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Marco Curatola Petrocchi y Jan Szemiński
Presentación
Marco Curatola Petrocchi y Jan Szemiński
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En este libro se presenta una serie de trabajos producto de un intenso diálogo e intercambio de ideas entre estudiosos del mundo andino antiguo de diferentes especialidades de la Pontificia Universidad Católica del Perú y la Universidad Hebrea de Jerusalén. Este fecundo diálogo, no solo interdisciplinario, sino también entre distintas tradiciones de estudios, se ha venido desarrollando a partir de un simposio que tuvo lugar en el campus del Monte Scopus de la Universidad Hebrea los días 7 y 8 de mayo de 2012. Temas centrales del encuentro fueron los fundamentos ideológicos y religiosos del poder inca, y la relación entre el sistema de creencias y representaciones colectivas andino, en gran medida centrado sobre la noción de huaca, y las prácticas hegemónicas de los señores del Cuzco, cuya máxima y más emblemática expresión fue la figura del Inca. A nivel teóricometodológico, subyacente a estas temáticas, estuvo constantemente presente el problema de las complejas, a menudo enigmáticas, correspondencias entre el discurso mítico-religioso, los procesos mitopoiéticos (de generación de mitos) y la memoria cultural por un lado, y la realidad histórica y la praxis sociopolítica, por el otro. Los ensayos que conforman el libro giran alrededor de estos temas, evidenciando y analizando toda una serie de aspectos medulares de la civilización inca, desde la monarquía divina a la política ecológica de los señores del Cuzco, desde el trasfondo oracular de la religión a la edificación de grandes santuarios oraculares como el de Pachacamac, desde los atributos de la deidad de la guerra al ciclo de confrontaciones bélicas que determinó las condiciones para el surgimiento del Tahuantinsuyu, el «Imperio de las cuatro partes del mundo juntas». En Aproximaciones alrededor de la naturaleza divina del Inca, Juan Ossio reconstruye y analiza en profundidad el complejo cultural de la monarquía divina entre
los incas, tanto a nivel ideológico como de las prácticas rituales, que examina a la luz de estudios del mismo fenómeno entre culturas antiguas y tradicionales de diversas partes del mundo, desde Mesoamérica hasta África y el Cercano Oriente. En particular, el autor rescata las connotaciones reales y simbólicas de la figura del Inca como rey divino, que pone en relación con los principios clasificatorios andinos de oposición y complementariedad y los mitos de origen de la dinastía real y de la fundación del imperio, así como con primordiales aspectos de la sociedad inca, como la estructura de parentesco, el culto de las momias de los antepasados, las reglas matrimoniales y de sucesión en el poder, el sistema de los ceques (y las huacas) del Cuzco, los rituales del ciclo de la vida individual y colectiva y las principales ceremonias estatales. Ossio muestra así con mucha claridad cómo la realeza sagrada representara una institución-clave del Tahuantinsuyu, en grado de asegurar equilibrio, estabilidad y articulación a la compleja arquitectura de poder que permitió a los señores del Cuzco extender y ejercer, en el siglo anterior a la llegada de los españoles, su hegemonía sobre la totalidad de los Andes centrales. Entre las formas de estabilidad que los incas buscaron asegurar en todo momento a lo largo del Imperio estuvo, in primis —tal como lo evidencia Jan Szemiński en su estudio El Inca como gran ecólogo— el equilibrio entre los recursos naturales y agropecuarios de cada región y provincia y el número de habitantes, y la fuerza de trabajo disponible. En el ensayo, el autor alude a la figura del Inca-rey en cuanto máxima expresión e imagen emblemática del gobierno y la administración inca toda, conforme a los testimonios y relatos recogidos en los siglos XVI y XVII, que invariablemente identifican la persona del Inca con el propio Tahuantinsuyu, por lo demás en plena consonancia con la «visión historiográfica» europea y colonial de la época y según la misma tradición oral andina moderna. De hecho, Szemiński parte de la observación de que en las oraciones del culto estatal inca el soberano aparece como el garante supremo de la fertilidad de los campos, los rebaños de auquénidos y la gente, para luego mostrar cómo este postulado ideológico en los hechos se traducía en toda una serie de acciones, disposiciones y medidas técnicas y administrativas puntuales, volcadas a ampliar la frontera agrícola, optimizar el almacenamiento y distribución de los recursos hídricos, explotar en forma racional todo tipo de fauna silvestre y asegurar los mejores pastos para los rebaños a lo largo de todo el año. Asimismo, los incas se preocupaban de preservar los bosques y determinadas áreas naturales, oficialmente destinadas para el recreo del soberano, y también de mantener constantemente en los almacenes imperiales adecuadas reservas alimenticias para la población, de modo de poder hacer frente a cualquier emergencia climático-ambiental, como el fenómeno El Niño. Además, el autor, a través del análisis de la información de tempranos censos españoles, patentiza
cómo en esta política decididamente de carácter «ecológico» de los señores del Cuzco fuera contemplada hasta la consistencia demográfica de la población de las diferentes provincias, que se buscaba mantuviese una relación equilibrada con los recursos del territorio, por un lado, y con los requerimientos tributarios de mano de obra y surplus económico de parte de la administración imperial, por el otro. Y si Szemiński focaliza su atención sobre una faceta sustancialmente benigna de la pax inca, beneficiosa para los mismos pueblos conquistados, Amnon Nir se ocupa de un aspecto de algún modo opuesto, es decir, de la guerra, y en particular de la guerra por excelencia de los incas: la que los opuso a los chancas y que marcó el inicio de la expansión imperial inca y, en términos historiográficos, el paso de un tiempo de los orígenes totalmente envuelto en la leyenda a un periodo dinástico de cuatro-cinco soberanos registrado con cierta riqueza de detalles en tradiciones orales, cantares, quipus y tablas pintadas. En contraste con cuanto planteado por estudiosos de tendencia estructuralista, que rechazan la posibilidad que se pueda recuperar la historia prehispánica a través de las fuentes documentales, en Reconstrucción histórica del ciclo de guerra entre los incas y los chancas, Nir, mediante una cuidadosa revisión de la información contenida en las principales crónicas del siglo XVI sobre la historia inca (Betanzos, Cieza, Sarmiento), así como las de Guaman Poma y Garcilaso de inicios del siglo XVII, llega a la conclusión que no hubo, como comúnmente se creía, una única guerra contra los chancas, sino por lo menos siete, que al parecer se desarrollaron en diversos escenarios geográficos, bajo tres reinados diferentes. Además, el estudioso hace hincapié en el hecho que estas guerras, como por lo demás todas las guerras, fueron concebidas por los incas fundamentalmente como lucha entre las deidades (huacas) de los pueblos involucrados en el conflicto, lo que implicaba que cada victoria en el campo de batalla terminaba siendo para el Inca una demostración patente del favor divino del cual gozaba y, por tanto, una poderosa fuente de legitimación ideológica de su derecho a gobernar frente a su misma gente. Los resultados de las excavaciones arqueológicas realizadas por Krzysztof Makowski Hanula en Pachacamac —el gran santuario oracular de la costa peruana, cuyo dios, «El que anima el mundo», era considerado el progenitor de todas las huacas— comprueban fehacientemente la importancia que los incas atribuyeron al factor religioso en el proceso de expansión y consolidación de su Imperio. En efecto, en base a la evidencia arqueológica recolectada, Makowski en Pachacamac y la política imperial inca llega a la conclusión que el santuario devino uno de los tres centros religiosos más importantes de todos los Andes, meta de peregrinaciones de larga distancia, solo durante el Horizonte Tardío, es decir al tiempo del Tahuantinsuyu.
De hecho, en el texto se enfatiza que fueron los incas quienes, a través de diferentes y sucesivas fases constructivas y de ampliación, posiblemente correspondientes a otros tantos reinados, fueron transformando lo que había sido un antiguo lugar de culto de carácter local en el grandioso centro oracular que encontraron los españoles al momento de la conquista y cuyos monumentales vestigios se pueden apreciar hasta hoy. Al respecto, en contraste con cuanto planteado por otros investigadores del sitio, el autor sostiene que no solo el Templo del Sol, el Palacio de las Mamacunas y la gran Plaza de los Peregrinos, sino también las tres grandes murallas que rodeaban al santuario, los anchos caminos con altos muros laterales que conducían al área más sagrada y hasta varias de las así llamadas «pirámides con rampa», al parecer estructuras para la acogida de los visitantes y para el desarrollo de rituales menores, fueron obra de los señores del Cuzco en su afán de afirmar y consolidar su hegemonía entre los pueblos de la costa por medio de un gran centro religioso bajo su directo control. El arte de gobernar un vasto imperio, que abarcaba territorios y pueblos muy diferentes, es el tema de fondo que aborda, desde una perspectiva etnohistórica, también Viviana Ruth Moscovich, en el trabajo titulado La educación de los quipucamayocs. ¿Hacia la formación de una ideología imperial común entre los señores del Cuzco y las élites provincianas? La estudiosa parte de la pregunta sobre a quiénes exactamente, bajo el gobierno inca, se atribuía el epíteto de quipucamayoc y, a través de un original análisis cruzado de la morfología de los quipus y de las informaciones sobre quiénes los utilizaban transmitidas por las fuentes documentales, patentiza cómo en el Tahuantinsuyu ejercieron como quipucamayocs tanto altos funcionarios imperiales de la administración central cuzqueña, como oficiales provinciales y locales de menor rango, encuadrados dentro de la organización jerárquica decimal inca. Al respecto, Moscovich enfatiza que a nivel local se manejaban registros de cordeles anudados con códigos diferentes respecto a los quipus estandarizados de la administración central, y que por lo tanto los funcionarios de nivel provincial debieron tener la importante tarea intermediadora de recopilar y compendiar la información local en quipus de código imperial-estándar, «(inte)legibles» para la alta burocracia cuzqueña. El manejo de estos quipus por los jóvenes de los clanes inca, así como los pertenecientes a las élites provincianas lo aprendían en unas escuelas del Cuzco, donde se les brindaba, a todos juntos, una formación integral en la cultura inca y se les preparaba para ser buenos y fieles servidores del Imperio. La autora señala además cómo este proceso de integración ideológica, política y social de los señores locales al Estado inca fuera reforzado a través del establecimiento de alianzas matrimoniales entre estos últimos y mujeres de estirpe inca.
Al rol de la mujer en las actividades ceremoniales del Tahuantinsuyu está dedicado el trabajo de Bat-ami Artzi. En La participación de las mujeres en el culto. Un estudio iconográfico de la cerámica inca, la autora lleva a cabo un refinado análisis de las representaciones pictóricas de unas figuras humanas presentes sobre dos vasos de estilo inca-cuzco, que interpreta a la luz de informaciones muy puntuales de crónicas y diccionarios de los siglos XVI y XVII, así como de analogías etnográficas. En un caso, el de un clásico aríbalo inca, llega a identificar a las seis figuras femeninas representadas sobre su cuerpo como acllas («las mujeres escogidas», dedicadas al dios Sol y al servicio del Estado inca), en base a las particulares propiedades farmacológicas de las flores que llevan en la mano y a varios detalles de su atuendo. En el otro —una jarra ceremonial cuya particular forma podría responder a la de una huaca— logra vincular en forma muy convincente las figuras de una mujer y de un hombre en actitud de danza a un particular rito sacrificial, el de la pirac, que se oficiaba, entre otras ocasiones ceremoniales, durante el gran rito de paso de los jóvenes de la nobleza inca a la adultez, llamado huarachicoy y relacionado a la huaca oracular de Huanacauri. Artzi destaca la importancia de la participación de jóvenes mujeres en este ritual, hasta la fecha percibido como exclusivamente masculino, y plantea que lo representado sobre la jarra fuese, en última instancia, el ideal andino del cari-huarmi, locución que expresa la unión de un hombre y una mujer, concebida como una unidad conformada por opuestos complementarios. Así, la estudiosa, a través de su minucioso microanálisis iconológico, termina entreabriendo nuevas e insospechadas perspectivas sobre el papel de la mujer en la esfera religiosa y ritual entre los incas. El tema de la huaca, uno de los aspectos medulares de la religión inca y andina antigua en general, y por esto absolutamente recurrente en los diferentes ensayos de este libro, es abordado en forma específica por Marco Curatola Petrocchi. En La voz de la huaca. Acerca de la naturaleza oracular y el trasfondo aural de la religión andina antigua, el autor evidencia que el término huaca estaba referido a entidades extrahumanas, relacionadas con algún lugar de la naturaleza, a las cuales se les atribuía la capacidad de comunicarse con los humanos, «hablándoles». De hecho, todas las fuentes documentales coinciden en señalar que este fue uno de sus rasgos definitorios, a tal punto que, según el sistema de creencias y representaciones colectivas de los incas, si una huaca perdía esta facultad y se volvía «muda», cesaba sencillamente de ser tal y, por ende, de ser objeto de culto. Sobre la base del estudio del campo semántico de la palabra huaca en toda su posible extensión, Curatola plantea que el término español más cercano al significado original de huaca sea el de «oráculo». No solo. El estudioso, trayendo a colación una vasta documentación histórica, lingüística y arqueológica, patentiza que en los hechos
la facultad de «habla» de las huacas se materializaba en sonidos musicales, de animales y sobre todo de la naturaleza, como el gorgoteo del agua o el craqueo del hielo, que sacerdotes inspirados al servicio de la divinidad traducían en mensajes inteligibles para los fieles. En definitiva, Curatola demuestra que la religión andina antigua fue un sistema de representaciones y prácticas de carácter fuertemente auditivo, aural, esto es, centrado en la captación e interpretación de las «voces» del universo que rodea al hombre, y plantea que habría sido justo en virtud de este peculiar carácter «auditivo» que se habrían desarrollado los numerosos pequeños y grandes santuarios oraculares que fueron uno de los caracteres distintivos de la vida socio-religiosa andina durante el Tahuantinsuyu. Los incas de época imperial, además de rendir culto a las huacas, deidades del paisaje terrestre estrechamente vinculadas a la vida cotidiana y social de los individuos y los grupos, establecieron e impusieron una religión estatal fundada sobre unos cuantos dioses del cielo y del mar, representados fundamentalmente por la tríade Inti (el Sol), Viracocha (una figura mitológica entre el Hacedor y el héroe civilizador), e Illapa (el dios del Trueno y el Rayo). De estas tres divinidades, Illapa ha sido hasta la fecha la menos estudiada y justamente a este «Señor de los fenómenos meteorológicos», como lo definió Ana María Mariscotti de Görlitz (1972), está dedicada la contribución de Ariadna Baulenas i Pubill. En Illapa, señor del rayo y dios inca de la guerra. Hacia una sistematización de sus poderes y funciones en el mundo andino, la estudiosa evidencia y analiza cada una de las múltiples, diferentes y hasta contradictorias atribuciones que esta deidad tuvo entre los diversos grupos y pueblos andinos. Entre los incas, Illapa fue imaginado como un guerrero formado por estrellas en el cielo, el cual tenía una honda en la mano derecha y una porra en la izquierda: el relámpago era el resplandor de su atuendo brillante cuando movía el brazo para agitar la honda, y el trueno el estruendo que emitía esta última al momento de lanzar los proyectiles. El Inca Pachacuti fue muy devoto de Illapa, cuya imagen llevaba siempre consigo como numen protector durante las campañas militares. Sin embargo, como bien destaca Baulenas i Pubill, en el mundo andino antiguo a Illapa se le atribuyeron varias otras competencias: en cuanto señor de los fenómenos meteorológicos y aportador de agua, los agricultores lo relacionaban con la fertilidad de la tierra, mientras que en las comunidades pastoriles era considerado una divinidad propiciatoria de la reproducción de los animales y la prosperidad de los rebaños. Asimismo, en unos contextos parece haber estado estrechamente asociado con la figura del ancestro mítico fundador del linaje y también a los cuerpos momificados de los antepasados, y en otros con la transmisión de conocimientos y poderes esotéricos a los especialistas religiosos andinos. Estas variadas concepciones relativas
a los poderes y competencias de Illapa revelan que, además de ser una divinidad celeste, este dios tuvo también una compleja presencia y actuación en diferentes ámbitos terrenales, posiblemente de relacionarse al hecho que el rayo, así como la lluvia, va desde el cielo a la tierra, de algún modo uniendo y participando de los dos mundos.
El tercer reino de la naturaleza del mundo andino antiguo, el mar, con sus divinidades, es el ámbito explorado por Alfredo Rosenzweig en Deidades del mar y huacas en la iconografía textil de la costa norte del Perú hacia el año 1000. El autor conduce un fino análisis iconográfico de escenas y personajes mitológicos que figuran en cuatro tejidos de la costa norte del periodo 800-1100 d.C., cuando la herencia cultural de la refinada civilización Moche estaba todavía muy fuerte y la influencia del Imperio huari, cuyas conquistas en campo político-administrativo constituyeron una experiencia crucial para el sucesivo desarrollo del Estado inca, estaba dando lugar a importantes manifestaciones regionales como la fastuosa cultura Lambayeque-Sicán. A esta última pertenece uno de los textiles estudiados por Rosenzweig, en el cual aparece un personaje mítico sobre un caballito de totora. De varios detalles de la escena, el autor infiere que puede tratarse de un gobernante local regresando del mundo de los muertos transformado en deidad. Y otra divinidad parada sobre un barco y asociada a un mítico animal lunar figura en una larga franja probablemente también Lambayeque. En un tercer tejido está representado un personaje con cabeza de ave al centro de una escena ritual compleja que se desarrolla en una huaca, es decir, un templo-santuario, posiblemente oracular, reconocible por las clásicas decoraciones de esta clase de edificios en la costa norte. Rosenzweig plantea que el ser con rasgos ornitomorfos pueda ser el mismo Ñaylamp, el héroe fundador de los lambayeques, que según la tradición llegó del mar sobre un barco. En cuanto al cuarto tejido, se trata de un extraordinario manto pintado moche tardío, con una escena marina de míticos pulpos Octopus y guerreros alados, el cual debió estar colgado en las paredes de una huaca, con fines catequísticos. Como se ha señalado al inicio y como, por lo demás, se colige también con cierta claridad de la misma sinopsis de los nueve sustanciosos ensayos que conforman el presente libro, este gira alrededor de dos palabras claves: Inca y huaca. La primera nos remite a las nociones de poder, orden político, hegemonía, expansionismo militar e imperio, pero también a las de sacralidad, ritualidad, culto solar, es decir, a una religión del poder; mientras que la segunda nos reenvía al sistema de creencias y representaciones colectivas y a las prácticas rituales, pero también, ineludiblemente, al origen de la sociedad y su organización, a la identidad étnica,
a las relaciones sociales y a las normas de conducta, esto es, al poder social de la religión. De hecho, todas las contribuciones de este libro tratan de un modo u otro, directa o indirectamente, de los incas, de las huacas y de las extremadamente complejas relaciones y tenues límites entre mito e historia, con los cuales tienen que lidiar constantemente los estudiosos del pasado andino, sean ellos etnohistoriadores, antropólogos, filólogos, arqueólogos o historiadores del arte. En caso del Inca tenemos en un extremo a Ossio, quien analiza la figura del emperador del Tahuantinsuyu en cuanto rey divino de algún modo atemporal, es decir, como divinidad solar encarnada en un soberano a fin de asegurar el equilibrio y la prosperidad del mundo, y en el otro a Amnon Nir, quien más bien mira a los señores del Cuzco como a una secuencia de jefes políticos en continua competencia por influencia y recursos dentro y fuera de la organización estatal que encabezaban. En la línea de Nir, Makowski, sobre la base de precisos datos arqueológicos, muestra que el gran santuario de Pachacamac fue edificado por los incas en diferentes fases, cada una resultado de las medidas adoptadas, al parecer en forma del todo independiente, por sucesivos descendientes de la dinastía imperial cuzqueña. En una perspectiva intermedia, por su orientación más «etnográfíca», se colocan la contribución de Szemiński, interesado en aspectos muy puntuales y de gran actualidad de la planificación social y ecológica incaica, y también la de Moscovich, volcada a esclarecer los mecanismos educativos que garantizaban la formación de una alta burocracia administrativa imperial eficiente y cohesionada, integrada por miembros tanto de la élite cuzqueña como de la provinciana. La otra palabra-noción clave del libro, la de huaca, aunque presente en una forma u otra en todos los trabajos de los investigadores que acabamos de sacar a colación, es el tema central de la contribución de Curatola Petrocchi, quien, al patentizar que las deidades andinas se manifestaban (y siguen manifestándose) a los fieles fundamentalmente a través de sonidos, ofrece importantes elementos de juicio para la comprensión del desarrollo del fenómeno oracular al tiempo de los incas. Y a las deidades andinas están específicamente dedicados también los trabajos de Baulena i Pubill y de Rosenzweig. La primera muestra que Illapa no fue una divinidad exclusivamente celeste, sino que tuvo importantes y múltiples competencias terrenales, poniendo así implícitamente en tela de juicio ciertas categorías de la historia de las religiones forjadas sobre la base de la tradición religiosa del mundo occidental. Y Rosenzweig explora la dimensión visual de deidades y huacas a través del estudio de imágenes fijadas sobre tejidos, los cuales sin lugar a dudas representaron una de las más altas formas de expresión de la creatividad
y de la capacidad técnica de los antiguos habitantes del Ande y, a menudo, un extraordinario medio de registro y transmisión de su universo mítico y su memoria cultural. Last but not least, el ensayo de Artzi se coloca en un espacio intermedio entre los dos grupos de contribuciones, ya que en su análisis iconográfico de 360° grados, se ocupa de relaciones sociales y de género entre los incas, de rituales, huacas y oráculos, así como de manifestaciones artísticas y símbolos. Una última consideración. El trabajo de Artzi y los otros reunidos en el presente libro en su conjunto nos hacen entrever de qué manera el recurso sistemático a los aportes y métodos de distintas disciplinas, así como el diálogo entre especialistas de diferentes campos y tradiciones de estudios, pueden contribuir a un conocimiento siempre más profundo y cabal del mundo andino antiguo y su historia. Entre otras cosas, El Inca y la huaca muestra cómo detrás de la celestial figura del Inca rey divino estuviesen políticos de carne y hueso, cuya actuación, papel y logros, sin embargo, podemos comprender plenamente solo tomando en la debida consideración sus atributos sagrados. Quizá sea esta la vía para superar definitivamente un cierto impasse y la contraposición, en gran medida artificiosa, entre estudiosos de orientación estructuralista e historicista. Asimismo, el libro evidencia que las huacas, al mismo tiempo deidades, santuarios y oráculos, voces profundas del Ande, con su lenguaje extrahumano susurrado a sus sacerdotes y al Sapa Inca, ser sagrado y jefe político, jugaron un rol crucial en la historia cultural y social inca, y andina en general. No cabe duda que solo de una mayor comprensión de la figura del Inca y de la noción de huaca y de una cada vez más estrecha colaboración entre etnohistoriadores, arqueólogos, antropólogos, historiadores del arte, filólogos y lingüistas podrán darse avances significativos en nuestros conocimientos y comprensión tanto de la naturaleza como de la historia de la más grande y compleja formación sociopolítica de la antigua América y una de las más fascinantes y originales de toda la historia humana.
Agradecimientos El simposio «Los secretos del Inca» —que, como se mencionó, tuvo lugar en la Universidad Hebrea de Jerusalén (HUJI) en mayo de 2012— pudo realizarse gracias al apoyo del Departamento de Estudios Románicos y Latinoamericanos, y en particular de su Sección Ibérica y Latinoamericana, en ese entonces dirigida por Ruth Fine, y de la dirección de Investigación y Desarrollo de la HUJI, así como de la Colección Maiman de arte andino antiguo y el Instituto Cervantes. De la organización del evento se hicieron cargo Bat-ami Artzi y Amnon Nir, bajo la dirección científica de Jan Szemiński. Este último, antiguo profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú, se propuso con esa reunión reforzar las relaciones científicas y personales entre los andinistas de la HUJI y los especialistas de historia cultural andina de la PUCP, y promover el establecimiento de vínculos institucionales que propiciaran el desarrollo de proyectos y actividades comunes a largo plazo. Dichos objetivos se lograron plenamente: la colaboración entre los estudiosos de las dos instituciones se ha notablemente intensificado y actualmente hay vigente y activo un convenio de cooperación científica y didáctica que une el Departamento de Estudios Románicos y Latinoamericanos de la HUJI y el Departamento de Humanidades de la PUCP. Este libro es uno de los primeros tangibles resultados de esta colaboración. A los participantes del simposio de «Los secretos del Inca», a las personas e instituciones que lo hicieron posible, a los autores colaboradores de este libro, a las autoridades de la PUCP y de la HUJI que han apoyado su publicación, y al personal del Fondo Editorial de la PUCP (y en manera muy especial al diagramador Juan Carlos García M.), que ha transformado unos textos virtuales en un objeto estéticamente agradable de tener en mano y leer, nuestros más profundos agradecimientos.
Añaychakuykichikmi, munaychakuykichikmi. Inti yayaqa, Killa mamaqa, tukuy hinantin wak’akunaqa waqaychasunkichikyá. (Muchas gracias. Que el padre Sol, la madre Luna y todas las huacas velen por ustedes)
Nota sobre la grafía de las palabras de lenguas andinas Para la escritura de las palabras de lenguas andinas, a lo largo del libro se ha seguido la grafía de uso más común y generalizado en la literatura histórica y antropológica de lengua española, señalándose entre paréntesis, allí donde considerado oportuno, también la ortografía fonémica quechua cuzqueña reconstruida por Jan Szemiński para los siglos XVI y XVII.