Álvarez Calderón / Canessa / Hidalgo
La ciudad se viste de morado, el color característico de esta celebración; se cierran las calles del Centro Histórico al paso de la procesión entre guirnaldas y banderines, cantos, bandas, aplausos y homenajes; se encienden cirios finamente adornados; y se comen anticuchos, picarones y turrón de doña Pepa, dulce decorado con confituras multicolor que evocan al tumulto que sigue al lienzo procesional cuando se le mira pasar desde un balcón. El santuario, si bien es cierto, siempre es muy concurrido, recibe en octubre devotos desde el amanecer hasta bien entrada la noche, a partir del primer sábado del mes. Hay una explosión de color a su alrededor con los cereros y los que venden detentes, estampitas, imágenes y cuanta novedosa creación traen año a año. El Museo del Señor de los Milagros ha recibido con mucha alegría el encargo de plasmar en este munilibro, el primero que publica la actual administración municipal, la experiencia de los que participamos en la gestación del museo. Mucho se ha escrito sobre la historia de esta devoción, por lo que hemos elegido con gran cuidado nuestras fuentes. Las referencias históricas aquí presentadas están sustentadas en documentos originales o en escritos de los pocos autores que tuvieron acceso a ellos. Pero como esta historia sigue viva, les transmitiremos las experiencias vividas a través de los años de devoción y observación, producto de la cercanía a su acontecer, ya sea en el proceso de restauración y mantenimiento de las imágenes sagradas; en el caminar procesiones enteras; en el recibir a los devotos que asisten al santuario; en el vestir los lienzos para su salida del monasterio; en el armar el museo, y en el privilegio de la proximidad a sus custodias, guardianas y dueñas, las Madres Nazarenas Carmelitas Descalzas, quienes desde su clausura, en casi anonimato, velan por la devoción, y lo que ello conlleva, del Señor de los Milagros de Nazarenas.
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