Darwin, el arte de hacer ciencia
poráneos (Sloan, 1992), así como de un cúmulo de literatura secundaria al respecto, gran parte de ella resultado de la conmemoración de 1982 (Mayr y Provine, 1980; Hodge y Kohn, 1985; Lenoir, 1987, entre otros). Estos trabajos han tenido hasta la fecha un impacto significativo en la investigación de los historiadores, al abrir nuevas preguntas e inaugurar los estudios detallados y locales de la vida y obra de Darwin, incluidos temas tan diversos como su prolífica vida experimental (Rheinberger y Mac Laughlin, 1984), el lugar de la obra darwiniana en la sociedad inglesa de mediados del siglo xix (Young, 1985; Bowler, 1993; Brockway, 1979), el impacto de la teoría de la evolución en las teorías de la mente (Richards, 1987) y la recepción de las ideas darwinistas alrededor del mundo (Glick, 1988). Por mencionar uno de los ejemplos más destacados de este enfoque, mencionemos el estudio de Frank Sulloway (1982a, 1982b) en torno a los cambios psicológicos y de ánimo del joven Darwin durante su viaje a bordo del HMS El Beagle, en el cual documenta cómo Darwin pasa de ser un joven acompañante y naturalista colector de especímenes para los grandes naturalistas británicos, a sentirse capaz de contribuir personalmente mediante sus propias teorías, en esa época concentrada en los procesos geológicos. Una aportación de mayores repercusiones en la historia de la teoría darwiniana fue la realizada por Jonathan Hodge (1985), quien profundizó con nuevos niveles de erudición en los estudios experimentales que Darwin llevó a cabo a lo largo de su vida en torno al problema de la generación (reproducción). Hodge, como otros historiadores de esta generación, aportó numerosos detalles en torno al proceso de construcción de la teoría de la selección natural, mostrando lo inadecuado de las reconstrucciones racionales de la generación anterior. Así, sabemos de los errores cometidos por el joven Darwin en sus actividades de muestreo de aves (destacando la inutilidad de sus muestras de pinzones) y reptiles, el carácter limitado que tuvo la experiencia en las Galápagos en su momento, y las distintas teorías fallidas –todas ellas relacionadas con los procesos de generación o reproducción, probablemente relacionadas con la teoría transformista de su abuelo Erasmus– que construyó en los primeros años después de su regreso a Inglaterra. Simultáneamente, en el campo de la filosofía de la ciencia se desarrollaba una visión que abandonaba el provincialismo anterior y destacaba el carácter autónomo y específico de la biología. Esto se había iniciado en la generación anterior en una serie de debates acerca del estatus de la biología respecto a otras ciencias naturales (Mayr, 1961; Ayala, 1968), su autonomía y sus características propias. Estos primeros intentos ya buscaban eliminar los prejuicios de una visión que había tomado como ejemplo el carácter nomológico de las teorías “universales” y clásicas de la física, para la cual las narrativas de la biología evolutiva tenían un carácter elusivo. La nueva visión era alimentada por los profundos cambios en los objetivos y los métodos de
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06/12/2011
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