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4. Los relatos de viajeros
Estudio prEliminar 29
de registros, seguida de Arequipa, con base en una consulta más amplia de fuentes; por el contrario, las demás ciudades cuentan con una ínfima cantidad de referencias: con tres están Cusco (1804, 1823 y 1832), Ica (1813, 1839 y 1845) y Piura (1814, 1845 y 1857), y con dos, Arica (1810 y 1815) y Moquegua (1833 y 1868). Apenas una referencia tuvieron Ayacucho (1861), Tacna (1861), Trujillo (1863), Jauja (1807) y Chanchamayo (1839). Gran sorpresa revela otro tipo de movimiento sísmico, ya no telúrico, sino sentido en el mar: fenómenos que suscitaron tanta extrañeza se sintieron frente al mar del Callao en 1828 y 1847.
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En realidad, la suma de registros para Arequipa viene de la riqueza del catálogo publicado por Castelnau. Y es de tal índole valioso, pues existen años para los que la única referencia, no solo para Arequipa, sino para todo el Perú, proviene de tal fuente: es el caso de los años 1819-1822, 1824-1826, 1828-1830 y 1832.
4. Los relatos de viajeros
También es amplia la lista de viajeros que llegan al Perú a lo largo del siglo XIX: sobre todo europeos —entre ellos, franceses, ingleses y alemanes—, arriban al país por múltiples razones. Científicos, o simplemente aventureros, opinan sobre el Perú. En la primera mitad de ese siglo llegan expediciones científicas, principalmente francesas. Así, en la década de 1820, arriban las expediciones de los barcos La Vénus o La Bonite. La última en hacerlo estuvo al mando del conde Francis de Castelnau, quien reunió un equipo de científicos para observar los diferentes aspectos de la naturaleza sudamericana. Después de recorrer Brasil y Bolivia, la expedición ingresó al Perú por el sur, por el río Desaguadero, iniciando un periplo que, al cabo de unas semanas, la condujo hasta Lima.
Debemos a Castelnau la publicación de la más exhaustiva recopilación de sismos peruanos en el siglo XIX. Estando en Arequipa, tuvo acceso a los apuntes de Miguel Pereira, quien había emprendido la ardua tarea de registrar los sismos ocurridos en dicha ciudad en treinta y cinco años; en efecto, entre 1810 y 1845 se habían registrado 931 sismos, la mayoría de ellos sentidos en Arequipa. Sin ese carácter exhaustivo, pero dejando testimonio de la sensibilidad que se suscita a raíz de una experiencia sísmica, encontramos el bello relato de Flora Tristán sobre el terremoto de 1833, que lo vivió apenas llegada a Arequipa.
Otros viajeros también fueron fuente de información. El relato de Stevenson sobre los sismos sentidos en Lima en 1805 y 1810 es valioso y, al parecer,