Revista 3DIEZ

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EDITORIAL En las siguientes páginas encontrará usted, querido lector, un manojo de líneas que nacieron de la tierra, desde una inocencia literaria. Casi todos los autores por primera vez se hallaron frente a frente con su yo poético. Este proyecto literario nació hace un año y medio, ante la iniciativa de algunos estudiantes por crear un taller literario. Las preguntas eran: ¿Cómo saber que un texto ya está terminado?, ¿qué hacer con el producto literario que naciera del taller? En esa búsqueda de respuestas, nos vino la revelación de crear una revista literaria, en donde poder publicar las voces de los participantes del taller. Después de algunos intentos fallidos por mantener el taller con vida, se presentó una oportunidad: el curso SPAN 310: Creative Writing in Spanish. Fue en esta clase donde varios de los autores que forman parte de este número experimentaron la creación literaria. Al iniciar el semestre sólo compartían sus textos dos o tres estudiantes; al final del mismo hubo un auge por escribir y revisar poemas, cuentos y ensayos breves. De los dos o tres alumnos que compartían sus líneas se triplicó el número de autores. También se notó una gran mejoría en los textos presentados; cabe mencionar que

cuatro de los textos aquí presentes fueron finalistas en el II concurso literario de la universidad de St. Xavier y uno de ellos titulado El manga salió premiado como primer lugar. Es justo externar el apoyo tan grande que este proyecto ha recibido por parte del Departamento de culturas y lenguas mundiales de la Northeastern Illinios Univeristy. Queremos agradecer a los doctores Brandon Bisbey y Denise Cloonan y sobre todo al profesor del curso Raúl Dorantes. Quisiéramos dedicar este número al Dr. Paul A. Schroeder Rodríguez ex director del programa de Lenguas y Culturas de NEIU por el apoyo incondicional que siempre brindó a otros proyectos creativos y eventos culturales en años pasados. También un agradecimiento infinito a las pintoras mexicanas, que nos han dado la oportunidad de utilizar sus obras para acompañar algunos textos, muy en especial a Alma Domínguez, importante y reconocida pintora de Chicago y oriunda de Ciudad Juárez. He aquí un encuentro temprano con la creación literaria, un espacio en el que la poesía está muy cerca de la tierra y toma impulso y alcanza vuelo.

CONTENIDO

CONSEJO Director editorial Miguel Méndez

Directores literarios Fabio Duque Eric Melecio Melina Calengas

Asesor académico Raúl Dorantes © 2018

2

Pan Fabio Duque

3

Costurera María Andrea Ramírez

14

Me llevaron Miguel Méndez

4

Te soñé... Joselín González

15

Tres poemas Antonia Salinas

6

Ardiente aroma... Claudia Vázquez

15

Neither here, nor there Itcel Dimas Quintana

7

Cucaracha Ana Atanasio

16

Tinder Claudia Vázquez

7

Mirada de miel... Isamar Muñoz

17

Viaje al Edén Santiago Monsalve

8

En un pedacito... Gloria Martínez

17

Mi ciudad... Wilson Guamán

9

Un día normal Vania López Castillo

18

Tú, que escondes... Alma Hernández

9

Amanecer maya María Fuentes

18

La ceiba que habito André Santiago

10

Cómo la vida Bryan Arguelles

19

Miedo Diego Aandrino

11

* y ** José Galván

19

Dos poemas Fred Huerta

11

Dictadura Melina Calengas

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El manga Eric Melecio

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1991 Amelia Pacheco

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Sin rumbo María Andrea Ramírez

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Pan Fabio Duque

Tal vez el reconcomio la decadencia, la dejadez

Que nos atrapen en estos hechos devenir de gusanos

Conminados a rumiar letras Sorber cafĂŠ

y comer mierda,

bodrio suntuoso.

Y que venga la mano Y nos comande Y nos decida

Y no decidamos Y nada cambie.

Tal vez el concurrir el laberinto la certeza

que trascendamos a la ceniza feria de idiotas. Copular ebrios

legar los cuerpos

romper las venas

y vender las almas auras podridas.

O que venga el barranco Y nos espante Y nos tape

Y no gritemos Y todo acabe

Claudia Medina

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Me llevaron Miguel Méndez

“El sol salió anoche, y me cantó” CETK (1977)

––Te lo juro, Ceferino. Aquí mismo estaba cuando vi la luz aquella, así arribita de mí, un círculo que parecía de fuego. Y que siento que me

empecé a levantar, como que volaba y rápido me agarré de unas hierbitas que estaban ahí.

––Y luego, Nicanor, ¿qué paso? Pues. ––Pos no recuerdo, por más que trato no me recuerdo. Sólo que me hablaban en lenguas extrañas. Los escuchaba, no en mis sentidos, sino en mi cabeza, como si fueran mis pensamientos. –– ¿Verdá? ¡Ave María purísima! Mejor ya me lo voy a ir. ––No, no te vayas. Quédate aquí conmigo para que los divises. Me dijeron que hoy van a venir otra vez. Espérate. Así tal vez y hoy no me llevan. Yo les tengo re te harto miedo. Las horas pasaron. Ambos sentados en la milpa, buscando algo en el cielo lleno de estrellas. De vez en cuando un viento pasaba y les volaba los sombreros. –– ¿Que más te decían? ¿Te acuerdas? ––Pues la verdá no mucho, todo estaba lleno de luz. Había mucha luz. Todo se miraba blanco. Lo único que recuerdo era que naiden los podía divisar, que si algo así pasaba entonces… no volvería a ver jamás. Por eso es que les tengo miedo y quiero que te quedes conmigo. Ceferino se quedó callado. Lo miraba en silencio, observándolo tratando de encontrar mentira en sus ojos. Pero los ojos de Nicanor se veían honestos y asustados. Se dieron las tres de la mañana y aún el cielo desolado. Ni siquiera la luna había aparecido, sólo estrellas. Parecía que al mirar al cielo de la noche miraban un espejo que reflejaba las luces del pueblo. –– Ya me voy. Mira, mi mujer se me va a encanijar y ahorita que llegue ni la puerta me va a querer a abrir. –– No te vayas. Mira, que, si vuelven, tal vez ya no me van a devolver. No seas coyón, no me dejes. Te regalo parte de mi milpa, pero no te vayas. El terror era evidente y lo desesperado que se le miraba. –––Vente ya. Vamos a acostarte. O ¿quieres que te lleve a Madero a la clínica? ¿Tomaste? ––No ––dijo más calmado, recargándose en su hombro. Ambos entraron al pequeño jacal. Ceferino lo recostó lentamente sobre una improvisada cama y lo dejo ahí. Se sentó a un lado de él. Y como si fuera un niño, se esperó hasta que se durmiera, pues así se lo había pedido Nicanor. Ya casi amanecía cuando Ceferino se marchó del jacal. La mujer de éste se resistía a abrir la puerta. 4


Maritoña López

––Ábreme vieja. No vengo tomado y no estuve con ninguna otra. Ándale ya, por favor, abre que tengo harto sueño. –– ¡No te abro! ¿Dónde andabas? De seguro con el pinche ese de Nicanor, ¿verdá? –––Pues sí estaba con él, pero ese tipo anda mal. ––– ¿Cómo que mal? ––Pues ábreme y te cuento. La mujer por fin le abrió la puerta y ambos se sentaron y comenzó a platicarle lo sucedido en la milpa y lo que supuestamente a Nicanor le había pasado. La mujer se quedaba seria y asombrada, y sólo se limitó a comentar: ––¡Ave María purísima! Jesucristo vencedor nos lo ampare. Se recostaron y se quedaron profundamente dormidos. Ya en la tarde, cuando el sol se empezaba a pintar de rojo se dirigió a la milpa. Al llegar todo estaba en silencio, un silencio profundo que hacía eco y rebotaba por todos lados que ni Ceferino lograba escuchar sus propios pasos. Entró al jacal, buscó a Nicanor. Pero éste no estaba. La improvisada cama estaba un poco desorganizada. Caminó hacia la parte de atrás donde estaba la milpa y nada. Corrió hacia el río, que estaba un poco más allá y encontró las ropas de Nicanor tiradas en el suelo. Miró correr el río, la corriente no se miraba tan fuerte. –– ¿Se habrá ahogado? ––pensó. Las personas del pueblo lo empezaron a buscar río abajo, pero por más que se le buscó nunca se encontró ni rastro de él. Era como si aquellos de los cual le había hablado hubiera vuelto por él.

Tres años transcurrieron. El jacal de Nicanor ya se estaba cayendo y la milpa se había secado. A veces Ceferino se maldecía por haberse marchado aquel día. No dejaba ni un día de preguntarse qué había pasado con su compadre. Fue a recoger lo poco de Nicanor antes de que el gobierno del pueblo dispusiera de su tierra. Ya oscurecía cuando escuchó un ruido. Parecían pequeñas campanas, que no llevaban ningún ritmo. El ruido comenzó a hacerse más fuerte y se guio por las campanas. No miraba nada. Entonces una luz lo encandiló. Se mareó y casi se caía. Se alcanzó a agarrar de un árbol. hasta que se repuso. Entonces comenzó a escuchar las voces; parecían pensamientos. Ceferino volteaba a todas partes, pero no lograba ver a nadie. Sólo los árboles y la milpa un poco más arriba. ––Ahí está. Fue lo último que escuchó, y el mareo y la confusión se calmaron de corte. Sus pensamientos volvieron a tener control sobre su cabeza. Entonces, a orillas del río lo miró desnudo en el suelo. Corrió hacia él. Lo levantó entre sus brazos. Volteó hacia todas partes. Ya era de noche. Aquella noche hubo una enorme luna, la cual los alumbraba. Nicanor estaba delgado y tenía quemaduras y una ceguera permanente. ––… me llevaron…te dije que no te fueras.

Ceferino miró la noche y la noche a él.

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Laura Gómez

Tres poemas Antonia Salinas

I Otra vez

esta noche

me lleva esa oscuridad Busco una luz

busco un candil

rasgo un fósforo

Aparezco en medio de un río

chapaleando el reflejo de la luna Esta noche

En esa piedra desde lo alto

al centro de esa infinidad añil descansa un cuerpo.

III Sauce

Otra vez

testigo de mi nacimiento

en las orillas del río

volver a retozar

Esta noche

aparecen luces encendidas En un extremo una señora

lava la ropa

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II

te prometo

entre tus ramas


Neither her, nor there Itcel Dimas Quintana

Etnicidad Raza

Tinder 101

Color Identidad ¿Que define lo que soy?

Claudia Vázquez

Mi lengua Mi cultura Mis tradiciones Factores Mexican girl me dicen El bronze de mi piel lo dice Mi nombre lo dice A Mexican girl in the U.S. Mi primera lengua lo dice Mi acento lo dice

Un texto

Una llamada

La hora se acerca

Muy pronto te veré

Mis piernas me delatan La hora se acerca

Una revolución ataca mi ser Corazón y cerebro presente Llegó la hora…

¡Después te contaré!

Mi ropa lo dice No te entienden dicen Es que es de Estados Unidos No eres Mexican No soy de aquí ni de allá ¿Mexicana Americana? ¿Digo yo?

Ana Bick

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Viaje al Edén Santiago Monsalve

Soy flujo,

Nueve estrellas negras

movimiento en ojos.

La más grande, una corona,

ojos en movimiento; Soy la libre mirada

que lo envuelve todo. Veo la totalidad del relámpago:

yace en tu cumbre nevosa, mientras en tu diestra

el cinturón de Orión descansa.

Tan rápido que se cree…

Campos de fresas sobre tierra de tez

que lo vi hasta consumarse en nada.

rápido se ocultan entre tu mármol;

si supiera que lo vi cuando fue nube,

La nada se convierte en trueno,

nacen de tu sonrisa,

sólo se brindan como un regalo.

el trueno que se marcha.

Cascada de hilo castaño

viajando como no lo logra la luz:

deja que me enrede en tus lazos,

Ahí están mis ojos, sin ese escándalo,

pudiendo parar donde estás tú. Tú,

infinitas existencias simultáneas, perenne sucesión etérea, creas otra realidad,

fantasía hecha forma,

paisajes que trato comprender. Yo,

maleable materia,

me contraigo y canalizo. Mi pupila, el medio;

que cubres la base de la escultura, deja que sienta tus formas.

Desnudan tu emoción dos arcos: hierbas de carbón

en lo alto de tus espejos, y debajo de mi mentón. Decenas de espadas,

hijas de cuatro guardianes,

se agitan sobre el sendero de tus cenizas, custodian la esfera de miel,

esa que nada sobre tu mar de leche y se cristaliza al nacer.

mi mirada, por donde me estiro.

Dos cadenas de rosas

Habiendo dejado mi cuerpo,

confinando perlas,

desdoblándome de mi mirada, no importa si cierro mis ojos,

adornan tu voz,

convirtiendo en secreto su sabor.

ya mi alma camina por tu cara.

En trance vive mi alma

Iridiscente terreno,

de tus espontáneas ocurrencias.

donde el arte efervesce, me muevo por tu faz,

dibujando tu naturaleza

con mi excitación sensorial.

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se riegan por tu blanco universo.

recorriendo la suma ¿Qué es esto?

Aquí me quedo para siempre.


Mi ciudad... Wilson Guamán

Mi ciudad es fría

Las personas son frías

Tania Magallón

El clima es frío Tu gente

Es grande Es fuerte

Es amable

Es vulnerable Es fiable

Tú, que escondes...

Es bilingüe

Al cambiar la temporada Mi ciudad no será fría

Alma Hernández

Eres cruel

Eres piadosa Ansiosa

Tú, que escondes tu mirada como un adolescente

Llego a casa

Tú, que soportas mis tristezas (y mis gastos)

One more death!

Tú, que me cuidas de los malos hombres (a sabiendas de que eres uno)

Al amanecer

Tú, que deseas un beso (y te controlas)

Estás ahí

Tú…

Me confundes

Tú, que callas tus sentimientos

¿Llegaré a abrir mis ojos?

Tú, que de día y de noche me recuerdas

Escucho

Tú, que a pesar de la distancia, vienes a verme

Abro mis ojos

Tú, que con esos ojos me das ternura

Dolorosamente En mi ventana

Soplas y soplas Por tus calles Corres

Eres fría

Eres agria

¡Oh, Chicago! 9


La ceiba que habito André Santiago

Me encuentro donde el mar y el sol se besan produciendo verdes y azules. Los árboles son guardianes de mis secretos. Los bosques me arropan, húmedos, como mi frente al mediodía. Ríos subterráneos navegan mi cuerpo, brindando sostén a la flora y la fauna. De mis tierras han surgido generaciones de hombres y mujeres valientes.

Cuando joven era libre, mis palmas, como cabello suelto, en la brisa fresca del mar. Recuerdo como si fuera ayer cuando los hijos de Atabey hacían areitos en mi honor, guardando intacta mi piel barrosa y cobriza. En mi juventud experimenté el amor extranjero. Desde una península lejana, gente blanca y con fines de lucro invadió mi cuerpo. Día tras día me fui envolviendo más y más con lo extraño hasta quedarme presa de él. Dando luz a esta nueva generación, me fui hundiendo en una labor de compromiso. Las exigencias a que mi cuerpo estaba sometido fueron bastantes. Seguí soportando las desgracias. Un día vi mi rostro reflejado en el cielo azul y no me reconocí. Mis cabellos ya no lucían como antes. Pedazos de mi existir ya se habían borrado. Soñaba con ser libre, como había sido una vez hace ya muchos años, pero sigo atada a una frágil noción de hegemonía: al mal tiempo, buena cara. Sigo sonriendo, esperando que cambien los vientos del destino, librándome de las cadenas que me atan, ciega e inmóvil. Pronto, los hijos de Atabey caminarán por mis senderos de nuevo, recordarán los frutos de mi vientre. El tiempo se acerca, de liberarme del peso de esta colonia que me ahoga. Quiero volver a ser libre. Escucha profundo. En la unión del mar y la arena, el viento y las palmas, y las súplicas del coquí contra tu alma. Sentirás mi llamado.

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Miedo Diego Andrino

No creo tener el valor

No estoy preparado para tal hazaña Cada vez que pienso en ello Mis uñas se estremecen Mis ojos se erizan

Surge la primera arruga La séptima cana

¿Lo natural puede ser tan tenebroso? ¿Es bueno y malo a la vez?

¿Es estridente y silencioso? ¿Es realmente aterrador? Aun no nos conocemos

Nunca hemos cruzado camino Algún día seremos amigos

Dos poemas Fred Huerta

Quiero irme

Soledad

No sé adónde.

No te veo soledad

Perderme,

Eres la única cosa

Sólo necesito ir, Respirar un poco Y morir.

Y no sé dónde esconderme. Que encuentro cuando no busco.

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El manga Eric Melecio

Angelina era una joven prometida a un joven de familia cercana. Nunca había tenido sentimientos de amor ni le interesaba casarse. Prefería leer manga en su colchón favorito, sin tener que darle la cara a nadie, especialmente cuando había tormenta y escuchaba el chisporrotear de la chimenea. Oír los pájaros cantando el próximo día. Algunas veces venía su tía a visitar a su madre. Angelina se quedaba callada mientras las diligentes voces del chisme desaparecían de su oído, pues ella se escapaba en el mundo de su manga. Sola, acostada en el colchón, sin molestias…en otro mundo. El manga era su paraíso. Angelina temía que todo eso se fuera acabar cuando tuviese un marido. Pues desde que terminó la high school, su papá ya le tenía uno. Había un contrato oral con aquella familia, la de Tauro. Aunque los años habían pasado, todos miraban el contrato como una broma, pero al fin acabó siendo cierto que se iban a casar. El prometido le llevaba a Angelina casi seis años. Angelina sólo lo recordaba porque una vez, siendo muy niña, habían ido de paseo al downtown con el resto de su familia. Tauro la llevaba de la mano para que no se perdiera. Eso era lo único que recordaba del prometido. Y también cuando ya iban a subirse a la Línea Azul y Tauro, necio, quiso subirse en el último vagón, y ella atrás de él. Pero su madre y su tía fueron la voz de la cordura. — ¿En ese vagón? —dijo la madre—. Ni lo mande Dios. —Dicen que muchos se mueren en el vagón final —dijo la tía—. Conocí a una muchacha que se murió porque de repente dio el enfrenón y se pegó en la cabeza. Ahí tú verás. —Mejor no te subas, hija —le había dicho su mamá—. Puros gérmenes y gente loca y pobre se suben a ese vagón de la CTA. Por fin, nadie se subió al tren y el niño Tauro acabó dándole una patada a la tía en una pierna que todavía se le hincha hasta este día. En la tarde antes de la boda, Angelina se la pasó caminando en la yarda. Tenía arbolitos de fruta y unas azaleas. Pero lo que dominaba era el laberinto de hortensias, moradas, rosas, azules. Angelina las vio desde lejos y empezó a ver los colores de las hortensias, que se mezclaban unas con otras, hasta que todo se volvió una imagen borrosa de círculos fríos. Rompió ese éxtasis de colores cuando escuchó una voz detrás de ella, hablando en voz baja: —Hey, Angelita, ven a ver los arbustos. Era el yardero que murmuraba mientras jalaba la yerba mala. Le llamaban el Duende, un bigotudo que tenía más de veinte años manteniendo la yarda de la casa. Angelina tenía pobre la vista por leer tanto manga, pero buenos oídos para 12

escuchar el menor detalle desde lejos. Siempre le gustaba escuchar al Duende, precisamente cuando él pensaba que nadie estaba cerca. Cantaba canciones que apenas sabía, y algunas veces renegaba sobre sus clientes: —El de los calzones todavía no me ha pagado —decía—. Le voy a quitar ese jarrón que le vi por allá, para que se le quite. Y porque era chaparro y el jardín estaba relleno con paredes de hortensias, Angelina nunca podía verlo. Esa tarde sólo lo vio desde lejos, sus pelos parados y en varias direcciones y una cabeza de calabaza. Sin pensar, Angelina se acercó y habló con el Duende. No le habló directamente, sólo aventó la pregunta sobre el porqué uno tiene que casarse. —Esta muchacha ya perdió su mente —murmuró el Duende mientras desenterraba algo con la pala—. ¿Y qué pensará hacer con su vida entonces? —Casarme —dijo Angelina—. Pero la vida no será igual. —Pues claro. ¿Crees que estoy feliz con mi esposa? La conocí de quince y ahora es como un oso, a diario me ataca con sus gritos. Así son los matrimonios y así es la vida. Dicen que todo requiere un sacrificio. Para que un árbol crezca, tiene uno que mocharle un poco para que resalte el próximo año. Pero hoy en día, mi vieja no hace que me resalte nada. Este arbolito nuestro nunca nació. Pero Angelina todavía tenía muchas preguntas. Continúo su entrevista con el Duende. —¿Y qué es el amor? —le preguntó. —Cuando estaba enamorado, pensaba mucho en mi vieja y en el futuro. Pensaba que era una diosa. Viví más tiempo feliz con ella en mi imaginación. Pero nos casamos, y los bailes y las cenas no fueron lo mismo. Muy amargada y seca. Hoy ni quiero llegar a la casa. —No me has respondido. —El amor dura dos acostadas, tal vez tres si es buena la segunda. —¿Qué se siente cuando alguien te rechaza? —El rechazo es algo tan bonito como el amor. Bonito en el sentido de que las dos cosas te hacen sentir como una mierda. —No te entiendo. —Mi vieja primero me rechazó porque era pobre, pues no tengo nada de feo. Sentí que tenía que superarme primero. Me sentí bien después de poner este negocito de las yardas. El Duende empezó a toser incontroladamente. Angelina lo escuchaba toser. Tal vez era por los químicos, ese fertili-


Ángeles Bravo

zante y la tierra. Después de que se calmó su tos, Angelina siguió con sus preguntas. —¿Cuál es el chiste de vivir en un mundo lleno de sufrimiento entonces? —Quizás eso sea lo bonito del mundo. Sufrir. ¿Qué sabes tú, niña? Angelina trató de encontrar al Duende entre las hortensias. Encontrarlo y seguir hablando con él. Quería ver a esta persona que tenía tanta experiencia. Podía escuchar su voz, pero el Duende se perdía en el laberinto, tropezándose con las paredes de hortensias. Angelina se quedó en el laberinto toda la tarde. No dijo ni pensó nada. El Duende empezó a recoger sus herramientas y partió. Pasaron las horas y las luciérnagas prendieron sus luces. Angelina sólo reaccionó cuando los focos de atrás de la casa se encendieron automáticamente, aluzando todo el patio. Recibió un mensaje de texto de un número desconocido cuando ya estaba en su recamara. El mensaje decía “SEND NUDES”. Y luego recibió otro que decía “Get to know you a little more”. Los ignoró. No quiso pensar que era Tauro. Mejor pensó que había sido un borracho que jugaba con los números. Y mientras leía su manga sobre el colchón escuchó a su madre hablando con alguien por el teléfono. —No, no. Ahora te casas con ella porque te casas con ella. Es virgen. Nunca salió de su casa. Nunca ha andado de loca. Ni tiene amigas ni amigos. Todo esto, por ti. Y ahora ten palabra, Tauro. Era loca la idea de que se iba casar con Tauro. La boda ya estaba planeada. Su vestido ya lo había traído la costurera. El salón estaba listo. Los invitados seguramente planchaban sus ropas más elegantes. Angelina aceptó que tenía que pasar por esta vía de la vida como tuvo que pasar por la high school. Además, estaba muy involucrada en su manga para preocuparse.

En la iglesia, toda la gente hablaba. Y todo lo escuchaba Angelina. “Ya se nos va casar la rarita”. “Y con el mérito pley.” “Bien niña. Bien inocente.” Las familias celebraron el día de la boda en el jardín. Tauro y Angelina caminaban por el laberinto. A ratos él se distraía con la flora y la fauna. El olor, el color, con cada cosa. Observaba todo esto y concluyó que tenía belleza el jardín pero que el terreno necesitaba un cambio. Le dijo a Angelina: —Vamos a quitar todas estas flores y poner un corral. Lo llenaremos con dos caballos, una vaca y un toro semental. —¿Qué es eso, Tauro? Tauro se volteó y susurró: —Lo vas a descubrir. A Angelina le dio un escalofrío. No pensaba quitar nada de su jardín y se lo dijo a su nuevo marido. Pero Tauro se negó a mantener el jardín. En la noche de bodas, Angelina estuvo sentada en la esquina de la cama mirando el piso. Cuando Tauro quiso quitarle la ropa, ella empezó a bramar: “mmmmmm”. Tauro se alejó un poco. No sabía qué hacer y le llamó a la madre de su esposa. —¿Que está loquita? Nomás empezó a bramar como vaca…y qué quiere que haga, señora…está bien, está bien… buenas noches. Tauro fue a la maleta de Angelina y saco su manga. Se la dio y la apapachó, diciéndole que el toro se iba al otro cuarto a dormir. Y por el resto de la luna de miel, así se la pasaron, ella leyendo en un cuarto y Tauro en el otro. Y así ha sido el matrimonio de Angelina, ella lee en su colchón cada tarde mientras en la recamara matrimonial se escucha el bramido de un toro. La familia le pregunta a Angelina si tiene un matrimonio feliz. Ella responde que sí. 13


Elisa Floret

Costurera María Andrea Ramírez

Sin rumbo Figura delicada

María Andrea Ramírez

Sagaz

Infatigable

Cosiendo sin parar La penumbra

Me resguarda Hoy Puente

Mañana callejón Sin rumbo

Alargar la mano Humilla

Degrada

Unos dan

Otros ignoran Delirando

Con mi gente Añorando

Mi pueblo

La comida

Las posadas Las fiestas

Deseando ser olvidada 14

Hilos Telas

Bordados

Delineaste tu destino Creando

Mundo de matices Tu plenitud

Tu máquina de coser Zig zag Zig Zag

El tiempo impera Entre carretes Agujas

Botones Nudos

Tus ojos pierden luz Tus ganas de coser Esa alegría Ese coraje

Continúan


Te soñé... Elisa Floret

Joselín González

Te soñé a las tres y cuarto de la madrugada,

Ardiente aroma...

mientras la lluvia

acariciaba mi ventana. Te soñé y desperté

temerosa de no encontrarte

Jazmín Calvillo

después de tenerte.

Ardiente aroma del atardecer,

Y ahora,

Quemas la piel.

caminas a mi lado, besas mis miedos

y velas mis noches. Sonríes si tropiezo

rompes los moldes

de lo que hasta hoy creía bueno.

Traes alegría.

Botas vaqueras

entre tus luminosas flores. Regresar a ti quisiera.

Te quedas con mi paloma blanca. Sonrisa de luz

Como luna llena.

Y me preguntan, ¿Cómo lo sabes? Y les digo,

Por qué a veces me pellizco

Y pierdo en un segundo tanto amor. Me pellizco y suspiro

mis ojos siguen perdidos en los tuyos, tu mano aprieta fuerte la mía

mientras que el mundo sigue gritando. 15


Cucaracha Ana Atanasio

Yo no sé si Julia todavía viva. Me dijeron que era como una muerta en vida desde el otoño de 1985. Fue un año de temblores. Llegó una tarde, justo antes de la tormenta que provocó un apagón en la colonia. Esa noche cenamos en silencio y sin ver el final de la telenovela de las nueve. Julia era muy alta, con voz fuerte y serena. El tono de su voz lánguida y pausada me distrajo del sonido de los rayos, que al parecer estaban sincronizados con la conversación de los mayores. A mis ocho años no podía precisar su edad. Su cabellera era una cascada negra y ondulante, libre de canas, que le llegaba hasta la cintura. Sus ojos profundos parecían unos hoyos negros en el espacio, que aún con el reflejo de la vela, no tenían brillo. Tenía las manos largas y llenas de arrugas a través de las que se podían ver sus gruesas venas. Nunca la vi reir. Cansada de la vida, pero con mucha fuerza para hacerse cargo de Pedrito, su “niño-ñeto”, como le llamaba. Pedrito era un muchachito torpe de doce años, pero sus movimientos eran bruscos y lentos como los de un pequeño de cuatro. Se ponía los zapatos al revés, y a veces sus camisetas volteadas. Sus ojos rasgados color miel se dilataban de tanto mirar a los gatos que jugaban en el patio de la casa. Pasaba el día jugando con sus canicas, y sólo interrumpía su juego para preguntar súbitamente “¿má, leche?” Y Julia le daba su vaso de leche. ―Apúrate a crecer mi niño-ñeto. Yo no te voy a vivir toda la vida ―le decía. Julia me explicó que Pedrito tenía el cerebro tierno, y que con el tiempo se pondría a la par con su cuerpo. Me contó que en la casa en donde habían vivido abundaban las cucarachas y que por eso él había nacido así. Yo no hacía preguntas, pero tal vez ella necesitaba explicar sus razones a mi insistente y curiosa mirada. ―Yo tenía dos hijas, pero se fueron porque yo no hice caso a sus quejas sobre las cucarachas, en especial Micaela, la mayor ―me contó una tarde. Me decía que las cucarachas son la porquería de la vida, que llevan la desgracia entre las patas y que son tan maliciosas que esperan todo el día, hasta que se apagan las luces para salir a comer y hacer muchas groserías, incluso que se te suben y se te pueden meter en el cuerpo. Me aconsejó dormir con la luz prendida, en caso de que hubiera cucarachas en mi casa. ―Y si tu madre no te escucha, dile a alguien. Ojalá que yo le hubiera hecho caso a Micaela ―insistía con amargura―. No te aguantes. Julia me contó que después de mucho tiempo, oyendo las quejas de Micaela, decidió vigilar 16

la recámara de sus hijas, y vio cómo una cucaracha gigante se le subió a Margarita, su hija menor. Julia, enfurecida, no hizo nada, así que esperó al día siguiente. Julia le puso una trampa. Le dejó agua con miel en una taza para atraer a la cucaracha “grosera”. Una vez que la cucaracha se tomó toda el agua dulce, ya entonces vulnerable, Julia la mató con una piedra. Le apachurró la cabeza con una satisfacción plena, pero Micaela ya no lo supo porque se había marchado esa misma mañana. Micaela tenía 14 años. Julia y Pedrito se fueron un día al amanecer. Ni siquiera esperaron a que nos despertaramos para despedirse, ya que tenían que tomar un tren que los llevaría hacia la costa a las cinco de la mañana. Han pasado veinte años.Al prender el televisor, se transmitía la telenovela que veíamos la noche que Julia y Pedrito llegaron a mi casa. Era una historia tan repetida de la típica Cenicienta. Pero no era el desenlace del melodrama lo que me interesó, sino el recuerdo de Julia y su obsesión con esos repugnantes insectos, los cuales a mí ahora me causan asco. Tal vez Julia me contagió ese pavor o será una fobia que muchas personas comparten. Le pregunté a mi madre acerca de su amiga Julia y de Pedrito, aquel singular jovencito de ojos almendrados y carita incrédula cubierta de mocos. Ella me dijo que no sabía su paradero, pero que su amiga había sufrido mucho. Me contó que la vida de Julia era más trágica que los dramas de las telenovelas. Decía que en realidad ella veía esos programas para distraerse de tanta maldad en el mundo. En el año trágico del ‘85, la única hermana de Julia falleció en el terremoto. Julia tenía planeado llevar a sus hijas a pasar una temporada con ella. Y una semana después, su hija Micaela se fugó con un hombre, o al menos eso decían los vecinos, luego de dar a luz a Pedrito en su casa. ―¡Que dolor! ―decía mi madre―. Tantas desgracias en una semana. De la hija menor nadie sabe qué le pasó, pero una vecina le dijo que vio a las dos hermanas en la terminal de camiones, tal vez se fué con Micaela. ―Pero eso no es todo― agregó mi madre―. A don Pedro, el esposo de Julia, un hombre cortés y educado, pero sobre todo un padre muy consentidor y cariñoso, lo mataron al día siguiente, afuera de su casa. Unos peones lo encontraron. Tenía el cráneo partido, con la piedra todavía en medio de su cara. Nadie supo por qué o quién lo mató. Tal vez fue una disputa en la cantina. Estaba borracho.


María Dolores Torres

En un pedacito... Gloria Martínez

Mirada de miel...

En un pedacito de mi corazón existe un dolor

Te fuiste sin despedirte

Isamar Muñoz

Mirada de miel

Labio que se eleva al amanecer

Olor de piel como flor en marzo

A pesar de tu ausencia los recuerdos quedan

como si estuvieras cercas Un poco más de tiempo

y nos volveremos a reunir

para disfrutas del tiempo perdido

que impulsa la candela de mis venas Dentro de la broza se encuentra brillante y valioso /18 seguro y fuerte

por esta eternidad

tu corazón de diamante

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Un día normal Vania López Castillo

Desayunas un café con leche Tibio y relajante

Amanecer maya

Llegas al aeropuerto

Y comienzan las mariposas

Sabes que lo haces todo el tiempo Pero te da miedo

María Fuentes

Y escuchas las turbinas No es miedo a las alturas

Si bien te subes a las montañas rusas Es no tener el control

Es no saber a quién le estas confiando tu vida Y mientras piensas todas estas cosas Llegaste a tu destino Viaje

Entre montaña esmeralda y azul divino Las manitas de decencia de indio

Pepenan por libra y quintal el regalo deseado

Fruto de gotas de sangre que vida y salud han costado Entre bestias, arácnidos y dragones diminutos Con sol, viento, frio o calor, en día escolar Se junta como ofrenda especial el sabor

Y se le ofrece a Hunabku el dios creador Se seca la sangre, ya es pergamino

Sacando de adentro su semilla que es oro Oliendo el tostado a dulce agonía

Del indio que llora solamente y suspira Con fruto de caña se oculta su amargo proceder

Se ha molido y puesto en el infierno como un Cristo y al igual que El, con su muerte revive al cansado

Y da un momento solaz al que de mañana le busca Y se envuelve en su aroma y se deja llevar Vicio eterno que por años disfrutamos

Sin pensar el dolor que hemos provocado

Niños que no saben leer, solo saber recoger

Sabor mezclado con leche, vainilla, cocoa o hielo

Matando así el sabor a sangre que sus brazos a brotado

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Cómo la vida... Bryan Arguelles

Cómo la vida puede pasarte

El tiempo como olas con exceso de velocidad Qué difícil atrapar las pequeñas cosas

Cuando vivimos el mismo día todos los días Todo se vuelve rutina El tiempo como olas Olas con horario Olas sin rostro Olas solas

*

**

José Galván

José Galván

lealtad

latidos ausentes

fidelidad

lagrimas secas

confianza agradecimiento ¡no existe!

decepción disgusto

indiscreción

risas vacías

abrazos sin brazos

granizada de besos apapachos mudos

añoro momentos que no llegaron

escarmiento

aprendí de ti esperanza fe

certeza ilusión

¿llegará?

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Dictadura Melina Calengas

Nací en Antofagasta, Chile, durante los primeros años de la dictadura. Mi

madre me contó la historia de la noche en que yo nací. Era una madrugada casi primaveral, un 15 de agosto, en que mi madre comenzó con dolores de parto y debido al toque de queda no le quedó otra solución a mi padre que llevarla caminando hacia el hospital más cercano. A pocas cuadras de

nuestra casa, en los cerros de la ciudad, esperaba un jeep de la milicia. Casi invisible en la penumbra, esperaban los militares bloqueando la esquina.

Con sus metralletas a la vista, se bajaron rápidamente del jeep apuntando a mis padres. Mi madre en segundos comenzó con contracciones, que ahora se hacían más seguidas debido al nerviosismo de la situación. Mi padre les grita con los brazos en alto: “mi esposa está por parir mi cabo”. Los cuatro hombres vestidos de verde palta, se acercaban rápidamente sin dejar de apuntarlos. Uno de los hombres, atrevidamente presiona el vientre de mi madre con el cañón del arma para verificar que no los estaba engañando. Ella lanzó un grito de dolor y frustración que descolocó al militar; con un coraje intimidante apartó la punta del cañón de su vientre. El militar, confundido por la reacción de bravura de mi madre dio un paso atrás y le dijo a mi padre con voz desafiante: “soy teniente, no cabo”. Mi padre pálido de miedo y temiendo una posible reacción adversa del militar le dice: lo siento, mi teniente. Mi esposa va a parir en cualquier momento y necesito llevarla al hospital regional”. El hombre lo mira de pie a cabeza por unos segundos y le dice a su subalterno: “¿Qué está esperando ahí su muy huevón... que no ve que la señora va a parir?” Y el subalterno rápidamente se va trotando hacia el jeep y lo echa a andar mientras mi madre, gorda como una sandía, camina balanceándose de lado a lado hacia el vehículo, apoyada sobre el brazo de mi padre. En unos breves minutos habían llegado al hospital público de la ciudad, sin siquiera una muda de ropa para mí. Así llegue al mundo, entre la amenaza del golpe militar, el miedo colectivo y las innumerables restricciones ejercidas por la extensa dictadura del general de turno, Augusto Pinochet. Al poco tiempo después de mi nacimiento, nos mudamos a vivir con mi abuela paterna en la gran ciudad de Santiago, la capital. Llevo impreso cada rincón de esa casa que me vio crecer y atesoro cada olor que compuso la estructura física y química de ese hogar en mi memoria. Desde la lejanía del tiempo pudo recorrer cada centímetro de cada una de esas habitaciones y casi sentir la textura de los ladrillos con la yema de mis dedos. Evoco los juegos, risas, comidas, veranos, celebraciones, trabajo, rutinas y felicidad; así como también inviernos fríos y húmedos, tristezas y secretos. Esa casa fue mi vida y mis memorias más felices y lúgubres se desarrollaron ahí. Recuerdo que mis padres tenían miedo de hablar sobre ciertos temas y la política estaba totalmente prohibida. Su preocupación se intensificó con el tiempo, a tal punto que se nos fue prohibido siquiera nombrar al querido tío 20


Ángeles Bravo

Alberto, que en mi inocencia de niñez no podía comprender por qué. El tío Alberto era el hermano menor de mi padre. Un cura joven y apuesto, que llegaba con sus bototos sin abrochar y los bolsillos de su sotana llenos de dulces para sus sobrinos. Él se sentaba en la cabecera de la mesa, frente al puesto de mi padre. Mi hermano y yo corríamos, compit-

iendo por quién se encaramaba primero en sus largas piernas y lograba sentarse en las rodillas del tío cura, como lo llamaba cariñosamente mi madre. El tío Alberto trabajaba en la vicaría de solidaridad, siempre conmovido por las injusticias de la vida de los pobres y desamparados. Involucrado en acciones sociales que mi padre nunca quería discutir enfrente de nosotros. Mi hermano y yo adorábamos al tío cura y pensábamos que era un santo que ayudaba a la gente necesitada. A veces pasaban semanas en que no sabíamos nada del tío Alberto; y así como desaparecía, sorpresivamente llegaba de visita nuevamente con los bolsillos de su sotana llenos de dulces, a veces con recuerdos de los lugares que visitaba y con nuevas historias que contar. En cuanto mi padre se levantaba a buscar “un cortito de licor de oro” para “suavizar el gallito cantador” (excusa para beber en celebración de su querido hermano), el tío cura rápidamente nos secreteaba sus historias fascinantes. Nosotros éramos sus cómplices de aventuras. Mi padre siempre mostraba una mezcla de alivio y felicidad de ver a su querido hermano entrar por la puerta de calle. En una de esas visitas el tío Alberto llegó flaco, como un perro callejero, con sus mismos bototos pero sin la sotana y sin dulces. Su pelo largo y ondulado brillaba de suciedad. Casi irreconocible por una larga y descuidada barba que cubría su guapo rostro, como vegetación del Amazonas. Sus labios secos y partidos, así como también sus manos. Mi padre al verlo se apresuró a abrazarlo y recriminando ese esta-

do deplorable dijo simplemente: “¡en qué mierda te metiste ahora hermano!” El tío Alberto bajó la cabeza y comenzó a sollozar mientras la abuela nos alejaba hacia la cocina con la excusa de prepararle algo rico al tío cura. Cuando volvimos a ver qué pasaba, encontramos a nuestro padre con la cabeza entre sus manos lamentándose por la partida de su querido hermano. No supimos qué fue del tío Alberto, hasta que un día vinieron los milicos a interrogar al papá. Golpearon la puerta de calle con tal ferocidad que temimos la echarían abajo. Yo seguí a la abuela mientras ella abría la puerta, de un sopetón los hombres vestidos en verde palta entraron con violencia apuntando a la abuela. Yo asustada me escondí detrás de sus faldas y ahí me quede petrificada, hasta que los militares se alejaban en el vehículo con mi padre como prisionero. Mi abuela gritaba mientras corría en dirección a la esquina por donde el vehículo desapareció: “, ¡el Nico no tiene ná que ver…no ha hecho ná!”. Así se lo llevaron, como un delincuente. Lo buscamos por las comisarías de carabineros, la policía de investigaciones, los hospitales, y la morgue; y después un vecino nos dijo que la vicaría podía tener más información. Mi madre y abuela trataron de indagar pero nadie tenía registros recientes de los prisioneros políticos. En la misma vicaría se enteraron que al tío Alberto lo tenían prisionero por proteger a subversivos y no se sabía exactamente donde. La vicaría hacia lo que podía, pero había tanta gente desaparecida, que el trabajo del voluntariado era infructuoso e insuficiente. Ahí empezó la búsqueda empedernida por encontrar al papá y al tío cura. Un buen día, en medio de la noche, nos despertaron unos golpes en la puerta de calle. Cuando mi madre la abrió, encontró a mi padre con la cara amoratada, con su pelo tieso de sangre seca, harapos por vestimenta y con una expresión 21


de terror fantasmal. Mi madre en shock lo jaló hacia el

anunciando: “mis chiquillos queridos, no volveremos

de esta desconcertadora escena, mi hermano y yo. Con una compostura solemne, mi madre se encuclilló frente

shacernos de sus recuerdos para que los hombres con metralletas no nos hagan daño”. Mi hermano abrió sus ojos

interior de la casa y lo abrazó por largos minutos, hasta que de pronto percibió a los pequeños espectadores

a nosotros y con voz calmada nos dijo: “todo está bien, el papá solo necesita una buena ducha y algo de comer”, y acariciándonos la cara con sus manos frías y temblorosas añadió: “¿me ayudarían a prepararle algo rico al

papito?”. Mi hermano y yo partimos inmediatamente a la cocina sin hacer pregunta alguna. Cuando llegamos con el pan tostado, huevos y té caliente al comedor, escuchamos a los adultos sollozar en su dormitorio. Yo abracé a mi hermano y le dije que no se preocupara, que el

papá estaba de vuelta en casa, y que estaba sucio pero sano. Esa noche fue larga, y los días que sucedieron a ésta fueron lúgubres y tensos, los adultos andaban por la casa como sonámbulos y los niños no podíamos juguetear como antes.

Los mayores secreteaban y no nos explicaban nada, pero nuestra presunción era que algo muy malo estaba

pasando. Mi padre evitó salir a la calle y comenzó a seleccionar afanosamente todo recuerdo relacionado con su querido hermano Alberto. Él y mi madre querían mucho al tío cura y nosotros teníamos incontables recuerdos de él, como fotos y los regalos traídos en sus viajes de misiones a Cuba y otros países, incluyendo la misma santa sede del Vaticano. La cantidad de chucherías que logramos juntar con los años de experiencias y viajes del tío cura eran considerables. Me entristecía ver cómo cada uno de esos recuerdos fueron a parar un montón, que aumentaba de tamaño, en el piso de la sala contigua a la cocina. Ahí sobre ese creciente montón, estaban las últimas fotos que nos sacamos para Navidad. El tío Alberto se mostraba sonriente y radiante de orgullo, abrazándonos cariñosamente a mi hermano y a mí que sonrientemente mostrábamos nuestros regalos. Una cajita de madera para cada uno de sus sobrinos preferidos, que el tío había pintado a mano y decorado con estrellas de colores. En el centro de cada cajita se leía en mayúscula “El derecho de vivir en paz. Víctor Jara”. Las cajitas también fueron a parar al montón, que ahora parecía una montaña. Todos los recuerdos, fotografías, libros que le había regalado a mi padre y los cuentos coloridos que poseíamos se acumularon en la creciente montaña de atesorados recuerdos vividos con el tío cura. Mientras la abuela, sentada en una silla de mimbre, se limpiaba las lágrimas con el reverso de la manga. Hasta que mi hermanito se atrevió a preguntar: “¿por qué tenemos que deshacernos de todos los regalos que nos dio el tío cura?”. La abuela se sorbió los mocos y se limpió las lágrimas nuevamente. Se puso de pie y procuró enderezar su curcuncha espalda mientras pasaba repetidamente sus manos por el delantal que llevaba, como tratando de sacudirse la pena. Entonces nos miró 22

a ver al tío cura”. Y con un largo suspiro que quebraba su respiración de tristeza continuó: “y necesitamos de-

como dos grandes aceitunas negras, sus labios comenzaron a contraerse y a temblar rápidamente, mientras esas grandes aceitunas se aguaban de tristeza. No recuerdo mucho detalle después de eso, solamente que mi visión se borró y no pude reconocer figuras, ni objetos alrededor. Mi mente me llevó al tío cura y los momentos que compartimos juntos. Sentí su risa contagiosa,

sus dientes grandes con los cuales nos daba pequeños mordiscos en los brazos y nos decía: “son mordiscos de cariño, porque ustedes son los mejores sobrinos que

yo pudiera tener”. Sentí su olor a incienso y humo de cigarrillo mientras lo recordaba correteando por entre

los muebles de la casa. Jugando a que nos perseguía y cuando finalmente nos alcanzaba, nos llenaba de besos y nos hacía cosquillas preguntándonos: “¿quién es el mejor tío del mundo?” y no paraba hasta que gritábamos

fuertemente “¡tú, tío cura!” a lo que él respondía “te amo Claudita”, “te amo Pedrito”. Mis ojos comenzaron a aguarse, hasta convertirse en dos cataratas salvajes, sin poder controlar la respiración en mi pecho comprimido por la pena. Recuerdo el impacto de la noticia y que me senté frente a la ventana para esconder mi tristeza, mientras escuchaba a la abuela y mamá turnarse para tratar de explicar lo que estaba sucediendo: el tío Alberto había sido detenido por los mismos hombres que se habían llevado al papá para hacerle preguntas acerca de gente que ellos andaban buscando. El tío no quiso decir palabra alguna. Los hombres insistieron con sus preguntas y por eso detuvieron al papá, para presionar al tío que hablara. Los días transcurrieron y los hombres de verde se impacientaban aún más, comportándose más violentos e incrementando la brutalidad de sus castigos. Hasta que el tío no dio más de dolor, su cuerpo había sufrido demasiado. Mi padre no emitió palabra, sólo sollozaba sentado en la silla de mimbre, meciéndose como tratando de buscar consuelo. Mientras mi hermano, sentado sobre el mesón de la cocina, lloraba inconsolablemente acariciado por la abuela y mamá. Con los años supe del horror que mi padre tuvo que presenciar; la tortura de su hermano pequeño. Las palizas, las sesiones de inmersión bajo agua, las descargas eléctricas en sus genitales, inclusive la mutilación de uno de sus testículos causado por su cruel torturador. Los gritos, las amenazas, la tortura de mi padre para presionar al tío a que divulgase el paradero deseos hombres y mujeres a los cuales protegía. A veces me pregunto cuántas vidas habrá salvado el tío cura. Y si bien su lealtad característica fue admirablemente intransable en proteger sus principios de justicia y humanidad; a su vez traicionó el amor de su familia, y nosotros fuimos lo que pagamos con su ausencia las consecuencias de su buen corazón.


1991 Amelia Pacheco

¿Dónde estás?

De preguntar

¿Afuera?

De amar

¿Adentro? ¿Arriba? ¿Abajo?

Espero sea el mejor lugar Espero estés en paz Espero estés feliz

Espero no sufras más

Espero que pienses en mí Espero que sonrías Espero que goces Espero que ames

Espero que me esperes

Porque yo ya me canse de esperar De llorar De reír

De fingir

De extrañar

De reclamar

Sólo dime hermoso mío ¿Dónde estás? ¿Adentro? ¿Afuera? ¿Arriba? ¿Abajo?

Ya no quiero saber más

Ya no quiero buscar más

Ya no quiero cuestionar más Ya no quiero sufrir más Sólo quiero amarte

Sólo quiero abrazarte

Sólo quiero admirarte Sólo quiero hablarte Sólo una vez más.

Karina Gómez

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