De golpes y goles. Los políticos y la selección peruana de fútbol (1911-1939) [Capítulo 1] Item Type
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Authors
Pulgar Vidal, Jaime
Citation
Pulgar, V. (2018). La educación intelectual, moral y física. En Pulgar, V., De golpes y goles. Los políticos y la selección peruana de fútbol (1911-1939) (pp. 1-52). Lima: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.
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10.19083/978-612-318-137-6
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Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC)
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http://hdl.handle.net/10757/623426
Jaime Pulgar Vidal
De golpes y goles Los políticos y la selección peruana de fútbol (1911-1939)
Lima, mayo de 2018 Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas
© Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) Primera publicación: mayo de 2018 Impreso en el Perú-Printed in Peru Autor: Edición: Corrección de estilo: Diseño de cubierta: Foto de carátula: Diagramación:
Jaime Pulgar Vidal Diana Felix Luigi Battistolo Christian Castañeda Revista Mundial (05 de setiembre de 1924) Archivo de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú. Diana Patrón Miñán
Editado por: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas S. A. C. Av. Alonso de Molina 1611, Lima 33 (Perú) Teléf: 313-3333 www.upc.edu.pe Primera edición: mayo de 2018 Tiraje: 800 ejemplares
Este libro se terminó de imprimir en el mes de mayo de 2018, en los talleres gráficos de Gráfica Biblos S.A. dirección: Jr. Morococha 152, Surquillo, Lima-Perú
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Pulgar Vidal, Jaime. De golpes y goles. Los políticos y la selección peruana de fútbol (1911-1939) Lima: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), 2018 ISBN: 978-612-318-137-6
FÚTBOL, ASPECTOS POLÍTICOS, ASPECTOS SOCIALES, HISTORIA, SIGLO XX, PERÚ 796.3340985 PULG
DOI: http://dx.doi.org/10.19083/978-612-318-137-6 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.°. 2018-05522 Proyecto Editorial n.°. 3150-1401800361 La publicación fue sometida al proceso de revisión de pares.
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, de la editorial. El contenido de este libro es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente la opinión de los editores.
ÍNDICE Prólogo 11 Prefacio 15 Agradecimiento 19 Introducción 21 Primera parte. Los golpes
37
Capítulo 1. La educación intelectual, moral y física
43
Capítulo 3. El fútbol callejero
61
Capítulo 2. Pedro de Osma: el padre
Capítulo 4. Foción Mariátegui: el padrino
Capítulo 5. 1912: el primer campeonato oficial Capítulo 6. El oncenio de Leguía (1919-1930) Capítulo 7. Los nuevos personajes políticos Capítulo 8. Los obreros
Capítulo 9. Los obreros de las haciendas azucareras del norte Capítulo 10. Luis M. Sánchez Cerro
53 65 67 71 81 87 91 97
Capítulo 11. El gobierno de Óscar R. Benavides
101
Capítulo 13. Benavides y la educación
109
Capítulo 12. Benavides y el deporte
105
Segunda parte. Los goles 113 Capítulo 14. Las primeras selecciones
117
Capítulo 16. La selección de 1924
129
Capítulo 15. Las selecciones “nacionales” Capítulo 17. 1927: el año del debut Capítulo 18. La selección de 1929 Capítulo 19. El mundial de 1930
125 135 147 155
Capítulo 20. La música criolla y el fulbo 163 Capítulo 21. La selección de 1935 y Chile
167
Capítulo 23. La primera medalla de oro: Bolivarianos de Bogotá 1938
177
Capítulo 22. La construcción del mito de Berlín 1936 Capítulo 24. 1939: Perú campeón
Capítulo 25. Los jugadores seleccionados Palabras finales
171 181
187
209
Referencias 213
A mi esposa, por todo.
Se lanzó un ultimátum contra el presidente: si no renuncia, lo vacamos; sin respetar el debido proceso. Estamos ante un golpe de Estado en marcha (2017)
Pedro Cateriano, primer ministro durante el gobierno de Ollanta Humala
Un gol más va a haber
Daniel Peredo, periodista deportivo (1969-2018)
Prólogo
La historia de la selección dentro y fuera de la cancha Desde hace dos décadas se vienen produciendo importantes estudios académicos sobre el fútbol en América Latina. En el Perú, esta corriente empieza con los estudios pioneros de Aldo Panfichi1, y continúa luego con los trabajos de varios antropólogos, sociólogos e historiadores. Precisamente, Jaime Pulgar Vidal Otálora es uno de los más destacados investigadores dedicados al estudio de este deporte. En su primer libro, El clásico. El inicio de una rivalidad2, se plantea analizar la historia del fútbol como una ventana para entender a la sociedad peruana. Para Pulgar Vidal el fútbol no solo se juega en la “cancha”, sino también en el espacio de la política y las relaciones sociales. Pero sus libros no caen en la trampa de estudiar el fútbol como un pretexto para hablar de clientelismo, discriminaciones de género o raciales, o proyectos elitistas. El trabajo de Pulgar Vidal nunca pierde de vista que lo que se está analizando es un deporte que tiene sus reglas formales e informales dentro y fuera de la cancha, y que cuenta con una estética propia.
En este libro, De golpes y goles. Los políticos y la selección peruana de fútbol (1911-1939), Jaime Pulgar Vidal estudia la etapa formativa del combinado nacional con el objetivo de probar que a lo largo de este periodo se formó una simbiosis entre el estilo de jugar al fútbol de los miembros del equipo peruano (al que denomina fulbo) y la idea de nación. Para nuestro autor, fueron los políticos autoritarios los que mejor se 1 2
Panfichi, A. I., Castro, R., Benavides, M., De la Puente, C. & Twanama, W. (1994). Fútbol: identidad, violencia y racionalidad. Temas en Sociología 2. Lima: Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Pulgar Vidal Otárola, J. F. (2014). El clásico. El inicio de una rivalidad. Lima: Mesa Redonda.
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valieron de esta relación y usaron al fútbol como uno de los elementos para legitimar su poder.
Para probar esta hipótesis, Pulgar Vidal recurre tanto a sus dotes de historiador como a las de periodista. El resultado es una obra que los académicos podrán analizar a profundidad desde distintas perspectivas teóricas, mientras que el lector interesado en la historia del fútbol peruano aprenderá del acontecer político de las primeras tres décadas del siglo XX, al tiempo que disfrutará de crónicas de la participación de la selección en los campeonatos sudamericanos y mundiales. Analíticamente, el libro está construido por una triangulación fútbol-políticanación. Esto hace que el estudio fluya en las tres direcciones y que el juego o el deporte no pierda centralidad en el análisis. Narrativamente, como se puede apreciar en el índice, está constituido por una pared entre el contexto político, o los golpes, y las participaciones de la selección en los campeonatos internacionales, o los goles. Cada uno de los capítulos tiene la estructura narrativa y argumentativa de una estupenda crónica periodista combinada con un interesante análisis histórico y una sutileza teórica que escapa de la jerga académica.
El argumento central es que, durante la participación de la selección peruana en campeonatos internacionales, los jugadores y la audiencia son los que terminan dándole significado al deporte a partir de sus propias experiencias de socialización. Por ello, Pulgar Vidal hace un fino análisis de las fuentes periodísticas y nunca pierde a los jugadores como el centro de su análisis. No es de extrañar entonces que el libro termine con un capítulo dedicado a los jugadores más significativos del periodo estudiado. Pulgar-Vidal señala que, en un principio, los intelectuales de la élite limeña fueron los principales promotores de la práctica del fútbol como una forma de disciplinar y modernizar a los jóvenes de las clases altas y medias, así como a los obreros urbanos y rurales de las plantaciones azucareras. Se trataba de un proyecto netamente masculino, pues las mujeres no estaban consideradas en esa época dentro de la práctica de este deporte. Asimismo, al tratarse de un proyecto urbano, también quedan excluidos los indígenas de los Andes y de la Amazonía. La composición de las selecciones peruanas entre 1911 y 1924 reflejaba este ideal político de blanqueamiento.
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Pero, conforme la práctica del el fútbol comenzó a expandirse a los sectores populares urbanos, sobre todo aquellos que no tenían un trabajo fijo comenzaron a formar sus propios equipos y a apropiarse del deporte, dotándolo de significados que Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas
correspondían más a sus prácticas de sociabilización que a los proyectos civilizadores de las élites. Los sectores populares urbanos concebían al fútbol como un pasatiempo y no como una competencia, y vincularon el juego con otras formas de diversión popular, como las jaranas. Así, no hubo que esperar mucho para que el fútbol fuese asociado a la música criolla. En palabras de Jaime Pulgar Vidal, los sectores populares urbanos se apropiaron del fútbol y lo transformaron en fulbo, un arte y pasatiempo en el que la improvisación individual y las jugadas habilidosas reemplazaron al orden táctico y a la competencia.
La pregunta que surge de inmediato es por qué el fulbo lúdico de los sectores populares se impone al fútbol civilizador de la élite intelectual. La triangulación entre fútbol, política y nación nos ofrece una posible explicación tomando dos argumentos. El primer argumento se basa en una de las cosas más importante para el fútbol de cualquier estilo: los éxitos deportivos, que comienzan a alcanzarse entre 1924 y 1939. Por eso, Pulgar Vidal señala que este periodo corresponde al predominio del fulbo.
El segundo de ellos está ligado al vínculo entre el fulbo y los gobiernos autoritarios. Nuestro autor argumenta que, tanto por las formas de socialización como por la necesidad de los equipos populares por conseguir padrinos que los ayudasen a sobrevivir, la práctica del fulbo se acomodaba fácilmente a los esquemas de clientelismo estatal promovidos por Leguía y Benavides. Además, empataba con sus proyectos de Estado-nación basados en una idea de mestizaje. La selección de fútbol se convirtió en un vehículo de inclusión de afroperuanos, chino-peruanos y mestizos en la noción estatal de nación peruana y en uno de los mecanismos para legitimizar a los gobiernos autoritarios. Una consecuencia no intencionada de esta confluencia de proyectos es que se originó una contradicción entre el discurso de los gobernantes, que planteaban la masificación del deporte en general como parte de un proyecto eugenésico para mejorar la calidad de la población, y la falta de planes estratégicos y voluntad política para llevarlo a cabo. Por ello, los gobernantes terminan solo construyendo nueva infraestructura deportivas para que los ciudadanos practiquen sus pasatiempos favoritos. El tema de las políticas deportivas declaradas y la construcción de infraestructura es un camino que Jaime Pulgar Vidal señala, pero que hace falta explorar a profundidad. Sin embargo, el discurso nacional constituido sobre la base de la selección nacional no estaba exento de estereotipos raciales. Por ejemplo, el estilo de juego de los futbolistas afroperuanos era comúnmente asociado con la marinera y con otras danzas Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas
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cuando se buscaba alabarlo, y con prácticas circenses cuando se le quería restar importancia. De igual modo, la prensa deportiva solía relacionar la precisión matemática con el estilo de juego de los seleccionados chino-peruanos. La selección y el proyecto nacional estatal que se elaboró a partir de ella permitió la integración de grupos étnicos marginados, pero, paradójicamente, reforzó los estereotipos raciales.
La historia de lo que pasó dentro y fuera de la cancha en los primeros años de la selección peruana nos muestra una manera diferente de entender el rol del deporte en la construcción de discursos nacionales y cómo el análisis de ciertos estilos de juego es una ventana al análisis de prácticas políticas y de sociabilidad. El libro de Jaime Pulgar Vidal es una invitación a continuar con las investigaciones sobre la historia del deporte en el Perú.
Martín Monsalve Zanatti
Universidad del Pacífico
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Prefacio
A lo largo de mi historia junto a la selección peruana de fútbol —no es que haya jugado en ella, sino que trabajo como periodista deportivo desde 1988—, siempre me percaté de que la mayoría de sus estrellas, de los ídolos que los sectores populares elevaron a los altares, eran o afroperuanos o mestizos o blancos traviesos.
Muchas de las anécdotas que escuché tenían que ver con un comportamiento avispado, criollo, vivo. El del sujeto que hace bromas o burlas para no permitir que se las hagan antes a él. Las historias de jugadores “profesionales” también llegaron a mí, e incluían hechos como que estos eran olvidados en concentraciones, ciudades, aeropuertos; que no encajaban en el grupo y terminaban convirtiéndose en los soplones de incorrecciones de sus demás compañeros.
Algo que también aprendí fue acerca de la gitanería, una palabra que, para mí, se vinculó con el fútbol peruano desde 1959, aunque tal vez antes ya se hablaba de un fútbol peruano con carácter gitano. Durante 2014, en España, gitanos protestaban ante la sede de la Real Academia Española (RAE) por considerar que, entre las acepciones que la RAE incluía en la definición de gitano, había una que los discriminaba: la de ser alguien que con astucia, falsedades y mentiras procura engañar a otro en un asunto. Mentira fue otra de las palabras que escuché y leí. Juan Carlos Oblitas y Eduardo Malásquez resultaron siendo punteros mentirosos en la selección que nos clasificó al mundial de España 1982 y que luego jugó algunos soberbios partidos amistosos en el Viejo Continente durante ese mismo año. Lo que ocurrió en el mismo mundial de España fue una mentira: el Perú no ganó uno solo de sus encuentros. Había reaparecido la “gitanería”, asociada —de acuerdo con los periodistas deportivos de la época— a ganar algunos partidos de manera brillante —sobre todo frente a rivales considerados Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas
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futbolísticamente complicados— y a perder ante los más sencillos. En España no le ganamos ni a unos ni a otros.
En mi historia al lado de la selección peruana de fútbol no aparecen mucho los resultados, los títulos, los trofeos, aunque claro que los tuvimos. En 1975, el Perú ganó por segunda vez la Copa América. Tampoco aparecen las explicaciones esquemáticas, que asumen que un partido de fútbol se gana a partir de cómo “para” el entrenador a sus jugadores; los ahora famosos “números telefónicos” con los que algunos periodistas hacen referencia al esquema inicial de un equipo, aquel que se aprecia solo en los minutos de silencio. Y pongo para entre comillas porque en el fútbol nadie juega parado, estático. Este deporte representa el movimiento y, sobre todo, la plasticidad que algunos vinculan con la cultura del país, creyendo que esta es tan estática como los números telefónicos. Para muchos aficionados y periodistas deportivos, los jugadores peruanos de fútbol juegan a este deporte de la misma manera como bailan frente a una dama: cimbrando la cintura, contoneándose, yendo de aquí para allá en una suerte de juego de pies, haciendo que quien esté al frente pase de largo ante la algarabía del bailador y de quienes lo observan.
Mi historia alrededor de la selección nacional de fútbol también supo de viejos recortes de periódicos que hablaban de indisciplinas, de escapatorias de concentraciones cual si alguien huyese de un presidio. También de música salsa acompañada de cervezas, tumbas y bongós, días antes o después de un encuentro de balompié. Y de mujeres en las concentraciones, de periodistas comprándoles algo de beber a los futbolistas (bebidas espirituosas, claro está). De eliminatorias y eliminaciones. Tanto, que a alguien se le ocurrió nombrar a las eliminatorias como clasificatorias, a ver si así clasificábamos a un mundial. Aprendí de directivos de la Federación Peruana de Fútbol (FPF) acusados por la prensa de corruptos, de políticos que se acercaban en los triunfos y se escapaban en las derrotas. Ante tanta tragedia nacional, cada eliminación de asistir a un mundial también lo era. Los políticos empezaron a mostrarse acusando a los directivos de la FPF de corruptos, tratando de ganar algunos votos entre los aficionados hartos de tanto desastre.
Cada una de estas historias, de estas anécdotas, de estos aprendizajes, se convirtió en una pregunta cuya respuesta me llevó a más preguntas. Algunas de estas están en este libro, y su intento de respuesta también. ¿Por qué el fútbol peruano se nutre mayormente de afroperuanos? ¿Por qué jugamos como lo hacemos, con paredes y mo16
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Prefacio
vimientos de cintura? ¿Por qué tanta indisciplina? ¿Por qué triunfos brillantes al lado de derrotas humillantes? ¿Desde cuándo los políticos se vincularon con el fútbol y por qué? Les dije al principio que he trabajado como periodista deportivo desde 1988, pero no les he dicho que estudié historia. Yo quería investigar acerca de la relación que estableció el Ejército chileno con la civilidad limeña durante la ocupación de la capital peruana entre 1881 y 1883. Mi plan de tesis estaba listo y aprobado. Pero, un día, alguien cambió mis planes. Un jefe de práctica del curso de Antropología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) se me acercó y me dijo que recordaba un informe periodístico mío —informe que habrá salido al aire en 1998, intuyo porque no recuerdo— que hablaba acerca del primer partido que enfrentó a Alianza Lima con Universitario de Deportes —el clásico del fútbol peruano—, en 1928. Este jefe de práctica, cuyo nombre tampoco recuerdo, me dijo: “¿Por qué no conviertes eso en tu tesis de licenciatura en Historia?”. Así lo hice, y de ese modo nació el libro El clásico. El inicio de una rivalidad, que se publicó en 2014. Las gracias a ese anónimo jefe de práctica, que, espero, esté leyendo estas líneas y pueda identificarse. Su sugerencia unió mis dos pasiones: la historia y el fútbol.
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Agradecimiento
Esta investigación no habría sido posible sin la beca concedida por el Instituto RivaAgüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú y por la Fundación M. J. Bustamante de la Fuente. Mi agradecimiento a estas instituciones, y, en especial, a José de la Puente Brunke y a Ileana Vegas de Cáceres.
Agradezco también a muchos de mis profesores en la UNMSM; entre ellos, a Francisco Quiroz, mi asesor de tesis de licenciatura; a Carlota Casalino, que me proporcionó el placer de la discusión en cada una de sus clases; a Teresa Vergara, quien alentó a todos sus alumnos a leer y nos facilitó lecturas que no encontrábamos en la biblioteca de la universidad; a Carlos Contreras, lúcido y sencillo para hablar y escuchar; a Zenón Depaz, un filósofo brillante pero, si esto es posible, un mejor profesor. Pero mi historia junto a la Historia continuó en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), donde obtuve la maestría en Historia cuya tesis se convirtió en este libro. Debo agradecer aquí a dos colegas, pero, sobre todo, amigos: Martín Monsalve y Jesús Cosamalón. Ambos me recibieron en sus clases aun cuando era alumno de pregrado en San Marcos. Ambos me alentaron a continuar mis investigaciones sobre deporte y fútbol, pese a que el mundo académico peruano no considera importante este tipo de investigación. Jesús se convirtió en mi asesor en la tesis de maestría y Martín sufrió leyéndola, ofreciéndome sugerencias. Ya saben todos que lo errores son míos. Les evitaré el lugar común.
En la PUCP también debo agradecer a Jeffrey Klaiber, quien me dio la bienvenida a la Maestría de Historia en su modalidad de Investigación. Su curso Política y Religión en América Latina fue estupendo. A Jorge Lossio y Antonio Zapata (Tony, para todos), jurados en mi sustentación de tesis en la PUCP y estupendos en sus lecciones y discusiones Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas
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en la maestría. A Isabelle Lausent, con quien aprendí de los chinos en el Perú, de aquellos que alguna vez vistieron la camiseta de la selección peruana de fútbol. El vínculo que hice entre fútbol, historia y sociedad me llevó a la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), como docente. Deporte y Sociedad fue el primer curso que dicté en esta casa de estudios. Aquí debo agradecer a Raúl Rosales, director de la Escuela de Administración y Negocios del Deporte, quien confió en mí como docente y que debió y debe seguir soportando mis discusiones, las que llevo a cabo con un rostro serio, aunque en el fondo sean muy amicales. A Magda Simons y su equipo, por confiar en este proyecto editorial. Debo confesar que fue aprobado cuando nadie daba medio por la selección, y que ha sido una feliz coincidencia que aparezca en el año en que el Perú volvió a los mundiales. A quienes trabajan en la Biblioteca Nacional del Perú (BNP), en especial a aquellos que laboran en la hemeroteca. Su conocimiento para ofrecerme alguna fuente medio desconocida y su paciencia para traerme a mí y a todos pesados empastados con viejos periódicos es invaluable. A Pablo Alabarces, sociólogo argentino, por sus elogiosos e inmerecidos comentarios acerca de mi tesis de maestría.
No puedo, para terminar, dejar de agradecer a mis padres. Mi padre quería que yo fuese economista, pero mis notas y, sobre todo, mi rostro de satisfacción cuando regresaba a casa después de escuchar las clases de Historia, deben haberlo convencido de que lo mío era hacer esto. Mi madre, colombiana de nacimiento, se ponía la camiseta de la selección de Colombia cada vez que jugaba contra el Perú. Nunca la pude convencer de que Carlos “el Pibe” Valderrama aprendió a jugar observando a César Cueto, el mejor jugador peruano que haya visto en mi vida. “¡Ay, estos peruanos!”, la escuchaba exclamar cada vez que perdíamos ante rivales fáciles. De estos peruanos quise aprender, escribir. No podría no agradecerles a los futbolistas por ser como son. ¿Cómo son? Esta es mi respuesta.
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INTRODUCCIÓN
El fulbo, los políticos y la identidad En este libro se aborda un problema que nació con los enfrentamientos futbolísticos entre peruanos y extranjeros. Partidos en los que no solo se medía un equipo contra otro, sino, en la percepción de políticos y periodistas, una identidad nacional frente a otra. Si, para las élites peruanas —blancas, mestizas, urbanas— instaladas en su mayor parte en Lima, la creación de una identidad nacional estaba basada en ellas, no solo por su color de piel sino, sobre todo, por su comportamiento, ¿cómo fue posible que permitiesen que sujetos que no cumplían con sus estándares de comportamiento “correcto” integrasen la selección peruana de fútbol, representando lo nacional, para enfrentar a otros seleccionados nacionales tanto en nuestro país como en el extranjero? Las selecciones peruanas de fútbol convocadas entre 1911 y 1939 fueron incluyendo a jugadores de diversa procedencia racial y social que cubrían la mayoría de estereotipos raciales que los limeños poseían como parte de su sentido común en las primeras décadas del siglo xx. Al principio fueron jugadores blancos de una moral intachable de acuerdo con los estereotipos: personas “decentes”, entre los que se incluía también a los mestizos. Luego llegaron jugadores de sectores populares, obreros moralizados por el patrón y también por políticas de Estado, pero también aquellos trabajadores callejeros independientes, con comportamientos “indecentes”, aficionados a la jarana. Los había blancos “indecentes”, mestizos; estaban los afroperuanos, y junto con ellos aparecieron descendientes de chinos culíes, grupo racial resistido por la mayoría
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de la élite, aunque aprovechados como fuerza de trabajo barata. Los que nunca fueron convocados entre 1911 y 1939 fueron los indígenas o “cholos”3.
Resulta apropiado decir aquí que no solo los indígenas fueron excluidos de la selección nacional de fútbol. También lo fueron las mujeres. Esto último se explica por la manera en que fue creado este deporte en Inglaterra: un deporte para viriles varones, estudiantes de secundaria y de universidades. No es un objetivo de la investigación, sin embargo, abordar los temas de exclusión a partir del género. Por ello, cuando hablemos de la construcción de una identidad nacional, asumiremos que ella es solo una identidad creada desde los estereotipos raciales y culturales que sobre los varones se iban construyendo en esas primeras cuatro décadas del siglo xx.
El fulbo Lo que requiere aquí una precisión inmediata es nuestra idea de fútbol. ¿Qué cosa es el fútbol? Esta discusión fue abordada ya en la tesis de licenciatura “A bastonazo limpio, Augusto B. Leguía y el origen del clásico del fútbol peruano”, pero, por ser pertinente, se explicará nuevamente aquí.
Al fútbol lo entendemos como bien cultural, es decir, como un elemento al que diferentes grupos atribuyen distintos significados. Como dicen los antropólogos brasileños Rubén Oliven y Arlei Damo, “las primeras vivencias y socializaciones culturales son cruciales para la construcción de identidades sociales, sean étnicas, religiosas, regionales o nacionales” (Oliven & Damo, 2001, p. 18). En la mayoría de países sudamericanos, la prensa deportiva de comienzos del siglo xx empezó a dar cuenta de los estilos particulares que los jugadores de sus respectivos países adoptaron para practicar un deporte que llegó a estas tierras practicado por ingleses e impregnado de los valores burgueses surgidos en Europa.
Un primer asunto por revisar es que los deportes que nacieron en la Inglaterra burguesa del siglo xix tienen reglamentos escritos a los que los deportistas deben ape3
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Julio Calvo Pérez, en el Diccionario etimológico de palabras del Perú, define cholo como “mestizo de ascendencia europea e indígena”. Cuando menciona otras palabras derivadas de cholo es más enfático al vincular lo cholo con algo más que una mezcla entre europeo e indígena. Así, define choleo como “menosprecio hacia alguien de origen andino” (Calvo Pérez, 2014). Definir cholo es una tarea harto complicada, que motivará una nueva y futura investigación.
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Introducción
garse4. Así, parecería que solo hay una manera de practicar estos deportes: ciñéndose a las reglas. No habría forma de resignificarlos, de reinterpretarlos. El antropólogo indio Arjun Appadurai llama a este tipo de actividades “formas culturales duras”; es decir, “aquellas que vienen con una serie de relaciones preestablecidas entre su valor, su significado y su puesta en práctica [las] que son muy difíciles de romper o cambiar”. Agrega Appadurai que en este tipo de actividades “la forma […] sigue fielmente a la función [moral]”. Concluye el indio, refiriéndose al cricket, deporte introducido en India por los ingleses, que este representa valores puritanos, en los que una rígida adhesión a códigos externos es parte de su disciplina de desarrollo moral interno […] En tanto forma cultural dura, debería resistir la
aclimatación y su transformación por parte de la cultura indígena. Sin embargo, al revés de lo que uno podría llegar a pensar intuitivamente, este deporte fue profundamente descolonizado y nacionalizado (Appadurai, 2001, p. 101 y ss.).
Algo parecido ocurrió con el fútbol en el Perú.
El fútbol llegó a América también procedente de Inglaterra, en el siglo xix, y con los mismos valores burgueses que Appadurai le asigna al cricket. La socióloga e historiadora Fanni Muñoz reprodujo una nota del diario El Comercio del 9 de agosto de 1910 que dice que “por las tácticas y las combinaciones el foot ball es uno de los juegos que más pueden contribuir a desarrollar la sangre fría, la destreza, la disciplina, la solidaridad”. La misma Muñoz, haciendo referencia a la cita, agregó que, “nuevamente, 4
De acuerdo con Javier Arranz Albó, de la Facultad de Psicología y Ciencias del Deporte de la Universidad Ramon Llull de Barcelona, “el deporte [en las public Schools de Inglaterra] fue considerado un pilar clave en esta reforma educativa, se convirtió en potenciador de valores como la nobleza, el honor, la moralidad, capacidad de liderazgo, sentido de la responsabilidad y del sacrificio. Se aprendían patrones éticos y estéticos identificados con el ethos burgués en formación: honestidad, lealtad y solidaridad a diferencia de los estratos más bajos de la sociedad, éstas recibían una educación con una gran connotación disciplinaria e instrumental con el objetivo de preparar mano de obra que cubriese las emergentes demandas de la industrialización. La inculcación de estos valores fue fundamental en el nuevo discurso educativo […] La figura del gentleman para Arnold consistía en poseer una exquisita educación divulgando la idea del respeto hacia los demás, un pensamiento sin duda originario del cristianismo y de su simbiosis con el deporte. También pretendía educar bajo la máxima de godliness and goodlearning (santidad y buen aprendizaje)” (Arranz Albó, 2015, pp. 7-8). Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas
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el ideal burgués del hombre ‘honrado, de voluntad laboriosa y carácter emprendedor’ era tomado del referente europeo y norteamericano, donde la difusión del deporte había sido fundamental en el desarrollo de esa mentalidad” (Muñoz Cabrejo, 2001, p. 232). Tempranamente, los medios escritos de algunos países sudamericanos se percataron, sin embargo, de que los practicantes del nuevo deporte inglés habían logrado lo mismo que, para Appadurai, habían hecho los indios con el cricket: lo descolonizaron. El antropólogo argentino Eduardo Archetti sostiene que “frente a los valores tecnocráticos (modernos) y su lenguaje, expresado en la importancia del ‘trabajo’, la ‘máquina’, la ‘ciencia’ y el ‘juego colectivo’, la narrativa de El Gráfico opone la ‘indolencia’, el ‘arte’, la ‘intuición’ y el ‘individualismo’. Estos últimos valores son los que van a definir un estilo nacional” (Archetti, 1995, p. 439). En ese mismo sentido, el periodista argentino Dante Panzeri escribió:
El fútbol está atrasado, como juego, por una aguda embriaguez de cultura que pretende instalar la insólita organización de la espontaneidad […] Porque tratándose de manejar
lo imprevisto, como es el fútbol, lo planificado no sirve; se puede planificar toda actividad donde no haya una lucha de oposición directa, pero es imposible planificar el arte de lo imprevisto, de lo incógnito (Panzeri, 1967, p. 197).
Resulta claro que, en aparente oposición a los valores burgueses ingleses de disciplina, juego colectivo, planificación, los argentinos, así como muchos otros sudamericanos, valoran en el fútbol la intuición, el individualismo, la espontaneidad. Surge una aparente contradicción: ¿acaso el fútbol que se practica en América del Sur está al margen de los valores burgueses? ¿Se puede hablar de una identidad futbolística sudamericana al margen de los valores burgueses? La respuesta podría incluir tanto un sí como un no, y tiene relación con dos aspectos del fútbol que, a nuestro entender, son inseparables: el que tiene que ver con su práctica fuera de la cancha (es decir, los entrenamientos y las privaciones) y el vinculado a su práctica dentro de ella (el estilo de juego).
En algunos países sudamericanos, como en el Perú, parte de los sectores populares se apropiaron del fútbol y lo resignificaron tanto dentro como fuera de la cancha. Dentro, al jugarlo espontánea, intuitiva e imprevistamente. Fuera, al agregarlo a sus 24
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Introducción
prácticas culturales de sociabilidad y solidaridad, produciéndose un encuentro de lo premoderno con una actividad de la modernidad. Como escribió Partha Chatterjee:
El tiempo es heterogéneo, disparejamente denso. No todos los trabajadores industriales interiorizan la disciplina de trabajo del capitalismo, e incluso cuando lo hacen, esto no
ocurre de la misma manera […] Un gran número de trabajos etnográficos recientes ha
establecido que estos ‘otros’ tiempos no son meras supervivencias de un pasado premoderno: son los nuevos productos del encuentro con la propia modernidad (Chatterjee, 2007, pp. 60-61).
Al resignificar el fútbol tanto dentro como fuera de la cancha, estos sujetos “inventaron” un nuevo producto, al que llamaron fulbo. Un deporte de otro tiempo.
Lo que define al fútbol, así como a cualquier otra creación humana, son sus valores subyacentes, su significación. Que el fútbol peruano incluya jugadas inesperadas, aparentemente espontáneas o aprendidas de antemano, no lo igualan, por sí mismo, a lo que se practica en otros países del área sudamericana. No son las técnicas las que determinan una caracterización de nuestro fútbol y equipararlo, por ejemplo, al argentino o al uruguayo: es la significación que le dan los jugadores al fútbol lo que permite establecer la característica más importante de este deporte. Y, aunque los peruanos pueden jugar como los argentinos o los uruguayos, la significación que le han dado a ese deporte es distinta: en nuestro país se juega por diversión. Se le da más importancia a la parte lúdica del deporte, en desmedro de la competitiva; y se le utiliza con fines de socialización, no a través de la creación de clubes de fútbol profesional —como sí ocurre en Argentina o en Uruguay—, sino como una manera de mantener vigentes prácticas sociales de otros tiempos.
Lo que se afirma aquí es que cierta población le asigna al fútbol un valor que le podría haber adjudicado a otras actividades de su vida cotidiana, como, por ejemplo, la jarana; que se juega de acuerdo con los valores asignados al fútbol, y no que se juega como se vive, frase que, según el sociólogo argentino Pablo Alabarces, “sostiene una relación de reflejo entre la práctica futbolística y la identidad colectiva. Claramente, la frase olvida preguntarse por quién juega cómo, y establece una asociación fácil, tan fácil como otra frase correlativa de la anterior: el fútbol que le gusta a la gente” (Alabarces, 2014, p. 63). Las selecciones peruanas de fulbo no jugaban como le gusta a la gente por una cuestión de idiosincrasia, por algo que se lleva en la sangre, por genéUniversidad Peruana de Ciencias Aplicadas
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tica. Jugaban por diversión como los propios jugadores, y la mayoría de aficionados entendieron el fútbol al resignificarlo no como un deporte, sino como un pasatiempo. La caricatura de la revista Variedades publicada en 1930 da cuenta de ello. Para un periodista “blanco” que le habla a un afroperuano, los futbolistas han confundido el campo de fútbol con una pista de circo5. Esta caricatura construye la idea que se tiene de la población “blanca” y de la negra en Lima. El periodista, un trabajador intelectual, es blanco, utiliza un bastón como instrumento que da estatus. El aficionado de Alianza Lima es negro. Mientras conversa con el periodista, un perro, mascota de alguien que también usa bastón, le está orinando los pantalones, y parece que él no se da cuenta o no le importa. La imagen humilla al poblador afroperuano. Gráfico 1.1 No confundir cancha de fútbol con pista de circo
Fuente: Revista Variedades, 1930. Archivo de la hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú.
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La caricatura fue publicada en la revista Variedades del 31 de diciembre de 1930. El equipo de Alianza Lima acababa de perder contra Atlético Chalaco, y un aficionado de ese equipo le dice al periodista que aún, en medio de la derrota, los aliancistas desarrollaron un lindo juego. Así, más importante que ganar es lucirse, pasarla bien, divertirse.
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Introducción
Los jugadores de fulbo provenían de sectores populares. Gustaban de la jarana: fiestas que se celebraban en casa y que podían durar varios días. Como le contó el cantante afroperuano Manuel Quintana “Canario Negro” a José Durand: “Nosotros, mi doctor, somos cantores de cuatro días. Porque el reglamento de la jarana señala que una celebración completa tiene cuatro fechas: serenata, santo, corcova y recorcova” (Rocca Torres, 2016, pp. 167-168).
El fútbol que arribó desde Inglaterra al Perú a fines del siglo xix fue resignificado por los sectores populares, añadiéndosele nuevos valores, distintos de los de la burguesía o gentry inglesa. Por dificultades al momento de pronunciar la palabra fútbol, esos mismos sectores populares de Lima denominaron al deporte de la pelota como fúlbol o fulbo. Los integrantes de esas selecciones “nacionales” de entre 1911 hasta, aproximadamente, 1924, practicaron el estilo inglés del fútbol, y las selecciones de entre 1927 y 1939 fueron conformadas, en su mayoría, por jugadores de fulbo. El fulbo obtuvo carta de ciudadanía antes de que lo hiciesen quienes lo practicaban.
Los políticos Durante las primeras cuatro décadas del siglo xx, la débil democracia peruana vivió una época de inestabilidad. Aunque el Partido Civil gobernó hasta el año 1919, su hegemonía fue retada por movimientos populistas (como el liderado por Guillermo Billinghurst, presidente de la República desde 1912 hasta el 4 de febrero de 1914, día en que fue depuesto en un golpe de Estado por Óscar R. Benavides) y por los partidarios de Nicolás de Piérola, que intentaron terminar con el gobierno de Augusto B. Leguía el 29 de mayo de 1909. El propio Leguía acabó con el gobierno del Partido Civil cuando, tras ganar las elecciones, dio un golpe de Estado el 4 de julio de 1919. A su vez, Leguía fue depuesto por Luis Sánchez Cerro mediante un golpe de Estado ocurrido el 27 de agosto de 1930; mientras que, tras el asesinato de Sánchez Cerro en 1933, un Congreso Constituyente le confirió el poder a Óscar R. Benavides, quien gobernó hasta 1939. Fue la época de los golpes. Pese a la inestabilidad, estos regímenes se interesaron en los deportes, en el fútbol, en los goles. En algunos casos el hecho de ser golpistas los obligaba a legitimarse de muchas maneras. Una de las tantas formas elegidas fue el apoyo a la práctica que hacían los sectores populares del fútbol; es decir, el fulbo. Buscaban legitimarse y legitimaron esta práctica. De allí De golpes y goles. Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas
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Originalmente, la élite política vio en el fútbol una forma de mejorar la salud de quienes lo jugaran y, siguiendo con lo que se había hecho en las escuelas secundarias y universidades británicas, decidió que su práctica debía ser obligatoria en los centros educativos. Lo que esta élite estaba haciendo era fomentar el fútbol y no el fulbo. Poco a poco, no obstante, aquellos que jugaban fulbo fueron convocados a la selección de fútbol, con lo que se añadieron nuevos ingredientes a la identidad “nacional”, y los políticos que aparecían al lado de estas selecciones nacionales de fulbo fueron obteniendo legitimidad entre los sectores populares, y, al mismo tiempo, legitimando la práctica del fulbo.
El periodo del cual estudiaremos el vínculo entre fútbol, política y nación será el que se halla entre los años 1911 y 1939. Se tomará como partida el año 1911 porque es cuando comienza a hacerse habitual que se juegue un partido de fútbol entre peruanos e ingleses durante las Fiestas Patrias, y el 39 será el último porque en ese año el Perú ganó el título sudamericano, el primero en su historia. Se analizará, en esta publicación, la procedencia sociocultural de los jugadores, su estilo de juego y la relación que se estableció entre la selección y los políticos. También se demostrará cómo un fulbo valorado solo en su aspecto lúdico y como una manera de lograr diversión fue aceptado no solo entre la afición, que gozaba con él, sino también en las esferas políticas oficiales, que lo utilizaron en la búsqueda de legitimación de los regímenes de turno. Los temas elegidos —fútbol, política y nación— nos permitirán contrastar el discurso y la práctica que la élite política del Perú ofrecía con respecto a los valores de la modernidad. Parafraseando al historiador español Alejandro Quiroga Fernández de Soto, este libro está referido al uso del fútbol para crear, configurar y reforzar identidades nacionales en el Perú. “Para ello nos centramos en la construcción […] de las narrativas nacionales en los medios de comunicación […] y, más en concreto, en la forma en la que la información futbolística se utiliza para fomentar los mitos, clichés y estereotipos nacionales” peruanos (Quiroga Fernández de Soto, 2014).
Queda claro, entonces, que nuestras principales fuentes primarias serán los medios de comunicación de la época, aquellos que representaban distintos intereses políticos y económicos y que estructuraban el pensamiento de los actores políticos, no solo de los que gobernaban al país o pretendían hacerlo, sino también de esos otros que ni siquiera tenían derecho a voto, como los obreros, pero que exponían en sus medios de comunicación sus ideales y aspiraciones, y, sobre todo, su pensamiento político. 28
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Introducción
Los gobiernos civilistas tenían en El Comercio a su vocero. Durante el oncenio (1919-1930) de Augusto B. Leguía, el régimen secuestró el diario La Prensa para ponerlo a su servicio. Otros diarios fueron, a su vez, voceros del segundo gobierno de Óscar R. Benavides (1933-1939). Y aun cuando los debates políticos más encendidos se escribían en la página editorial o en la sección de noticias políticas o locales, en la sección deportiva también hubo un espacio para que los distintos regímenes de gobierno tuvieran algo que decir sobre los deportes en general y acerca del fútbol en particular. El lenguaje empleado en determinadas páginas deportivas dependía de lo que el Gobierno estaba interesado en utilizar como forma de legitimación de su régimen. Este lenguaje se convirtió también en lo que Archetti llama la construcción simbólica de lo nacional.
Aunque en un principio la élite vinculó los deportes con los proyectos educativos, específicamente con la educación física, intentando formar ciudadanos ordenados y disciplinados al estilo de una nación moderna, el discurso de ciertos líderes políticos legitimó una práctica de fútbol cuyos valores no eran necesariamente los difundidos por la modernidad. Esta legitimación formalizó ese modelo de fútbol, al comienzo con la renuencia de cierta prensa que apoyaba solo la práctica disciplinada y moral del deporte: al estilo inglés.
Esto tiene que ver con que el fútbol aceptado era aquel practicado por “blancos” o por quien se percibía o comportaba como tal. Como afirma Gonzalo Portocarrero, “el racismo fortaleció los sentimientos de superioridad de las élites” (Portocarrero, 2007, p. 343).
Una vez que surgió un fútbol popular legitimado, sus primeros éxitos deportivos crearon héroes populares, cuyas “hazañas”, divulgadas por la prensa deportiva, valoraron positivamente aún más este tipo de práctica. Los adjetivos que esa prensa empleaba para expresarse sobre el fútbol popular, debido a sus constantes menciones, comenzaron a vincularse con las técnicas que todo “buen” futbolista peruano debía poseer. La misma prensa convirtió esas técnicas en valores que reflejaban una identidad del futbolista peruano.
Con el correr de los años, empezó a surgir una relación entre ser jugador de fútbol y ser afroperuano, lo que devino en una discriminación racista “basada en un hecho natural ideológicamente construido, en un mito social” (Stolcke, 2000, p. 38). Es decir, a la luz de lo que sostiene Stolcke, ser jugador de fútbol en el Perú y ser afroperuano se hizo una relación natural, que empezó a establecerse en las primeras décadas del siglo xx. Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas
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Los grandes éxitos de la selección nacional de fútbol, ocurridos entre 1936 y 19396, volvieron a atraer a las figuras políticas, que, al legitimarlos, convirtieron esa identidad nacida en el mundo del fulbo en parte de la identidad nacional. Estos políticos, de entre 1920 y 1939, utilizaron al fútbol como una forma de mostrarse ante la masa, algo conveniente a sus fines. Por ello, prefirieron no adoptar políticas educativas que fomentasen el fútbol al estilo inglés, ya que esto demandaba más tiempo y, sobre todo, terminaba con la práctica del fulbo, lo que actuaría en desmedro de la popularidad de los políticos, entre ellos los presidentes de la República.
Las tribunas del estadio fueron escenario de rituales, discursos, actitudes personales de distintos presidentes de la República que buscaron, de esta manera, establecer un vínculo con la masa allí presente. Se analizará este vínculo desde la perspectiva de lo que Nils Jacobsen y Cristóbal Aljovín de Losada denominan cultura política; es decir, “una perspectiva de los procesos de cambio y continuidad en cualquier formación política humana, o sus partes componentes, que privilegia los símbolos, los discursos, los rituales, las costumbres, normas, valores y actitudes de personas o grupos para comprender la construcción, consolidación y desmantelamiento de constelaciones e instituciones de poder” (Aljovín de Losada & Jacobsen, 2007, p. 81). Dentro de esas instituciones de poder, cuando en la actualidad uno habla de clubes, de inmediato surge la relación con alguna práctica deportiva. Sin embargo, en el Perú del siglo xix y de la primera mitad del siglo xx, estos estaban vinculados a organizaciones políticas. Así, en la campaña electoral que protagonizaron Luis Sánchez Cerro y Víctor Raúl Haya de la Torre en 1931, se organizaron espontáneamente clubes políticos alrededor de la figura de Sánchez Cerro. A través de ellos, se creó una nueva forma de control horizontal de la masa. El presidente Óscar R. Benavides utilizó al fútbol para privilegiar, a partir de él, lo nacional en desmedro de las ideologías políticas procedentes del extranjero o que buscaban crear una patria latinoamericana. También lo empleó como una forma de moralizar a los obreros. Como mencionan Jacobsen y Aljovín de Losada, “las culturas políticas se formaron a través de miles de encuentros amistosos […], comunicaciones, 6
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Nos referimos al retiro del Perú de los Juegos Olímpicos de 1936, utilizado como propaganda política y triunfo nacional por el régimen político de turno; a la medalla de oro obtenida por el fútbol en los Juegos Bolivarianos de Bogotá, en 1938; y al Campeonato Sudamericano, logrado en Lima en 1939.
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Introducción
ceremonias […] que ligaban personas o grupos con la autoridad de la nación o sus representantes” (Aljovín de Losada & Jacobsen, 2007, p. 89). En medio de la formación de esta cultura política, se legitimó cierta práctica deportiva que, a principios de siglo xx, había sido rechazada por la élite y por sus representantes políticos. Y, mientras este fútbol se legitimaba, el poder de los políticos lo hacía con él.
Es importante notar, entonces, la relación que existió entre los políticos y la introducción de un determinado tipo de fútbol en nuestro país. Casi desde la llegada de este deporte a Lima, a través del puerto del Callao, la élite limeña se vinculó a él a través de su práctica y de su reproducción. Los sectores políticos de esta élite utilizaron dos maneras de introducir los deportes entre la población de Lima, cada una de las cuales partía desde concepciones distintas de lo que era la política y de para qué servían los deportes. Todo esto será analizado en la primera parte del libro.
Un personaje de la élite limeña, Pedro de Osma, fue parlamentario y fundó un club de fútbol. Seguirlo a él dará pistas acerca de lo que cierto tipo de políticos creían con respecto al proyecto modernizador asociado a los deportes y cómo debería ser introducido este entre la heterogénea población de la Lima de entonces. Al mismo tiempo, políticos de otro tipo aprovecharon otras formas de vincularse con los sectores populares, y promovieron la práctica de los deportes entre estos grupos, al margen de leyes y de iniciativas estatales. Seguir a Foción Mariátegui, hombre fuerte de Leguía, nos acercará a estos hombres de la política que aparecían como padrinos ante la masa que beneficiaban. Como se verá en la primera parte, el Estado sí tuvo una política de introducción de la educación física como un modo de disciplinar y ordenar a los sectores populares, pero, una vez que el fútbol popular —que surgió al margen de las políticas estatales— fue creciendo, los líderes políticos vieron en él una manera de vincularse a los sectores populares para ganar legitimidad. Sin embargo, cuando llegó el momento de convocar a las primeras selecciones nacionales, surgió una tensión. ¿Quiénes deberían integrar estas selecciones, aquellos que habían asumido el fútbol como una disciplina deportiva o aquellos otros que lo utilizaban como una forma de reproducir sus prácticas estrictamente lúdicas? La presencia de una figura política preponderante, como fue Augusto B. Leguía durante el oncenio, permitió que la segunda manera de practicar el fútbol se legitimara y que se empezara a hablar de un fútbol que representase lo nacional. La tensión inicial Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas
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fue remitiendo, y no porque alguno de los “contrincantes” haya cedido en su posición. Aquí se mostrará que la figura de Leguía y su presencia en los estadios permitieron que se reunieran en un mismo equipo ambas formas de entender el fútbol. La tensión, sin embargo, reapareció en 1929, año en que Leguía comenzó a sufrir los estragos de la crisis económica internacional y su figura política empezó a reducirse. Y aunque la tensión había reaparecido hacia fines del oncenio, no se incrementó durante la década siguiente; más bien, decreció. Esto debido a que aquellos que entendían el fútbol como una disciplina deportiva habían casi desaparecido. Las políticas estatales de introducción de los deportes se habían agotado y lo último que se organizó bajo esa línea fue una iniciativa privada surgida desde las aulas universitarias. Esta iniciativa, llamada Federación Universitaria de Deportes, también fracasó, y el fútbol que se impuso en el país fue aquel que era entendido como parte de las diversiones sociales y de las prácticas culturales de sectores populares. El análisis de las selecciones nacionales de fútbol-fulbo se profundizará en la segunda parte.
La identidad En términos generales, la identidad posee una dimensión colectiva, referida a cuestiones tales como el género, la raza, la etnia o la religión […] pero también a cuestiones más
específicas […] La identidad se refiere a clases de personas […] Estas clases de personas se crean a partir de etiquetas. Las clases de personas existen en la medida que se inventan categorías que los reducen a ciertas categorías […] Catalogar a alguien con tal o cual
etiqueta, supone manejar un conjunto de tipos ideales concerniente al grupo en cuestión (Guerrero Jiménez, 2009, p. 114).
Para establecer las identidades de aquellos que jugaron por la selección peruana de fútbol, es preciso hacerse una pregunta: ¿quiénes vivían en Lima y el Callao entre 1911 y 1939? Para responderla, se utilizarán los resultados del censo de Lima levantado el 17 de diciembre de 1920. Por aquel entonces, la ciudad de Lima Cercado contaba con un total de 176 467 habitantes en los once distritos, y en toda la provincia, con 228 740 habitantes. De ellos, 85 142 fueron considerados blancos; 31 602, indios; 9683, negros; 7612, amarillos; 89 214, mestizos; y 554 de raza ignorada. Del total de blancos habitando los distritos de Lima Cercado, 31 576 eran varones; de los indios, 10 088; 2817 negros varones; 4899 amarillos varones; y 35 435 mestizos varones. Es importante 32
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hacer esta distinción con respecto a los varones porque quienes jugaban fútbol en esa época lo eran, y la identidad nacional desde el fútbol se crearía a partir de una práctica masculina. Como se ha sostenido líneas antes, es claro que esto deja de lado a la mitad de la población de Lima, la femenina, por lo que no se podría hablar de una identidad nacional stricto sensu, más aún cuando solo se están considerando Lima y el Callao.
En el Callao, por su parte, habitaban 52 843 individuos. Por raza, 9353 eran blancos varones; 3147, indios varones; 978, negros varones; 12 653, mestizos varones; y 1265, amarillos varones.
Las primeras selecciones nacionales fueron integradas por sujetos considerados blancos. Poco a poco, fueron integrándose a ella mestizos, afroperuanos y amarillos. “La identificación se define como el sello, o característica, que deja la vivencia de haber sido uno con el otro. En este caso, ese otro es una colectividad caracterizada por una suerte de ‘esencia’ o ‘sustancia’ por todos compartida, algo que nadie puede acabar de definir pero que tampoco puede negar” (Portocarrero, 2014, p. 13). Así, de acuerdo con lo señalado por Gonzalo Portocarrero, y también por Bernardo Guerrero Jiménez, lo que nació en el mundo del fulbo lo hizo a partir de un grupo definido en términos de raza: lo afroperuano; pero también en términos de etiquetas: trabajadores independientes fuera del control de un patrón. Otra metáfora constitutiva de la nación es la tribu. Como la tribu, la nación tiene sus
mitos y rituales compartidos. Idealmente, por todos sus miembros. Se trata de formas de sentir y pensar que representan una suerte de “esencia” de la nación. Y como tales
son actuadas en celebraciones, festivales y encuentros colectivos, donde se definen las
formas “normales” de ser, los modos de goce legítimos, e inversamente, donde se proscribe lo que mancha el orgullo colectivo, las actitudes inaceptables para una comunidad (Portocarrero, 2014, p. 12).
Lo que señala Portocarrero bien puede aplicarse para un festival deportivo —más precisamente para un partido de fútbol— celebrado frente a una tribuna que se organiza cual tribu y que, junto a los futbolistas y los periodistas deportivos que escriben sobre el partido de fútbol, reproducen esa “suerte de esencia de nación”.
Pero estos mismos políticos le dieron otro uso al deporte, uno que había surgido en el periodo de entreguerras en Europa. Como sostiene Pierre Arnaud, en esta época “el deporte [se convierte en] vehículo de las representaciones nacionales de los Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas
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estados europeos” (Arnaud, 2002, p. 11). En el Perú, los regímenes de turno no fueron ortodoxos a la hora de continuar esta política. En lugar de velar por el desarrollo de deportistas victoriosos que pudiesen mostrar al mundo entero las bondades de su administración, priorizaron la construcción de infraestructura deportiva y la organización de algunos eventos internacionales dentro de ella, mostrándose en el interior de estos recintos como líderes populares que alentaban la práctica de deportes callejeros, entre ellos el fulbo. Sin embargo, no pusieron el mismo énfasis a la hora de apoyar el surgimiento de deportistas de alta competencia que pudiesen aprovechar la infraestructura que se estaba construyendo.
Desde la política, la nación es promovida por el proyecto, o hegemonía, de una élite que busca reforzar la identificación con una colectividad, en desmedro de otras identificaciones
de carácter más local y circunscrito. La escuela, y el sistema educativo, responden al Estado y son un poderoso medio para nacionalizar una población (Portocarrero, 2014, p. 14).
Los valores del fútbol, no obstante, no fueron compartidos por los jugadores de sectores populares, los que, en términos de Gonzalo Portocarrero, serían aquella o aquellas otras colectividades más locales y circunscritas que le asignaron al fútbol otros valores. La participación de los políticos en la organización del fútbol peruano legitimó cierta práctica de ese deporte, cuya técnica devino, a través de los éxitos deportivos, en parte de la identidad nacional. Con la práctica del fulbo por la selección se iría gestando, desde Lima, una suerte de identidad nacional a partir de los discursos periodísticos. Y es que, como sostiene Quiroga Fernández de Soto: En los últimos años ha cobrado fuerza en la historiografía la idea de la nación como na-
rración. Esta interpretación considera la nación como un conjunto de metáforas, estereotipos, mitos e imágenes que se producen y reproducen en el ámbito discursivo […] Las crónicas y los reportajes deportivos se convirtieron en una forma adicional de hablar sobre la nación (Quiroga Fernández de Soto, 2014, p. 23).
Pero esta suerte de identidad nacional no se gestará solo desde los medios de comunicación, desde la élite, desde la hegemonía. Habrá también una respuesta contrahegemónica. También surgirá desde los sectores populares a partir de una manifestación 34
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artística: la música. El repertorio musical de los sectores populares, que durante las primeras décadas del siglo xx incluyó primero la marinera —un baile de afroperuanos— y años después el vals, será fundamental para analizar el discurso que emergería desde escenarios callejeros y que empezaría a construir mitos y héroes populares. Como señala Gérard Borras, la canción podía desempeñar un rol esencial que no perdía nunca de vista esta relación particular “que mantienen las músicas y las canciones con la o las memorias. Pocas expresiones humanas […] tienen esa capacidad de asumir las representaciones de las emociones y transmitirlas a través de los años” (Borras, 2012, p. 21).
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PRIMERA PARTE Los golpes
Parte I | Los golpes
Recordamos el primer match internacional (con los ingleses) de Fiestas Patrias, pugado
(sic) el año 1895. La mayor parte de nuestro eleven lo companía (sic) jugadores que
habían aprendido a jugarlo en la misma cuna, es decir en Inglaterra, el país de origen de este excelente juego asociado.
Y, haciendo memoria, puedo ver en el goal de los peruanos a don Pedro Larrañaga, corpulento y musculoso, que casi nunca hacía uso de los pies al jugar, bastábale cazar la bola
y despedirle inmediatamente con un potente “punch” o puñetazo que la hacía avanzar fácilmente hasta media cancha. Los fulbacks lo componían el finado Pablo Ramírez y Feli-
pe Varela, el primero certero pateador y de potente kick, muy entusiasta porque el juego
tomara impulso entre nosotros; por varios años hasta su muerte jugó como elemento irreemplazable en el eleven.
Los halfbacks: Abelardo Cuello, Celso Ríos7, centro, y Alfredo Benavides. Este trío de juga-
dores bastante parejo por su juventud y condiciones físicas así como por la técnica, sobre todo los dos primeros, actuaron por varios años, con muy buen éxito.
En la línea delantera destacaba el gran centro forward Rafael Benavides, forward de ver-
dad, que reunía las condiciones necesarias para ese puesto; vastos conocimientos técnicos, agilidad y viveza; maestro en el verdadero “dribbling”. El señor Ricardo Tenaud, en el ala derecha, peligroso para el contrario que se le pusiera por delante, cuando arrancaba velocísimo hacia el goal, porque de seguro caía derribado el opositor, desde el impulso
de su carrera y su resistente estatura. Los hermanos Otero, y Manuel Mulanovich, com-
pletaban el cuadro, los Otero se distinguían por su velocidad por varios años, fueron los campeones en las carreras municipales de 100 y 200 metros, y el señor Mulanovich, destacado en ese entonces, jugador de cricket y de foot-ball del Callao. 7
Celso Ríos “regresó [en 1895] de Inglaterra con abundante material deportivo. Fue él quien trajo las primeras pelotas inglesas. Por muchos años fue el half centro titular del Unión Cricket, donde se distinguió, a pesar de su poca talla y peso, por su juego académico” (Cajas, 1949, p. 37). Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas
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El que estas líneas escribe principió a jugar foot-ball en el Perú desde aquel match y ha continuado actuando activamente en este deporte, y, en otros, por espacio de 15 años,
casi consecutivos, en el Club Unión Cricket, el primer club peruano que se formara en Lima para el desarrollo del deporte. Excelsior (La Crónica, 1924).
La cita anterior, escrita en 1924, habla de un partido, tal vez el primero, jugado en el Perú entre un equipo de peruanos y otro de ingleses, en 1895. Aunque no hay forma de averiguar, por la ausencia de fuentes, si en 1895 ese equipo era considerado como una selección nacional, la nota de 1924 sí hace referencia al equipo de los peruanos. Como señala el autor, que firma con el seudónimo de Excelsior, los jugadores peruanos habían tenido, la mayoría de ellos, la oportunidad de viajar a Inglaterra, algo muy costoso para la época, por lo que solo les estaba permitido a aquellos que pertenecían a los grupos económicamente privilegiados.
Algo más que llama la atención es la preparación atlética de la mayoría de aquellos jugadores. Sabían que en eso consistía el fútbol: en una disciplina y no solo en una diversión. Privilegiaban lo primero, tal vez, a expensas de lo segundo. El cronista de 1924, que, según afirma, jugó el partido, menciona que uno de sus compañeros tenía “agilidad, viveza”, pero sobre todo “vastos conocimientos técnicos”. Así, este cronista creía que el fútbol era algo que se debía aprender.
José Gálvez, ilustre literato de principios del siglo xx, refiriéndose a aquellos primeros jugadores de fútbol en Lima, escribió:
Al principio llamaron mucho la atención los que se dedicaban a esas distracciones. Casi no practicaban los deportes sino los que habían estado en Europa, que no eran muchos y, que dicho sea de paso, eran mirados con una extraña curiosidad, como si trajeran una muestra reveladora del ‘otro mundo’ en sus rostros y maneras. Poco a poco —y esta es la
gran obra del Lima Cricket— fueron atrayendo a los jóvenes peruanos, permitieron que
algunos colegios se ejercitaran en sus campos, introdujeron el football y auspiciaron el
amor a la vida al aire libre. Algo sufrieron. Los mataperros de esos días y muy especialmente los cometeros que frecuentaban las chacaritas y miraban esos juegos extraños, urdieron a costa de los gringos no pocas diabluras. Pero lentamente fueron ganados por
la armoniosa belleza de los ejercicios. El cronista recuerda que se hizo una vez la vaca
para ir a Santa Sofía y hasta ahora no se ha borrado de su memoria la rara impresión que le produjeron esos señores colorados y rubios que en camiseta y en pantalón corto pa-
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Parte I | Los golpes
teaban sin conmiseración una pobre pelota de cuero. Recuerda, también que de regreso en su casa, hizo una pelota de trapo y sintió la terrible voluptuosidad de romper varios vidrios […] su primer goal fue una mampara (Gálvez, 1966, p. 214).
Por último, pero no por ello menos importante, Excelsior menciona que Rafael Benavides era maestro en el “verdadero” dribbling. Entonces, ¿habría uno falso? Si así fuese, ¿cómo era cada uno de ellos? ¿Tendría esta jugada algo que ver con la manera en que el fútbol era significado por sus practicantes?
Para contestar estas preguntas, se debe averiguar quiénes jugaban fútbol en Lima y el Callao a fines del siglo xix y comienzos del xx. Pero más relevante será averiguar para qué lo jugaban y, por tanto, cómo lo hacían. Antes de responder, es preciso recordar que, desde fines del siglo xix y durante las dos primeras décadas del xx, los gobernantes del Perú —que, en su mayoría, pertenecieron al Partido Civil— fomentaron la práctica de deportes en los colegios, específicamente la educación física.
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CAPÍTULO 1
La educación intelectual, moral y física
Jorge Basadre, en su Historia de la República del Perú 1822-1933 (1939), titula el capítulo 181 “La educación pública en el periodo 1895-1908”. Resulta interesante su mención acerca de la educación física. “A partir de 1905, la Escuela Normal contó con un curso sobre la materia […] Este se inspiró en el sistema de Joinville; pero aquél estuvo influido por la corriente, entonces renovadora, de la gimnasia sueca” (Basadre, 1964, p. 4279). La gimnasia sueca fue la misma que empleó Carlos Cáceres Álvarez, el primer entrenador que tuvo el equipo de fútbol de la Federación Universitaria, en 1924. Otro texto que se refiere a la educación en el Perú es la revista La Escuela Moderna, fundada por J. A. MacKnight, “profesor norteamericano y el profesor normalista peruano José Antonio Encinas. […] La revista tuvo una duración de cinco años (19111915), fue de carácter mensual, de marzo a diciembre” (López Soncco, 2016). La cita corresponde al trabajo de Nadia López Soncco, que ha hecho una breve investigación acerca de la revista en cuestión y sobre la que se ahondará en el presente capítulo.
Con respecto a trabajos que vinculan la educación y el deporte, el historiador Gerardo Álvarez analizó el proyecto civilista que pretendía relacionar educación y deportes para construir una nueva moral. Para Álvarez, el objetivo de la educación era “construir nuevos ciudadanos, para ello contaba no solo con el amplio margen de conocimientos que la escuela tenía la obligación de impartir en las diversas áreas de estudio […] sino, que además pudieran moldear la moral con ayuda del deporte” (ÁlvaUniversidad Peruana de Ciencias Aplicadas
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rez, 2001, pp. 42-43). Álvarez percibe el interés del Gobierno de introducir el deporte dentro de las escuelas para moldear una nueva moral.
De acuerdo con Fanni Muñoz, “el discurso del filósofo positivista Herbert Spencer y su Educación moral, intelectual y física —texto escrito en 1854, y traducido tempranamente al castellano— influyó fuertemente en los intelectuales y la élite modernizadora de la época. Muchas de las consideraciones sobre la importancia de la educación física son recogidas de este ensayo” (Muñoz Cabrejo, 2001). El profesor Edward Youmans, editor de la revista Popular Science Monthly, editada en Nueva York, escribía en 1880 lo siguiente: Desde que la obra de Spencer apareció ante el público, se ha extendido gradualmente en todos los países civilizados de la Tierra, ha sido traducida a los principales idiomas del
mundo, y en parte o en todo es ya muy conocida hasta en la India, la China, el Japón y
Grecia. Los hombres más eminentes que dirigen la educación de las naciones tomaron la iniciativa y la hicieron traducir a sus propios idiomas (Purón García, 1912, p. 3).
El positivismo es una escuela filosófica que seguían algunos políticos en el Perú. Uno de ellos, Mariano H. Cornejo. Para Augusto Castro, las “discrepancias con el fundador de la sociología [Augusto Comte] orientan a Mariano H. Cornejo a desarrollar una sociología más organicista y evolucionista y, por ello, más vinculada a la perspectiva spenceriana. Le parece que la opinión de Spencer es más precisa y metodológica” (Castro, 2009, p. 173). Castro agrega que otros políticos e intelectuales también eran seguidores de esta corriente.
Mariano Cornejo tuvo un papel destacado durante el segundo gobierno de Augusto B. Leguía, el oncenio, el régimen de la Patria Nueva. Castro menciona que “fue en su juventud un pierolista y defensor de la democracia. Luego defendió la candidatura y fue parlamentario de Billinghurst. Lo que le valió un distanciamiento con el civilismo que apoyó a Ántero Aspillaga” (Castro, 2009, p. 164). Pero ¿qué decía Spencer? El filósofo británico centra su atención en el tema moral. Sostiene que “no hemos comprendido aún la verdad de que, puesto que la vida física sirve de sostén a la moral, no debemos desarrollar ésta a expensas de la primera” (Spencer, 1946, p. 273). Además, en los primeros capítulos de su obra, Spencer había asegurado que “la ciencia, que constituye el mejor instrumento de disciplina intelec44
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Capítulo 1 | La educación intelectual, moral y física
tual, lo es asimismo de disciplina moral” (Spencer, s. f., pp. 68-69). Es decir, la educación moral es una combinación de trabajo intelectual y trabajo físico.
Nótese cómo Spencer afirma que es la ciencia la que proporciona disciplina, no los deportes. Es decir, es la instrucción recibida en el aula la que disciplina. Pero esta disciplina no tenía que ver con castigos ni privaciones: era más bien una autoimpuesta, la que, para Spencer, tenía que ver con el uso de la razón. Por ello, en 1892:
El maestro Nicolás Hermoza sostuvo que los premios y castigos eran preocupaciones de la pedagogía “antigua” pero no de la “moderna”. La enseñanza tradicional era contraria a la naturaleza del niño, ya que era memorística y lo forzaba a permanecer inmóvil y en
silencio y, por lo tanto, únicamente podía ser controlado a través del miedo. En cambio, la instrucción moderna debía enseñar a través del diálogo y la reflexión, de manera que el estudiante aprendiera a razonar (Espinoza, 2005, p. 254).
A nivel mundial, Pierre Arnaud afirma lo siguiente:
Las sociedades gimnásticas se consideraban los instrumentos pedagógicos y políticos de la construcción de una identidad nacional. Aprender a utilizar el propio cuerpo para que
pudiese utilizarse al servicio de la patria dependería de una estrategia de aculturación y nacionalización de las masas, al mismo nivel que el aprendizaje de la lengua y de la cultura nacional (Arnaud, 2002, pp. 12-13).
En el Perú, cuenta Jorge Basadre que entre 1895 y 1908 “predominaron las prácticas deportivas y se propagó la gimnasia. La primera gran demostración gimnástica escolar tuvo lugar el 29 de julio de 1906 en la pampa del mar bravo. Participaron más o menos mil quinientos alumnos de las escuelas fiscales” (Basadre, 1964, p. 4279). Luis Gálvez Chipoco, estudiante de la Escuela Normal desde 1906 y maestro graduado en 1907, señala que
el Perú […] desde 1894 practica los distintos deportes y […] se enorgullece de haber contado con deportistas y dirigentes como RICARDO ORTIZ DE ZEVALLOS […], PEDRO
DE OSMA, FRANCISCO TUDELA Y VARELA, LUIS MIRO QUESADA, ALFREDO BENAVIDES CANSECO, FEDERICO FERNANDINI, CARLOS J. ROSPIGLIOSI Y VIGIL y MANUEL ANGOS-
TO […] Fue su gran Presidente el SEÑOR DOCTOR DON JOSE PARDO Y BARREDA, quien Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas
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De golpes y goles. Los políticos y la selección peruana de fútbol (1911-1939) | Jaime Pulgar Vidal
en 1905 implantó en el Perú, la Primera Escuela de Educación Física en la Escuela Militar
de Chorrillos, con los profesores franceses Srs. GROSS y CHARTON; […] en 1906 hizo obli-
gatoria la Educación Física en las escuelas primarias y Colegios de segunda enseñanza y llevó a cabo en Santa Beatriz la GRAN EXHIBICIÓN FISICA. Como ya desde 1899 había
implantado, a iniciativa de LUIS GALVEZ CHIPOCO y CARLOS J. ROSPIGLIOSI Y VIGIL, en la Universidad Mayor de San Marcos de Lima, los PRIMEROS JUEGOS DEPORTIVOS UNIVERSITARIOS EN Sud América (Gálvez Chipoco, 1983, p. 61).
Así que es el presidente de la República José Pardo y Barreda el que tiene la iniciativa de introducir los deportes a las escuelas. Aunque, como se verá luego, Leguía modificó la idea que con respecto a los deportes había sido elaborada a partir de la filosofía de Herbert Spencer. Durante su primer mandato como presidente de la República, entre 1908 y 1912, se encargó de emitir un reglamento sobre la instrucción primaria. En ese reglamento se establecía lo siguiente:
A las niñas les correspondía hacer ejercicios “calisténicos”, suaves y de menor esfuerzo físico, mientras que a los hombres se les exigía hacer ejercicios gimnásticos, militares
y de tiro […] estos ejercicios debían ser acordes con la edad; […] se recomendaba que
para los primeros años se debían hacer juegos en los cuales se favorecía el dominio de la libertad. En la adolescencia se dominarían los juegos deportivos como las carreras de velocidad, lucha, lanzamiento de bala, natación, cricket, esgrima, etc. (Muñoz Cabrejo, 2001, pp. 28-29).
Es interesante observar cómo en el Reglamento de Instrucción Primaria se hacía ese distingo entre el aspecto lúdico del juego, aquel que debería servir para formar a los niños, y aquel otro en que se fomentaba no solo la competencia individual intensa —como en la lucha o la esgrima—, sino aquellos otros deportes colectivos en los que la competencia era sostenida entre equipos cuyos integrantes debían ser fraternos entre sí, como el cricket, y, aunque no se le menciona, el fútbol.
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En 1909, un año después de que se emitiese el Reglamento de Instrucción Primaria, surgió de entre los mismos estudiantes del colegio Guadalupe el club Sport José Pardo, cuyo presidente fue E. Armando de Oyague (El Comercio, 1909). Años después, la práctica de la educación física en los colegios seguía siendo una prioridad para el Estado peruano, por lo menos en el papel. En su Historia de la República del Perú 18221933, Jorge Basadre apunta: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas
Capítulo 1 | La educación intelectual, moral y física
La obra del capitán Carlos Nicholson y del teniente Omer Pucheu Guía y Reglamento General de Educación Física (1920) propugnó la obligatoriedad escolar de dicha materia y el otorgamiento a su profesorado de la categoría correspondiente. Pucheu era jefe de la sección de enseñanza física escolar establecida en agosto de 1919 como dependencia de la
Inspección Premilitar y de Tiro. El método por él preconizado fue el natural de Herbert.
En 1920 fue designado director de Educación Física en la Universidad de San Marcos Carlos Cáceres Álvarez. La preocupación esencial de este maestro fue entonces el estableci-
miento del gimnasio universitario. Por fin, él fue inaugurado el 17 de setiembre de 1924. En 1925 fue separada la Inspección de Educación Física Escolar de la Inspección Pre-
militar. Quedó a cargo de aquella Antonio Valdez Longaray. Se creó en esta dependencia una Sección Femenina. En 1930 llegó a ser establecida la Dirección de Educación Física y Sanidad Escolar en el Ministerio de Educación y fue nombrado para este novísimo cargo Carlos Cáceres Álvarez, especialista formado en Estados Unidos (Basadre, 2014, p. 169).
De otro lado, los estudiantes universitarios de todo el país que en 1920 acudieron al Cusco a celebrar el primer Congreso Nacional de Estudiantes seguían mostrando la misma preocupación por que se considerasen los deportes como un instrumento de desarrollo moral y físico del estudiante. Fue el alumno Jorge Avendaño quien presentó la ponencia referida a ese tema y al de la eugenesia. Entre sus conclusiones, Avendaño, en nombre de todos los estudiantes reunidos en el Congreso que presidía el alumno Víctor Raúl Haya de la Torre, recomendó lo siguiente: 7. A los Rectores de las Universidades el estudio de los problemas de la educación física entre las Universidades.
8. A los universitarios la conveniencia de practicar de modo intenso la educación física, como un decidido medio de favorecer las funciones del cuerpo y de la mente.
9. A la Federación de los Estudiantes la creación de una sección de educación física.
10. A la Federación de Estudiantes la conveniencia de gestionar ante los poderes públicos
la construcción de stadiums o campos de ejercicios atléticos perfectamente montados, en todos los centros de instrucción superior, utilizando a ser posible para el de Lima el campo de Santa Beatriz, y la construcción de un local para el Club Universitario de Regatas,
medidas todas tendientes a velar por el mejoramiento físico y moral de los universitarios. 11. A los universitarios la conveniencia de practicar el tennis y la boga que proporcionan agilidad, y fuerza muscular, capacidad para la lucha y estimulan poderosamente el sistema nervioso.
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12. El Congreso Nacional de Estudiantes del Cuzco, vería con la mayor simpatía que el Supremo Gobierno inaugurase en la fecha del Centenario Nacional la casa de / Estudiantes. Adición Bustamante.
13. El C. N. de E. del C. ratifica el anhelo de la juventud de que el campo sportivo de Sta
Beatriz pase a ser propiedad de la Federación de los Estudiantes del Perú. Adición Vega León (Federación de los Estudiantes del Perú, 1920, pp. 28-29).
Meses después de que concluyese el Congreso de Estudiantes reunido en el Cusco, el Ministerio de Fomento concedió a la Federación Atlética y Deportiva del Perú.
para la construcción de un Stadiun (sic), el uso del terreno de propiedad del Estado, de trescientos ocho metros (308) de largo, por ciento sesenticuatro (164) de ancho […] marcado en el plano mandado levantar por la Dirección de la Escuela Nacional de Agri-
cultura y Veterinaria, y situado entre el campo del Club Ciclista, los antiguos corralones de Santa Beatriz y la nueva avenida paralela a las líneas del ferrocarril eléctrico a Chorrillos (Federación Atlética y Deportiva del Perú, 1922, p. 5).
Sin embargo, solo un año después, el alumno de la Universidad Católica J. C. Basombrío observó cómo el Estado había descuidado el fomento de la educación física y de los deportes. Basombrío notó que, “infortunadamente, como ya se ha dicho, no se han preocupado hasta ahora ni los particulares ni el Estado, en procurar y favorecer la enseñanza metódica de un ejercicio sistemático, científicamente inspirado y sanamente dirigido”. Agregó a ello que “los beneficios que podría reportar un ejercicio que reuniese tales requisitos y se subordinase a las condiciones individuales de cada cual, serían incalculables, tanto desde el punto de vista físico cuanto desde el punto de vista moral” (Basombrío, 1921, p. 28). Veinte años habían pasado desde que los políticos peruanos interesados en el tema educativo propusieran y redactaran leyes referidas al tema que incluyesen temas deportivos y morales. Entre ellas la Ley de Instrucción de 1901; la de 1902; la Ley de Fomento de la Instrucción Primaria de 1905 o Ley 162; y el proyecto de ley orgánica de instrucción primaria y secundaria de 1913.
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La Escuela Moderna
Capítulo 1 | La educación intelectual, moral y física
Como señala Jorge Basadre:
Joseph Byrne Lockey, miembro de la misión educacional norteamericana, fue nombrado inspector de instrucción en Lima y Callao en 1910. Junto con J. A. Mac Knight, que ocupaba la dirección de la Escuela Normal, contribuyó a modificar los programas de edu-
cación física. Empezaron a ser enseñados los siguientes juegos: vóleibol, play-ground (o vóleibol de patio), handball o básquetbol. Fueron intensificados, al mismo tiempo,
los llamados ejercicios de flexibilidad y quedó implantado el atletismo en las escuelas
primarias. Lockey publicó en un folleto las reglas de béisbol de patio y de básquetbol. En octubre de 1910 hubo un campeonato de fútbol de las escuelas primarias de Lima y Callao. Al retirarse ambos educadores norteamericanos en 1914 y 1915, la obra por ellos iniciada quedó trunca o se deformó (Basadre, 2014, p. 117).
Resulta claro que, durante el primer gobierno de Augusto B. Leguía, al presidente que había sido elegido por el Partido Civil le interesaba la introducción de los deportes al colegio, de acuerdo con el modelo inglés. Poco a poco, sin embargo, su interés fue disminuyendo, por motivos que se analizarán más adelante.
Ya está dicho que MacKnight, junto con José Antonio Encinas, entre otros, publicaron la revista La Escuela Moderna para dar a conocer sus propuestas con respecto a la educación. En ese sentido, la historiadora Natalia López Soncco agrega que, “según Luis C. Infante, estudiante normalista, la escuela pública debe cumplir cuatro funciones en ‘democracias modernas’. La función física tiene que ver con las condiciones higiénicas necesarias para el desarrollo físico del niño” (López Soncco, 2016). Cuando los normalistas hablan de cuestiones higiénicas, hacen referencia a la salud. Tanto para ellos como para Herbert Spencer, el deporte la proporciona.
José Antonio Encinas, quien trabajó junto a MacKnight, sostenía que aprender respondía a otra filosofía, “en la que era factible equilibrar el tiempo de trabajo con el de descanso: 50 y 10 minutos, respectivamente. Además, los niños podrían hacer educación física al aire libre, en parques, remontado las cuatro paredes de la escuela” (Gonzales, 2013, p. 23).
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De golpes y goles. Los políticos y la selección peruana de fútbol (1911-1939) | Jaime Pulgar Vidal
Es interesante notar que para quienes editaban la revista “La Escuela Moderna” y que ha-
bían trabajado en la inspección de la instrucción de Lima y Callao en 1910, la educación física y los deportes, como el fútbol, solo debían ser practicados luego de una rigurosa
preparación. “Se ha hecho una costumbre el espectáculo de ejercicios de flexibilidad para
realzar cualquier fiesta escolar y generalmente este es el motivo que en la mayor parte
de los casos impulsa a maestros y alumnos a redoblar sus esfuerzos en la enseñanza y aprendizaje de movimientos precisos realizados a una voz de mando, y es así como a los niños se les fatiga enormemente durante la segunda quincena de julio y a veces la de
setiembre para la fiesta estudiantil de la primavera; en otros colegios y escuelas se hace este programa un poco más amplio, se prepara un campeonato atlético (saltos, carreras y el consabido foot-ball). Indudablemente este último hecho no sería vituperable si el cam-
peonato fuera producto de ejercicios sistemáticamente efectuados durante el semestre o el año y que, en consecuencia, constituyera el exponente de su cultura física, pero no es así. Esos campeonatos se preparan ocho días antes, a veces sin preparación alguna […]
Además, la enseñanza de estos ejercicios físicos, se confía generalmente a personas que
nunca han tenido preparación en el asunto, pues se requiere conocimientos de anatomía, fisiología, higiene, etc. (Encinas, 1911, p. 180).
Así que, aunque Byrne y MacKnight estuviesen involucrados en la introducción de la educación física en las escuelas como una política del primer gobierno de Leguía, resulta claro, por el párrafo precedente, que los dos estadounidenses y otros normalistas no pudieron formar educadores físicos adecuados. Por ello, proponían la necesidad de formar “en las escuelas normales, profesores y profesoras especiales de educación física, que abarca no solo la rutinaria enseñanza de ejercicios de flexibilidad, que por sí solos constituyen una parte insignificante de aquella y que de ninguna manera la complementan” (Encinas, 1911).
Con respecto al fútbol, José Antonio Encinas creía que no debía ser practicado por alumnos menores de diez años, “por ser un ejercicio demasiado violento que requiere un desgaste superior al que pueden rendir los niños en aquella edad” (Encinas, 1911, p. 182).
La revista La Escuela Moderna hacía eco de lo que había planteado en el siglo xix el positivista Herbert Spencer. Así, menciona lo siguiente:
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Capítulo 1 | La educación intelectual, moral y física
La moderna educación tiende a desarrollar igualmente tanto la parte intelectual y moral como la física del individuo, y bajo este concepto los deportes desempeñan un papel
integrante en ella; pues, nada es más esencial para que nuestro cuerpo se desarrolle en armonía con nuestras actividades psíquicas que los ejercicios físicos en sus múltiples y
variados modos de manifestarse, tales como el Football, Basketball, Hand ball, los saltos, las carreras (Baca, 1911, p. 275).
Para el profesor normalista Cecilio A. Garrido, es importante reunir en una institución los fines deportivos y literarios. Por ello, en la Escuela de Aplicación, en la sección del quinto año, crea el club Atlético Limeño. El propósito que por medio de esta sociedad se persigue, no es otro que el que preconiza el moderno crítico educativo: formar al ciudadano con energías bastantes para la lucha
material por ruda que ella sea; con un fondo moral y un verdadero carácter que lo haga
digno del aprecio de la sociedad en que vive y con un grado de cultura intelectual, susceptible de acrecentarse grandemente […] Los juegos que se practican [en el club Atlético
Limeño] son el foot ball, el basket-ball, el hand-ball, los saltos, las carreras, etc., siendo
los predilectos los tres primeros, sobre todo el foot-ball en el que han obtenido muchas y brillantes victorias (Garrido, 1914, pp. 264-266).
Es claro para los normalistas que habían laborado para el primer gobierno de Augusto B. Leguía (1908-1912) que fútbol y moral debían ir de la mano. Como los ingleses, consideraban que el mejor lugar para practicar este deporte era la escuela. Pero nuestras escuelas, en los primeros años del siglo xx, carecían de campos deportivos. Paul Pinto, profesor de educación física de la Escuela Normal de Varones, sostenía que “no tenemos por desgracia, campos vastos, espaciosos, llenos de aire y de luz, anexos a nuestras escuelas, donde nuestros niños puedan ventilar sus pulmones, renovar sus tejidos y luchar contra los enemigos invisibles que pululan en el ambiente de las escuelas y recintos cerrados” (Pinto, 1912). Tal vez por ello se fue imponiendo la práctica del fútbol callejero, aquel llamado fulbo, pese a los intentos de Pedro de Osma de desarrollar el fútbol en las escuelas.
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