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Alejandra Zuccolotto

El cuerpo del delito: El acontecimiento de Annie Ernaux

Alejandra Zuccolotto Rodríguez

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Annie Ernaux, El acontecimiento. España: Tusquets Editores, 2019, 119 págs.

nnie Ernaux (Francia, 1940) es autora de numerosas obras aclamadas por la crítica, como Pura pasión (1992), La otra hija 2014), Memoria de chica (2016), etc. Recientemente fue acreedora del Premio Formentor de las Letras 2019, convirtiéndola así en la primera mujer A en recibirlo en esta segunda etapa del galardón iniciada en 2011 (El Cultural, 2019). El jurado, conformado por Antonio Colinas, Víctor G. Pin, Elide Pittarello, Marta Rebón y presidido por Basilio Baltasar, afirmó que su obra es “un implacable ejercicio de veracidad que penetra los más íntimos recovecos de la consciencia”, lo que dio oportunidad a que muchos de sus relatos hayan sido reeditados y traducidos a otros idiomas. Tal es el caso de su novela El acontecimiento, publicada por Tusquets en 2019. En ella, al igual que en la mayoría de su obra que es esencialmente autobiográfica, Ernaux, a partir de su propia experiencia, pone sobre la mesa una temática de carácter social y que nos atañe en la actualidad en materia de salud pública: el aborto clandestino. Emaux decide escribir esta novela “Porque por encima de todas las razones sociales y psicológicas que pueda encontrar a lo que viví, hay una de la cual estoy totalmente segura: esas cosas me ocurrieron para que diera cuenta de ellas.” (p. 114). En 1963, mientras estudiaba la universidad en Ruan, al noreste de Francia, descubre que está embarazada. Durante octubre de ese año se mantiene a la espera de una menstruación que no llega. La palabra “NADA”, escrita en mayúsculas y subrayada comienza a invadir su agenda, por lo que el 8 de noviembre asiste con el doctor N, quien a través de una llamada telefónica le da la noticia. Este aviso, lejos de darle tranquilidad, orilla a nuestra protagonista a emprender una incesante búsqueda por toda la ciudad de algún médico que le ayude a terminar con ese embarazo no deseado. Sin embargo, el golpe de realidad le enseña que las chicas como ella, sin dinero ni relaciones, estropeaban el día a los médicos: “les obligábamos a recordar la ley que podría llevarlos a la cárcel y prohibirles para siempre el ejercicio de su profesión” (p. 43). En 1963, Francia era un país que aún no despenalizaba el aborto; fue hasta 1975 con la aprobación de la Ley Veil promovida por Simone Veil, que se garantizó el acceso a la interrupción del embarazo durante el primer trimestre. La incertidumbre y la desesperación ante la imposibilidad de encontrar un doctor que la auxilie, la lleva a pensar y practicar soluciones que escapan del sentido común, como los ganchos para tejer, que ofrecen una alternativa riesgosa, pero que está decidida a tomar: “Frente a la perspectiva de

una carrera truncada, la imagen de una aguja de hacer punto dentro de una vagina carecía de peso […]” (p. 43). Antes de tomar una decisión final, expone su problema a otros bajo la esperanza de que se apiaden y le ofrezcan alguna solución, pero esto sólo concluye en situaciones de intento de abuso: su presunto amigo, miembro de una asociación semiclandestina en pro de la lucha por la libertad anticonceptiva y la planificación familiar, se presenta como una puerta de salida de su calvario. No obstante, al enterarse de la condición de la protagonista busca la mínima oportunidad para tener relaciones sexuales con la seguridad de que no la dejaría embarazada pues ya lo estaba. El episodio evidencia una masculinidad que categoriza a las mujeres entre las que no se sabe si aceptarán acostarse o no y las que definitivamente ya lo han hecho y por lo tanto no se negarán. En El acontecimiento, Annie Ernaux traslada una vivencia individual e íntima al campo de la colectividad, y esto lo consigue sin ningún tipo de pathos, es decir, evita completamente cualquier rastro de sentimentalismo y moral. Por ejemplo, la escena de la mujer de cabellera gris que se encarga de practicarle el aborto, la narra ausente de dramatismo y juicio, pero sin eliminar el impacto brutal del momento. Es a través de imágenes concretas e intensas que la protagonista denuncia la moralina de una sociedad en una época que parece estar a favor de la ley y en contra de las mujeres, a quienes no se les permite ejercer su sexualidad libremente y castiga a quienes deciden hacerlo. Dicho panorama resulta interesante, ya que es fácilmente trasladable a diversos países en la actualidad, donde la práctica del aborto es duramente castigada tanto para quienes lo practican como para quienes auxilian a esas mujeres. En México, por ejemplo, hasta apenas hace unos días el aborto era legal en 3 estados de los 33, hasta que el 20 de julio de 2021 Veracruz pasó a ser el cuarto estado en despenalizarlo. Con esta obra, la autora rompe con un silencio de 40 años para plasmar la realidad que comparten varias mujeres y que sigue vigente hasta ahora. Ernaux encarna la consigna “lo personal es político” de Simone de Beauvoir, donde la clase social juega un papel importante en el destino de muchas, pues ésta puede garantizar el acceso a ciertos derechos y recursos o simplemente negarlos. Así lo deja ver a lo largo de su relato, donde para la protagonista existen dos razones por las cuales no desea continuar con el embarazo: la primera, porque no lo desea; y la segunda, porque hacerlo significaría dejar de estudiar y anclarse a una vida de la cual ya se estaba alejando, una llena de carencias y falta de oportunidades. Continuando con los paralelismos entre la obra y el contexto de México, estadísticas expuestas por UNICEF muestran que 9 de cada 10 adolescentes embarazadas se ven forzadas a abandonar sus estudios, lo que afecta directamente su oportunidad de desarrollo tanto personal como profesional. Sin embargo, esto va más allá, pues cual efecto dominó dicha situación afectará también al hijo, quien no dispondrá de las herramientas necesarias para un buen desarrollo, pues la misma madre no las posee. Otro factor a considerar es que, en este mismo contexto, las adolescentes enfrentarán situaciones que vulneran sus derechos, como la violencia sexual, matrimonio forzado y la falta de información acerca de métodos anticonceptivos (UNICEF, 2018).

Este libro resulta valioso, ya que expone de manera excepcional la problemática de clase y género en Francia en la década de los sesenta, y que puede ser trasladada a la actualidad en lugares como nuestro país, donde el derecho de las mujeres para decidir sobre su propio cuerpo se aplica a unas cuantas, poseedoras de capital económico que les permite viajar a otros países en los cuales es legal y así evitar ser juzgadas por una sociedad conservadora. Esto mientras mujeres de bajos recursos deben acudir a la clandestinidad, arriesgándose al escarnio público y la cárcel si son descubiertas en su tentativa por interrumpir un embarazo no deseado.

Alejandra Zuccolotto Rodríguez. Licenciada en Psicología por la Universidad Veracruzana y estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas en la misma institución. Colaboradora de la revista Pérgola de Humo.

La Chata

Paula Busseniers

l muchacho sabe que va malherido. Casi desearía que de una vez lo hubieran matado allá en su pueblo. Malditos narcos, pensó, no pueden ver que alguien se gane la vida sin hacer tranzas. Tenían que fijarse en mí, llegar a amenazarme, a pedirme dinero, eso que llaman E “cobro de piso”. Precisamente a mí, yo que pagaba dos metros cuadrados en el tianguis del domingo. Ni que vendiera mucho café. Todos en el pueblo venden café, lo poquito que logran cosechar, tostar de a poquito en la lumbre de la casa y malenvasar en bolsas de plástico sin nombre. ¡Malditos narcos! ¿Cómo se atreven a extorsionar a uno que no tiene nada, y cuando ven que uno no se doblega, lo abrazan por detrás y sacan la navaja para rajarlo? Regresaremos, me espetó un gordo, y si no pagas, te irá peor. ¡Verás! Los del tianguis no se dieron cuenta, o se hicieron los occisos. Él apretó su mochila contra la herida y salió corriendo a casa de su madre. El chico, de unos quince años apenas, contiene un sollozo mientras se sujeta con firmeza contra el vagón de carga del largo tren que abordó en la curva donde los trenes tienen que disminuir la velocidad. Él jamás se había subido antes a uno. Se encaramó como pudo, sólo para darse cuenta de que todos los vagones estaban atrancados y que tendría que viajar de polizonte al aire libre, entre dos vagones cerca del final del tren. Está muy asustado, apenas se mantiene en pie, la herida le da punzadas, la sábana que su madre le amarró está empapada de sangre fresca. Y ese maldito olor a fierro, ¿o es su sangre que huele tan feo? El tren va subiendo lentamente la montaña, en la oscuridad de la noche. Queda atrás el calor de su tierra. De súbito, el cielo abre sus compuertas y una racha de aire helado estremece al muchacho. Se agarra con más fuerza a la barra de hierro frente a él, aunque ya no la distingue. Sabe que le está incrementando la fiebre. No logra ordenar sus ideas. Poco hay que ordenar: sabe que no tiene futuro, y tampoco podrá regresar. Escucha los aullidos lastimeros de su perra, La Chata, un animalito vulgar, recogido en la calle, con una pata más corta que las otras tres. ¡Pero era su perra! ¡Su compañera! La que dormía a sus pies y le hacía fiestas cuando regresaba del campo. ¿Todavía estará con vida? Cuando llegó sangrando a casa, La Chata supo que su amo estaba en peligro. Esa dulce compañera no le quitó la vista. Cuando contó a tropezones a su madre lo que había pasado en el tianguis, ésta se empecinó en que su hijo debería salir del pueblo sin que nadie supiera. Tramó el plan como si toda la vida hubiera anticipado el acontecimiento. Lloró con furia, suplicó a sus santos predilectos, para luego lamentar en voz baja lo ocurrido. Cerca de medianoche echó a su hijo de la casa, casi a golpes. La Chata parecía entender que su amo se iría para siempre, empezó a gemir, y luego a aullar. Su

madre se aterró. Los vecinos no debían enterarse de la huida del hijo, por ningún motivo. Al vecino de enfrente siempre le sobraba dinero para tragos y droga; seguro andaba en malos pasos, seguro tenía que ver con la banda que amenazó a su hijo. Mejor que se vaya su muchacho, ay, de apenas quince años. Mejor que nunca lo vuelva a ver. Mejor despedirse ahora que verlo muerto o saberlo desaparecido. La Chata no dejó de ladrar y gimotear. Pinche perra, había dicho su madre, y le asestó un certero golpe con la silla de la cocina, mientras empujaba al hijo fuera de la casa y él había corrido por unas oscuras veredas hacia la curva donde pasaría más lento el tren, pensando en ese animalito que a nadie hacía daño. Va acelerando el tren. Parece que ahora va de bajada. Hay muchas curvas pronunciadas, pero el maldito maquinista no aligera el paso. El malherido, cada vez más cansado, más confuso, se aferra a sus recuerdos de la única criatura que siempre lo amó. Añora la presencia de La Chata. Hace un gesto para abrazarla. Tambalea. Cae por el hueco entre los dos vagones hacia los rieles de la vía.

Paula Busseniers (Leuven, Bélgica, 1947). Co-traductora de Huesos de jilguero, antología poética de Janet Frame (UV, 2015). Ha publicado poemas en La Palabra y el Hombre y en La Coyolxauhqui; traducción de poesía en Tintero Blanco y Pérgola de Humo; cuentos en Tintero Blanco, Monolito, Campos de Plumas, Pérgola de Humo; y haikús en Tema y Variaciones de Literatura (UAM).

El cuerpo del delito: El acontecimiento de Annie Ernaux

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