REVISTA CULTURAL I Año 1 I Número 1 I 03 DE ABRIL DE 2022
LA LITERATURA BOLIVIANA PONE SUS CARTAS SOBRE LA MESA
Cinco novedades editoriales en novela, poesía y ensayo hacen prever un auspicioso 2022 para las letras y las parece repuntar con novedades sobre Medinaceli y una colección de crónicas existencialistas alteñas.
PÁG. 4-5
EL AMOR DEL DESAMOR LAS OVEJAS NEGRAS DE TUPIZA MARCELA ARAÚZ: VISCERAL EL PAPIRRI & DAVID PORTILLO
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EDITORIAL Si te encuentras con La Trini… Tomamos una frase de las emblemáticas estrofas que Jaime Sáenz desliza en la profunda Felipe Delgado, devenidas en cueca patrimonial, “No le digas”, para decirlo todo, o más bien, para decirles que el arte y la cultura están más vivos que nunca y queremos testimoniarlo en estas páginas, que hoy, después de un largo periplo, llegan a ustedes. La Trini se presentará en versión impresa y digital para, desde la crónica, la reseña, la crítica, la entrevista y el reportaje, entablar un diálogo fecundo con quienes constituyen la médula de este espacio: los realizadores del arte en un medio que, lo sabemos, les es esquivo, cuando no hostil. La revista procura ser un espacio de difusión, discusión y proyección de las artes y culturas bolivianas, de sus autoras y autores, de sus obras, procesos, encuentros y eventos. Nuestras secciones buscan abarcar las principales expresiones relacionadas al arte y a la cultura, con un énfasis –natural y necesario– en la producción hecha en Bolivia. Así, en nuestras páginas verán designadas las distintas áreas del quehacer cultural de esta manera: Takiy (música), Oga (patrimonio tangible e intangible), Rimay (literatura), Maki (artes plásticas, gráficas y fotografía), Ajanu (artes escénicas), Naira (cine y audiovisuales) y Ará (agenda de eventos); los bautismos con palabras en nuestros idiomas originarios más extendidos, el quechua, el guaraní y el aymara, no son casuales, y encarnan un homenaje y un recordatorio permanente de las raíces a las que nos debemos. Agradecemos aquí, públicamente, a nuestros asesores en la búsqueda de estos preciosos términos: Marisol Díaz (quechua) y Daniel Moreno (guaraní). Extendemos una invitación a actores y gestores culturales, a instituciones públicas y privadas, a fundaciones, bibliotecas, centros culturales, centros de formación artística, galerías y espacios vinculados a la producción que hoy nos congrega, y nos impulsa a proponer este medio, para hacernos conocer sus actividades y eventos, para poder reflejarlos en la medida del espacio con que aquí contamos y de nuestras posibilidades. Y agradecemos hondamente, de antemano, a nuestros colaboradores, que con sus diversas perspectivas aportarán a lograr un panorama más amplio de sus respetivas áreas de experiencia e interés. Estas páginas están abiertas a firmas que ya se irán conociendo al compás de nuestras ediciones semanales. Un agradecimiento especial al periódico Ahora el Pueblo, que alberga nuestra edición dominical impresa, no solo por la oportunidad de llegar a una amplia gama de lectores sino por dar un espacio a un nuevo medio cultural. Sostenerlo es el desafío que se nos plantea ahora. Si se encuentran con La Trini, léanla, sean parte de esta aventura. Nosotros trabajaremos semana a semana para llevarles lo más destacado de la pulsante cultura nacional. Para eso estamos. Es una producción de Parque Astral Comunicaciones. Dirección: Vadik Barron Rollano Diseño Gráfico : Vadik Barron Redes: Álvaro Barron Rollano Colaboran en este número: Martín Zelaya / Marcela Araúz contacto: la trinicultural@gmail.com facebook: LaTrini
Orígenes. “Soy de Tupiza. Me llamo Aldrin Sivila y mi proyecto musical empezó en Cochabamba cuando estaba en la universidad”, comienza a contar el cantante y compositor, un personaje que “tiene más horas en guitarreada que sobre el escenario”, según bromea Iván Alfaro, su contrapunto en esta interviú, también conocido como Napo, por derivación del nombre de otro proyecto musical pujante que fusiona el rock y el teatro: Napoleón se fue a Marte, en el que canta, compone y dirige. Aldrin, el Oveja, es un tipo divertido que habla muy en serio; y ello se expresa en sus canciones que tienen esa amalgama curiosa entre desenfado y profundidad. Si bien la banda solo ha editado oficialmente un disco “profesional” (Revolución Mental, Discolandia, 2019), tiene en su haber años de conciertos, siempre circulando por el lado under del rock. El nombre de la banda parece remitir a ese enmarañado cabello: “mi viejo me decía oveja, de niño –eres la oveja negra de la familia–, ese nombre ya venía dando vueltas en mi cabeza”, relata, y arroja luz sobre algunos datos de sus inicios musicales: “eso fue el 94 o 95. Luego me fui a Brasil, un añito, allí hice un taller de composición en la Universidad Tom Jobim, de Sao Paulo (N.d.E.: Universidade Livre de Música Tom Jobim), y creo que ese cursito me sirvió bastante, parece, porque cuando regresé, empecé a darle más seriamente a la música”. Aldrin: “Luego dejé la universidad y me fui a Tupiza. Ahí me puse a componer más temas, luego conocí a Iván (Alfaro) y con él empezamos a tocar. Después me lo presentó a Ramiro, su hermano, y ya con él más hemos empezado a laburar las canciones mientras Iván trabajaba en su proyecto Napoleón se fue Marte. Nos quedamos con Ramiro, pero Iván siempre ha estado ahí con nosotros; últimamente, más sólidamente hemos estado trabajando. De bateristas, han estado Pepito (Padilla), Alan (Daviú) y ahora Ozzy (Osmar Ballesteros), pero sí, ya está más sólida la banda”. Influencias. En las canciones de Las Ovejas se sugieren ritmos tradicionales como la tonada que, con tratamiento y espíritu rockero, desembocan en una música oscura y festiva a la vez, densa y agridulce, como la chicha. Sin embargo, estos dos se burlan de las etiquetas: Iván: “Así, en forma de chiste, salió decir que nosotros hacemos rock reggae rural. Ahí se quedó y se pasó la voz y ahora nos conocen por rock rural”. Aldrin: “Pueblerinos” (risas). Pero las referencias musicales están claras: “desde niño he escuchado rock (…), y yo creo que eso ha ayudado bastante para poder fusionar sonidos, ritmos, y después también he explorado mucho el folklore, ¿no?, (…) sus tinkus de Luis Rico me han ayudado mucho, Alfredo Domínguez… entonces de todo eso que he ido escuchando he ido sacando una ensalada de ritmos”, precisa, impreciso, Aldrin. Revolución Mental. El único disco suyo que se puede encontrar, en cd y plataformas virtuales, tuvo un proceso de grabación bastante accidentado. “Escogí Discolandia por su sello y porque es conocido y tiene peso y puedes sonar en sus radios, ¿no? (…) Se presentaron varios obstáculos, la cuestión económica, el tiempo, ahí no te perdonan ni un minuto, tienes que tratar de hacerlo lo más rápido posible y, como ninguno vivía en La Paz, ha sido jodido”. Ese impasse con su primera experiencia en estudio, sin embargo, terminó empujando a la banda a encontrar su camino en –adivinan– el camino. Iván lo enuncia clarito: “Las Ovejas Negras no es un grupo de discos, sino es más de sonar en vivo. Presentar el disco y tratar de distribuirlo no ha sido mi primera opción, sino aprovechar el momento para constituir realmente la banda, y creo que el público también por fin ha podido ver un grupo. De ahí para atrás, si ves, a veces tocábamos los dos, a veces tocaban el Ramiro y el Oveja, yo creo que la gira ha sido como decirle al público: ya está, el grupo se ha consolidado”.
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LA REVOLUCIÓN DE LAS OVEJAS NEGRAS
La Movida. “Hemos conocido a un amigo en Santa Cruz que tiene un estudio de grabación y hemos hablado de grabar un disco allí. Con este otro disco vamos a seguir tratando de expandir nuestra música, llegar lo más lejos posible”, se entusiasma el Aldrin, que tiene a su cargo, de una manera natural y asumida por la banda, la autoría en letra y música de las canciones, que cada vez llevan más público a los conciertos. “Ensayar, tocar, grabar… son tres cosas que queremos hacer. Y la grabación tiene mucho que ver también con el hecho de que el Aldrin tiene bastantes temas. Podríamos hacer cinco discos tranquilamente, la idea sería registrar eso, que no se pierda en el tiempo, y en eso estamos. Pero creo que lo que tiene que madurar, ahorita, es el sonido de la banda. Ya suena, las canciones son buenísimas, pero creo que esa solidez se está trabajando todavía. Y una grabación, desde mi punto de vista, sería mejor en vivo, toda la banda”, apunta Iván. Por la actitud rebelde e independiente y su porfía por tocar material propio, las Ovejas han ido generando una movida alrededor. Por donde quiera que vayan comparten escenario con bandas, la mayoría emergentes, con las que comparten afinidad musical, equipos, fans loquitos y afters. “En el camino vamos descubriendo gente que está en la misma movida, que se inspira con nosotros y ya tiene su banda. Hemos encontrado muchas cosas así, gente que se está articulando en torno a lo que estamos haciendo, y es un gusto para nosotros”, señala Iván. Y, por supuesto, el Oveja reflexiona sobre el presente y el futuro: “después de grabar este disco, quiero expandir más la música. Tratar de salir de Bolivia. Querer vivir de la música es jodido. No da. Se han hecho como camarillas, igual que en el fútbol, no quieren dar cabida a las nuevas bandas fuera de su círculo. Entonces, querer vivir de la música en Bolivia, pucha, es arañar. Tal vez en otros países valoran más el arte, no solamente pensando en lo económico, sino también en difundir lo que hacemos. Es el propósito de nuestra música, que llegue el mensaje. Hay gente que ha cambiado de vida por escuchar nuestras canciones”.
Ante la emergencia sanitaria global y la complicada realidad política y social del país en los últimos años, esta banda ha logrado lo que pocas: generar espacios y audiencias propios y viajar de ciudad en ciudad. Desde su experiencia denuncian: “(en) esta pandemia todos se han olvidado de los artistas, (ellos) se han vuelto hamburgueseros, se han vuelto deliverys, no ha habido apoyo del gobierno para seguir apostando por la música”. Y así, pasa lo que viene pasando desde hace generaciones, como detalla Aldrin: “hay algunos que se cansan de darle amor al arte y dicen: tengo que hacer mi casa, tengo que pensar en mis hijos o en mi familia y chau música, y ponerse la corbata o agarrar cualquier herramienta y chau sueños”. Iván profundiza en la problemática: “cada vez está más fuerte en nuestra cultura el pensar que ser artista no significa nada. Pero cuando estás metido en el medio te das cuenta de que esa misma gente que te está diciendo que te vas a morir de hambre es la que no te quiere pagar, es la que está menospreciando el valor y la importancia que tiene, a nivel social, un artista. Todo el tiempo hay que estar lidiando con eso. Está tan metido ese estereotipo del músico (al) que le das dos jarras de trago y te lo va a tocar toda la noche… y eso cansa, eso estresa, eso jode, ¿no?”. La caída del sol llega con una declaración de principios que, acaso, renueva la tradición de ir contracorriente y el debate perpetuo del ejercicio del arte en Bolivia: “hay harto de revolución mental al decir: yo me hago cargo de esta decisión que he tomado de hacer música, de expresar lo que pienso a través de lo que me gusta hacer, pero, a la vez, hay una necesidad básica que hay que cubrir. De ahí surgen los problemas materiales. Porque, del otro lado, yo creo que estamos muy satisfechos, y esa también es la chispa que nos inspira a seguir y buscar opciones (…) es tan gratificante que una persona te diga: ‘me has cambiado la vida con esta canción’ o ‘he ido a tu concierto y me han dado ganas de hacer música’, ese es el impacto, ¿no?”. Debajo del radar de las celebridades, esto está ocurriendo, y reivindica el espíritu comunitario de la música “aquí, allá, donde sea”.
Fotografías. Valeria Reznicek
Conversamos con Aldrin Sivila, (cantante, guitarrista y compositor) e Iván Alfaro (bajista) de Las Ovejas Negras de Tupiza, en una sala pequeña y fresca, cercana a la plaza Osorio, la placita donde se fundó VADIK BARRON Cocha, despuecito de la iniciativa independiente del Festivalle, que juntó bandas con propuesta propia en Tiquipaya. Hablamos – precisamente– de fundaciones, de inquietudes, de la porfía del camino del artista y de las proyecciones de una de las bandas más interesantes y vigentes del rock boliviano actual, que se ha ganado su lugar a pulmón y que ha girado casi por todo el país, contra viento y pandemia.
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Cinco libros cinco Arranca con todo el año literario editorial boliviano
MARTIN ZELAYA
Las principales editoriales del país acaban de lanzar sus primeros títulos de 2022, y arrancaron por lo alto. Un repaso a las novedades nos permite, de refilón, un repaso a las razones que sostienen el buen momento de las letras nacionales. “Medinaceli es esencial para la crítica literaria boliviana porque se ha inventado lo que llamamos la literatura boliviana”, escribe Luis Cachín Antezana. Y en innumerables tertulias mejora esta certeza: “si Gabriel René Moreno se inventó Bolivia, Carlos Medinaceli se inventó la literatura boliviana”. La importancia de Medinaceli es capital para las letras de este país, mucho mayor de la que se le reconoce, siendo que es conocido –y no poco– sobre todo por su única novela, La Chaskañawi. Y siendo que su prolífica producción pese a su corta vida de 50 años, fue sobre todo ensayística y que en gran medida se publicó después de su muerte. Por eso es más que trascendente la publicación de Ensayos reunidos, el volumen 1 de su Obra completa, en una edición de Ximena Soruco, publicada por el Instituto de Investigaciones Literarias de la Carrera de Literatura de la UMSA y Plural Editores. Estamos arrancando el cuarto mes del año –¡Ya, tan rápido!–, pero como a los bolivianos nos gusta decir: el año no arranca hasta que pasa carnaval. Es así que, en el lapso de pocas semanas, entre fines de febrero y fines de marzo, las principales casas editoras nacionales iniciaron su 2022 con lanzamientos a cuál más interesante. Acompañan a los ensayos de Medinaceli otros dos libros de no ficción –tendencia clara en la producción escritural del país–: Los hijos de Goni (Sobras Selectas), de la alteña Quya Reyna y Huaco retrato, un best seller en Perú y España, de la autora peruana Gabriela Wiener, en una edición exclusiva para Bolivia a cargo de Dum Dum. La ficción está muy bien representada por Guillermo Ruiz Plaza con su novela El hombre tocado de viento (3600) y la poesía por Kirki Qhañi (El Cuervo) de Elvira Espejo. Arranque editorial-literario más que auspicioso, entonces, que viene solo a confirmar o dar continuidad a lo que fue un más que solvente 2021. Y es que el año recién pasado salieron de imprenta títulos como El llamo blanco (La Mariposa Mundial), de Jesús Urzagasti; Hacer y cuidar. Lecturas de Jaime Saenz (La Mariposa Mundial), de Luis Antezana, por seguir con la no ficción, y novelas como Miles de ojos (El Cuervo, 2021), de Maximiliano Barrientos, un relato fantástico del subgénero weird fiction; Cuando vi la sangre (3600), de Lourdes Reynaga y De esta noche no te
Ensayos reunidos. Obra completa Vol. 1 Carlos Medinaceli Ximena Soruco (editora) Carrera de Literatura (UMSA) - Plural Editores
marchas (3600), de Rosario Barahona, dos obras, estas últimas, que destacan por la exploración técnica –interposición de planos temporales y narrativos– y la solvencia para sacar adelante historias que sobreviven por sus trasfondos por encima de los temas de superficie. Y dos sólidos libros de cuentos: Los fantasmas del sábado (3600), de Adhemar Manjón y Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (Plural), de Magela Baudoin Ni la pandemia, ni la crisis, ni cualquier otro efecto externo, como debe de ser, y como era de esperar, afectan a la creatividad. Hace ya varios años que se escribe y se publica muy bien en Bolivia. Los reconocimientos internacionales así lo prueban – aún seguimos de enhorabuena por el Premio Ribera del Duero que ganó hace un par de semanas Liliana Colanzi–, pero además la silenciosa pero enorme tarea de la gestión editorial: la misma Colanzi creó hace pocos años Dum Dum desde la que publica, “en tiempo real” para Bolivia, piezas seleccionadas de lo mejor que se produce en Latinoamérica. No se debe olvidar la labor de revisión y rescate de La Mariposa Mundial y los ya consolidados emprendimientos independientes como 3600 y El Cuervo de cuyos catálogos salen la mayoría de las mejores novelas, poemarios y cuentos que da Bolivia en los últimos lustros, con el permiso de Plural, de larga data y con alcances en otro nivel, y de emprendimientos no menos auspiciosos como Nuevo Milenio y Sobras Selectas. Para cerrar este breve intento de “estado de situación”, y volver a lo que nos motiva en estas páginas, no hay que olvidarse que otro faro que guía la suerte de las letras nacionales en los últimos años es la investigación en literatura, con la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB) como punta visible –y, ojalá, aún vigente– entre otras iniciativas como la siempre encomiable labor de la Carrea de Literatura de la UMSA y proyectos menores que dan pelea, como la Biblioteca Plurinacional que, desde el Ministerio de Culturas, reeditó ocho libros bolivianos de inicios del siglo XX, por décadas olvidados. 2022, decíamos al inicio, abre con patada voladora y en espera de la temporada de ferias del libro –mayo en Santa Cruz, agosto en La Paz y octubre en Cochabamba– que es para cuando las editoriales se afilan, tenemos cinco “ases” que bien pueden brillar sobre la mesa de noche donde se suelen apilar los libros pendientes y próximos.
(Fragmentos del estudio introductorio) Los doscientos cuarenta y un ensayos reunidos en tres volúmenes en esta edición crítica de la Obra completa de Carlos Medinaceli guardan notable coherencia temática y consistencia en su propósito. Están todos ellos dedicados a la crítica literaria de autores y libros de Bolivia, América, España y Europa occidental, a la reseña de publicaciones en el ámbito de las letras y las artes y la cultura y la sociedad. A esta unidad de asuntos y materias, corresponde una unidad exterior de forma. Son de pareja extensión, cada uno fue publicado originariamente como un artículo. (…) En sus primeros ensayos, Medinaceli considera que los autores y temas nacionales todavía sufren en Bolivia del menosprecio destinado a las costumbres locales y el terruño. No encuentra en la vida política, social, cultural boliviana proyectos de institucionalización que sostengan o contengan el de dotar a la República de una literatura nacional, con sello propio y carácter distintivo, como prenda de emancipación y soberanía.
Huaco Retrato Gabriela Wiener Dum Dum La escritora y cronista peruana Gabriela Wiener cumple en este nuevo libro los dos preceptos que la destacan como una de las figuras de la no ficción hispanoamericana actual: escribe muy bien y escribe sin frenos, con desparpajo, sobre las taras más enquistadas en las sociedades de hoy; en este caso, sobre el colonialismo, el racismo y la discriminación.
5 A eso se debe agregar el plus de su infaltable vida privada que no escatima en compartir con lujo de detalles: Wiener es bisexual y poliamorosa. Vive con su marido Jaime y su esposa Roci, tiene una hija ya adolescente con el primero y el hijo de ellos (de Jaime y Roci) se cría con la certeza de que es lo más normal tener dos mamás y un papá que comparten la cama. ¿Y por qué no?
redonda. Esto no quiere decir que se desmerezca o ponga en duda la veracidad de lo contado y el propósito de la autora de presentar las historias como crónicas. (Fragmentos)
(Fragmento) –Dos jóvenes bolivianos viviendo en el París de esos años, codeándose con Sartre, Camus y otros escritores de igual calibre, ¿te lo imaginas? –Me lo imagino, don Felipe. Aunque al mismo tiempo no me lo imagino. (Fragmento) Mi padre usaba un parche en el ojo derecho. Por lo visto lo usaba, porque yo jamás lo vi. Me lo acaba de decir la mujer que no es mi madre. (…) La ficción del padre podría metamorfosearse en la no ficción de la hija escritora de no ficciones. La mentira impulsa la búsqueda de cierta verdad. ¿Cómo se llega a ese punto? ¿Cómo pudo? ¿Qué ánim lo poseía? Son preguntas de estupefacción, en realidad balbuceos. El parche era, digámoslo así́, la coartada de un infiel, la más absurda que alguien podría inventar y también la más absurda que alguien podría creer, pero funcionaba. Probablemente porque la doble vida del adúltero pertenece al género fantástico y en ese universo los cerdos vuelan y los padres fingen una discapacidad.
–Fueron años maravillosos, Jairo, y a la vez muy extraños. Ahora lo sé. Por extraordinaria que sea una época, para quien la está viviendo es la más pura banalidad. –Inclinado hacia delante en la butaca, don Felipe parecía haber olvidado su limonada, que temblaba levemente en el vaso–. Y es que la banalidad no está en las cosas sino en los ojos de quien las mira, ¿te das cuenta? Los hijos de Goni Quya Reyna Sobras Selectas
El hombre tocado de viento Guillermo Ruiz Plaza Editorial 3600 Con Días detenidos (Premio Nacional de Novela 2018) Ruiz se consolidó como un narrador hábil, con una impronta propia que navega con éxito entre el estilo austero de sus coetáneos bolivianos más mediáticos y referenciados en el panorama de la ficción hispanoamericana (mencionemos a Colanzi, Hasbún y Barrientos) y entre la prosa más elaborada, quizás con dejos barrocos, de sus también compatriotas Urrelo y Piñeiro. En El hombre tocado de viento explora aún más su imaginación, su conocimiento de la dinámica paceña y parisina –vive en Francia hace muchos años–, y ofrece un atrapante argumento centrado en dos escritoresbohemios bolivianos codeándose en la ciudad luz de los 50 y 60 nada menos que con Camus y Cioran. Es refrescante y esperanzador que con esta puesta en escena de Ruiz –que ya antes había llamado la atención con libros de cuentos, poemarios y ensayos– la narrativa boliviana reafirme que goza de buena salud, lejos de todo encasillamiento.
“Los que no jugaban con el pan, las que llevaban medias impares remendadas o con algún encaje viejo. Yo los entendía. Luchábamos para no convertirnos en hijos de Goni”, se lee en el texto que da título a este libro. Entre anécdotas e historias personales que todos tenemos, que todos contamos y que a veces escribimos en Facebook –de hecho, ese es el origen de algunas de estas piezas–, la autora alteña filtra –y ahí está la riqueza– situaciones y contextos que todos sobreentendemos o intuimos, pero que pocos conocemos de primera voz y menos en carne propia. La honestidad y valentía –casi nunca presentes en la mentada red social– hacen no solo llevadero, sino interesante este libro narrado en primera persona, matizado de realidades y lindante, si se quiere, con la buena autoficción (tan injustamente denostada en estos días, solo por la abundancia de libros malos). Y es que Los hijos de Goni es un libro de crónicas que bien puede ser un buen libro de cuentos o, mejor aún, es una novela
Yo creo que un hombre de El Alto no es nada si no es más que su vecino, por eso los adornos coloridos en las bicicletas y minibuses, por eso las fachadas bien llamativas de los nuevos edificios, por eso la línea del pantalón casimir bien marcada, por eso los aretes de oro, por eso el bailar en la fraternidad más grande, la mejor. Por eso, nada más que por eso, porque no se puede vivir sin decirle a tu vecino: tu envidia es mi bendición. (…) Es que no hay receta cuando se trata de preparar tu fiambre y, menos mal, no hay reglas cuando los dejas en el apthapi; no hay asco cuando usas tus manos para levantar aquello que puede ser lo único que comas en el día (…pienso que por eso los alteños y alteñas no necesitan tener mucho para recibir más de esta ciudad. Es que no hay receta para ser como somos (…) quizás sí pues, eso es el alteño: un plato sin receta, uno que se construye desde lo que hay en casa, desde lo que se cosecha, dependiendo la temporada. Kirki Qhañi Elvira Espejo El Cuervo Escribe Miguel Rocha Vivas en el prólogo de este libro: “vivimos en una época en donde nos falta el aire. Esmog, virus y depresión son tan solo síntomas de un desaliento que tiende a permearlo todo. Los alientos, sami sami, son cantos y ánimos que emergen de una relación armónica, aunque no idílica, con los cerros, los vientos y el conjunto bio-espiritual de la madre tierra. El lector de Kirki Qhañi / Petaca de las poéticas andinas, recibe un regalo de alientos a la vez que de palabras mayores, palabras sapienciales que forman parte de contextos culturales traducidos con sencillez y generosidad por Elvira Espejo”. “Elvira Espejo es una traductora entre culturas capaz de hacernos ver, pensar y sobre todo sentir. El carácter multimedial de su obra nunca se completa en sí mismo, siempre es un llamado a lo colectivo a la vez que un llamado a escuchar, texturar, entretejer miradas. Su obra de sami colectivo es una propuesta sentipensante en donde la oralidad, la escritura literaria alfabética y las grafías comunitarias, como el tejido, se combinan y confluyen en lo que he llamado oralitegrafías para referirme a la producción multimodal de algunos escritores indígenas actuales”.
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Hablemos de gastronomía, pero hablemos en serio
MARCELA ARAÚZ
Visceral es el único blog en Bolivia dedicado al periodismo gastronómico. En él se puede leer reseñas, reportajes y crónicas a restaurantes, cocineras y sobre el ámbito alimentario y gastronómico nacional. Su autora inicia su colaboración periódica con La Trini, con un pantallazo acerca de la importancia de tener una agenda estable sobre la gastronomía boliviana. Durante los últimos dos años ser periodista gastronómica pudo haberse visto casi como un acto de descaro, o una osada falta de empatía. Y es que los inmisericordes 2020 y 2021 dieron un revés tras otro que afectaron no solo el ámbito gastronómico a nivel global, sino también los hábitos y decisiones de la gente en torno a qué llevarse a la boca, dónde y cómo. Hemos visto cómo cerraban locales y quebraron, en nuestras narices,diversasapuestasyemprendimientos logados a la comida. Hemos visto, de paso, cómo se perdió capital humano y, simultáneamente, cómo profesionales de otros rubros optaron por la cocina para buscar sustento económico ante la debacle generalizada del desempleo que vino de mano de la pandemia del COVID-19. Sin embargo, aquí estoy: enalteciendo esta labor como necesaria este 2022. “Ahura es cuando, parienta”, me digo y no con pocos motivos. En su momento no cabía en el corazón ni en el cerebro la posibilidad de hacer una reseña de platillos en torno a cualquier oferta gastronómica; todo alrededor era un “sálvese quien pueda”. Entonces decidí abrir mi espacio periodístico para promocionar e impulsar ofertas restaurantiles o emprendimientos gastronómicos. Hoy y por fortuna, aunque la pandemia no acabó, vamos saliendo de la sombra de a poquito, aun con desconfianza, pero ya vemos algo de luz. Es hora de apoyarnos. Eso nos compromete también con el escenario culinario y gastronómico. Salir de casa, comer afuera, apoyar esas propuestas. El periodismo gastronómico tiene –como no pasaba antes– la tarea no moral pero sí ética de resguardar el paladar y los bolsillos tan abatidos de los consumidores. Decir con claridad –hoy más que nunca– los platillos que fomentan el alimento nativo y a buen precio (costo/beneficio), y desenmascarar las propuestas recubiertas de impostura. ¿Qué hago en Visceral, periodismo gastronómico? Escribo sobre gastronomía porque veo en ello una naturaleza transversal entre la historia individual y la de nuestro contexto general en un solo bocado. Hay en la comida, la cocina y los lugares donde acercarse a ellas, elementos que se vinculan directamente con nuestra economía; es muy común que no nos demos cuenta de algo: cuando comemos no solo consumimos comida, sino que estamos consumiendo la historia, lo social, lo político. Y ahora la revista La Trini abre este espacio para que podamos desplegar reflexión y discusión
sobre esta temática: la comida. Así que estaré interactuando desde estas páginas y, como bandera, mi blog de periodismo gastronómico, Visceral: www.marcearauz.blogspot.com. Lo que yo hago desde mi blog –y que ahora compartiré como primicia cada 15 días en este espacio– son reportajes, críticas y crónicas periodísticas que buscan ofrecer descripciones precisas y evaluaciones de lugares y propuestas gastronómicas. Es así que visitaré lugares, ya sean restaurantes de alta cocina, locales de diversa especialidad, mercados, puestos de comida callejera… etc., con el fin de explorar y descubrir espacios donde el paladar puede ser feliz. Estas páginas están abiertas a entidades e instituciones que quieran y puedan aportar al soporte de una agenda comprometida en relación a la gastronomía. Escriban. Cuestionen. Intercambiemos ideas. Apropiémonos de estas páginas que ofrece un medio a nivel nacional para hablar de cocinas, cocineras, patrimonio alimentario, sistemas alimentarios. Quiero reafirmar esta declaración de intenciones, para que esta página no carezca de credibilidad: yo no hago publicidad encubierta a través del blog, eso es antiético. No hay nada de malo en marketear o comercializar a través de un espacio escrito o virtual; pero eso sí: yo no vendo “gato por liebre”. No le llamo “reseña” a aquello donde voy a hablar bien a favor de algo solo por una remuneración económica. Estoy en absoluto desacuerdo con aquellas personas que, con desvergüenza, ofrecen publicaciones a cambio de degustaciones, o comidas gratuitas sin aclarar que previamente se consensuó intercambio de servicios, publicidad, o invitaciones. Porque no hay nada de malo en esos consensos con los dueños de restaurantes o emprendedores, claro que no. Lo malo es la deshonestidad de no dar a conocer esas circunstancias. La cosa es simple: si alguien me invita a probar su comida, o desea que escriba sobre su restaurante, lo hago gustosa enfatizando que mis juicios no se condicionan a esa petición. Ergo, así el morfe o el servicio me parezcan impresionantes o deplorables, lo voy a publicar tal cual… be sure of that! Seré clara: me tiene sin cuidado que recuerdes mi nombre, yo lo que quiero es que recuerdes la comida, mis reseñas, no solo porque soy mejor cuando escribo que lo que en verdad soy (y no escribo bien... aún), sino porque soy honesta. Al fin y al cabo, el sabor es como el amor: o se siente o no se siente. Punto.
Fotografías. De arriba hacia abajo: 1, 2 y 3, Marcelo Iturriaga. 4, Iverint Franco Churquina. Foto Pág. 7: Paola Lambertin
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EL AMOR (DESPUÉS )
DEL DESAMOR
Pese a las dificultades que atingen a todo el sector cultural, el teatro boliviano parece gozar de buena salud, no solo en cuanto a la profusión de propuestas sino también en su relación con el público. El amor del desamor, escrita y dirigida por Laura Derpic, es una de las obras más vistas y comentadas en sus -ya- dos temporadas en cartelera. Conversamos con la creadora de esta singular puesta en escena. ¿Cómo y cuándo ha sido concebida la obra?
¿Cómo vives la situación actual del teatro y de la dramaturgia en Bolivia?
Laura Derpic. El amor del desamor es una obra que quería escribir hace tiempo, pero fue recién en 2020, gracias al Fondo de Cultura y Arte de la ciudad de La Paz (FOCUART) y a la pandemia que tuve el tiempo y los recursos. La escritura pasó por varias etapas, una investigación exhaustiva de diferentes autores sobre cómo se construyen y destruyen las relaciones amorosas, así como entrevistas a diferentes mujeres bolivianas, de diferentes edades y diferentes experiencias; además de la cosecha propia de las relaciones amorosas hasta ese momento.
L.D. Creo que después de la pandemia muchas cosas se han reconfigurado. Muchxs han encontrado otros rumbos de escritura, mientras otrxs se han afianzado en este tipo de escritura. Respecto a la situación actual del teatro, quiero creer que el aprendizaje principal está en saber qué se puede hacer con lo que hay a la mano, y que las limitaciones que tenemos son similares a las que existen del otro lado de las fronteras y que, gracias la virtualidad, podemos acceder a materiales, obras y trabajos que no están tan lejos como creíamos.
“el aprendizaje principal está en saber qué se puede hacer con lo que hay a la mano” ¿Cómo ha sido el proceso de puesta en escena y producción? L.D. Aposté por quienes considero los mejores profesionales en cada uno de los rubros que hacen a la obra: actores, composición musical, escenografía, iluminación y producción, llegando a crear un equipo multidisciplinario que entiende la propuesta desde su saber técnico y propone desde ese conocimiento aquello que mejor sabe hacer, para potenciar la obra. En algunos casos, fue difícil, siendo que pasaron hasta tres personas por un mismo rubro, pero eso mismo contribuyó a que la obra llegue a su versión final que es la que estrenamos en septiembre de 2021. El proceso de puesta en escena inició en mayo del año pasado y supuso también una depuración del primer borrador, una reescritura desde la escena.
De todas maneras, creo que es fundamental contar con fondos que apoyen todo el proceso de creación, producción y distribución de las obras de teatro, para que este arte crezca. Considero que hacen falta instancias de formación de profesionales y de públicos, como temas urgentes a ver en un futuro próximo. ¿Crees que en el teatro boliviano hay un movimiento, o son esfuerzos dispersos, individuales? L.D. Hay un movimiento de teatro boliviano, el problema es que responde a esfuerzos dispersos e individuales. Mientras no nos aglutinemos, mientras no nos veamos como parte de ese movimiento y como solución del problema de la precariedad en la que trabajamos, vamos a seguir compitiendo en desventaja entre nosotros mismos, fijándonos quién recibe fondos y quién no, quién lleva más gente, cuando lo importante es competir para crear obras más trabajadas, más profesionales, que sean producto de esa poética interna que podemos dejar florecer, esa mirada boliviana sobre la realidad que es tan particular.
Cuando sepamos que hay una red de colegas que nos contiene, de la cual nos nutrimos y somos parte, creo que entonces sí podremos ser un movimiento de teatro boliviano, porque sabremos que vamos en la misma dirección para trabajar por una compensación justa, con una mirada compañera, que vamos a poder formarnos dentro y fuera de Bolivia, que tenemos las mismas oportunidades y que ensayando no estamos perdiendo otra fuente de trabajo que nos procure las cosas básicas que necesitamos para vivir. Y pensando también que hay un Estado que se preocupa por la creación artística del país y que la apoya con programas y políticas culturales sustentables.
“lo importante es crear obras más trabajadas, que sean producto de esa poética interna” ¿Qué proyectos tienes para este año? L.D. Este año vamos a seguir haciendo funciones de El amor del desamor, esperando llegar a más ciudades de Bolivia y ser parte de encuentros y festivales. Vamos a estar en el Festival Internacional de Teatro de La Paz en mayo, por ejemplo. Los proyectos pendientes que tengo, tienen que ver principalmente con la escritura, como un par de textos que debo terminar: una novela que ha quedado en el tintero por la pandemia y otros relatos de no ficción que andan por ahí. Sigo con las asesorías individuales de escritura que suponen el acompañamiento en la escritura no solo de obras de teatro, sino también de relato corto, diseño de proyectos y guiones audiovisuales; además de los talleres grupales de dramaturgia. A la par, vengo dando clases en el Programa de Cine de la UMSA y escribiendo una nueva obra que seguramente pondremos en escena el año que viene.
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El esperado retorno a escenario y el sorpresivo mano a mano de dos grandes exponentes de la canción boliviana es uno de los sucesos musicales del año. Y el show da la talla desde un principio: “Sacudite”, “Maribel”, y despúes, “Mamita Cantila”, “Hasta ahorita” y “Metafísica Popular”, por el lado del Papirri, solvente en guitarra, canto y carisma; y “Yawar Wakan” (la historia del Inca “llorasangre”), “Vale un Potosí”, “Alkhamari” y “El bordador de ilusiones”, por parte de Portillo, que está cantando como nunca, o como siempre. Estamos ante un repertorio incontrastable. Canciones que ya son parte del ADN de nuestra música. La profunda raigambre andina que nutre la música de David Portillo se agiganta con el poderoso aliento de los vientistas Fernando Jiménez, un histórico que regresa a escenarios después de varios años, y el más joven, Kicho Jiménez, padre e hijo en un juego envolvente de texturas; y el
charango aéreo, cristalino de Omar Callisaya, con especial intención en los estrenos “Alma dual” y “Kamaquen”. El mismo ensamble, que completan el cantautor Mauricio Segalez, sobrio y preciso en el bajo y guitarra, y Vico Guzmán, y su histórico pulso en batería y percusión, también arropa las canciones urbanas del Manuel, que exuda su característico humor pero que también reivindica su fase reflexiva y nostálgica y se permite dejarse llevar por la emoción, sacar un charango para “Llockallita”, y rasguear una guitarra eléctrica para la sentida “Zamba para Anita”. El concierto se siente como una exhalación de alivio, como un “salud” sonoro, risotadas compartidas, un performance orgánico y espontáneo (que solo se puede lograr con años de práctica), y una amistad que se palpa en el escenario hasta hacer de él un espacio familiar y cómplice. Mucha emoción, un aluvión de sensaciones que llevan de la risa al llanto, y renuevan ese pacto de hermandad musical y el encuentro, tan necesario, con su agradecido público.
EL CORAZÓN DE LAS CANCIONES
De tanto cantarnos ya son nuestros. Una guitarra inmensa y expresiva, virtuosa y cosmopolita (¿cosmocollita?) a la vez que profunda y telúrica. Una voz intensa, ineludible, convocante y emotiva. Un discurso libre, populachero y docto. Un repertorio tallado en los años y en la madera. El junte de Manuel Monroy Chazarreta y David Portillo, no es solo la reconfirmación de votos de amistad y de compromiso artístico, sino un acontecimiento musical digno de verse, escucharse y celebrarse, como manda el corazón. VADIK BARRON
Fotografía. Erick Pachakui Uscaymata
Concierto Como manda el Corazón. Jueves 17 de marzo, Teatro Nuna, La Paz.