La Primavera árabe en nuestros días

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La Primavera árabe en nuestros días Por Marcos García, Diego López y Harold Obando

Las independencias de los estados del Magreb (región árabe del norte de África) empiezan a producirse inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, aprovechando la debilidad de las grandes potencias, exhaustas tras este conflicto. Los nuevos estados surgen en medio de la Guerra Fría, por lo que muchos de ellos, por su situación estratégica o por los recursos naturales de los que disponían, se convirtieron en actores principales, campos de batalla o víctimas de la contienda.

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n ese ambiente comienzan a surgir ciertas ideologías como el nacionalismo árabe y el movimiento panarabista, así como, con el tiempo, el islamismo radical. Además, debido a la Guerra Fría, caló en la población un odio hacia el bando contrario, ya sea occidental o soviético, por lo que el rencor ante las potencias se hacía todavía más patente. Por lo tanto, es así como surgen también unas ganas imperiosas de conseguir el poder de los nuevos estados. Se produce entonces un periodo inestable de golpes de estado, revueltas y manifestaciones para controlar el incipiente estado. Un ejemplo es la revolución de Burguiba contra el rey Muhammad VIII al-Amin de Túnez. Es un intento de dar una imagen positiva a sus ciudadanos de control del país sin necesidad de la supervisión de las potencias. Desde occidente, todos los gobiernos conformados tras las revueltas y los golpes de estado fueron vistos con buenos ojos, pues impedían el auge del islamismo radical, lo controlaba, y les proporcionaban recursos naturales a cambio de apoyo político, económico, reconocimiento internacional y armamento. Por tanto, debemos recalcar que a pesar de ser dictaduras represivas que violaban los derechos humanos, los países


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occidentales, de la mano de EEUU, dieron legitimidad a estos gobiernos y establecieron muy buenas relaciones diplomáticas y comerciales. Este apoyo y reconocimiento se acrecentó tras los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. En ese ámbito es cuando nacen las revueltas en cadena en muchos países árabes, lo que después fue llamado por los analistas, “la primavera árabe”. La gente, hastiada de sus gobiernos represivos, de la crisis económica, del desempleo (Egipto y Túnez, por ejemplo), y el anhelo de las libertades de las que gozaban las democracias occidentales, decidió luchar contra las dictaduras. Después de dos años, ¿podemos decir que se ha conseguido la democracia? ¿Han servido para algo estas revueltas? En este trabajo, trataremos de explicar la importancia de las revueltas, sus éxitos y fracasos en base a lo ocurrido en los tres países que sí consiguieron derrocar a sus gobiernos. A saber, Túnez –el precursor–, Egipto y Libia. Trataremos de dar una imagen actual de cada país, lo conseguido en el momento exacto de las revoluciones y las reclamaciones y luchas que todavía ocurren en los países citados para intentar explicar en qué punto exacto están en el camino de la democracia plena y la consecución de sus objetivos.

En ese ámbito es cuando nacen las revueltas en cadena en muchos países árabes, lo que después fue llamado por los analistas, “la primavera árabe”. La gente, hastiada de sus gobiernos represivos, de la crisis económica, del desempleo (Egipto y Túnez, por ejemplo), y el anhelo de las libertades de las que gozaban las democracias occidentales, decidió luchar contra las dictaduras.

Hemos elegido Túnez, Egipto y Libia por ser los países más avanzados en este proceso. Los ciudadanos de estos estados consiguieron derrocar a los gobiernos represivos al poco de comenzar las revueltas, con la excepción de Libia, que derivó en una guerra civil en la que tomaron parte las potencias europeas, EEUU y la OTAN. Analizaremos los países que se encuentran más próximos a la democracia y los que siguen protestando tras dos años para que las reformas y los cambios otorguen un estado de derecho y una separación de poderes, así como la consecución de una mayor estabilidad y mejora económica.

Túnez El primer presidente de Túnez, tras su independencia de Francia, Habib Burguiba, implementó una serie de reformas desde su llegada al poder, en 1957. Perteneciente al Neo Destour, partido político que luchó por la descolonización y negoció con Francia la independencia definitiva, Burguiba declaró a Túnez como un país secular en donde el Islam no era la religión oficial del estado. Su régimen se caracterizó


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por su visión innovadora del islam, volcada en medidas sociales que cambiaron profundamente el modelo de las familias tunecinas. Prohibió la poligamia y estableció la legalidad del divorcio para la separación conyugal. Por otra parte, su reforma en educación hizo que hacia el año 1985, Túnez fuera un país con centros de formación de especialistas y académicos. En 1987, los problemas de salud de Burguiba lo motivaron a ceder poder de decisión a miembros de distintas instituciones del estado.

Zine El Abidine Ben Ali, quien durante el mandato de Burguiba era Jefe de la Policía tunecina, fue nombrado Ministro del Interior el 2 de octubre de 1987. Desde este cargo, el 7 de noviembre del mismo año, apoyado por la Guardia Nacional, Ben Ali dirigió un golpe de estado y derrocó a Burguiba, asumiendo la presidencia de Túnez.

Zine El Abidine Ben Ali, quien durante el mandato de Burguiba era Jefe de la Policía tunecina, fue nombrado Ministro del Interior el 2 de octubre de 1987. Desde este cargo, el 7 de noviembre del mismo año, apoyado por la Guardia Nacional, Ben Ali dirigió un golpe de estado y derrocó a Burguiba, asumiendo la presidencia de Túnez. Una de las primeras medidas del nuevo dictador fue cambiar la Constitución de 1957: decretó que cualquier presidente puede gobernar como máximo en 3 mandatos. Es así que Túnez pasa de 30 años de un régimen civil al poder militar, pues Ben Ali perteneció al ejército de su país y tuvo a la Guardia Nacional de su parte. Al mando del partido Agrupación Constitucional Democrática, Ben Ali convocó a elecciones en 1989. Las promesas de pluralismo y aceptación de partidos políticos o islamistas que hizo al pueblo tunecino quedaron en el aire. Durante el proceso electoral, el partido de Ben Ali obtuvo la mayoría de votos para el Parlamento porque no permitió la participación de otros partidos políticos, cometiendo así un fraude masivo. Un ejemplo de la política represiva hacia organizaciones opositoras fue la declaración como ilegal al Partido del Renacimiento, de tendencia islámica. Por otra parte, en lo que se refiere a economía y medidas sociales, Ben Ali no supo cómo frenar la inestabilidad de Túnez, especialmente en evitar el desempleo. Estos factores, sumados a las acusaciones de corrupción que lo involucraban directamente, fueron suficientes para que, tras más de 20 años de dictadura, surgiera un movimiento ciudadano para derrocarlo. El 17 de diciembre del 2010, el vendedor ambulante Mohamed Bouazizi se quemó “a lo bonzo” porque la policía le decomisó su puesto de frutas. La inmolación ocurrió en Sidi Bouzid, ciudad ubicada en el centro de Túnez. Después de un mes, en enero del 2011, Bouazizi falleció y su muerte se convirtió en el símbolo del descontento de los tunecinos hacia el régimen de Ben Ali. La corrupción, la crisis económica y la falta de oportunidades terminaron por movilizar a la sociedad civil, integrada por estudiantes y miembros de partidos políticos de la oposición.


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Como respuesta, Ben Ali prometió puestos de trabajo para la población y que ya no volvería a presentarse al poder en el 2014. Cabe señalar que gobernó en cuatro ocasiones consecutivas: 1989-1994, 1994-1999, 1999-2004 y 2004-2009, pero el pueblo desconfiaba cada vez más de él y sus nuevas promesas no persuadieron a los manifestantes. Por el contrario, gracias a las redes sociales y la rápida difusión de videos de las protestas en Internet, en varias ciudades de Túnez, empezaba a consolidarse un movimiento más organizado. Era la primera vez que un país árabe era sacudido, no por una revolución islamista, sino por una que buscaba retornar a la democracia. La represión del Ejército de Túnez se basó en detenciones a miles de manifestantes sospechosos de haber participado en actos violentos. Según Amnistía Internacional, no se detenían solamente a los que iban a las marchas, sino también a figuras políticas y periodistas por sus posturas en contra de Ben Ali. Así mismo, se conocieron casos de torturas y arrestos domiciliarios sin explicación alguna. Solo en un mes de revolución, murieron 66 personas por la represión estatal.

El objetivo principal de la “revolución de los jazmines” se logró el 14 de enero del 2011: Ben Ali renunció a la presidencia y huyó del país hacia Arabia Saudí. La caída del gobierno dictatorial fue celebrada en todo el país, pero muchos quedaron inconformes con la proclamación de Mohamed Ghannouchi como presidente del período de transición.

El objetivo principal de la “revolución de los jazmines” se logró el 14 de enero del 2011: Ben Ali renunció a la presidencia y huyó del país hacia Arabia Saudí. La caída del gobierno dictatorial fue celebrada en todo el país, pero muchos quedaron inconformes con la proclamación de Mohamed Ghannouchi como presidente del período de transición. Él fue miembro del mismo partido que Ben Ali, Agrupación Constitucional Democrática, y se desempeñó como Primer Ministro de Túnez desde 1999. Tres de los partidos políticos más importantes del país, Ennahda o Partido del Renacimiento, Ettakatol y Congreso para la República, fueron reconocidos tras ser considerados ilegales durante la dictadura de Ben Ali. También hubo una liberación de presos políticos de oposición y retornaron a Túnez muchos líderes exiliados durante dos décadas. Uno de ellos fue el presidente de Ennahda, Rachid Ghanuchi, quien volvió a su país en enero del 2011. Como producto del rechazo de los manifestantes hacia todos los miembros del partido de Ben Ali, Mohamed Ghannouchi dejó el poder el 27 de febrero del 2011. La nueva presidencia la ocupó el abogado Fouad Mebazaa, perteneciente desde 1988 a Agrupación Constitucional Democrática, quien convocó a elecciones para octubre del mismo año. Después del proceso electoral, se conformó una Asamblea Constituyente donde Ennahda tuvo mayoría, pero no presentó a ningún miembro para la presidencia. Su secretario general, Hamadi Jebali, fue nombrado


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Primer Ministro. Moncef Marzouki, del Congreso para la República, fue elegido presidente. Es así que se inicia en Túnez un nuevo gobierno formado en su mayoría por miembros del Congreso para la República y Ennahda. Aunque ya pasaron más de dos años desde que se estableció el gobierno de coalición entre los partidos Congreso para la República y Ennahda, la situación de incertidumbre en Túnez continúa. Uno de los principales retos que Ennahda debe enfrentar es la presión de los salafistas, grupo islamista radical que busca ocupar cargos importantes en el gobierno. Los sectores laicos de la coalición, principalmente el Congreso para la República, han acusado a Ennahda de permitir la presión salafista que permitiría que este grupo radical avance en sus propósitos de ocupar el poder. La fragmentación entre seculares y laicos se agudizó con la muerte de Chokri Belaid, líder de izquierda del Movimiento Patriótico Democrático, asesinado por los salafistas. Él siempre fue opositor a Ennahda y a la presencia de facciones islámicas en el gobierno, por lo que su muerte fue tomada por los demás partidos como una ineficiencia de Ennahda por cortar los vínculos con los salafistas.

En febrero de este año, el primer ministro Jebali impulsó un proyecto para contar con independientes en el gobierno, demostrando así un interés en superar los problemas de su partido. Pero la oposición rechazó esta iniciativa, especialmente los grupos de izquierda. De esta manera, el gobierno se aleja cada vez más de lograr un consenso que permita cubrir las demandas de la población en el plano económico y social.

En febrero de este año, el primer ministro Jebali impulsó un proyecto para contar con independientes en el gobierno, demostrando así un interés en superar los problemas de su partido. Pero la oposición rechazó esta iniciativa, especialmente los grupos de izquierda. De esta manera, el gobierno se aleja cada vez más de lograr un consenso que permita cubrir las demandas de la población en el plano económico y social. Por último, es necesario que Ennahda establezca una distancia clara entre la influencia de los grupos islamistas y su plan de gobierno. Solo así se demostrará un avance por el pluralismo y la tolerancia, ya que Túnez es un país laico donde la religión no puede frenar la democracia ni prohibir la libertad total de sus ciudadanos.

Egipto El tamaño de Egipto, su población y situación geográfica hacen de él un importante centro estratégico para la geopolítica. Para entender las revueltas y por qué sucedieron, hay que explicar ciertos antecedentes. El hecho fundamental que marca el rumbo de la historia moderna de Egipto es la firma de los acuerdos de paz de Camp David en 1979. Las consecuencias políticas que tuvo aquel acuerdo de paz con Israel fueron


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dramáticas. El país fue expulsado de la Liga Árabe, se produjo la ruptura de relaciones con muchos países árabes y Egipto quedó relegado al más absoluto ostracismo. Esto provocó que el resentimiento de una parte de la población por las derrotas en sendas guerras y la paz con Israel sirviera de excusa a los islamistas radicales, surgidos de entre las filas de los Hermanos Musulmanes. Comenzó así una espiral de violencia que tuvo en el atentado terrorista del 6 de octubre de 1981 su máximo exponente. Durante el desfile militar conmemorativo de la guerra de 1973, una serie de soldados que desfilaban delante de la tribuna presidencial abrieron fuego matando a cinco personas, entre ellas al presidente Anuar ElSadat. El magnicidio propició la llegada al poder del vicepresidente Hosni Mubarak, que sería presidente del país durante treinta años. Durante los primeros años de su gobierno, Mubarak intentó desarrollar la economía, romper el aislamiento diplomático del mundo árabe y acercarse a Occidente. No obstante, el antecedente esencial de la indignación del pueblo egipcio fue la corrupción rampante de la clase dirigente y, muy en especial, de la familia del presidente. Tras treinta años de latrocinio, las cuentas son espeluznantes: se calcula que Mubarak cifraba su fortuna entorno a los cincuenta mil millones de euros y la de sus hijos en diecisiete mil millones de euros.

Durante los primeros años de su gobierno, Mubarak intentó desarrollar la economía, romper el aislamiento diplomático del mundo árabe y acercarse a Occidente. No obstante, el antecedente esencial de la indignación del pueblo egipcio fue la corrupción rampante de la clase dirigente y, muy en especial, de la familia del presidente.

Por otra parte, también influyó la inflación y la imposibilidad de acceder a una vivienda digna, todo ello agravado por unos precios de los alimentos más básicos, imposibles de asumir para el pueblo. La represión del régimen había llegado a límites insospechables. Se calcula que sólo en 2010 se habían producido más de nueve mil detenciones ilegales, buena parte de las cuales eran acompañadas por algún tipo de tortura. Y con este panorama llegamos a enero de 2011. Los acontecimientos que acabaron derrocando la dictadura de Hosni Mubarak empiezan el 25 de enero de 2011. La inspiración de la revolución tunecina resulta evidente: el éxito en Túnez de una revuelta pacífica contra un régimen dictatorial que pretendía convertirse, como otros, en una república hereditaria. Los años de ineficacia, la corrupción, las mentiras, la represión, el desempleo, la pobreza y la desesperación y ganas de libertad espolearon a la ciudadanía egipcia. Las revueltas comenzaron en la ciudad de Suez y, en menor medida, en Ismailía. En los primeros días de protestas murieron siete personas


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a manos de la policía, y de éstas, al menos tres fueron en Suez. En ese momento, el régimen de Mubarak atribuyó las manifestaciones a los Hermanos Musulmanes. Estas muertes encendieron la mecha de las manifestaciones. Al poco tiempo se generalizaron y se extendieron por todo el país: Suez, Alejandría, Ismailía, Mala y Asuán. Pero las concentraciones más importantes ocurrirían en la plaza Tahrir de El Cairo, que se ha convertido en uno de los símbolos más importantes de la lucha por la libertad del pueblo árabe. Inicialmente fueron unos 20000 los ciudadanos reunidos en la plaza, pero fueron creciendo en número hasta la marcha del 1 de febrero, que la cadena de televisión catarí, Al-Jazeera, calculó que se congregaron más de un millón de personas. Mucho se ha hablado de que la ‘Primavera árabe’ ha sido la revolución de Internet. De hecho, el régimen lo desconectó y anuló la señal de telefonía móvil. Pero lo cierto es que con una alta tasa de analfabetismo, que se sitúa de media en un 48%, con el 61% de las mujeres y el 36% de los hombres, es preciso ser razonables a la hora de estimar el impacto de Internet y de las redes sociales en la convocatoria de las manifestaciones y entender que una parte importante del éxito de las protestas fue por la transmisión oral de la información. De todas maneras, la victoria ciudadana se quedó a medias. La mayoría de la gente pensó que la revolución había triunfado y que el Consejo Militar debía supervisar la transición. Pero esto no funcionó. Según el escritor Alaa Al Aswany en una columna para El País (España), los acontecimientos posteriores demostraron varias realidades: “En primer lugar, la salida de Mubarak no significó el derrocamiento del régimen. Solo hay que fijarse en cómo el gobierno egipcio ha mantenido el aparato de Seguridad del Estado o en las desesperadas maniobras del ministro del Interior, Mansur el-Eissawi. […] El Consejo militar nunca ha compartido la visión de la revolución y ha accedido a demandas de la revolución solamente bajo una intensa presión popular. […] El Consejo militar fue muy lento en dar los pasos necesarios para proteger la revolución.”

Mucho se ha hablado de que la ‘Primavera árabe’ ha sido la revolución de Internet. De hecho, el régimen lo desconectó y anuló la señal de telefonía móvil.

Finalmente, el Consejo Militar convocó elecciones, tras nuevas protestas, y se fijaron para 2012. Tras una decisión polémica del Tribunal Constitucional y la disolución del nuevo parlamento electo con mayoría de la Hermandad Musulmana, se celebraron las elecciones presidenciales. En la segunda vuelta ganaron los Hermanos


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Musulmanes, de la mano de Mohamed Morsi, frente al ex primer ministro de Mubarak, Ahmed Shafiq. Al día de hoy, continúan las protestas contra el gobierno de Morsi, inestable política y socialmente, con una endeble situación económica, e ineficaz de conseguir una separación de poderes. El desempleo sigue siendo el principal problema, así como la implantación de políticas y leyes religiosas. Añadir también las protestas de los ciudadanos debido al último revés que dio el juez del Tribunal Penal de El Cairo, Mustafá Hassan Abdulá, a la consumación de la revolución el pasado sábado 13 de abril, cuando decidió no presidir el proceso penal de Mubarak y trasladárselo a la Corte de Apelación. Por tanto, el juicio se pospone al próximo 11 de mayo. Este hecho no ha pasado desapercibido para la ciudadanía que ve con buenos ojos la inhibición de Abdulá, pues dudaban de la imparcialidad del mismo. Pero la preocupación crece ya que la noticia de la posibilidad de que Mubarak salga en libertad condicional corre como la pólvora, está más presente que nunca, ya que el Código Penal egipcio contempla un máximo de dos años para la prisión preventiva, régimen en que se encuentra el ex raïs.

Libia

Al día de hoy, continúan las protestas contra el gobierno de Morsi, inestable política y socialmente, con una endeble situación económica, e ineficaz de conseguir una separación de poderes. El desempleo sigue siendo el principal problema, así como la implantación de políticas y leyes religiosas.

El tercer caso emblemático de este proceso revolucionario en el norte de África tuvo su origen en Libia, país colonizado por Italia en 1912 y que tuvo en su dominio hasta la Segunda Guerra Mundial. Un hecho que marcó la historia de este país fue la caída del autoproclamado rey Idris I, quien cayó a manos de un grupo de jóvenes militares liderados por un oficial de nombre Muamar Gadafi. Este instaló un gobierno basado en el panarabismo socialista del presidente egipcio Gamal Abdel Nasser. Dentro de sus acciones como líder de gobierno, Gadafi nacionalizó la banca, exigió la retirada de bases militares inglesas y norteamericanas, abolió la libertad de prensa, prohibió las huelgas y proclamó un gobierno socialista al que llamó “Yamarihiya” –poder directo de las masas–, pero que en la práctica no resultó ser así . En la década de los ochentas, la situación de Libia en el contexto internacional empeoró. Su guerra con Chad, sumado a las tensiones que


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tenía con Washington hizo que el país africano sufriera, a la larga, un bloqueo internacional donde las sanciones comerciales tuvieron graves repercusiones en la economía libia. No fue sino hasta finales de los 90’s en el que esas mismas medidas se retiraron paulatinamente y el gobierno de Gadafi se ganó, incluso, la amistad de la ONU y de países occidentales como E.E.U.U, Francia o Reino Unido. Sin embargo, la otra cara de la moneda estaba en su política interna. Para el año 2010, 16% de las familias carecían de ingresos económicos, y eso contrastaba con sus grandes ganancias por sus recursos petroleros y el hecho de tener el mayor índice de desarrollo humano de su región, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo –se ubica en el puesto 64–. La parte más pobre, Cirenaica, fue el punto de origen donde empezaría la caída del gobierno de Gadafi. El 28 de junio de 1996 varios presos de la cárcel de Abu Salim, hartos de las condiciones de hacinamiento en las que vivían, se amotinaron tomando a uno de los guardias como rehén. Luego de conciliar con el gobierno, la noche siguiente, fueron acribillados todos los responsables del motín. Los familiares de estos fallecidos no se enterarían de lo sucedido después de algunos años. Ellos, con ayuda del abogado Fathi Terbil –nombre que cobraría fuerza en el 2011–, reclamaron justicia ante las autoridades del gobierno, pero estos no prestaron atención. Luego de las revueltas en Túnez y Egipto, Jamal el-Hajji –uno de los más firmes activistas antigadafistas– organizó una protesta vía Internet bajo el nombre de “El Día de la Ira” para el 17 de febrero , pero días antes, él fue encarcelado por miembros de la Agencia de Seguridad Interna. Además, también se arrestó a Terbil, y esto adelantó las protestas. Y el gobierno actuó con severidad, disparando municiones reales.

Para el año 2010, 16% de las familias carecían de ingresos económicos, y eso contrastaba con sus grandes ganancias por sus recursos petroleros y el hecho de tener el mayor índice de desarrollo humano de su región, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo –se ubica en el puesto 64–.

“(…) Gadafi afirmó que los manifestantes eran ‘jóvenes a los que AlQaeda ha drogado echándoles píldoras alucinógenas en el Nescafé’. AlQaeda –esa abstracción– aparecía de nuevo en escena en boca de otro dictador para justificar acciones represoras” (RODRÍGUEZ 2012: 246) En ese mismo mes se fundó el Consejo Nacional de Transición (CNT) en Bengasi, que tomó una postura bélica ya que los rebeldes asaltaron un almacén de armas de la guarnición local. Este consejo tuvo dentro de sus miembros a ex partidarios de Gadafi. Tal es el caso de Mustafa Mohamed Abdul Jalil –ex ministro de Justicia–, quien tomó las riendas de este grupo que, junto con la sociedad civil, llevaron al gobierno de ese entonces a su fin.


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Cabe destacar que la OTAN, respaldada por la ONU, asumió la ofensiva militar desde marzo del 2011 –teniendo diferentes nombres para cada uno de sus integrantes–, basado en una doctrina llamada R2P – responsabilidad de proteger–, que defiende acciones militares con fines humanitarios. Lo que algunas ONG’s como Amnistía Internacional o Human Rights Watch cuestionan es si eso avala la muerte de partidarios de Gadafi o, incluso, del mismo presidente una vez que cayó en manos de los rebeldes el 20 de octubre del 2011. Esos mismos grupos antigadafistas estuvieron apoyados militarmente por el Reino Unido o Estados Unidos para pelear con el ejército libio. Otro detonante de esta guerra fueron las demoras en la entrega de viviendas subvencionadas por el gobierno, además de los casos de corrupción que ocurrían dentro de las altas esferas del mandato. Pero lo principal fueron los actos de brutalidad cometidos por la milicia libia. Luego de once días de la muerte de Gadafi, la OTAN cesó su misión en Libia. Hasta ese momento, según cifras del CNT, había 30.000 muertos y 50.000 heridos, entre partidarios pro y antigadafistas, además de civiles. Luego de eso, Abdul Jalil proclamó en Bengasi la incorporación de la Sharia, la ley islámica, al gobierno libio, y esto no tuvo repercusiones en países como Francia o Estados Unidos, que en otros casos consideraron esto como un peligro para la Comunidad Internacional. Al final, en agosto del 2012, y tras ser reconocido por la Asamblea General de las Naciones Unidas, la CNT entregó el gobierno al Congreso General de la Nación libia, con lo cual, fue disuelto.

Luego de once días de la muerte de Gadafi, la OTAN cesó su misión en Libia. Hasta ese momento, según cifras del CNT, había 30.000 muertos y 50.000 heridos, entre partidarios pro y antigadafistas, además de civiles.

Actualmente, Libia tiene un presidente interino tras la dimisión de Mohamed Yousef al-Magariaf debido a la aprobación de la Ley de Aislamiento Político, en la cual cualquier persona que hubiera tenido participación en la vida política del gobierno de Gadafi queda suspendida de hacerlo. Por lo pronto, se está luchando por disolver las guerrillas libias que nacieron con este conflicto, al igual que mejorar la economía y reducir los índices de pobreza en el país. Las medidas políticas que se toman, tomando el ejemplo de la Ley de Aislamiento Político, no hacen más que reafirmar que Libia va por un buen camino. La ayuda internacional también ha vuelto, y, por lo pronto, algunas petroleras extranjeras están volviendo a invertir en Libia. El futuro pinta mejor para este país.


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Conclusión Analizados Túnez, Egipto y Libia, comprobamos que, dos años después, todavía siguen las protestas. Los tres gobiernos electos no son capaces de solucionar los problemas endémicos de los países y su población aún observa carencias democráticas (separación de poderes, estado de derecho, libertad de expresión, etc.). ¿Significa esto que ya son gobiernos democráticos? Aparentemente sí, porque existen elecciones o un parlamento integrado por varias fuerzas políticas. En todo caso, se tratan de intentos de democracia muy débiles. Por ejemplo, a dos años de la revolución, continúa la inestabilidad política en Túnez. Ennahda, aunque sea mayoría, no logra acuerdos con el presidente Marzouki para frenar los paros laborales. Por otro lado, a pesar de ser un estado laico y declararse respetuoso de la libertad de expresión, el nuevo gobierno aún persigue a activistas y periodistas. De hecho, en mayo de este año, tres activistas europeas de la asociación Femen fueron arrestadas por protestar en topless en una plaza pública. Finalmente, la justicia tunecina las condenó a cuatro meses de prisión en junio. Uno de los principales problemas de estas democracias es su excesivo conservadurismo y el escaso respeto al laicismo redactado en las constituciones. En Egipto, los Hermanos Musulmanes implantan políticas islamistas moderadas que, al día de hoy, están provocando nuevas revueltas. Este país es un claro ejemplo de la ineficiencia del estado a la hora de conseguir un poder judicial independiente capaz de acometer los procesos judiciales derivados de la transición. Un ejemplo de ello es que Mubarak todavía no ha sido sentenciado por la represión durante la primavera árabe.

Uno de los principales problemas de estas democracias es su excesivo conservadurismo y el escaso respeto al laicismo redactado en las constituciones.

En el caso de Libia, a pesar de que el conflicto llegó a índices de violencia mayores que en Túnez y Egipto, se han tomado medidas gubernamentales que están llevando al país del Magreb a un buen rumbo. Además, era importante para países extranjeros que Gadafi salga del gobierno para poder ingresar en la vida económica de este país y poder beneficiarse de sus recursos. Sin embargo, queda la pregunta en diversas ONG pro derechos humanos acerca de las muertes de progadafistas a manos de rebeldes libios entrenados y reforzados por países de occidente –llámese Inglaterra o Francia–. ¿Muertes justificadas? Es la pregunta que se debe responder. A pesar de no saber a ciencia cierta si las revueltas triunfarán y si


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las protestas tuvieron un éxito moderado en todo el mundo árabe, sí que podemos hablar del legado que ha dejado. La mayor influencia de la Primavera árabe es lo que podemos llamar ‘modo de protesta’. Manifestarse día tras día reuniéndose en un mismo punto –la plaza Tahrir de El Cairo, por ejemplo– sin desistir hasta dialogar con el gobierno y que se les escuchen sus demandas ha dado resultado y ha sido exportado a occidente. Un buen ejemplo es España. El estado español se ha convertido sin quererlo en la puerta de entrada en Occidente de este tipo de protesta. Los ‘indignados’, fuertemente influenciados por las revueltas en Egipto e Islandia, decidieron ocupar pacíficamente las plazas de las principales ciudades del país, a semejanza de lo ocurrido en El Cairo, para protestar contra el modelo económico, el paro y los problemas democráticos que tiene ese país desde su transición. El movimiento 15M se expandió al resto de Europa, con protestas en Bruselas y otras capitales europeas. Sobre todo tuvo respuesta en Italia, Portugal y Grecia, los países más afectados. Pero el paso más importante fue cuando la protesta consiguió cruzar el Atlántico hasta llegar a EE.UU con el movimiento ‘Occupy Wall Street’. Dos años después, este tipo de protestas es más actual que nunca, como podemos observar en las últimas manifestaciones ocurridas en Estambul, Turquía, contra el Primer ministro Recep Erdogan, o en Brasil durante la Copa Confederaciones de fútbol.

El estado español se ha convertido sin quererlo en la puerta de entrada en Occidente de este tipo de protesta. Los ‘indignados’, fuertemente influenciados por las revueltas en Egipto e Islandia, decidieron ocupar pacíficamente las plazas de las principales ciudades del país, a semejanza de lo ocurrido en El Cairo, para protestar contra el modelo económico, el paro y los problemas democráticos que tiene ese país desde su transición.

Bibliografía BHUTTO, Benazir. RECONCILIACIÓN. El Islam, la Democracia y el Mundo Occidental. Editorial Norma, 2008. DE ARÍSTEGUI, Gustavo. ENCRUCIJADAS ÁRABES. Lo que España y el mundo se juegan. Editorial Medialive Content, 2011. RODRÍGUEZ, Olga. YO MUERO HOY. Editorial Mondadori, 2012.


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