Isaías Covarrubias Marquina
e dispones a leer esta carta y creo entenderás que no podía escribirte de otra manera. Una amiga en común en nuestro país me ha contado que emigras en unas semanas, por eso el remitido lleva el sello de entrega urgente. Ella no mencionó el lugar donde te marchas, debes de tener el secreto bien guardado, siempre fuiste de abrigar misterios que te envolvían. En un tiempo llegó a gustarme el misterio escondido en tus silencios, se me antojaban de una rara belleza, parecidos a alguna imagen capturada en mi trabajo como fotógrafo, cálida y fría a la vez, una imagen de la que difícilmente puede decirse algo con palabras. Quizás sea cierto lo dicho por aquel filósofo, que los límites del mundo, real o imaginado, son los límites de las palabras que podemos expresar. Pero las imágenes, los silencios, son otra forma de hablar, especialmente entre los amantes. Unos amantes pueden navegar por un mar calmo, contemplando el horizonte, o en medio de un mar turbulento que avisa un naufragio. Cuando naufragamos entendí que lo nuestro se estrelló contra el peso muerto dejado por las palabras que dijimos y no dijimos. Fui consciente de que aun sabiendo lo que te dije, nunca podré saber lo que tú escuchaste. En cambio, tu silencio se volvió atronador. Tus miradas, tus gestos se llenaron de verbos y adjetivos, te desnudaban más que tu cuerpo presto a penetrar en el laberinto que cada noche nos hacía recorrer el deseo. Por un tiempo 75