SUPLEMENTO - CRONICAS

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DOMINGO 23 DE ENERO DE 2022

AÑO 2 - N°39

Págs. 6-7 El indigenismo en la prosa de un poeta, la narrativa de Jaimes Freyre

Arturo PérezReverte, un elogio de la imaginación parecido a Spielberg

El arte de la realeza europea de encriptar las cartas en el siglo XVI

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FOTO: JORGE MAMANI

Abundancia e identidad cultural, siglos de tradición


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La hija ilustre de Callapa La llamaban La Mónica, matriarca de la zona de Callapa, era preparada con su traje de awila para asistir a su propio funeral. Un lujo coincidir el día de su muerte con el festejo de su ¡Oh, linda La Paz!, al ritmo de kullaguada, la danza que tanto amó bailar. David Aruquipa El 17 de julio de 2020 recibo un mensaje de mi amiga Karicia Fukuy, una de las primeras cholitas trans (transformistas) de nuestra ciudad, su texto está cargado de cariño y desolación por la muerte de su amiga, me dice: “David, ayer murió la última china morena, La Mónica”. En ese momento hago un paneo de mi memoria y quiero recordar ese nombre dentro del ramillete santoral de las chinas morenas que por cierto las conozco muy bien, no lo logro, nunca había escuchado ese nombre, me resuena una y otra vez: La Mónica. ¿Quién podría ser esta musa perdida en las páginas de la historia? Y sigo leyendo el mensaje de Karicia: “en la noche del velorio una de sus sobrinas compartió unas fotografías donde ella figuraba, La Mónica sonriente, altiva, muy joven de china morena, rodeada de la banda, como si la música embriagara el ambiente, los vasos de cerveza visibles en las imágenes, como si festejara en este momento la develación de sus tesoros escondidos y otras tantas fotografías donde ella está de mucha más edad, bailando la kullaguada.

// FOTO: ARCHIVO COMUNIDAD DIVERSIDAD

MATRIARCA

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aricia continúa comentándome que las fotos compartidas en el velorio eran muy lindas, eran de los pueblos donde ella fue a bailar con sus amigas y promete que hará todo lo posible para pedir a su familia que nos presten sus fotos para contar esta historia, me alegra su intención, pero la espera se hace larga. Después de un tiempo, me escribe Yolanda Calle Quispe: “Buenas tardes, David, soy una admiradora suya y le escribo para comunicarle que mi tío falleció y quiero compartir su legado con usted, tengo sus fotos, entre ellas de China Morena de antaño la cual creo que puede enriquecer su investigación, además quiero que la recuerden y sepan quién fue La Mónica”. LA MANKA PAYERA Parece una confabulación que La Mónica nos ha preparado, acuerdo con Yolanda en vernos en la parada del teleférico Lila de El Alto, con todas las medidas de seguridad por la pandemia. Después de una larga fila subo al encuentro de Yolanda, nos saludamos como si nos conociéramos hace mucho tiempo, nos une el amor por la danza de la kullaguada, me habla con familiaridad, y comienza la historia: “Mi tío se llamaba Zenón Quispe Ventura, era más conocido como La Mónica, yo de pequeña escuchaba que la llamaban Mónica y no entendía por qué, pero me fui acostumbrando, vivió con la familia hasta sus 21 años, después vivió solo, primero tuvo que migrar a la frontera con Argentina a trabajar en un campamento minero, atendía este campamento con unos amigos como él, sufrió mucho, después tuvo que migrar a la zona de Callapa , empujado por la discriminación que sufría por su entorno cercano, actitudes machistas y de desprecio hicieron que se aleje de nosotros y elija para vivir y morir esta zona alejada de la urbe paceña, como queriéndose esconder de quiénes no la aceptaron. Son 40 años de vida en esta zona, donde él supo abrirse camino y luchó para que lo aceptaran tal y como era. Toda la comunidad la conoce como La Mónica. Ella se dedicaba a la gastronomía, vendía comida en la plaza principal de Callapa y atendía a las distintas fraternidades folklóricas. “La Mónica era muy

querida por toda la comunidad”, recuerda su sobrina. Por su parte, Karicia, en ese su tono burlesco de marica joven, me cuenta que La Mónica decía: ¡Yo soy manka payera, que cosa siempre!, toda orgullosa hacía sonar las tapas de las ollas con sus cucharones, todos la conocían en Callapa, su puesto en la plaza era icónico, era un punto de encuentro comunitario, nunca estaba vacío, cocinaba como las diosas, especialmente el ‘levantamuertos’, una sopa espesa, que la servía abundante, deliciosa y barata, un platillo a base de menudencias, pata, panza de cordero, un manjar, nadie se resistía a estos sabores, ella alimentaba al pueblo como si fuera su propia familia, para que resistan toda la jornada de trabajo. Entre saludos, afectos, sabores y buen trato, La Mónica va a hacer mucha falta, y pensar que no vamos a probar más estas delicias después de su eterno viaje, se lamenta Karicia. EL BAILE DE LAS QUE SABEN La fiesta de Callapa es a devoción del Espíritu, se conoce como la celebración del Espíritu Santo. En la liturgia católica es la fiesta más importante después de la Pascua y la Navidad, es movible, entonces puede ser la 3ra o 4ta semana de mayo, una fiesta sonada que dura tres días de festejo en la zona, donde La Mónica lucía sus mejores galas, además de atender a los comensales que se deleitaban con su comida.


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EL ÚLTIMO BAILE DE LA MÓNICA

Ella empezó a bailar en este barrio, en la fiesta patronal hace más de 40 años de china morena. Cuando los años ya no le permitieron seguir con este personaje, inició su recorrido festivo en la danza de la kullaguada como awila, acompañada de sus amigas tan regias como ella, La Felisa y La Ana. La Felisa ya murió, La Ana que aún vive es la única testigo de estas andanzas. Esta parte de su vida desconocida por los familiares de La Mónica es revelada por las fotografías que encuentran sus sobrinas Yolanda y Erika, la tenía en una cajita, quien con mucho pesar me cuentan: “Para nosotras ha sido muy triste que las haya ocultado así, al ver cada fotografía empezamos a recordarla y atesorarla, soy folklorista me dice Yola, me hubiese gustado que me cuente que le gustaba el baile, de esta pasión sólo sabía mi madre, que es su hermana con quien compartió muchas fiestas, y a quien le confesó que bailaría sin importarle lo que digan los demás, y se puso a bailar, me hubiese gustado acompañarle, ayudarle a ponerse sus trenzas, maquillarle, en fin, lo que me queda son los trajes que encontré, polleras, centros, botas, blusas y monedas de kullaguada, además de la muñeca que cargaba, que por cierto era un regalo que mi madre le hizo.” La Mónica trabajaba para poder bailar y lo demostraba en todas las festividades. Ella era alta, robusta y con las polleras voluptuosas con centros anchos se veía poderosa. Tenía predilección por las muñecas, y se enamoró de la muñeca de su hermana, la vistió y la usaba en la danza, cargándola en su aguayo, como un sentido ritual de fertili-

dad y suerte. Un día, la sobrina de niña le pregunta: ¿Por qué tienes la muñeca vestida de cholita?, La Mónica le responde: “Para bailar”. Cuando falleció, La Yola encuentra la muñeca vestida de kullagua, esa muñeca que tanto amó y le acompañó por tantos pueblos, ahora la acompañará a ella como herencia de vida; “cada color de traje de mi tío combina con los trajes de la muñeca”. Pero La Mónica no sólo vistió a esta muñeca, también vistió y protegió a los hijos que adoptó a lo largo de su vida, dándoles afecto, techo y comida, fue muy generosa con su familia extendida.

El año pasado tenía que bailar en Pucarani, pero la enfermedad la detuvo, tenía diabetes, que se complicó con la próstata y a su edad de 72 años no resistió las complicaciones, falleció el 16 de julio. Al enterarse, toda la zona se movilizó, fue un gran personaje del barrio, el más representativo; por esa razón, no dejaron que la familia se lo lleve a enterrar a otro lado, decidieron enterrarlo en la zona. Esa determinación estuvo conectada con el deseo de la junta de vecinos de hacerle una plaqueta en la plaza con su nombre, para reconocer todo el apoyo que les brindó, era la más querida de Callapa. En su velorio cocinaron lechón, como ella quería. Karicia recuerda que en las muchas reuniones que tuvieron en su puesto de venta bajo la consigna de “ven pues, vamos a hablar mal de la gente”, La Mónica en medio de historias y risas les decía: “Si yo me muero no quiero que estén sirviendo ají de fideo u otro platito, en mi velorio tienen que invitar lechón, no puede ser que en el entierro de una manka payera sirvan ají de fideo, me puedo revolcar en mi tumba”, dicho y hecho tuvimos que cocinar un lechón en su velorio, cuenta Karicia. Su recuerdo estará en medio de tantas fiestas, en las que demostraba su contoneado baile de awila en los pueblos de Pucarani, Patacamaya o las zonas de Cota Cota, Sopocachi y Obrajes. Todas las invitaciones están en la memoria de quienes velaban su cuerpo. Cómo no mencionar los ruegos de los prestes para que La Mónica les acompañe en las fiestas, le entregaban sartas de botellas de whisky, enlatados, fideo, arroz, carnes y demás productos introducidos en una olla grande para que pueda aceptar y cerrar con la promesa del baile. En muchas fiestas donde bailó, La Mónica será recordada como la del 4 de octubre, en la iglesia de San Francisco, donde la costumbre ritual era que los prestes que siempre eran “carniceros” rogaban a los padres de las jovencitas adolescentes para que bailen todas enjoyadas de oro puro, eran fiestas grandiosas en las que La Mónica y La Ana también bailaban. “Esta fiesta está cada vez más reducida”, se lamentaba La Mónica en sus últimos años.

Ricardo Campos Bracamonte.


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ARTURO PÉREZ-REVERTE:

Un elogio de la imaginación “Hay un escritor que se parece al mejor Spielberg más Umberto Eco”

Homero Carvalho Oliva En la Navidad pasada, mi hijo Luis Antonio me obsequió dos novelas de Arturo PérezReverte (Cartagena, España, en 1951), Falcó y Eva. Lo hizo porque, atento a mis lecturas, sabía que es uno de mis escritores preferidos. Hace como tres décadas leí algunas de sus columnas como corresponsal de guerra, ha sido reportero en conflictos bélicos desde Centroamérica hasta Bosnia durante más de dos décadas, experiencia que supo aprovechar en su posterior obra narrativa con un estilo entre cronista y novelista que me cautivó desde la primera lectura. Aún sigo leyéndolo en “Patente de corso”, el título actual de sus columnas semanales que antes se llamaba “A sangre fría”.

E

n el breve ensayo “La presencia del arte en la obra de Arturo Pérez-Reverte”, Jesús Félix Pascual Molina afirma: “PérezReverte es uno de los escritores que más pasiones despierta en la actualidad, pasiones que van, equitativamente, desde el amor hasta el odio. Sus obras han sido traducidas a diversos idiomas y muchas de sus novelas se han convertido en películas y series de televisión, con desigual fortuna crítica y calidad artística. Su obra ha dado lugar a numerosas publicaciones que se enfrentan a la misma desde muy diversos puntos de vista, si bien se centran, generalmente, en aspectos literarios”. La primera novela que leí de este prolífico, exitoso y multipremiado escritor fue El club Dumas, una novela acerca de un coleccionista de libros antiguos obsesionado por manuscritos imposibles de hallar en las librerías y bibliotecas públicas y privadas. Lucas Corso, el investigador protagonista, es una mezcla de ratón de biblioteca y de Indiana Jones. Luego leí

uno de los volúmenes de la saga del capitán Alatriste, un héroe atípico de los mares del siglo de oro. Luego leí Hombres buenos, la búsqueda del conocimiento como si fuera una aventura, a través del encargo de llevar de Francia a España la célebre Enciclopedia francesa, el cúmulo de la ilustración hasta entonces. En esta obra, el autor mezcla lo real con lo ficticio de una manera magistral. Volví a Pérez-Reverte años después, en 2006, para leer una novela sobre el narcotráfico, la famosa Reina del Sur. Esta novela “se integra en una literatura de bandidos admirables, admirables por su fuerte carga trágica y épica, y por una enorme capacidad de conectar con la tradición clásica del tempus fugit, que han creado, sobre todo, los nuevos escritores latinoamericanos: (…) Quizá porque Latinoamérica, si se busca determinada épica, determinada actitud, guarda un territorio especial para la ficción”. Novela en la que Pérez-Reverte demuestra un erudito conocimiento del lenguaje y la cultura popular mexicana, de la que se han realizado películas, series y telenovelas de las que el propio Pérez-Reverte no está de acuerdo. En fin, creo que a pocos escritores les gusta las versiones cinematográficas o televisivas de sus obras. Sidi es la novela del mítico Cid campeador, que Pérez-Reverte lo muestra en su condición humana, nada patriótica, más bien mercenaria, trabajando para moros y cristianos. «En él se funden de un modo fascinante la aventura, la historia y la leyenda. Hay muchos Cid en la tradición española, y éste es el mío», declaró el autor. Después leí, entre otras novelas, Línea de fuego y debo decir que me encantó esta versión de la batalla del Ebro, la más sangrienta de la Guerra Civil española, en esta obra Pérez-Reverte no toma

En él se funden de un modo fascinante la aventura, la historia y la leyenda. Hay muchos Cid en la tradición española y este es el mío”.

partido, cuenta las glorias y miserias de los combatientes de ambos de bandos.: “Tenía la versión de primera mano de los dos bandos, de mi padre, de mis tíos, de mi abuelo. Eran reacios a hablarnos de la guerra porque no querían contagiarnos el rencor, el dolor y el sufrimiento. Pero toda esta gente se ha muerto y el testimonio directo ha ido desapareciendo con ellos, ahora está quedando sólo el discurso ideológico, usado de manera claramente política con distintas intenciones en unos y otros sectores. Cuando queda solo la ideología y desaparece el testimonio, la idea se vuelve fácilmente manipulable”. Sin duda alguna, Arturo Pérez-Reverte es uno de los grandes escritores contemporáneos, con una imaginación que desborda los temas y acontecimientos que narra porque recurre a la historia. En los talleres de literatura que dirijo desde hace años, una de las preguntas frecuentes es la de cómo saber cuándo tenemos una historia para contar y sentarnos a escribirla, al leer este testimonio de Pérez-Reverte descubrí mis propios consejos, palabras más o menos: “Y un día, hace cosa de año y medio, lo vi. Ocurrió lo que suele ocurrirle a un novelista. Caminas entre una nube de mundos, de historias posibles en la cabeza, y algo, de pronto —una lectura, una imagen, una frase escuchada, una música o un paisaje— hace que parte de eso tome forma en torno a una trama”. Se trata de estar atentos a las señales y Arturo PérezReverte es un hechicero descifrando los signos que están en lo cotidiano.


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LA PAREJA DEL DIOS DE LA ABUNDANCIA

La warmi iqiqa, la Ekeka de la Alasita

FOTO: DAVID MENDOZA

La iqiqa de cerámica, colección particular.

La importancia de la relación chacha-warmi (hombre-mujer) también puede ser observada en tradiciones como la que se celebra este 24 de enero.

La fiesta ritual andina de la Alasita guarda tantos secretos que descubrirlos implica una pretensión por comprender la fuerza de esta tradición. ¿Dónde surgió la celebración de convocar a las fuerzas de la abundancia que tanta falta hacen para revertir la carencia? Tal vez la necesidad de vida, la carencia e incertidumbre de vivir fue la causa real humana de revertir el hambre en abundancia con la ayuda de fuerzas energéticas de la naturaleza y las divinidades andinas de la Pachamama, achachilas, el Tata Ekeko y la mujer, la warmi iqiqa.

A

ctualmente, el imaginario popular concibe al Ekeko como un dios de la abundancia, patriarcal y todopoderoso, omnipresente en la fiesta de la Alasita. Esta nueva faz del Ekeko ocurrió desde la colonización cuando un cronista español descubre los atributos sexuales del Ekeko y lo tipifica como un demonio de muchas trazas o personalidades, claro, cuando lo vio estaba desnudo y con el falo erecto listo para la fecundación. ¡Qué atrevimiento a los ojos de la moral católica del siglo XVI! Ídolo pagano sexualizado, propio de “salvajes sin alma”, tan popular entre las imillas/chicas y waynas/chicos aymaras y quechuas. Los colonizadores no conocieron las bondades del Tata munañani —el señor del amor— como era el Ekeko para la Iqiqa o a la inversa, cultivando el valor del munay/amor. Lo que los doctrineros católicos coloniales no se percataron fue de la existencia de la mujer lla-

FOTO: DAVID MENDOZA

David Mendoza Salazar

mada Iqiqa que era la pareja del Ekeko. La Iqiqa también estaba desnuda y con los pechos llenos de leche para amamantar a los hijos del Ekeko. Para los aymara-quichuas no puede existir vida y su reproducción si no hay la copulación dual de la relación chacha-warmi (hombre-mujer), exactamente igual ocurre con las divinidades y deidades de la cosmovisión andina, como su representación entre la Pachamama —madre— y Achachila o Tata; Paxsimama —Luna— y el Tata Inti —sol—; la mama quta/deidad del agua y el Lari Lari/ supay. En la memoria de los actores artesanos de la feria de Alasita está viva la presencia de una mujer llamada Iqiqa por los años 30, antes de la guerra del Chaco, era una mujer campesina que iba cargada de una wawa, mientras el Ekeko estaba cargado de muchos productos agrícolas. Extrañamente desapareció la warmi Iqiqa sin dejar rastros, pero se mantuvo en la memoria de artesanos decanos que se acordaron de la pareja del Ekeko. Esta manera de concebir la dualidad andina está lejos de la idea errónea de que hay un “dios patriarcal poderoso”; al contrario, nos lleva a considerar la reciprocidad entre las mujeres solteras con el Ekeko para tener un buen marido; asimismo, los jóvenes solteros buscaban a la Iqiqa mujer para conseguir el amor de la mujer. En esta búsqueda los Kallawayas produjeron una illa de la fertilidad llamada warmi munachi —amor de mujer— o chacha munachi —amor de hombre. Este idolillo es un amuleto que hasta ahora se lo puede en-

contrar en el “Mercado de las brujas” como una pareja en acto copulativo. Así como este amuleto, el Ekeko era esculpido en miniatura en piedra, oro, plata y cerámica que era ensartado en collares y los llevaban las jóvenes en el cuello o en la cabellera para que les sirviese de amuleto para conseguir enamorados y encontrar un marido para casarse. Por tanto, la Iqiqa tiene relación con el término aymara ecata que es florecer y q’eta es sinónimo de semen fecundante del Ekeko. Ambos términos muy sugerentes que hacen referencia a la fertilidad humana o natural de tiempo de jallupacha, cuando la lluvia riega el campo sembrado. En cuanto a la presencia diminuta del Ekeko y la Iqiqa, en el contexto de la reproducción humana son jaqilla o warmispalla; el Ekeko sería el Jaqi illa como el atributo de reproducción y la Iqiqa warmi como la ispalla, reproductora de la semilla. Finalmente, la potencia de la Alasita es el contexto de la fuerza fecundante de la vida asociada a la naturaleza que parte de la dualidad andina de chacha-warmi, Ekeko/Iqiqa. No sólo es prosperidad y abundancia material lo que los andinos buscaban, sino la reproducción agrícola de la ispalla/semilla de la papa y otros productos para alimentarse; asimismo, la pareja para amar y ser feliz, condición humana emocional para reproducirse en sociedad. Porque los bienes materiales, vienen por añadidura.

La unión entre el Ekeko y la Iqiqa es una réplica de objeto arqueológico de la zona del lago Titicaca.


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UNA TRADICIÓN QUE TIENE SIGLOS DE HISTORIA

Alasita, fiesta de la abundancia y símbolo de identidad cultural Cuenta la historia de lucha de los indígenas que se volcaron al improvisado mercado indígena para intercambiar bienes de cualquier naturaleza con productos alimenticios traídos del campo. Luis Oporto Ordóñez

Una de las tradiciones más arraigadas en la ciudad de La Paz es la feria de la Alasita, que se caracteriza por desarrollar a su interior un complejo universo mágico-religioso-cultural, poco perceptible a simple vista, en el que se funde la tradición con la modernidad, en todos los sentidos. Su origen se remonta a la época prehispánica, con la tradición ritual de intercambiar productos agrícolas con otros bienes de consumo popular. En su decurso ha traspasado la época colonial y republicana, y se mantiene fortalecida y remozada en el presente. La Alasita se caracteriza, hoy, por la publicación de periodiquitos, prensa en miniatura.

DEL EQEQO E ILLA PREHISPÁNICOS AL EKEKO COLONIAL Y REPUBLICANO Galo Illatarco afirma que la Alasita deriva del verbo aymara Alathaña (‘comprar’), que se practicaba cada 21 de diciembre “en una festividad sagrada de culto a la deidad andina de la reproducción y la fertilidad animal, vegetal y humana, de la buena fortuna, del amor y propiciador de las uniones sexuales (Eqeqo), caracterizada por la presencia e intercambio de dijes y miniaturas como símbolos de la tradición andina”. En su origen podemos ver que resalta su función de prosperidad, a través del intercambio de miniaturas que reflejan la diversidad de bienes necesarios para el desarrollo de la sociedad. Se trata, pues, de una festividad ritual aymara de data prehispánica. En 1781, durante las grandes rebeliones indígenas de Túpac Katari, la milenaria tradición de intercambio, propia y privativa del mundo indígena, despreciada por chapetones que habitaban en la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, se torna en una alternativa para paliar la urgente necesidad de alimentación en aquella época de crisis. En efecto, en medio del fragor del combate, los sitiados habitantes de Chuquiapu empezaron a sufrir las consecuencias de la falta de alimentos. Literalmente, todo lo que se movía fue cazado, asado o sancochado para servirlo en la mesa. En medio de esa lamentable situación, se instaló la primera versión de la feria popular de Alasita, cuando mujeres, hombres y niños, se volcaron al improvisado mercado indígena para intercambiar bienes de cualquier naturaleza con productos alimenticios traídos del campo. En medio del bullicio, se escuchaba: “Alasita, Alasita” (“comprame, comprame”). Antonio Díaz Villamil, en su libro Leyendas de mi tierra, divulgó la fusión de aquella ancestral festividad ritual con la fiesta católica colonial. Relata que en 1781, durante el cerco indígena a la ciudad de La Paz, dos jóvenes enamoados, “Isidro Choquewanca y Paula Tintaya fueron separados por el patrón español Francisco de Rojas. El encomendero decidió trasladar a Paula a la ciudad para que atendiera a su hija Josefa Ursula de Rojas Foronda, esposa del gobernador Sebastián de Segurola Marchain. Paula y la hija del español se refugiaron en un pequeño cuarto, custodiado por un Ekeko. La empleada guardaba maíz tostado, k’ispiña y charque de llama, provisiones que le eran enviadas por su


FOTOS: ARCHIVO AEP

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enamorado Isidro. Al retornar de la batalla, Sebastián de Segurola encontró a su esposa alimentada, rodeada de alimentos donde antes no había y la imagen del Ekeko en la habitación”. El escritor afirma que, agradecido por la provisión de alimentos, “Segurola, mediante una Ordenanza en 1783, dispuso el cambio de la fiesta tradicional del Ekeko de diciembre al 24 de enero, fiesta de la Virgen Nuestra Señora de La Paz, para festejar la victoria española”. Relata que Isidro Choquewanca fue el autor de la creación de la creación de un idolillo con los rasgos de Francisco de Rojas, su suegro, con una carga de alimentos en sus manos y espaldas.

LOS PERIODIQUITOS DE ALASITA Si bien es cierto que la tradición de los periodiquitos es republicana, sus antecedentes se remontan a la época de las rebeliones indígenas. En 1871, los ejércitos indígenas liderados por Túpac Katari y Bartolina Sisa ponen sitio a la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, con un ejército de 40 mil hombres, asentados en Pampahasi, Qilliquilli y El Alto. En una guerra sin cuartel, las huestes de Katari se descolgaban hasta San Pedro y San Sebastián y amagaban la Caja de Agua en Santa Bárbara. Una impresionante red de chasquis, espías y correos intercambiaban información sobre el curso del sitio y la resistencia. Como resultado se formó un nutrido epistolario indígena, a cargo de secretarios, plumarios, amanuenses y escribanos. María Eugenia del Valle sostiene que “los rebeldes, por lo general no escribieron personalmente sus cartas porque no sabían castellano o porque si lo conocían, no sabían escribirlo. Incluso puede verse que aun pudiendo escribir usaron amanuenses, seguramente porque eso les daba cierto estatus”. Corresponden a la autoría de escribientes el inicio y el final de cada carta, pero “lo esencial de su contenido está en el mensaje

que se quiere transmitir, en el cual se reflejan siempre los sentimientos genuinos de quien las firmaba las circunstancias reales que se vivían”, es decir de los líderes indígenas. Túpac Katari tenía bajo su mando una hueste de letrados mestizos. El secretario mestizo Bonifacio Chuquimamani custodiaba su archivo. Escribientes, plumarios y amanuenses, como Pedro de Obaya (el Rey Chiquito), Agustín Carlos Troche, Joaquín Anaya y Basilio Angulo, tomaban el dictado del líder indígena, lo firmaban por él, recogían la correspondencia y despachaban las comunicaciones, asistidos por indios cañaris. María Eugenia del Valle identifica un total de 200 documentos de raíz y pensamiento indígena, datados entre mayo y octubre de aquel histórico 1781. Como se puede ver, sorprendentemente la primera Alasita urbana de ese año estuvo matizada por la profusa correspondencia indígena. El uso de los primeros periódicos murales corresponde a la Guerra de la Independencia, cuando Pedro Domingo Murillo y los confabulados destituyen a autoridades españolas e instauran una Junta Tuitiva, el 16 de julio de 1809. Los patriotas conspiraron contra la corona española empleando pasquines, periódicos manuscritos que circulaban en las calles de Nuestra Señora de La Paz, para divulgar sus ideas. Pedro Domingo Murillo se dedicó a papelista, “con bastante habilidad y admirable ingenio confeccionaba los pasquines, que cada noche, en diferentes lugares, calles, aparecían indicando la revolución, especie de diarios, como muy bien podría clasificarse, tatarabuelo de los periódicos de la República, los que tenían en continuo sobresalto a las autoridades españolas, sin poderlo adivinar de dónde procedían”, como relata Nicanor Aranzáes. En la actualidad, intelectuales y medios de comunicación impresa contribuyen a la prensa en miniatura que satiriza a políticos y lan-


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zan una mirada sarcástica al acontecer político social, tal como lo señala la inscripción de los Periodiquitos de Alasita en el Programa Memoria del Mundo de América Latina y el Caribe, MOWLAC/UNESCO, en 2012.

LA ALASITA, UN MICROCOSMOS SORPRENDENTE Como se puede ver, la Alasita es un microcosmos sorprendente, en el que miles de artesanos trabajan, durante un año entero, para ofrecer su fino y delicado trabajo en yeso, madera, cerámica, metales diversos, hueso, textiles, vegetales, plástico, piedra y cualquier otra materia prima. La feria de la Alasita está organizada en sectores, conformados por vivanderas que ofrecen platillos típicos, sándwiches de chola o chorizo, humintas al horno o a la olla, dulceras y reposteras con masitas en miniatura, manzanas bañadas en dulce o chocolate, apis y tojorí, con deliciosos pasteles especiales de queso y buñuelos, para deleite de la numerosa población que acude con fidelidad sorprendente. Juegos de azar, con asombrosas destrezas de tiro al blanco, lota, bingo, futbolines, minicanchas de billar; ekekos trabajados en yeso, con réplicas de caballeros medievales, mascotas, caballos, toros y una constelación de personajes del cómic y del fantástico universo de superhéroes; boutiques con trajes de calle, de gala o de novia; cocinas, refrigeradores, vajilla completa, autos y coches trabajados en lata y madera; cholets, chalets, edificios tipo rascacielos, junto a lotes de terreno y materiales de construcción; tiendas de abarrotes, carnicerías y todo tipo de negocios; soldaditos de plomo junto a variedad de objetos fundidos. El Banco de la Fortuna ofrece billetitos de diverso corte, en bolivianos, euros y dólares, junto a títulos de toda índole, desde el típico carnet de borracho, técnico superior, bachiller, licenciatura, masterado y doctorado de acuerdo con el gusto de cada uno; combos con todo lo que uno requiere para viajar al exterior: una maleta con pasaporte, visas, tarjetas de crédito, dinero.

Artículos trabajados en mimbre, madera, cerámica de huayculí, piedra, para el hogar o para la cocina; instrumentos musicales en miniatura y tamaño real, construidos por luttiers nativos. Amuletos de la buena suerte, ofrecido por yatiris, kallawayas y quirománticos, capaces de leer el futuro a través del estaño derretido o la vela fundida, cartas del tarot o las hojas de la coca, la planta sagrada de los Incas; juegos de magia, que encandilan a los más pequeños. Existen tradiciones en riesgo de extinción como los pajaritos que sacan al azar una síntesis impresa del futuro, al igual que calaveras que interpretan tu destino. Surgen novedosas propuestas para adolescentes que prefieren visitar a curiosos notarios que celebran matrimonios express, sin consentimiento de sus padres, sin padrinos ni testigos y a un costo muy asequible a su estatus estudiantil.

LA ALASITA: PATRIMONIO INMATERIAL E INTANGIBLE DE LA HUMANIDAD Como afirma el experto David Aruquipa, la Alasita, comprendida como una expresión cultural de la ciudad de La Paz que reinterpreta anualmente un mito en que el Eqeqo prehispámico, se integra a la memoria urbana en el momento del Cerco aymara a La Paz, liderado por Tupak Katari en 1781. Desde entonces, sostiene Aruquipa, anualmente los paceños despliegan itinerarios urbanos para obtener miniaturas de alimentos, billetes, casas y otros bienes, “activarlas ritualmente y circularlas para conjurar la escasez y estimular el bienestar. Al mediodía del 24 de enero obtienen las miniaturas en puestos callejeros y tumultuosamente ingresan en iglesias para consagrarlas con agua bendita y frotarlas en los altares; también se obsequian billetitos para circularlos entre la comunidad. En las plazas, ritualistas indígenas otorgan a las miniaturas la capacidad de concretarse durante el año, convirtiendo a la urbe en un escenario

Su continuidad es un factor esencial de la consolidación identitaria del pueblo de La Paz y de los bolivianos en general como reproductores de gestos rituales que valoran socialmente los principios rectores de la reciprocidad positiva”. laberíntico, en el que las familias enlazan acciones rituales y prácticas diversas, asegurando la pervivencia del mito”. Con esos recorridos rituales, la Alasita fue inscrita en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, en 2017, “con lo que se visibiliza cómo la dinámica cultural articula relaciones entre la sociedad y los objetos concretos dentro de una práctica local, acentúa la idea de intercambio de miniaturas de la buena fortuna entre individuos que no tienen lazos de parentesco o amistad, pero que forman parte de la comunidad, y proyecta la idea de que las aspiraciones son realizables y los objetivos de bienestar no necesariamente tienen como única vía de progreso o acceso la compra individual”. Finaliza señalando que “su continuidad es un factor esencial de la consolidación identitaria del pueblo de La Paz y de los bolivianos en general como reproductores de gestos rituales que valoran socialmente los principios rectores de la reciprocidad positiva y de la redistribución de bienes a través de la circulación de miniaturas de la buena fortuna”. La Alasita ha sobrevivido al Covid-19 y se mantiene viva como signo de identidad cultural del pueblo paceño, irradiado a nivel regional y mundial.


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LA NARRATIVA DE RICARDO JAIMES FREYRE

El indigenismo en la prosa de un poeta El rasgo común que comparte este género es que la mayoría de las obras resaltan el racismo, la pobreza, la marginación y el choque entre la cultura occidental y las culturas ancestrales.

Víctor Montoya Ricardo Jaimes Freyre se anticipó al movimiento literario y artístico del indigenismo, que tuvo una fuerte presencia entre los años 1910 y 1950 en varios países del continente americano, incorporando a los indios como protagonistas centrales en su cuento, ya que el indio, como personaje literario, no aparece hasta antes del siglo XIX, salvo en los mitos y leyendas provenientes de las naciones indígenas, transmitidas a través de la oralidad y de generación en generación desde mucho antes de haberse consumado la conquista del llamado “Nuevo Mundo”, con personajes que, revestidos con atributos de heroísmo y exotismo, pertenecían al ambiguo mundo de la realidad y la fantasía.

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l cuento de Ricardo Jaimes Freyre, escrito con un elegante estilo que permite imaginar las escenas como en sucesivas secuencias fotográficas, se caracteriza por la brevedad, la contemplación poética del paisaje y una fuerza argumental que toca las fibras más sensibles del lector. Se trata, pues, de una vigorosa prosa, limpia de ripios y reforzada con adjetivos que precisan la descripción de la naturaleza y los escenarios donde se desarrollan las acciones y los diálogos entre los protagonistas. No cabe duda de que Ricardo Jaimes Freyre, a través de esta apología del indio y su civilización, se da a conocer a plenitud como excelente narrador, mientras su prosa, elaborada con la misma pasión y los mismos registros lingüísticos que engalanan sus versos, se convierte en un referente de la narrativa indigenista boliviana, digna de ser insertada en las antologías del cuento latinoamericano, junto a otros autores que evocan la miseria de las masas indias y se convierten en ecos del clamor popular. Cabe recordar que Ricardo Jaimes Freyre escribió este cuento antes de que las corrientes ideológicas del indigenismo se establecieran en Latinoamérica, antropológicamente concentradas en el estudio y valoración de las naciones indígenas, y el cuestionamiento de los mecanismos de discriminación y desarraigo de las culturas originarias, cuyo peso político y cultural fue soterrado por la administración colonial española desde la conquista del Imperio Incaico, hasta los gobiernos republicanos

que no hicieron nada por cambiar las condiciones socioeconómicas de los indígenas, quienes no fueron considerados como componentes sustanciales de la sociedad boliviana; por el contrario, fueron excluidos de los beneficios de la llamada “civilización blancoide” y de las ventajas del Estado oligárquico. No en vano el tema del latifundio es uno de los aspectos más relevantes de la narrativa indigenista, porque representa la política etnocida de las oligarquías republicanas y la servidumbre de los indígenas en beneficio de una casta de gamonales y terratenientes, que no solo les arrebataron sus tierras con el beneplácito de las “leyes de los poderosos”, sino también los convirtieron en sus pongos sobre los cuales tenían el derecho de propiedad, como en cualquier sistema colonial, que les suprimen sus derechos más elementales y los condenan a escalofriantes trabajos de esclavitud. La literatura indigenista, particularmente en los géneros de la narrativa, tiene distintas tendencias desde su aparición, pero el rasgo común que comparten es que la mayoría de las obras resaltan el racismo, la pobreza, la marginación y el choque entre la cultura occidental y las culturas ancestrales. Esta literatura, al margen de denunciar la explotación de los indios en las haciendas, apuntala las reivindicaciones socioeconómicas desde la perspectiva de los ideales que proclaman la integración nacional

No cabe duda de que Ricardo Jaimes Freyre, a través de esta apología del indio y su civilización, se da a conocer a plenitud como excelente narrador”.


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y el derecho de los pueblos originarios a ser parte de las instituciones estatales, que son las que, en última instancia, determinan el destino de una nación en el ámbito político, económico, social y cultural. En el cuento de Ricardo Jaimes Freyre, que en algunas antologías lo recogen bajo el título de “Justicia india”, se advierte una fuerte connotación descriptiva de la naturaleza y un inconfundible compromiso social asumido por el autor que, sin eufemismos ideológicos ni retoques de la realidad, describe la lacerante situación de sus protagonistas indios, quienes, en actitud de rebeldía y decisión de lucha, agitan a los suyos para acabar con los personajes antagónicos, pero sin desvirtuar el objetivo principal del cuento que, a pesar de su violento desenlace, conlleva un mensaje de esperanza, justicia y libertad. En este cuento, escrito con coraje y valor moral, aparte de destacar el fascinante telurismo del altiplano, donde existe un vínculo casi simbiótico entre la naturaleza, el hombre y la comunidad, se exalta el interés colectivo sobre el bienestar individual; una tradición muy arraigada en las comunidades indígenas, donde la práctica cotidiana del “ayni” (colaboración mutua en el trabajo para la subsistencia de la comunidad) y la “mink’a” (reciprocidad de ayuda intercomunal) forman parte de la mentalidad del “ayllu” (sistema de organización básica de la sociedad aymara) desde su pasado milenario. El autor, convencido de la posición política forjadora de su conciencia, nos presenta, de manera sucinta y en pocas páginas, la tensa relación verbal y humana que sostienen los dominantes y dominados, en el marco de un sistema estrictamente colonial, que está caracterizado por las injusticias sociales y el menosprecio racial, que son partes integrantes de una sociedad donde prevalece la supremacía del hombre blanco sobre la mayoría indígena, compuesta por los diversos pueblos originarios asentados en el territorio nacional. El cuento “En las montañas” no se limita a retratar los atropellos que los patrones blancoides cometen contra los indígenas por el simple hecho de ser indígenas, sino que es una suerte de preámbulo para los ideólogos del indigenismo que, en su afán de liberar al indio de esa intermediación opresiva y explotadora, elaboran teorías cuyos principios tienden a impulsar una política de inclusión social en todos los ámbitos de la sociedad y una participación activa en las estructuras del poder del Estado, como una forma de compensar los cinco siglos de discriminación, perjuicios y marginalidad. Los indigenistas, en su lucha contra las minorías privilegiadas (gamonales, caciques, latifundistas, etc.), plantean la necesidad de fortalecer la propiedad colectiva de la tierra, la autodetermina-

ción y la diversidad cultural, revalorizando los usos y costumbres de los pueblos originarios, como componentes fundamentales de una nación multicultural y plurilingüe. No es para menos, Ricardo Jaimes Freyre, a través de su cuento de corte modernista, nos narra el drama de los indios que, a pesar de su situación de dominados y excluidos de los sistemas de poder, se alzan en una rebelión que culmina con la victoria de la verdad y la justicia; un premeditado desenlace que, de manera implícita, pone de manifiesto las concepciones socialistas de su pensamiento ideológico que, desde principios del siglo XX, hicieron aflorar los postulados populares de que la tierra es de quienes la trabajan y no un patrimonio de los terratenientes. En la narrativa indigenista, al margen de su valoración estética, existe una reflexión crítica sobre la realidad social, que parte del principio de la inferioridad racial del indio. Incluso la descripción de su aspecto “humilde y miserable”, con chaqueta desgarrada y sandalias con correas llenas de nudos, es una constatación de que el indio, aquejado por los constantes ultrajes patronales, es un individuo que sobrevive en medio de la pobreza y al margen de los privilegios reservados solo para las familias propietarias de grandes extensiones de tierra y dueñas de los pongos que trabajaban en condiciones inhumanas y sin más esperanza que suplicarle a la Pachamama un mejor destino para sus descendientes. El autor retrata el mundo indígena en términos de marginalidad económica, social, política y cultural, pero también de resistencia silenciosa y toma de conciencia que, de manera inevitable y dialéctica, desemboca en la venganza y la violencia descarnada, como ocurre

DIRECTOR Marco Antonio Santivañez Soria

EDITOR DE CRÓNICAS Clayton Benavides Arteaga

CORRECCIÓN José Maria Paredes Ruiz

Redes Sociales

EDITOR GENERAL Clayton Benavides Arteaga

COLABORARON: Luis Oporto Ordóñez Homero Carvalho Oliva Williams Ramírez Urquiza Estéfani Huiza Fernández Angela Marquez Aguilar Melina Valencia Achá

DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN Gabriel Omar Mamani Condo

www.ahoraelpueblo.bo La Paz-Bolivia Calle Potosí, esquina Ayacucho N° 1220 Zona Central, La Paz Teléfono: 2902587

JEFE DE REDACCIÓN Ana Fabiola Barriga Soliz

FOTOGRAFÍA Jorge Mamani Karita


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Bienvenida protocolar en el Palacio de Gobierno al presidente de Bolivia Juan Bautista Saavedra, acompañado por el poeta boliviano Ricardo Jaimes Freyre, embajador especial a las celebraciones del Centenario de la Batalla de Ayacucho, y por el Ministro de Relaciones Exteriores, Alberto Salomón.

en la última escena narrada por Ricardo Jaimes Freyre, quien, en un intento por eliminar la visión idílica de los indígenas, que es una de las características de la literatura romántica de la literatura del siglo XIX, da vuelta a la página y lo muestra al indígena en actitud combativa, ya que sus personajes indios, lejos de soportar los atropellos y el desprecio con actitud sumisa, optan por rebelarse al son de los pututos, usados como instrumentos que convocan a la comunidad para defender sus derechos y ejecutar la justicia por mano propia. Así ocurrió “En las montañas”. Los dos jóvenes viajeros, Córdova y Álvarez, una vez atrapados en el fondo de la quebrada por los indios que descendieron desde la colina, que poco antes parecía desmoronarse en enormes peñascos, fueron amarrados sobre los caballos y conducidos hasta una explanada, donde sus cuerpos fueron arrojados “como dos fardos”, mientras los ancianos y las mujeres esperaban la asonada final. Al cabo de deliberar un momento, y una vez que empezaron a beber el licor de los cántaros en señal de triunfo y regocijo, Pedro Quispe y Tomás se ocuparon de despojarles de sus prendas y atarlos a los postes, donde empezó el suplicio entre gemidos y alaridos de dolor, como si los patrones hubiesen despertado la furia social y los indígenas hubiesen tomado conciencia de su propia dignidad. Seguidamente narra el autor: “Pedro Quispe arrancó la lengua a Córdova y le quemó los ojos. Tomás llenó de pequeñas heridas, con un cuchillo, el cuerpo de Álvarez. Luego vinieron los demás indios y les arrancaron los cabellos y los apedrearon y les clavaron astillas en las heridas...”.

Los brotes de rebeldía y violencia indígena aparecen registrados, antes y después de la institucionalización de la colonia, en varios capítulos de la historia nacional. Baste mencionar, a manera de ejemplo, la conducta beligerante de los indios durante la Guerra Federal (18981899), cuando estos, aliados a las tropas castrenses del coronel José Manuel Pando, nombrado comandante de las fuerzas federalistas de La Paz, se enfrentaron a las tropas chuquisaqueñas lideradas por el Partido Conservador que, mientras cruzaban por las poblaciones del altiplano en su camino hacia La Paz, se dieron a la tarea de atacar y quemar las casas de los indígenas aymaras, quienes, ante semejantes atrocidades cometidas en sus comunidades y en afán de reivindicar sus derechos que habían sido sistemáticamente espoliados como consecuencia de la legislación de 1880, se sumaron a la efervescencia bélica al mando de “El Temible” Pablo Zárate Willka, fustigando a las masas indias para derrotar a las minorías dominantes, compuesta por una jerarquía de criollos y mestizos, que tenían el control sobre las tierras y los recursos naturales. Como se apuntó líneas arriba, este no fue el único episodio en el que la furia de los indios se dejó sentir por los poderes de dominación, sino uno más de las tantas rebeliones que protagonizaron desde la época de la colonia, dejando constancia de que las guerras se ganan con fusiles y no con oraciones ni discursos, como sucedió en los levantamientos armados registrados en las páginas más violentas y sangrientas de la historia nacional. Con todo, este fabuloso cuento de Ricardo Jaimes Freyre, publicado por primera vez en el Nro. 29 de la “Revista de Letras y Ciencias Sociales” de Argentina (1906), merece una mayor difusión entre los lectores nacionales y extranjeros, no solo porque forma parte de su escasa prosa literaria, sino también porque la temática indigenista, estructurada sobre la base de un lenguaje rico en metáforas y símbolos, está hilvanada con solvente calidad ética y estética, una inconfundible impronta en la obra de los grandes narradores bolivianos.


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FOTOS: WWW.DW.COM

EN EL SIGLO XVI

El arte de la realeza europea para encriptar María, reina de Escocia, utilizó en 1587 una ingeniosa técnica de sellado en la última carta antes de su ejecución, que sólo ahora se ha descifrado. DW / Ahora El Pueblo En el siglo XVI, mucha de la realeza europea utilizó un intrincado método de plegado de seguridad para compartir sus secretos más importantes. Entre los monarcas prominentes que hicieron uso del llamado “letterlocking” (bloqueo de letras) se encuentran la reina Isabel I de Inglaterra y María Reina de Escocia, según ha revelado una nueva investigación publicada en la revista Electronic British Library Journal.

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l término “letterlocking” describe adecuadamente la técnica, ya que los “candados” —en este caso no de metal— eran ingeniosa y hábilmente creados doblando, cortando y enhebrando el papel de las cartas y fijándolo con lacre. De este modo, el papel se convertía en su propio sobre, lo que impedía su lectura sin romper los sellos o resbalones, proporcionando un medio de seguridad, a prueba de fisgones y espías: para acceder al interior, un espía tendría que cortar el candado, un acto imposible de pasar desapercibido. EL ESLABÓN PERDIDO Muchos consideran este sistema el eslabón perdido entre las antiguas técnicas de seguridad de las comunicaciones físicas y la criptografía digital moderna. El uso de estas cartas cerradas habría desaparecido en la década de 1830, con la aparición de los sobres de producción masiva y la mejora de los sistemas de entrega del correo, según informó The New York Times. El proceso de cierre de cartas, que se remonta al siglo XIII, ha sido utilizado Catalina de Médicis en 1570, así como por la reina Isabel en 1573 y María, reina de Escocia, en 1587, horas antes de que su largo esfuerzo por unir Gran Bretaña acabara con su decapitación. La revelación del amplio uso del método ha llegado gracias al trabajo de la conservadora Jana Dambrogio, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), y su grupo de investigación interdisciplinar “Unlocking History Research Group”, quienes se han especializado en la reconstrucción de sellos de cartas históricas. A principios del año pasado, el equipo informó del desarrollo de una técnica de realidad

virtual que les permitía mirar las cartas cerradas sin romperlas y dañar el registro histórico. Ahora, en el nuevo artículo los investigadores expusieron sus nuevos hallazgos, el cual ha demostrado lo popular que era esta práctica entre las cortes europeas. TODO POR LA SEGURIDAD “Estas personas conocían más de una forma de enviar una carta y eligieron esta”, afirmó Dambrogio, autora principal de un estudio y conservadora de las Bibliotecas del MIT, a The New York Times. “Había que tener mucha confianza para hacer una cerradura en espiral. Si te equivocabas, tenías que empezar de nuevo, lo que podía llevar horas de reescritura y costura. Es fascinante. Se tomaron muchas molestias para construir su seguridad”, agregó. En su reciente artículo, Dambrogio y su equipo no sólo han reconstruido algunos de los métodos de cierre de letras más comunes, sino que también han elaborado una tabla de niveles de dificultad basados en la complejidad de los pliegues y en las técnicas de corte y enhebrado. Además, los estudiosos sugieren que los diferentes ejemplos muestran cómo el método se utilizaba en la diplomacia. Uno de los principales casos de estudio del nuevo artículo son dos cartas cerradas con llave enviadas por María, reina de Escocia, incluida la que escribió en 1587 justo antes de su decapitación. Su participación en un complot para asesinar a su prima, la reina Isabel I de Inglaterra, acabó costándole la vida. “Esta noche, después de la cena, se me ha comunicado mi sentencia: voy a ser ejecutada como un criminal a las ocho de la mañana. La fe católica y la afirmación de mi derecho divino a la corona inglesa son las dos cuestiones por las que estoy condenada”, se lee en la carta. “CANDADO EN ESPIRAL” Según los investigadores, esta carta está provista de un candado especial denominado “candado en espiral”. Para ello, se recorta una esquina en forma de daga del membrete, pero no se corta, y se pasa varias veces por las hendiduras del paquete de cartas plegado. La cara abierta se “cose” así y la última esquina se pega al anverso con lacre.

Quien quiera abrir la carta tiene que romper el candado. Por otra parte, Dambrogio aseguró que, aunque el nuevo artículo se centraba en las mujeres, los hombres también utilizaban esta técnica, según informa The New York Times. “Todavía estamos en la fase de recopilación de datos”, dijo al medio estadounidense. “Harán falta años de estudio”, agregó. Dambrogio espera que sus hallazgos impulsen “nuevos tipos de investigación archivística y permitan examinar de nuevos incluso artefactos muy conocidos”. Y no era para menos: hasta hace poco, estas cartas cerradas sólo podían estudiarse y leerse cortándolas, lo que a menudo dañaba los documentos históricos.

Había que tener mucha confianza para hacer una cerradura en espiral. Si te equivocabas, tenías que empezar de nuevo, lo que podía llevar horas de reescritura y costura. Es fascinante. Se tomaron muchas molestias para construir su seguridad”.

La secuencia de despliegue generada por ordenador de una carta sellada.


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