos, todos bien alimentados. La mayoría del terreno está sembrado de maíz, el resto está sembrado de pasto, árboles de naranja, limones y un robusto conuco donde tienen yuca, ñame, ocumo, tomates, ají y pimentón. La casa del campo está rodeada por diferentes árboles frutales que le otorgan sombra por las cuatro esquinas y la mantiene fresca todo el día. La vivienda es amplia con cinco cuartos y una sala pequeñita, la cocina, el comedor y el recibidor está afuera, como anexo a la casa, en un lateral, sin paredes solo bajo un techo de zinc, de modo que todo queda a aire libre, donde cada quien puede colgar su chinchorro, hamaca y campechana. Tienen televisión satelital pero nadie le presta atención a la tv cuando se está allá, salvo para ver las noticias. La electricidad llega con comodidad por estar tan cerca de la capital, por eso cuentan con una línea blanca básica. Los baños 23


están afuera, donde llega abundante agua fresca de uno de los aljibes por la fuerza de una motobomba. Aparte de los Belisario, en el campo vive el Señor Bartolomeo García con su esposa y un hijo de veinte años. Son los que hacen posible la prosperidad de ese campito, no tienen salario porque es su casa también. Bartolo (así le llaman), es socio del Señor Belisario, las ganancias están divididas en cincuenta y cincuenta, hay plena confianza entre ellos. Bartolo es de esos llaneros que tienen que vivir en el llano, en el monte, con su mujer, la campechana y su lata de chimó, él y su hijo Juan parecen llaneros de “Santos Luzardo”, atléticos, llenos de fibra muscular de albañil, de mediana estatura y piel tostada por el sol, son hombres que se paran a las tres de la madrugada para ordeñar las vacas, hacer queso, cosechar maíz y los tubérculos, llevan a pastar las reses y de vez en cuando salen a cazar con una vieja escopeta pero operativa y bien cuidada que heredó de su Abuelo Don Jacinto García quién vivió todas las dictaduras de Venezuela del siglo veinte. Ahora, ¿Qué hicimos esos días que estuvimos allá?, aparte de ayudar con las faenas diarias, hicimos muchas hallacas de maíz blanco, en Ciudad Bolívar la hacen con maíz amarillo. Se mató un cochino y se apartaron los perniles para la Noche Buena, el resto se aprovechó todo, para hacer morcillas, chorizos y chicharrón del más exquisito del mundo, ese que sale con bastante carnita, la carne magra del cochino se usó para las hallacas y para comer frita con cachapa y queso de mano. La carne de res para este plato navideño se tomó del congelador, también se mataron cuatro pollos grandes. Hicimos seiscientas

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hallacas, de las cuales una parte se iba para Ciudad Bolívar para la reunión familiar del año nuevo de los Belisario. La zona donde estábamos se llama “El Morichalito”, existe un grupo de casitas todas dispersas y algunas haciendas, todas equidistantes. Hablamos de un promedio de dos kilómetros de distancias entre las casitas y haciendas. En una de las haciendas que se llama “La Encantada” dedicada a la cría de búfalos y porcinos, se hacían las fiestas de la comunidad. El dueño de la hacienda pedía una colaboración de cada familia de “El Morichalito” (Los Belisario colaboraron con cuatro cochinos) sumado a lo que La Encantada aportaba, se formaban tremendos parrandones, contrataban artistas locales para la música llanera. No faltaba nada, debido que no existía el egoísmo ni la viveza de la ciudad entre ellos. Así se fueron mis días allí, trabajo, diversión y comida de la buena. Pero un día, o mejor dicho “una noche” hizo la diferencia y marcó para siempre mi destino. Dos noches antes de Navidad, en una de esas parrandas, me quedé con un grupo de peones jugando dominó hasta tarde de la noche, (soy un asiduo jugador de dominó). Todos en la fiesta se empezaron a ir, incluso los Belisario y los García ya se habían retirado. Les dije que me quedaría, que quizás amanecería allí y me iría para la casa al salir el sol. De La Encantada a la casa de los Belisario había unos tres kilómetros de camino. Los peones con que jugaba, trabajaban para La Encantada y ya era domingo, así que no trabajarían “al

cantar el gallo”. Todos los

presentes estaban tomando un ron hecho por ellos mismos, a base de 25


caña de azúcar. Eran las tres pasadas de la media noche. La luna estaba oculta por las nubes y la noche estaba fría, por mi parte no tenía sueño, no puedo decir lo mismo de los peones que ya el alcohol empezaba hacer su trabajo de masajear el cerebro y deprimir al máximo sus sistemas nerviosos. Finalmente todos se fueron excepto tres llaneros, entre ellos mi compañero de juego de toda esa noche, “Don Carlos”; mi tocayo, un señor de unos setenta años, lleno de vitalidad. Don Carlos, una noche antes, nos habló del Silbón a Cheo y a mí. Nos refirió que algunas noches, sobre todo en temporada de parranda salía ese “Espanto” por esos lugares. En sus propias palabras

y con su tono pausado de

llanero nos advirtió lo siguiente: “No parrandeen mucho, váyanse temprano siempre, sobre todo antes de la una de la madrugada. Si llegan a escuchar el silbido fuerte y claro, aprovechen y corran que el Espanto está bien lejos, deben ir pronunciado en la carrera todas las groserías que puedan contra él, griten que no le tienen miedo, (como decir que no le tienen miedo y estar corriendo a la vez, pensé y me causó mucha gracia), si empiezan a escuchar el silbido a lo lejos es porque ya lo tienen cerca, van a sentir el sonido de un saco con huesos arrastrándose, no dejen de gritarles insultos, recuérdenle su maldición y a su madre, no demuestren miedo y se irá por donde vino”. --Don Carlos—lo interrumpí para preguntarle. --¿Es verdad que le chupa el ombligo a los parranderos para beberle el ron de toda esa noche? (Eso me parecía sumamente gracioso). –Sí, toda la caña de esa noche—me respondió y agregó—Si El Silbón sabe que le fueron infieles a sus mujeres los descuartiza y los mete en su saco de huesos para 26


toda la eternidad. Nos contó más acerca de Él, que también visita algunas casas como presagio a la muerte y si se sienta cerca de la casa a contar sus huesos que lleva en el saco, ya la muerte es inminente. Agregó otros detalles, yo en realidad lo escuchaba por respeto, ya esa leyenda me la sabía, cuando niño me asustó, sobre todo cuando escuché por primera vez esa canción con relato de un personaje llamado “Juan Hilario”, recuerdo que el silbido si era espeluznante, realmente llegaba a la psiquis, era un sonido simulando las notas musicales de “do-re-mi-fa-so-la-si”. “Los llaneros y sus vainas, pero reconozco que sienten y viven sus mitos y leyendas como verdaderas”. Eran las tres y media de la madrugada, Don Carlos y los otros peones se cansaron de jugar y estaban que se dormían. Me tocaba irme solo, lo preferí así porque todos ellos estaban muy tomados y no quería un volcamiento de camioneta. Total, solo eran tres kilómetros de caminata y la luna se había despejado, lo que agregaba excelente iluminación natural. Me despedí y los llaneros bromearon sobre El Silbón, pero Don Carlos estaba serio, viéndome con sus ojos profundos, solo me dijo: “Ya sabes qué hacer si te sale” –Claro no te preocupes Carlos—le dije con una leve sonrisa en mi rostro. Me fui alejando de la hacienda, el camino de tierra estaba lleno de pequeñas piedras, lo que producía un sonido singular que me encanta, al mezclarse con mis botas llaneras mientras camino. El ambiente estaba apacible y fresco. con una brisa moderada, solo el sonido de los insectos se escuchaba. con algunas aves nocturnas 27

que estaban


cerca. Pero la luna de pronto empezó a ocultarse con las nubes, la brisa empezó a pegar fuerte y los arboles alrededor del camino se sumaron al coro de sonidos con el empuje del viento en sus ramas y hojas. Empezaba a preocuparme, “no me voy a preocupar con toda esa psicología de terror que me metieron”, me dije a mi mismo y con eso me tranquilicé y empecé a disfrutar mi camino nuevamente. Cuando llegué a la mitad del recorrido dejé de escuchar todos los sonidos de mí alrededor; excepto el de mis pasos, de repente volví a sentir ese fuerte olor a mastranto cuando estaba con Piedad, pero esta vez más intensificado, al punto que me lagrimearon los ojos y empecé a ver un poco borroso. Me froté los ojos y empecé a ver mejor, pero el olor no se iba. Me estaba asustando y fui acelerando el paso. Ya no pensaba en leyendas ni mitos, me dejé llevar por mi instinto, por mi cerebro primitivo, el cual me dictaba ¡HUIR! a la vez que inyectaba adrenalina a mi torrente sanguíneo, acelerando mi corazón. Algo nuevo se agregó a todo lo que sentía a mí alrededor y eso era… la oscuridad absoluta. Entré en pánico, pero no podía correr porque no veía nada, así que recorté el paso de la caminata, con mis manos adelante buscando tantear algo, no fuese que tropezara con algún obstáculo, me guiaba con el sonido que producía las suelas de mis botas al pisar la tierra y las piedras, sabía que si me mantenía así iría bien porque el camino era directo a la casa. Mientras caminaba poco a poco pero con la adrenalina a mil, sucedió algo que me paralizó por completo, me sentía perdido y totalmente desorientado, el sonido de mis botas se los había tragado el silencio. Hasta que… 28


CAPÍTULO V.

Escuché un fuerte silbido que me hizo estremecer, (era lo único que podía escuchar) seguía avanzando a ciegas, esta vez guiado por la sensación de pisar tierra y piedras, pero ya no sabía a donde iba, si de regreso o hacia la casa, el sonido era muy fuerte, como si penetrara todo mi ser, mis fuerzas se iban acabando, “no puedo rendirme, no quiero morir” me dije. Seguía avanzando y a veces no sentía el camino sino el monte, así que entre monte y camino me guiaba, entre esos dos contrastes. El silbido se hacía más leve, era unas de esas notas 29


musicales (do-re-mi-fa-sol-la-si-do) que nos enseñan en las escuelas, pero aterradoras. Mi vista empezaba a aclararse pero solo tenuemente, el silbido cada vez se alejaba de mis oídos y empezaba a escuchar el ambiente que me rodeaba, fui acelerando el paso pero sin energías, solo seguía caminando por mi instinto de supervivencia. Mientras iba caminando, el monte a mi lado derecho como a tres metros empezó a moverse, como si un animal salvaje estuviese allí, efectivamente, era un animal, era un perro que se acercaba a mí, mostrando sus feroces dientes, casi no podía moverme, pero pude retroceder poco a poco. El perro era bastante grande y su pelaje estaba teñido en sangre descompuesta, salía una espuma rojiza de sus fauces, como si tuviese rabia. Se acercaba lentamente hacia mí, yo estaba en shock, no podía gritar ni correr, sus ojos estaban inyectados en fuego y cólera. Logré moverme hacia atrás nuevamente, sin dejar de verlo, un paso…dos pasos…tres pasos, daría en total seis pasos, pero algo me impidió avanzar más hacia atrás, era la sensación de que tropecé con una persona, sabía que alguien estaba detrás de mí, ya no sentía el olor a mastranto, sino un olor putrefacto, era el olor de la muerte. No quería voltear, el perro se acercaba más a mí, con su hocico lleno baba y espuma rojiza y su horrendo rugido. Dejé de sentir la persona atrás pero no el olor pútrido, el ensangrentado perro finalmente se detuvo pero esta vez con la pata derecha levantada, en posición para lanzarse al ataque. Me di la vuelta para huir… pero mis fuerzas se fueron casi por completo al ver que a dos metros de mí, estaba un gigante de unos dos metros cuarenta, con un atuendo de peón pero de antaño, llevaba un 30


sombrero de paja grande, no me miraba, su vista la dirigía al suelo, su piel era de un tono verdusco, estaba inflamado, como si estuviera descomponiéndose, me había olvidado por un instante del perro, toda mi atención estaba sobre esa cosa que parecía muerta, de pronto empezó a subir lentamente su cabeza, LO VÍ…era la cara de todas las fobias de nosotros, la de un cadáver que se mueve en una morgue, esa fobia que tenemos de niños que un cadáver pueda abrir los ojos y moverse en su urna. Sus ojos estaban blancos, (como volteados por una convulsión por fiebre alta) SE FUE ACERCANDO A MÍ, arrastrando un saco viejo y maltratado, que hacía un sonido áspero, ME RENDÍ, sabía que no escaparía, me desmayé, era quizás el último recurso de mi cerebro que apagaba todo el sistema nervioso central para no sentir el dolor que estaba a punto de experimentar. Al rato estaba yo acostado boca arriba, viendo hacia la noche que estaba despejada y mostraba todas las estrellas. “Fue un sueño, fue una pesadilla, seguro me caí y perdí el conocimiento” pensé .Luego, me levanté, me sacudí la tierra de la ropa y cuando me disponía a irme tenía al mismo perro que me cortaba el paso, exponiendo sus salvajes colmillos con su mismo rugido, pero el perro ya no estaba ensangrentado, (era un perro blanco y musculoso, de pelaje corto), tampoco botaba ya esa repulsiva espuma rojiza. Al instante escuché una voz que provenía de mis espaldas, que expresó: --No le tengas miedo, no te hará daño sino corres, se llama Tureco--. Yo gire y estaba un hombre sentado en el tronco de un árbol caído a lado del camino -¿Quién es usted?—le pregunté con tono de asombro. –Unos me dicen “Mandinga”, otros “El Espanto”, “algunos La Muerte” y en algún tiempo 31


“El Salvaje”—respondió con acento llanero, mientras sacaba huesos del saco para contarlos y agregó—Soy EL SILBÓN. El hombre tenía la piel normal, sus ojos estaban vivos, la ropa y el sombrero eran los mismos pero bien conservados, no me había fijado que tenía unas alpargatas de cuero. Era un hombre blanco de rostro agradable y ojos oscuros, con facciones afro; un mulato, de aspecto atlético como cualquier llanero de faena. A pesar que estaba sentado, se veía que era muy alto, por sus piernas largas que se notaban. Mi persona había dejado de sentir aquel pánico que me invadió, sin embargo estaba débil. Me empecé a llenar de curiosidad “si existe, es verdad, no es un mito, pero ¿Cómo? y ¿Por qué?” pensé y me pregunté a mí mismo. –Hay muchas preguntas que responder y habrá tiempo—expresó, como si me hubiese leído el pensamiento—siéntate—me ordenó con cortesía señalando el suelo. Yo aparté algunas piedras y me senté, no me importaba ensuciarme porque ya lo estaba. Tureco se había acercado a mí y por primera vez ya no revelaba sus colmillos, me olfateó y se acostó a un lado de mí, pero con su cabeza en mi dirección al igual que sus dos patas pero pegadas a su hocico. El Silbón sacó un cuatro de su saco y me preguntó: --¿Te gusta la música Carlos?, a los guayaneses les gusta mucho la música--me preguntó viéndome a los ojos y sonriendo levemente. “¿Cómo sabe mi nombre y de dónde vengo?”, pensé. —Yo sé muchas cosas Camarita— señaló, mientras afinaba su cuarto. Efectivamente este ser parecía leer los pensamientos o tenía una gran agudez mental para adivinar el 32


pensamiento leyendo la gestualidad de una persona. –Te dedico esta canción “Compa”—dijo, mientras tocaba el cuatro de manera recia y de un ritmo estimulante. Y arrancó con su canción: Aaahhhhhhh… Óigame usted joven guayanés, la canción que hoy, tus pensamientos hará mover. Yo me llamo el Silbón y muchas cosas malas oíste de mí, pero lo que no sabes es, que la justicia siempre defendí.

Ay la justicia siempre defendí. Hasta que una noche, un gran error cometí. Y a unos inocentes, a sus vidas puse fin. Ahora y para siempre, mi felicidad yo mismo extinguí.

Pero no por eso, al inocente dejaré de asistir. Porque la verdadera maldad, no viene de un espanto. 33


La verdadera maldad, viene de algunos humanos, que por su codicia y envidia, a muchos hacen daño.

Quizás por eso debo existir, para que el amor y la honradez Del corazón venezolano, jamás tenga que partir.

Ahora te canto desde mi corazón Y a pesar de mi maldición, he venido a pedirte un favor, para que me ayudes desde tu razón, a llevar la justicia, a tu tierra y región. Donde muchos necesitan protección, de algunos seres humanos, que se han dado a la tarea, de llevar el miedo y esclavitud, a los inocentes que se resisten, a perder su virtud. Mira joven Carlos, tú más nunca me debes temer, lo que hice hoy, fue para que pudieras entender, 34


Lo que a los malos y malas, los hace de miedo estremecer Y después de mi visita, nunca maldad, volverán a cometer. tú resististe mi visita, porque en tu corazón no hay maldad, solo justicia, amor y bondad. Así que de ahora en adelante, tú me vas a acompañar.

CAPÍTULO VI.

Después que terminó su canción tomó su saco, lo abrió y metió el cuatro, luego se levantó y pude notar que en su aspecto no espectral, medía alrededor de dos metros de altura, al mismo tiempo Tureco se levantó y empezó a mover su cola acercándose a su amo para que este le acariciara la cabeza. Pude notar el amor que estas dos criaturas de la noche se tenían el uno al otro. También me levanté y al hacerlo El Silbón se acercó a mí y me preguntó en su tono llanero: --¿Te gustó la canción carajito?--mientras dirigía su mirada directamente a mis ojos y al mismo tiempo me mostraba una ligera sonrisa; casi una mueca diría yo.

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–Sí señor—respondí y agregué–toca usted muy bien el cuatro y tiene excelente voz. –No está mal para un Espanto, ¿Verdad?—adicionó, con su mueca otra vez, arqueando la ceja derecha y levantando un poquito la comisura de la boca. Pero yo no quise responder por temor a ofenderle porque su comentario era capcioso. --Bueno ya va amanecer y despedirme no quisiera—me dijo, mientras extendía su gran mano derecha hacia mí, le estreché la mía y al unirse nuestras manos en un apretón, sentí recorrer la misma energía por todo mi cuerpo, como cuando Piedad sopló dentro de mi boca, así que acudió a mi mente un pensamiento: “Quizás entre Piedad y este hombre o criatura exista alguna conexión”. El Espanto, sin agregar más nada, se marchó, se metió monte adentro junto con su enorme perro y se fue perdiendo en la espesura del monte, hasta que ya no hubo movimiento. Empezaba la Señora Noche a desaparecer para darle el turno al Señor Día y entregarle la guardia del horizonte llanero. Hasta que la noche se marchó por completo, mientras yo caminaba de regreso a casa, siendo ella testigo del más terrible pánico que había sentido en mi vida y a al mismo tiempo, testigo del encuentro más interesante que tuve jamás. Al acercarme al portón del campito, divisé a Bartolo y a su hijo que empezaban a sacar el ganado hacia la parte del terreno que tenía pasto. Entré a la casa y todos estaban dormidos excepto la señora García y la señora Belisario que estaban preparando el desayuno. No tenía hambre, me acerqué a ellas y les dije que me iba al cuarto a 36


dormir, que estaba muy cansado y les pedí disculpas, La señora Belisario me preguntó que si me había caído, porque estaba sucio. –Tú no tomas Carlos, ¿Qué te pasó? No sabía que responder, si decía que había peleado ella averiguaría con quién peleé y se daría cuenta que mi respuesta era falsa, así que dije la verdad con la esperanza que lo tomara como una broma. –Vi al Silbón y me desmayé. Le dije, con cara de ocultar otra cosa. Ella solo se puso a reír y me mandó a dormir. Había escuchado una vez de un famoso humorista venezolano, que cuando dices una verdad que quieres ocultar y que los demás no esperarían que la dijese, no te creerán, bueno funcionó, al menos en ese momento. Me fui a dormir, solo me quité la ropa y me lancé a la cama, Cheo estaba con la boca abierta y roncando con singular estruendo en la cama contigua, pero estaba tan agotado y tenía tanto sueño que no le presté atención a ese León del Apure que haría que un tigre se orinara al escucharlo roncar. Me quedé dormido al instante y mi mente solo se trasladó al encuentro que había tenido hacia algunos minutos. Piedad, El Silbón y Tureco eran los protagonistas de mi sueño, vaya elenco el que me gastaba yo. Lo cierto es que en un momento del sueño, el Silbón me relató su verdadero origen y como había llegado a ser lo que es. He de decir, que en esa parte del sueño donde él me relataba todo acerca de su vida (antes de convertirse en un espectro maldito), se dibujó en mi mente de tal manera que no pude establecer si estaba soñando o viviendo su experiencia. Palpé su realidad, sus experiencias y sufrí con amargura sus desgracias. Con Piedad solo soñé al principio

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y la verdad casi no recuerdo nada, solo recuerdo el sentimiento que me producía su agradable compañía y el rico aroma de todo su ser.

CAPÍTULO VII.

A continuación relato el origen del Silbón:

Era el siglo XIX, Venezuela había logrado su independencia hace poco más de tres décadas. El país continuaba siendo un polvorín, solo que ya no se peleaba contra España sino que la Pequeña Venecia peleaba contra ella misma, ya no corría la sangre de los opresores 38


españoles porque la opresión estaba dentro de la misma CASA. Existía una fiera lucha de clases, entre Conservadores y Liberales. Para esa época todavía existía la ESCLAVITUD, a pesar que El Libertador luchó toda su vida por erradicarla. Bolívar había muerto en 1830, lejos de su Caracas querida; peor aún, lejos de su país, y lo paradójico de todo, es que Él consagró su vida a luchar contra los españoles, pero fue un ciudadano español que abrió las puertas de su hogar y le brindó cobijo, pan y amor hasta su último día. El esclavo de esos tiempos era una persona que valía bastante plata, aún desde el vientre de sus madres ya estaban vendidos y vale decir que fueron tratados como animales, se podía cambiar dos mulas por un buen esclavo, a veces una mula por dos esclavos (todo dependía del estado físico del esclavo). Los esclavos eran indígenas y negros, pero ya en pleno siglo XIX, los negros eran los únicos esclavos, sin embargos los indígenas no corrieron con suerte ya que sus trabajos rayaban en la esclavitud. El Silbón (no me ha revelado su verdadero nombre), creció en una prospera hacienda que estaba ubicada en la tierra de las eternas llanuras “San Juan de Payara”, cercana a los límites entre el estado Amazonas y el estado Bolívar. El dueño de la hacienda era un ciudadano irlandés que peleó en la gesta independentista, pero que no fue muy conocido, “Teniente Nicolas Brown” uno de los oficiales que estuvo en La Legión Británica. Este hombre logró importantes riquezas gracias a sus méritos, pero no quiso regresar a su país; a su entender, no quería abandonar la tierra por la cual muchos de sus compañeros de armas sacrificaron sus vidas y en muchos momentos casi ofreció la de 39


él. También aquí tenía la oportunidad de ser un hombre acaudalado, recién lograda la independencia de Venezuela. Míster Brown era un hombre sumamente culto, de finos modales, los mismos modales que exhiben los caballeros londinenses. Aprendió amar a los negros, indios y mestizos, porque el peleó a su lado y en muchas ocasiones, fue salvado de la muerte gracias a la intervención de éstos. Logró comprar tierras, que luego fue extendiendo (su hacienda la bautizó con el nombre de “La Nueva Irlanda”), se dedicó a la ganadería y al comercio portuario. Los negros que trabajaban en sus tierras eran libres, solo decía que eran sus esclavos a los otros terratenientes, a fin de no levantar la envidia y la persecución. Míster Brown, además de los negros, contaba con trabajadores mestizos, mulatos, pardos, zambos y blancos de orilla. Tenía varios capataces pero solo uno era el principal, un hombre severo a la hora de castigar la injusticia y la desidia, pero al mismo tiempo tenía que tener el amor de una madre para con cada trabajador de la hacienda, alguien que velara por la necesidades de cada uno de ellos y mantener informado de todo a Nicolas Brown. Su principal capataz era un hombre mulato de treinta y nueve años, medía dos metros de altura, de espalda y hombros formados, de rostro cálido y agradable, excepto cuando se enojaba, cuando lo hacía su rostro parecía estar envuelto en llamas y su nadie podía sostenerle la mirada. Ese era El Silbón, el principal de sus capataces, el hombre que mantenía la armonía y la disciplina en la hacienda. Desde pequeño, El Silbón había sido educado bajo la tutela de Míster Brown, lo que lo convirtió en un hombre culto, pero formado en las duras faenas llaneras, 40


un hombre de gran valor que siempre iba de primero entre todos sus trabajadores, lo que le otorgaba el poder de la moral sobre sus hombres. La hacienda Nueva Irlanda era

la más próspera del Apure y

quizás de Venezuela ¿Cuál era su secreto?, el secreto era que sus trabajadores eran felices allí, eran tan felices que la hacienda la consideraban parte de ellos, así que la cuidaban como su hogar, de hecho era su hogar. La política de Míster Brown era respetar el libre pensamiento, la libertad de culto, ofrecer el descanso necesario a sus trabajadores, ofrecerles incentivos extras, organizar las mejores fiestas patronales, darles una educación básica y conocer a cada uno de las familias que estaban trabajando en sus tierras. Esto trajo como consecuencia una mayor productividad dentro de la hacienda, los trabajadores siempre contaban con energía emocional y físicas, para la ardua labor del llano. TODOS AMABAN A SU PATRÓN. Sin embargo; esto inevitablemente, levantó el odio de otros terratenientes, que lo acusaban de cuanta injuria pudieran inventar. Hasta que llegó el año de 1854 y el presidente para aquel periodo era el General José Gregorio Monagas, que el 23 de marzo y bajo mucha presión de los poderosos de aquel momento, abolió la esclavitud para siempre en Venezuela. Al final el presidente Monagas tuvo que recurrir a grandes indemnizaciones para los amos de esclavos, que argumentaban que perderían grandes cantidades de dinero si liberaban a sus esclavos. Bajo grandes adversidades y conspiraciones, cuarenta y cuatro años después de la declaración de la independencia y veinticuatro años después de la muerte del Libertador se cumplía un 41


viejo sueño, el de “que todos los hombres y mujeres fuesen libres para siempre” Míster Brown pensó que con tal decreto presidencial, el odio y la envidia que se cernía sobre él, terminaría por disiparse. Pero sucedió todo lo contrario, la antipatía creció y se produjo el más fiero y encarnizado resentimiento, ya que los terratenientes echaban la culpa de la liberación de los esclavos a ese “maldito Inglés”; decían ellos. Cavilaban entre si, argumentando que el gobierno tomó como ejemplo a La Nueva Irlanda de que se podía ser prósperos trabajando con hombres libres. Todo el odio del mundo se consumó una mañana del mes de Mayo del mismo año de la abolición de la esclavitud, cuando los peones más fuertes de la Nueva Irlanda estaban llevando doscientas cincuenta cabezas de ganado hacia San Fernando de Apure, bajo la dirección de su principal capataz El Silbón. Míster Brown fue envuelto en un ardid que planearon sus cercanos enemigos. Esa mañana un grupo de quince vaqueros se dirigían a la Nueva Irlanda para negociar la compra de ciento veinte reses, diez mulas y tres caballos. Cuando el irlandés sale de su hacienda con una escolta de diez vaqueros para cerrar el trato, fueron emboscados y se produjo una fiera batalla entre los dos grupos, la escolta de Nicolas se batió con arrojo y valentía, pero al final todos cayeron y el irlandés quedó acorralado por seis de los hombres enemigos que pudieron quedar en pie. El Teniente Brown que tanto dio por la patria, fue asesinado y descuartizado a

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machetazos por venezolanos que alguna vez el defendió con el puño de su propia espada.

CAPÍTULO VIII.

La noticia de la tragedia corrió como centella por toda La Nueva Irlanda, “NICOLAS BROWN HABÍA SIDO ASESINADO”, el caos y el dolor reinó en toda la hacienda, la esposa y los hijos de Míster Brown 43


cayeron en la más honda depresión y ni hablar de los trabajadores y sus familias, su amado patrón, su padrino, su protector había partido para siempre. Se corría el rumor que pronto una turba de hombres se acercaba a la hacienda para hacer estragos. Un par de peones habían salido de manera apresurada en sus caballos hacia San Fernando para dar la trágica noticia al Silbón y a sus llaneros. Solo un peón pudo llegar a San Fernando, su compañero había sido asesinado en el camino y apenas pudo escapar él. El Silbón había recibido la orden de su patrón que después de cerrar la venta del ganado en San Fernando, se tomara él y los demás llaneros, dos días libres en la capital, para que descansaran y se preparan para tan largo viaje de regreso. El peón logró encontrarlo, estaban todos en una taguara, tomando aguardiente y jugando a las cartas. Los llaneros se extrañaron de ver a Perucho dentro de la taguara, estaba jadeando y todo sudoroso con el polvo en su cara, que al mezclarse con el sudor se formaba una mugre pastosa. --¿Qué te pasa Perucho? ¿No puedes vivir sin mí?—Preguntó El Silbón, mientras todos sus llaneros se reían. –No mi Señor, no es eso—respondió, mientras en su garganta se le atoraba la voz y agregó—mi…mi… --¡Mi qué CARAJO!--le gritó El Silbón y al mismo tiempo le daba un fuerte golpe a la mesa donde estaba jugando cartas, presintiendo lo peor. –Mi… Patrón Don Nicolas; Señor, ¡lo han matado no jod...!—Perucho no aguantó más y se desplomó en llanto. 44


Todos los presentes quedaron estupefactos, atónitos ante tan terrible noticia y se percataron que los ojos de su capataz estaban rojos y lágrimas empezaban a recorrer su mejilla, nunca habían visto a su jefe llorar. El Silbón se levanta de la mesa, se acomoda su machete y su pistola, sus ojos ardían con las llamas del mismo infierno, su semblante estaba marcado por el dolor, la frustración, la impotencia y el deseo de vengar a Don Nicolas. --¡TODO EL MUNDO A ENSILLAR!-- lanzó la orden y agregó una terrible frase “APURE ARDERÁ”. Sus llaneros ensillaron y se dirigieron hacia San Juan de Payara bajo su dirección. Llevaban el dolor a cuestas, iban sedientos de venganza, cabalgando a toda velocidad, exigiendo todo a sus caballos, fusionándose a sus bestias y convirtiéndose en los más TEMIBLES CENTAUROS del Apure, llevaban el mismo espíritu de los ciento cincuenta llaneros del General Páez que derrotaron a un ejército español de más de ocho mil hombres en “Las Queseras del Medio”. Al mismo tiempo El Silbón se encaminaba a un viaje sin retorno, donde el cumplimiento de su venganza saciaría su sed de sangre; pero le acarrearía una gran maldición.

CAPÍTULO IX.

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Al llegar todos a Nueva Irlanda no encontraron a nadie, la habían saqueado y quemado, el ganado no estaba, Nueva Irlanda era un desierto. Solo un perro blanco salía del monte, ladrando y moviendo la cola, pero andaba con dificultad, estaba herido con una profunda laceración en su muslo derecho y una parte de su pelaje estaba apelmazado de sangre vieja. Era Tureco, un perro que el Silbón había regalado a una de las hijas de Míster Brown. El can se acercó a los pies del Silbón luego que éste se bajó del Caballo.--¡Perucho!—dijo El Silbón con tono de urgencia—Encárgate del perro, cúrale las heridas, dale agua y comida. –Si mi Señor—expresó Perucho, cargando al perro y llevándoselo. Al momento también dio la orden a tres de sus llaneros que recorrieran toda la hacienda y sus caseríos para averiguar qué había pasado. Al cabo de casi una hora volvieron, llevando la novedad a su capataz que ni un alma había en todas las casas de La Nueva Irlanda, solo encontraron a un indio en la parte pantanosa de las tierras. Lo interrogaron y el indio les informó que todos habían escapado en caravana hacia el Guárico, que fueron amenazados de muerte. A penas pudieron dar una digna Sepultura al Patrón. Con ellos huyó la familia de Nicolás Brown. Desgraciados hijos de p… todos pagarán con sangre lo que han hecho, llevaré la muerte y el fuego a cada rincón de sus tierras. Pensó El Silbón. Con él estaban quince llaneros, de los más fuertes y aguerridos de la hacienda, a los cuales les pidió que lo acompañaran a vengar la 46


muerte de Nicolas Brown, los que no desearan emprender semejante empresa y quisieran irse y alcanzar a sus familias, que iban rumbo a los llanos del Guárico podían hacerlo, que él lo entendería. Todos los llaneros escupieron chimó en la tierra, sacaron sus machetes y lanzas, como en señal de que “aquí no se raja nadie” y uno de ellos, un indio de bigotes chorreados, de baja estatura, cabezón pero con piernas y brazos de toro, apretando la empuñadura de su afilado machete lanzó la siguiente frase: “Que Dios se encargue de nuestras familias y el Llano de nosotros”, mientras volvía a escupir chimó y se pasaba la mano en sus chorreados bigotes para limpiarse. Emprendieron la carnicería más cruenta en más de veinte años, nunca pelearon todos de frente contra sus enemigos, que eran inmensamente más numerosos que ellos, usaron las tácticas de pelea del General Páez

contra los españoles, las cuales consistía en las

emboscadas, en el acecho al enemigo, pelearle en momentos que no se esperaban. Y así fueron diezmando las tierras de San Juan de Payara. Pero ya no mataban ni por venganza ni por justicia, se habían vuelto adictos a la sangre, la humanidad había huido de ellos, eran los más viles salvajes. Al Silbón le llamaban “El Salvaje”, “El Terror de Payara”. Fue tan terrible su venganza que el Gobierno Nacional tuvo que intervenir, poner precio a sus cabezas. Así que poco a poco todos fueron cayendo menos El Silbón. Que se había convertido en un asesino solitario, un asesino que había jurado acabar con todos los conspiradores de la muerte de su Patrón. Hasta que una noche, en unos de sus terribles frenesí por matar, había incendiado una casa donde estaba uno de los vaqueros que 47


descuartizó a su Patrón. El Silbón estaba cegado por el odio, lo manejaba los hilos de la LOCURA, en la casa estaba la mujer y los hijos de este hombre. No se percató hasta oír los llantos de terror y de dolor de niños y una mujer. Era como si había despertado de un oscuro trance, se había visto a si mismo en mucho tiempo, su conciencia había despertado nuevamente. De pronto se sintió perdido, trató de apagar las llamas, pero ya era enteramente tarde. El cólera se había extinguido de su ser, como una vela que acaba de consumirse y arrojar su último haz de luz. Salió corriendo hacia el monte, como si quisiera correr hasta el infinito, el monte alto y las hierbas venenosas rasgaban su piel, pero su dolor dentro del alma era más fuerte que las tasajeadas de esos vejucos. Corrió casi toda la noche, corrió hasta llegar a La Nueva Irlanda, la hacienda estaba en ruina y la naturaleza con su maleza la había cubierto casi toda, reclamando su territorio que una vez le fue arrebatado. Se echó en el piso de un pequeño solar que todavía quedaba cerca de la casona de Míster Brown, lloró como un niño, lloró amargamente, se recordaba de los llantos de los niños y de la mujer, sentía que su alma ardía de calor, de una llama que no podía apaciguar. Mientras estaba en el piso se acercó un perro blanco hacia él, le lamió el rostro, enjugó sus lágrimas, en otro momento no hubiese permitido que un perro lamiese su cara, pero era el más tierno cariño que no había sentido en mucho tiempo. El Perro era Tureco, al que ya él había salvado en dos ocasiones, se preguntaba dónde estaría Perucho, “ojalá estuviese vivo y muy lejos”, pensó.

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Pensó en ahorcarse, no aguantaba el dolor, no veía cómo podía vivir con ese dolor dentro de si. Tomó un viejo mecate y un pedazo de tronco, amarró el mecate a una mata de mango, se subió al tronco y se lanzó, (Tureco no dejaba de ladrarle) pero el mecate se rompió, le había sollado la piel del cuello y tenía un fuerte dolor en su cervical. Tureco se le volvió a acercar y no paraba de lamerlo en su rostro mientras movía su cola desenfrenadamente. Se levantó, hizo un nudo al mecate donde se había roto y se disponía nuevamente a intentarlo, sin embargo algo le apareció de repente, era un anciano encorvado, de piel cobriza y arrugadita, su cabello era el más blanco que había visto jamás, iba vestido con un liki liki de color crema que estaba desgastado, los pies del anciano estaban desnudos. --¿Quién carajo es usted?—preguntó El Silbón, al mismo tiempo que sus ojos se parecían dos tortas de casabe. –Yo soy el Llano —respondió el anciano, mirando fijamente a su interlocutor—Tú serás maldito por siempre, no podrás morir y llevarás perpetuamente ese remordimiento de lo que hiciste hoy, además de esto, tú… No logré alcanzar todo lo que dijo El Anciano. Cheo como siempre, su especialidad es interrumpir todo en su mejor momento. Me había levantado con un almohadazo en la cabeza y exclamó --¡Párate niña!, ¿hasta cuándo vas a dormir?

II PARTE. En Ciudad Bolívar, (Mi nuevo trabajo). 49


El valor no es la ausencia del miedo, es la conquista de este. – Anónimo

CAPÍTULO X.

Steven Arteaga es un moreno claro, que asiste al gimnasio no por salud sino para parecerse a su artista favorito, no toma mucho el sol con la esperanza de pararse algún día de la cama con un tono de piel blanca, está reuniendo dinero para operarse su nariz ligeramente afro, es gerente de

“La Gran Continental”, una tienda macro es sus

dimensiones físicas y macro en la capacidad de vender casi de todo, desde ropa, calzados, electrodomésticos, muebles para el hogar, muebles de oficina y mucho más. Yo estoy trabajando allí en la actualidad y tengo poco más de un mes en dicha tienda. Soy un vendedor en el departamento de útiles escolares. Como sabrán, no me gusta trabajar de vendedor (o quizás es el poquito dinero que pagan, lo que no me gusta) sin embargo amo trabajar, sentirme útil, levantarme todos los días bien tempranito, darme un baño y comerme una arepita humeante con mantequillita que se va derritiendo y fusionando con el queso blanco rallado. Steven me dio la oportunidad de trabajar allí luego de revisar mi currículo y entrevistarme. Tengo que trabajar, estudio de noche en una universidad privada muy cara, no puedo exigirles a mis padres que me paguen los estudios, ya ellos me dan un techo y alimento, lo que es mucho. Ciudad Bolívar está llena de universidades públicas pero no ofertan la carrera que me gusta (Ingeniería Electrónica). Así que no

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queda de otra, tengo que trabajar durante el día por un salario mínimo para costearme mis estudios. Regresé de San Fernando de Apure hace casi dos meses, vaya intensidad vivieron mis días en esa tierra. Una mujer de la que quedé impregnado hasta la médula de mis huesos y de la que no he sabido nada. Quiero ser sincero con ustedes que me están leyendo, he concluido que todo lo que viví allá sobre el supuesto Silbón fue una alucinación. Estoy casi seguro y apostaría todos mis pocos bienes, que los peones de La Encantada me pusieron algo en la comida durante las fiestas; una droga alucinógena quizás, una de esas drogas o algo parecido a lo que consumen los indígenas Yanomamis que viven en el Amazonas, porque más nunca había tenido una experiencia como aquella. También quiero confesarles algo y me da mucha vergüenza, pocos días cuando llegué de Apure, aun creyéndome todo lo que supuestamente viví, me pasé casi toda la noche en vela en el patio de mi casa, mientras todos dormían, con la esperanza que El Silbón me visitara y yo poder hacerle “y que una entrevista” sobre su maldición, ¡ja, ja, ja! Que ridículo soy, me había creído todo aquello. Afortunadamente el trabajo y los estudios me han hecho pisar tierra y me ha ayudado a no pensar tanto en aquello, ni en Piedad, seguro ella tiene algo con alguien y solo fui un pasatiempo para ella. No que va, mujer es lo que sobra en mi tierra y aunque el machismo es malo, haré uso de él para sacarme ese clavo. No obstante, en realidad no soy tan macho en las cosas del amor, cuando me enamoro SIEMPRE pierdo. ¿Es que acaso existe una fórmula para no enamorarse?, ¿por qué 51


siempre terminamos flechados, sin importar cuanto hayamos sufrido? ¿Es masoquismo o es la fuerza del amor? Parece que es algo que llevamos instalado en nuestro software genético. Les continúo

hablando un poco de Steven Arteaga. Es un

licenciado en Administración de Empresas, de esos que logran chupar todo de sus padres y que se gradúan a fuerza de billete y cuanta viveza puedan aplicar. Son los Bacalaos del presente y del futuro, de esos que pueden escribir un manual al respecto y de los que yo reconozco que tienen la habilidad de graduarse a tiempo, sin ningún retraso, porque su ambición y orgullo es tan grande que no se dan el lujo de perder un semestre. Son aquellos que se gradúan y no van ganando asensos laborales con méritos, ni por experiencia, sino que de un solo trancazo lo obtienen, por medio del tráfico de influencias, pagando un poquito de real por aquí y un poquito de real por allá. Y una vez apertrechados en sus altos puestos, lo defienden a través de la intriga, llevándose por el medio a quien sea. Estos especímenes son expertos en las finas artes de “JALAR BOLAS” a sus superiores y mientras sea más superior la persona a quien le jala, más especialistas se vuelven. Sueñan con jalar la bola del jefe o jefa mayor de todos, llámese patrono o patrona y si es posible y ¿Por qué no? quedarse con todo. Dirán ustedes que están leyendo tranquilamente estas líneas en su hogar, que soy grosero por decir “Jalabolas o jalabola”. Pero nada es grosero si vamos a la etimología de las palabras, claro, no puedo yo lamentablemente decir que JALA viene del latín y BOLAS del griego, pues no, ni del latín, ni del griego. De

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hecho su origen es totalmente venezolano y no tiene nada de grosería, es coloquial. Les Cuento: En la dictadura del General Juan Vicente Gómez los opositores a su gobierno eran encarcelados y muchos de éstos eran personas con bastante dinero, que nunca tomaron una escoba para barrer su casa, o que ni siquiera frieron dos huevos al sartén. Estas personas los ponían a trabajar en las calles, a construir, limpiar y sembrar como a cualquier otro preso de la época. Todos los presos que salían a trabajar tenían que llevar en uno de sus tobillos una cadena con grillo que estaba unida a una pesada bola de hierro, para evitar que se escaparan. Estos presos ricos pagaban cierta cantidad de dinero a personas libres, para que cargaran sus pesadas bolas mientras ellos se desplazaban, hasta se creó una importante fuente de empleo en los años del General Gómez, era un nuevo oficio “Los Jalabolas”. Tal vez si los presos o privados de libertad hubiesen continuado llevando una pesada bola en su tobillo, tendríamos una “AVJB” (Asociación Venezolana de Jala Bolas) y hasta tendrían un sindicato y habría diferentes cargos con respectivos salarios. Un jalabola “tipo 1” ganaría el mayor salario, habría huelgas de Jalabolas y los ricos privados de libertad entrarían en pánico porque no habría quien jalase su dura y pesada bola. Hasta los políticos introducirían en sus discursos elementos de reivindicaciones para los “jalabolas” para así obtener el voto de ellos. Pero Steven no era el típico Jalabola, ese que se distingue a kilómetros, era muy astuto, sabía cómo hacerlo, porque sabía conspirar para obtener lo que ambicionaba. Y allí estaba yo, en ese ambiente de 53


trabajo, donde algunos de los empleados jalaban bolas al Gerente y ĂŠste a su vez, al jefe de zona, del jefe de zona no sĂŠ nada, espero no sea parte de la AVJB.

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CAPÍTULO XI.

--Carlos, cuando termines allí sube a almacén para organizar una mercancía escolar que llegó ayer--. Fue la orden que me dio la Subgerente, una mujer de treinta años, de figura esbelta, de cuerpo bonito que no resalta mucho porque se viste de manera conservadora, con un aspecto de ejecutiva, es una rubia con ojos verdes aceituna, los cuales están detrás de unos lentes elegantes que le dan un aire de mujer intelectual. Sofía es su nombre; pero, ni se nos ocurra llamarle por su nombre, Licenciada o Señora Gutiérrez. Es una mujer que posee el mejor tacto del mundo para tratar con los empleados y a pesar de su voz leve, infunde un gran respeto. Ella es la obsesión de José Arteaga, dice él, que es la única mujer bonita de La Gran Continental que aún no ha llevado a la cama y no desistirá de ese propósito. Pero Sofía es una mujer madura a pesar de sus treinta, tiene un hijita de ocho años que se queda bajo el cuidado de su abuelita mientras ella está en el trabajo. Sofía es una madre soltera, había quedado embarazada de un ex compañero de la universidad, el muchacho había logrado enamorarla y le demostraba su amor cada día, solo hasta que ella quedó en estado y eso le bastó al muchacho hasta para cambiarse de universidad. Así que la Licenciada Gutiérrez le tocó sacar una carrera universitaria con un embarazo y todo lo que ello acarrea. La licenciada se había ganado todo en la vida con gotitas de sudor de su frente, no le debía nada a nadie, era incorruptible y una 55


brillante profesional. Esto le aterraba a Steven, lo llenaba de pavor que una mujer fuese mejor que él profesionalmente y lo peor era, que su ego era carcomido por la frustración de no poder llevarla a la cama, ni su alto cargo ni sus músculos pudieron seducir a Sofía. Creyó una vez que debía agarrar menos sol y operase cuanto antes su ligera nariz afro para poder conquistarla. Nunca se llegó a enterar que mujeres como Gutiérrez eran inmunes a semejantes Galones. En lo que concierne a mí, estaba cómodo dentro de aquella tienda, que por ser tan grande y famosa no tenía necesidad de salir a la puerta de la tienda e interrumpir a los transeúntes diciendo “Buenas, ¿Qué deseaba?” como la tienda del turco donde trabajé el año pasado. También tenía la ventaja que la Universidad me quedaba a solo diez minutos caminando, lo que representaba un importante ahorro de dinero y de estrés, porque bien es sabido que Ciudad Bolívar posee uno de los peores sistemas de transporte urbano del país. Un transporte que no tiene organización, no existen paradas, un bus o un carrito porpuesto se puede parar en cualquier lugar, sin mencionar que siempre hay pocas unidades y para poderse ir en un bus hay que ir agarrado en una puerta con todo el cuerpo afuera (mis brazos están llenos de fibra de tanto ir agarrado de esa manera, es lo único positivo). Los buses y carritos trabajan hasta las seis de la tarde y le dan paso a los “zamuros con gorritos amarillos” que dicen “TAXI”, donde no se sabe quién roba más, si el hampa común o un chofer de taxi. De hecho, la mayoría cuando toman un taxi ya no preguntan “¿Por cuánto me lleva a tal lugar?” sino que preguntan así

“¿Cuánto me

QUITAS hasta tal lugar?”. Nos quitan, no nos cobran por el servicio. 56


Sin embargo, me iba bien en la tienda, tenía buenas relaciones con todos, hasta con el Gerente. Mi empleo era un medio para graduarme, para construirme un futuro mejor. No obstante había un detallito muy desagradable y era que tenías que ser revisado por alguien de seguridad antes de salir de la tienda, si salías a comer o si terminaba tu turno, seguridad tenía que revisarte en los vestuarios para ver si te habías algo, te mandaban a bajar tus pantalones y levantar la camisa. Lo hacían con las mujeres también, claro, las mujeres la revisaban mujeres. Eso era política de la empresa y al que se negara a ser revisado, se tomaría como falta para despedirlo. Qué cosas, todos éramos tratados como ladrones o potenciales ladrones. En la cárcel te revisan antes de entrar y en La Gran Continental te revisaban antes de salir.

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CAPÍTULO XII.

“Violada niña de nueve años por dos antisociales”, era el principal titular de sucesos del periódico regional que estaba leyendo, mientras almorzaba con mis compañeros de la Gran Continental. El Periódico fue pasando de mano en mano, hasta la Subgerente que nos acompañaba leyó la prensa, también chequeaba la publicidad de La Gran Continental y las ofertas que ofrecía en ropas y calzados. Arteaga es el encargado de colocar publicidad de la tienda en la radio y prensa de la ciudad, además de esto, él siempre sale de la tienda en su camioneta a buscar suministros de limpieza para el mantenimiento, pero ya todos saben que sale hacer sus negocios, vende de contrabando whiskies y vinos finos a agencias de festejos de eventos de lujo. Había conseguido vender estos licores gracias a un amigo y él tomaba las jugosas ganancias para pagar el crédito de su camioneta de suntuosa. Así que a Sofía le tocaba el trabajo duro, la supervisión directa de todos los departamentos De vez en cuando Arteaga se paseaba por toda la tienda, más para pavonear que para trabajar y de vez en cuando para regañar y maltratar algún empleado que haya cometido un error. Todo lo contrario de Sofía, la cual era el motor de la tienda, a quien realmente le correspondía la gerencia por sus méritos y sus años de experiencia, pero no contaba con tráfico de influencias, ni tampoco estaría dispuesta a abrir sus piernas para conseguir un ascenso y mucho menos jalar bola. 58


Sofía solía comer con sus empleados, pero ese mediodía estaba visiblemente conmovida después que leyó aquel trágico titular, seguro era por el hecho que ella es madre de una niña también. El artículo de la prensa decía que los hombres no se han identificado porque llevaban máscaras, aunque la policía científica obviamente haría exámenes de ADN. --¿Se siente bien Señora Sofía?, --le pregunté, porqué su mirada estaba perdida en el vacío, mientras estaba sentada a la mesa. —Sí Carlos, estoy bien gracias, lo que pasa que esta noticia duele…, algún día entenderás cuando seas padre—Me respondió la rubia Subgerente, mientras se quitaba los lentes y llevaba un pañuelo hasta sus ojos verdes que estaban humedecidos. Por primera vez tuvimos una conversación fluida; aunque solo duraría unos quince minutos y me había fijado que Sofía sin sus lentes retro de pasta negra, se veía mucho más linda, parecía que trataba de esconder su belleza detrás de esos lentes para obtener un poco más de respeto. Pero estoy seguro que con esos lentes o sin ellos, tendría igual respeto. En Venezuela, por lo general, en especial en las tiendas de aquí de Ciudad Bolívar, dan dos horas de descanso, para ir a almorzar a nuestras casas, tomar una pequeña siesta y un breve baño (ducha). Pero como había dicho anteriormente, el transporte urbano es tan malo que si vives un poco alejado no vale la pena ir a la casa, porque más sería el estrés ganado para llegar a tiempo a la tienda, que el descanso. Así que los que vivíamos alejados preferíamos comer en mesas de los centros comerciales o en la plaza del Jardín Botánico de la ciudad, que queda bastante cerca, siempre llevábamos nuestros almuerzos, era 59


muy raro cuando alguien comía en un restaurante. Sofía siempre comía en el mismo centro comercial y nos acompañaba cuando decidíamos en grupo comer allí.

Después de almorzar, los empleados siempre

nos vamos para el Jardín Botánico y tomamos una pequeña siesta en la grama bajo la sombra de los árboles. Ya nadie tenía pena de hacerlo y como en grupo siempre es más fácil hacer las cosas que solos no haríamos; claro, Sofía nunca nos acompañaba al Jardín botánico, así que regresaba a la tienda. Nosotros en cambio como buenos empleados de salario mínimo, no íbamos a regalar un minuto de nuestro descaso ya que nunca nos sentamos mientras laboramos. Luego de finalizar mi día de trabajo a las seis de la tarde, (aunque yo salía siempre a un cuarto o a diez para las seis de la tarde, privilegio que había conseguido con el gerente porque le había planteado que entraba a clases a las 6:00 pm), había recibido un mensaje de texto mientras ya estaba en la universidad, “Carlos me gustó hablar contigo hoy, GRACIAS…lo necesitaba…Sofía…”. Nunca imaginé recibir un mensaje de la Subgerente, al menos no uno, que no sea de algo concerniente al trabajo. Yo respondí: “Gracias señora Sofía, igual me gustó hablar con usted”. Ella me mandó otro texto, “Carlos, no me digas ni Señora ni me trates de usted fuera del trabajo, con Sofía está bien, ok?” “ Ok, está bien Sofía, ja, ja, ja!”. Seguimos chateando y después se despidió de mí con amabilidad, como si fuese una amiga: “Hasta luego Carlos, cuídate mucho”. Quedé intrigado toda esa noche y ya sabrán que cuando una mujer con un cargo superior a uno y más si es bonita, se dirige a nosotros (los hombres) de esa manera, nos descoloca y no sabemos cómo tratarla realmente, porque mantenemos el mismo 60


respeto. Nos hacemos a nosotros mismos un interrogatorio “¿Le gusto?, ¿solo quiere un amigo? ¿y si le gusto y paso como bobo por no decir nada? ¿y si insinuó algo y le cae mal? En estos caso siempre es un eterno interrogatorio, mejor es dejarse llevar y “como vayan viniendo vamos viendo”.

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CAPÍTULO XIII.

No paré de darle vueltas al asunto de Sofía, esos mensajes de texto captaron mi atención toda esa noche que estaba en la universidad. La Catira es bonita después de todo y al parecer tiene su corazoncito de mujer, a pesar de estar acostumbrada a dirigir hombres en su trabajo. No estaría mal después de todo poner mis pensamientos en otra mujer. Mientras seguía en mis deliberaciones sobre Sofía, el tono de mensajes de mi celular volvió a sonar, quería que fuese Sofía; pero no, no era la Catira, era el muchacho de mi transporte. Pago un transporte solo para

buscarme al salir de la “Uni”. El Mensaje mostraba lo

siguiente: “Carlos t ruego mil disculpas, stoy accidentado llegando al Puente Angostura, no t voy a poder buscar. Mañana t reembolso lo q gastes en un taxi Hermano”. “Ok Luis, está bien” Le escribí, pero con molestia en mi rostro, ya eran casi las diez de la noche. A esperar un taxi, que más se le puede hacer. Afortunadamente siempre llevo suficiente dinero para un taxi en caso que ocurra algo así, los carritos a esta hora casi cobran en Euros, pero ese no sería el inconveniente,

el problema es que un taxista

quiera llevarme al barrio donde vivo “Nuevo Mundo”, zona roja, declarada así desde hace muchos años por los órganos policiales. Fui sacando mi mano a cuanto taxista pude, se detenían, pero al preguntarme para donde iba y decirles Nuevo Mundo, se marchaban, ni 62


uno estaba dispuesto a llevarme. Tenía la esperanza de que pasara un taxi viejo, de esos de los años 70s y 80s, porque los vehículos viejos como agarran menos pasajeros, son más arriesgados para meterse en zonas peligrosas. No pasaba ningún Catanare. Ya eran casi las diez y media, así que se me ocurrió mandar un mensaje a Luis por si ya habría reparado el carro, pero no respondía, llamaba y tampoco agarraba. De lejos divisé un carro que venía con un solo foco prendido, seguro era un Catanare, era mi esperanza, pero al pasar frente a mí, me di cuenta que no era un taxi sino un grupo de borrachos que iban tirando latas de cervezas a la calle y gritando como mariachis con neumonía. Casi todos se habían ido de la Uni, solo quedaban algunos estudiantes tomando cervezas al lado de sus carros rústicos de lujo, esos menos me harían el favor de llevarme a mi casa. Me dispuse a caminar un poco más adelante de donde estaba, pero fue un grave error porque un apagón sumió la avenida en oscuridad. Así que me regresé hacia la universidad otra vez, al menos allí tendría compañía. De pronto… pasó muy rápido… una moto con dos tripulantes frenó a mi lado y el hombre que estaba atrás me apuntaba con una pistola y al mismo tiempo diciéndome de manera acelerada --¡Quieto!, no te muevas, no me veas, celular y todo el dinero que tengas. Me puse frío, con mi cabeza abajo iba a entregar mi celular y mi cartera. La moto se apagó, el hombre de adelante maldijo y yo por reflejo levanté la cara y vi el rostro de quién maldijo, --¡ME VIO, quémalo!—gritó el piloto a su compañero. Sentí que hasta allí llegaba y

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en milésimas de segundos pasaba por mi mente el rostro de mis padres y hermanos. Cerré mis ojos, esperé lo peor. Un leve y aterrador silbido de ¡dore-mi-fa-sol-la-si-do! cubrió el ambiente, acompañado de un olor a descomposición, el delincuente no había disparado. Abrí mis ojos y lentamente alcé mi rostro. El que me apuntaba estaba pálido y paralizado, con su mirada puesta en algo que yo tenía detrás. Volteé… Era El Silbón que se acercaba con su perro Tureco, ambos tenían el mismo aspecto tenebroso de aquella noche en Apure. El otro delincuente, el piloto, intentaba encender la moto de manera desenfrenada, el copiloto no se movía y su arma se le había caído. El Silbón lo tomó por el cuello con su enorme mano derecha y lo levantó de la moto, quedando sus pies al aire y acercó su rostro hacia sus ojos blancos, con su otra mano abrió su boca y empezó a aspirar algo como un gas blanquecino, luego lo tiró hacia la acera como a tres metros de Él. Ya Tureco cortaba el paso del otro hombre, pero éste había conseguido encender su moto y aceleró esquivando al perro, alejándose a toda velocidad. Pero a unos

doscientos metros de

nosotros, se escuchó un terrible estruendo, primero un largo frenazo como de un vehículo muy pesado, luego el sonido de metales y vidrios retorcidos. Supuse lo que pasó, al voltear atrás estaba el copiloto tendido en la acera como desmayado o quizás muerto. Me fijé que El Silbón y Tureco habían vuelto a su estado no monstruoso. Mi corazón latía como a mil por segundos, no terminaba de digerir lo que estaba

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pasando, hace rato casi pierdo mi vida en manos de un delincuente, ahora este Espectro de la noche me acaba de salvar la vida. --¿Qué haces tú aquí?—le pregunté al Espanto que con su típico acento llanero me respondió: --Gracias, solemos decir los llaneros después que nos hacen un favor y más si te acaban de salvar la vida. – Perdón, no fue mi intención, GRACIAS. —De nada amigo; estoy para servirte, pero ahora tienes que irte camarita, toma ese camino a tu derecha, yo estaré detrás de ti cuidándote. Tomé la próxima calle a la derecha, estaba en el paseo Orinoco y había ido por una calle donde menos pasarían taxis, sin embargo no tenía opción, en cualquier momento llegaría la policía y de todas formas ¿Quién carajo me iba a creer mi versión de los hechos? Tomé la calle, Tureco y su amo iban detrás de mí, después de caminar unos diez minutos llegó la electricidad, me di la vuelta para ver a mis acompañantes; pero ya no estaban. Al instante estaba pasando un Catanare muy viejo que llevaba en su parabrisas un letrero bien iluminado que decía TAXI. El carro pitó y sin yo sacar la mano el vehículo se paró, el chofer me preguntó: --¿Para dónde va hermano”— el rostro del chofer mostraba la más absoluta confianza, era un hombre de mediana edad, con una barriga que le llegaba casi al volante y eso que era un carro con bastante espacio entre el volante y el asiento del conductor. –Voy para Nuevo Mundo—respondí, totalmente escéptico de que pudiera llevarme, ya para ese momento mi actitud era totalmente negativa; pero para mi asombro el hombre asintió diciéndome: --Móntate Chamo, yo soy de allí también--. Sentí un gran alivio al montarme, me sentía a salvo. 65


El taxista había tomado el mismo camino por donde yo había transitado. Pasamos frente a donde estaba tendido el delincuente. Los paramédicos lo estaban atendiendo, al parecer estaba vivo, se veía a la policía científica alrededor de esa escena, tomando fotos a la pistola que había caído entre la calle y la acera. El taxista pasaba lo más lento posible, profiriendo una gran grosería por el asombro. Siguió avanzando y la escena que se pintaba más adelante era totalmente

impresionante, había un “camión 350” con el parabrisas

estallado y lleno de sangre. Una moto retorcida vuelta añicos, un cuerpo tirado en la isla de la avenida cubierto con una sábana blanca. En el lugar que hace rato estaba casi desierto, se encontraban cientos y cientos de personas curiosas, tomando fotos y grabando vídeos. Cerca del camión 350 estaban unos conos naranjas que marcaban el pequeño espacio por donde debían circular los vehículos, donde estaban tres policías del Estado que no permitían que algún carro se detuviera a mirar. Seguimos de largo y favorablemente el taxista no se paró más adelante para sumarse a los curiosos. Yo solamente quería llegar a mi casa, darme un buen baño y acostarme. Mi celular estaba lleno de mensajes de mis padres, preocupados porque no había llegado a casa, así que me dediqué a responder los mensajes. El taxista no paraba de especular acerca de lo que habíamos presenciado. Yo solo le seguía la corriente hasta que llegó a mi casa. Me despedí de aquel taxista, que parecía que lo había enviado Dios para recogerme.

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Al abrir la puerta de mi casa me encontré a mis padres en el porche de la casa, me hicieron mi respectivo interrogatorio, solo les mencioné que el transporte se había accidentado y tuve que esperar un taxi para venirme. Me di un buen baño, calenté unos pastelitos de carne mechada que me guardó mi madre y finalmente me acosté a dormir.

CAPÍTULO XIV.

A continuación les refiero lo que soñé esa noche del atraco frustrado: Mi sueño se enlazó con aquel que tuve en Apure, cuando El Anciano del Llano maldecía a El Silbón, luego de su intento inútil de cometer suicidio. -- Tú serás maldito por siempre, no podrás morir y llevarás perpetuamente

ese remordimiento de lo que hiciste hoy,

además de esto, tú cargarás esa ira cegadora en tu ser y dañarás la vida de

inocentes, a menos que siempre esté contigo un

“CENTINELA”, una persona de corazón puro, hombre o mujer, que impedirá que dañes la vida de personas buenas. Éstos Centinelas te acompañarán para que hagas justicia contra personas malvadas. Tu compañía perenne será este perro, Tureco, tu fiel compañero que te recordará de dónde vienes.

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Cuando El Anciano pronunció estas palabras se apartó por donde vino y el Silbón se empezó a transformar en un Gigante Espectro de la noche, su cuerpo tomó la forma de un cadáver viviente, su perro Tureco tomó un aspecto monstruoso, el animal más tenebroso que jamás haya existido en esas tierras y desde aquel momento se le vio vagar con su alma en pena por todos los llanos venezolanos, se inventaron muchas versiones sobre su origen, especialmente los Ricos y Poderosos tergiversaron su origen, para tratar de ocultar con el tiempo el verdadero principio de todo. El Anciano; el Llano hecho carne, después de maldecirlo por siempre jamás, partió a un lugar cercano donde consiguió a una joven hermosa de corazón puro. El Anciano entró a la habitación de la joven y mientras dormía, se le acercó a la cama y con su mano derecha abrió la boca y sopló la custodia del Silbón en su ser. Aquella joven se llamaba Carmen y

ella, durante esa noche, tuvo sueños extraños sobre un

espanto y la misión que tendría en breve, El Anciano le explicó durante el sueño cada detalle y además le agregó que al final de la misión tendría que entregar la custodia del Silbón a un hombre puro de corazón, a través de su aliento. Desde allí Carmen fue la primera Centinela de este Espanto, la que impediría que El Silbón asesinara o robara la fuerza vital de personas inocentes. Carmen tenía la misión de ayudar a restaurar el equilibrio entre las fuerzas del mal y las del bien en Los Llanos Venezolanos. Me levanté después que tuve esa visión, tenía una aguda sed, así que fui a la nevera y me tomé media jarra de agua fría, luego me dirigí al baño y después a mi habitación. Al ver el reloj de mi celular, me 68


fijé que eran las tres y media am. No dejaba de meditar en todo ese raro sueño. Tenía miedo por algo nuevo, una responsabilidad que no había escogido, una responsabilidad que me aprisionaba. También me sentía usado y con mala suerte, porque fui escogido por Piedad o por ese Anciano para ser un Centinela. Me cuestionaba y me sentía arrepentido por haberme ido de vacaciones al Apure. Ya no había dudas que ese Espectro existía, había sido testigo como tomó a ese delincuente por el cuello para luego aventarlo por los aires, como si fuese un muñeco de trapo y fui testigo también de como el otro delincuente fue conducido hacia una muerte trágica, de alguna manera me sentía culpable, a mi mente vino todo aquello de los derechos humanos, un tema del cual soy un defensor, que aun los peores delincuentes no dejan de ser humanos y por ende tienen derechos. Pero sin esa intervención no estaría contándola. Vaya embrollo en el que estaba metido, no quería jugar a ser Dios, no tenía la entereza de llevar eso sobre mis hombros, ni menos la valentía, soy como cualquier ciudadano, que tiene miedo y prefiere no meterse en problemas. En fin, tenía deseos de volver todo atrás, como una máquina del tiempo o algo así. Di vueltas y vueltas en mi cama, tratando de dormirme otra vez, porque pronto sería un largo día, ir al trabajo y luego a la universidad. Lágrimas recorrían mis mejillas, sentía todo el peso de aquello “¿Por qué yo?, ¿por qué a mí?”, llanto, miedo, frustración y rabia me recorrían. De pronto cuando me giro en la cama, del lado izquierdo hacia el lado derecho, estaba sentado en mi silla El Silbón, con su perro al lado y jadeando de forma amistosa, yo pegué un brinco en mi cama. 69


--Pero ¿Qué carajo tú quieres de mí?--lo increpé con una voz llena de arrebato—No quiero ser Centinela nada, mi vida es muy tranquila, no me meto con nadie, no soy quien para estar dándomela de justiciero, para eso están los policías, jueces y fiscales, no es mi problema si muchos de esos funcionarios son corruptos o cobardes, que cada quien cuide su pellejo. Él solo se quedó en silencio, viéndome fijamente, al mismo tiempo acariciaba a su perro. Y cuando me calmé, agregó: --Te entiendo Camarita, solo eres un hijo de papá y mamá, lo tienes todo en la vida y el Creador siempre te ha cuidado, pero no todos son tan afortunados como tú, hace unas horas casi pierdes la vida--. Sentí culpa y vergüenza, por Lo que acababa de decir, él continuó hablando: --Mira Carlos, no solamente te salvé la vida, sino que gracias a tu compañía pude poner fin a esos violadores de niñas y para el día de hoy otra niña sería violada, sino hubiésemos intervenido. —Me paralizó lo que dijo, recordé el titular de la prensa sobre la violación de la niña, ¿Será posible? Me pregunté. --Son muchas las cosas que tengo que decirte, así que escucha bien. En primer lugar no puedes dejar de ser mi Centinela hasta que El Anciano lo decida, tienes una misión y serás libre cuando la cumplas por completo, ¿Cuánto tiempo lo serás? No lo sé, meses, un año, diez años. Eso no lo sé, he estado contigo siempre desde que Piedad, mi anterior Centinela te pasó mi custodia. Tú puedes seguir con tu vida normal, siempre estaré cerca de ti, aunque no me veas estaré allí.

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Me empezaba a calmar y estaba considerando el asunto, después de todo, solo tengo que prestar mi compañía y tendría el mejor guardaespaldas del mundo, nadie me podría hacer daño. --Pero Carlos, no puedes usar mi poder para oprimir, ni para enriquecerte, porqué desde ese mismo momento que lo hagas dejarás de vivir Camarita—Esa advertencia me hizo tragar saliva—Te prometo que nada ni nadie te hará daño, así las llamas del infierno estén a punto de tragarte. Debo decirte que tu misión finalizará cuando yo termine de colocar un poquito de levadura en toda esta masa llamada Ciudad Bolívar; allí, en ese momento cederás mi custodia a una persona nueva y tiene que ser mujer, yo te indicaré que mujer tiene que ser y en qué lugar debes buscarla. Esto es todo por ahora lo que debo expresarte. Finalizó de hablar y aunque yo tenía muchas preguntas, como por ejemplo: ¿Cómo es posible que pueda aparecer y desaparecer?, ¿cuál era su verdadero nombre? o ¿De dónde sacó ese silbido para aterrar a la gente? Y así muchas preguntas más; pero, la pregunta que no podía dejar de hacerle ¿Dónde está Piedad?, porqué aún mi nariz sentía su aroma, mi ser sentía los latidos de su corazón, mis manos deseaban acariciar la piel de sus suaves manos morenas, mis labios no dejaban de codiciar su boca, mis oídos no dejaban de escuchar su melodiosa voz. El Silbón se disponía a desaparecer como sólo Él sabe hacerlo muy bien, así que le pregunté: --¿Dónde está Piedad?--. Él me respondió: --Si ella quiere verte o no quiere verte es su decisión, no puedo interferir en ello y debo decirte que en tantos años que llevo 71


vagando, que ningún Centinela después de pasar mi custodia ha vuelto a ver a la persona a quién se la entregó, más sin embargo, nada es imposible guayanés…nada es imposible, pero no debes hacerte ilusiones, deja que el río siga su cauce natural--. Luego de responder mi pregunta, bajé mi mirada, estaba desilusionado y cuando la levanté nuevamente, ya El Silbón no estaba, había desaparecido, parecía ser su especialidad. Comenzaba a amanecer, hoy sería un día bien pero bien largo, me dormiría en todas partes por casi no dormir toda la noche.

CAPÍTULO XV.

Al siguiente día, me encontraba en mi trabajo, vendiendo en el departamento de útiles escolares, estaba totalmente agotado, pero había tanto movimiento de ventas que me permitía no tener que apetecer tanto una cama o un chinchorro para dejarme llevar en un profundo sueño. Al menos la hora del almuerzo estaba cerca y después de comer no dejaría de pasar la oportunidad de echar un sueñito en el jardín botánico, bajo la sombra de esos grandes y frondosos árboles, sobre esa fina gramita bien conservada.

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Mis compañeros y yo habíamos acordado almorzar en el malecón del Paseo Orinoco, sentados en el infinito banco de su malecón, protegido por un barandal. Luisa una compañera carismática que trabaja en el departamento de electrónica, era quien tomaba la iniciativa donde íbamos a comer cada mediodía, le decíamos “La Jefa”. Después de pasar una hora ya estábamos sentados en el Boulevard del malecón, bajo una sombra agradable que ofrecen algunos árboles, es tan caliente Ciudad Bolívar que el bolivarense a lo largo de la historia se han dedicado a sembrar muchos árboles, de innumerables especies, que se dan en un clima tropical. Una sombra en las calientes calles, es lo que más busca un transeúnte. Ciudad Bolívar también es conocida como la “Ciudad de los Arboles”, gracias al doctor Leandro Aristeguieta quién escribió un libro con ese título y si queremos saber porque es llamada la Ciudad de los Arboles, solo tenemos que subir a la cima del “Cerro del Zamuro” y desde su antiguo Fortín puedes ver que esta ciudad contribuye con la producción de oxígeno en toda Venezuela (Le pido a Dios que nunca dejemos de ser la Ciudad de los Arboles para convertirnos en la Ciudad de los Edificios). Después de comer, nos fuimos a tomar una siesta en el Jardín Botánico. Mientras nos dirigíamos a dicho lugar le pedí el periódico a Luisa que lo estaba leyendo y al prestármelo me fui directamente a la sección de sucesos. Estaba totalmente impresionado por el titular “Presuntos violadores han sido reconocidos en trágico accidente”. La imagen mostraba el lugar donde hace unas horas estaba yo, sabía todo lo acontecido y me dediqué a leer con atención el reportaje.

Para

resumir lo que leí, el reportaje mencionaba que el antisocial que estaba 73


vivo no rendía declaraciones porque estaba como en un estado de letargo, como en una especie de estado vegetativo Llegamos a la Plaza del Jardín Botánico, cada quien buscó su acomodo en la grama, me puse mi lonchera como almohada y allí quedé, todo el trasnocho de ayer fue recuperado en esa hora de profundo descanso, no había sido una siestita, sino un sueño reparador. Al rato siento un conjunto de risas a mi alrededor, pero no podía levantarme, estaba dormido todavía y empecé a volver del descanso porqué pensé que estaba lloviendo, porque gotitas de agua se deslizaban por mi cara y mis labios, al abrir los ojos vi que era Luisa que con su botellita me estaba echando chorritos de agua para despertarme, las risas al mi alrededor aumentaron. --¡De rumbita toda la noche eh!—dijo Luisa con cara de picardía—Vamos Carlos levántate, tenemos que entrar al trabajo--. Luisa es una gran muchacha, siempre cuidando de todos nosotros. Al entrar al trabajo empecé a organizar todo tipo de libretas y cuadernos, desde las libretas empastadas de ocho unidades con imágenes de películas que están de moda y artistas famosos, hasta sencillos cuadernos con imágenes de arte o temas ecológicos. Después de organizarlas

y etiquetarle los precios, vi como un par de

compañeros traían y traían más cajas de libretas, para ser marcadas y organizadas. Detrás de ellos venía Sofía y al acercarse a mí me preguntó: --¿Leíste la prensa de hoy Carlos? --Si señora Gutiérrez—le respondí y ella agregó con ardor en sus palabras: --¿Vistes? Dios hizo justicia sobre esos aberrados sexuales, muchas niñas estarán a salvo, esos desgraciados tuvieron lo que se merecían. --Sí señora, es así— 74


añadí, sin dejar de organizar las libretas y colocarle precios, tenía la habilidad de no parar mi trabajo mientras hablaba. Cuando los muchachos que trajeron las cajas de libretas se alejaron, Sofía me dijo: --Carlos tengo una invitación que hacerte, no es nada que

te

comprometa, en la noche te escribo para explicarte--. Mientras Sofía hablaba conmigo, Arteaga nos observaba desde las cajas registradoras donde supervisaba a las chicas que cobraban. Pude notar su mirada inquisidora hacia nosotros, yo me preocupé; pero Sofía ni pendiente, desde hace tiempo había aprendido a ignorar las impertinencias de Arteaga.

CAPÍTULO XVI.

Me estoy colocando mi fina camisa blanca mangas largas, acompañada de una corbata de seda vinotinto, el traje azul marino, de reconocida marca, el único que tengo por cierto, el cual hago variar con mis cinco corbatas, dos camisas mangas largas y una correa de cuero sintético que es reversible (negro y marrón), más unos eternos zapatos mocasines bien pulidos. El traje lo acompaño con un fino reloj bañado 75


en oro que heredé de mi abuelo, el reloj lleva años que no funciona, lo llevo solo como una prenda más, la hora la consulto con mi celular táctil del más económico pero bien conservado. La colonia que llevo proviene de algunas muestras gratis que me hace

llegar una vecina con mi

madre. Cara bien afeitada, con loción refrescante y perfumada, boca perfectamente aseada, pasando desde el correcto cepillado de dientes de dos minutos y luego el enjuague bucal de mi padre. Y por último el toque de gelatina en mi cabello húmedo, resaltando una conservadora y elegante crestica. Chequeo mi cartera, verifico la exacta cantidad de dinero que necesito, más lo que llamamos en Venezuela “La Caleta” que deposito en el bolsillo interno de mi traje. Todo listo, ahora salir a la calle principal de Nuevo Mundo en busca de un taxi: Todos se me quedan mirando, en especial las mujeres de mi barrio, hasta las más odiositas y creídas con disimulo me observan. Saco la mano y se para un Taxi, ofrezco con cortesía mi precio de una vez, antes que por mi pinta me pidan el pago en Euros. –Buenas noches señor, ¿Está dispuesto a llevarme al hotel Guayana por sesenta bolívares? — ¡Si cómo no!—Respondió el taxista. Eran las 07:40 pm, tenía que estar en la entrada del hotel cuatro estrellas a las 8:00 pm, para esperar a Sofía. Aquel día que estaba organizando libretas en el trabajo, me había hablado de una invitación, era para acompañarla a la celebración de un matrimonio de una de sus primas que se casaba con un muchacho Argentino que trabaja en Venezuela en una Trasnacional Petrolera. 76


Ya estoy en la entrada del Hotel Guayana, que está en el Paseo Orinoco, un hotel de aspecto colonial, de solo cuatro pisos pero amplio en su longitud. Cuenta con un espacioso y lujoso salón de eventos, posee una terraza donde se divisa todo el río Orinoco coronado por las luces del casi artístico Puente Angostura y de un lado las luces de las casitas de Soledad, pequeña ciudad vecina de Ciudad Bolívar y separada por nuestro río padre. Soledad y Ciudad Bolívar, dos hermanitas unidas por la historia y la fraternidad, la primera del Estado Anzoátegui y la segunda del Estado Bolívar, así que los bolivarenses somos mitad anzoatiguenses y los de Soledad son casi Guayaneses. Tenía unos veinte minutos esperando, cuando llegó Sofía al hotel, la traía una tía en su carro. Cuando baja del carro me pareció ver a una artista

de

telenovelas

venezolanas,

llevaba

un

vestido

negro

conservador pero que resaltaba su figura, curvas perfectamente delineadas,

sus

hombros

quedaban

descubiertos

y

mostraba

abundantes pecas marrón claro. Bueno no soy un experto describiendo vestidos de gala, solo puedo decir que le quedaba muy bien, su cabello rubio estaba bien radiante, con un corte ligero en sus puntas, algo así como escalonado, tenía en su mano una pequeña cartera que hacía juego con su vestido. Se me acerca y me dice antes de darme un beso en la mejilla: --¿Te hice esperar mucho guapo? –No para nada, no te preocupes, estás bellísima Sofía, muy linda. –Gracias Carlos, tú no te ves nada mal tampoco, ¡Que elegancia!—me dijo mientras echaba un pasito atrás y me veía de pies a cabeza. --¿Entramos?—me preguntó. – Sí, claro—le respondí tomando su mano blanquita y llevándola a mi brazo izquierdo para que se enlazara a el. 77


Entramos, el ambiente estaba bien frío, aires acondicionados bien poderosos debe tener el salón. La decoración era bien romántica, pétalos de rosas por todas partes, la iluminación era azulada y tenue, lo suficiente para distinguir los rostros de las personas. Sofía me paseó casi por todas las mesas, presentándome a sus familiares y amigos. Por último me presentó a la novia y a su esposo “el argentino”, los dos estaban muy elegantes, ella salida de un cuento de hadas, se veía feliz la pareja, nos tomamos algunas fotos con ellos. Finalmente nos sentamos en nuestra mesa que la compartíamos con dos parejas más. La mesa decorada con delicadeza y rociada de pétalos de rosas rojas que hacía contraste con el mantel blanco, el centro de mesa era un florero donde convergían las banderas de Venezuela y Argentina, entrelazándose desde la base hasta la cúspide, como dos serpientes que se van tejiendo en ascenso, las flores que contenía eran rosas rojas acompañadas de algunas margaritas, donde la presencia de una resaltaba la otra. La música era en vivo, donde destacaban grandes clásicos del merengue, algunos memorables boleros y un poco de salsa romántica bien movida desfilaba por la pista. Parecía que la orden era, no tocar ningún reggaetón. De vez en cuando algunas canciones de la Billo`s y un poquito de los Melódicos. Bailé bastante con Sofía, ella llevaba un agradable perfume. También bailé con algunas de sus primas y amigas. A eso de las once de la noche el grupo había dejado de sonar, quizás para descansar un poco. Yo también hice una pausa para sumarme al descanso.

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Un “DJ” colocó un ligadito de chatarritas en inglés y español, de esas de las más exitosas en sus tiempos. Mientras estaba sentado a la mesa degustando de unos exquisitos bocadillos y de los más finos y variados quesos, acompañado de un refresco brasilero que se toma bastante en Argentina de una fruta llamada Guaraná, Sofía tomó mi mano para ir a bailar aquellas románticas chatarritas en medio de un agradable juego de luces que iban al ritmo pausado de la música. Así que bailamos varias piezas juntos, parecíamos novios, parecía que nos amábamos, pero la realidad era que yo estaba solo y ella también, no había duda que existía alguna importante atracción física entre ambos. Ella puso su cabeza en mi hombro y sus brazos enlazados a mi cuello, mientras nos movíamos al compás de las suaves baladas. Pensé que quizás esta amistad pasaría a mayores, o quizás no, tal vez solo quedaría en amistad, pero la verdad es que esa idea no me quitaba el sueño, solo me dediqué disfrutar del momento. De pronto nos quedamos viendo fijamente, mientras seguíamos bailando y sin poder evitarlo, como si una fuerza de dos polos opuestos ejerciera su domino, la besé, besé sus rosaditos labios resaltados por un brillo, ella volvió a colocar su cabeza en mi hombro y cuando estábamos girando me percaté que como a unos quince metros estaba alguien viéndonos fijamente, la persona estaba parada al lado de la entrada donde salían y entraban los mesoneros, era un hombre que estaba vestido de manera muy casual, obviamente no era un invitado de la fiesta, agudicé mi vista, porque aquel hombre no dejaba de vernos.

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Era nada más y nada menos que Steven Arteaga, el mismo que viste y calza. Desde aquel momento me sentí incómodo, “¿Qué hace este tipo aquí?, ¿será que siempre está vigilando a Sofía?” Me pregunté y recordé que Arteaga trabaja suministrando whisky de manera clandestina a algunas agencias de festejos, sin duda esa noche lo habían llamado para solicitarle algunas cajas de ese licor para tener como reserva, para el resto de lo que durarse la fiesta. En fin, no me debe importar, soy libre y Sofía lo es también, aún si quisiéramos casarnos o ser simplemente

amigos, el asunto solo incumbe a

nosotros, él es solo gerente en nuestras horas de trabajo, no gerente de nuestras vidas.

CAPÍTULO XVII.

Esa noche de la fiesta, transcurrió de lo más agradable; excepto claro, por la inesperada presencia del sociópata de Arteaga, que sin yo 80


desearlo le debí dar en lo más profundo de su ego. Yo estaba convencido que eso no se quedaría así, no para Steven Arteaga, que tomaría todo eso como la “casus belli”, él se valdría de miles de estratagemas para hacerme renunciar, o quizás colocarme alguna trampa con la intención de buscarme una falta a fin de despedirme. Por su parte Sofía no sabía nada de lo que pasó esa noche. Yo había sido asignado al departamento de almacén, ya no usaba el cómodo uniforme de gala de la tienda, sino que llevaba un jean y camisa caqui, acompañado de una faja lumbar industrial y unas botas de seguridad. Realmente no me importaba trabajar allí, teníamos que descargas varios camiones al día, el único detalle es que en el almacén no había aires acondicionados ni ventiladores y quedaba en el primer piso de la tienda y para llegar allí era por unas escaleras, no había ramplas, ni ascensores, así que todo era a fuerza de lomo, era toda una odisea subir mercancía grande y pesada. Mis quince minutos con que contaba para salir un poco más temprano, se habían ido, ya no contaría con ellos, por lo que entrar tarde a clases se convirtió en mi rutina. Pero no solo me hizo la vida imposible a mí, sino también a la mayoría de mis compañeros, al menos todos aquellos que tuviesen una amistad conmigo, incluyendo Sofía. Ya no salíamos a comer a las doce en punto. El Gerente inventaba cualquier cosa para que saliéramos veinte minutos después, a veces media hora. Si unos de los empleados se enfermaba no le pagaba sus días de reposo, sostenía él, que el reposo tenía que estar firmado por un médico del Seguro Social, después cambiaba a un Médico del Hospital Ruíz y Páez. Cuando llegaban con un informe del Hospital Ruíz y Páez buscaba detalles en el 81


informe, que si faltaba el código del médico, que la letra no se entendía. Una vez cuando se le acabaron

todos sus argumentos, sacó otra

condición, una absurda, que el informe tenía que estar firmado por el médico y la enfermera que ayudó al médico, porque decía él, que la firma de la enfermera avalaba el informe o reposo médico. Los empleados estaban cargados de mucho estrés, maldecían a Steven, pero éste supo usar toda esa carga de estrés a su favor, empezó acosar sexualmente algunas chicas de la tienda, dando favores a cambio de cama, como por ejemplo salir treinta minutos antes de la hora del almuerzo y treinta minutos antes de la hora de la salida, ofrecía el pago de cualquier tipo de reposo, así fuese firmado por un brujo curandero. Los días fueron muy difíciles, él hizo más cosas que generaron mucha presión, y el maltrato de palabras por parte de este tipo estaban a la orden del día, la mayoría de los empleados eran padres jóvenes o estaban pagando sus estudios, no sería tan fácil renunciar. Nadie se atrevía hacer alguna protesta, porque todos tenían miedo o cuidaban algunos de sus intereses. Yo tenía que renunciar, quizás renunciando le ofrecía algún tipo de victoria al gerente y así su “Señor Ego” se suavizaría. Le conté todo a Sofía y también le dije que después del pago de la quincena renunciaría, ella entendió pero se mordía los labios de frustración y me dijo: --¿Sabes Carlos? Tal vez yo deba renunciar igualmente. –No Sofía, no lo hagas, llevas mucho tiempo aquí y tienes una hija. Pero de nada sirvieron mis palabras, la Catira estaba decidida.

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Metí la pata, no debí contarle nada, a parte Sofía juró que le diría sus cuatro cosas delante de todos los empleados y clientes, que le armaría el más grande de los escándalos, que se iría de la tienda pero no sin antes que él se llevara su tanganazo. Aparte le pidió a Luisa que grabara con su celular semejante espectáculo, no se nos permitía entrar con celular, pero ella como subgerente garantizaba, que el celular entraría y después de grabar el pleito se encargaría de subirlo por todas las redes sociales que pudieran existir. Ya el plan estaba hecho, las cartas estaban echadas, Steven había traspasado el límite y créanme algo, que no existe algo más poderoso que una mujer venezolana enojada y teniendo ella toda la razón.

CAPÍTULO XVIII.

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Llegó “el día D”, era día de quincena. Yo tenía mi carta de renuncia lista, igual Sofía. Eran casi las ocho en punto. Estábamos haciendo la cola para entregar nuestros celulares en recepción. Pero para mi sorpresa, Sofía no estaba supervisando la entrada. Quien estaba dirigiendo todo era Arteaga, Luisa me vio con ojos de asombro, nuestras caras eran unos poemas. El Gerente se aseguró que todos entreguen su celular. Entramos a nuestros puestos de trabajos, no vi a Sofía por ninguna parte. Me sentía como dentro de una emboscada, el enemigo se había enterado de todo, alguien nos delató. No había duda de ello. Cuando estoy en almacén, el gerente sube con una escoba, una pala y varias bolsas de Basura. –Carlos toma esto, detrás de la tienda alguien durante la noche hizo un reguero y está lleno todo de mier…--. Mientras me entregaba los implementos de limpieza se dibujaba en su rostro una sonrisa perversa y agregó—Ah Carlos, por cierto, tu bella catira está en Puerto La Cruz, está de curso y quiero que sepas algo— bajó el tono de su voz—yo siempre gano chamo y con gusto recibiré tu renuncia, bueno digo yo, por si a acaso quieras renunciar. Arteaga se saboreaba su victoria, pero lo que no sabía aquel maquiavélico personajillo, es que sus minutos como gerente estaban contados. Esa noche él tendría un encuentro con la mujer que nos delató, un encuentro íntimo, otro favor sexual más, solo que este, era a cambio de la subgerencia. Por mi parte, no aguantaba más humillaciones, pero aguantaría mi renuncia un poco más, esperaría por Sofía la cual estaría tan solo dos días de curso. Sabía que el Gerente algo planeaba para despedir a Sofía sin que ella pisara la tienda, la 84


despediría de la manera más infame, manchando su currículo para siempre. Llegué a pensar que todo era mi culpa, al menos yo no tengo hijos ni tengo que pagar alquiler; pero en cambio Sofía era sostén de hogar, de su madre y de su hijita, a parte pagaba alquiler. ¿Hasta dónde puede llegar la soberbia de un solo hombre?, ¿hasta dónde puede llegar la vanidad y el complejo de jugar a todopoderoso a costas de la miseria de los demás? Al llegar la noche, Arteaga ya estaba en el Hotel con la finalidad de comerse a su presa. La muchacha que nos traicionó era amiga cercana de Luisa y de alguna manera se había cargado con la información de nuestros planes. El Hotel donde Arteaga llevaba a sus víctimas quedaba cerca de mi universidad. Pero esa noche, Arteaga no pudo hacer nada, porque la delatora tuvo que salir de emergencia del Hotel y el Gerente en su frustración de no poder acostarse con la muchacha, se negó a llevarla a su casa, así que ella misma, tomó un taxi que pagó con su dinero y se marchó a su casa (Así paga el Diablo después de todo). El Gerente sólo se dedicó a tomar whisky dentro de la habitación y mandando mensajes o llamando alguna muchacha que estuviera interesada en pasar la noche con él, pero para su mayor reconcomio ninguna de las mujeres quiso aceptar su invitación. Y así fueron pasando los minutos, ahogando su ego aporreado en alcohol y viendo la televisión. Se hicieron las doce de la noche y seguía consumiendo licor, llevaba más de la mitad de la botella. De repente empieza a 85


escuchar un leve silbido, un do, re, mi, fa…Sintió que se le trancó la respiración, apagó la televisión para confirmar que ese sonido no vino de allí. Dejó la tele apagada unos diez minutos, pensó que sería su imaginación que le jugaba una treta, además su cerebro estaba bañado en alcohol. Ya no tomaba la bebida en su vaso con hielo, sino bebía largos tragos del pico de la botella. Cuando estuvo calmado, se convenció así mismo que solo fue su imaginación, la bebida ya lo estaba noqueando de sueño. Se levantó de la cama para ir al baño a orinar y al terminar de hacerlo se lavó las manos, se miró al espejo y se recordó que era muy lindo, que solo lo mataba su nariz, la cual pronto arreglaría tal como lo hizo su artista favorito. Al salir del baño su cuerpo se paralizó al escuchar el mismo silbido, el sueño y todo el alcohol huyó de su cerebro. Ya lo sabía, sabía que no era su imaginación, empezó a llorar y gritar desesperadamente, aquel tirano que aparentaba ser el más maléfico; se derrumbó en terror profundo, sintió algo caliente que recorría sus piernas, era orine. Volvió a gritar --¡Quién está allí!, ¡Quién eres nojo…! Apenas se pudo mover hacia donde estaba el interruptor de la luz para accionarlo, para llenar de luz la habitación y al mismo tiempo abrir la puerta y salir corriendo en bóxer y lleno de orine. Arteaga prendió la luz, volteó a sus espaldas, no vio nada, quitó el seguro de la puerta y giró el pomo. Cuando la abrió, delante de él estaba un ser gigante, un muerto viviente que desprendía el más repugnante olor a descomposición, orine volvió a recorrer sus piernas y se giró para no ser agarrado por aquel espectro que lo acechaba, pero al girarse, un perro inmenso con babas y espuma rojiza lo acorralaba. 86


Empezó a rezar, a pedir a Dios que lo ayudara, pero los Cielos estaban cerrados para él desde hace mucho tiempo, se dejó caer sobre sus rodillas y se tapó los ojos sin dejar de llorar. El silbón soltó su saco lleno de huesos y tomó aquel triste ser por el cuello, abrió su boca y le consumió toda su fuerza vital. Quedando el Gerente tirado en el piso en su propia orina.

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CAPÍTULO XIX.

“HOMBRE SUFRIÓ UN ACCIDENTE CEREBRO VASCULAR DENTRO DE UN HOTEL”. “Ayer en horas de la mañana fue encontrado un hombre tendido en el piso de la habitación de un hotel, al parecer sufrió un ACV. Fue identificado como Steven Arteaga quién se desempeñaba como gerente de la tienda Gran Continental. El hombre había ingerido licor toda la noche, se presume que fue en un acto de despecho. El encargado del Hotel mencionó que Steven Arteaga entró acompañado, pero su pareja salió del recinto alrededor de las diez de la noche. Sin embargo las autoridades no descartan que se le haya colocado algún químico a la bebida que éste ingería”. Así rezaba una noticia del periódico regional en la sección de sucesos. Pero ya nosotros los empleados lo sabíamos, porque el Gerente no acudió al trabajo al día siguiente. Y la verdad debe ser dicha, nadie en la tienda se sintió mal por esa noticia, todos disimuladamente llevaban un sentimiento de alivio por lo ocurrido a su jefe. Sofía volvía inmediatamente de Puerto La Cruz, no terminó el curso. Los

jefes de arriba la habían nombrado gerente de la Gran

Continental en Ciudad Bolívar. Al entrar Sofía en la tienda todos los empleados empezaron a aplaudir la entrada de la Catira. Yo me sumé a los aplausos. Todos estábamos felices, cada uno se le acercó, le estrechó la mano y la felicitaron. Menos la amiga de Luisa que se sentía enormemente sucia 88


por lo que había hecho, la carga de conciencia no le permitió ni siquiera ser hipócrita. La Judas Iscariote estaba descubierta, solo que esta no cambió su dignidad por “treinta monedas de plata”, sino por un cargo en la gerencia. A parte, ella sufrió una gran afrenta, porque estaba siendo investigada por la policía científica. Todos en la tienda, en el paseo Orinoco y en su barrio, sabían que era la acompañante del Gerente anoche y peor aún, su novio con el cual llevaba tres años de relación se había enterado de quien era ella realmente. Sofía mandó a cerrar la tienda media hora antes, para dirigirse a nosotros, ella mandó a apartar algunos muebles para que tuviéramos suficiente espacio para sentarnos, no mandó a sacar las sillas, solo barrimos el piso y nos sentamos en círculo tal como niños de preescolar para escuchar la clase de su maestra. --Mi muy estimados compañeros y compañeras de trabajo— Comenzó la Catira su discurso con sus ojos ligeramente humedecidos —Hoy comienza para nosotros una nueva oportunidad, una oportunidad para que todos brillemos y no los he reunido a ustedes para dar mis nuevas órdenes, todo los contrario, los reuní para escuchar sus órdenes, lo que ustedes desean que haga para que su estadía aquí sea más grata—todos nos miramos las caras, nunca nos habían hecho semejante pregunta, pero nadie se atrevía a hablar. La nueva gerente después de percibir nuestros rostros de asombro y que no íbamos a intervenir voluntariamente porque estábamos acostumbrados a callar todo y a ser mansos corderos y burros de carga, agrega:

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--Quiero que sepan que de aquí no nos vamos hasta que todos digamos en que puede mejorar la tienda para el beneficio de ustedes— Sofía Habló con fuerza. Así era ella, sabía ejercer su autoridad en el grado perfecto, sin herir a nadie. Sus ojos ya no estaban humedecidos y se acomodaba sus lentes como señal de mando. Luisa tomó la palabra y se levantó—Permiso Señora Gutiérrez—lo tiene—respondió Sofía. – Bien es conocida toda la dificultad que pasamos para llegar hasta la tienda desde nuestras casas y más difícil aún es llegar de la tienda a la casa, por toda la situación del transporte que conoce usted, así que yo propongo que tengamos un transporte privado, nosotros producimos grandes ganancias a la tienda y sería justo que contemos con un transporte. –Excelente Luisa, hace algunos años teníamos transporte de un solo turno, el de la noche, voy hablar esto directamente con los jefes de zona y estoy segura que lo aprobarían; incluso, transporte para ida y vuelta. ¿Alguien más quiere proponer algo?—Preguntó La Gerente y ya el miedo de hablar se había alejado de nosotros, incluso bromeamos un poco. Algunos dieron notables propuestas, como primas de salario para empleados o empleadas que fuesen sostén de hogar, otros hablaron de formar una caja de ahorro. Yo por mi parte propuse no ser revisados más como ladrones al salir de la tienda, porque si la tienda dice que somos una familia debe tratarnos como familia, no me imagino yo revisando a mi tía o tío luego que visiten mi casa. Otro, un bromista, propuso reducir la jornada laboral a cuatro horas y que el empleado del mes se le obsequiara dos cajitas de cervezas. Así pasó la media hora, entre propuestas serias y algunas de chiste. Sin duda todo empezaría a 90


cambiar, pero no podíamos dejar mal a la Catira, teníamos que dar lo mejor de nosotros, vender como ninguna otra tienda del país y sobre todo tratar a los clientes como nos gustaría que nos trataran a nosotros mismos. Cuando estábamos terminando la reunión percibí un olor a mastranto, el mismo de Apure y me di cuenta que sólo lo había percibido yo. Pero ya no me preocupaba, sabía que El Silbón estaba con nosotros, escuchando todo. Seguro que el ambiente de trabajo que se respiraba en ese momento lo trasladó a Él, a su Nueva Irlanda, cuando en aquel entonces era el gerente principal de toda la hacienda, o mejor dicho el capataz. Todo este cambio se debía principalmente a Él, a su intervención. Ya para ese momento

yo sabía casi todos los

detalles de su naturaleza, como actuaba y como atacaba. Él tenía el misterioso poder de robar la fuerza vital de sus víctimas y también de provocar una muerte accidental si fuese estrictamente necesario. Las personas a las que Él les absorbía toda su fuerza vital, sufrían una especie de purgatorio interno, un espantoso sufrimiento y a pesar que eran conscientes de todo ello, no podían dirigir palabra alguna, como si estuviesen en un estado vegetativo, solo podían hacer algunos movimientos de manera torpe para cubrir sus necesidades más elementales. Así que estaban dentro de una prisión, donde las paredes y los barrotes eran sus propios cuerpos y a través de las ventanas de sus ojos podían percibir el mundo exterior sin poder interactuar con el. En esa prisión recordaban todo el mal que habían hecho, su sufrimiento es inexplicable y afortunadamente para la mayoría, podían volver de ese terrible viaje; sólo si se arrepentían sinceramente. Y cuando podían 91


salir de esa prisión, sentían la imperiosa necesidad de enmendar todo el daño que hubieren hecho, ya sea entregándose a la justicia o trabajando para siempre por la felicidad del prójimo. ¿Y yo?, ¿Qué papel juego aquí?, pues… una misión, eso es lo que tengo, una misión y debo estar cerca de todas las personas que El Silbón decida arrebatar su fuerza vital. Yo estuve cerca del hotel ese día que Arteaga recibió su visita y he estado presente en otros lugares de manera clandestina, en la oscuridad de la noche. Ya no tengo miedo. El azote de mi barrio y su banda recibieron una visita. Algunos borrachos que despilfarran toda la quincena antes de llegar a sus hogares recibieron una visita, solo que a éstos no se les quitó su fuerza vital, solamente llevaron un gran susto. En mi barrio empezó a transitar el rumor que un Espanto andaba por allí, algunos decían que era la Llorona, otros La Sayona y la mayoría decían que era EL SILBÓN, porque su pavoroso silbido se escuchaba algunas noches. Yo no elegía las víctimas, lo hacía Él. Yo solo debía estar siempre cerca, lo más alejado que podía estar eran trecientos metros, si me alejaba en plena visita a una víctima, algún inocente pudría sufrir una grave consecuencia. Podía saber cuándo me alejaba del límite, si dejaba de sentir el olor a mastranto. Casi todas las visitas fueron en mi barrio. Muchas veces al leer el periódico y ver que criminales se salían con la suya, deseaba provocarles una visita, pero no podía, no tenía el poder de elegir. No comprendía como algunos pagaban por sus malas obras y otros tantos se salían con la suya. Pero esa noche, después de la reunión de la tienda, sabía que el Silbón visitaría otra persona, solo lo

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sabía, ya sabía percibir las corazonadas, pero también tenía el extraño sentimiento que algo malo me pudiera ocurrir esa noche. CAPÍTULO XX.

Después de salir de la universidad le escribí a mi transporte para que no me pasara buscando, porque me iría con unos amigos (Tureco y su Amo). Me dirigía a la discoteca que funciona dentro del Hotel Guayana, el mismo donde no hace mucho se celebró la fiesta de matrimonio de la prima de Sofía. Ese día o mejor dicho esa noche, se hospedaría por razones de negocio, un funcionario público de renombre, con gran influencia económica y política dentro de Ciudad Bolívar. El lugar estaría moderadamente protegido por su seguridad personal. Éste funcionario, se rumoraba que apoyaba a una banda criminal organizada con favores políticos y les otorgaba suficiente protección para que la justicia regional no los tocara, pero para mí ya no era un rumor, era cierto, y la justicia le llegaría esa misma noche. Yo estaría en la discoteca, pasando desapercibido. El funcionario estuvo unos minutos en la discoteca, acompañado de unos hombres que parecían ser contratistas, tomaron algunas copas y luego subieron a su suite. Se hicieron las once y media de la noche y debo decir que estaba muerto de sueño, mis parpados parecían pesar toneladas. Los supuestos contratistas se fueron, la suite pidió un servicio especial, una dama de compañía llegaría a la habitación, pero tal dama nunca llegó. Los que llegaron fueron, un perro ensangrentado y un 93


gigante espectral. Pero Él Silbón se vio contrariado esa noche, aquel político no le tuvo miedo, más bien lo estaba esperando, alrededor de aquel hombre, estaba un círculo de plumas de zamuro con sal. – Adelante camarita lo estaba esperando—Fue lo que dijo el hombre dirigiéndose al mismo Silbón. El Silbón no podía pasar aquel círculo para tomar al hombre por el cuello. --¡Te viniste a echar vaina para acá carajo!, ¡vuelve a tu monte! de donde viniste—le dijo aquel político mientras tenía en su mano un collar de ojos disecados de zamuro-¿Cómo está tu Centinela? Carlos Macha…do, creo que se llama ¿No? El Silbón por primera vez en mucho tiempo sintió miedo, no por él, porque ya él era parte de la muerte y no le importaba, pero si sintió miedo por su amigo y Centinela Carlos. —Por allí cuentan que si tu Centinela muere, un gran tormento vuelve a ti –le

volvió hablar el

oscuro señor. El Gigante espectro no podía creer lo que había escuchado, aquel hombre no era un humano común o quizás no era humano. Yo en la discoteca había sido abordado por una mujer y un hombre vestidos de negro, estaban armados y me apuntaban con disimulo. –Mi vida, has todo lo que se te diga y no te haremos nada— me dijo la mujer con cara de psicópata—esto es un secuestro. Me llevaron a una camioneta de lujo con vidrios ahumados, me habían puesto algo como una bolsa de tela negra y me llevaban algún lugar desconocido. En la suite seguían hablando aquel personaje misterioso y El Silbón. –Mira compa, aquí mando yo. 94


--Mandabas, querrás decir--. Le dijo el espectro mirándolo fijamente a sus ojos—Si algo le pasa al muchacho acabaré con toda la maldad de esta región, así tenga que bajar primero al infierno y combatirlos en su propia casa. --¡Bue…no Compa! allá el Patrón Mandinga lo espera. Ya para ese momento el espectro y su perro habían adoptado su forma natural. --¿Quién eres? ¿Quién te protege?, preguntó El Silbón. --Soy uno de aquellos que mandó a matar a

tu maldito patrón,

¡Pendejo! El Espectro se llenó de una ira profunda y lanzó un espeluznante grito que no traspasó las paredes de la suite y a la vez Tureco se encrespaba y mostraba sus temibles fauces a aquel hombre. -- ¿Pa` qué gritas Mulato de Mier…? Tengo larga vida, como verás tú, hay algunos tratos que hice, en algún tiempo por allí, porque tiempo es lo que sobra en el llano camarita--. Dijo el hombre a la vez que deslizaba en sus manos las pepas de ojos de zamuro, como si fuese un rosario. --Hoy esos tratos culminan—sentenció El Silbón, mientras sacaba un extraño objeto de su saco, algo como una estatuilla indígena de arcilla. --¿Y cómo lo harás? ¿Con tu ridículo silbido o con tu sarnoso perro? Tuvo razón en algo aquel asesino, era por Tureco que llegaría a su fin, porque el perro no estaba Maldito como su amo, solo había sido 95


destinado por el Anciano del Llano a acompañar por siempre al hombre que le había salvado la vida dos veces, el cual también le servía de recordatorio de su origen. El Silbón levantó la estatuilla de arcilla, dirigiéndola hacia su perro y gritando. – ¡Ataca Tureco! Tráelo a mí. El Enorme perro adoptando otra vez su forma tenebrosa, saltó sobre el círculo. El diabólico hombre se llenó de pánico y empezó a rezar en un dialecto incomprensible y de pronto empezó a soltar una espuma de color marrón. Tureco se le abalanzó como un tigre hacia su presa, derrumbándolo y con su enorme hocico lo apretó por el cuello de la camisa y la chaqueta que llevaba puesta, lo arrastró hasta su amo dejándolo a sus pies. El Silbón lo tomó por el cuello, mientras el hombre no paraba de hablar en aquel extraño dialecto y tampoco se detenía el incesante flujo de espuma marrón. El Silbón empezó absorber su fuerza vital; pero fue más allá, no le permitiría vivir a aquel verdadero espectro, a aquel verdadero espanto que llenó de miseria muchas vidas. El Silbón siguió absorbiendo su fuerza vital hasta que el corazón de aquel sombrío asesino dejó de latir. Ese asesino estuvo cerca de cumplir doscientos años. Mientras esto acontecía, yo era llevado por mis captores a algún lugar de la ciudad. Habría llegado algún secreto lugar, quizás no muy apartado de la ciudad. El sitio era en parte rural, porque la calle de asfalto se había dejado de percibir, se conducía por un camino de tierra, piedras y desniveles. Cuando se paró la camioneta me bajaron rápidamente, aún tenía esa bolsa de tela negra puesta en mi cabeza. Me percaté que 96


estaba en una finca, por el fuerte olor a estiércol de ganado. Unos perros no paraban de ladrar. Alguien me dio un fuerte manotazo por la cabeza y me iba conduciendo hacia alguna parte. Entramos algún sitio, me quitaron la bolsa. El lugar era una casa toda extraña, las paredes tenían un color oscuro, como vinotinto. El espacio de aquella vivienda estaba cargado con un fuerte olor a humedad, acompañado con un repugnante olor a sangre y plumas de pollo. La iluminación la ofrecía un gran número de velones, repartidos por todas partes y en una esquina había una enorme cantidad de imágenes de santos de todo tipo. Me sentaron frente a una gran mesa de madera, curtida con sangre vieja y reciente, con algunas grandes plumas negras en su tablón. Me ataron a la silla y una señora de mediana edad, con aspecto de comadrona se me acercó fumando tabaco. Ante tales contrastes de olores y humedad, me había empezado a sentir mareado. Estaba muy asustado, aquella mesa frente a mí, aterraba. Se acercó la mujer que me raptó en el hotel, tenía un gran y viejo cuchillo de cocina en la mano. Aquel cuchillo estaba todo deformado de tanto amolarse. – ¡Ay carajito! Estás metido en problema, ¿Qué le harías tú al jefe? Aunque ese no es mi asunto—dijo la mujer, a la vez rozaba el cuchillo por mi cuello y me dejaba una mirada sádica. Yo me paralicé al sentir el frío y filo de esa vieja lámina. “¿Que habrá pasado con El Silbón por qué no me ha rescatado?”, me pregunté. --Mira Carajito, solo estoy esperando una llamada para pasearte este cuchillo por tu garganta, tienes el cuello bonito por cierto, blanquiiiiito 97


como a mí me gusta—expresó la psicópata, con una sonrisa en su cara, sin duda disfrutaba ese momento. Colocó un celular arriba de la mesa, frente a mí, ese simple acto me llenó de pánico, dependía mi vida de una llamada telefónica, aquel celular se había convertido para mí en otro despiadado ser. La comadrona no paraba de fumar el tabaco cerca de mí, solo que esta vez fumaba con más fuerza, como si quisiera devorar todo aquel gran tabaco, parecía una vieja locomotora del siglo XIX, echando humo por todas partes. El teléfono empezó a sonar, la muy desgraciada por casualidad tenía como tono el silbido del Silbón. Tomó el teléfono y lo llevó a su oreja derecha, el tiempo para mí se detuvo.

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CAPÍTULO XXI.

--¡Cómo! ¿Qué está muerto?, ¿de un infarto?, ¿y qué vamos hacer con este carajito?... ¡Ummm…! Ok, con mucho gusto lo haré. Tranquilo cariño no dejaré rastro--. La mujer terminó de hablar por teléfono mientras se rascaba una parte de su cuello con el viejo cuchillo afilado –El Patrón murió—dijo las psicópata dirigiéndose a la comadrona del tabaco y a su compañero con quien me raptó. —Yo lo vi venir, lo vi aquí en el tabaco, el tabaco no miente nunca—agregó la bruja comadrona y ya solo le quedaba un pedacito de tabaco. — Jessica, ¿qué vas hacer con este chamo?—Intervino el hombre—Te he dicho que no me llames así delante de los secuestrados, la próxima vez te corto el cuello a ti pendejo—Respondió la mujer del cuchillo y continuó.—Me han dado la orden que lo despache ahorita mismo. Yo estaba sudando frío, El Silbón no aparecía. La mujer se puso a mi espalda, me tomó de los cabellos y dejó mi cuello en perfecta posición para degollarme como a un animal y cuando se disponía a 99


pasarme el cuchillo grité. — ¡No, no, no, no Jessica espera! No me mates amiga, no por favor—Ella hizo una pausa—mira ve, yo no sé quiénes son ustedes, por mí no los he visto, si quieren me sacan de aquí con la bolsa en la cabeza, no he visto nada, no me acuerdo, por favor Jessica no lo hagas--. Rogaba por mi vida, la desesperación me tomó por completo y cuando noté que Jessica ni me respondió, sino que me haló el cabello con más fuerza, entonces empecé a gritar con todas mis fuerzas ¡AUXILIO, AUXILIO, me quieren matar! Fue en vano, solo cerré los ojos y pensé en el sufrimiento por el que pasarían mis seres queridos, el tiempo se puso en cámara lenta. Empecé a sentir el frío del filo del cuchillo. De pronto, se escucha un gran escándalo afuera, los perros no dejaban de ladrar, la mujer se detuvo, me había rajuñado, sin llegar a la yugular. --Anda a ver qué pasa—dijo la macabra mujer, ordenando a su compañero. Un Silbido penetró en todo los oídos de los presentes. El hombre no se atrevió a salir. Jessica le gritó a su compañero— ¡Te he dicho gran carajo que salgas!, o te juro por mi madre que te mato--. Aquella hembra alfa intimidó a su compañero de tal manera que no tuvo más remedio que hacer caso, sacó su pistola y le quitó el seguro. Al abrir la puerta, un gigante perro ensangrentado lo invistió por el pecho, tumbándolo al suelo y tomándolo por el cuello, el hombre no se podía zafar, porque si se movía le arrancaban el cuello de un tajo. Aún sostenía su arma y como pudo, empezó a disparar al perro por la costilla derecha, pero Tureco ni siquiera sintió dolor, aquel perro era un espectro. El hombre había vaciado todo el cargador y Tureco apretó más su cuello, ni siquiera podía hablar. 100


La bruja se fue corriendo hacia donde estaban los santos y prendió otro tabaco que empezó a fumar con extrema violencia y a hablar cosas extrañas. Jessica la psicópata había sacado su arma también, se escuchaba a lo cerca, algo como una maraca de huesos, era El Silbón que arrastraba su saco, al llegar a la puerta se agachó para poder pasar con sus 2,40 metros de estatura, acompañado de su pútrido olor. La mujer lo apuntaba con sus ojos desorbitados.--¡Párate allí o disparo!, ¡párate! El Silbón no hizo caso sino que tomó al hombre tirado en el suelo y le empezó a absorber su fuerza vital, luego lo tiró hacia un lado, como a un saco de papas. A la mujer se le ocurrió ponerme la pistola en mi sien. El Espanto después de lanzar al hombre se fue acercando a Jessica.-- ¡Párate o te juro que lo mato!—El Silbón se detuvo después de escuchar eso. La mujer respiró, se dio cuenta que yo era su pasaje de salida. ¡Vete de aquí demonio! ¡Vete o lo mato!–Continuó amenazando la mujer. –No

matarás a nadie más,

hasta aquí te trajo el río—Sentenció El Silbón, a la vez que sacaba algo de su saco con su mano izquierda, era un puñado de ceniza que sopló dirigiéndolo hacia la mujer, esta cayó al suelo desmayada al mismo tiempo yo perdía el conocimiento. Se terminó de acercar hacia Jessica, la tomó por el cuello y absorbió su fuerza vital. La bruja estaba con sus santos y su tabaco, estaba en una especie de trance. Tureco la había tomado por los trapos que llevaba como bata y la arrastró hasta su amo. La comadrona había corrido con la misma suerte que aquellas perversas personas. Les tocaba purgar sus pecados en vida, en la terrible prisión dentro de ellos mismos, donde su conciencia los atormentaría hora tras hora, día tras día. 101


Prisión de la que quizás no pudieran salir jamás, sino con la muerte y tal vez para luego a entrar a otra, otra que sería eterna.

CAPÍTULO XXII.

A la mañana siguiente amanecí acostado en la zona de Mahuanta, a la altura donde están los restaurantes campestres de carne asada y cachapa. Al principio estaba todo desorientado, me revisé y tenía mi cartera, llaves y celular en los bolsillos. Revisé la hora y faltaba treinta minutos para las 6:00 am., no había duda que el lugar donde había sido llevado estaba cerca de esa zona. Tomé rápidamente un taxi para ir a mi casa, bañarme y prepararme para ir al trabajo. Me sentía todo estropeado. Me revisé y no cargaba mi celular, lo había perdido. Todavía no sabía que inventarle a mis padres por no llegar anoche a casa. En el camino se me ocurrirá algo. “Qué gente tan loca con la que me he metido ¿De dónde le habrá salido tanta gente mala a mi hermosa Ciudad Bolívar?, ¿desde cuándo?, ¿por qué ya no somos la Ciudad Bolívar de Alejandro Vargas, cuando el único delito era quedarse parrandeando hasta tarde de la 102


noche y llevarles serenatas guayanesas a las lindas mujeres de Ciudad Bolívar?, ¿será el fenómeno de la droga y el ansia de generar riquezas de manera fácil e instantánea?, ¿fueron malas políticas aplicadas a la región o quizás nunca se aplicaron políticas?, ¿o es simplemente el fenómeno de las súper poblaciones? ¡Oh Ciudad Bolívar! Vuelve a reinar sobre el Orinoco, vuelve a ser la tierra de Angostura, ven y toma tu liderazgo nuevamente sobre la región de Guayana. Tu historia es inagotable, tus leyendas son numerosas, tu macizo grita por debajo de ti, diciendo ¡Levántate Ciudad de Los Arboles y camina con tus propios pies! Nadie de arriba pareciera quererte como te quiso Jesús Soto, aquel Artista genio del cinetismo que se inspiró en tu belleza y majestuosidad, que se inspiró en los más bellos atardeceres de Venezuela. Mi Ciudad Bolívar ya no es Ciudad Bolívar y eso lo lloro, mi bella Angostura se ha convertido en “Macondo”, la Macondo de “Cien Años de Soledad”, la de Gabriel García Márquez. Pero no pierdo la esperanza en verte resucitar algún día como a Lázaro. Hoy ha venido un demonio, un viejo espectro del Llano venezolano, un Espanto, y ha venido a tratar de resucitarte, a limpiarte un poco de tanta maldad y desidia, a recordarles a sus habitantes a través del miedo que Dios existe y que aún no la ha abandonado del todo. Ciudad Gótica tiene a Batman, Metrópolis tiene a Súper Man pero Ciudad Bolívar tiene a El Silbón. Un Espectro con grandes poderes del más allá y con un deseo de Justicia infinito, infinito como las llamas del Olimpo. Es nuestro Súper Héroe, el que socorre a los débiles de tiranos, 103


llámese jefes explotadores, malandros, violadores, funcionarios y políticos corruptos, sicarios, mafiosos y cualquier otro tipo portador de maldad y codicia. Batman tiene a Robbin; pero El Silbón tiene a Tureco, el animal más poderoso, fiel e inteligente de este país. Ya quisiera cada uno de nosotros tener a un Tureco de compañero, que nos cuide y nos ofrezca su incondicional amistad por toda la eternidad. Fíjense pues, que El Silbón con que tantos cuentos nos han echado para asustarnos, sea en realidad un Justiciero. Aunque sería mejor que la maldad estuviese representada en él, un espectro maldito y que no tuviese representada en seres humanos. Cuanto preferiría yo en una noche que me saliese “La Llorona” y no un par de atracadores con la finalidad de poner fin a mi vida por un simple celular u otro objeto material. Ya preferiríamos ser asustados por “La Sayona”, que ser explotados día a día por patrones que solo les importa pagar sus grandes deudas, viajar al exterior y mantener una fachada de que son ricos y adinerados, a costa de la explotación de seres humanos y el robo de los días de sus vidas, del robo de su salud física y emocional. Ya quisiéramos ser asustado por “La Bola de Fuego” que ser abandonados como ciudadanos por políticos y funcionarios públicos, que no son capaces de mantener bella y limpia una ciudad, que no son capaces de cumplir con sus deberes más fundamentales para lo cual los hemos elegido. Pero, ¿Qué hay de nosotros los ciudadanos?, no todo es culpa de otros, también nosotros tenemos que ver en todo esto, cuando dejamos de velar por nuestras familias y nos hundimos en la compra de toda cosa material que creemos que nos hará felices, que solo vemos 104


televisión y no dedicamos tiempo a leer, nuestras casas se llenan de todo tipo de guarandinga, que tenemos que renovar cada año, porque cada año sale una guarandinga más avanzada y si no la compramos nos sentimos afligidos; pero lo cierto es, que nuestras casas no se llenan de libros, Shakespeare y Víctor Hugo ya no crían nuestros hijos sino que El Capo lo hace, ya no crían a nuestros hijos Manuel Carreño, Rómulo Gallegos y Arturo Uslar Pietri; sino que comiquitas grotescas lo hacen. Muchos gastan sus salarios en bebidas y placeres y no invierten su dinero en alguna empresa que a mediano y largo plazo pueda ser rentable. Dejamos de hablar de Dios y hablamos más de deportistas y artistas famosos. Malcriamos a nuestros hijos comparándole de todo a fin de que no armen berrinches, pero no le enseñamos a armar berrinches para obtener libros y visitar el “Museo Jesús Soto”, no le enseñamos a armar berrinches pidiéndonos asistir a escuelas de arte, música y deporte. Nuestros hijos no arman berrinches si salen mal en una materia, sino que arman un berrinche para que se le compre el último celular de moda. Todos, con solemne humildad debemos cambiar, mejorar nuestras vidas, incluso; el que escribe estas líneas debe mejorar su existencia y aprovechar cada día de vida que de arriba se le concede”.

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III PARTE. (Nuevo Destino, Caracas). “En toda historia de amor siempre hay algo que nos acerca a la eternidad y a la esencia de la vida, porque las historias de amor encierran en sí todos los secretos del mundo”. - Paulo Coelho.

CAPÍTULO XXIII.

Mensaje de texto, enviado el 25/11/10: Hola Carlos es Piedad, est NO s mí nro. T escribo xq no T he podido olvidar, disculpa el Silencio, pero entenderás mi situación. Gracias x haber sido tan lindo y no sobrepasart aquella noche. Tengo q olvidart, debemos seguir nuestras vidas. Chau T.Q.M. . Recibí ese mensaje en la tarde, cuando entraba en la Universidad, mi corazón latió con fuerza, nunca esperé ese mensaje, al menos no después de tanto tiempo sin saber de ella, el hambre y la sed que 106


sentía en ese momento se fugó de mi cuerpo, me sentí feliz, mi bella morena, aunque quizás nunca sea mi bella, ni mi morena tampoco, me escribió, tenía mi número, lo ha conservado y ante toda improbabilidad, tenía una esperanza, aunque fuese muy pequeñita esa esperanza no dejaba de ser esperanza. Fue por la esperanza que un hombre pacífico como Mahatma Gandhi pudo liberar un país sin disparar una bala ante un imperio sumamente poderoso. Fue por la esperanza que un hombre

que

después de pasar 27 años preso, sin ni siquiera poder besar y tocar a su esposa, pudo liberar a su país del Apartheid. Después que recibí ese mensaje de texto, llamé muchas veces al teléfono de donde lo enviaron, pero era inútil, aquel teléfono era de otra persona. No entré a clases, me fui para la biblioteca de la universidad. Decidí escribirle un poema a mi bella Piedad, aquella misteriosa muchacha que ejercía un extraño dominio sobre mi corazón y aunque este estaba dormido con respecto a ella, esa tarde fue despertado. He aquí el Poema que le escribí Piedad: A ti mi Piedad.

Hola mi bonita Llanera, Mi bella de piel trigueña. Yo tampoco te he podido olvidar y hoy con tus palabras, mi corazón hiciste despertar. 107


Cuanto quisiera ahorita estar a tu lado, para poder tocar tu espíritu con el mío y sentir que la eternidad es solo nuestra. Sentir a tu lado que las horas son segundos, porque tu presencia es lo más bello del mundo.

Oh mi bella Piedad, aquella noche me hechizaste y el aroma de tus besos para siempre tú me dejaste. Desde aquí puedo sentir, el tacto de tus manos sobre las mías, y ese tacto… mi alma con fuerza lo ansía.

Espero algún día, volver a ver tus ojos marrón claro y poder tocarlos solamente con mi mirada, a fin de que nunca más, pierda mi llamarada. Y Piedad, mi trigueña bella, otra cosa quiero decirte. Gracias por darme tu aliento, donde un Espanto me transmitiste, que ahora junto a su leal perro, Trajo la justicia con puño de hierro.

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Hasta luego mi bella, No me olvides nunca, Que yo no lo haré, porque le das luz a mi ser. Y ojalá que el Amor de Piedad, Pueda tener piedad, con mi humanidad.

Después de escribir el poema, lo envié por texto al celular de donde ella me escribió, sin importar que lo viera o no. Lamentablemente no era su teléfono, era de un centro de llamadas, pero aun así tenía la esperanza que lo leyera. Por otra parte, no puedo forzar esa posible relación, porque el libre albedrío de ella debo respetar, porque si la obligase, si me obsesionara con que se dé la relación, me convertiría entonces en un dictador, cuartando su libertad para elegir. Y aunque mi alma y mi corazón siente una infinita sed por sentir el toque de sus manos y el peculiar aroma que ella desprende de su ser, no puedo más que esperar. Ahora sé, que se estarán preguntando ¿Qué pasó con Sofía?, ¿ya la olvidaste para pensar en otra? Bueno; con respecto a ella, han pasado los meses y desde que es gerente, nuestro amor que alguna vez creció, se ha venido apagando y no porque ella me rechace, todo lo contrario, ella me acepta más que nunca y es porque nuestro amor se ha convertido en otro tipo de amor y es el de la amistad.

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Cuando conocí a Piedad y quedé enamorado de ella, al poco tiempo me fui con la Catira, pareciendo que hoy estoy con una y mañana con otra. Pero pónganse ustedes en mi lugar, ante tanta incertidumbre de no poder ver a Piedad ¿Qué harían ustedes? Es cierto que podemos enamorarnos perdidamente, pero también es cierto que el amor de una mujer es una necesidad del alma y ante tal carencia, sin poder evitarlo, el corazón busca refugiarse en el amor de otra ¿Y por qué sucede esto?, porque fuimos creados para amar, nuestras almas no pueden vivir solas y algunos y algunas que han logrado no enamorarse más de una persona, se han enamorado de la vida, se han enamorado del servicio al prójimo, se han enamorado de su religión, de su profesión, de su hobbie, de la naturaleza, de los animales, de los derechos humanos. Así que nadie en esta vida ha dejado de enamorarse, porque recibir amor es una necesidad eterna que solo se cubre con amor. Con respecto a Sofía y la tienda de La Gran Continental: Desde el momento que ella fue la nueva gerente, el ambiente de la tienda era otro,

por primera vez se trabajaba con entusiasmo, con confianza.

Empezó a reinar el compañerismo. Luisa era la nueva subgerente, su amiga “La Judas” había renunciado. Las ventas se duplicaron en solo dos semanas y seguían en aumento. Sofía se había convertido en la más destacada gerente de toda la cadena de tiendas a nivel Nacional. Llegó a ser entrevistada por el dueño, porque éste necesitaba saber su método, con la finalidad claro está, de aumentar sus ganancias a nivel nacional. De pronto casi todos los cursos para gerentes, subgerentes y jefes de departamento se hacían en Ciudad Bolívar. 110


El sueldo de Sofía fue duplicado, ganaba como una jefa de zona sin serlo. El Dueño la prefería como gerente. Los trabajadores conquistaron muchos beneficios por medio de ella. Contaban con transporte privado en la mañana y en la tarde al culminar la jornada laboral. Todos sus reposos fueron cancelados, aquellos que fuesen sostén de familia se les otorgó una prima del nueve por ciento sobre el salario. Todos los vendedores recibían una pequeña comisión por ventas ejecutadas, técnica que sirvió para mantener a los empleados motivados y siempre vendiendo. Todos se convirtieron en los más audaces vendedores. La Gran Continental se había convertido en ejemplo a seguir en el Paseo Orinoco. Todo esto gracias al correcto liderazgo de una mujer, que decidió apostar por la felicidad de los empleados, de los más débiles en la cadena económica, pero que son, los que sobre sus hombros y lomos hacen posible la riqueza de una nación, porque día tras día madrugan para cubrir largas jornadas laborales, para poder llevar el pan a su hogar, o como diría “René de Calle 13” en su canción de La Perla: “…esto se lo dedico, a los q trabajan con un sueldo bajito, pa darle de comer a sus pollitos…”

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CAPÍTULO XXIV.

--Camarita, llegó diciembre y este humilde Llanero pronto para otra Ciudad debe partir. Con estas palabras comenzó El Silbón mientras estaba en mi habitación con su fiel amigo Tureco. Después de todo, mi misión no duraría tanto, un año apenas o quizás un poco más. Recuerdo que él me dijo que solo vino a poner una tantito de levadura en esta gran masa de Ciudad Bolívar.

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Al principio no comprendía lo de la levadura, pero investigué que la levadura es un conjunto de hongos microorgánicos que se alimentan de azucares para luego producir dióxido de carbono. Cuando una pequeña cantidad de microorganismos que están en la pasta de la levadura se introducen en la masa, se reproducen rápidamente de manera asexual y empiezan a consumir glucosa o azúcar, liberando gas por toda la masa, aumentando su tamaño y elasticidad, lo que la hace perfecta parar hacer pan. En ocasiones por otros factores químicos la masa no leuda y no sirve para hacer el pan. Ojalá que ese poquito de levadura que dejaría El Silbón se pueda multiplicar por toda la ciudad. Al menos ya por el Paseo Orinoco la masa había leudado un poquito y con respecto al barrio donde vivo, “Barrio Nuevo Mundo” si había leudado bastante la masa y por primera vez desde su fundación, realmente llegó a ser “Un Nuevo Mundo”. Los cultores dejaron de sentir miedo y empezaron a enseñar a los niños diferentes artes como: Pintura, teatro, música, literatura y arte urbano. Los viejitos deportistas y los no tan viejitos asistían a las canchas deportivas y organizaban torneos de deportes populares. Los juegos tradicionales volvieron, se cambió el trompo, la perinola y los papagayos por pistolas. Algunas licorerías cerraron y convirtieron sus negocios en restaurantes familiares, otros hicieron cyber´s café o heladerías. Los políticos estaban celosos, porque el Barrio por su cuenta se convirtió en una referencia regional, trataron ellos “Los Políticos” de tomarse el protagonismo y la gloria ante tan evidente milagro urbano, pero el Pueblo del Nuevo Mundo los rechazó. La gloria de ese milagro, no fue para un Santo, ni para un Politiquero. La gloria era para un ser Maldito 113


del más allá, la gloria era para un Espanto demonizado por generaciones, pero que nunca fue realmente un demonio, ni un ser Maldito, sino que siempre fue un Héroe, un Justiciero, que lo movía simplemente el hecho de hacer el bien. El Silbón continuó hablando: --Carlos, has sido valiente, El Anciano del Llano no se equivocó en escogerte—Mientras hablaba, pasaba su gran mano por la cabeza de su perro mientras este jadeaba de manera relajada—Pero, debo partir para otra ciudad, tengo que partir para Caracas. --¿Eso quiere decir que debo viajar a la capital y pasar tu custodia a otra persona? --Desde luego Camarita y debemos partir el veinte de Diciembre para allá. Pensé en todo el estrés por el que tenía que pasar, al viajar para Caracas en víspera de navidad, cuando no se consigue pasaje y lo más probable es que termine viajando con algún “pirata” que me sacaría los ojos como precio, por llevarme hasta la capital. Pero tenía que ser obediente, no estaba en mí decidir, seguro El Silbón acomodaría todo de aquí a allá; pero… ¿El Silbón en Caracas?, ¿en una metrópolis súper poblada? donde todas y absolutamente todas las clases sociales comparten un mismo Valle y donde infinidades de culturas se mezclan dentro un agradable clima primaveral. Sin duda alguna sería muy interesante verlo actuar allá, lástima que yo no estaría con él.

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Cuantas experiencias he vivido con Él, varias veces al borde de la muerte y siempre me salvó. Incluso derrotó a ese funcionario público poderoso de la ciudad, que resultó ser unos de los asesinos de su Patrón y que logró sobrevivir por un contrato o pacto que hizo con las tinieblas que reinan en el más allá. Cuantos criminales, corruptos y explotadores él derrotó en tan poco tiempo y aunque sé que quedaban muchos, de los cuales no visitó, por lo menos eliminó algunos de los más poderosos. Quedaría esperar si la gran masa pudiera leudar, sino lo hiciese, seríamos nosotros objetos de nuestra propia desgracia. Pero tengo fe y mucha esperanza que mi Ciudad Bolívar volverá a recuperar su gloria, esa misma gloria cuando Ella se comunicaba con el mundo a través del Orinoco con el Atlántico. Tengo fe que seremos una potencia Turística y que esta ciudad será la verdadera puerta al Estado Bolívar. Bueno toca partir ahora para Caracas, la cuna del Libertador y tierra donde ejerció su profesión “el médico más generoso” que haya existido jamás en Venezuela y no solo el más generoso, sino también uno de los médicos pioneros en traer la medicina moderna al país. CAPÍTULO XXV.

Llegó el día 20 de Diciembre, llevo seis horas montado en un autobús. Misteriosamente, antes de partir, en medio de todo aquel masango de gente en el terminal, había podido conseguir un pasaje. A la compañía de transporte le quedaba un boleto, porqué a última hora 115


una señora había decidido no viajar, me salvé de los piratas, hubiese pagado tres veces más por ir hasta Caracas. Me siento muy triste, sumamente acongojado y la razón es porque me despediré de “mi mejor amigo” y lo más probable es que nunca jamás lo vuelva a ver, una vez que entregue la custodia. Hace unos meses no quería ser Centinela, no quería problemas, pero algo cambió en mí, quizás perdí el miedo de ayudar a llevar justicia a los más débiles y desprotegidos. Lo cierto es que extrañaré esas conversaciones con ese Fantasma Llanero, extrañaré su protección y la de su perro gigante Tureco. Andaré por mi cuenta, solo espero tener protección desde los Cielos ante tantas adversidades y peligros que nos rodea, porque yo solo soy nada más que un hombre, un ser mortal, con una sola vida que cuidar. Hace rato, mientras dormía, tuve un interesante sueño, pero más que un sueño, fue una discusión acalorada que tuve con El Silbón; bueno, más bien yo fui él que discutió, Él siempre mantuvo su serenidad y pasmosidad llanera hasta donde pudo. Sueño: --Carlos, estamos cada vez más cerca de que entregues mi custodia. Pero hay un inconveniente, que seguro no te va a gustar Camarita— habló en su típico y pausado tono llanero. --¿Y Cuál es ese inconveniente? --Pues bien, te había dicho hace meses, la noche cuando se puso fin a esos violadores, que mi custodia tenías que entregarla a una mujer… 116


--okeyyy…continúa. --Bueno, las cosas han cambiado. Debes entregar mi custodia a un hombre—El Silbón arqueó una de sus cejas, esperando que yo reaccionara de manera negativa ante ese cambio de jugada. --¡Noooo…hermanito! Eso sí que yo no le entro, está bien pelao. ¿Me estás pidiendo que yo vaya y bese a un hombre? Dije eso, en un tono fuerte, me imagino que toda mi cara estaba roja de indignación. El Silbón solo sonrió ante mi reacción. Pensé que estaría bromeando para que yo no estuviese más triste por la separación que en breve viviríamos. --Mira Carlos, no soy yo, es El Anciano del Llano quién así lo ha decidido, por generaciones ha sido así, de una mujer a un hombre y viceversa y desconozco la razón del cambio. --¡Perooo...! ¿Tú estás loco chico? ¿Cómo pretende ese Anciano que yooo… haga eso? --¡CÁLMATE!—me gritó el Silbón de manera tajante—en primer lugar yo NO te he dicho que tengas que besar a nadie. Me había calmado después de semejante grito, pero aún quedaba la pregunta de cómo yo iba a acercar mi rostro al de ese hombre para exhalar el aliento a su boca y así entregar la custodia. --Camarita, la persona a que debes entregar la custodia se llama Frank García, vive en el “Barrio Encantado”. Es un muchacho que estudia en la universidad y trabaja de mototaxi. Es una persona noble, de buen 117


corazón y muy valiente, aunque él no lo sabe, como no lo sabías tú tampoco. Tiene algunas debilidades, es una persona con mucha “viveza” y bebe bastante caña. --¡Silbón…! ¿Y que tú quieres? ¿Que lo invite para una rumba y que él me vaya a buscar en su moto y después tengamos un encuentro romántico? --No pendejo y cállate la boca—se volvió a poner muy serio, reprendiéndome con su fuerte mirada. —Habrá un concierto en el “Paseo Los Próceres” de Fuerte Tiuna, queda cerca del Barrio Encantado. Esa noche, Frank se va a emborrachar, como lo hace en casi todas las fiestas. Tú te harás amigo de él, después te indicaré como. De camino a casa lo acompañarás, el no andará en su moto y de tanta caña, él se desmayará y en ese momento le entregarás mi custodia. No sin antes decirle y preguntarle “Te quiero dar algo, ¿Lo quieres?”. Luego que diga sí, exhalarás mi custodia y eso es todo. Yo preparé el camino para que todo se dé con normalidad, confía en mi Guayanés. --Bueno, ¿Qué más? Así será—sentencié con cara de negatividad-- “El Anciano no pudo pensar en una linda caraqueña”—dije para mí.

CAPÍTULO XXVI.

Llegué a Caracas sano y salvo, la madrugada estaba bien fría, que en realidad no es un frío tan fuerte, solo que nosotros los 118


guayaneses vivimos en un clima muy caloroso y húmedo. Me trasladé a casa de un tío mío que vive en “El Paraíso”. Cuando llegué a su casa hablamos de todo un poco. Mi tía me dio de desayuno un par de huevos fritos, con dos arepas asadas, queso llanero, algunas lonjas de jamón y un zumo de naranja. Después de comer mi tía me mandó a dormir un poco, porque había viajado casi nueves horas de Ciudad Bolívar hasta acá. Dormí hasta las once de la mañana. Mi tía estaba preparando el almuerzo. Me senté en la sala a leer el periódico. Mi tío se acerca y se sienta en el mueble que está frente a mí. --Sobrino, ¿cómo es eso que usted viene de tan lejos para un concierto? ¿Es que allá en Bolívar no hacen conciertos?—Mi tío soltó esas dos preguntas y al mismo tiempo se ajustaba su lentes y me miraba con cierta picardía. --A decir verdad tío, no hacen conciertos en Ciudad Bolívar, al menos no como los que se dan aquí en Caracas y lo mejor de todo es que son gratis—solté una riza ligera, esperando el segundo golpe de él, mi tío lo escudriña todo, como si llevase doscientos años de experiencia. --Ummm…pero sobrino, ese concierto es hoy mismo, ¿Por qué no te viniste unos días antes, para qué compartieras más con nosotros? --La temporada tío… de broma pude conseguir pasaje—esperaba el tercer golpe, sabía por dónde venía y con la respuesta que le daría quedaría satisfecho.

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--Mira Carlos, ¿No seraaá… más bien que tú te vas a ver con una caraqueña?—Se quitó sus lentes para limpiarlos, esperando que le confesara la verdad. --Me agarraste tío, es verdad, vine por una muchacha—respondí y luego pensé: “Ojalá fuese que vine por una caraqueña y no por un caraqueño”. --Tranquilo sobrino, no te preocupes, te entiendo…”un pelo de &$%# hala más que una guaya”. Pero al menos déjame llevarte a Los Próceres. ¿A las cinco es que comienza…no? --Si a las 5 y me vengo en la mañana, porqué es hasta el amanecer. Mi tío quedó satisfecho y estaba tranquilo por mi seguridad, porqué el concierto sería allí en Fuerte Tiuna. Pero, la curiosidad siguió en él y me preguntó: --Y mira ¿Cómo es la muchacha?, ¿de dónde es? En eso que soltó las preguntas, se escuchó un “Listo vamos a comer”. Salvado por la campana pero era el primer round.

CAPÍTULO XXVII.

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Son las once de la noche, el concierto está de primera, han tocado y cantado grupos de muchos géneros, desde salsa, merengue, hip-hop, música urbana y hasta rock del más heavy metal. Full energía en el ambiente, hay tarantines de comidas y bebidas no alcohólicas alrededor. Mientras estoy tripeándome un rock del Legendario Paul Guillman, tropiezo con un muchacho de mediana estatura, de tés morena, de un rostro agradable que transmitía mucha energía. En ese mismo momento que tropecé con él, sentí el fuerte olor a mastranto y pude notar que él también sintió el fuerte olor porqué se frotaba la nariz. Esa era la señal. Estaba al lado de Frank García, el próximo Centinela. Él estaba bebiendo algo de un cooler, seguro sería ron camuflado dentro de ese envase, porque las bebidas alcohólicas no se permitían allí. Noté que andaba con algunos muchachos y muchachas. Me las arreglé para llamar su atención. Lo hice y empezamos a intercambiar algunas palabras de manera fuerte, porque la música era bastante alta, me había dicho su nombre “Frank”. Me ofreció su bebida, era ron, hice como si hubiese bebido. Aquel acto de simular que bebí hizo que tomara confianza en mí, era como si un indio norteamericano ofreciera su pipa de la paz a un visitante. Mientras nos tripeábamos la banda de Guillman, me presentó a sus amigos, pude notar que todos estaban en pareja, menos él. Al rato, Paul Guillman y su banda hacen una pausa y Paul se dirige al público diciendo: “Quiero dedicar esta canción a todos los llaneros presentes”; gran bulla en el ambiente, “Y también al más terrible Espanto de Venezuela…El Silbón”, otra bulla y aplausos, “Esta 121


canción se llama El Silbón” (Existe en YouTube). Arrancó las guitarras y la batería, y al mismo tiempo llegaba una oleada de olor a mastranto. Frank se volvió a frotar su nariz y me pregunta hablando fuerte: -¿CHAMO, NO TE HUELE RARO? ¿CÓMO A MONTE O UNA VAINA ASÍ? Le respondí que no y él agregó, --debe ser esta broma que estoy tomando, le dije a los panas que no compraran ron barato. Terminó el Rock y mientras llegaba la próxima banda y arreglaban los instrumentos musicales en tarima, pudimos hablar mejor sin gritar. La confianza aumentó, teníamos algunas cosas en común, como por ejemplo, estudiábamos lo mismo y

nos gustaba el beisbol, ambos

fanáticos del mismo equipo. Al instante se siente una electrizante bulla, envuelta en un tsunami de aplausos, hacía acto de presencia el REY DE LA SALSA, el señor Óscar D`León. Los caraqueños, creo que viven y sienten más la salsa que los mismos puertorriqueños y cubanos. Ya eran las dos de la madrugada, Frank y sus panas decidieron irse, todos eran mototaxistas y querían dormir un poco para trabajar al amanecer. Nos fuimos del Paseo Los Próceres y nos adentramos caminando en Fuerte Tiuna. Frank y sus amigos me dijeron que me viniera con ellos, porque yo le había dicho que estaba pernotando en el “Barrio Encantado”, en casa de un familiar, así que me ofrecieron su compañía por protección. Llegamos a una alcabala, para pasar el Puente Longaray y poder salir del Fuerte. Frank estaba borracho. Los militares lo detuvieron, pero las muchachas con llantos y ruegos lograron convencer a los militares, estos tuvieron compasión y lo dejaron pasar. Yo tuve que cargar con él, 122


ofrecer mi hombro como apoyo. Los demás se adelantaron con sus novias. A los cien metros Frank se desmaya, está totalmente ido, el lugar está oscuro y el frío de Caracas me llega a los huesos. Esta es mi oportunidad, ahora o nunca. No se mueve, solo respira, saco una botellita de agua que llevo en mi Koala, le echo en la cara. Frank se despierta, pero aun somnoliento. --Frank, te quiero dar algo, ¿Lo quieres?—le pregunté con mi rostro cerca del suyo. --Bueeennooo… ¿Queeé… me va… a da? ¿UNA BOTELLA?—casi no se le podía entender—Siii… es ron si….SI QUIERO. Medio abrí su boca y exhalé el ALIENTO y con el me despedía para siempre del mejor amigo que he tenido, ya no le vería más ni a Tureco tampoco. Lágrimas recorrían mis mejillas. Me había quedado sin El Silbón y sin el amor de Piedad. Así es la vida supongo, pero hay que seguir adelante, vendrán cosas mejores. Me regresé al concierto y dejé allí a Frank tendido en el suelo con su borrachera, de seguro sus amigos regresarían a buscarlo al percatarse que no daba señales de vida. Además, Frank de ahora en adelante tendrá un Ángel de la Guarda muy Peculiar, uno sin alas, ni lleno de blancura y brillo, pero con el corazón más puro de todos los Fantasmas de Venezuela. Adiós Silbón, TE AMO AMIGO, te amo hermano.

CAPÍTULO XXVIII. 123


Al día siguiente, estaba en el Terminal de Oriente, para irme a mi pueblo, a mi amada y cálida tierra, a mi Angostura. Estaba destrozado por dentro. Con la sensación de que hubiese perdido un ser querido y en cierta forma había perdido un ser querido. Me quejaba en mi interior porque fui escogido a pasar con él solo un año, me hubiese gustado ser su Centinela por al menos diez años. Pero otra persona había ganado un mejor amigo y el mejor guardaespaldas que pueda haber. No debo ser egoísta, Caracas lo necesita y Frank tiene una misión que llevar a cabo. Me pregunto si ya lo habrá visitado El Silbón, en eso no quisiera estar en sus zapatos. Tal vez lo visitó esa misma noche que lo dejé allá borracho; o a lo mejor dentro de su propio cuarto. Lo cierto es, que si no fue fácil el trabajo del Silbón en Ciudad Bolívar, mucho menos lo sería en Caracas. Me monté en el autobús, era de dos pisos y escogí el piso de abajo, quería dormir todo el trayecto, allí abajo se siente menos los movimientos del bus en la carretera. Me senté y cerré mis ojos de una vez, ni siquiera habían encendido el motor. Solo quería dormir y tratar de olvidarme de todo, aunque fuese un instante. Sentí que lo vendedores ambulante se subieron, ofreciendo agua mineral y sus chucherías. Los ignoré, me había puesto mis lentes oscuros y había reclinado al máximo mi asiento. Me quedé dormido y escucho levemente “Carlos”,

“Carlos”,

seguí

durmiendo, entregándome al sueño. Escucho nuevamente “Carlos” pero esta vez me tocan el hombro y me despierto. No lo podía creer, no 124


podía creer lo que estaba viendo. Ante mi estaba Piedad, era ella quien pronunciaba mi nombre. Mis fuerzas casi se fueron por completo y un enorme sentimiento de felicidad me invadió, quizás ese sentimiento impidió que me desmayara. Solo podía ver su rostro, el mundo a mi alrededor desapareció. Sus ojos marrones claros brillaban sutilmente y estaban humedecidos. Solo nos quedamos mirando un breve instante, pero pareció una eternidad. Empezamos a sonreír como dos niños pequeños. --¿Me puedo sentar a tu lado?—me dijo Piedad con sus ojos brillando y su sonrisa de enamorada. --Cla…cla…claro Piedad, si puedes—alcance a decir. Se sentó a mi lado, iba vestida con un jean y un suéter de lana con mangas largas, de rayas vinotinto y blanco. --Tengo otra pregunta Carlos. --¿Cuál? --¿Puedo besarte? --Si puedes. Nos besamos, aquella sensación fue mejor que la primera vez. El beso fue breve pero cargado de felicidad, luego la abracé y sentí su aroma, su rico aroma natural. El autobús empezó a marchar. Piedad me acompañó todo el viaje, donde hablamos de muchas cosas, entre ellas, el cómo había dado conmigo.

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Había perdido a mi mejor amigo, pero había ganado mi AMOR ETERNO…Fin…

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AGRADECIMIENTOS.

Quiero agradecer a todas las personas, de los diferentes países del mundo que han visitado mi blog

espantosdevenezuela.blogspot.com para leer esta

historia en el modo “serie online”, donde subía capítulos todos los fines de semana, mil gracias por seguir paso a paso esta historia, que hoy se convierte en un libro, mil gracias por el interés en conocer sobre la mágica cultura de Venezuela. También quiero agradecer especialmente a un grupo de personas, cercanas a mí y otras no tan cercanas, que a través de mi cuenta de Facebook siguieron muy de cerca esta versión jamás contada sobre El Silbón. Recuerdo que la primera persona que comentó sobre este relato fue mi amigo Giover Picone, que gracias a su primer comentario pude seguir adelante con mucha confianza en lo que estaba escribiendo. Gracias a María Lourdes Colmenares, Zenaida González

y

Micherlea Rodríguez que se enamoraron profundamente de los personajes y que a través de sus sinceros comentarios cargados de motivación, hicieron que me llenara de la más genuina inspiración. Sumado a ellos están otras personas que jugaron un papel de suma importancia para la culminación de esta obra narrativa, en primer lugar: Mi amigo del alma Ángel Gámez (escritor), por el apoyo logístico y motivacional en todo momento, al Profesor Jesús Lezama, un profundo conocedor de la Lengua Española, quién me ayudó a hacer las correcciones pertinentes, brindándome su valiosa orientación. Gracias a Rafael Martínez, Anayka Gómez, Ramón Guzmán (gran amigo), Angie Freites, Claudia Escalante, Yublithze Machado (Yuli), Jesús Grillet, Luis Carmelo Bolívar, Henry Silva Torrealba, Ysa Marcano Chacón, Malvis Guacarán, Alirio Alcántara (Padre e hijo), Martín Gallo (mi mejor amigo Argentino), Daniela Gutiérrez, Alex Albornoz (pana), Mireya Portillo, María M. Quintero, María Luz Huberty, Vianney Vallenilla (escritora), Keiner Vásquez, Thaymaris Sifontes. A TODOS Y TODAS, gracias.

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