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El grumete

Diferencias de edad

Aida Sandoval

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engo una amiga que se ha enamorado. Sí, sí, una de esas pasiones arrebatadoras que te sonrojan la piel y moldean tu humor dejándote pletórica. Llevan juntos cinco meses y lo que empezó siendo un juego a principios de pandemia, un “bueno… como no hay nada mejor que hacer…” continuó con llamadas, videollamadas, mensajes y mucho esfuerzo para intentar que la separación no acabara enquistando lo que podría ser. Resulta que ahora que estamos en una fase avanzada de desescalada se han vuelto a ver y saltan chispas entre ellos, son pura química que solo con la mirada crean un aura a su alrededor del que estamos excluidos el resto de los mortales. Cada vez que me cuenta alguna historieta o algún plan, sonrío con candor, percibo su ilusión y pienso en la envidia que podría darme —envidia de la que duele— si no fuera porque sé que el cuento de hadas va a terminar en tragedia. ¿Por qué? Pues porque él tiene catorce años menos que ella y eso no se sostiene en nuestra sociedad ni en nuestro código de pareja.

Y digo yo, si fuese al revés la diferencia de edad, si él tuviese catorce más que mi amiga, ¿pensaría en el mismo final? Porque no se puede negar que está mejor aceptado ser nosotras las jóvenes, las inexpertas, y eso no llama tanto la atención. Pero dejando a un lado esa duda, me acosan varias más como por ejemplo qué les puede unir, qué pueden tener en común separándoles más de una década, siendo él casi un recién licenciado universitario y atesorando ella antigüedad laboral, un divorcio y una hipoteca. El enamoramiento es todo un misterio, una búsqueda profunda de patrones aprendidos en la infancia, de roles que hemos interiorizado y deseos no satisfechos. Hay quien busca un padre, otros, el hijo que nunca tuvieron, ¡qué sé yo! Para eso hay miles de teorías y de profesionales que pueden hilar el subconsciente hasta tejer una bufanda; sin embargo, yo sigo creyendo en la casualidad, en la chispa que surge entre dos personas desconocidas, en esa comodidad que se siente como si hubieras llegado a casa.

Ahora bien, no dejo de darle vueltas al tema, de sentirme injusta abocando algo tan maravilloso a un final predecible de sufrimiento y separación; me siento negativa y con el patriarcado enraizado en mi cabeza. ¿Acaso nuestros padres no se sacaban una diferencia

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