Turid, el hada de los perros by margarita truyols

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TURID, EL HADA DE LOS PERROS

Textos: MARGARITA TRUYOLS FLUXร Ilustraciones: IRENE MULET DOMINGO

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TURID, EL HADA DE LOS PERROS Agradecimientos: A mis hijas, Mariona y Carmen. A la verdadera hada de los perros, Turid Rugaas. A Martita y Alejandra. A Lina, que inspiró estas increíbles ilustraciones. Y, cómo no, a los perros de mi casa: Cuba, Pepa, Pancho, Audrey, Bruna y a nuestro gato, Mofi. Podréis ver que algunos prestan su nombre a varios personajes de esta pequeña historia.

ISBN: 978-84-936626-5-3 Depósito Legal:

Impresión: Tórculo Artes Gráficas, S.A. Vía Édison, 33-35. Polígono del Tambre 15890 - Santiago de Compostela

Impreso en España

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro en cualquier forma o medio sea electrónico o mecánico, incluida la fotocopia o grabación o a través de cualquier sistema de almacenamiento, sin permiso escrito de la editorial. (Diríjase al Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org, si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra).

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TURID, EL HADA DE LOS PERROS —¡Vamos niñas, levantaos, que nos vamos de vacaciones! Mamá nos llama desde la puerta de la habitación. Yo zarandeo a mi hermana para que se despierte de una vez, ¡es una dormilona! —Mmmm… ¡qué sueño!, ¡déjame un ratito más, anda! Ha terminado el curso y como cada año nos vamos de vacaciones a la casa de campo que tienen mis abuelos junto al mar. Me llamo Alejandra, tengo 8 años y os voy a contar una historia increíble que ocurrió el verano pasado. Tengo dos hermanos, Marta de 6 años y Martín de 2. —Canchi, Marta ¿habéis preparado ya vuestras cosas? Martín está desayunando y en poco tiempo nos iremos… Mamá sigue insistiendo, mientras va de un lado a otro sin parar. ¡Qué manía con llamarme Canchi! Eso se quedó para cuando era pequeña, me llamo Alejandra. Bolita, mi perra, está acurrucada junto a mí, la tapo con la sábana para que mi madre no la vea... ¡Uf!, ¡qué poco nos ha faltado esta vez! Todavía no entiendo por qué nadie deja que duerma conmigo. Es una perrita buena, pequeña y no se mueve en toda la noche.

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Mi hermana tiene a Pancho y a Colate también escondidos. Mamá está tan atareada que ni se ha molestado en mirar. Pancho y Colate son dos raterillos muy espabilados que Marta se encontró en un portal o eso dijo cuando llegó un día con los perritos a casa. Nuestros padres no podían contener la risa viendo cómo se esforzaba por inventar alguna historia triste, para conseguir quedárselos. En realidad eran del vecino, Juan, que había tenido una camada y aunque fueran macho y hembra, ella los llamó como su merienda favorita, el pan con chocolate, y Pancho y Colate se llamaron. A Bolita me la regaló Mateo, un hombre del pueblo. Cuando apareció con ella, fui la niña más feliz del mundo. —¿Cómo se va a llamar?- me preguntó. —¿Es para mí? dije, incrédula. —Bo, Bolita.

No se me ocurrió ningún otro nombre al ver aquella cosita negra, barrigona y graciosa que se me acercaba brincando. Bolita es una perrita mestiza, lista como ella sola, que pronto conquistó a toda la familia. Por las mañanas, va corriendo a despertar a mis padres para que se levanten y le den de comer.

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Turid, el hada de los perros Bajamos a desayunar y empezamos a ver bolsas y maletas por todas partes y un ir y venir de gente con los preparativos. ¡Qué divertido, íbamos a reunirnos los primos, con nuestros padres y los abuelos, todo el verano! En La Gruta, dormimos en camas enormes tres o cuatro niños, con Catalina y con la abuela. Ellas nos preparan pasteles y helados riquísimos. Catalina es alta, guapa y pelirroja. Nos gusta mucho ver como se suelta y se cepilla el pelo antes de irse a la cama. Nosotras siempre discutimos para ver a quién le toca peinarla. La pobre soporta nuestros tirones y se ríe a carcajadas. Los chicos se burlan y nos miran con cara rara ¿Por qué son tan diferentes los niños y las niñas? La abuela es muy divertida, se ríe mucho y casi nunca nos regaña. Nos encanta abrazarnos a ella por las noches mientras nos cuenta cosas de cuando era niña y vivía en el campo. Gracias a ella sabemos, por ejemplo, que cuando los pájaros se revuelcan en el polvo, significa que va a llover. Por la tarde sale a la terraza, se sienta en su mecedora y hace ganchillo. No sé cuántas colchas habrá hecho en su vida. Dice que hasta que no tenga una para cada nieto ¡no parará! ja, ja, ja… Nuestros perros no tienen prohibido subirse a las camas, tampoco permitido, pero si no hace demasiado calor, duermen con nosotros. Las normas no existen o no les hacemos mucho caso. Eso es lo que nos gustaría para el resto del año.

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Por las mañanas y algunas tardes, vamos a nadar, casi nunca hay nadie en la playa de la cueva. Es una playa pequeña y en la que algunos años la marea deja miles de cantos rodados. Por supuesto nos llevamos a los perros, que nadan con nosotros como verdaderos peces. Bolita es la más prudente, no se mueve de mi lado. A la cueva se puede entrar desde el agua. Es una aventura nadar casi a oscuras, imaginando toda clase de historias sobre piratas. Nando, uno de nuestros primos, es el más atrevido. Es un chaval espabilado, pecoso y travieso. Sus padres siempre le, advierten: “Nando, cuidado, no seas tan valiente…”. El sonríe pícaramente y no contesta, porque sabe que no lo va a cumplir…

También jugamos a buscar tesoros, que escondemos en una casita de piedra que utiliza Tomás para descansar, por la noche, cuando se lleva el rebaño de ovejas a pastar. Nuestros tesoros son unas piedras que brillan muchísimo con la luz del sol. Mi padre no les da ninguna importancia, no lo entiendo. Seguro que si las vendiera ¡le darían un montón de dinero! Cuando de noche hace mucho calor, nos tumbamos en la terraza a contar estrellas y a escuchar el tintineo de los cencerros de las ovejas que se lleva Tomás, con su inseparable perro, Turco. Turco, es un perro negro, grande y serio. Siempre se acerca a mi hermano pequeño, le lame la cara y se echa a su lado.

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Martín le hace alguna trastada, porque solamente tiene dos años, pero Turco se deja y además, lo busca. Mi madre no lo entiende y mira a Tomás un poco asustada, porque a este perro no suele gustarle la gente, en cambio, a él, lo adora. Tomás sonríe y se rasca la barbilla: tranquila, dice, no le hará nada; solamente lo cuida, es un perro pastor. Intenta explicarle que a los perros pastores también les gusta cuidar de los niños pequeños, como si fueran ovejas. A mamá le cuesta entender eso, pero Turco se tumba al lado de Martín, después de dar varias vueltas a su alrededor y le lame la cara. Les he pedido mil veces a mis padres que me dejen ir a pasar una noche al campo con él, Turco y las ovejas, pero no lo he conseguido jamás. ¿Por qué los mayores son tan testarudos?

Nos encanta verlo con la manta sobre el hombro, la gorra puesta, el bastón, Turco y el rebaño de ovejas alejándose al anochecer. Tomás es un hombre serio, pero los niños estamos siempre a su alrededor. Después de comer, bajamos a su casa, a escuchar sus historias sobre perros, antiguas leyendas de ladrones que se escondían en cuevas cercanas o sobre personajes fantásticos que cuidan de los animales del campo. Su sonrisa misteriosa y su tranquilidad, nos gustan mucho.

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Turid, el hada de los perros —Tomás ¡cuéntanos otra vez la historia del hada de los animales! —Sí, sí, ¡cuéntala, cuéntala! —Bueno, chicos, calmaos. Esta vez la contará… Alejandra. Entonces yo, sin saber cómo, empecé a hablar: Había una vez una hada… ¿ya sabéis como nacen las hadas..., no? Cada vez que un niño se ríe por primera vez, la risa se rompe en pedazos y cada uno de ellos es un hada…”. —¡Es el cuento de Peter Pan!, gritó Carmen. —¿Qué estás diciendo?, contestó Nando. —Callaos niños, dijo Tomás… —¡Guau, guau, guau! — Bolita, Pancho y Colate se ponen nerviosos, ¿no lo veis? Turco, en cambio, abrió un ojo, pero volvió a sumirse en su plácido sueño… —Pues, os contaré la historia de un hada muy especial, un hada que nació cuando un perrito estornudó por primera vez… —¡Basta ya de tonterías!, dijo esta vez Regina. —Pero, ¿los perros estornudan?, preguntó Manole con cara de sorpresa.

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—Tomás, Tomás, ¡cuéntala tú! —¡Guau, guau! —Niños, niños, qué ocurre, dejadla hablar… Tomás se divertía de lo lindo con nosotros y esperaba impaciente lo que se me podría ocurrir después. —“Hace mucho, mucho tiempo, en una casa de campo como la nuestra vivía una perra llamada Cuba con sus 8 cachorritos. Cuba era una madre muy buena que estuvo lamiendo y limpiando uno por uno a sus cachorros y dándoles de mamar nada más nacer.

Una noche muy fría Polo, el más pequeño de todos, se puso enfermo. El pobre temblaba tanto que su madre y sus hermanos se acurrucaron a su alrededor para calentarlo. Temían que el pobre Polo no lo pudiera soportar y después de pasarse horas temblando y estornudando, en uno de estos estornudos, salió de su nariz algo parecido a una luz. Todos se quedaron boquiabiertos, ¡la lucecita salió volando! —¡Ya no sé ni lo que veo!, pensó Cuba. Tengo que descansar para tener fuerzas mañana. Estaban tan rendidos que la madre y sus cachorros se quedaron dormidos. Al despertar, la luz se había hecho más grande. Estaba justo encima de Polo, dándole calor y protegiéndolo.

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Cuba se acercó cuanto pudo y vio una figura humana entre los destellos: ¡era un hada! —Así empieza la historia de Turid, el hada que entiende a los perros y cuida de ellos. Tomás no podía creer lo que estaba oyendo. Mis primos se quedaron boquiabiertos con la historia. ¡Yo también! ¿Qué me ocurría? ¿Quién dictaba aquellas palabras que salían de mi boca? La sensación era muy extraña… —Continúa, continúa… —¿Y qué más?..., dijo Nando. Yo seguía hablando, como si me sobraran las palabras… —A la mañana siguiente, Polo estaba mucho mejor y a la semana estaba recuperado.

Cuba estaba tan contenta que no hacía más que darle las gracias al hada. —Pero ¿los perros hablan?, preguntó Carmen de nuevo. —¿Cómo lo hacen? —Los perros no hablan con palabras, como tú y como yo, decía muy segura, lo hacen de otra manera. Si Turid los entiende perfectamente, nosotros, si