el diario de Milos
Pere Gimenez
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Estaba solo, desorientado, tenía frio y sentía tristeza, Este es el comienzo del final de Milos, estaba en la cárcel desde hacía 2 años por un caso de Estupro pero él no tenía la culpa, el amor no entiende de edades. Y el pensó, si solo se llevaban 3 años de vida, porque no podían estar juntos, ella le negó su amor pero ya lo habían consumado y cuando se enteró la policía fueron a buscarlo y le encarcelaron en esta habitación de pladur.
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En su pequeño rincón de esa grande cárcel, se encontraba un callejón donde el clima hacía unas vistas preciosas. Disfrutaba de las personas que paseaban, sacaban la basura. Le gustaba imaginarse paseando por esas interminables calles saludando a todo el vecindario y charlando en el bar de la Pepa con sus hermanos y amigos.
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No le gustaban los días como estos, las calles mojadas, el frío en el interior. A él le gustaban más los días en que por la mañana entre los barrotes entraban rayos finos de luz que empezaban a calentarle los pies desde primera hora de la mañana, que al cabo del rato iban subiendo por todo el cuerpo y le hacían entrar en calor. Al llegar el mediodía veía a las familias salir de las casas para dar una vuelta e ir a comer a un restaurante.
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Sobre los tejados ya comienza a caer la poquita nieve que indica la salida de la cárcel de Milos, aún el pobre no se lo cree y este día se lo pasa recordando anécdotas de la cárcel. Hubo una vez que el pobre se metió en líos y una banda sudamericana le empezó a golpear, no fue mucha cosa, cuatro puñetazos en el pecho y una herida superficial en la cara. Otro día se acordaba de las noches de frio invierno con solo una manta de lana y esa almohada como si fuera un bloque de hormigón que sin darte cuenta, te podía abrir la cabeza.
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A tres dĂas de salir de esta pocilga, Milos pensaba en Ainhoa y pensaba en que ahora que ya era mayor de edad para tener una relacion estable con ella. Pensaba en alquilar un piso juntos, tener un hijo casarse con ella y todas las cosas de enamorados que te puedas imaginar. Pensaba en las noches frĂas, como esta, con una manta, al lado del fuego junto a ella.
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Entre los barrotes existe una persona triste, es Milos, se acaba de enterar de que la persona que lo venía a ver frecuentemente acaba de tener un accidente de coche y está gravemente herida. Es su madre y él la quiere mucho, espera que se recupere y que aguante ya que mañana estará fuera y la podrá ir a verla. Este accidente le ha hecho recordar le muerte de su padre, el tenía 12 años y aún no entendía lo que era la muerte. Entonces su abuelo le dijo una frase que le marcará toda la vida: “La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo.”
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Porfin llegó ese día que Milos esperaba desde hacía tanto tiempo. Vinieron dos guardas y sacaron a Milos de entre los barrotes, lo llevaron a la ventanilla y le dieron sus cosas: el móvil, las llaves del coche, la cartera… Al salir lo primero que hizo fue localizar el teléfono de Ainhoa, pero al llamarla nadie contestó. Entonces cogió su Renault y se fue por las calles en busca de ella. Cuando llego, se paró en el bar de la Pepa y se encontró una imagen horrible: Ainhoa estaba con un hombre, su nuevo novio. Lleno de tristeza, se fue dirección hacia el hospital pero cuando arrancó el coche, una llamada del hospital le acabó de rematar: su madre había muerto finalmente. Milos muy triste pensó que no tenía a nadie en este mundo ni una persona que le amara. Roto de dolor, sin saber qué hacer, se fue a la parte de lo alto de un puente, estuvo un rato pensándolo seriamente y dio un paso hacia delante hacia el final de Milos.