Mitos Y Leyendas de Antioquia

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MITOS Y LEYENDAS DE ANTIOQUIA

EDITORIAL FUNLAM

Diseño y Concepto de Portada: Carlos Amortegui Manejo de Ilustraciones: Carlos Amortegui Diagramación de textos: Juan Roncancio Búsqueda Información: Juan Roncancio y Leidy Johanna Avendaño Tabla de contenido, Editorial y Revisión Final: Leidy Johanna Avendaño

Leidy Johanna Avendaño, Juan Roncancio y Carlos Amortegui, © 2011. ISBN: 978 – 04 – 7896 – 9

Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyrigth, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Impreso en Colombia. Medellín © 2011.

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Tabla de Contenido Mitos y Leyendas Historia

de

los

Mitos

4 y

Leyendas

Antioqueños 4

Representaciones de la Región Antioqueña 7 El Mohán

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La Madremonte

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La Patasola 9 El Duende 9 La Llorona 10 La Candileja 10 La Muelona 10 El Sombrerón

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Las Brujas 11

Mitos Y leyendas - Desfile y Fiestas 12 Participación 13 Esta es la Historia ... 13

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Mitos y Leyendas Creado ya, en un momento dado, el mito va como bola de nieve creciéndose y transformándose por su tradición oral.

Historia de los Mitos y Leyendas Antioqueños

Leyendas, mitos, tradiciones y Supersticiones, son cuatro entidades sociológicas, que no ofrecen a veces, una completa distinción.

Los Mitos y las Leyendas son una de las costumbres más importantes del pueblo colombiano. Hacen parte de la tradición oral de los pueblos que se encargaron de unir la fantasía con las creencias populares, el resultado fue una serie de cuentos que han ido evolucionando a través de los siglos.

Son leyendas, aquellos sucesos verosímiles o verídicos, y de importancia, que se van comunicando más por tradición hablada del pueblo, que por documentos escritos, pero que, no se consideran ciertos en un núcleo básico al que se van agregando paulatinamente, fabulaciones y adornos.

Son fantasías que fueron tomando forma gracias al imaginario colectivo y se han encargado de proporcionar las primeras explicaciones no científicas de fenómenos naturales. Colombia es un país de gran tradición oral, la narración ha existido desde siempre y permite de manera mágica conocer las manifestaciones culturales de un pueblo que recibe la influenza de muchas culturas y lucha por conservar las propias, valorando y entiendo que la tradición oral sobrepasa la concepción de un solo transmitir de manifestaciones folclóricas como los cantos, leyendas, mitos y cuentos de generación en generación; pues es más que eso, es el tesoro de los pueblos, el testimonio y la herencia para las generaciones futuras. Es encantador descubrir lo que pasó en la imaginación, tradición o cultura a la cual pertenecemos. “Lo escuché de mi abuela y ella de su abuela y su abuela de la suya…” El mito a no dudarlo, ha nacido con el hombre; lo necesita en forma básica para complementar explicaciones que su respectiva cosmogonía o religión no le proporcionan.

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les llama agüeros. De todas maneras, ellos, protagonistas de mitos y leyendas hacen parte de nuestra historia, pues creados a base de costumbres o vivencias y de mucha creatividad, ayudan a construir nuestra cultura Antioqueña. Escuchar relatos de nuestros mayores en los cuales nos transportan a un mundo mágico, de aventura, riesgo, misterio y ensoñación, son ellos quienes de manera mágica nos hacen idear historias y aventuras que dan explicación a esos acontecimientos que la ciencia no se podría atrever a comprobar, pues están en nuestros pueblos y nos pertenecen y lo realmente importante no radica en cuándo, cómo, porqué o si realmente sucedieron, sólo importa recrear de manera única nuestra tradición oral.

Es el mito, una ficción de hechos religiosos o alegóricos de los aconteceres humanos; encarnan episodios de importancia social o tribal que se presentan con efectos sobrenaturales por la intervención de algún ser sobrehumano, o del mismo Dios. Tradición o Relato Tradicional, es aquel que pasa de pueblo en pueblo y de generación en generación, normalmente en forma oral, constituyéndose para el núcleo familiar o social que lo posee, en un archivo de sus ancestros. La superstición es una creencia en señales producidas por acontecimientos meramente fortuitos, que anuncian o indican, o a veces simplemente preceden a algún suceso, bien sea favorable o bien, adverso. Comúnmente a las supersticiones se

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Dicen que en muchos lugares de Antioquia, sobre todo en las montañas, existen unos personajes terribles, amigables otros, que en las noches asustan a grandes y chicos. Hay quienes afirman haberlos visto e incluso escuchado pero otros piensan que es solo producto de la imaginación. Los abuelos padecieron las angustias de que los “aparecidos” se cruzaran por sus caminos y les hicieran pasar sus buenos sustos, claro, si esto sucedía, era porque no se habían portado bien y esa la pena que tenían que pagar por haber traicionado a sus esposas o por haberse bebido el dinero del mercado. Lo que antes mataba de miedo a los campesinos, ahora es motivo de fiesta y diversión en las calles de la ciudad. Esto tiene su explicación.

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a l e d s e a n 帽 o e i u c q a t o i n t e s n e A r p e n 贸 R egi R 7


El Mohán Antes, mucho antes de trasladarse a vivir a su palacio subterráneo, el Mohán fue un hechicero que convocó tormentas y eclipses. Conocía los secretos de las almas, curaba enfermedades y todos temían sus ojos de azabache cuando en los ritos atraía la lluvia y las cosechas o se transformaba en jaguar que recorría las landas de los ríos para ahuyentar los malos espíritus. Él supo en una noche premonitoria, en una noche de borrascas e inundaciones, de la llegada de los españoles. Vio también la humillación y los despojos de la Conquista. Por eso, tal vez queriendo perpetuar la memoria de los antepasados, se marchó con todos los tesoros a la entraña de los ríos. Allí permanece, taciturno y remoto entre las piedras, lejos del tiempo, mientras le crecen los cabellos y las uñas y sus ojos desploman la noche. Junto a los monólogos, a los paseos nocturnos sobre el oleaje de las aguas, el Mohán ama la música. Toca la guitarra en las noches de plenilunio y algunos campesinos lo han visto aterrorizados descender en balsa mientras ensaya en la quena una canción desconocida.Embaucador, pajarero pintado de negro y con dientes de oro, el Mohán es un laberinto que puede cambiar de apariencia y aprovechar las brisas de los ríos para la serenata y el vagabundeo por los mercados de los pueblos en donde compra tabaco y aguardiente y conquista a las muchachas.

La Madremonte

Brujo del agua, el Mohán sin embargo ejerce una feroz tutela de los ríos. Regula las crecientes y complica las atarrayas de los pescadores y en algunas ocasiones su celo llega a ser perverso: voltea las canoas y sumerje a las víctimas en el fondo de las aguas. Los viejos pescadores y barequeros saben todo aquello, por eso le temen. llevan en las mochilas tabaco y están pendientes de cualquier señal de indignación de las olas. Saben que el regreso, que su destino, depende del Mohán.

Toda vestida de hojas y de líquenes, vive en la prdeundidad de los bosques. La cabellera, víctima de soles y lunas, le oculta el rostro. Ese es su enigma: podemos escuchar el grito de fiera entre los árboles, ver la silueta que se pierde en la espesura, pero nadie ha visto nunca su rostro cubierto de musgo y sombra. La Madremonte ama las grandes piedras de los ríos, construye sus aposentos en los nacimientos de las quebradas, se distrae con el silbido de las mirlas y los azulejos. Algunos han creído escucharla cuando imita el canto de los grillos en las tardes de verano y cuando persigue las luciérnagas en las noches sin luna. Como vigilante de las selvas, la Madremonte cuida que no desaparezca la lluvia y el viento, orienta los periodos de celo de los animales del monte, grita de dolor cuando cae alguna criatura de su dominio. Por eso, odia a los leñadores y persigue a los cazadores: a todos aquellos que violan los recintos secretos de las montañas. Cuando la Madremonte está poseída de furia, dicen los que han padecido su venganza, se transforma: los ojos despiden candela y con las manos de puro hueso, se agita de rabia entre los matorrales. Se desencadenan entonces, los vientos y las tormentas. Los ríos y las quebradas traen inundaciones, arrasan las cosechas y el ganado. Todo parece como si se anunciara el estremecimiento de la tierra y los astros.

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La Patasola

El Duende

A llí en las selvas de los montes, estrellándose aquí y allá con los matorrales, deambula la patasola. Enemiga de los hombres, acosada por una culpa antigua, poseída del horror de su propia apariencia, jamás se detiene en su vértigo de odio y espanto. Allí va con los ojos tortuosos y lejanos y el cabello enredado de lianas. Dando saltos con la pata de oso desaparece de la espesura. Compañera de los tigres y las arañas, trasnochada por la pena de un amor desorbitado, la Patasola odia el agua, los cielos azules y la salida del sol. Su reino pertenece a los crepúsculos y a las noches tenebrosas de los montes. Aunque algunas veces, cuando olvida el dolor, canta o espera la aparición de la luna sobre el copo de los árboles. Deidad vampiresa, genio maléfico de los montes, la Patasola tiene el poder de la metamorfosis: cambia de mujer horrible, de dientes felinos y ojos abultados a muchacha bella, insinuante como un espejismo entre los árboles. Así atrae a los hombres y a los caminantes desprevenidos. Así los devora totalmente en lo prdeundo de la selva.

Son enemigos del orden y la domesticidad: donde quiera que exita una casa hermosa y un maniático del orden y el trabajo, allí aparecen los duendes, estos pequeños hombre vestidos de trajes de hojas verdes y rojas, cubiertos de sombreros, como inmensos hongos de maldad. Se suben a los techos y construyen grandes aposentos de paja y huesos de mirlas. Amigos del sabotaje y el enredo, inician entonces desde allí la debacle, la burla maligna: esconden las escobas y los zapatos y ríen en la medianoche. Pero su disparate mayor consiste en apedrear los techos, en desatar verdaderas tormentas de piedra que provocan espanto. Grandes cabalgadores de pájaros, los Duendes se divierten oteando las estrellas sobre las hojas de los yarumos, jugando al trampolín entre los guaduales. Pero la diversión mayor está en perturbar a las doncellas. Les arrojan, en el sueño, terrones de cal, manchan los vestidos, las persiguen y si están enamorados pueden llegar al acoso obseno y el ultraje. Aunque algunas noches se apaciguan y con flautas y tiples entonan canciones dulces y lejanas.

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La Llorona

La Candileja

Entre los cafetales y los yarumos, en las noches de luna llena, se escucha el grito de la Llorona. De rostro cadavérico, cubierta de harapos pringados por la lluvia y el sol, la Llorona alguna vez fue una mujer hermosa de ojos audaces que enloquecía a los hombres de los pueblos con su cuerpo de acróbata del placer. Ahora, desprovista de esplendor, deambula sin sosiego por las veredas, atormentada por la culpa del crimen y los delirios de una madre que cree llevar entre los brazos a un niño imposible.

Mártir de la violencia, la Candileja es el espectro de una mujer asesinada en el Valle de las Tristezas. Dicen que fue quemada viva con los hijos dentro de su casa. Desde entonces, convertida en fuego frecuenta los lugares en ruinas, las crecientes de los ríos y los caminos solitarios. Aparece en el alba cuando aún el gallo no ha cantado y como un meteoro se estrella con los cercos, se agita en el copo de los árboles o se echa a rodar por los pastos.

Plañidera, diosa de los tábanos y el desconsuelo, la Llorona como algunas aves de la espesura, jamás cesa en su canto fúnebre; aunque, intente olvidarlo, atraída por el silencio de las cañadas, por el tejido invisible de las mariposas en el aire de los ríos. Algunas noches, incluso lo intenta, rodando las ventanas de las aldeas. Allí se detiene, perdida en el dolor y la sombra, mientras escucha las guitarras, las voces que con aroma de aguardiente y tabaco ahuyentan el alba. Dama de hiel, vagabunda del alarido, la Llorona tiene cualidad de espejismo. Algunos, la han contemplado con el lamento infanticida, bella como antes del maleficio. Otros, con el rostro de calavera, los ojos ardientes, el pelo alborotado y el quejido que sacude la montaña. Cualquiera que sea la aparición, nadie desea ver a la Llorona. Basta con reconocer el olor, el grito desesperado, para saber que algo terrible se esconde en la maleza.

Amiga de los cocuyos, la Candileja en los días de viento quisiera ser coro de enredadera, canto de arrendajo en la montaña. Zarza ungida de violencia, aunque la Candileja nunca se apacigua en su dolor ígneo, algunas noches en que los ríos están apacibles y cubiertos de cámbulos, de aromas de dindes, ella quisiera detenerse y tomar agua y tal vez bañarse en la sombra para quitarse tanto ardor y despojarse de toda la ceniza. Reina salvaje coronada de rescoldos que se avivan con la memoria, la Candileja, sin embargo, espanta a los caballos y los jinetes que se aventuran en la noche. Inicia las quemas de los bosques: Grandes incendios, grandes sequías, precipita su presencia de llama en los tiempos en que se aviva su dolor. Por eso los hombres le temen. Saben que ni los rezos ni las bendiciones ahuyentan su furia.

La Muelona Antes de convertirse en endriago, la Muelona fue una mujer esbelta que animaba pendencias y garitos. Sabía leer la suerte, gozaba con las peleas de los gallos y sobre todo enloquecía a los hombres con con su voz nocturna y la risa salvaje que alumbraba la noche. Ahora, celestina de los bosques, vaga por entre los ríos, acecha sigilosa por entre los pantanos, las encrucijadas y los árboles de tronco podrido. Bella como antes del hechizo, con la risa fastuosa y la voz de contralto, atrae de nuevo a los hombres. Antropófaga de los cahrcos, en noches sin estrellas, en crepúsculos estremecidos por la lluvia, los llama con insinuaciones de abismo. Entre los susurros y las adormideras, allí los devora con los dientes de bestia y la mandíbula feroz. Cómplice de la mandrágora, seductora del Valle de los Helechos, nadie conoce mejor que la Muelona los secretos de la lujuria, los lazos de su risa maléfica y los precipicios. Por eso, sonríe malvada entre los cactus. Sabe que la atracción es irresistible. Que de nada valen conjuros y talismanes ante la tentación de su presencia en medio de la tarde.

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El Sombrerón Es el fantasma en pena de alguien que en vida jamás tuvo definiciones. Alto, todo vestido de negro, entra en los pueblos, da rodeos en el alba y envuelto en el silencio se retira con el rostro encendido por el ala siniestra de la bruma. Vagabundo de los esteros bajo la luz de la luna, el Sombrerón alguna vez estuvo enamorado y quiso viajar a países de viento y estrella dorada y lo atrajo el mundo y su incesante círculo de fuego y ceniza. Pero, cómplice de la amapola y los pantanos, se detuvo siempre en los umbrales indeciso como el murciélago ante la luz. Ahora, cubierto por el sombrero y la ruana, todo se le oculta y perros feroces lo siguen con grandes cadenas en la calígine de los abismos. Si, caballero de los chamones y los horizontes lívidos, el sombrerón se aleja entre los charcos. Sabe que jamás poseerá el secreto de las crisálidas. Desprovisto de deseos y con la mirada extraviada, se adentra en el paisaje del crepúsculo.

Las Brujas En los cacaotales y florestas de mandrágora y crepúsculo, allí aparecen las Brujas. Adivinadoras del destino, expertas en la lujuria y el brebaje, han entregado el alma al diablo. Bellas como el viento y el relámpago, su deseo mayor consiste en entregarse a las delicias del espacio bajo los vértigos de la hierbamora y el vuelo nocturno. Amigas de las hienas y los venenos de la cicuta, las Brujas aman los aquelarres. Bajo las ceibas, cerca de los lagos y entre las estridencias de los grillos y las bestias nocturnas, allí, coronadas de delirio y de tatuajes de blasfemia bailan y cantan hasta el fin de la noche. Se entregan a los demonios, sacrifican niños en rituales de magia negra y en sesiones de alcohol y juego preparan nuevos bebedizos, nuevas posibilidades de perdición y encantamiento. Con el alba huyen, tal vez convertidas en pájaro o mariposa. Huyen porque con la luz pierden el poder de hechiceras y su habilidad de cabalgadoras de las escobas y el mal. Vampiras de los niños y perseguidoras de los hombres, las Brujas son seres que solo se aplacan con la flor de ruda o de amapola. Temerosos de su aparición, algunos la llevan entre los bolsillos o la colocan en la almohada y las entradas de las casas. Saben que así ahuyentan el maleficio y el vuelo del pájaro gigantesco.

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El desfile o festival de Mitos y Leyendas de Medellín (Colombia) es una celebración tradicional que se realiza cada año y que no sólo se celebra en esta ciudad capital sino en otros municipios del departamento de Antioquia y de Colombia. En el Desfile de Mitos y Leyendas son clásicos los mitos y las leyendas referentes a algunos personajes muy arraigados, en cuya existencia, en realidad, algunos creen: la “Patasola”, la “Madremonte”, el “Sombrerón”, el “Ruanón”, el “Cura sin cabeza”, “La Dama Verde”, la Madre del agua, “La Llorona” y el “Judío Errante”. La mayoría de estas leyendas se originaron entre la época colonial y finales del siglo XIX. Esta fiesta se realiza en época de la celebración decembrina, los 7 de diciembre, mediante un recorrido tipo comparsa que se lleva a cabo en las principales calles de la ciudad y en el Pueblito Paisa, réplica de un pueblo antioqueño típico situada en el Cerro Nutibara, en el centro de la ciudad. El desfile se realiza en la noche y es un despliegue de tradición, folclor y creatividad. Muchos pueblos realizan grandes y enormes carrozas que emplean en el desplazamiento por la parte central de Medellín.

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Participación

Esta es la Historia ...

Además de las gentes de Medellín, participa gente que viene de otros municipios y subregiones de Antioquia, exhibiendo disfraces que representan todos los mitos que se cuentan en el departamento. El desfile se realiza en la noche y es un despliegue de tradición, folclor y creatividad. Muchos pueblos realizan grandes carrozas que emplean en el desplazamiento por la parte central de Medellín.

El 8 de diciembre de 1974, el director de la Oficina de Turismo, Eugenio García Vélez, inició el desfile de mitos y leyendas, con el objetivo de proyectar nacional e internacionalmente a la Bella Villa. Para esto convocó previamente a los grupos folklóricos antioqueños, quienes entusiasmados comenzaron a preparar comparsas, disfraces y carrozas. El evento hizo parte la inauguración del programa “Sinfonía de Luces” con el que Empresas Públicas de Medellín encendió oficialmente el alumbrado navideño en esa oportunidad. Desde entonces y sólo con algunas interrupciones el desfile de mitos y leyendas se ha convertido en la celebración que marca el inicio de las festividades decembrinas en la ciudad, con la participación de 46 grupos artísticos.

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En la actualidad, el aspecto que llama la atención cuál es la razón para que estos personajes del terror se hayan convertido en una forma de diversión para los antioqueños, teniendo en cuenta que están basados en los miedos con los que crecieron nuestros abuelos. Para comprender un poco este punto, sugiere la psicóloga María Orfaley Ortiz, echar un vistazo al origen de los mitos, que según José Ignacio Duque, en su libro Antioquia, sus mitos y leyendas, “(...) Los mitos son tan antiguos como la humanidad, se dice en Colombia que es Antioquia la tierra de los mitos o leyendas. Esto no es exacto porque los mitos hay en todas partes. Es decir, que en Colombia hay mitos dejados por los españoles, mitos introducidos por los esclavos africanos y mitos auténticamente nuestros”. Por ejemplo: el mito de La Madremonte es universal, pero en Antioquia esta historia fue recreada con elementos de la imaginación paisa. Lo mismo sucede con la Patasola, La Llorona y el Charamusquín, entre otros. Las costumbres y los miedos se van transformando con el paso del tiempo, adquieren matices distintos, aunque en esencia sean los mismos con diferente presentación. Su función siempre será la de explicar fenómenos que no se conocen de cerca pero que están presentes en el entorno o hacer el papel de guardianes o custodios del buen obrar. El hombre actual puede ahora reír en un desfile de mitos y leyendas porque sólo está recordando temores ajenos a él y los ve muy lejanos de su cotidianidad, en parte porque aprendió a aceptar que los vengadores de su conducta están dentro de él mismo y también porque la cultura tiene cierta libertad para expresarse que hace innecesarios los mitos, como la libertad para ejercer la sexualidad y la informalidad en el comportamiento.

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En la actualidad, los miedos del hombre son de carácter futurista. Tal vez si apareciera un platillo volador o se aproximara una invasión extraterrestre, sería una buena razón para atemorizarse. Quizá en unos años esto también sea una razón para la risa y la celebración. Definitivamente, los personajes que salen el 7 de diciembre no son aquellas atemorizantes figuras de antaño. Estos personajes desfilan, y adquieren los elementos que a los ojos del espectador de nuestra época se vuelven más llamativos e importantes. Muchas de las brujas y los diabólicos personajes, no sólo exhiben su simpatía, exhiben su cuerpo, adquieren un marcado toque erótico que pone en entredicho el miedo y lo transforma en seducción. Acompañando las máscaras de narices largas y encorvadas, de ojos hundidos y grandes ojeras, aparecen cuerpos esbeltos, con exóticos e insinuantes movimientos, vestidos ceñidos que demarcan la figura de la bruja, de las diablas, de los duendes, etc. El espectador presencia un acto que pone a sus primitivos miedos encarnados en personajes que quieren seguir presentes, pero adoptando la seducción como señuelo, como aquello que atrae las miradas y el deseo, más no el miedo.

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