2
La historia desconocida de la Copa del Mundo: Nazis, robos y una incógnita que lleva más de 30 años Por Ivo Salvador
L
a Copa Jules Rimet fue a lo largo de la historia del futbol un trofeo anhelado por los diferentes países, de gran valor y prestigio. Fue escondida de los nazis dentro de una caja de zapatos durante la segunda guerra mundial y luego fue robada. Todavía hoy se desconoce el paradero.
En 1930 el mundo estaba expectante, el futbol estaba a punto de celebrar su fiesta más grande: el primer Mundial de fútbol. Uruguay había sido elegida como sede y los preparativos habían comenzado hace tiempo. Dos años antes, el presidente de la FIFA era Jules Rimet, se acercó al escultor francés Abel Lafleur para que se encargara de la creación de una copa para entregar al ganador. Un trofeo que fuera único, de una altura de 35 centímetros y casi 4 kg, bañada en oro de 14 quilates, basando su escultura en la diosa griega Niké sosteniendo una copa. En tres campeonatos fue protagonista, siendo alzada por Uruguay e Italia en dos oportunidades. Los capitanes que tuvieron el honor de tener en sus manos la copa fueron: José Nasazzi (Uruguay), Gianpero Combi (Italia) y Giuseppe Meazza (Italia) en 1930, 1934 y 1938 respectivamente.
Durante la II Guerra Mundial, con Hitler como principal exponente por sus acciones contra la humanidad, su fuerte nacionalismo y aspiraciones de grandeza y poder, la copa estaba en poder de la Federación italiana de fútbol. Los nazis seguían invadiendo y conquistando territorios europeos, saqueando objetos sumamente valiosos como tesoros, obras de arte y piezas de museo. En la Alemania Nazi el poder de propaganda deportiva era grande y para muchos tenía sentido que “El Führer”
estuviera interesado en poseer el trofeo deportivo más importante en ese momento. El galardón se encontraba en una caja de seguridad de un banco de la capital Roma. Sin embargo, el presidente de la Federación Italiana de Futbol, Ottorino Barassi, creía que no era el sitio más adecuado. En secreto, la sacó del banco y se llevó el trofeo a su casa ubicada en la Piazza Adriana y lo escondió en
una caja de zapatos debajo de su cama. Una mañana de 1941 fue sorprendido en su casa por un escuadrón de la Gestapo que lo interrogaron y buscaron por la casa el trofeo. Después de desconocer algún dato del paradero, les comento que era posible que hubiera sido trasladada a Milán, para despistarlos. Minutos después se marcharon resignados y la Copa del Mundo pudo continuar su legado. No obstante, tenía los días
contados. En 1966, meses antes de que comenzara el Mundial de Inglaterra, la Copa fue robada en Londres mientras era exhibida en Westminster. A los pocos días apareció entre los arbustos de un parque, donde un perro de la Policía la encontró. Ante este hecho delictivo que puso en peligro la integridad de la misma, se construyó una réplica para las exhibiciones al
público. En 1997 se subastó la réplica por 254.500 libras, un precio tan alto que hizo que se sospechara de que fuese la original. En otra oportunidad, mientras estaba en la Asociación de Futbol brasileña, que eran campeones vigentes, fue sustraída de la caja de vidrio en la que se encontraba resguardada. Desde ese año, 1970, nunca más volvió a aparecer ni se pudo dilucidar que paso con él. Se cree que fue vendida a un joyero argentino que la fundió y vendió en partes. En 2015, la base de piedra original del trofeo fue encontrada en la bodega del sótano de la sede de la FIFA. La pieza, que ahora está en exhibición en el Museo de Futbol de dicho ente, en Zúrich, tiene sólo las placas de los primeros campeones que pudieron dejar su huella en su cuerpo.
3
El mundial Fascista Por Julieta Aguirre Leiva
E
l fascismo, desde sus orígenes, exaltaba dentro de sus valores supremos la juventud, la acción, la fuerza y la misma violencia. El adoctrinamiento era una pieza fundamental en el régimen fascista y el deporte era una herramienta efectiva para llevar eso a cabo. Por esto, a cualquier coste, el Duce Benito Mussolini anhelaba la copa del mundo como un símbolo de lo supuestamente alcanzado por el fascismo durante doce años en el poder. La Italia de Mussolini fue el escenario del 2do Mundial de Fútbol de la historia en 1934, donde participaron 16 países de los cuales 11 eran europeos. La primer edición se había organizado en Uruguay, siendo la selección local la condecorada que, cuatro años más tarde se negó a participar del mundial fascista. La selección azzurra había convocado y nacionalizado a cinco argentinos y a un brasilero para que forme parte de la formación. El caso más notable fue el de Luis Monti, finalista en la Copa Mundial de 1930 con Argentina. En ese entonces el reglamento FIFA permitía que jugadores puedan disputar mundiales representando a una selección a pesar de haber vestido la camiseta de su país natal en otra ocasión. La competición se desarrollaría con partidos eliminatorios los cuales en caso de empate irían a un alargue de treinta minutos y, de no haber cambiado el resultado en la prolongación, el encuentro debería repetirse al otro día.
El debut del azzurra fue ante Estados Unidos por los octavos de final, donde ganaron por siete goles contra uno. La selección norteamericana contaba con jugadores amateur mientras los italianos dirigidos por Vittorio Pozzo tenía en sus filas jugadores estrellas que disputaban el Calcio. El partido más controversial de este certamen fue Italia – España, donde la violencia por parte de los italianos eclipsó el buen fútbol de los españoles. El encuentro, reconocido como “La batalla de Florencia” tuvo de escenario el estadio Giuseppe Berta de Florencia, ante unos 43.000 espectadores deseosos de ver una victoria italiana. En el primer tiempo la selección española encontraría el gol de la mano de Regueiro, sin embargo pisando el entretiempo el italiano Ferrari marcó el empate luego de una jugada polémica donde Schiavo le cometía falta al arquero español Zamora inhabilitándolo a atajar la pelota. En la segunda mitad comenzó la masacre: seis jugadores españoles terminaron lesionados no pudiendo ser titulares en el encuentro desempate que se realizó al otro día por mantenerse la parcialidad 1 a 1. Zamora, el arquero, se marcharía de regreso a su país con dos costillas rotas luego de la falta cometida por Schiavo que no fue vista por el árbitro belga Louis Baert. En el partido desempa te los
azzurra continuaron con su estrategia de rusticidad para contrarrestar el juego español. La pasividad arbitral ante la violencia física sumado a la anulación de dos goles españoles, cooperó a que Italia salga victoriosa luego de un tanto convertido por el mítico Giuseppe Meazza, el mismo que hoy da nombre el estadio de Milán. La actuación arbitral fue tan cuestionada que René Mercet, cuando regresó a Suiza, fue expulsado de por vida del arbitraje, tanto por la FIFA como por la federación de su país. El partido por semifinales puso en el camino de la Italia Fascista al “wanderteam” austríaco. El “equipo maravilla”, como se conocía a la selección liderada por Matthias Sindelar, nada pudo hacer frente al gol de Enrique Guaita, que consagraba a la azzurra finalista de la Copa del Mundo. El 10 de junio se disputó en Roma el último encuentro del Mundial. Italia se enfrentaba con Checoslovaquia, seleccionado que había dejado en el camino a Rumania, Suiza y Alemania. Años después de este encuentro el ítalo-argentino Monti confesaba: “En 1930, en Uruguay, me querían matar si ganaba, y en Italia, cuatro años más tarde, si perdía” Benito Mussolini
estaba presenten en el palco de autoridades con su uniforme militar y los jugadores italianos, como era costumbre, hicieron el saludo fascista en el centro del campo. Dice la leyenda que, cuando Pozzo arengaba a sus jugadores en el vestuario, luego de un primer tiempo sin tantos, se presentó un enviado del Duce con el siguiente mensaje: «Señor Pozzo, usted es el único responsable del éxito, pero que Dios lo ayude si llega a fracasar». Como contestación, el entrenador se dirigió a los jugadores: “No me importa cómo, pero hoy deben ganar o destruir al adversario. Si perdemos, todos lo pasaremos muy mal”. Checoslovaquia dominó la segunda parte y en el minuto 71 se puso enventaja con un gol de Antonín Puč. Finalmente, luego de unos cambios tácticos Italia encontró el empate con gol de Raimundo Orsi. Con el contrincante ya agotado, Schiavio hizo el 2– 1 definitivo en el minuto 95 de la prórroga. Italia se proclamó así campeona del mundo por primera vez en su historia.
4
Estadios de las finales de Mundial Por Gonzalo Oubiña
L
os mundiales están llenos de historias, de protagonistas, de memorias que viven en el tiempo. Cada edición paraliza al mundo entero. Miles de fieles caminan detrás de la biblia, que es la pelota, en un peregrinaje de esa religión que muchos llaman fútbol. Y dentro de todos esos momentos que quedan inmortalizados aparecen las finales. El último partido. La última batalla. El encuentro en el que se llega a la gloria o a la desazón total. Cada Mundial cuenta con su propia final, disputada cada una de ellas en distintos estadios. Desde el Centenario en 1930 hasta el Maracaná en el pasado Mundial de Brasil, en todos emana del césped olor a historia. La historia de los estadios de las finales del mundo es casi tan rica como la de los torneos en sí. A pocos meses del arranque de la Copa del Mundo de Uruguay 1930, el primero de la historia, se culminaron las obras del hoy mítico Estadio Centenario, cuyo nombre hace referencia a los festejos por los 100 años de la Constitución uruguaya en aquel entonces. Allí, el 30 de julio de 1930, Uruguay se imponía por 4 a 2 sobre Argentina y se consagraba campeón.
Hay que dar un salto de 20 años para hablar de otro imponente estadio: el Maraná. Protagonista de la final más multitudinaria en la historia de los mundiales con 199.150 espectadores, el gigante brasileño vivió una segunda final, en 2014. En 1950, Uruguay nuevamente fue el campeón derrotando al local, mientras que en 2014 Argentina volvió a caer en una final.
escenario de la victoria por 4 a 2 de Argentina sobre Alemania, que contaba con la presencia de Diego Maradona. . El Azteca es otro de los peso pesados en la historia de los mundiales, con dos partidos decisivos, pues en 1970 ya Brasil se había consagrado campeón allí, tras derrotar a Italia por 4 a 1.
Dos mundiales ha conseguido Argentina a
Cuando uno habla de mundiales, inevitablemente habla de Brasil. La “verdeamarela” es la gran
largo de su historia. El primero fue allá por 1978 en el Estadio Monumental de River, bajo la atenta presencia del régimen militar represor que mandaba en el país y luego de un parejo encuentro contra Holanda. Fue victoria albiceleste por 3 a 1 y locura desenfrenada de las 71.483 personas presentes. La segunda estrella llegaría en suelo mexicano en 1986. El Estadio Azteca fue el
potencia mundial y cuenta con 5 títulos entre sus palmarés. Histórica fue justamente la obtención de esta última corona en el Mundial Corea Japón 2002. En el Estadio Internacional de Yokohama, Brasil derrotó cómodamente a Alemania por 2 a 0. Aquel escenario corresponde al segundo estadio de menor capacidad en encuentros decisivos. Con la posibilidad de albergar a
69.029, solo está por debajo del Estadio Olímpico de Berlín, que recibió a 69.000 en 2006, para la victoria por penales de Italia sobre Francia. El Olímpico fue remodelado para aquella oportunidad. Hoy por hoy la FIFA determinó que el requisito mínimo para que un estadio sea apto para recibir una final de Mundial es de 80.000 personas. Mientras tanto, Rusia se prepara para recibir su primer Copa del Mundo. La final se disputará en el Estadio Nacional de Luzhnikí, bajo la atenta mirada de 81.000 espectadores. Allí hace las veces de local el Spartak de Moscú y fue sede principal de los Juegos Olímpicos de Berlín 1980. Además albergó la final de la Champions League en 2008. Para el Mundial se hicieron varias remodelaciones y la reinauguración se produjo en noviembre de 2017, cuando Argentina derrotó al local por 1 a 0. Casualidad del destino o no, resta definir si será efectivamente la selección de Lionel Messi quien disputará esta nueva final y pueda escribir un nuevo capítulo en la riquísima historia de los Mundiales FIFA.
5
El día que el fútbol se murió Por Román Failache
L
a ciudad de Boston, Seattle, amaneció consternada aquel 26 de junio, más precisamente la concentración de la Delegación Argentina allí presente. El equipo de Alfio Basile, con sus incontables figuras mundiales -Batistuta, Caniggia, Redondo, Maradona, etc- y un pronóstico que auguraba el tercer título mundial, se vio derrumbado de un instante a otro. El rumor llegó como el viento. Y el pésame lo dio el mismísimo Don Julio Grondona: “Le dio positivo a Diego, Coco”, señaló el ex ferretero. El Mundial de Estados Unidos significó la última presencia de Diego Armando Maradona con la camiseta de la Selección Argentina. El 3-0 a Grecia y el inolvidable 2-1 a Nigeria, con Pelusa corriendo incansablemente de córner a córner en el minuto 94, fueron las últimas imágenes que quedaron en la retina del hincha. Una vez finalizado el encuentro con los africanos, una enfermera ingresó al campo de juego,
tomó del brazo al 10 y comenzó a llevarlo hacia el control antidopping, mientras éste se retiraba heroico con el puño en alto. Estaba seguro que nada podía salir mal. El resultado, sin embargo, contrarrestaba esa postura. En los laboratorios estadounidenses de la facultad de Massachusetts se diagnosticaron presentes, en la orina de
Maradona, cinco derivaciones de la efedrina. Las versiones que circularon los periodistas en los días posteriores fueron deducciones lógicas que se caían de maduro: “Diego tomó cocaina de nuevo”, afirmaron (cabe recordar que entre 1992 y 1994, el futbolista del Sevilla cumplió 18 meses de sanción por haber tomado esa sustancia).
Diego lloraba desconsoladamente en la habitación del hotel Foxboro mientras juraba y rejuraba no haber hecho nada incorrecto. Desde el cuerpo médico del plantel intentaron apelar la sanción aduciendo que en los papeles nada se había salido de línea y se desligaron de la responsabilidad al indicar que Maradona tenía a su propio preparador físico:
Daniel Cerrini. Muchos días más tarde, se conocería que el físicoculturista amigo del Diego le propinaba una dieta prohibida para la práctica del fútbol, la misma que lo recuperó del ostracismo en 1993 y lo puso en forma para jugar repechaje y Mundial. A 23 años de aquel hito histórico, muchas
preguntas siguen inconclusas: ¿Por qué la AFA, comandada por secretario general de la FIFA Julio Grondona, no intervino en el veredicto de la sanción? ¿Significó una revancha por la confrontación entre el 10 y el organismo madre del fútbol? ¿Por qué los médicos de Argentina no asumieron la responsabilidad y así intentar reducir la sanción? ¿Hubiera servido de ejemplo el caso de Ramón Calderé, futbolista español que dio dopping positivo en el Mundial de México 86, y apenas recibió una fecha de sanción? ¿Argentina, de no ser por este traspié, habría llegado a la final de aquel campeonato definido por penales entre Brasil e Italia? La única certeza es que la Albiceleste se fue en octavos de final, a manos de Rumania (2-3), y que Maradona, el ídolo más grande del fútbol local, jamás pudo tener su despedida de la Selección