Blanca ruptura al dulce sueño Por Alexander Marroquín
Sé que muchos comparten mi molestia frente a un despertar abrupto. Me refiero a esas rupturas del sueño que se salen de nuestros planes, aquellas en las que agentes extraños interfieren en nuestra programación habitual y arruinan un sano y merecido descanso. Son innumerables las formas en que estos agravios a Morfeo acaecen, un familiar al que el descanso ajeno le es ajeno, una pelea en la familia vecina, la caída de algún objeto mal ubicado, una alarma desactualizada, una gotera en el lavaplatos o el golpetear de las gotas de lluvia en nuestras ventanas, el sonido de las teclas de un computador que relatan una historia durante la alta noche (es verídico, lo he vivido, me han dicho: usted con ese puto ruido de esas teclas, respete son las 11 de la noche!!!). En mi barrio, el de verdad, las horas de placer onírico se obstaculizaban, entre otras razones, a causa de la interminable batalla de las cuatro tiendas aledañas, típicas guaraperías de barrio marginado en donde la ley no existe y el respeto al prójimo es apenas un mito, lugares en los que las rockolas porno se medían por ser la más ruidosa del universo, envidiable hasta para The Who o Deep Purple en sus épocas de exagerados decibeles con la simple diferencia de que a través de estos grotescos bafles no se emitía ni un solo riff de guitarra o solo de batería, en cambio el barrullo era producto de música cuatrera y a arrabalera, como la tilda mi sagrada y santa madre. A veces uno, dos o más disparos eran la antesala al canto de las aves tempraneras. La fortuna de vivir allí me permitía sazonar mi sueño con los lamentos y angustias de los desafortunados que caían en manos de atracadores. Muchos corríamos a la ventana delantera de nuestras moradas, al frente de las casas no se veía nada, parecía ser que eran quejas de otra época, gritos que habían quedado marcados en todas las calles y algunos menos adaptables, como yo, los escuchaban de cuando en vez en lo más profundo se su inconsciente como recordatorio de la verdad inminente que nos esperaba al final de cada siesta. Otros, a quienes la conexión digital les proporciona el más fuerte vínculo con la realidad aparente, son continuamente bombardeados por llamadas o mensajes de camaradas ebrios, de amores noctámbulos, de internautas crónicos, de personas en el exterior que no recuerdan la redondez planetaria… o a todos nos ha llegado una llamada equivocada o inexplicable, esa en la que sabemos que del otro lado hay alguien que no se atreve a decir nada, de un número desconocido que inmediatamente tratamos de recordar, un sueño perdido por conectarnos a una cifra extraña.
En mi vida he maldecido por muchos despertares indeseados pero nunca he tenido uno tan desdeñable como el de la última noche. Voces en la oscuridad campanearon en mi cabeza mientras soñaba con una carretera y un atardecer brillante. Blam blam blam, suavemente y desde el silencio hasta la totalidad ruidosa, BLAM BLAM BLAM, creció una vos que me obligó a abrir los ojos. No recibí el más mínimo de los destellos, todo era penumbra en mi habitación, solo seguía escuchando esa desgraciadas voz ahora acompañada. Una conversación, voces que venían de afuera, tal vez dos o tres personas, tal vez dos o…, no solo dos personas. Noté que estaban ebrias pero con la conciencia necesaria para conversar públicamente y hacer al vecindario partícipe de su desfachatez, pues no solo hablaban entre ellos lo hacían con todos alrededor como cuando se responde una llamada y vamos en el transporte público, esa conversación no es de dos, es de todos a quienes envuelven las palabras de quien contesta. Era una la vos predomínate, rasgada y molesta, no tan molesta como cuando descifré el tema en debate. Fue en ese momento cuando mi sangre empezó a hervir. Pensé: “Está bien que te despierten, eso hacemos los borrachos, incrementamos nuestros niveles de fastidiosidad y los transmitimos incluso vía microondas afectando a cualquier individuo que se encuentre en el perímetro cercano, bueno, a veces muy lejano también. Despertar de esa forma viene siendo algo tolerable, los borrachos hablamos más fuerte debido a la parcial pérdida auditiva causada por el alcohol ¡¡Algo normal!! Lo que no es normal y es apenas suficiente para hacerme pensar en el fusil de asalto que guardo en mi armario es que la conversación esté plagada de consignas racistas y de tonos de odio a los que no son blancos de piel, si es que existe alguien cuya piel sea de color blanco”. Pacientemente aguardé, esperaba que se tratara de un sueño, de una pesadilla más bien. La conversación continuaba y se hacía clara: “un saludo a la bandera, la bandera hay que respetarla, las razas no se deben mezclar, los blancos no deben acercarse a los negros, los negros en su lugar”. En mi interior apareció una pregunta escrita con caracteres gigantes, en mayúsculas y en negrita: “¡¿QUIÉN ES ESTE TETRA HIJUEPUTA?!” Pacientemente aguardé, no me moví de mi cama, solo permanecía con los oídos muy abiertos, la furia que invadía mi cuerpo empezaba a reclamar una acción de mi parte. Por supuesto que existen malditos que consideran su pálido color de piel como una bendición, un regalo el todo poderoso (nótese que no hay mayúsculas en el todo poderoso, es que ese es el todo poderoso de esos idiotas, el de verdad no se molestaría en crear escorias de esa calaña, ese pensamiento discriminatorio es un mero producto del ilimitado orgullo humano). “Ellos son negros porque sus genes son desechados por la naturaleza, son un error con el que uno no se debe mezclar…”. Resultó que el cabrón que gritaba era además un experto genetista, solo que omitió un detalle, un detalle de índole geográfica, se le olvidó en donde estaba parado. No, no voy a decir que en Colombia todos somos mestizos y por ende nadie es de raza aria, es más probable la existencia del Ratón Pérez a la raza aria; voy a decir que estamos en un mismo planeta y todos venimos de un mismo y singular origen de oscuro color.
“Los negros deben estar con los simios, como lo que son, la raza se debe respetar y todos esos hijueputas que se mezclan deberían eliminarse…”. Esta consigna rebosó la copa, la tomé como algo personal, ¡me trató de hijueputa! ¡He mezclado mi saliva (y uno que otro fluido) con mujeres de diversas tonalidades cutáneas! ¡He estrechado mi mano con camaradas de múltiples latitudes! ¡He llenado de éxtasis mis venas a causa de la creación artística de seres de todos los matices de piel! Creo firmemente que la belleza no se presenta con un solo valor cromático, la belleza es una totalidad y en la totalidad cabe casi todo, por lo menos en términos de color. Resulta que un par de idiotas habían venido a despertarme con su exposición de estúpido poder blanco, no tendría molestia con sus hipótesis de no ser porque transmiten un mensaje de odio al prójimo y el odio al prójimo es tan dañino como la peor de las plagas. Este es un odio que como cualquier clase de odio se justifica sin verdaderos fundamentos, tan solo un pretexto para tomar el poder, el mero fundamento de la megalomanía. Este odio se extiende como un cáncer incurable, este odio ha carcomido y sigue horadando al planeta entero. “La raza no se debe irrespetar, nuestra raza blanca está para pisotear a las razas débiles…” -¡¿¿¿Nuestra raza blanca???! ¡Ya me la voló este malnacido! – Me incorporé, no prendí la luz, tomé mi fusil, preparé la mira y busque un sitio en las tres ventanas de mi hogar. A tientas me moví por mi cubil. Ocho pisos abajo y 15 grados al oriente se encontraban los fachos achispados que por la oscuridad de la mañana no parecían tener una pizca de blanco en sus cochinos cuerpos. Mi suerte no podía ser peor, no solo había tenido el más horrible de mis despertares sino que ahora mis ventanas y su estructura no permitían que apuntara con mi arma a mis contertulios chibchonazis. ¡Qué la maldición me lleve! ¡Quería un amanecer rojo y no tenía una catapulta para el disparo! Sin más remedio y de mala gana llamé a portería y presenté mi queja por el segregacionista escándalo. Al momento dos vigilantes se acercaron a mis fallidos blancos, seguidamente estos recogieron unas cervezas de una silla y se retiraron, yo guardé mi fusil y volví a mi cama.
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