Los Griegos
Isaac Asimov
La decadencia
La edad de plata Bajo la tensión de las continuas y trágicamente destructivas guerras entre las ciudadesEstado de Grecia desde el 431 a. C. en adelante, la cultura griega comenzó a decaer. La edad de oro de Pericles llegó a su fin y la que le siguió en el siglo siguiente, o poco más o menos, puede ser descrita, en el mejor de los casos, como una «edad de plata». El optimismo se esfumó. Después de la guerra con Persia, parecía que el progreso y el crecimiento serían continuos. Se delineaba en el horizonte la ciudad ideal. Pericles parecía creer realmente que ya Atenas era la ciudad ideal. Los filósofos se interesaron mucho por la política y trataron de elaborar métodos por los cuales se pudiera insertar al hombre en una buena sociedad. Pero los filósofos posteriores a la guerra del Peloponeso se apartaron de la política y la ciudad considerándolas un fracaso. Se preocuparon solamente por la vida personal del individuo, por la mejor manera de ignorar lo que entonces parecía ser un mundo totalmente malo y de ajustarse a algún código interior. Un ejemplo era Antístenes, nacido en Atenas por el 444 a. C. y que estudió con Sócrates y con el sofista Georgias. Antístenes llegó a creer que la felicidad consiste en no dejarse envolver por la ciudad, sino, por el contrario, en un retraimiento lo más completo posible. Era menester buscar la total independencia, a fin de no preocuparse para nada por la opinión de los demás y, por tanto, no estar a merced de tal opinión. Para ser verdaderamente independiente, había que precaverse de tener posesiones, pues su pérdida o aun el temor de su pérdida traen la infelicidad. El más famoso y extremado seguidor de Antístenes fue Diógenes, nacido en Sínope, sobre la costa de Asia Menor del mar Negro, en 412 a. C. Diógenes no sólo pensaba que el placer común no era el verdadero camino hacia la felicidad, sino que el dolor y el hambre ayudaban a alcanzar la virtud. Prescindió de todo lo posible. Vivía en un gran tonel, para tener la vivienda mínima y estar expuesto a todas las inclemencias del tiempo. Una vez acostumbrado a esto, podía descartarlo: el clima y los cambios climáticos ya no tendrían el poder de perturbarle y afligirle, con lo cual desaparecería otra fuente de infelicidad. Solía beber con un cuenco de madera, hasta que vio a un muchacho beber de la palma de su mano. Inmediatamente, Díógenes arrojó el cuenco como un lujo innecesario. Naturalmente, cuando alguien se aparta del mundo en tan inusitada medida es porque se piensa que el mundo es malo. Diógenes tenía una opinión muy mala de los hombres y se cuenta de él una famosa historia: solía vagar en pleno día por la plaza del mercado llevando una lámpara encendida. Cuando se le preguntaba qué estaba haciendo, respondía que estaba buscando un hombre honesto. Claramente afirmaba de modo implícito que no había ninguno, pues ni a plena luz del día era visible, de modo que era necesario usar una lámpara para obtener más luz, con la melancólica esperanza de lograr más éxito. Los filósofos como Diógenes eran llamados kynikos, de la palabra griega kyon, que significa «perro», porque parecían estar siempre ladrando y gruñendo al género humano (al
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