LOS GRIEGOS

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Los Griegos

Isaac Asimov

Los sucesores de Alejandro

Antípatro en Grecia Esparta fue la única ciudad de Grecia que mantuvo una especie de independencia bajo Filipo y Alejandro. Durante los años en que Filipo estuvo extendiendo gradualmente su dominación sobre Grecia, Esparta fue gobernada por Arquidamo III, hijo de Agesilao. Siguió haciendo todo lo que pudo para combatir a Tebas y recuperar la vieja supremacía de Esparta sobre el Peloponeso. Fracasó y, al igual que su padre, terminó sus días como mercenario. La ciudad de Tarento, en Italia, necesitaba ayuda contra las tribus nativas del Norte y apeló a Esparta, la ciudad madre. Arquidamo respondió al llamado y murió en combate, en Italia, el mismo día (supuestamente) que la independencia de Grecia moría en Queronea. Su hijo, Agis III, le sucedió en uno de los tronos de Esparta y comenzó su reinado con la famosa respuesta «Sí...» a las fuerzas invasoras de Filipo (véase pág. 211). Esparta, bajo su gobierno, se negó a unirse a Filipo y a Alejandro, y aunque el mundo resonó con las hazañas de Alejandro, Agis mantuvo sus ojos fijos en el Peloponeso solamente. Era como si Esparta hubiese decidido vivir permanentemente en los días de las guerras Mesenias. Ausente Alejandro en Asia, Agis comenzó a solicitar dinero y barcos a Persia, la cual, desde luego, deseaba hacer cualquier cosa para crear dificultades domésticas a Alejandro. Las noticias de Isos pusieron fin temporariamente a estas negociaciones, pero a medida que Alejandro se internaba en las desconocidas profundidades de Asia, Agis cobró nuevamente ánimo. En 331 a. C. inició un ataque, respaldado por buena parte del Peloponeso. Durante un tiempo, obtuvo algunos éxitos, con barcos persas y mercenarios pagados con dinero persa. Finalmente, puso sitio a Megalópolis, la única ciudad arcadia que, por odio a Esparta, no se unió al levantamiento antimacedónico. Esparta apuró el asedio, pero Antípatro llegó desde el Norte con un gran ejército macedónico, Los espartanos combatieron con su valentía de los viejos tiempos, pero eran superados en número y en estrategia, y Agis fue muerto. Esparta tuvo que entregar rehenes a Antípatro y pagar una fuerte suma. Sin embargo, Antípatro, como Filipo y Alejandro, se abstuvo de destruir Esparta. Atenas había permanecido cautelosamente ajena al combate, pero Demóstenes había estimulado abiertamente a Esparta y su política había fracasado nuevamente. Su gran rival, Esquines, juzgó que había llegado el momento de atacar a Demóstenes y destruir su influencia para siempre. En 330 a. C., Atenas otorgó una corona de oro a Demóstenes en homenaje a sus servicios pasados a la ciudad, y Esquines se levantó para hablar en contra del homenaje. El discurso de Esquines fue magistral, pero Demóstenes le contestó con el más magnífico que pronunció nunca: «Sobre la Corona». Tan completa fue la victoria de Demóstenes que el humillado Esquínes se vio obligado a abandonar Atenas. Se retiró a Rodas y pasó allí el resto de su vida, dirigiendo una escuela de oratoria. (En años posteriores, un estudiante, el leer el discurso de Esquines contra la

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