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En Sonora durante la Cuaresma

aparecen los

Fariseos Texto: Javier Quintero Fotografías: Luis Gutiérrez

Cada año, cientos de hombres pertenecientes a la tribu yaqui salen a las calles disfrazados de fariseos al inicio de la Cuaresma, exactamente el Miércoles de Ceniza. Y lo hacen no por gusto, sino por una necesidad de ser perdonados o ser agradecidos. 2

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esde el otro lado de la acera se escucha inconfundible el sonido de un tambor. Lo hace sonar un hombre sin rostro propio, un hombre que más bien parece animal. Cada golpe retumba en los oídos y obliga a dirigir la mirada. Y ahí está: alto, delgado, de brazos morenos, con una máscara que opaca el brillo de sus ojos, que asusta. Mueve las manos con ritmo y parece divertirse. El sonido que le arrebata al tambor se mezcla con un cascabeleo que producen otros hombres similares a él, con sus tobillos y piernas envueltos en capullos de mariposas. Mientras toca el tambor, los otros bailan y hacen sonar la red de capullos con tal alegría que envuelve la acera. A cambio de su espectáculo, piden monedas a los transeúntes. Unos les dan de inmediato, aunque otros los miran con desprecio y desaparecen, como si no pasara nada.

Una vida espiritual El hombre se acuesta con la mirada al cielo y se coloca una máscara que él mismo elaboró para portarla con honor durante los siguientes

cuarenta días. Es una máscara hecha a su gusto, con piel de animal o papel y rasgos que pudieran ser grotescos o divertidos. Lo que en realidad hace es simbolizar su muerte material para darle paso a una vida espiritual con la que iniciará su penitencia. Su decisión de convertirse en fariseo habrá sido porque lo prometió a Dios a cambio de un favor que le concedió y así le quiere dar las gracias. Al ponerse de pie, deja de ser él mismo y asume su rol de fariseo, ese ser falso e hipócrita del que hablan las escrituras, el que un día hizo rehén a Jesús y lo llevó a la cruz. Ya no es más un hombre. Debajo de la máscara, el fariseo muerde un rosario y lo deja entre sus dientes la mayor parte del día para no hablar con nadie. Ser mudo también es parte de su penitencia. Y después sale a la calle, vestido con pantalón blanco, envuelto en una cobija desde la cintura, atada con un cinturón de cuero del que penden pezuñas de puerco que suenan al bailar. En sus pies solo lleva un par de huaraches de cuero y en sus tobillos suenan alegres los capullos de mariposa, que en la tribu yaqui llaman ténabaris, difíciles de conseguir y elevadamente costosos. Quizá

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sea la parte más ostentosa de su indumentaria. Sale a la calle con un cuchillo y una espada fabricados en madera y pintados con colores simbólicos, como el rojo, que representa la sangre de Jesús y que, por cierto, también mancha sus manos. La simbología de su atuendo y sus accesorios están perfectamente cuidados.

Calvario prometido El fariseo deambula y baila a la gente a cambio de dinero. Él y los otros intentan reunir la cantidad suficiente para las festividades de Semana Santa, que se realizan exclusivamente en los pueblos yaquis y a las que, por cierto, todos están invitados. El hombre blanco (yori, en su dialecto) presencia una ceremonia yaqui por primera vez en el año. Por las calles, los fariseos caminan en filas, de manera ordenada, en formación militar, encabezados por sus autoridades, a quienes llaman Pilatos, cabos o capitanes, encargados de tocar el tambor y algunas veces la flauta. El tambor simboliza los golpes del martillo sobre los clavos de la cruz. La flauta es el lamento de María, la Virgen. Recorren largas distancias sin hablar ni descubrirse el rostro. Habiendo cumplido su penitencia, el fariseo debe estar preparado físicamente para soportar lo más difícil de la Cuaresma: el calvario. Está consciente de ello. Es la madrugada del Viernes Santo. Las mujeres rezan, cantan y se preparan

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Quema de máscaras

espiritualmente para el fin de semana más sagrado e importante, mientras los fariseos meditan lo que hicieron durante la Cuaresma y vuelven a pedir perdón y dar las gracias por los favores concedidos. Entonces inicia la ceremonia que representa la Pasión de Cristo, su crucifixión, su muerte y su resurrección. Amanece y empieza una procesión. En cada pueblo se ha delimitado una zona sagrada con una cruz por cada una de las caídas de Jesús en su camino a la muerte. Las mujeres no cesan en sus cantos y oraciones, cargan imágenes de santos y cuidan a los niños, que también son parte de la procesión y simbolizan a los ángeles. En cada parada, rezan. Las mujeres se lamentan, lloran y alzan los brazos al cielo. Los fariseos siguen en silencio. Con sus cuchillos y espadas de madera raspan el suelo, buscan algo alrededor de las cruces, hacen chocar sus espadas, mueven negativamente sus cabezas cubiertas con las máscaras y se dirigen hacia sus autoridades. Se detienen ante ellos, vuelven a chocar sus espadas y mueven sus caderas con el cinturón de pezuñas. Así comunican que vieron las huellas de Jesús y, aunque lo buscaron, no lo encontraron.

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Termina el Viernes Santo con una cena que las mujeres preparan, es un caldo con trigo y carne que en la tribu llaman wakabake. Ha sido un día muy agotador para todos y después de cenar, descansan, aunque hay mujeres que continúan los rezos. El Sábado de Gloria, a las 11 de la mañana, los fariseos llegan a la iglesia. Será su último sufrimiento antes de regresar a su cuerpo carnal y abandonar el espíritu que los acompañó durante la Cuaresma. Los mayores les dan de latigazos para que paguen por las ofensas que le hicieron a Cristo. Ellos soportan el dolor y el cansancio. Después, se despojan de sus máscaras, las amontonan al centro y les prenden fuego. Es el símbolo final de la liberación de sus culpas. Finalmente, dedican sus bailes tradicionales, como la Danza del Venado, que tiene su significado propio. La quema de máscaras es el clímax de esta celebración religiosa en la tribu yaqui. El fariseo desaparece y resucita en un hombre nuevo. Se sabe que tras la Conquista, los españoles utilizaron las representaciones teatrales para evangelizar a los indígenas yaquis y les enseñaron algunos cantos en latín, que todavía reproducen sin conocer su significado. Los españoles les dejaron la tradición de la Cuaresma y los yaquis asumieron sus penitencias. El yaqui es humilde y aunque vive en la pobreza siempre ofrece lo poco que posee. Lo entrega todo, incluso su cuerpo que durante cuarenta días no le pertenece.

El fariseo debe sufrir 40 días Se les ve en 6 ciudades de Sonora y en 8 pueblos yaquis.

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