PARA SIEMPRE

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Para siempre por Maggy Shayne

Tessa y su hermana Tricia estaban pasando las vacaciones de su vida en Nueva Orleans. Habían salido por Bourbon Street hasta altas horas de la madrugada, paseado por el histórico barrio francés y visitado los famosos cementerios, así como el museo del vudú. También habían recorrido los rincones encantados de la misteriosa ciudad... de la mano de un sexy guía con bigote y botas altas y negras. Pero entonces se enteraron de que el hotel en el que estaban alojadas había sido en otro tiempo una casa de mala fama que había acabado destrozada por un incendio en el que habían muerto varias mujeres. La noticia hizo que algo cambiara; especialmente para Tessa, que no podía dejar de pensar en el misterioso guía. Y una noche, al mirar por su ventana, allí estaba él..


Capítulo 1 –¿Crees que es verdad lo que nos ha contado el guía sobre el hotel? –¿Lo del desayuno de regalo? –preguntó Tessa sonriendo porque sabía perfectamente que no era eso a lo que se refería su hermana–. La verdad es que me creería cualquier cosa que me dijera un hombre tan guapo como él. –Yo hablo de lo de que el hotel esté embrujado. Lo cierto es que hay algo extraño en el ambiente. ¿Tú no lo notas? –dijo Tricia frotándose los brazos y mirando a su alrededor con precaución. Se encontraban en un edificio de tres plantas en el barrio francés. En la habitación había una chimenea antigua con una repisa de madera labrada a mano y de al menos doscientos años de antigüedad; las ventanas altas y estrechas daban paso a un balcón de hierro forjado–. No me digas que tú no lo notas. –Creo que te has tomado demasiado en serio lo de la visita a los rincones encantados. Y la sensación extraña que notas es por la diferencia de temperatura que hay entre el calor infernal del exterior y el frescor de la habitación, que debe de ser una de las pocas en todo Nueva Orleans que tenga aire acondicionado. Tricia volvió a mirar a su alrededor. –Sí, aire acondicionado y una antiquísima lámpara de aceite. Pero no, no es eso. –Cariño, ¿te parece que este sitio tiene aspecto de haber sido un burdel? ¿Eh? ¿O de haber sufrido un terrible incendio que dejó atrapadas a varias mujeres? –Tessa se dirigió a la ventana y miró a la calle, donde la gente paseaba de un lado a otro con guirnaldas de carnaval incluso a horas tan intempestivas–. Cualquiera habría podido saltar desde aquí a la calle sin hacerse ni un solo rasguño, y este es el último piso. Tricia contestó con una sonrisa antes de meterse en el cuarto de baño y, en cuanto hubo cerrado la puerta, Tessa dejó de sonreír y observó la habitación detenidamente. Faltaba algo, pero no conseguía averiguar qué. A diferencia de su hermana, Tessa no solía dejarse llevar por su imaginación. Se quitó la cámara que llevaba colgada al cuello, la dejó sobre la mesilla y volvió a dirigirse a la ventana. Allí estaba él. Su largo pelo negro recogido en una coleta, el bigote y la barba


perfectamente recortada; llevaba una camisa negra y unos pantalones también negros metidos en aquellas botas que despertaban en Tessa las más traviesas fantasías. Estaba solo, paseando por la calle en penumbra hasta que se detuvo de repente y se volvió a mirarla. Aquellos ojos ardientes la hicieron darse cuenta con dolor de cuánto tiempo llevaba sin sentir las caricias de un hombre. Él sonrió como si pudiera leer sus pensamientos sin esfuerzo alguno. Tessa dio un paso atrás, alejándose de la ventana y poniéndose una mano en el pecho en un intento por calmar los ansiosos latidos de su corazón. Entonces volvió a mirar sigilosamente. Ya no estaba allí. Capítulo 2 Tessa se despertó sobresaltada. Sabía que había estado soñando durante toda la noche, pero en cuanto abrió los ojos no pudo recordar el contenido de dichos sueños. Lo que era obvio era que habían sido muy intensos porque estaba sudorosa y el corazón le galopaba dentro del pecho como un caballo desbocado. Tardó unos segundos en sentirse completamente despierta en el mundo real y, cuando lo consiguió, se bajó de la cama y fue directa al cuarto de baño. Se metió en la ducha y se dispuso a comenzar el día del mismo modo que lo acabaría: mojada. Hacía un tremendo calor húmedo en esa época del año. Aunque empezaba a acostumbrarse a ello. Salió del cuarto de baño dispuesta a ser la perfecta turista durante todo el día, pero entonces vio que su hermana estaba todavía en la cama. –Vamos, dormilona. Despierta, ya es muy tarde. Tricia abrió los ojos lo justo para ver a su hermana. –¿Te molestaría mucho que no te acompañara esta mañana? –¿Te encuentras mal? –le preguntó Tessa poniéndole la mano en la frente. –No, sólo estoy agotada. Quiero quedarme durmiendo un par de horas más, después estaré lista para ponerme en marcha. Te lo prometo. –¿Estás segura de que no te importa quedarte aquí sola? –No, durante el día no me importa –respondió con sinceridad–.


Pero ven a recogerme a la hora de la comida. –Muy bien –lo cierto era que no estaba en absoluto preocupada por Tricia, su hermana nunca había sido una persona muy mañanera. Así pues, Tessa agarró su sombrero de paja, su bolso a juego, las gafas de sol y la cámara y salió de la habitación. Lo primero que hizo nada más salir del edificio fue darse la vuelta para tomarle una foto; de pronto le resultó extraño que no se le hubiera ocurrido hacerlo antes. Pero cuando apretó el botón no ocurrió nada, parecía que se había acabado el carrete. ¿Cómo era posible? Tessa habría jurado que... Se encogió de hombros sin darle mayor importancia y se dirigió a la pequeña tienda de souvenirs que había en la esquina de esa misma calle. Una vez hubo dejado la película para revelar y hubo comprado otras dos nuevas, salió de allí y continuó su camino. Eran sólo las nueve de la mañana y ya había treinta grados de temperatura. El sudor manaba, pero no se evaporaba; no había ni un ápice de brisa en las calles casi desiertas. Todavía era demasiado temprano para los turistas, de hecho la mayoría de las tiendas ni siquiera habían abierto aún. Tessa caminó desde Rue Royale hasta Jackson Square, le encantaba caminar, pero el movimiento estaba haciendo que la ropa se le quedara pegada a la piel húmeda. El Café du Monde estaba abierto y con muchas de sus mesas ya ocupadas. A un lado de la sala había un solo músico, un hombre vestido de blanco que estaba sacando el saxo de su funda para disponerse a tocar. Tessa eligió la mesa más cercana a él y, al pasar, le dejó un billete en la funda del instrumento. –Muchas gracias, preciosidad. ¿Puedo tocar algo especial para ti en este bella mañana? –Algo dulce e intenso –respondió ella–. Como el aire. El músico sonrió comprendiendo perfectamente lo que le pedía y enseguida comenzó a tocar. Tessa se sentó a la mesa, pidió un café y se preparó a dejarse arrastrar por la melodía. Fue entonces cuando notó una especie de cosquilleo en la nuca, se puso recta, se dio la vuelta... y lo vio. Allí estaba el guía. Capítulo 3


El misterioso guía estaba en la calle mirándola fijamente al otro lado del ventanal. Ella también lo miró durante unos segundos mientras sentía cómo una oleada de calor inundaba su cuerpo con una intensidad completamente desconocida para ella. Fue él el que apartó antes los ojos, y lo hizo para echar un vistazo a uno de los libros del expositor que había a su lado. Después volvió a mirarla con la misma fuerza. Parecía que con aquella mirada estuviera tratando de decirle algo. Un grupo de turistas bloqueó su visión al pasar entre ellos y, cuando se hubieron alejado, él ya no estaba. Tessa se puso en pie rápidamente y corrió en su busca. Miró por todas partes, pero no había ni rastro de él. ¿Por qué quería verlo con tantas ganas? ¿Qué le diría si se encontrara frente a él? ¿Cómo iba a explicarle lo que le ocurría cada vez que se cruzaban sus miradas? Era como si algunas partes de su cuerpo que habían estado dormidas se despertaran de pronto. Era como si se derritiera por dentro, su piel se estremeciera, se le acelerara el corazón y se le pasaban por la cabeza cosas en las que jamás había pensado. Seguramente era deseo. Siempre se había mostrado bastante fría ante los hombres, pero, por alguna razón, a lo mejor alguna extraña atracción química, cada vez que veía a aquel hombre al que apenas conocía sentía el impulso irreprimible de arrancarle la ropa. Quizá fuera el intenso calor de Nueva Orleans, o quizá él tenía algo que provocaba tal deseo... Probablemente aquellas botas negras. Sin darse cuenta, Tessa echó un vistazo al expositor de la tienda e intentó adivinar cuál de esas publicaciones sería la que había mirado él. Lo que descubrió en la portada de una de ellas la dejó sin habla: era una foto de su hotel bajo el titular Hoteles embrujados del barrio francés. Hojeó el libro hasta encontrar la imagen de una mujer desnuda exacta a ella. Al pie de la foto leyó algo aún más sorprendente: “La prostituta Marie St. Claire sirvió de modelo para importantes artistas de mediados del siglo XIX. El hombre que la pintó en más ocasiones fue Marcus Lemieux, cuyo autorretrato aparece en la página siguiente”. Cuando consiguió despegar los ojos de desnudo, pasó la página y


se encontró mirando el rostro del guía. –¡Dios mío! –exclamó en voz alta sin darse cuenta–. ¿Cuál será el significado de todo esto? –¿Quiere comprar ese libro, querida? –le preguntó la dependienta. –Sí, sí, aquí tiene –respondió ella saliendo de su ensimismamiento y dándole un billete–. Quédese con el cambio –añadió justo antes de volver rápidamente a la mesa del café donde el camarero ya había dejado su café. Capítulo 4 Tessa se bebió el café sin poder apartar los ojos de la triste historia de Marie St. Claire. Era obvio que el guía les había ocultado muchos detalles. Les había hablado de las prostitutas fallecidas en el incendio al quedar atrapadas en las habitaciones del tercer piso, pero después se había entretenido en contarles las historias de los encantamientos y sucesos extraños que había sucedido en el hotel desde entonces. Sin embargo no les había contado que Marie St. Claire era una modelo, la preferida de un hombre llamado Marcus Lemieux, que era completamente igual a él. Lemieux había tratado de rescatarla del fuego, pero él se quedó también atrapado. Aunque había sobrevivido, sus manos habían resultado tan afectadas por las quemaduras que no había podido volver a pintar. Cerró el libro con lágrimas en los ojos y con un nudo en la garganta que le impedía respirar con normalidad. Tenía que hablar con el guía, pensó mientras dejaba el dinero sobre la mesa y se ponía en pie. La visita había partido el día anterior de una de las tiendas de vudú de la calle Rampart, que se encontraba cerca del hotel; así que supuso que ése era un buen lugar para empezar la búsqueda. Al entrar allí le sorprendió notar una deliciosa ráfaga de aire fresco. Era una tienda pequeña de techos altos y paredes de madera oscura completamente cubiertas de estanterías donde se exponían los productos a la venta: muñecas de vudú, velas de diversos tamaños y colores... El aire olía a incienso y humo de puro. –Quería saber si usted podría ayudarme a encontrar a alguien –le dijo a la muchacha que había tras el mostrador. –Si quiere que le lean la mano, pase por aquí –le pidió señalando


una puerta cubierta por unas cortinas de cuentas de madera–. Mamita Celia está aquí hoy. Tessa sacudió la cabeza. –No, no me refería a eso. Estoy buscando al guía de la Visita a los Rincones Encantados que sale de aquí. –¿Cuál de ellos? Hay muchos guías. –Tenía el pelo largo y negro, con coleta, barba recortada y bigote. Llevaba unas botas... –Ah, te refieres a Rudy. No sabes la cantidad de mujeres que venían antes a buscarlo después del tour. Pero ya no trabaja para nosotros, hace ya... cinco años que se fue. –Eso es imposible. Era el guía de la visita que mi hermana y yo hicimos anoche. La chica la miró con el ceño fruncido hasta que Tessa bajó los ojos incómodamente. –¿Sabe entonces quién guió la visita de las nueve y media? – preguntó buscando una estrategia alternativa. –Veamos –dijo mirando unos libros–. Debió de ser Víctor Carre. –¿Y sabe dónde podría encontrarlo? –Pues tiene otro grupo dentro de media hora, así que estará en la puerta unos minutos antes. Tessa dio las gracias y se encaminó hacia la puerta, pero cuando estaba a punto de salir, oyó el tintineo de las cortinas de cuentas y después una voz de mujer: –Venga por aquí, señorita. Necesito leerle la mano. Se dio media vuelta y se encontró con uno de los rostros más bellos que había visto en toda su vida. Sus ojos marrones tenían un brillo especial y le tendió una mano cubierta de anillos y pulseras. Llevaba un turbante de seda morada y azul. –Gracias, pero no quiero que me lean nada. –No importa, lo necesita. Venga –le ordenó tomándole la mano y llevándola al otro lado de las cortinas, a una habitación con olor a sándalo. Capítulo 5 –Siéntate, guapa. Y relájate, no hay nada que temer. La mujer rodeó la mesa que ocupaba el centro de la diminuta habitación, iluminada sólo por la luz de las velas que abarrotaban


cada rincón de la estancia. Había al menos una docena de ellas. Encima de la mesa cubierta por telas de diferentes colores, había varios cristales y una baraja de cartas. Tessa se sentó frente a la mujer. –Su nombre... no, espere, no me lo diga –la mujer cerró los ojos unos segundos antes de aventurarse a decir un nombre–. Marie. Aquello la dejó sin habla. –No, me llamo Tessa. Pero, sólo por curiosidad, ¿por qué ha dicho Marie? –Ése es el nombre que te dan los espíritus –afirmó mientras le tomaba una mano–. No tengo la menor idea de por qué, pero está claro que ese nombre te pertenece –se acercó para ver mejor las líneas de su mano–. Has tenido muchas vidas que convergen en ésta –levantó los ojos hasta encontrarse con los de Tessa–. Y has pasado mucho tiempo en Nueva Orleans, llevas esta ciudad en la sangre. –Pero si ésta es mi primera visita –aquella mujer estaba muy despistada, y sin embargo, por algún motivo, sus palabras estaban afectándole mucho a Tessa, tanto que no pudo por menos que decir que sí a todo lo que ella iba diciendo. –Interesante –comentó sin dejar de mirar su mano–. ¿Por qué veo fuego? –¿Fuego? –Sí, como si tu casa hubiera ardido... contigo dentro. Tessa retiró la mano y se puso en pie de un respingo. –Tengo que irme. –Vamos, querida, no seas tonta. Todavía no te he echado las cartas. –Tengo que irme –repitió mientras rebuscaba en su bolso. –Es gratis. Vete. Ese hombre te está esperando. Miró a la mujer, pero era obvio que ella había dado la visita por terminada porque estaba barajando las cartas distraídamente. Tessa salió a toda prisa. –Qué rápido –dijo la muchacha al verla aparecer–. Casi mejor, Víctor ya está aquí –la informó mirando hacia fuera. Tessa lo vio de espaldas, llevaba la misma camisa negra. Se puso recta y se dirigió hacia él.


Capítulo 6 Al salir de la tienda chocó contra una especie de muro de aire cálido y húmedo. El guía se dio la vuelta hacia ella y se le encogió el estómago de golpe. No era él. Sólo el uniforme era igual, pero ése ni siquiera llevaba botas. –Supongo que tú eres Víctor. –Sí, ¿has venido a hacer la visita? –No, el caso es que ya la hice anoche. Lo que quería era hablar con el hombre que hizo de guía, pero según la chica de la tienda, ese hombre hace cinco años que no trabaja aquí –Víctor alzó las cejas sorprendido y miró a su alrededor para comprobar si alguien podía oírlos–. Los libros dicen que fuiste tú el responsable de dicho tour –continuó explicando ella–. Pero en realidad no fue así. El hombre la agarró del brazo y la alejó unos pasos de la puerta de la tienda. –Habla bajo, por favor. ¿O es que quiere que me despidan? –No tengo la menor intención de causarte problemas, pero necesito saber quién era ese hombre y dónde puedo encontrarlo. Víctor asintió rápidamente. –Es un amigo mío. Él... pasaba por aquí cuando se reunió el grupo y de repente me pidió que le permitiera guiar la visita –hizo una pausa y se encogió de hombros–. Pensé que no pasaría nada por dejarle recordar los viejos tiempo, así que le di diez minutos para que se cambiara de ropa y comenzó la visita. –¿Alguna vez te había pedido llevar un grupo tuyo desde que dejó de trabajar aquí? –preguntó Tessa con gravedad. –No irás a delatarme, ¿verdad? –le preguntó sin contestar. –No si me dices dónde vive. Víctor la examinó de arriba abajo como si tratara de dilucidar si podría suponer alguna amenaza para su amigo. –Vamos a hacer una cosa –anunció después de una larga pausa–. Le diré que quieres hablar con él y le preguntaré si le parece bien que te dé su número de teléfono. ¿De acuerdo? Por un momento consideró la opción de amenazarlo con delatarlo, pero pensó que siempre podría utilizarlo más tarde si las cosas no salían como quería. –Está bien. Estoy alojada en el Rose –Víctor sacó lápiz y papel y apuntó su nombre y número de habitación–. ¿Cuándo crees que


recibiré la llamada? –¿Esta noche te parece bien? No te puedo dar más detalles porque puede que me cueste localizarlo. –Muy bien –asintió firmemente y después continuó su camino hacia el hotel sin poder dejar de hacerse un millón de preguntas que revoloteaban en su cabeza. Cuando estaba a punto de entrar al hotel recordó el carrete de fotos que había dejado para revelar y se acercó a recogerlo. Metió el sobre de las fotos en el bolso sin abrirlo siquiera y marchó directamente a la habitación, donde su hermana estaría esperándola. Al entrar en el dormitorio vio a su hermana Tricia saliendo del baño envuelta en una bata y con el pelo cubierto por una toalla. –Sí, por fin me he levantado –le dijo con una enorme sonrisa–. ¿Qué tal te ha ido la mañana? –Pues ha sido... rara –tiró las gafas y el sombrero sobre la cama y se sentó en una butaquita para echar un vistazo a las fotos–. Pero al menos he revelado el carrete –empezó a pasar las instantáneas mientras su hermana se apresuraba a sentarse a su lado. Pasó las del cementerio y la del museo de vudú... después se quedó helada al llegar a una foto que ninguna de las dos había tomado. Eran ellas dos, completamente dormidas en las camas del hotel. Capítulo 7 –Vaya, es muy divertido, Tessa. Le temblaban las manos y no podía apartar la mirada de aquella foto, ni siquiera para dirigirse a su hermana. –De verdad, muy divertido. Sabes que me he creído más de la cuenta lo de las historias del hotel, y no se te ocurre otra cosa que pedirle a alguien que nos haga una foto durmiendo. ¿Qué quieres que piense, que un fantasma nos ha hecho la foto? –Tricia... Tricia le quitó el montón de fotos y comenzó a mirarlas una por una. –Ésta la hicieron desde el balcón, ésta desde la chimenea y ésta... ¡madre mía! Aquí estaba justo al lado de tu cama. ¡Qué miedo, Tessa!


–¡Calla, por favor! Tricia vio aterrada cómo la sonrisa se esfumaba del rostro de su hermana. –Por favor, Tessa, me estás asustando. –Lo siento. Cuando dejé la cámara anoche pensé que le quedaban varias fotos por hacer, pero cuando he intentado utilizarla esta mañana me he dado cuenta de que ya estaban todas gastadas. –Tessa, esto no tiene ninguna gracia. –Ya lo sé. –Entonces... es que alguien está intentando gastarnos una broma – Tricia respiró hondo antes de continuar–. Voy a hablar con el director del hotel; si creen que pueden colarse en las habitaciones para hacer de fantasmas y así darle popularidad al negocio, estás muy equivocados –diciendo eso se metió en el baño para vestirse. Sin embargo, Tessa no podía hacer otra cosa que mirar fijamente la última foto del carrete. Detrás de su cama había un espejo que, mientras la cámara la apuntaba a ella, había aparecido también en la foto y había capturado la imagen sombría de una mujer pálida, delgada y casi transparente. Parecía el rostro de Tessa, sólo que representado en un misterioso claroscuro. Capítulo 8 Como era natural, la dirección del hotel negó rotundamente tener conocimiento de la existencia de las fotografías y de cómo habían sido tomadas. Según le había dicho Tricia, le habían demostrado su inocencia mostrándole la grabación que había recogido la cámara de seguridad la noche anterior y, efectivamente, según dicha grabación, nadie había entrado ni salido por su puerta en toda la noche. Eso sólo les dejaba el balcón. –Bueno, esto es Nueva Orleans –dijo Tessa con gran esfuerzo–. A la gente de aquí le encanta la juerga; seguramente algún muchacho decidió gastarle una broma a alguien colándose por el balcón. Yo no le daría más vueltas. –A lo mejor deberíamos irnos a otro hotel. Tessa no podía hacer eso. Tenía que estar allí, aunque no sabía por qué. –No hay plaza en ningún otro sitio –argumentó con normalidad–. Ya lo he consultado –entonces cayó en la cuenta de que acababa


de hacer algo que no había hecho antes en toda su vida, había mentido a su hermana. Borró la desagradable sensación rápidamente con una enorme sonrisa–. Vámonos, hoy quiero tomar el tranvía que va a Garden District, allí hay un restaurante donde podemos cenar. Después podemos volver a cantar en el karaoke de Bourbon Street, ¿qué te parece? –Te has propuesto matarme de agotamiento antes de volver a casa, ¿verdad? Tessa le tomó la mano a su hermana, lo cierto era que deseaba con todas sus fuerzas poder mandarla a casa y sacarla de allí cuanto antes. Algo estaba sucediendo y cada vez lo percibía con mayor claridad. Dentro de ella había algo que estaba volviendo a la vida de un modo que se veía incapaz de explicar. Pasaron el resto del día paseando y visitando los lugares más célebres de la zona, como la casa de Anne Rice. También entraron a casi todas los museos y las tiendas, donde gastaron mucho más dinero de lo que debían; por último visitaron el cementerio Lafayette sin guía, cosa que recomendaban no hacer. Estando allí, Tessa sufrió un mareo que la dejó algo débil, aunque no tardó en recuperarse y echar la culpa de todo al calor, por lo que decidieron seguir caminando como si nada hubiera sucedido. Durante el paseo fueron admirando las guirnaldas que todavía colgaban de los árboles y farolas incluso meses después de carnaval y Tricia insistió en llevarse una de ellas puesto que, según ella, aquellos restos de la fiesta eran mucho mejores que cualquiera que se pudiera encontrar en las tiendas. Después de la cena volvieron al barrio francés y dieron una vuelta por los bares de Bourbon Street para tomarse un par de copas. Cuando por fin regresaron al hotel eran poco más de las once y les esperaba un mensaje en el teléfono. Tricia no se dio cuenta de que la luz parpadeaba porque se fue directa a la ducha, pero Tessa lo vio enseguida y esperó a oír el sonido del agua para escucharlo impacientemente. Era la voz de Víctor: “Dice que te verá a medianoche en la calle que hay debajo de tu balcón. Es todo lo que he podido hacer”. Capítulo 9


Esperó hasta que Tricia estuvo profundamente dormida y después salió de puntillas de la habitación. No le hacía ninguna gracia dejar allí a su hermana sabiendo lo nerviosa que la ponía aquella habitación, aún más después de las insólitas fotos de la noche anterior. Por eso dejó el balcón abierto; si ocurría algo, Tessa podría oírlo desde la calle y estaría a su lado en sólo unos segundos. Bajó en el ascensor y después cruzó el vestíbulo desierto sin hacer el menor ruido, como si fuera un fantasma. Con sólo abrir la enorme puerta del hotel pudo sentir el olor de la calle, el aire cálido y húmedo. Dio unos pasos por la acera mirando hacia todos lados, pero no pudo ver a nadie. Unos segundos después oyó en la distancia el sonido de unos pasos. Volvió a mirar hacia delante y hacia atrás porque el eco de los pasos parecía llegar de todas partes al mismo tiempo. Fue entonces cuando un caballo negro como el ébano apareció de pronto y fue tomando forma a medida que se acercaba a ella. El carruaje era tan negro como el animal que tiraba de él. Era un carro que estaba cubierto, no como los que se paseaban por toda la ciudad llevando a los turistas; aquél era completamente diferente. A Tessa empezaba a acelerársele el corazón, pero siguió esperando a que el misterioso carruaje se acercara, se movía muy lentamente, como si el hombre que lo manejaba estuviera deleitándose del poder que ejercía sobre ella. El caballo se detuvo al fin frente a ella, la figura que llevaba las riendas iba cubierta de negro de pies a cabeza, de tal modo que resultaba imposible distinguir si era hombre o mujer o qué aspecto tenía. Entonces se abrió la puerta del carruaje y se oyó una voz misteriosamente familiar que dijo: –Ven –Tessa miró a la oscuridad del interior, pero no pudo verlo. –No puedo, no quiero dejar sola a mi hermana en esa habitación. –No es a tu hermana a quien quieren los espíritus, Tessa. Podrá dormir en paz y sin ninguna interrupción hasta que regreses. –¿Cómo está tan seguro? ¿Y... cómo sabe mi nombre? –Contestaré a todas tus preguntas si me acompañas. –Pero... Una mano enguantada emergió de la oscuridad invitándola a entrar. Tessa tuvo la sensación de que tiraba de ella aun sin


rozarla siquiera, por lo que no le quedó más remedio que obedecer. Se hundió en un asiento de terciopelo en el mismo instante en que oyó cómo se cerraba la puerta detrás de ella. El carruaje se puso en movimiento y, al alzar la mirada, se encontró con unos profundos ojos. Capítulo 10 –Llevo mucho tiempo esperando a que llegara esta noche. Tessa intentó olvidarse del terror que sentía y sostener aquella mirada que estaba sondeando hasta lo más profundo de su alma sin que ella pudiera impedirlo. ¿Por qué con sólo estar a su lado todo su cuerpo se echaba a temblar? ¿Por qué? –¿Có... cómo es posible que hayas estado esperando? ¿Si nos conocimos hace sólo dos noches? –Nos conocimos hace más de un siglo. Tessa agitó la cabeza negando los que acababa de oír sin preguntarle qué significaban aquellas palabras, seguramente porque tenía miedo a lo que pudiera responder. –Te vi anoche bajo mi balcón. –Pero no bajaste, aunque lo deseabas. ¿Por qué te resististe a lo que te pedía el corazón, Tessa? Se le encogió el estómago hasta quedarse del tamaño de una nuez. –Yo... alguien entró en nuestra habitación anoche. Nos hicieron fotos... –Lo sé. Tenía una copia de ellas en mi habitación esta tarde. Ahora sí que estaba estupefacta. –¿Cómo es posible? –Han sido los espíritus. Los fantasmas que encantaron el hotel querían que te encontrara. Como si no te hubiera reconocido nada más verte... no necesitaba su ayuda para eso. –No sé de qué estás hablando –susurró Tessa con poco convencimiento. –Ya lo sabrás. Confía en mí –alargó la mano hacia ella y le acarició la mejilla retirándole el pelo mientras cerraba los ojos con un suspiro–. ¿Me harías el honor de sentarte a mi lado? Tessa lo miró en medio de la oscuridad y luego al asiento que él le señalaba. –No voy a hacerte nada, te lo juro por lo más sagrado. Pero si no


puedo tocarte creo que voy a morir. –¿To... tocarme? –el corazón le dio un vuelco. –Abrazarte muy fuerte. Sólo eso –volvió a resoplar con frustración–. Por favor. Lo que más deseaba Tessa en aquel momento era dejarse abrazar por él, así que cambió de asiento sin pararse a pensarlo. Notó cómo el cuerpo entero se ponía en tensión cuando él le pasó la mano por los hombros; después suspiró aliviado y la atrajo hacia sí. Tessa recostó la cabeza en su pecho y disfrutó de las caricias que él le hacía en el pelo. –Prométeme una cosa, ma cherie –susurró él entonces–. Prométeme que escucharás lo que tengo que contarte antes de tomar una decisión. –¿Qué decisión? Él bajó la mano hasta su barbilla y la elevó para obligarla a mirarlo. –Una decisión que cambiará tu vida para siempre. Pero todavía no. Tenía los labios tan cerca de los de ella que podía notar su respiración cada vez que pronunciaba una palabra. Deseaba que la besara, lo deseaba con todas sus fuerzas. Como si pudiera leer sus pensamientos, él se acercó un poco más. Capítulo 11 Con el primer roce de sus labios, cada célula del cuerpo de Tessa despertó a la vida del modo más dulce que jamás habría podido imaginar; pero entonces el carruaje se detuvo y él se alejó. –Ya hemos llegado. –¿Dónde? –Al cementerio Lafayette. Estuviste aquí hace sólo unas horas, pero no encontraste lo que venías buscando. Pensé que quizá te tropezaras con ello, o que te guiara tu instinto... Pero no, a lo mejor no estabas preparada. Tessa recordó el mareo que le había sobrevenido durante la visita al cementerio. Él se puso en pie y ya desde fuera del carruaje le tendió una mano para ayudarla a bajar. Sabía que no era el momento adecuado para pensar algo así, pero Tessa se sintió fuera de lugar vestida de vaqueros y camiseta; más bien debería


haber llevado un vestido de miriñaque con sombrero a juego. La condujo al interior del campo santo a través de una abertura del muro y después anduvieron por entre las tumbas. Había leído que allí no habían enterrado a nadie porque el nivel del agua subterránea era demasiado alto, por eso las tumbas estaban por encima del suelo, en pequeñas criptas de cemento, adornadas con tejadillos en punta y ángeles o cruces tallados en la piedra. Había multitud de ellas, era como una pequeña ciudad de los muertos. Casi al final del cementerio se detuvieron frente a una tumba, el nombre inscrito en el mármol era “Lemieux”. Debajo había otros dos nombre. Marcus y Marie. Tessa se volvió a mirarlo con la misma sensación de mareo que había tenido por la tarde en aquel mismo lugar. –¿El pintor y la prostituta? –Entonces ya sabes algo de ellos. Sintió un escalofrío al pensar que estaba frente a una tumba donde descansaba una mujer que podría haber sido su hermana gemela. –Lo leí en el libro... el que tú querías que yo encontrara. –Pero ese libro sólo cuenta parte de la historia. –¿Y tú vas a contarme el resto? Asintió mirándola fijamente a los ojos. –Marcus era un artista. Su padre era un noble francés que, después de verse obligado a marcharse de su país, había venido a vivir aquí porque le recordaba a su patria. Pero vivía continuamente aterrado de volver a caer en vergüenza. –¿Qué le había pasado en Francia que le había puesto en vergüenza? –La infidelidad de su esposa, que lo había abandonado para escaparse con un plebeyo. Aquello había sido la comidilla de todo París, un verdadero escándalo para un hombre tan orgulloso que no se sintió capaz de vivir así. Por eso decidió trasladarse aquí, donde lo trataron casi como si fuera un rey. –Hasta que su hijo se enamoró de una prostituta. –Su padre se lo prohibió, por supuesto. Sin embargo, Marcus era muy testarudo y la amaba con todo su corazón. La pintaba a menudo, podía pasarse horas mirando sus retratos cuando no podía estar con ella. Algunos decían que estaba obsesionado, otros que ella lo había embrujado.


–Estaba enamorado –susurró Tessa. –Locamente. Se casaron en secreto. Marcus sólo tenía que recoger sus cosas, montarse en el caballo y pasar por ella. Iban a huir juntos aquella misma noche. –¿La noche del incendio? –preguntó Tessa con el alma en vilo. Él asintió sin decir nada durante unos segundos. –Cuando llegó, el edificio entero estaba en llamas. Pudo oír los gritos de su Marie desde la calle –bajó la mirada perturbado y Tessa creyó ver lágrimas en sus ojos. Capítulo 12 –Entró para intentar sacarla de allí –intervino Tessa aportando la información que había leído en el libro. –Sí, pero era demasiado tarde. Estuvo a punto de morir él también, pero lo sacaron los bomberos a pesar de que suplicaba a gritos que lo dejaran allí, para morir junto a la mujer que amaba. Ahora eran los ojos de Tessa los que se humedecían. –Marie murió. –Sí. Pero allí había otra mujer aquella noche. La mujer más poderosa de Nueva Orleans lloraba ante tan dantesco espectáculo. La madre de Marie St. Claire le había puesto el nombre a su hija en honor a dicha mujer, porque sin la ayuda de la otra Marie jamás habría podido concebir un bebé. –¿La otra Marie? –Sí. Marie LaVeau. Tessa tuvo que parpadear de la impresión. –Esto empieza a resultar demasiado difícil de creer. –¿Por qué? –preguntó él–. Ayudar a las mujeres estériles a tener hijos era una práctica común para los practicantes de vudú de la época, y LaVeau era la más solicitada. Aquella mujer tenía un poder especial. –¿Y tú cómo lo sabes? –lo dijo con un débil susurro por miedo a que no le gustara la respuesta. –Porque estoy aquí y tú también, justo como ella me dijo que ocurriría. Tessa agitó la cabeza sin dar crédito a lo que oía. –Marie LaVeau murió mucho antes de que tú nacieras. –Ella estaba allí aquella noche –continuó diciéndole–. Y le gritó su maldición y su bendición. Lo tocó cuando él todavía no se


había dado cuenta del daño que le había hecho el fuego en las manos y en los brazos. –Leí que no pudo volver a pintar. –Y así fue durante mucho tiempo. Cuando pudo ya no quiso volver a hacerlo, su musa, su inspiración se había consumido entre las llamas. Tessa tuvo que contener las lágrimas. –¿Cuál fue la maldición de Marie LaVeau? –Todavía está por ver si fue una maldición o una bendición – comenzó a contarle–. LaVeau alzó las manos y gritó por encima del furor de las llamas y de los gritos de las víctimas: “¡Juro que ella volverá a la vida! ¡Y su amante vivirá también, jamás envejecerá, ni morirá, ni podrá abandonar esta ciudad hasta que recupere el amor que le ha sido arrebatado esta noche maldita!” Después bramó con la fuerza de la mismísima muerte. A Tessa le pareció oír aquel sonido estremecedor. De pronto se levantó un viento repentino que se llevó el fantasmagórico gemido. –Los gritos de la joven Marie desaparecieron con las palabras de la bruja. Muchos creen que murió en aquel mismo instante, cuando oyó la promesa de que volvería a encontrarse con su amor –volvió a bajar la mirada apesadumbrado–. Entonces LaVeau fue hacia Marcus y lo abrazó, le dijo que debía ser fuerte y tener paciencia. También le dijo que las otras mujeres muertas en el incendio preservarían el lugar como si fuera sagrado y que se encargarían de avisarle cuando su mujer regresara –entonces la miró a los ojos–. Por eso te hicieron las fotos y me las trajeron, ¿entiendes? Para decirme que al fin habías vuelto. Capítulo 13 Le tenía agarradas las manos entre las suyas y su mirada estaba clavada en sus ojos. –¿Qué quieres decir? Yo no soy Marie. –No, tú eres Tessa. Pero en aquella vida eras Marie. Mi preciosa Marie. Ella se quedó en silencio unos segundos sin saber qué pensar. –¿Estás hablando de reencarnación? –Sí, claro.


–Entonces... ¿tú... tú crees que también tú eres una reencarnación? ¿Que en otro tiempo fuiste Marcus? –sabía perfectamente la respuesta a aquella pregunta antes de oírla, antes incluso de ver cómo él agitaba la cabeza de derecha a izquierda. –Ya te he dicho cuál fue la maldición de LaVeau. Marcus viviría sin envejecer hasta que Marie regresara. Y ahora has vuelto. –¿Estás tratando de decirme que tú eres Marcus? ¿Qué no has muerto y que llevas esperándome más de cien años? –Ciento cincuenta y un años, dos meses, quince días –echó un vistazo a su reloj–... y diecisiete minutos y medio –volvió a mirarla con una triste sonrisa dibujada en el rostro–. Puedo demostrártelo, mi amor. Por favor, dame al menos esa oportunidad. Pero Tessa comenzó a negar con la cabeza mientras se alejaba de él, pero sin darle la espalda. –Creo que ya es suficiente. Me gustaría volver al hotel. Él cerró los ojos y bajó la cabeza. –Te doy miedo. Crees que estoy loco. –Lo siento, es que... –No, está bien –la interrumpió levantando una mano–. Debería haberlo imaginado. Es una historia muy disparatada, especialmente para una época en la que todo el mundo ve la magia como una superstición imposible. –Es que... en la tienda de vudú me dijeron que te llamabas Rudy. –He tenido que cambiar de nombre muchas veces. La maldición me obliga a vivir en la ciudad, pero he tenido que esconderme durante temporadas y regresar después como si fuera otra persona de la misma familia; así podía volver a vivir en mi casa, pero siempre con otro nombre. La cabeza comenzaba a darle vueltas. –¿Y qué me dices de la tumba? Tiene tu nombre escrito. –Mírala bien –pasó la mano por encima del nombre de mujer y las fechas que había debajo. 1827- 1850. Sin embargo bajo su nombre, o bajo el nombre que afirmaba ser el suyo, sólo figuraba una fecha, 1825, pero no había fecha de su muerte. Tessa tragó saliva y lo miró a los ojos. –Lo siento. Aun así resulta demasiado difícil de creer. –Lo sé. Pero todavía hay otra cosa que quiero enseñarte... –


levantó la mano izquierda y se despojó del guante que la cubría. Las nubes se alejaron de la luna casi llena para que ésta pudiera iluminar con su resplandor las cicatrices de aquella mano. Cuando todavía no había podido reaccionar, Tessa vio cómo también quedaba a la vista la mano derecha, cuyas heridas eran aún mayores que las de la izquierda. Capítulo 14 –¡Dios mío! Tessa se dio media vuelta y echó a correr entre las tumbas. Corrió tanto como le dieron las piernas, sin saber hacia dónde ir. No podía ver nada más allá de las siguientes tres o cuatro criptas, sólo más y más tumbas de cemento. Finalmente se detuvo, jadeante y sin aliento. –Te he asustado. La voz sonó justo detrás de ella. –Era lo último que deseaba, Marie. –¡Tessa! ¡Me llamo Tessa! Él cerró los ojos, arrepentido. –Lo sé, lo siento. Perdóname, por favor... –se puso una mano, otra vez cubierta por el guante, sobre la frente–. Para mí sois una misma persona. –Pero para mí no. –Intentaré recordarlo –volvió a mirarla a los ojos–. Vuelve conmigo al coche, te llevaré al hotel. Tessa titubeó mientras lo observaba, lo cierto era que allí le resultaría muy difícil pedir ayuda. Había algunas casas cerca del cementerio, pero no creía que pudieran oírla pedir ayuda desde allí. Incluso aunque pudieran oír, ¿cómo la encontrarían en medio de aquel laberinto antes de que...? –No tienes nada que temer de mí, Tessa –volvió a asegurarle él–. Daría mi vida por ti. Ya estuve a punto de hacerlo una vez, lo habría hecho si no me hubieran sacado de entre las llamas. –Tienes que darte cuenta de que lo que estás diciendo es imposible –dijo ella después de un largo silencio–. Eso querría decir que tienes casi doscientos años. –Nada es imposible, Tessa. Eso es algo que he aprendido con los


años. Pero ella volvió a negar con la cabeza. –Te has sentido atraída hacia mí desde que me viste, cuando yo te vi a ti y pedí ser el guía de tu grupo aquella noche. No sabrías decir por qué, pero no podías dejar de pensar en mí. Tessa le mantuvo la mirada sin decir nada. –Sé que te estoy presionando mucho, es demasiado pronto – admitió entonces con dulzura–. Vamos, el carruaje está esperándonos. No tardaron en encontrar la salida y el coche con el misterioso conductor a las riendas. Marcus, si ése era su nombre, le abrió la puerta. –Buenas noches, Tessa. –¿Tú no subes? –se quedó entre él y la puerta abierta, mirándolo fijamente, como si no pudiera hacer otra cosa. –Ya te he asustado bastante por hoy. Pero me gustaría pedirte que me prometieras algo, aunque sé que no tengo ningún derecho. –¿Qué promesa? –Que no te irás de Nueva Orleans sin... decirme adiós al menos – al tiempo que decía aquello, le puso una tarjeta en el bolsillo de los vaqueros. –Supongo que no es mucho pedir. –Y... –¿Qué? –Esto... –se inclinó sobre ella, la estrechó suavemente entre sus brazos y la besó. Capítulo 15 El cerebro le decía que debía sentirse profundamente ultrajada, que debía apartarse inmediatamente y darle una bofetada por haberse aprovechado de ella de tal manera. Entonces, ¿por qué continuaba besándolo? ¿Por qué le había echado las manos alrededor del cuello y jugueteaba con su pelo entre los dedos? ¿Por qué una lágrima le recorría la mejilla mientras su cuerpo entero se estremecía de placer? La lágrima le llegó a los labios, y debió de llegar a los de él al mismo tiempo porque se separó rápidamente y la miró preocupado.


–¿Tessa? Pero ella entró en el carruaje a toda prisa y éste se puso en marcha. Una vez refugiada en el interior, hundió el rostro entre las manos y lloró desconsolada hasta que llegó al hotel. No entendía por qué se había sentido tan a gusto entre sus brazos, como si llevara mucho tiempo buscando aquel lugar... Ni por qué casi se le había roto el corazón al dejarlo allí solo. No era porque hubiera creído aquella historia. No, pero le había resultado muy triste y seguramente le había afectado más de la cuenta. Pero la historia no era verdad. No podía serlo. En cuanto el carruaje se detuvo, se bajó a toda prisa y ni siquiera se volvió a mirar cómo volvía a alejarse de ella, prefirió apresurarse escaleras arriba mientras se secaba las lágrimas. Echó mano al bolsillo en busca de la llave, pero entonces se dio cuenta de que la puerta estaba abierta. Dentro encontró a su hermana esperándola de pie. Pero no parecía ella. Tenía el rostro pálido y los ojos... de un color extraño, negros y demasiado brillantes. –Tienes que recordarlo –le dijo con una voz que no era la suya. –¿Tricia? –Si no lo recuerdas, habrá sido todo en balde –continuó con aquella extraña voz. Se acercó a ella y la agarró por los brazos con una fuerza inusitada, mientras Tessa le golpeaba el pecho. –¡Recuerda! –le gritó agitándola violentamente–. ¡Recuerda, maldita sea! –¡Tricia! –exclamó Tessa golpeándola tan fuerte como pudo. Entonces su hermana se alejó de ella mientras repetía aquella palabra en un murmullo y cayó redonda al suelo. Capítulo 16 Tessa corrió en auxilio de su hermana y se arrodilló junto a ella. –¡Tricia, Tricia, despierta! –imploró incorporándola y dándole cachetes en la mejilla–. ¡Despierta, por favor! Sus ojos se abrieron lentamente y la miraron. –¿Qué? ¿Qué ocurre? –Estabas... caminando dormida. O algo así. –¿De verdad? –le preguntó sentada en el suelo y mirando a su alrededor–. ¡Vaya! Y he acabado en el suelo. Qué raro, es la primera vez que me pasa.


–¿No recuerdas... nada? –No, nada –dijo sonriendo–. Oye, sigues vestida. –Es que no podía dormir –entonces cayó en la cuenta de que su hermana podría ver la puerta abierta y preguntarle dónde había estado; sin embargo, cuando miró, comprobó que la puerta estaba cerrada. –Vamos –dijo Tessa ayudándola a ponerse en pie–. Vuelve a la cama. Intentó no dejarse llevar por la duda de si habría alguien más en la habitación con ellas, o si lo habría habido antes. Se convenció de que ella misma había cerrado la puerta, aunque justo entonces supo qué debía hacer. Tenía que marcharse de Nueva Orleans tan pronto como pudiera. Aquello ya no le afectaba sólo a ella, también a su hermana y eso era algo que no estaba dispuesta a permitir. Aquella noche no pudo dormir, se puso el camisón y se metió en la cama, pero se quedó despierta para proteger a su hermana de cualquier cosa que pudiera haber escondida en aquella habitación. Porque estaba claro que algo había, no importaba lo ilógico que fuera. Ella no creía en fantasmas, pero podía sentirlos con todo su ser. Casi podía oírlo susurrándole: “Recuerda”. A la mañana siguiente, trató de hablarle a su hermana con total normalidad y despreocupación mientras desayunaban. –Cariño, ¿qué te parece la idea de alargar las vacaciones un poco? –¿Cómo? –preguntó Tricia sin dejar de comer. Lo cierto era que parecía estar perfectamente después de lo sucedido, porque no paraba de engullir con deleite. –Vámonos de Nueva Orleans –le dijo por fin–. Podemos alquilar un coche y volver cruzando el país. Podríamos visitar las antiguas plantaciones, echar un vistazo a los pantanos... Tricia frunció el ceño. –Pero todavía nos quedan muchas cosas por ver aquí. Oye... ¿no estarás preocupada por las historias de los fantasmas? Te aseguro que lo de anoche fue por el picante de la cena y no por los espíritus. Tessa bajó la mirada. –Es que esto no me gusta y necesito marcharme de aquí, Trish. –Esta bien –accedió su hermana a regañadientes–. Si estás a


disgusto... Volvió a centrarse en los huevos revueltos y no volvió a sacar el tema. Capítulo 17 Tessa hizo todos los preparativos de su próxima marcha mientras Tricia hojeaba una revista de la que sólo levantó la mirada cuando oyó a su hermana colgar el teléfono de un golpe acompañado por un fuerte resoplido. –¿Qué ocurre? –Parece que el universo entero estuviera conspirando para mantenernos aquí. –¿Para siempre? –preguntó Tricia arqueando las cejas con simpática malicia. –No hay ni un solo coche de alquiler disponible hasta mañana por la mañana. Además, el recepcionista asegura que hay que avisar con veinticuatro horas de antelación si se quiere dejar el hotel... así que si nos vamos ahora, nos cobraran el día de hoy de todos modos. Tricia se encogió de hombros sin mayor preocupación. –Entonces quizá deberíamos quedarnos. Tessa, una noche más aquí no nos matará. Tessa se mordió los labios, pensativa. –Además, mira qué estrenan hoy en el Teatro Saenger –añadió mostrándole la revista que estaba leyendo, allí había un enorme anuncio de El Fantasma de la Ópera. Esa sí era una verdadera coincidencia. Su hermana era una apasionada del Fantasma; tenía los discos, conservaba las entradas de todas las representaciones a las que había asistido que, por cierto, eran bastantes. –Por favor, hermanita. Sólo una noche más. Nos iremos mañana por la mañana temprano. Tessa suspiró derrotada. –No sé si me parece bien, Trish. –Vamos, éstas también son mis vacaciones, pero si tienes tanto problema en quedarte, vete si quieres. Puedes adelantarte sin mí, yo me quedo aquí a ver la obra y nos encontraremos mañana donde tú quieras. ¿Qué te parece eso?


–¡No puedo dejarte aquí sola! –exclamó Tessa algo alterada, por lo que Tricia la miró preocupada. –¿Estás segura de que estás bien? –Sí, sí –aseguró calmándose un poco–. Está bien, tú ganas. Una noche más, pero nos iremos mañana por la mañana. –Muy bien –respondió Tricia sonriente–. Estupendo, porque ya he hecho una reserva para comer en Emeril’s, y nos queda un museo por visitar. Hay una exposición especial sobre el trabajo de Marcus Lemieux. Esta mañana he estado leyendo cosas sobre él en el libro que compraste ayer; resulta que es un pintor que tenía una aventura con una de las prostitutas que murieron aquí. Tessa asintió cerrando los ojos al tiempo que palpaba la tarjeta que llevaba en el bolsillo y recordaba con culpabilidad que había estado a punto de romper su promesa. Capítulo 18 Tessa apretó los dientes con impaciencia mientras esperaban a entrar a la exposición de Marcus, pero pronto comprobó con alivio que el cuadro que mostraba a Marie no era parte de la muestra. Al principio se preguntó por qué era así, luego se dio cuenta de que los retratos que le hizo a su enamorada eran privados. Seguramente los habría conservado él mismo y hasta seguirían colgados en las paredes de la casa de su descendiente, el que afirmaba ser Marcus, y él pasaría horas observando a la mujer retratada. Probablemente aquella obsesión había llegado al punto de hacerle perder la razón. Las obras expuestas la conmovieron. Una madre dándole la mano a un niño pequeño, dos amantes abrazándose en un banco a la luz de la luna, la fachada de una iglesia cubierta de glicinias en flor. Caminó por el museo con su hermana admirando los trabajos... hasta que se detuvo con la respiración entrecortada. Ahí estaba el autorretrato. Por un momento pensó que al dar la vuelta a la esquina se había encontrado cara a cara con él. Pero no era así. Sólo era su retrato, eso sí, a tamaño natural y tan fiel a la realidad como una fotografía. Aquellos ojos parecían estar mirándola llenos de rabia y tristeza. –Oye, ¿no se parece este hombre al guía de la otra noche? Tessa asintió incapaz de emitir ni una sola palabra o de apartar la


mirada de él. Dios, no podía marcharse sin despedirse de él. No podía. Aquella noche, después de que su hermana se marchara al teatro, Tessa sacó la tarjeta del bolsillo con manos temblorosas y marcó el teléfono que figuraba en ella. Su voz era dulce y profunda, además de dolorosamente familiar. Oírlo pronunciar su nombre era como una caricia para su oído. –¿Tessa? –preguntó, sabiendo quién llamaba antes incluso de que ella dijera nada. –Sí, soy yo –dijo ella–. Te llamo para... cumplir mi promesa. Quiero decirte adiós antes de marcharme de Nueva Orleans. –¿Te vas? Aquellas dos palabras sonaron empapadas de dolor. –Tengo que hacerlo. Lo siento. –¿Cuándo? –Mañana por la mañana. Hubo una larga pausa antes de sus siguientes palabras: –Entonces iré a verte esta noche. –Marcus, no creo que sea una buena idea. Esto ya es demasiado difícil y... –Por lo que más quieras, ayúdame, Tessa. No puedo dejarte marchar sin verte una vez más. Por favor, dime que podré verte esta noche. Ella continuó en silencio. –Por favor... –Está bien –aquello no tenía ningún sentido, pero apenas podía hablar a causa del nudo que tenía en la garganta. Lo cierto era que ella también se moría de ganas de volver a verlo–. ¿Debajo de mi balcón como anoche? –Allí estaré. –¿Dentro de una hora te parece demasiado pronto? –¿le parecería a él tan ansiosa como ella se sentía? –Más bien me parece tarde –admitió él–. Iré para allá enseguida. ¿Tessa? –¿Sí? –Te amo.


Capítulo 19 Tessa se repitió una y otra vez que no había razón para preocuparse, pero no podía controlarse. Eligió un ligero vestido blanco con vuelo que le encantaba. Se lo llevó al baño para darse una ducha rápida mientras pensaba en lo que estaba sucediendo. Aquello se estaba escapando de su control, aunque esta a punto de verlo por última vez. Eso era lo que debía hacer... pero eso no quería decir que no pudiera disfrutar de ese último encuentro. Después de la refrescante ducha, se secó con la toalla y se puso el vestido, que era como una caricia sobre la piel. Más tarde se arregló el pelo y se maquilló ligeramente. Pero cuando acababa de empezar a hacer eso último, la luz del baño empezó a parpadear. Tessa probó el resto de los interruptores de la habitación y, al ver que ninguno funcionaba, llamó a recepción. –Se trata de una avería temporal –le prometió el recepcionista–. Ocurre de vez en cuando. Puede utilizar la lámpara de aceite que hay sobre la chimenea. Tessa siguió el consejo y la encendió con las cerillas que encontró en la mesilla. Con aquella tenue luz echó un vistazo a su reloj, sólo faltaban unos minutos para la hora de su cita, así que corrió al baño lámpara en mano para darse los últimos retoques. Cuando regresó a la habitación, dejó la lámpara sobre la repisa de la chimenea y salió al balcón a echar un vistazo a la calle. Allí estaba él, mirándola. –Ahora mismo bajo –le dijo ella con suavidad, y supo que él la había oído y que sabía cuánto se había esforzado en estar bonita para él... y no le importó que lo supiera. Se dio media vuelta con una sonrisa en los labios, pero en cuanto hubo girado, las puertas del balcón se cerraron de golpe a su espalda. Tessa se sobresaltó e intentó abrirlas de nuevo, pero era imposible. Completamente aterrada, se dirigió a la otra posible salida, la que daba al pasillo. Pero esa puerta tampoco se abría. –¿Qué está pasando? –se preguntó paralizada en el centro del dormitorio. La lámpara de aceite voló con vida propia hasta el suelo y allí se prendió fuego. –¡Recuerda! –le exhortó una voz de mujer.


Capítulo 20 Tessa corrió a apagar el fuego con una manta de la cama, pero las llamas se propagaron a toda velocidad dejándola rodeada en tan sólo unos segundos. Fue hacia las puertas del balcón, pero no pudo hacer nada frente al muro de fuego que se levantaba ante ella. Se estremeció aterrorizada. Entonces, a través de la cortina de fuego, lo vio en la calle con el horror dibujado en el rostro al darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Lo vio correr hacia el edificio para rescatarla y entonces lo recordó todo. El amor que sentía hacia él. Dios, era más fuerte que todas las cosas. También recordó a su padre, había sido él el que había provocado el fuego cien años antes. Ella lo había visto salir huyendo, pero ya era demasiado tarde. Había intentado escapar, ir en busca de Marcus. Trató de aferrarse a la vida, incluso cuando las llamas se apoderaron de su cuerpo. Las llamas de ahora crecían rápido y se habían propagado por toda la habitación. Los cristales estallaron de pronto y ella rompió a llorar y a gritar sin saber qué estaba ocurriendo ahora y qué pertenecía al pasado. El dolor era tan fuerte, tan intenso que daba igual qué era real y qué no. Le ardía el pelo y el vestido, la piel se consumía a causa del fuego y aun así seguía con vida. Por él. Por Marcus. Fue entonces cuando oyó la voz que gritaba desde la calle. Era la voz de la mujer que le había leído la mano en la tienda de vudú, pero también era una voz que había conocido en otro tiempo. Era Marie LaVeau: –¡Juro que ella volverá a la vida! ¡Y su amante vivirá también, jamás envejecerá, ni morirá, ni podrá abandonar esta ciudad hasta que recupere el amor que le ha sido arrebatado esta noche maldita! Con aquellas palabras, Tessa supo que había llegado el momento de rendirse a la muerte y dejar de sufrir. Y podía hacerlo porque sabía que regresaría, que volvería a Marcus algún día y él estaría esperándola. Cerró los ojos y cayó al suelo en medio de las llamas. Dos cosas la despertaron. La primera fue el golpe del agua sobre


su rostro, agua fresca y curativa. La segunda, el sonido de la puerta al abrirse. Abrió los ojos. Seguía en el suelo, el agua de los aspersores antiincendios del techo caía sobre ella como una bendición. Y Marcus también estaba allí, de rodillas junto a ella, estrechándola en sus brazos. –Me pareció ver fuego. Dios mío. ¿Estás bien? ¿Cómo que le pareció ver fuego? Pero si la habitación entera estaba en llamas... Se incorporó y, al mirar a su alrededor, descubrió que sólo había un pequeño círculo negro en el suelo y en el centro, la lámpara de aceite. Pero nada más había resultado afectado por el fuego. Ni las cortinas, ni las camas, ni por supuesto ella. Su vestido y su pelo estaban intactos. –Prométeme que estás bien, mi amor. Por favor. –Estoy perfectamente –susurró ella mirándolo a los ojos con deleite y sin hacer caso de los bomberos que acababan de llegar–. Mejor que eso, Marcus, mi querido Marcus... Lo he recordado todo. Él la miró sin atreverse a creerla. –¿Lo recuerdas? –Ha pasado tanto tiempo, mi amor, demasiado. Te amo. Te amo, Marcus. Él se inclinó y la besó una y otra vez, con el rostro cubierto de lágrimas. En ese momento, Tessa supo con total seguridad que jamás volvería a alejarse de él. Ni en esa vida, ni en ninguna otra. -FIN-


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